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Quasimodo por Minhoshi

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Notas del fanfic:

Nombre del One Shot: Quasimodo.

Autor: Minhoshi.

Pareja principal: 2MIN

Proyecto: "Warm love in August" de TwoMin Planet.

Notas del capitulo:

One Shot para el día 5 de Agosto, incluido en el proyecto "Warm love in August" de TwoMin Planet.

Estoy muy feliz de poder participar de este proyecto y de que me dieran el espacio para compartir esta pequeña historia.

Espero que les agrade a todos y muchas gracias por leerla. Fue creada por y para ustedes, así que siéntanse con la completa libertad de dejar todo tipo de review.

Si desean leer más escritos de mi autoría, entren a mi cuenta y allí encontrarán mis dos fics.

Muchas gracias a TwoMin Planet y a ustedes. 

¿Alguna vez sintieron la necesidad imperiosa de salir corriendo, sin mirar hacia atrás, sólo teniendo el futuro por delante? ¿Alguna vez quisieron olvidarse por completo de todas aquellas huellas, marcas indelebles de traiciones, que se impregnaron en la piel con el correr de las horas? ¿Alguna vez anhelaron con borrar los eventos pasados que determinaron lo que uno es hoy en día? ¿Alguna vez desearon con todas sus fuerzas poder ser otra persona, sin historia, sin nombre, sin identidad? ¿Alguna vez…?

 

El sol ascendía sobre las montañas que rodeaban el pequeño pueblo de Andong Hahoe, una tradicional aldea de Corea del Sur, la cual era conocida por parecer un paraje que el pasar del tiempo había olvidado. Sus casas, magníficas construcciones, aún mantenían intacta la arquitectura típica del siglo XV. A su alrededor, el campo inmenso con frondoso follaje se extendía a diestra y siniestra. Para culminar, un majestuoso lago cristalino en el cual los niños solían bañarse, ornamentaba lo que sería considerado el paisaje perfecto para despertar todas las mañanas. Allí, en la cuarta casa, una madre gritaba a causa del dolor que estaba padeciendo. Todas las mujeres del pueblo se habían congregado en redor del emocionante evento tan esperado por los habitantes. Un bebé estaba naciendo y eso significaba que un nuevo miembro del clan Choi sería agregado a la lista de herederos de Andong Hahoe. La mujer se encontraba en su recámara, acostada, en trabajo de parto. Una de las abuelas del lugar realizaba con gran maestría todo lo necesario para que el niño naciera sano y fuerte. Sin embargo, algo estaba sucediendo ya que la mujer se encontraba muy adolorida y eso no era normal. La abuela trataba de controlar la inevitable hemorragia que se estaba produciendo, pero su trabajo principal era hacer nacer al bebé cueste lo que cueste. Luego de doce horas de trabajo, por fin el llanto del neonato irrumpió en el pueblo, anunciando su llegada al mundo. Las mujeres asistentes de la abuela tomaron al recién nacido entre sus brazos y comenzaron a limpiarlo y a prepararlo para la presentación; la abuela, por su parte, se ocupó del cuerpo que yacía sin vida en la cama. Un bebé había nacido y una madre había muerto.

Los días pasaron y las mujeres del pueblo decidieron llamar al recién nacido con el nombre de Minho, que significaba “el de brillante astucia”, ya que desde muy pequeño demostraba manejarse con gran inteligencia. Sin embargo, esa capacidad mental sería determinante en la vida del pequeño Minho. A la edad de cuatro años, entendía perfectamente que su madre había muerto en el parto, en el momento exacto en el que él había nacido, que se encontraba en un pueblo conocido por tener estructuras arquitectónicas propias del Siglo XV aunque él vivía en el año 1995. Su astucia e inteligencia hicieron que rápidamente se convirtiera en uno de los más sabios del lugar; el más sabio, de hecho, que había vivido en Andong Hahoe.

