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Two Red Lines of Fate por Gumin7

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Notas del capitulo:

~ Cumpleaaños feeliz. Cumpleaaños feeliz. Te deseeamos todos. Cumpleaaños feeliz ~ *aplaude* Feliz cumpleaños, Mise <3 Espero que lo pases muy bien en este día especial. Aquí tienes un pequeño regalo hecho con todo el cariño. Tiene dos partes y la segunda la subiré más adelante, pero ambas son para ti. Espero que este en especial te guste. Un abrazo muy grande.

  Para el resto que leéis (si es que alguien más lo lee, que nunca se sabe) también espero que os guste. Como siempre, me disculpo por cualquier falta. Ah, y si por casualidad viene alguien al que le gustan los fics de DIAURA y no es del TL y no ha indagado y bla bla bla, podréis encontrar fics geniales en el perfil: Mise_Hanakotoba. Animáos y dejadle bonitos reviews, que lo vale.   En fin, os espero en las notas finales. Pasen y lean (?)
        «El famoso actor, adorado por tantas jóvenes, vuelve mañana a su ciudad natal tras haber salido del país debido a la gran demanda y éxito que tiene en el resto del mundo. La noticia ha causado un gran revuelo en entre las jóvenes residentes en la ciudad y alrededores, y se dice que desde hoy mismo estarán esperando para poder ver en persona a...»
 
        —¿A quién le importa? —se dijo a sí mismo un molesto rubio mientras apagaba la televisión y terminaba de desayunar.
 
        —¡Shoya, vas a llegar tarde! —se oyó la voz de su madre.
 
        —¡Voy!
 
        Shoya se levantó de la mesa, se puso la chaqueta y la corbata del uniforme, cogió su mochila, besó a su madre en la mejilla y se encaminó hacia el instituto.
 
        Hoy era un día importante: era su último día antes de irse de su ciudad, pues su instituto había organizado un intercambio y él no había dudado en apuntarse. No era un gran proyecto en el que iría a otro país para aprender diferentes culturas, sino que solo tendría que ir a Tokio desde Fukuoka, que era donde vivía. No le importaba que no saliera del país, pues ya lo veía como un paso bastante grande. El intercambio estaba organizado por dos institutos de ambas zonas. Un estudiante de Fukuoka, en este caso él, sería acogido en una casa que fuera cercana al instituto de allí participante en el proyecto, y viceversa. Pensó que sería una buena oportunidad para viajar.
 
        Tras un rato caminando, al fin llegó a su destino. Entró en su clase y dejó la mochila en su pupitre de la última fila, al lado del de su mejor amigo, que ya se encontraba allí para recibirlo con una gran sonrisa.
 
        —Buenos días —le dijo este animadamente.
 
        —Hola, Kei —respondió Shoya con una sonrisa falsa que el otro no pasó desapercibida.
 
        —¿Te encuentras bien?
 
        —Sí, es solo que estoy un poco nervioso. Mañana a esta hora ya estaré en el tren rumbo a Tokio.
 
        —¿A Tokio? ¿El intercambio es en Tokio? —preguntó una voz femenina detrás suya.
 
         Shoya se giró y vio a un grupito de chicas de su clase que ahora lo miraban atentamente. Al parecer habían estado escuchando.
 
        —Sí, ¿por qué?
 
        —Oh, dios. ¿Sabes lo que eso significa? —dijo una de las chicas sin dirigirse a nadie en particular.
 
        —¿Que tendrá que salir de la isla de Kyushu? —bromeó Kei recibiendo como resultado las miradas asesinas de sus compañeras.
 
        —No —decidió responder una de ellas—. Mañana también llega a Tokio el hombre más guapo de Japón... del mundo, más bien —dijo muy emocionada.
 
        Todas suspiraron a unísono y se pusieron a hablar entre ellas de aquel hombre. Shoya y Kei se miraron extrañados.
 
        —¿De quién se supone que hablan? —preguntó el más alto.
 
        —Seguramente del actor este... no recuerdo su nombre, pero será él. Lo he visto esta mañana en las noticias.
 
        —¿A ti también te gusta o qué? ¿Irás a verle? —se burló.
 
        —Antes muerto.
 
        Ambos rieron y se sentaron en sus respectivos pupitres cuando llegó el profesor. Aquel iba a ser un día muy largo.
 
 
~*~
 
 
       A la mañana siguiente, despertó una hora más temprano de lo que debería. No había pegado ojo. Se levantó enseguida y se vistió con la ropa que preparó la tarde anterior. Cogió sus maletas ya hechas y las colocó delante de la puerta para cuando saliera. Ni siquiera desayunó, sino que simplemente se sentó en el sofá a esperar a que su madre despertara y le dijera que estaba lista para llevarlo a la estación. Estaba nervioso, pues era la primera vez que salía de su casa por tanto tiempo.
 
        «—¿Cuánto tiempo dura el intercambio? —le preguntó su mejor amigo.
 
        —Un mes.
 
        —Joder... eso es mucho tiempo.»
 
