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Asfixia por NaranjaMorada

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Notas del capitulo:

Axis Powers Hetalia y todos sus personajes pertenecen a sus respectivos autores y son usados aquí con meros fines de entretenimiento y fangirleo. Segundo capítulo de esta amorfa historia, gracias por leer.

No importaron las veces que Dinamarca marcó a su teléfono, Finlandia no contestó llamada alguna. No es que no quisiera hacerlo, ¡moría por escuchar la voz del contrario!, pero simplemente sabía que no sería lo adecuado tomando en cuenta lo que le despertaba. No quería causarle problemas ni a él ni a sí mismo, que suficientes tenía con su trabajo y vida personal.


La noche en que el danés lo tomó de la mano, llegó a casa de Berwald y lo sacó de su estudio para llevarlo con apremio a la habitación. Hicieron el amor como no lo habían hecho en meses, y el sueco pareció sorprendido de aquella necesidad repentina que mostraba el finlandés. Sin embargo no permanecieron juntos mucho rato: terminaron y estuvieronabrazados sin hablar, y en cuanto el más alto se sintió completamente repuesto se incorporó y se excusó de que necesitaba volver a lo suyo. Tino asintió en silencio y se dio la vuelta para empezar a dormir.


En cuanto la luz se apagó, Finlandia se hizo un ovillo y se mordió con fuerza el labio inferior: Aquello no había sido suficiente (ni necesario) para apaciguar el recuerdo de cierto rubio. Se llevó las manos al rostro sintiendo cómo la culpa viajaba por su torrente sanguíneo. Fue entonces que tomó la decisión de cortar cualquier medio de comunicación con Dinamarca, todo en pos de su estabilidad mental.


"Oye, de verdad espero que todo esté bien. ¿Todo está bien?", "¡Me pasó algo taaan gracioso hoy! Me encantaría contártelo", "¿Recuerdas lo que me dijiste la otra noche, sobre Noruega? Pues me acabo de dar cuenta que…", "Tengo una duda existencial que no me deja dormir y sólo tú puedes responder: ¿Saco negro o saco beige? ¿Cuál combina mejor con mis ojos?","¡Descubrí una cafetería estupenda! Está cerca de ese barrio hipster que tanto te gusta. ¿Te apuntas?", "Hoy pasé por el restaurante de la última vez y pensé en ti", "¿Podríamos quedar en esta semana? Quiero verte", "Me preocupas", "Insisto, ¿todo bien?", "Regreso a Copenhague mañana temprano. Te traeré algo, lo prometo", "¡Te encantará lo que te traje! Pista: Se puede comer y está hecho con mis propias manos", "¿Mucho trabajo? ¿Necesitas ayuda en algo?", "Vuelvo a insistir: ¿todo bien?", "Necesito verte", "Te extraño demasiado".


Las llamadas se habían convertido en mensajes de texto que fácilmente podrían ser malinterpretados únicamente por alguien como Tino: Mathias era su amigo y quería verlo para charlar y divertirse, nada más. Optó por no encender el móvil más que para emergencias, y ni siquiera así lograba tener la cabeza libre del otro. Caminaba por las calles y creía verlo en todos los rubios con cabello en punta que transitaban a su lado. Al pasar por las tiendas de ropa, su vista se perdía en los conjuntos negros con detalles rojos (y si hubiese estado el otro ahí, le hubiera resuelto la duda existencial de qué color hacía resaltar mejor sus ojos). Se equivocaba una y otra vez con el nombre del universitario que hacía prácticas en su embajada (¿quién lo mandaba a tener un nombre que empezaba también con la letra eme?). ¿Por qué le estaba pasando esto? Se sentía mal, culpable. Se repetía la misma cantaleta tantas veces al día que ya se la sabía de memoria, sobre que Dinamarca era su amigo y él había cometido el terrible error de fijarse en él de un modo inapropiado. Y además, estaba Suecia… Tino nunca haría algo tan cruel como engañarlo, a pesar de lo mucho que se sintiera atraído hacia alguien más. En esos días procuraba acercarse más a él con el afán de darse cuenta que lo de Dinamarca era un capricho y que tantos años de relación no se debían a la mera costumbre. Pero no podía: Por más que permaneciese junto al sueco, por más que trabajara, por más veces que se desviara de los caminos que solía recorrer junto al danés; aquel recuerdo continuaba presente, Mathias seguía presente en todo él. Y no conseguiría deshacerse con facilidad de eso, sobre todo tomando en cuenta lo que pasó después.


Llegó a la casa que compartía con el de gafas más tarde de lo normal. Todavía no anochecía, pero se encontraba cansado y le apetecía tomar un té e irse a dormir lo más pronto posible. Sin embargo sus ganas de reposar se esfumaron en cuanto encontró al sueco sentado en el sofá de la sala, mirando fijamente la pantalla apagada de la televisión. Encima de la mesa se encontraba el móvil, ése donde Dinamarca hizo intentos infructuosos de contactarlo.


