Había una vez, en un anticuado pueblo, un príncipe de bellísimo rostro el cual encerraron en el palacio por ser tan inocente e incauto ya que más de una vez lo engañaron. Durante un largo tiempo, se quedó mirando su futuro reino desde la ventana de su cuarto.
Después de diez años encerrado, por fín iba a cumplir los 16 y su rostro, a pesar de ser muy bello, solamente expresaba soledad y anhelo por salir afuera y explorar el mundo. Desde tan alto, podía ver como los niños del pueblo sonreían y correteaban felices y él, lo único que podía hacer, era mirar con envidia, como la mayoría del tiempo.
No odiaba a sus padres, ni les guardaba ningún rencor, sabía perfectamente porque estaba ahí y no tenía ninguna queja sobre ello, todo lo contrario, aceptaba el hecho de que estaría ahí encerrado hasta que fuera rey, y aun así, tampoco podría salir. Durante 10 largos años la envidia le corroía, tanto, que enfermó. Notaba que le quedaba poco de vida y, a sabiendas de que se le estaba totalmente prohibido, escapó de su jaula. Cogió rápidamente una capa y un caballo, galopando a las afueras del reino donde siempre estuvo, mirando fijamente la ventana por la que siempre guardaba su envidia en el interior, dañándole, desgarrándole, haciendo que su vida pareciera miserable ante los lamentos de las y los criados, teniendo que fingir a hacer oídos sordos por tan largo y duro tiempo, odiando su ilusa existencia a la que poco le quedaba por estar en ese tan problemático mundo donde sólo sobrevivían los más fuertes.
Ya lejos del pueblo, en mitad de un denso bosque, se bajó del caballo, apaleándole para que fuera, igual que él, libre. El camino se hizo cada vez más y más difícil de caminar, hasta llegar a un precipicio de rocas morenas y un árbol chamuscado al filo, negro como el pelo azabache del demonio que se encontraba recostado sobre él. Sus ojos eran finos y afilados, su ropa, una camiseta negra, unos pantalones negros largos que en la parte de los gemelos tenía atadas unas correas de cuero, botas negras brillantes con cremalleras y correas, una chaqueta sobre sus hombros y como no, unos diminutos cuernos y una extensa cola terminada en pica.
En príncipe, sin enterarse de su existencia, cae de rodillas cerca del filo, un poco alejado del árbol, y grita con todas sus fuerzas, desahogando todos los sentimientos que guardo por más de 10 años, por 3.680 días, por 88.320 horas, por 9.999.200 minutos, por 5.999.952.000 segundos… todo, absolutamente todo, salió junto a ese increíble grito que despertó al diablo. …ste, cabreado, se abalanzó con sus tonfas sobre el moreno príncipe de ojos miel, que le sorprendió al pobre diablo, cayendo en la peor de las trampas, llamada “amor”. El chico sólo podía mirar con esos ojos que tanto añoraron salir de esa monótona habitación, debajo de ese extraño sujeto, manchando la suave y terciopelada capa rojiza, ya que la capa negra y rasposa que usó para cubrirse, salió volando en la caída. La dorada y fina corona que llevaba rodó por todo el lugar hasta que, quedó equilibrada en el filo del precipicio, casi parecía estar volando en la nada.
-¿Qué haces aquí? Contesta o te morderé hasta la muerte- por muy enamorado que estuviera ese demonio, no significaba que lo perdonara por despertarlo de su sueño con tal grito.
-no sé. Solo corrí de mi habitación y llegue hasta aquí.
Por tal extraña respuesta, el azabache no quedó satisfecho y le apretó las muñecas que sujetaba en el suelo con una mano mientras que con la otra le acerco más la tonfa al tan fino y blanquecino cuello.
-¿Qué tipo de respuesta es esa? No me gusta repetir las cosas, así que contesta o este será tu fin.
-no importa mucho ¿no? Después de todo, dentro de poco, moriré.-el azabache le apretó aún más dolorosamente las muñecas.- itte~… me he escapado de mi habitación, soy el príncipe del reino que hay por aquí cerca. Quería explorar el mundo antes de morir-
- eso es mentira.
El príncipe, por unos segundos, puso un rostro de sorpresa, para luego formar en su rostro una gran y perlada sonrisa que no había creado desde hace un largo, largo tiempo.