Un día de otoño bastaría para que todo cambiara. El pequeño Minho solía dar un paseo en soledad alrededor del lago, no muy lejos de la casa en la que vivía. Siempre solía realizar la misma actividad: caminar hasta una forma rocosa, sentarse sobre ella y observar el movimiento del agua. Estos tres simples pasos lo tranquilizaban y le brindaban serenidad a su alma. Sin embargo, cuando estaba por llegar, su pie se trabó con otra piedra y cayó, golpeándose la cabeza del lado derecho. Sin bien en ese momento no le produjo mucho dolor, allí comenzaría el cambio de su vida. Las jaquecas empezaron a ser frecuentes por la noche y sus sueños, más vívidos. En uno de ellos, se vio a él mismo escribiendo sobre una hoja de papel, totalmente inmerso en sus pensamientos. Minho jamás había pensado en ello, pero a partir de ese momento se dedicó a practicar su escritura, haciendo que su técnica mejorara con el paso de los días.

Con sólo seis años, Choi Minho era capaz de escribir cuentos de cien páginas, en los cuales sus personajes siempre se trataban de héroes que debían recorrer un largo camino para llegar a su destino, el cual le fue asignado por los dioses. Él nunca había leído libros sobre Cantares de Gesta, ni siquiera los poemas épicos de Homero, sin embargo Minho era capaz de recrear todos aquellos elementos necesarios para formar así una aventura sin igual. Nadie, jamás, había leído sus cuentos. El pequeño los guardaba, bajo llave, en su recámara. Mientras los niños jugaban en el lago, o volaban cometas de papel, Minho se sentaba en un rincón a seguir escribiendo. Sin saberlo, estaba desarrollando una historia de vida, reflejándose él mismo en sus escritos. El resto de los habitantes de Andong Hahoe comenzaron a temerle, ya que Minho nunca hablaba con nadie. En las fiestas propias del pueblo, cada mujer, hombre y niño se reunían en el monumento principal de la aldea, mas siempre Minho se ausentaba. Jamás nadie pudo sacarle ni una sola palabra, sino que todos ganaban una mirada de odio cuando se le acercaban. Con el tiempo, decidieron finalmente ignorarlo y hacer de cuenta que el pequeño simplemente estaba pasando por una faceta dura de la madurez. “Pronto se recuperará”, decían las madres, mientras lavaban ropa a orillas del lago.

Lo que nadie sospechaba era que, lejos de ignorarlos, Minho constantemente los observaba y formulaba juicios morales sobre ellos. El pequeño sabía, muy dentro de su alma, que ninguno de los habitantes de aquella olvidada aldea eran quienes decían que eran. Para Choi Minho, todos fingían ser alguien, ocultando su verdadera identidad. No sabía cómo explicarlo, pero él estaba seguro de que su vecina no era su vecina, sino otra persona; el anciano del frente no era el verdadero anciano; la partera, una simple impostora. Había llegado a pensar que alguien secuestraba a las verdaderas personas y las cambiaban por otras, impostoras, que adoptaban el nombre y la vestimenta de la real.

Para Minho, él era el único que era real en el pueblo. Él era tan inteligente que no habían podido sustituirlo por nadie. Ese era el motivo por el cual todos lo ignoraban y lo miraban de modo tan extraño. Sin embargo, la prueba más fehaciente que poseía era sus escritos. En ellos, Minho podía recrear a personajes con una historia tan profunda y complicada que él mismo se daba cuenta de que no era posible que fuera todo fantasía: alguna cuota de realidad debía existir en sus personajes, de algún lado tuvo que haber sacado la información necesaria para crear sus historias. Llegó a la conclusión de que él escribía sobre personas reales, que había conocido en algún momento, pero fueron sustituidas. Cada vez que miraba a uno de los habitantes, lo fulminaba con la vista mientras susurraba la palabra “impostor”. No debía hablarles ni relacionarse con ellos, porque correría el peligro de que lo conocieran y de que vieran cómo eran sus reacciones; de esa forma, podrían conseguir el impostor perfecto para él.

No podía soportar aquellas falsas miradas, sonrisas cargadas de malicia, esperando a que él flanqueara para secuestrarlo y sustituirlo por un falso Minho. Cansado, se marchó una noche llevando solamente consigo sus cuentos y personajes heroicos sobre sus hombros. Jamás miró hacia atrás, jamás nadie se preocupó por él. En la aldea, Choi Minho se convirtió en una leyenda, en un rumor, en un cuento más. Sin embargo, él existía y era el verdadero Minho, escapando de todo aquello que lo perturbaba y no podía dejarlo dormir. Con sus viajes, descubrió que la situación había empeorado: a donde quiera que fuera, se daba cuenta de que el sitio estaba repleto de impostores. No sabía cómo explicarlo, pero Minho miraba a las personas y podía identificar que no eran ellas mismas, sino alguien más. Esto hizo que el pequeño Minho corriera de un lugar a otro, escondiéndose en la negra noche para que nadie lo encontrara jamás, escribiendo sobre miles de vidas que habían sido olvidadas y, al parecer, a nadie más que a él les interesaban.