—...Te trajeron algo de Copenhague —pronunció secamente. Tino tragó saliva, ¡y eso que pensaba que solamente él podría malinterpretar aquellos mensajes! Cerró la puerta tras de sí y se acercó a donde se encontraba el otro.


—Y piensa en ti cuando visita ciertos restaurantes. Adulador.


Su, no sé muy bien qué estás pensando… —Tino pestañeó ante su propia afirmación. Era cierto, nunca sabía realmente lo que el otro pensaba, a pesar del tiempo que llevaban juntos —, pero en caso de que se trate de algo malo, te aseguro que no es lo que parece. Mathias y yo sólo somos amigos —empezó a explicar Finlandia, antes de que fuera interrumpido por el contrario.


—Lo llamas por su nombre humano —señaló el de lentes. Tino se mordió la parte interna de la mejilla. Nunca, ni siquiera en el tiempo en que vivieron juntos, había llamado al danés así.


— ¿Y-y? Eso no tiene nada de malo. Nos tenemos la confianza suficiente como para hacerlo…


— ¿Desde cuándo se tienen esa "confianza"?


Aquel tono irritó al finlandés. No deseaba pelear, pero no le gustaba el rumbo que iba tomando el asunto.


—Desde hace un tiempo para acá y ya, no me pidas que te de información innecesaria —contestó, procurando modular el tono de su voz para que no se notase su molestia, aunque no lo estaba consiguiendo. Suecia no pareció percatarse de eso.


—Pasó de querer verte a necesitar verte. Considero que no te pido nada innecesario—repuso Berwald, y Tino debía decir que tenía un poco de razón. El de lentes torció la boca, sin mirar todavía al menor —…Me disculpo si crees que me entrometí en tu intimidad. Pero estoy aquí desde hace horas, intentando explicarme qué está pasando desde que tu teléfono comenzó a sonar y llegaron esos textos. Acaso él… ¿te sedujo o algo así?


Tino abrió los ojos de par en par.


— ¿Qué? ¡Por supuesto que no! Mathias sería incapaz de hacer algo como eso, no es esa clase de persona…


— ¿Por qué hablas como si lo conocieras muy bien? No sabes de lo que es capaz con tal de divertirse…


La sangre de Finlandia estaba empezando a hervir. Sin embargo, no podía darse el lujo de arruinar la situación demostrando su enfado.


—Su, el que no lo conoce bien eres tú —señaló —.Lo único que Mathias me ha brindado en estos días es una amistad desinteresada. No es el mismo de hace años, ha cambiado y…


El sueco le dirigió una mirada torva.


—Pero eres mi esposa.


Esa frase fue el acabose. Tino dejó caer al suelo su portafolio, el cual rompió el silencio tan repentinamente instaurado.


— ¿Perdón? Tengo entendido que soy un país autónomo. No puedes llamarme así ahora… Si permanezco contigo no es porque dependa de ti, sino porque… —iba a decir "te amo", pero la frase se negó a salir de su boca. Cerró los parpados y los apretó con fuerza —Su. ¿Sigues queriéndome como antes?


Aquella pregunta tomó por sorpresa al contrario. Lo miró fijo, intentando descifrar qué era exactamente lo que quería escuchar el finlandés.


—Pues claro —respondió sin más — ¿Él te ha hecho dudarlo? —por "él" era obvio a quién se estaba refiriendo. Sin embargo Tino negó con la cabeza.


—No pienses en nadie más en este momento, sólo estamos tú y yo. Dime, ¿me amas? ¿O simplemente estás acostumbrado a mí, del mismo modo en que yo estoy acostumbrado a ti? —nunca pensó en decirle algo así al mayor, pero las palabras surgieron como si hubiesen estado ahí desde tiempo atrás, esperando pacientemente a ser pronunciadas. El sueco parpadeó, atónito. Sin embargo, Finlandia no le permitió hablar al menos de momento.


— Me miras como miras a todo el mundo —Afirmó, y atinó a bajar la voz —.Lo he notado, no soy tan poco observador como parezco. Hemos estado juntos p-por cuántos años, y de pronto… De pronto me doy cuenta que no soy feliz.


Su gesto dejó de ser grave. No miró al otro, se quedó en silencio después de ese repentino ataque de sinceridad. Se sentía apenado pero extrañamente ligero, aunque no sabía si sería correcto continuar. Pese a todo lo hizo, tomando aire para darse valor.