        A Shoya se le hizo un nudo en estómago al recordar la conversación que tuvo con Kei. Quiso llamarlo y pedirle que le mintiera y le dijera que no era nada; que estaría bien y que le llamaría todos los días, pero era demasiado temprano. Probablemente le mataría si lo hiciera. Solo le quedaba esperar en silencio; ya no había vuelta atrás.
 
        Finalmente, tras lo que a Shoya le parecieron horas, su madre se levantó, se arregló y salieron en dirección a la estación de Hakata. Aún no había salido el sol y eso solo consiguió ponerlo más nervioso. El nudo de su estómago cada vez se apretaba más y sentía náuseas con solo pensar en el viaje que le esperaba.
 
        Llegaron a la estación en poco tiempo. El tren bala salía pronto, así que no se entretuvo demasiado, salvo para abrazar a su madre como si fuera la última vez que la iba a ver. Subió al tren y esperó a que este comenzara a moverse.
 
        Los minutos iban pasando muy lentamente. Intentó dormir, pero no logró más que cinco minutos de sueño entre sobresaltos que terminaban por despejarlo. Intentó mirar por la ventanilla, pero no logró más que ponerse más nervioso aún pensando en lo mucho que se estaba alejando de su entorno. Miró una y otra vez el folleto del intercambio en el que tenía apuntado el plan de viaje: 
 
        «Subir al Kodama que va desde Hakata hasta Shin-Osaka recorriendo la línea Sanyo. Bajar en Osaka y subir al Kodama que te llevará hasta Tokio por la línea Tokaido».
 
        Suspiró. El tren Kodama era el más lento de todos los que podían llevarlo hasta Tokio, pero era el primer intercambio del colegio; no se esperaba más. Siguió todas las instrucciones del folleto y, cuando se quiso dar cuenta, el tren se estaba deteniendo en la estación de Tokio.
 
        El viaje se le hizo pesado, pero al fin había llegado a su destino. Salió de la estación y respiró muy hondo. Al fin había llegado a la “gran” ciudad. No pudo evitar sonreír al verse allí. Se sentía libre y ardía en deseos de verlo todo. Los nervios iniciales habían desaparecido; estaba muy emocionado.
 
        Se suponía que debía esperar en la entrada al director del instituto al que iba a asistir durante el mes, pero unos gritos llamaron su atención un poco más allá de allí y decidió agarrar sus maletas y acercarse a ver qué pasaba.
 
        Un grupo bastante grande de chicas rodeaba la otra entrada que había a unos pasos de la que había salido Shoya. Le pudo la curiosidad, así que se acercó a una de ellas, que cargaba un gran pastel con una pinta bastante buena, y le preguntó.
 
        —Perdona, ¿qué está pasando?
 
        —¿No te has enterado? —le respondió la chica con entusiasmo y una gran sonrisa y le señaló un cartel publicitario que adornaba uno de los edificios de la calle.
 
        Debió de imaginárselo. En el cartel aparecía aquel actor que tanto gustaba a las chicas y que él mismo había visto en las noticias la mañana anterior. Enseguida ató cabos y cayó en la cuenta de que ese hombre volvía a Tokio ese día. Vaya suerte.
 
        No le dio tiempo a seguir pensando porque las chicas comenzaron a gritar más alto: el prestigioso actor había salido, escondiendo sus ojos tras unas gafas de sol y rodeado por varios hombres que supuso que serían los de seguridad. 
 
        —Por favor, chicas, dejad paso —decía uno de ellos algo apurado.
 
        La chica de al lado de Shoya se adelantó para acercarse a su adorado ídolo y, en cuanto lo tuvo más cerca, intentó ofrecerle el delicioso pastel que cargaba. El atractivo hombre simplemente puso su brazo para apartarla, haciendo que el dulce acabara aplastado contra el pecho de la chica manchando su ropa, y siguió andando como si nada. Ella solo se quedó quieta, mirando su destrozada tarta y su camiseta, que probablemente tendría que tirar a la basura. Tenía la cara roja y estaba a punto de romper a llorar.
 
        El rubio, que había estado observando la escena, sintió la ira recorrer su cuerpo y reaccionó enseguida. Se acercó a la linda chica, le ofreció su pañuelo de tela, le apartó el plato del pecho y agarró el trozo de tarta más grande que vio entre aquellas dulces ruinas. Sin pensarlo dos veces, se adelantó un poco, cogió carrerilla y lanzó el trozo con todas sus fuerzas, el cual aterrizó de lleno en la cabeza del actor, manchando su negra melena y parte de su cara.
 
        Se oyó un grito ahogado por parte de todas las presentes. El hombre se había parado en seco, con la cabeza un poco agachada debido al impacto. Los de seguridad se acercaron a Shoya de inmediato.
 
        —¡Quietos! —ordenó el famoso pelinegro.
 
        Se hizo el silencio entre los que miraban aquello. El actor se acercó a Shoya lentamente y, cuando lo tuvo delante, lo agarró del cuello de la camiseta. Aunque no se veían debido a que sus gafas los cubrían, era evidente que sus ojos irradiaban ira. Shoya sentía miedo, pero prefería morir antes que dejar que se notara.
 
        »Tú, niñato, ¿eres consciente de lo que acabas de hacer?
 
        El rubio pensó que el otro explotaría de un momento a otro, pero no se acobardó, o al menos no dio a entender que estaba asustado.
 