Los años pasaron y Minho se asentó en Seúl, la magnífica capital de Corea del Sur. A la edad de dieciocho años, había trazado un plan magnífico: si él vendía sus cuentos, los impostores se darían cuenta de que él sabía que eran simples farsantes y se marcharían de allí, despavoridos. De esa forma, él podría demostrar que su teoría era la correcta. Con unas maderas, construyó un escritorio y una silla, los cuales colocó en la plaza principal. Ya nos podríamos imaginar que su puesto de venta no era el más visitado, excepto cuando de policías se trataba. Sin embargo, todas las tardes se sentaba a vender sus cuentos. De vez en cuando, uno que otro niño se acercaba para ojear las páginas amarillentas, pero sus padres inmediatamente los tomaban de sus pequeños brazos y los obligaban a marcharse. De esa forma, Minho descubrió que los niños de Seúl todavía no habían sido sustituidos. Ellos eran reales, identidades vírgenes sin mancha alguna.

Un día de invierno, cuando el frío era tal que le calaba sus huesos, Minho no había vendido uno sólo de sus cuentos. Cuando estaba a punto de marcharse a su escondite, una persona se detuvo frente a él y tomó, sin decir palabra alguna, uno de sus cuentos y comenzó a leerlo. Minho, inmediatamente, lo miró con el ceño fruncido ya que se trataba de un adulto, aproximadamente de su misma edad. El contrario era una persona delgada, de una estatura un poco más baja que la propia, de cabello oscuro recortado. Minho desvió la mirada ya que, si se trataba de un adulto, entonces ya había sido sustituido. No debía realizar ningún tipo de contacto con él, sino simplemente vender su cuento y hacer que se marchara. Era imperioso que no descubrieran que él era el verdadero Minho.

Sin embargo, la persona que leía su cuento se quedó allí, haciendo como si el vendedor no existiera, mientras leía el cuento con avidez. Minho comenzó a sospechar que algo andaba mal: nadie se había quedado tanto tiempo leyendo sus cuentos. Levantó la vista y se topó con un muchacho que llamó su atención con rapidez. Jamás había visto a una persona de ese porte, sereno y tranquilo. De alguna forma, le brindaba confianza. En ese momento, se reprimió a sí mismo para no caer en los juegos que los sustitutos brindaban. Debía soportar cualquier tentación, debía proteger su identidad. El joven terminó de leer su cuento y lo depositó nuevamente sobre la precaria mesa, encima de una pila de escritos de hojas amarillas. Le sonrió a Minho y comenzó a hablar: —Eres excelente escritor. Nunca había leído un cuento épico que me llamara tanto la atención. — El tono de voz llamó la atención de Minho, quien levantó la vista sin poder contenerse. El contrario le sonreía con dulzura y con un ánimo peculiar. Sin poder creer lo que hacía, Minho asintió con la cabeza, como si estuviera dando las gracias. El contrario volvió a hablar, pero esta vez más efusivamente: —Soy estudiante de Psicología y puedo decirte que tus cuentos son maravillosos. Si me permitieras, quisiera comprarte todos ellos para leerlos y analizarlos.

Esto definitivamente era lo más extraño que le había sucedido en su vida. El joven no solamente le había sonreído, sino que había compartido una información de su vida. Minho no sabía cómo reaccionar, de modo que asintió y comenzó a juntar sus escritos en una sola pila y los depositó frente al joven, quien tenía la billetera en la mano.

—¿Cuánto costaría todo?

Jamás había pensado en un precio definitivo. Él simplemente quería venderlo todo, para que los sustitutos desaparecieran. Su mirada se centró en el vacío mismo, como si un agujero negro estuviera comiéndole el cerebro. Sin embargo, la risa ajena lo trajo nuevamente a la realidad. Al parecer, el accionar de Minho le causaba gracia. El vendedor trató de hablar, formular algún precio, pero lo único que pudo salir de su boca fue: —Es gratis.

