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Tsuki no tenshi: Ladrón de media noche por Eiri_Shuichi

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Los ojos miel del detective parecían dardos mientras miraba a otro rubio que sonreía de lado, tan lleno de autosatisfacción que le hacía querer vomitar. Nunca se había considerado rebelde, aunque quizá lo era, porque desde lo más hondo de su cuerpo y su mente quería desafiarlo, a él, a la policía, a toda la nación si era necesario para no ensuciarse las manos en aquel asunto que tanto aborrecía. Probablemente el único tabú en su vida.

Deslizó sus manos a los bolsillos del pantalón, palpando con las yemas, aún debajo de la tela, la textura plástica del encendedor y las orillas bien definidas de la cajetilla de cigarros. Respiró hondo, meditando a gran velocidad el curso que las cosas iban tomando y en el que él claramente estaba perdiendo.

—Quiero una licencia— fueron sus únicas palabras, pronunciadas con toda la calma que pudo juntar mientras se llevaba el tabaco a la boca y lo encendía para calmar sus nervios con la primera calada de tóxicos y nicotina

—Me temo que eso no será posible Uesugi-san, estoy personalmente interesado en que usted coopere con su padre

—Hace más de cuatro años que no tengo vacaciones; me parece que una licencia es algo totalmente razonable— sonrió sardónico y convencido de que su jugada le daría suficiente tiempo para que el asunto perdiera fuerza o que algún nuevo cadáver apareciera y así quedara olvidado el asunto de su traslado.

—Eiri, ¿es que no te importa ni un poco tu orgullo?, se trata de tu propia familia— Taiyo, sin embargo, era el primero en responder mostrando su desaprobación, algo que en realidad pasaba con tal frecuencia que carecía de relevancia para el rubio —Seguchi, le pido encarecidamente que ignore los deseos de este hijo mío que claramente no tiene la cabeza donde debería

—En realidad Uesugi-sama, me parece que tiene un buen punto, después de todo, necesitamos que tenga la mente despejada para dedicarse por completo a este importante caso. Eiri, tiene usted cuarenta y ocho horas.

—¿Dos días?, ¡eso es una burla!

—Le recomiendo que los use sabiamente, en cuanto regrese lo quiero totalmente comprometido con este asunto y lo más importante; quiero un informe sobre el hombre al que vio en la bodega

—Hombre caucásico, cabello oscuro no muy corto, estatura promedio... tal vez unos dos o tres centímetros bajo, delgado

—Espero el informe en mi escritorio...

Seguchi se retiró sin despedidas formales, con el aire de superior que mostraba siempre cuando se imponía y que, de algún modo, conseguía disimular bajo una máscara de calma y amabilidad con la que encantaba a absolutamente todos a su cargo.

Dio otra calada al cigarro y dando media vuelta aceleró sus pasos rumbo a la salida mientras oía la voz de su padre alzarse entre las paredes hasta convertirse en un eco lejano, pero sin entender nada sencillamente porque no le daba la gana. Hirviendo de coraje y frustración subió al auto, se colocó en el asiento del piloto, ajustó el cinturón y puso las manos al volante sin encender el vehículo, con la mente más bien en blanco, cuestionándose, más de forma emocional que racional a dónde ir, con la sensación de que cualquier lugar del mundo no era suficientemente bueno o lejano, que nada valía la pena. El reloj en su muñeca marcaba las once de la mañana, el sueño de nueva cuenta se manifestaba y decidió que lo más sano era ir a su departamento para ahogarse en alcohol.

Llegó al quinto piso de un edificio blanco de entrada metálica, entró y subió las escaleras para evadir a los vecinos que pudiera encontrarse. Su propiedad era bastante austera; apenas una mesa de centro, un televisor sobre un mueble amplio de acabados oscuros y un amplio sillón crema sobre el que se dejó caer teniendo al lado, en el piso, un paquete de seis latas de cerveza que pronto tardarían en quedar vacías.