       —¿Lo eres tú? —respondió provocando que el otro lo mirara atentamente—. ¿No has visto cómo has dejado a esa pobre chica?
 
        Buscó a la joven con la mirada, pero ya no estaba. «Qué oportuna», pensó desanimado.
 
        —Te vas a librar por esta porque eres un niño estúpido, tengo prisa y no quiero líos. No quiero volver a cruzarme contigo, así que más te vale dejar a un lado tu faceta de héroe o pastelero o lo que coño te creas y alejarte de aquí ya. ¿Me he explicado con claridad?
 
        —Lo único que me has dejado claro es que tú eres el que no se libra de ser un gilipollas —le respondió entrecerrando los ojos.
 
        El actor lo soltó de un empujón y se fue de allí subiéndose al coche que había ido a recogerle y alejándose rápidamente. Las chicas miraban atentamente a Shoya, que decidió ignorarlas. Se limpió la mano de los restos de pastel, agarró sus maletas y volvió a la entrada por la que había salido hace un rato. Para cuando llegó, el director ya estaba allí.
 
        —Eres Shoya, ¿verdad? ¿Dónde estabas?
 
        —Estaba viendo un poco la zona. Todo esto es muy bonito —se excusó intentando ser lo más convincente posible.
 
        Afortunadamente, el director se lo tragó, e incluso lo animó a hablarle un poco más de la ciudad mientras iban en coche al instituto para conocerlo antes de empezar a asistir.
 
        Cuando terminaron de verlo, se encaminaron hacia la casa donde Shoya sería acogido. Eso era lo que más nervioso le ponía. ¿Y si el dueño en realidad era un psicópata? ¿Y si era una mujer con muchos niños pequeños que no paraban de llorar y berrear? En cualquier caso, ya no había marcha atrás y, cuando se quiso dar cuenta, ya estaban en la puerta de una grande y bonita casa.
 
        —Esta es la casa donde te quedarás. El dueño es un antiguo alumno al que le tenemos mucho cariño. Pórtate bien con él. Lamento no poder quedarme más, pero tengo un poco de prisa y me tengo que ir. Espero verte mañana en el instituto.
 
        Dicho eso, el director se fue de allí. Shoya deseó que no se hubiera ido, pero ya era mayorcito. Se supone que a sus 19 años no necesitaba a ningún otro adulto para conocer a alguien.
 
        Se quedó un rato mirando la puerta, reuniendo valor suficiente para pulsar el timbre, y finalmente, tras unos segundos más, llamó. La puerta era automática y tardó un poco en abrirse. Shoya entró con desconfianza, aferrándose a sus maletas como si fueran a protegerlo de algo.
 
        El salón era grande y solo estaba separado de la cocina por una moderna barra que servía de mesa. Había una pequeña habitación, que supuso que sería el baño de abajo; muchas estanterías con libros, CDs de grupos bastante buenos y películas; y escaleras, las cuales llevaban al piso de arriba. Se quedó tan maravillado con la decoración y distribución que no escuchó a quien bajaba por la escalera hasta que oyó una voz a su lado.
 
        —Tienes que estar de coña.
 
         El rubio miró a donde procedía esa voz. Jamás habría estado preparado para aquella situación: un conocido y atractivo actor lo miraba con los brazos cruzados. Tenía el pelo mojado y ya no había ni rastro de pastel en él. Shoya se quedó frío al verle, aunque también agradeció no haber llegado antes, y decidió ignorar la parte de él que le gritaba por dentro lo endemoniadamente guapo que seguía siendo ese hombre sin las gafas de sol enormes y sin el maquillaje de las sesiones de fotos, pues siempre había pensado que los famosos eran una cara pintada y fotos editadas. ¿Por qué se fijaba en eso ahora?
 
        —Mierda —se le escapó en voz alta.
 
        —Así que va a ser tu careto el que tenga que ver todos los días en mi casa durante un mes... No empiezas muy bien que digamos.
 
        —Yo... —intentó decir algo, pero de su boca no salían más que ridículos sonidos.
 
        —Bien. Mi nombre es Yuu, pero casi mejor que no se te ocurra llamarme. Tu habitación está en la segunda planta, primera puerta. Desayunos a las 7:30; más te vale no levantarte tarde. Comidas a las 15:00; te aconsejo que no te pares demasiado en la salida del instituto. Cenas a las 22:00; yo que tú me ducharía temprano. Si llegas tarde, te las apañas solo. Pensaba ser mucho más cortés, pero dado que te gusta actuar sin pensar, aquí tienes las consecuencias. ¿Algo que decir antes de que empiece a pasar de tu culo de una vez por todas?
 
        El más bajo se quedó procesando todo lo que acababa de escuchar. Se maldijo a sí mismo por haberla cagado de esa manera. Esto arruinaría su intercambio y estaba seguro de que acabaría en trauma. Aún así, estaba enfadado.
 
        —Que sigues siendo un gilipollas —espetó.
 
        El pelinegro sonrió maliciosamente de medio lado, se giró y se fue escaleras arriba. Se oyó una puerta cerrarse.
 