Desde ese momento, la relación entre ambos comenzó a plantar sus semillas, aunque Minho lo quisiera negar. Todas las noches, el misterioso joven se aparecía por la plaza principal en busca de su escritor favorito, el cual, sin creérselo aún, lo esperaba con un cuento nuevo. La temática siempre era la misma: héroes que debían atravesar un camino largo, repleto de obstáculos, para poder llegar a su destino. Minho jamás pudo cobrarle ni un centavo al joven lector, todos sus escritos fueron gratis. Sus conversaciones no se extendían de los saludos formales y las despedidas, hasta que una noche el joven lector tomó su cuento y le dijo sonriendo: —Soy Taemin.

Minho se maldijo por dentro. No quería saber su nombre, ni su edad, ni qué hacía de su vida. No deseaba conocer a profundidad a un impostor ya que eso significaría que él corría peligro de ser sustituido. Él era real, el verdadero Minho. El contrario no podía ser el verdadero Taemin, sino un impostor que había tomado la apariencia y la personalidad del original. Pero, ¿todos eran sustitutos? La duda comenzó a crecerle en la cabeza, impidiéndole dormir por las noches. Poco a poco la idea de que él no era el único que era real empezó a tomar forma. ¿Y si Taemin era real y había logrado no ser sustituido desde pequeño? Cabía la posibilidad, Minho no lo podía negar. De modo que quiso probar su teoría. Al siguiente día, cuando Taemin se presentó a horario para recibir su cuento diario, Minho comenzó a hablarle: —Soy Minho. — El contrario se sorprendió frente a este hecho ya que el vendedor nunca le había hablado de su vida. Sin embargo, inmediatamente le sonrió.

—Es un placer, Minho. — La voz de Taemin fue serena, causando una pequeña alegría en Minho. El más alto pensaba que si alguna vez un impostor conocía su nombre, le sería más sencillo sustituirlo por otra persona. Sin embargo, la sonrisa de Taemin le transmitía seguridad, serenidad, como cuando era pequeño y se dirigía hacia el lago. De esa forma, supo que el contrario era el verdadero Taemin. Desde allí, ambos comenzaron a platicar aún más sobre sus vidas, aunque Minho se guardara en su interior su teoría de que todas las personas habían sido sustituidas por alguien más.

Pasaron dos años desde su encuentro y ambos jóvenes se habían convertido en grandes amigos. Taemin comenzó a invitar a Minho a su casa, la cual era un edificio de dos pisos, totalmente pulcro y ornamentado con muebles hermosos. Pero lo que más le llamaba la atención a Minho era la enorme biblioteca que se hallaba en el living: centenares de libros se encontraban ubicados en un orden especial, como si fuesen antiguos escritos. Inmediatamente, el más alto los rozaba con el dedo, con miedo a que se destruyeran al entrar en contacto con una mano extraña. Sin embargo, nada sucedía. Los libros se dejaban acariciar por el suave tacto de Minho, al igual que pronto lo haría la piel de Taemin. Nunca supieron cómo ni en qué momento sucedió, pero simplemente ocurrió como si de un destello de luz en plena oscuridad. Ambos reían, disfrutaban de su compañía y, hasta incluso, se tomaban de la mano.

—Me gustas, Minho. — Confesó Taemin, una noche, en la que leían juntos un libro de Anne Rice. El más alto lo miró por unos segundos, pudiendo ver cómo el contrario se mordía el labio inferior. Minho jamás había besado a alguien, el simple tacto con una piel desconocida lo ponía nervioso. Sin embargo, besó a Taemin en los labios de una forma torpe, pero sincera. El menor respondió aquel gesto y trató a Minho con la mayor delicadez posible, como si se tratara de una figura de cristal. Taemin entendía que el más alto nunca se había relacionado con alguien más, y eso lo cautivaba. Juntos, comenzaron una relación más profunda, donde los besos y caricias fueron testigos de cómo Minho fue enamorándose de Taemin, perdiéndose en su ser y embriagándose del olor de los cabellos ajenos. La suave piel del menor era la tentación que Minho saboreó, cual manzana prohibida del paraíso. Se fundieron hasta convertirse en una sola persona, confundiéndose identidades. Ya no importaba más nada: Minho era real y también lo era Taemin.