-Jaja…jajajajajaja- reía a carcajadas, mientras de sus ojos sobresalían unas cristalinas lagrimas, sorprendiendo, esta vez, al demonio.- (toma aire y lo expulsa lentamente, pero aún sigue esa sonrisa), y pensar que la única persona que se daría cuenta de mis mentiras sería un demonio… es cierto que escapado de mi habitación, es cierto que soy un príncipe, es cierto que quería ver el mundo, pero… nunca desee estar encerrado en esa habitación, nunca estuve de acuerdo en que no pudiera salir, nunca- las lágrimas seguían corriendo por sus suaves y sonrojadas mejillas- nunca… ¡nunca quise ver como de felices eran los demás desde mi ventana! siempre quise romperlos… ¡que se dieran cuenta de mi sufrimiento! ¡Que gritaran de dolor! ¡De desesperación! ¡Que sufriera hasta la última persona que reía en este maldito mundo! … un demonio como tú no lo entendería… que es anhelar, que es envidiar, que es estar tan celoso que te enfermes… ¡alguien como tú-
El chico fue acallado por un fogoso beso por parte del alto, acallando todos sus gritos, y dando un punto y aparte a ese asunto.
-¿alguien como YO? ¿Qué no sé qué es sufrir? ¿Acaso no te enseñaron en la escuela qué somos los demonios?
-no… pude ir a la escuela…
-los demonios somos, exactamente, los seres humanos que cometieron un significante pecado y que rompieron todas las reglas de Dios, siendo enviados al infierno para arrepentirnos de nuestros pecados.
-entonces…
-se mejor que nadie que es el dolor, debido a que soy el príncipe de ese lugar.
-¿e -Entonces-
-¿qué hago aquí? Me he escapado.
El azabache le soltó de su fuerte agarre, dejando al príncipe con las muñecas adoloridas y marcadas, con las que se ayudó para sentarse en el suelo y quitar la arena y el polvo a su enorme capa de rey donde tenía bordadas a mano con hilos de oro flores de lis, su blanca camisa de la más fina de las sedas y su oscuro pantalón. Sus pies, adoloridos y descalzos, estaban llenos de heridas. El moreno sacó una bota llena de agua y limpió las heridas, para luego cubrirlas con la manga arrancada de su cara camisa.
-vas a destruir tu camisa.
-no importa, después de todo, cuando esté muerto, no me servirá de nada.
-¿Cómo estas tan seguro de que vas a morir?
- no lo sé… simplemente, sé que pronto llegara mi hora.
-huh… ¿Cuál es tu nombre?
- Sawada Tsunayoshi. ¿Y el tuyo?
-Hibari Kyoya.
-así que Hibari…- recogió la corona, dirigiendo su mirada completamente a ella.- supongo que yo ya no tengo derecho a ser de la realeza.- la miró por unos segundos más para luego lanzarla por el tan afilado precipicio.- Qué voy a hacer ahora…
- quédate a mi lado.
- ¿Qué?
- te dije que no me gustan repetir las cosas.
-cierto… quedarme aquí…
- sé mi esposa
Tsunayoshi se puso completamente rojo, mirando con los ojos de par en par al que se le acababa de aclarar.
-Q-que… ¿¡¿¡QUEEEE?!?!!?
- cásate conmigo. ¿También te tengo que explicar eso?
- p-pero eso quiere decir q-que…
- te deseo.- se sentó nuevamente en el suelo, apoyando su espalda en el ennegrecido árbol. Aprovechando el shock del ojimiel, le cogió del brazo y lo obligó a caer en sus piernas, para luego cogerle el mentón y acércaselo con una maliciosa sonrisa a su rostro- ¿y… tú?
- …-El príncipe solo pudo sonrojarse, dejando pálido a un tomate.- eres un tramposo.
Y así, los pocos centímetros que les separaban uno del otro, se unieron, una vez más, en un único y lento baile donde los únicos bailarines eran un príncipe que había huido de su reino y un demonio, también príncipe, que al igual, había huido de su reino.
………
Había una vez, un príncipe de un reino que era tan bello y engatusable que le encerraron en su habitación hasta que, al cumplir los dieciséis años, huyó del palacio, a sabiendas que le quedaba poco de vida, llegando hasta un precipicio donde desahogó todos sus oscuros pensamientos y encontrando a un demonio, del cual se enamoró, decidiendo que se quedaría a su lado hasta el último exhalo de vida que le quede. Tras siete días de vida, murió a su lado, apoyado en el oscuro y negrizo árbol del cual había salido unos pequeños brotes verdes. Para cuando murió, el demonio utilizó hasta la última gota de magia para que el moreno quedara para siempre con esa forma, como si estuviera durmiendo, con una dulce y agradable sonrisa, siendo abrazado por el demonio, que cayó en un intenso e interminable sueño junto con su amante.
O eso es lo que cuenta la leyenda...
-Ne~~ Kyoya...¿por qué me convertí en un demonio?
-porque te casaste con uno.
- ¿y por que soy la REINA?
- Claramente porque yo soy el rey y...- acerca el rostro desde su trono hasta el de su "esposa", que se puso rojo al escuchar esas palabras- y porque tu eres el que recibe.
- maldito demonio...
Hibari sólo contestó con una pícara sonrisa.
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