        Shoya se quedó quieto, pensando seriamente en irse de allí y volver a Fukuoka; a su acogedora casa con su querida madre, pero su móvil empezó a sonar y, al ver el nombre en la pantalla se sintió infinitamente mejor.
 
        —Kei, dios mío. Qué alegría que me llames.
 
        —Shoya, ¿qué ocurre?
 
        El rubio le contó todo lo que había ocurrido desde su llegada hasta ahora.
 
        —Ni siquiera he subido a mi habitación. Sigo en el salón, quieto como un idiota. Esto es frustrante. De todas las personas que hay, ¿por qué me ha tenido que tocar vivir con semejante estúpido? Lo acabo de conocer y ya lo odio.
 
        —Joder, no llevas ni veinticuatro horas en Tokio y ya la has liado. No se te puede dejar solo —dijo Kei mientras reía.
 
        —No tiene gracia. No me veo un mes aguantando esto. ¿Crees que podré echarme atrás? ¿Podré hablar con el director y volver a casa?
 
        —¿Estás loco? No puedes dar marcha atrás ahora. Estás en Tokio.
 
        —Lo sé, pero ya podré volver por mi cuenta... digo yo.
 
        —Shoya, escucha, ¿vas a dejar que un tío te arruine la experiencia? Tú eres mejor que eso. Quiero que mañana vayas al instituto y hables con gente. Haz amigos que hagan de este mes el mejor de tu vida.
 
        —Está bien... —se quedó unos segundos en silencio—. No es lo mismo sin ti. Desearía que estuvieras aquí.
 
        —Yo también.
 
        Estuvieron hablando un largo rato hasta que se oyó una puerta abrirse en la planta de arriba.
 
        —Oye, Kei, te dejo. Ya hablamos —dijo apresuradamente y en un susurro antes de colgar.
 
        Yuu bajó las escaleras y se dirigió a la cocina sin siquiera mirar al otro.
 
        —¿Piensas quedarte ahí parado todo el día? —dijo fríamente mientras sacaba lo necesario para preparar la comida.
 
        No contestó, sino que cogió su equipaje y subió a su habitación a instalarse. Estaba seguro de que le esperaba un duro mes.
 
 
~*~ 
 
 
        La alarma de su móvil sonó a las 7:00. Se levantó como pudo; no había dormido bien y sentía que el cuerpo le pesaba una tonelada. Se puso unos vaqueros y una camiseta,  preparó la mochila y bajó las escaleras para ir a desayunar.
 
        En la cocina ya se encontraba Yuu, bebiendo café en una taza, leyendo un libro y con un cigarro a medio fumar consumiéndose en un cenicero. En la otra punta de la barra, bien lejos del pelinegro, había un plato con dos rebanadas de pan con mermelada y un vaso de zumo.
 
        —¿Es para mí? —preguntó Shoya con toda la seguridad que pudo ponerle a su voz.
 
        Yuu asintió levemente sin apartar la mirada de su libro. Al menos no iba a matarlo de hambre.
 
        La tensión y el silencio reinaban en la casa. El rubio intentó desayunar lo más rápido que pudo, pero tenía un nudo en la garganta por los nervios y casi no podía tragar. Finalmente consiguió terminar, recogió y salió sin decir nada; ni falta que hacía.
 
        El camino al instituto no fue muy largo. Fue despacio, deleitando su vista con las bonitas calles por las que tenía que pasar. La verdad es que aquello era precioso. Kei tenía razón, no pensaba amargarse por un simple idiota. Disfrutaría de su estancia allí y no tendría que volver a ver a Yuu nunca más.
 
        Al llegar, el director estaba en la puerta, mirando a todos los que entraban y deseando buenos días.
 
        —Ah, Shoya, te estaba esperando —le dijo al verle—. Hoy es tu primer día, así que quiero llevarte a tu aula y presentarte.
 
        Shoya asintió y ambos entraron al edificio. 
 
        —Disculpe, quería preguntarle algo —dijo mientras andaban.
 
        —Dime.
 
        —¿Por qué estoy viviendo con Yuu? Él ya no estudia aquí.
 
        —Bueno, siempre fue un alumno muy bueno. Al ser este el primer intercambio que organiza el instituto, la gente desconfió y no pudimos encontrar casa de acogida para ti. Yuu se enteró y nos llamó diciendo que volvería a Tokio el mismo día de tu llegada y que no le importaba acogerte y cuidar de ti. Para él hemos sido como su familia y me honra decir que siempre que puede nos echa una mano con lo que sea. Se ha convertido en un hombre con un gran corazón. Tienes mucha suerte de quedarte con él. Aprenderás mucho.
 
        —Sí... claro.
 
        Para Shoya eso era nuevo. ¿Estaba seguro el director de quién estaba hablando?
 
        Subieron escaleras y cruzaron algunos pasillos hasta llegar al aula. Cuando entraron, todos estaban sentados en sus sitios y el profesor de pie ante ellos. Todos iban con uniforme menos el rubio. Eso no le gustó nada. Odiaba destacar, y menos el primer día.
 
        —Perdonad que os interrumpa —dijo el director dirigiéndose a la clase—. Antes de que empecéis, quiero que conozcáis al chico que ha venido desde Fukuoka por el intercambio. Quiero le tratéis bien y le ayudéis a integrarse.
 