El mundo del escritor había cambiado por completo. Ya no se dedicaba a crear cuentos épicos, sino que utilizaba ese tiempo para poder conocer aún más a Taemin. El estudiante de psicología comenzaba a convertirse en una especie de divinidad para él, lo adoraba con toda su alma. Cada vez que Minho huía de los impostores, se refugiaba en la casa de Taemin, bajo las sábanas de su cama, donde lo esperaba hasta que éste regresara y lo consolara por toda la noche. Por su parte, Taemin le acariciaba la frente y le susurraba que todo estaría bien, que estaría a salvo y que no debía temer de las personas extrañas. Minho confiaba en Taemin con su alma. Taemin era real al igual que él.

Un día de invierno, Minho comenzó a leer los libros que el menor poseía. Más allá de la sección de poesías y tragedias, había una en especial que llamó su atención de inmediato. El más alto descubrió las enciclopedias que el menor leía en la universidad. Uno por uno, los fue leyendo, encontrándose con un mundo desconocido para él: la psicología. Se pasaba días enteros, sentado, devorando cada página como si fuera el alimento necesario para vivir. La curiosidad por saber más lo carcomía por dentro y él satisfacía esta necesidad por medio de la lectura y el aprendizaje. Nunca pudo olvidar el día en que el libro sobre enfermedades mentales cayó en sus manos, ni tampoco fue capaz de borrar de su mente la página número ochocientos once, ni, mucho menos, tuvo el valor de no memorizarse el título: “Síndrome de Capgras”. A medida que sus ojos avanzaban, devorando cada renglón como si fuera lo último que leería en su vida, su corazón comenzaba a palpitar más fuerte. Allí, frente a sus ojos, se describía una enfermedad mental en la que pudo verse reflejado. ¿Qué era todo eso? ¿Qué le estaba pasando? Frases como “ilusión de los dobles” o “sistema límbico” le causaban pánico. Tiró el libro lejos, haciéndolo chocar contra una pared. No pudo evitar que los gritos escaparan de su boca, mientras se llevaba las manos hacia su cabeza que comenzaba a dolerle. Taemin entró en ese momento y corrió hacia donde se encontraba Minho, para abrazarlo y calmarlo. Pero el más alto no podía dejar de gritar y llorar, sintiéndose desnudo, indefenso, enfermo.

Luego de unos días, Taemin comenzó a ausentarse a sus clases para acompañar a Minho en su soledad. Todas las noches le susurraba lo mismo: —Todo estará bien, amor. — El más alto simplemente lloraba, desconsolado, sintiendo cómo toda su vida fue una mentira. Lo comprendía perfectamente, él estaba enfermo. Taemin simplemente lo abrazaba y lo envolvía con su amor, en el cual Minho se refugiaba como un niño pequeño. Por fin, el menor tomó el coraje y lo encaró. —Amor, creo que debes ir a un hospital psiquiátrico. Si de verdad crees que estás enfermo, allí podrán curarte. — Minho simplemente miraba al suelo, sintiendo la voz de Taemin lejos, muy lejos de él. Taemin se exasperaba y se acercaba para tomarlo por los hombros. —Debes escucharme. Te necesito, Minho. Estás lejos y te necesito cerca. — Las súplicas constantes de Taemin hicieron que el más alto reaccionara y lo mirara a los ojos. Pudo ver en ellos el reflejo de él mismo, tirado en el suelo. No podía hacerle eso a la única persona que había sido real para él. Taemin era real, lo podía ver en la negrura de sus ojos. Minho se puso de pie lentamente, para luego besar al contrario de forma pausada, sellando la decisión que no se animaba a pronunciar con sus labios.

El Instituto Nacional de Psiquiatría de Seúl recibió al paciente Choi Minho, de veintidós años de edad, y lo cobijó entre sus paredes. El joven fue diagnosticado con el Síndrome de Capgras, enfermedad descubierta por el psiquiatra de tal apellido en 1923, la cual consistía en un trastorno mental que afecta la capacidad de identificación del paciente. La persona que lo sufre, cree que las personas que lo rodean son impostores, farsantes, ocupando el lugar de la persona original. Minho era visitado por Lee Jinki con frecuencia, el médico encargado de su caso, sin embargo nunca decía nada. Se sentía herido, descubierto, en peligro. De vez en cuando, Minho era afectado por los ataques de pánico, deseando escaparse, rasguñando las paredes acolchonadas. Gritaba más de una vez hasta que las enfermeras aparecían y él se retraía hacia un rincón, tirándose al suelo y tapándose el rostro. —Todos son farsantes. Yo soy real. — Murmuraba sin cansancio. Extrañaba los días en los que podía ser libre, tomar la mano de Taemin y sentir cómo los rayos de sol rozaban su rostro.  