Cerró los ojos haciendo memoria; el eco de la bodega, el crujir de la madera vieja y gastada, la sensación de vértigo mientras caía, el esfuerzo en sus brazos por sostenerse de aquel frágil borde y entonces, surgiendo de la nada, la figura delgada y desconocida que lo cogía con fuerza del brazo decidida a sacarlo de aquel aprieto, a no dejarlo caer por nada en el mundo.

Después pensó en el sonido de su respiración exhausta, en su propio corazón palpitando a toda prisa y se imaginó que quizá él había sentido lo mismo, la sangre recorriendo el torrente sanguíneo hasta nublarle la vista, la sonrisa de sincera felicidad por conseguir salvarlo. La figura, toda vestida de negro se mezclaba con las sombras pero estaba indefensa, por primera vez al alcance de un policía, Eiri tan solo debía coger sus muñecas y esposarlo, algo tan infinitamente fácil que no parecía real.

Solo un pensamiento le detuvo en ese momento: un asesino no le hubiera salvado la vida.

Él nunca había creído que Tsuki fuera un homicida, aunque en el fondo ni siquiera creía que existiera como tal. Muy en el fondo sospechaba que aquellas historias no eran más que la suma de circunstancias absurdas, complejas o de menos desafortunadas en las que los casos no podían resolverse y, sin embargo, aquello era algo tan común en los hurtos de arte y antigüedades que atribuirlo a un solo individuo era una teoría absurda, tan solo creíble para los críos.

No le interesaban los robos de arte, porque le parecía poco importante que alguien que se pudría en dinero tuviera que aprender a vivir sin un cuadro o una estatua más en sus mansiones para vanagloriarse de su estatus. Los homicidios eran totalmente distintos; cualquiera podía tener un final terrible, premeditado o accidental y existían tantas oscuras motivaciones para las personas que cada caso resultaba suficientemente exigente para su mente, pero sobre todo, le permitían tener una sensación de redención, aplacar una culpa que no era suya, pero que le lastimaba más que una herida de bala.

"Tsuki mató a Sachi", había escuchado decir a su padre durante tres interminables lustros, envenenando con su propio rector a quienes lo rodeaban. Esa idea casi lo consumió al principio y de no ser por Tohma probablemente se hubiera vuelto totalmente loco, pero no ocurrió, porque ese hombre a quien podía llegar a odiar, a quien ese día quería romperle la cara, lo había apartado de ese tormento en el momento justo.

Bebió un sorbo de la quinta lata en la que solo quedaba la mitad del líquido amargo cuando la somnolencia lo venció a la vez que la luz del ocaso atravesaba el cristal del ventanal iluminando su rostro, llenándolo de una sensación cálida y familiar.

Vio una larga cabellera rubia y lacia, después distinguió un par de ojos pequeños de color miel tan resplandecientes que parecían dorados, la tez blanca, la nariz recta, los pómulos de un tono rosáceo y juvenil. Sintió un beso suave en la frente acompañado del roce de los níveos dedos delgados que se esforzaban por despertarlo completamente aunque él se negaba, con la esperanza de escuchar su voz de soprano tarareando como solía hacer para despertarlo, y es que le resultaba tan dulce que creía estar con un ángel. La miró fijamente, iba vestida toda de blanco y recordaba aquel día en particular; Mika en aquel entonces tenía doce años y estaba lejos, en Kioto, mientras que él apenas cinco y aún así todo estaba grabado en su memoria con tal claridad que podía estar ocurriendo en ese preciso instante.

—Eiri, ¿sabes qué día es hoy? — la escuchó, esa forma de hablar aterciopelada con que siempre se dirigía a él y negó con la cabeza —vamos a ver a unas personas muy especiales, pero será nuestro secreto; solo tuyo y mío.