        —Hola, me llamo Shoya. Espero que nos llevemos bien —se presentó a todos inclinándose.
 
        —Hola, Shoya. Nos alegra mucho tenerte con nosotros —dijo amablemente el profesor—. Puedes sentarte en aquel pupitre —le señaló un pupitre al final de la clase, junto a un chico muy extraño con el pelo teñido de rubio y negro.
 
        Shoya se sentó bajo la atenta mirada de su compañero mientras el profesor empezaba la clase. No quiso mirarlo; ya se cansaría, pero no pudo evitar hacerlo tras minutos en los que el chaval no apartó sus ojos de él ni un segundo.
 
        —¿Pasa algo? —preguntó.
 
        —¿Tú eres el del pastelazo? —preguntó su compañero con una sonrisa.
 
        —¿Perdón?
 
        —Tú le diste el pastelazo a Yuu, ¿no?
 
        —¿Lo sabes? —se sorprendió el rubio.
 
        —Todo el instituto lo sabe.
 
        —Vaya... —se sonrojó.
 
        A esas alturas, Shoya pensaba que ya nada podría ir peor.
 
        —Hiciste bien. Ojalá hubiera estado ahí para verlo —lo animó el semi rubio—. Me llamo Yo-ka.
 
        —Encantado —dijo más sorprendido aún.
 
        El resto de la mañana, Yo-ka y Shoya estuvieron hablando de temas triviales y, cuando se quisieron dar cuenta, ya se comportaban como si se conocieran de toda la vida. Shoya recordó lo que le dijo Kei de hacer amigos y sintió que había cumplido y que, de ahora en adelante, le iría bastante mejor. Yo-ka le agradó muchísimo y tenía muchas cosas en común con él.
 
        —Oye, Shoya, ¿me acompañas a comprar un CD que me iba a pillar hoy antes de ir a casa? —le preguntó mientras salían del instituto.
 
        —No puedo, como llegue tarde me tengo que apañar solo para la comida y no sé cocinar. Sería un follón.
 
        —Vaya... Bueno, hagamos una cosa: iré mañana a comprarlo, me acompañarás y comerás conmigo. ¿Te apetece?
 
        —Claro —Shoya sonrió.
 
        —Estupendo. Pues te veo mañana.
 
        Ambos se despidieron y se fueron cada uno por su lado. Por primera vez desde que había llegado, Shoya se sintió feliz.
 
        Al llegar a casa, la comida estaba lista y Yuu ya se estaba sentando a comer. El rubio se sentó también, lejos del otro, al igual que en la mañana. Mientras comía, recordó lo que le había prometido a Yo-ka.
 
        —Yuu —le llamó la atención al pelinegro, o lo intentó, porque el otro ni levantó la vista—. Mañana no comeré aquí.
 
        —¿Por?
 
        —He quedado.
 
        —¿Con?
 
        —No te importa.
 
        —Bien.
 
        Volvieron a quedar en silencio hasta que terminaron. Shoya se fue a su habitación y se echó en la cama a pensar en que al siguiente día le esperaba algo bueno. Le estuvo dando tantas vueltas que acabó por quedarse dormido, aunque no duró mucho, pues alguien lo estaba moviendo suavemente para despertarlo.
 
        —Eh, niñato, despierta.
 
        —Tengo nombre, ¿sabes? —respondió adormilado y sin siquiera incorporarse.
 
        —Enhorabuena. Levántate y arréglate.
 
        —¿Por qué?
 
        —No has venido a Tokio solo para estudiar, sino para ver la ciudad. Le prometí al director que te la enseñaría, así que andando.
 
        —¡¿Cómo?! —exclamó Shoya incorporándose. No esperaba tener que pasar más tiempo del necesario con ese hombre.
 
        —Mira, chaval, esto va a ser desagradable para ambos, pero cuanto antes salgamos, antes acabamos. Te espero abajo.
 
        Yuu salió por la puerta y Shoya se quedó en el sitio. No podía creer que estuviera a punto de pasar la tarde con el hombre que probablemente más le odiaba en el mundo. Pensó en provocarse vómitos y así no tendría que ir, pero no se vio capaz, así que se vistió lo mejor que pudo y bajó a donde estaba Yuu esperando. Lo vio con el brazo apoyado en la pared y su frente sobre este.
 
        —¿Yuu? —lo llamó desde la escalera.
 
        El pelinegro se puso recto y lo miró.
 
        —Vamos —dijo fríamente antes de salir por la puerta.
 
        Suspiró y terminó de bajar para salir también. Si tan solo pudiera retroceder en el tiempo, tal vez podrían ser hasta buenos amigos. Nunca se había sentido tan odiado.
 
 
        A diferencia de lo que pensaba Shoya, la tarde fue bastante bien. Vieron muchos lugares que siempre había querido visitar, merendaron y entraron a varias tiendas de souvenirs. Incluso llegaron a intercambiar algunas palabras amistosas.
 
        Tras tanto movimiento, acabaron en el mirador de la Torre de Tokio. Ya había oscurecido, así que las calles se veían realmente bonitas desde ahí, adornadas con las luces de las farolas y edificios. El rubio estaba maravillado.
 
