Recostados en la cama, apegados el uno al otro, sentía su suave piel contra la mía, parecía una eternidad desde la última vez que pude tenerle de este modo, a este vándalo astuto, a este pequeño zorro mimado.
Bastaba mirarle un segundo para saberlo, la felicidad que sentía en aquel momento, siempre había parecido un libro abierto ante mí, aunque a veces sus acciones y sus sentimientos se contradijeran en lo absoluto.
En aquel momento se aferraba a mí con fuerza, por momentos, conteniendo esa sonrisa embustera para no dejarme ver toda su euforia, y aun así sin poder contener ese brillo en sus ojos zafiros. Sus brazos desnudos al igual que su cuerpo entero, me rodeaban en un abrazo, un abrazo posesivo y desesperado, él no quería perderme de nuevo, y yo no permitiría verlo huir otra vez, lo tomaría, lo aferraría a mi sin dejarlo huir, porque él se volvió mi mayor debilidad, y más aún se volvió lo único que tengo, lo único que me importa conservar.
- Jefe...
Susurro indeciso entre labios, como si simplemente hubiera escapado de ellos, y yo solo emití un pequeño sonido incitándole a continuar.
- ... de verdad, estaba asustado...
Dijo con voz temblante, haciendo una pausa para poder cubrir mejor aquellas dudas que atravesaban sus palabras y su mente. Tenía derecho a dudar, yo mismo lo hacía, aquello no era un amor normal, era un amor absorbente, un abismo, el paraíso, o la misma tumba, ambos nos necesitábamos, nos amábamos egoístamente, no queríamos dejar al otro respirar, matándonos entre nosotros, como las dos bestias que éramos, si, quizás yo más que él, pero ¿Qué importaba? Al final los animales son iguales, cuando aman, cuando matan, cuando mueren, él y yo, nos devorábamos igual.
- Creí que, nunca… nunca te vería de nuevo
- Ya cállate de una puta vez, Zorro ¿Por qué no mejor me besas?
Exclame interrumpiéndolo, no porque no quisiera oírlo, más bien por saber lo difícil que sería mantener esa charla, para él y para mí, la sensación aún estaba fresca, el dolor aún era tangible y hablar de ello, solo nos causaría recordar, recordar las cosas en las que no quería pensar.
Sonrió, el sonrió, y casi escuche entre sus labios la palabra “idiota”, y sin embargo, se irguió, solo unos centímetros de la cama, para empujarse sobre mí, acercándose, con cautela, como si no quisiera despertar a la pantera dormida, posando sus labios con suavidad sobre los míos. Pude sentir su suavidad, su húmeda piel contra la mía, y el olor agridulce de su piel.
- ¿Qué clase de patético beso ha sido ese, zorrito Jung?
Tome su nuca con fuerza, apretándolo contra mí, metiendo mi lengua en su boca, con fuerza, posesivamente, sintiendo el calor subirse en ambos al rosar nuestras lenguas con fuerza. Esta vez no recibiría los usuales reclamos del pequeño zorro, esta vez el me dejaría hacer cuanto quisiera, porque por esta vez, nuestros ritmos cardíacos temblaban del mismo modo, nuestros miedos, nuestra necesidad, nuestro cuerpo, era el mismo, era uno solo.
- Mira bien esta cara Ewon Jung, porque será la cara que mires todo el resto de tu jodida vida, pequeño punk.