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Hijo del cielo por Hon no inku to tsuki no hana

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Notas del capitulo:

G♠: one shot no. 7. (Aviso, es muy corto)

Una respiración acelerada, agitada, asustada, corría por un denso bosque, siendo perseguida por una manada de lobos blancos en la noche. Su mirada buscaba desesperadamente una salida, un lugar seguro a dónde acudir; ¡bingo! A lo lejos se veía una tenue luz. Las cristalinas lágrimas que se resbalaban de los dorados ojos como el sol se derramaron por la oscura tierra que arañaba los blancos y descalzos pies, su hermosa vestimenta blanca se manchaba a cada paso que daba y se rasgaba con las ramas que se le enganchaban al correr. Su desordenado cabello moreno se movía al son del viento, que le daba en la delicada cara. Ya cansado, aporreo la puerta, encontrándose con un niño de cabellos negros como el carbón y una grisácea aguda mirada.

-¿Qué quieres, herbívoro?

- ¡por favor, déjame entrar, unos lobos me están persiguiendo!

Los fuertes aullidos se escullaban cada vez más cerca, por lo que el chico le creyó y le dejo entrar rápidamente, a la vez que cerraba todas las puertas y las ventanas con pestillo.

-¿acaso ere tan estúpido de salir a estas horas al bosque? Podrían haberte mordido hasta la muerte.

- l-lo siento…

- tu nombre.

- ¿eh? ¡Ah! Tsuna...yoshi. Y… ¿tu?

- Hibari. Coge unas mantas del armario y sube al techo. Vamos.

-¡ah! ¡Sí!

Torpemente, Tsunayoshi cogió las sabanas y, como no, estuvo a punto de caerse más de una vez por las escaleras. Al mirar el cielo, el azabache se dio cuenta de que esa noche era luna llena y se veía extremadamente blanca y grande. Tsuna se puso una de las sabanas encima, ya que estaba empezando a tener un poco de frio. Ya que no tenían más prisas, hibari se dio cuenta de lo lindo que era Tsuna y este se dió cuenta del atractivo del mayor. Lentamente, las horas pasaron, cada uno viendo el hermoso cielo nocturno, mientras que el moreno apoyaba con una sonrisa la cabeza sobre el hombre de Hibari.

Dieron las ocho…

Cada momento sus rostros estaban más cerca uno del otro, a la vez que sus corazones aceleraban sus pulsaciones.

Dieron las nueve…

Los lobos ya se habían ido, pero ellos no bajaron, sólo miraban la misteriosa luna.

Dieron las diez…

Las heridas del menor ya le dejaron de doler, pero aun así, su corazón no le paraba de doler, ¿Por qué será?

Dieron las once…

El azabache lo único que podía pensar era en el que ahora estaba recostado sobre su cuello, siendo incapaz de darse cuenta de que se estaba enamorando.

Dieron las doce…

Doce campanadas se escucharon desde el interior de la casa. De alguna manera, el moreno comenzó a brillar. Sus heridas desaparecieron; los harapos sucios se convirtieron en una camiseta con el celeste cielo y esponjosas nubes y unos pantalones con  el atardecer; una capa donde estaba la noche reflejada, adornado por un millar de luminosas estrellas y abrochado por un plateado broche como la luna llena de esa noche. Entre destellos, comenzó a volar, alzando sus manos al otro chico mientras gritaba desesperadamente su nombre. Pero Hibari no lo pudo retener por completo y se soltó de su agarre, mientras decía unas pocas de palabras:

-Te quiero, Hibari.

Y desapareció de su vista para siempre. Unas cristalinas lágrimas empezaron a recorrer sus mejillas, dándose cuenta del gran error que había cometido.

-Te esperare siempre, hijo del cielo.

Desde entonces, cada luna llena, se escuchaba como el hijo del cielo le cantaba a su amado con su dulce voz, con lo que el respondía con un “te quiero” desde su techo.

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