        —Shoya, vámonos, por favor —pidió Yuu de repente.
 
        Shoya se quedó algo sorprendido, tanto por la repentina petición como porque era la primera vez que el otro le hablaba educadamente y lo llamaba por su nombre.
 
        —¿Pasa algo? —preguntó inseguro al verlo con los dedos índice y pulgar de una mano sobre sus ojos, masajeándolos como si le dolieran.
 
        —No. Vámonos —ahí estaba otra vez ese tono autoritario.
 
        Ambos salieron del mirador y se subieron al coche para regresar a casa. No se dirigieron la palabra en todo el camino, y tampoco era necesario, pensaba el rubio. Pero, al entrar en casa, cambió de opinión.
 
        —¿Por qué te ha dado por irte así? ¿Tan mal lo estabas pasando? —le preguntó.
 
        —No. Cállate —ordenó de mala manera mientras se dirigía a su habitación.
 
        Shoya lo siguió escaleras arriba, pero se quedó en el pasillo cuando el otro entró a su cuarto.
 
        —No, cállate no. Sé que te molestó lo que pasó en la estación y lo entiendo, pero tampoco es  para ponerse así —se quedó callado un momento y, al no recibir respuesta alguna, continuó—. Lo siento, ¿vale? No debí hacerlo, pero me cabreó muchísimo lo que hiciste. Yo siempre he vivido solo con mi madre; mi padre la abandonó cuando yo aún no había nacido. Me pone enfermo ver a un hombre tratar mal a una mujer y siempre actúo sin pensar. De verdad que no fue nada personal.
 
        Hubo silencio y, tras unos segundos, se escuchó un fuerte golpe en la habitación.
 
        —¿Yuu? —preguntó al aire algo asustado. No hubo respuesta.
 
        Se quedó quieto un momento, preguntándose si debía entrar o no. Finalmente, avanzó por el pasillo y entró, pues no le quedaba otra.
 
        —¡Yuu! —exclamó al ver al otro tirado en el suelo.
 
        Se acercó rápidamente a él e intentó despertarlo, pero estaba inconsciente. Lo agarró por los brazos y, a duras penas, consiguió subirlo a la cama, dejarlo tumbado en una posición decente y taparlo con las mantas. Le puso la mano sobre la frente y comprobó, tal y como se había imaginado, que estaba ardiendo. Fue entonces cuando entendió el comportamiento del mayor al salir de casa y en el mirador. Estaba enfermo, y aún así lo había llevado a ver la ciudad. Quizás no era tan malo después de todo.
 
        Salió de la habitación y volvió con un recipiente lleno de agua y una toalla pequeña. Mojó la toalla, la escurrió bien y se la puso con cuidado en la frente al otro. Se sentó en un lado de la cama y estuvo cambiándole la toalla y vigilándolo durante horas. Se le hacía raro estar tan cerca de él, mirándolo de cerca, sin recibir miradas acusadoras o alguna que otra palabra borde. Era realmente atractivo y escenas ficticias de ese hombre siendo caballeroso y amable con él en situaciones que se podrían calificar de extrañas viniendo de un chaval comenzaron a invadir su mente. No supo exactamente cuándo dejó de verle.
 
 
~*~
 
 
        Abrió los ojos lentamente. Sentía calor y humedad, y tenía la garganta muy seca. Se llevó la mano a la frente y palpó una toalla húmeda que enseguida se quitó y dejó a un lado. Al mirar hacia su otro lado, vio a un rubio durmiendo profundamente, con medio cuerpo en la cama y las piernas fuera.
 
        Se incorporó, se inclinó un poco hacia el otro y tiró de él para dejarlo completamente tumbado. Se volvió a echar a su lado, lo tapó, le apartó el flequillo de la cara y se quedó mirándolo fijamente durante un largo rato.
 
        —Shoya —lo llamó finalmente.
 
        El nombrado emitió un ruido y siguió durmiendo.
 
        —Eh, niñato —volvió a llamarlo suavemente.
 
        Finalmente despertó y lo primero que vio fueron los ojos marrones de Yuu mirando a los suyos. Se incorporó de golpe al ser consciente de dónde estaba.
 
        —¡Joder! Lo siento, yo... no debería estar aquí. Me quedé dormido, no... Ya me voy —balbuceó rápidamente mientras se destapaba y salía de la cama.
 
        Antes de poner los pies en el suelo si quiera, sintió los brazos del otro rodearle la cintura desde atrás y su cabeza apoyarse en su hombro. Pudo sentir cómo sus mejillas se teñían de un ligero color rojo.
 
        —Perdóname —le susurró el pelinegro—. Realmente, lo de la chica fue un accidente. No era mi intención tirarle el pastel, aunque tampoco podía aceptarlo; cosas de mis superiores.
 
        »No debí ser tan cruel contigo. En realidad ya te había perdonado antes de despertarte para ir a ver la ciudad, pero me sentía muy enfermo y, seamos sinceros, nadie es agradable cuando está enfermo. Cuando me hablaste desde el pasillo y me contaste eso fue cuando pensé que ahora era yo el que debía disculparse en condiciones, pero no me dio tiempo a nada. Y aquí estás, tras haberme cuidado casi toda la noche, después de todo lo que te he dicho. Gracias.
 
