¿Y si los ojos pudieran leerse, unos a los otros? Sin necesidad de palabra alguna, sin búsqueda más que la mirada del otro.
Que así se pudieran contar historias, que así se pudieran decir cosas, que así se pudieran recordar las mismas memorias… Y que así, el habla sobre.
Que al hallar la indicada, lo halles todo.
Cuando la mirada de MinHo finalmente había cruzado con la suya, fue algo así.
Había esperado acercarse a charlar apenas esto sucediera... (Apenas el más alto notara de una buena vez su mirada penetrante, que ya casi parecía acosadora). Tal vez se aclararían sus dudas al hablarle, había pensado.
Pero no.
TaeMin, ahora cabizbajo, se reprendía en susurros a sí mismo, preguntándose por qué luego de ya varias horas de estarse preparando mentalmente, no se había atrevido a caminar unos cuantos metros y pronunciar un simple saludo.
Luego de algunos segundos, se recompuso. Contó en reversa, obligándose a sí mismo a fijar su mirada apenas la cuenta llegara a cero, para poder volver a divisar a su amor platónico de aquella noche. El cual, estaba casi seguro, ya había visto antes.
Para su sorpresa, cuando volvió a mirar hacia arriba, el susodicho seguía mirando hacia su dirección, y luego saludó.
Saludó.
Tímidamente, TaeMin alzó la mano, y sin haberla ni estirado bien, escuchó unos tacones corriendo detrás de él, luego pasándolo de largo, y luego dirigiéndose hacia donde había sido su punto fijo a lo largo de casi toda la ceremonia.
La mujer había llegado a su parada, y saludó al chico con un abrazo casi exagerado.
Metió su mano en el bolsillo de su pantalón de vestir, disimulando el haber —casi— saludado a quien en realidad no lo saludaba.
—¡MinHo! ¡Hace tanto no te veía! —exclamó la misma, casi dejando sin aire al recién nombrado.
MinHo.
¿Se trataba de él, o ya estaba a un paso de enloquecer?
Su mente de repente se llenó de recuerdos. Recuerdos que había tratado de evadir al verlo, pero que inevitablemente atacaban su cabeza al oír aquel apelativo.
Dos adolescentes jugando fútbol en medio de la autopista. Algunas ventanas rotas, vecinos quejándose, heridas, una que otra venda, pero llegando el atardecer siempre risas interminables para finalizar. Noches de videojuegos, comida y canciones a todo volumen. La última noche, acompañada de una repentina confesión…
TaeMin sonrió al vacío, con sus ojos ahora perdidos al frente. Negó con su cabeza.
Sí, seguro. Estaba enloqueciendo.
Suspiró, convenciéndose de que tan solo estaba soñando despierto, y dio media vuelta.
MinHo pestañeó una vez, dos, tres veces.
Sus brazos con torpeza respondían al abrazo de su tía-abuela, pero no podía dejar de ver al chico que, a la lejanía, había sonreído en su dirección, y que ahora se alejaba con pasos lentos en dirección contraria.
—Tía, ¿cómo estás? —contestó sonriente cuando su familiar se había alejado lo suficiente como para tener una conversación amena y en comodidad—. ¿Te ha gustado la boda?
Había pasado mucho tiempo… ¿Se estaba confundiendo de persona?
| ღ |
El ramo de la novia voló por los aires mientras alaridos se oían, viéndose alzados muchos brazos, luchando por ser su dueña la afortunada.
—¡Lo tengo! —gritó una señorita, agitando las flores por arriba de su cabeza y con una sonrisa de oreja a oreja.
La multitud le aplaudió, y más aún cuando la novia, protagonista de la noche, fue a darle un gran abrazo.
TaeMin dio un sorbo a su vino en copa, mirando atento ese momento con una pequeña sonrisa contagiada. Se encontraba sentado a un extremo del salón, en una de las sillas libres alrededor de la mesa adornada hasta por donde no.
—¿Crees que se case pronto? —una voz masculina se oyó, cerca de su oído.
Volvió su rostro para mirar a quien le había hablado muy de pronto, y muy de cerca.
Su boca seguía pegada al borde de la copa, ampliando sus ojos al ver a ese chico que tanta intriga le había causado esa noche.