Salieron rumbo a la estación de trenes, llevando una mochila cada uno, con el calor sofocante del verano para coger los vagones rumbo al occidente, más lejos de lo que hubiera ido jamás en su vida, pues por aquel entonces solo sabía de la existencia de Kioto sin haberlo visitado y la expectativa de realizar aquel viaje con ella le resultaba excitante. No le importó la distancia, ni el tiempo, ni la alta temperatura que lo abrumaba, con tan solo sostener la mano de esa mujer le bastaba para estar feliz y la imagen de las calles de Mizuho apenas si podía captar su atención. Entonces vio las escaleras altas de madera rodeadas de vegetación que subieron pacientemente, con el mayor de los cuidados hasta la cima en que se alzaba un Torri, la entrada al templo estaba protegida por un par de Komainu que los superaban en talla.

—Este templo es para el dios Tsukuyomi...

—El dios de la luna, ¿qué hacemos aquí?

—Vamos a orar para que el dios proteja a tu hermano

—¿Hay algo mal con el bebé?

Solo recibió una encantadora sonrisa como respuesta antes de que una figura, más alta que la suya entonces, apareció ante ellos guiándolos silenciosamente a través del campo hasta un estanque donde los esperaba una mujer ataviada en un kimono informal rosa que sostenía en su regazo a un infante dormido. Se acercaron, sin soltar él la mano de su acompañante, con miedo y curiosidad, descubriendo en aquella desconocida una gentileza que le atraía y sus ojos, grandes y expresivos, eran de un color indescriptible.

Despertó en un trance, con la mente a medio camino entre el sueño, los recuerdos y la vigilia, aspirando el aroma remanente de la cerveza que se impregnaba en sus prendas. Vio el reloj en su muñeca que marcaba las seis de la mañana de su primer día de licencia.

Fue hacia su cuarto, abrió el armario del que extrajo una pequeña caja de madera y la abrió con la esperanza de encontrar algo que pudiera serle útil mas lo único que consiguió fue una foto en que aparecían ambos acompañados de Tatsuha y Mika.

—No puede ser que no haya ni una maldita cinta... supongo que aunque la tuviera no hay como oírla después de tantos años

Revolvió su cabello con las manos llenas de frustración, reprimiendo las ganas de llorar y preguntándose si alguna vez aquel martirio tendría fin porque no creía poder soportarlo eternamente. Necesitaba aire fresco.

Era viernes por la mañana y sus vecinos comenzaban a aparecer en la calle con rumbo para él desconocido cuando subió al Mercedes Benz, encendió el motor con la esperanza de que el ruido despertara sus sentidos lo suficiente y comenzó a manejar movido principalmente por el instinto hacia la casa que no había pisado en dos años.

Clareaba mientras él se abría paso por los caminos de la urbe escuchando el estrepitoso rugido del automóvil, acortando camino por una calle pequeña y poco transitada que rodeaba un parque vacío por costumbre a esas horas, una ruta que le permitía evitar varios semáforos; pisó el acelerador con seguridad hasta que una silueta salió de entre la maleza.

Viró el volante a la vez que dejaba ir todo el peso de su cuerpo sobre el freno, en una maniobra que resultaba una afrenta a las leyes de la física, ocupando repentinamente los tres carriles de la avenida.

—¡Qué demonios crees que haces!— gritó saliendo del carro hecho una furia para ver al joven menudo con uniforme de preparatoria que estaba paralizado frente a él —¡eres idiota o estás ciego!

—¿Yo?, de qué hablas si tú eres el que iba por ahí a exceso de velocidad y... ¿ese olor es de alcohol?

—Eres un chiquillo impertinente, ¿tu madre no te enseñó a mirar antes de cruzar la calle?

—Ibas conduciendo como loco en una curva, ¿acaso no sabes lo peligroso que es eso?, pudiste matarme

—Tú eres el que estuvo a punto de matarnos a los dos, idiota

—¡Imbécil!, casi me dejas embarrado en el asfalto y ni siquiera tienes la cortesía de preguntar si estoy bien

—No seas ridículo, no funciona así; es un carro no un tren

—Tú realmente estás loco...