        Se hizo el silencio. Ambos se quedaron en esa postura durante un rato. Shoya sentía que se le iba a salir el corazón por la boca, aunque su mayor preocupación era que Yuu lo notara.
 
        —Shoya —le volvió a susurrar, pegándose más a él.
 
        —¿Sí? —respondió el menor de forma casi inaudible, sintiendo un cosquilleo en el vientre. Sentía que ahora sería él quien quedaría inconsciente.
 
        —Hace una hora que deberías estar en el instituto.
 
        El rubio miró el reloj de la mesita de noche y comprobó que, efectivamente, llegaba bastante tarde.
 
        —¡Mierda!
 
        Se separó de Yuu y corrió hacia su habitación, dándose cuenta de que ni siquiera se había duchado.
 
        Corrió de un lado a otro preparando ropa limpia y el material del instituto. En cuanto lo tuvo todo, fue al baño empezó a quitarse prendas para darse la ducha más rápida de su vida.
 
        —Oye, ¿por qué no te quedas hoy aquí? Yo me haré responsable —dijo Yuu mientras se asomaba a su habitación, sobresaltando al menor, quien agradeció haberse quitado solo la camiseta aún.
 
        —Hoy tengo que ir. He quedado con Yo-ka después de clase.
 
        —Oh. Pues rápido, no vayas a llegar tarde. Voy preparando el desayuno.
 
        El pelinegro se fue abajo y Shoya se quedó quieto, preguntándose por qué se sentía tan mal consigo mismo y en general. Por alguna razón, no le había gustado esa respuesta.
 
        Se duchó y vistió rápidamente y bajó colgándose la mochila al hombro.
 
        —Yuu, me voy corriendo —dijo cogiendo una tostada y metiéndosela en la boca para comer por el camino.
 
        —Que te vaya bien.
 
        Shoya se paró en seco. ¿Eso que había visto era una sonrisa?
 
 
 
~*~
 
 
        —¿Se puede saber qué te ha pasado?
 
        El rubio aún no se había sentado en su pupitre cuando su amigo ya le estaba preguntando como si llevara una semana sin verlo. Había conseguido llegar antes de tercera hora.
 
        —Me puse un poco enfermo —mintió—, pero ya estoy mejor y he decidido venir.
 
        —Vaya, entonces, ¿vendrás hoy conmigo?
 
        —Sí, sí. No te preocupes por eso.
 
 
        Al acabar las clases, ambos salieron y fueron directamente a comer a un restaurante de comida rápida. Hablaron, bromearon, rieron y fueron a tiendas de música, pues tenían la suerte de compartir gustos musicales. El tiempo se les pasó volando y, cuando se quisieron dar cuenta, ya había oscurecido y Yo-ka estaba acompañando a Shoya a casa.
 
        —¿Seguro que no te importa acompañarme? —preguntó el rubio.
 
        —Seguro. Además, tú me has acompañado a mí a por el CD. Te debía una —le respondió el otro con una sonrisa.
 
        —No seas tonto, no me debías nada. Me lo he pasado genial.
 
        Se hizo un silencio agradable que duró lo que tardaron en llegar a la casa del famoso actor.
 
        —Bueno, pues yo debería irme ya. Gracias por esta tarde, Shoya —dijo sonriente el semi rubio.
 
        —Espero que la repitamos antes de que vuelva a Fukuoka —contestó devolviéndole la sonrisa.
 
        Shoya iba a entrar a la casa cuando sintió un agarre en su brazo.
 
        —Oye, espera un momento —lo paró Yo-ka.
 
        —¿Pasa algo? —preguntó girándose.
 
        Sintió cómo su amigo lo acercaba a él y lo agarraba por la cintura. No pudo moverse cuando vio los labios contrarios acercarse lentamente a los suyos. No, no quería aquello, pero le daba miedo evitarlo.
 
        —Shoya, ¿piensas entrar algún día?
 
        Ambos se sobresaltaron y se alejaron el uno del otro. El rubio miró hacia atrás y vio a Yuu apoyado en el marco de la puerta y con los brazos cruzados. Volvió a mirar a Yo-ka.
 
        —Nos vemos mañana, ¿vale?
 
        Yo-ka esbozó una pequeña y falsa sonrisa, asintió y se fue de allí. El menor entró en la casa pasando por delante de Yuu.
 
        —Perdona, no sabía que estaba interrumpiendo algo —dijo el pelinegro con un tono que en nada se parecía a uno de disculpa.
 
        —No interrumpías nada.
 
        —¿Ah, no? A mí me parece que sí.
 
        —Yuu, no iba a pasar nada —explicó el menor cansinamente—. Iba a... darme un abrazo.
 
        —Iba a besarte.
 
        —Eso no lo sabes.
 
        —¿No?
 
        Yuu se acercó lentamente a Shoya, quien fue retrocediendo hasta topar con el sofá. Estuvo a punto de caer sentado, pero el otro lo agarró del brazo para evitarlo y lo acercó a él por la cintura de la misma forma que lo había hecho Yo-ka antes.
 