Rechazaba los medicamentos, vomitándolos más de una vez en cuanto lo dejaban solo. Tenía miedo de que las personas del hospital lo tocaran. Comenzó a creer que por fin estaba sucediendo lo que más había temido toda su vida: estaba comenzando a ser sustituido por alguien más. La idea de que un falso Minho estaba caminando en ese momento por las calles de Seúl tomaba peso y forma nítida. Lo único que lo llenaba de esperanza eran las visitas de Taemin. El menor solía aparecerse a la mañana, corriendo a sus brazos y refugiándose en el pecho de Minho. Mientras él lloraba, Taemin le acariciaba sus cabellos y besaba su frente. —Debes sacarme de aquí. Todos son impostores, no son reales como nosotros. — Murmuraba mientras temblaba. Taemin le levantaba el rostro y trataba de calmarlo, diciéndole que todo estaría bien, que debía aguantar y pronto saldría de allí para poder disfrutar de una agradable lectura junto a una taza de café.

Minho se aferró a esta idea como si su vida dependiera de ello. Con solo pensar en el rostro de Taemin, su corazón se serenaba y podía comenzar a pensar con tranquilidad. Esta práctica hacía que las entrevistas con el Doctor Lee Jinki comenzaran a ser fructíferas.

—¿Qué ves cuando miras mi rostro, Minho? — Preguntaba el profesional, sentado en una silla frente al paciente. Llevaba unas gafas de lectura y una tablilla con papeles sobre su regazo.

Minho simplemente lo esquivaba, como si tuviese miedo de verlo. —No eres un doctor de verdad. Has suplantado al verdadero. — Murmuraba, para luego morderse el labio. Jinki realizaba un par de anotaciones y volvía su vista hacia el temeroso Minho.

—Yo pienso que tú eres tan real como yo. — Sin embargo, esta frase hizo que el más alto lo mirara directamente a los ojos, como si la furia carcomiera su ser.

—¡Tú no eres real como yo, o como Taemin! — Gritaba, dolido, sintiéndose expuesto. El doctor lo observó por unos momentos y se inclinó más hacia adelante. Al parecer, algo había llamado su atención.

—Tengo registros que has mencionado el nombre de Taemin repetidas veces. ¿Me podrías contar más sobre él? — Le preguntó con un tono calmado, casi como un susurro. Minho lo escuchó y soltó un bufido.

—Taemin es tan real como yo, el único capaz de sacarme de aquí. — Sentenció, frunciendo el ceño. No le revelaría más información sobre su amado ya que no deseaba ponerlo en peligro. Sin embargo, lo que escuchó a continuación lo dejó perplejo, sin aire, como si el tiempo comenzara a detenerse.

—Taemin no existe, Minho.

Los ataques de pánico volvieron a ser más frecuentes. Los gritos y las lágrimas reinaron su universo, el cual amenazaba en destruirse en cualquier segundo. No era posible que Taemin no existiera. Por años, el menor había sido su refugio, su hogar. No aceptaría que un impostor le dijera que la persona que él amaba no era real. Ellos no eran reales. —¡Taemin! ¡Taemin! —Gritaba día y noche, llamándolo totalmente desesperado. Sin embargo, el menor no apareció en ningún momento. Minho lo necesitaba, pero Taemin no daba señales de vida. Las drogas comenzaron a ser en dosis más frecuentes y fuertes, haciendo que Minho se calmara, aunque las lágrimas no dejaban de brotar de sus ojos.

Una mañana sintió besos sobre sus mejillas enrojecidas por el llanto. Abrió lentamente los ojos, con miedo a despertar, pero lo primero que vio hizo que su corazón saltara de alegría. Allí, frente a él, se encontraba el amor de su vida. —Taemin. — Susurró, sentándose y comenzando a sonreír. Le depositó mil y un besos por todo el rostro, sintiendo la piel cálida del menor. Tocó sus cabellos, sus ojos, sus manos. Todo era real, tan real. —Ellos dicen que no existes, pero eres lo más real que me ha pasado en la vida. Te amo, Taemin. — Susurró, mientras sus ojos comenzaban a llenarse de lágrimas y sus manos, a temblar.

