A Minseok le encantaban los misterios. En su tierna infancia, no había juego que le gustase más que la búsqueda del tesoro. Su madre, tan ingeniosa y amorosa que era, tampoco se cansaba de hacerle adivinanzas, de hacerle pensar, y de enseñarle a descifrar los verdaderos secretos de cosas que, a los ojos de un novato, no tenía un significado oculto.
Quizá fue por eso que él también terminó siendo uno de ellos. Ni siquiera se lo tuvo que proponer, sino que, naturalmente, comenzó a crear y a desarrollarse con la apariencia de Kim Minseok, el chico bajito y encantador que hablaba poco, el chico que disfrutaba de la compañía de unos pocos, del café amargo y el entrenamiento físico.
Sin embargo, él era mucho más que eso. Tenía sus secretos, claro, pero no se limitaba a ello. Minseok, en el instante que todos apartaban la vista, era un muchacho asombrosamente brillante y armonioso. Ocultaba una personalidad dominante en todos los sentidos de la palabra, y sabía desenvolverse en cada acción de la forma más agraciada y sensual posible.
En resumen, era un libro estupendo de leer, pero el problema era que nadie jamás lo había sabido leer entre líneas, nadie jamás lo había conocido a fondo, ni lo había analizado ni entendido en su totalidad. Era demasiado complicado para eso.
Nadie jamás había logrado descifrar el hermoso tesoro y misterio que era Kim Minseok, pero aún no perdía las esperanzas. Sabía que, tarde o temprano, alguien sería capaz de leerle por completo, y que cuando eso sucediese, sus armas y escudos bajarían para siempre.
Y en el momento que se cruzó a aquel hombre atractivo y bien portado, de rostro agradable, supo que algo sucedería.
No sólo aquella mañana, sino también cada vez que se cruzaban e intercambiaban un par de palabras corteses, el hombre de sombrero lo analizaba sin miramientos, como si le atravesase el alma con la mirada. Y eso no hacía más que atraer aún más a Minseok, quien no dejaba de preguntarse sobre su identidad, si podría acercarse e intentar averiguar alguna información suya.
De vez en cuando, Luhan estaba con él, quien le echaba miradas que suponían ser aterradoras, o al menos lo intentaban. Pero el hombre alto no le prestaba atención, sino que seguía mirando a Minseok con una sonrisa sin intenciones aparentes, dificultándole al chico su misión de predecir algún movimiento suyo. Ni siquiera hacía muchos gestos, ni tenía tics nerviosos, ni nada que revelase aspecto alguno de su personalidad.
—¿Viste eso? Parecía a punto de comerte, o algo. Es muy intimidante, como si hubiese elegido un nuevo objetivo y ahora empezase a acosarte. Minseok, si llegas a notar algún comportamiento extraño, avísame que le aclararé las ideas —espetó amenazadoramente, ya dentro de su departamento.
El recién mencionado no pudo evitar reír. —A mí no me parece intimidante, sino muy interesante. Jamás había visto unos ojos tan agudos —comentó con la mirada en algún punto perdido.
Luhan lo miró como si se hubiese vuelto loco. —¿Interesante? ¡Parecía un psicópata! Yo que tú tendría cuidado, ¿sabes?
No le contestó, pero le dio una sonrisa tranquilizadora. No obstante, se dijo a sí mismo, tendría que recolectar información del extraño, de alguna u otra forma.
Porque Minseok sabía de sobra cómo identificar un misterio, y ese hombre era, sin dudas, el misterio más interesante con el que se había topado.