MinHo tomó asiento a su costado, llevando su torso hacia adelante, apoyando todo su peso en los codos colocados sobre sus piernas.
—Ho… Hola. —TaeMin se dio una cachetada mentalmente; se recompuso, bajando el vidrio lleno de alcohol y enderezándose, entonces continuó—. Tal vez se case… Bueno… No lo sé. Pero se le ve con ilusión; espero que sí.
MinHo le sonrió, asintiendo un par de veces antes de desviar su mirada para convertirse en un espectador más de la alegre escena.
—Su novio es mi amigo y le pedirá matrimonio, así que… —dijo el mayor entre ambos, hablando casi con orgullo paternal. Estaba muy feliz por ellos— hoy, al menos, el mito del ramo de novia fue acertado, ¿eh? —Al terminar, sus ojos volvieron a tomarle atención a su acompañante, sonriendo una vez más para él—. ¿TaeMin, cierto? ¿Tanto te demoras en hablarme que debo venir yo a saludarte primero?
El menor rio de puros nervios, luego de haber negado con su cabeza con cierta timidez.
—Pero si no me has saludado…
—Pues ho-
—¡Hola, MinHo!
—¡Eso es trampa!
| ღ |
—¿Supiste que era yo o dudaste?
—Dudé…
TaeMin mordió su labio inferior de los nervios apenas inquirió.
Mordió con más fuerza al oír su respuesta.
—O tal vez eso fue lo que quise creer. Convencerme de que estaba dudando… Porque no creí verte luego de que te mudaras, Taem. Perdimos el contacto.
—Ha pasado mucho.
—Bastante.
Silencio.
No se miraban al hablar, miraban al cielo.
No era cosa de todos los días ver a dos jóvenes varones mirando las estrellas, vestidos de gala y recostados sobre el césped de algún parque equis, de esos parques que se encuentran escondidos en medio de la ciudad, como si huyeran del alboroto urbano, aunque aún así, los rascacielos los rodeen, observando.
No era cosa de todos los días, pero a ellos no les importaba.
—¿Sabes? Tengo una habitación en mi apartamento, y pensaba alquilarla…
—No planeo quedarme…
—¿Por qué no? —MinHo fue el primero en cambiar de posición, para así poder mirarle. Tomó su mano, entrelazando sus dedos—. Éramos… los mejores amigos.
TaeMin sintió sus ojos humedecerse. De un tirón rompió el agarre de manos, con su respiración agitada y sin saber qué hacer.
Hace cuatro años sus padres le habían dado la posibilidad de quedarse, no tener que mudarse con ellos, y aunque él hubiera querido tomar la oportunidad, contra su voluntad no lo hizo.
Había tenido miedo.
Porque le gustaba MinHo y eso no era “normal”.
—Por esto. —Se impulsó para sentarse. Rozó con sus dígitos la zona que MinHo había tocado al agarrar su mano… ¿Qué significaba eso?—. No creo que hayas olvidado lo de antes… ¿Y ahora haces esto? Por eso no quise venir a la boda con mi familia; temía encontrarte, MinHo. No quiero que me sigas gusta-
En un abrir y cerrar de ojos, el más alto ya lo estaba besando.
En el movimiento de sus labios, en la unión de sus bocas, MinHo le dijo “Me gustas” una y otra vez.
Al mirarse, la confesión de amor que TaeMin había dicho a los diez y seis años se reflejó nuevamente.
—“No sé desde cuándo, ni por qué. Sé que no debería estar sintiendo esto, pero me gustas mucho” —citó el mayor, ahora tomando a su mejor amigo por sus mejillas, acariciando estas—. ¿Por qué, Lee TaeMin, me dices eso y luego huyes de mí?
Los ojos de MinHo eran tan sinceros, tan llenos de amor, y TaeMin simplemente no podía desviar su atención de ellos.
Lo sabía. Había hallado la mirada indicada, lo había hallado todo.
—¿Todavía está libre el alquiler? —murmuró TaeMin casi rozando los labios ajenos, riéndose por lo bajo.
MinHo sonrió, triunfante, lleno de vida.
—Bienvenido de vuelta, mejor amigo.