Una enfermera observaba la situación desde la ventana ubicada en la puerta. Ella veía cómo Minho se encontraba solo, acariciando al aire, susurrándole las palabras más hermosas que ella había oído. No pudo evitar que una lágrima corriese por su mejilla. La situación le rompía el corazón. No entendía cómo algo tan hermoso era una simple ilusión. El doctor Lee Jinki la tomó del brazo y le indicó que la acompañara. Caminaron juntos por los largos pasillos del hospital, en completo silencio, mientras la enfermera trataba de detener las lágrimas que corrían sobre sus mejillas. La voz del doctor llamó su atención, la cual fue calmada pero cargada de sentimiento: —Una madre y un padre centauros contemplan a su hijo, que juguetea en una playa mediterránea. El padre se vuelve hacia la madre y le pregunta: “¿piensas que debemos decirle que solamente es un mito?” —La enfermera miró desconcertada al doctor, el cual miró hacia el frente y continuó hablando: —Imagínate nacer rodeado de caras familiares, a las cuales las dotas de connotaciones emocionales. Pero, debido a un simple golpe en la cabeza, esos rostros comienzan a parecerte extraños, falsos, como si alguien hubiese ocupado el lugar de la persona original. Pronto, te das cuenta que te encuentras observado, analizado, por completos desconocidos. La soledad empieza a embriagar tu sangre, tus venas, hasta incluso tus huesos. — Manifestó, mientras se detenían en un jardín interno, adornado con hermosas flores y una pequeña fuente de agua. —Esa misma soledad hace que te escapes, que huyas lejos de todo lo que alguna vez conociste y te adentres a una realidad nueva, desconocida, pero no más desconocida que las personas que rodean. Lo único que tienes en tus manos son tus cuentos, en los cuales plasmas personajes con una personalidad tan complicada y hermosa. En ellos, tus héroes deben atravesar obstáculos para construir su identidad, la cual es alcanzada en su plenitud cuando los héroes encuentran nuevamente el camino hacia su hogar. —La enfermera escuchaba al doctor con suma atención, sintiendo cómo su corazón le dolía y sus ojos amenazaban con llenarse de lágrimas nuevamente. —Escapas lo más lejos posible de una realidad que te parece ajena, extraña, para vivir como un fugitivo, escondiéndote de todas las personas. Sin embargo, encuentras a alguien que te sonríe, te tiende una mano, te abre su corazón. — El doctor Lee Jinki soltó un suspiro y cerró los ojos por un momento, tratando de enfocar sus ideas. —A causa de la terrible soledad, la mente de Minho creó a un ser igual a él, que sea tan real como él lo era en medio de aquella tormenta de farsantes. Minho creó a Taemin para refugiarse, sentirse acompañado y entendido. Como los personajes de sus cuentos, lo dotó de una personalidad única a la cual él podía amar como nunca había sido capaz de amar. Se escondió en una casa abandonada, pero para él ese era su hogar en el cual podía vivir con Taemin.

La enfermera comenzó a unir todos los puntos de la historia, notando cómo el único deseo de Minho era poder vivir con alguien que sea real como él. Con voz tímida, decidió interrumpir al doctor: —Pero algo dentro de él lo impulso a venir aquí por su cuenta. De alguna forma, Taemin fue su salvación. — Murmuró, mirando hacia el profesional, el cual le sonrió amplio, asintiendo con la cabeza.

—Taemin no existe, pero para él es tan real como tú y yo. Taemin es una simple ilusión de su mente, pero Minho la ha abrazado, la ha besado y la ha amado. Taemin no es nada, pero lo fue todo para él.

Ambos se quedaron en silencio, observando las flores que comenzaban desaparecer en esa tarde de otoño. En ese momento, en el cuarto de internación, Minho se recostaba sobre el regazo de Taemin, llorando por lo bajo mientras el menor le tarareaba una canción de cuna, para que el pobre pudiera conciliar el sueño y adentrarse en el mundo ilusorio, en donde él y Taemin se amarían por toda la eternidad.

     

Notas finales:

Muchas gracias a todos por leer <3


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