        Shoya se vio en la misma situación de inmovilidad por falta de valor, aunque con la diferencia de que esta vez también le faltaban ganas. Sentía que el corazón se le iba a salir. Quería besarle; deseaba besarle. Ardía en ganas de tocarle y de que le tocara. Yuu se iba acercando más y más, mirándolo a los ojos y haciendo chocar su aliento contra sus propios labios entreabiertos, y cuando faltaba muy poco para eliminar cualquier distancia entre ellos, se detuvo.
 
        —Si yo hago esto, ¿tu qué crees que pretendo a hacer? ¿Abrazarte? —le susurró sonriendo con superioridad.
 
        —No tiene gracia —le contestó molesto mientras lo apartaba de él—. Además, que yo no tengo por qué darte explicaciones. Me voy a la cama.
 
        —¿No cenas?
 
        —No tengo hambre.
 
        Se encerró en su habitación a pensar en todo lo que acababa de pasar. Cuando Yo-ka se le había acercado, no había sentido nada intenso, pero cuando lo hizo Yuu, pensó que el corazón le iba a explotar de un momento a otro. Por un momento pensó que el mayor simplemente lo intimidaba, que también, pero lo descartó. Había tenido ganas de besarle; de sentir sus labios y de sentirlo a él. Eso no era simple intimidación, ni mucho menos. Le frustraba la idea de ver a Yuu como una persona intocable; la idea de desear algo inalcanzable.
 
        Finalmente, decidió dejar de darle vueltas e irse a dormir... si es que podía.
 
 
~*~
 
 
        Los días pasaban rápidamente y, cuando se quiso dar cuenta, Shoya tendría que volver a Fukuoka esa misma semana. Iba bien en el instituto y con Yo-ka, el cual no había mencionado lo que pasó cuando salieron aquella vez y se comportó como si nada hubiera pasado. Shoya lo prefirió así. No le apetecía nada rechazar a alguien a quien pronto no volvería a ver. Era su amigo y lo apreciaba mucho como tal, pero no tenía intención de empezar nada más con él, así que tampoco le preguntó y simplemente lo dejó estar.
 
        Por otra parte estaba Yuu, con quien últimamente pasaba mucho tiempo visitando la ciudad, e incluso charlando sin salir de casa. Jamás lo admitiría, pero gran parte de ese tiempo, sin darse cuenta si quiera, se lo pasaba mirando al pelinegro como si fuera un pervertido. Al caer en la cuenta de lo que hacía, apartaba rápidamente la mirada y rezaba por que el otro no se hubiera dado cuenta. Se odió a sí mismo por dejar que Yuu invadiera su mente de esa manera, pero no podía evitarlo. Sin él quererlo, lo único que había en su cabecita era Yuu, Yuu, Yuu, Yuu...
 
        —¡Shoya!
 
        —¡Yuu!
 
        —¿Qué dices?
 
        Shoya miró a su amigo, que estaba sentado en el pupitre de al lado mirándolo con una expresión de extrañeza en el rostro.
 
        »¿Te encuentras bien? Estabas como en trance. ¿Ha pasado algo?
 
        —No... nada, es que... lo siento.
 
        Sonó la campana que indicaba el descanso, y Yo-ka y Shoya salieron fuera a estirar un poco las piernas y descansar. Les gustaba usar ese tiempo para estar fuera y hablar de cualquier cosa, pues sabían que les quedaba poco tiempo para estar juntos. A parte, no se veían mucho, pues cada vez que Shoya iba a salir para estar con el otro, Yuu siempre se lo prohibía y le ponía alguna pobre excusa. Ya habían tenido varias discusiones por eso, pero tarde o temprano volvían a la normalidad. Era extraño, pero prefería no discutir con el pelinegro.
 
        Cuando volvió a sonar la campana, que esta vez indicaba el fin del descanso, entraron de nuevo al edificio. Fueron a paso lento, ya que no tenían ganas de volver a entrar a clase, así que los pasillos ya se encontraban vacíos. De pronto Yo-ka se paró y miró a Shoya.
 
        —¿Yo-ka? ¿Pasa algo? Vamos a llegar tarde.
 
        Sin previo aviso, el semi rubio fue hacia él y lo abrazó como si le fuera la vida en ello. Shoya se quedó confuso, e incluso se asustó, pero al darse cuenta de qué pasaba, le devolvió el abrazo y ambos quedaron así en el vacío pasillo.
 
        —Shoya, mañana te vas —le dijo Yo-ka con un tono de tristeza.
 
        Fue entonces cuando el aludido entendió el por qué ese comportamiento.
 
        —Oye, te prometo que no será la última vez que nos veamos.
 
        —Te voy a echar mucho de menos...
 
        Al más bajo no le salió decir nada, así que se limitó a abrazar al otro un poco más fuerte, dándole a entender que él también lo echaría de menos. Sintió cómo Yo-ka, en un movimiento lento pero ágil, se separaba un poco de él, colocaba las manos en sus mejillas y unía sus labios en un tierno y casto beso.
 
Notas finales:

Espero leeros en los reviews. Es mi primer AU, así que dadme amor y comprensión (?) Ok, no, sed sincerxs.


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