—¡Shuichi! — una voz desconocida irrumpió justo antes de que el rubio pudiera responder —¡Shuichi, estás bien! — un hombre joven alto de largo cabello castaño rojizo ataviado con el mismo tipo de saco y pantalón del otro se acercó rápidamente al más bajo para corroborar que no tuviera ningún daño, una escena que al detective le resultaba chocante —escuché un ruido horrible y creí que algo te había pasado

—No es nada Hiro, solo... tuve la mala suerte de toparme con un conductor ebrio

—¿Ebrio? — hasta ese momento el castaño se percató de la presencia de Eiri y lo observó con la seriedad de un adulto incluso si no parecía tener más de dieciocho años

—Deberías tener más cuidado con tu amiguito, o conseguirle una niñera porque obviamente no ha aprendido a estar solo en la calle

Una tercera figura, esta vez más pequeña se presentó; un adolescente de cabello oscuro, esbelto y ojos grandes marrones que le resultaron familiar.

—Fujisaki, perdón por dejarte así

—Está bien, veo que no le ocurrió nada a Shindou

—Por un pelo; parece que a nuestro pequeño hiperactivo estuvo a punto de atropellarlo el simpático extranjero de allá— comentó el de larga melena con sarcasmo mientras señalaba a Eiri.

—Me parece familiar...  ¿podría decirme su nombre señor?

—Yuki Eiri—respondió indiferente, usando un nombre falso que a menudo ocupaba para su trabajo, mientras encendía un cigarro y le daba una calada para relajarse no solo del accidente sino también de los tres que lo sacaban de quicio.

—Vamonos Fujisaki, aún tenemos mucho que hacer

El rubio vio como el más alto cogía a los otros dos por los hombros para alejarse sintiendo como aún lo observaban con recelo aunque no tuvo idea de la causa hasta que, dispuesto a subirse de nuevo al vehículo, se percató de que su placa yacía en el piso a un lado de este y tuvo la certeza de que al menos el más alto la había visto.

Arrancó el Mercedes Benz retomando el camino con una extraña sensación acosándolo; no volvió a acelerar más de lo necesario y para cuando llegó a la gran casa de dos plantas ya eran las ocho.

Bajó del auto tirando un cigarro al piso, el tercero de esa mañana; cruzó la alta reja dorada y cruzó el sendero hasta la puerta de madera pintada de blanco, sacó de su bolsillo un juego de llaves e introdujo una en la cerradura, esperando que aún sirviera y alegrándose al descubrir que así era. La sala seguía siendo igual de espaciosa y si bien los sillones habían sido tapizados en un color más oscuro pudo reconocer hasta los rincones más pequeños de la estancia.

—¿A qué debemos el honor de tu visita hermano? — le cuestionaron con sarcasmo desde el otro lado de la habitación —¿acaso el primogénito de la familia Uesugi decidió volver a la casa matriz?

—Ni lo sueñes Tatsuha

—Por el contrario hermano, sin ti por aquí cerca me es más fácil manejar las cosas a mi gusto

Mirar a Tatsuha era casi como verse en el espejo; tenían casi la misma complexión, estaba a punto de llegar a su estatura, tan solo su oscuro cabello y los ojos azules los diferenciaban lo suficiente y le recordaban que también era hijo se Taiyo.

—Prefiero no saber lo que haces cuando estás solo

—No gran cosa; la verdad es que la academia me tiene muy ocupado

—Como si eso pudiera detenerte

—Bueno, hay dos o tres chicas interesantes, pero nada serio. Ahora dime, ¿a qué has venido?

—¿Hay alguien más en la casa?

—Ni un alma; Mika nunca viene a menos de que nuestro padre esté y él no viene a menos de que no tenga opción. Ese lugar está cada vez más vacío.

—¿Crees que piense venderlo?

—¡Por supuesto que no!, solo evita tener recuerdos que lo pongan triste, pero jamás podría deshacerse de esta casa. Tal vez se la herede a Mika y Tohma.

—¿Aún guardan sus cosas?

—¿A eso vienes, a rebuscar en las pertenencias de los muertos?

—Solo dime donde están sus cosas

—Eiri, no te hagas esto— le suplicó el menor a sabiendas de que era inútil —el cuarto al fondo del pasillo; ahí puse todo

Notas finales:

"Overcome" - Within Temptation


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