—No es culpa tuya. Lo nuestro fue hermoso, pero… Dios mío, acabo de hablar en pasado… —se llevó la diestra a la boca, cubriéndosela. Hipó, y pudo apreciar que el sueco se incorporaba de su asiento, por lo que la apartó y colocó en medio de ambos. No quería que se acercase tanto —.No estoy confundido, no lo estoy. Y que quede claro que no te he sido infiel jamás: Ni con Mathias ni con nadie. Te aprecio mucho y no quiero que sufras… Pero ya no puedo más, Su. Así que si tienes algo que decir, dilo ahora, por favor.


Berwald se quedó en silencio, indeciso. Permanecieron así por minutos que a Tino se le figuraron una eternidad, y ni así pudo obtener una respuesta del contrario. Exhaló antes de negar con la cabeza.


—Con permiso —se limitó a decir antes de salir por la puerta, apresurado. El sueco no lo siguió.


Afuera, Finlandia no sabía qué hacer por lo que se limitó a subir a su auto y conducir. Se sentía extraño, obnubilado por la situación que acababa de suceder y que jamás se esperó. En un semáforo reaccionó y se puso a buscar su agenda, ahí donde tenía anotada la dirección del único sitio al que se le ocurría ir en un momento así: donde el danés.


Por fuera, el edificio departamental donde se quedaba Dinamarca cuando viajaba a Estocolmo lucía acogedor. No era muy ostentoso pero daba una sensación de elegancia, lo cual era bastante acorde al rubio. Tino se estacionó y optó por usar las escaleras en lugar del ascensor: necesitaba tener la mente ocupada en algo que no fuera en lo que acababa de suceder. Subió dificultosamente hasta el sexto piso y ubicó el departamento, donde sin más apretó el timbre. No sabía si el otro estaría para abrirle o lo haría algún empleado, o quizá el danés no estaba en el país y la puerta se mantendría cerrada para siempre, cosa que no creía soportar. Sin embargo, tales pensamientos se esfumaron al ver al rubio frente a él.


— ¿Tino? —preguntó un sorprendido Dinamarca cuando le vio de pie frente a su puerta. El más bajo hizo un esfuerzo por sonreír entre la tristeza y el cansancio —Oh, esto es… D-digo, pasa. Es bueno verte… Disculpa todo el desastre— se excusó a la par que se apartaba para dejar al contrario entrar a su apartamento. Finlandia apenas y le dirigió un breve vistazo a la estancia: limpia, extrañamente ordenada. Lo más probable es que el danés tuviese a varias personas encargadas de su arreglo.


—Si quieres pasar a la cocina, haré café. Es curioso… Esperaba sorprenderte en alguna reunión o directamente en tu embajada, pero al final… ¡Mírate! ¡Tú me tomaste por sorpresa y en mi propia casa!


Dinamarca hablaba, pero Finlandia no lo escuchaba. Se dejó guiar a la cocina y tomó asiento donde le indicaron, mecánicamente.


—Luego creí que podríamos vernos en algún momento pero jamás contestaste los mensajes. No creas que es una reprimenda, ¿eh? —bromeó —Hum… ¿Quieres azúcar en tu café?


Tino salió de su ensimismamiento para mirar al otro y asentir, sin poder evitar contemplar mejor al danés: estaba vestido de forma informal pero bien combinada, desde la camisa hasta los zapatos y pantalones cortos. Siempre le gustó el sentido de la moda que tenía el más alto.


—Sí. Sí, dos cubos, por favor.


—No hay problema. Y bueno, me ahorraré hablarte sobre lo roto que se encontraba mi corazón ante tu indiferencia antes de que llegaras —volvió a bromear, pero el rubio no dijo nada al respecto a pesar de que deseaba disculparse cuanto antes —¿Cómo estás? ¿Todo bien?


—Oh, ya estoy mejor, gracias. Estoy genial… Genial.


La pregunta del millón: ¿De verdad lo estaba? ¿O había algo más oculto tras su sonrisa, como era su mala costumbre? Y así era, ¿qué se supone que debía ocultar? ¿El hecho de que ya no soportaba estar con Suecia y la necesidad de ir donde el danés porque su sola presencia le tranquilizaba?


Mathias preparaba el café con calma. Tomó la bolsa con azúcar para endulzarlo.


—…Diablos, creí que había más. ¿Está bien un cubo nada más o debo ir a comprar?...


Se estaba ofreciendo a ir a comprar azúcar para su café. Finlandia quiso sonreír, decirle que así estaba bien, que no quería molestarlo después de haber desaparecido de su vida y vuelto tan de repente, y que no se explicaba cómo podía ser tan encantador cuando se lo proponía. Y sobre todo, que dejara de serlo o no iba a querer irse de ahí en mucho tiempo. Pero no lo hizo.


—No. Un cubo está… Está bien…—Tino no pudo resistirlo más. Llevó las manos al rostro y dio rienda suelta a su llanto, ante la mirada de un atónito danés.


— Ti… ¿Tino? Oye, ¿cuál es el problema? ¿Qué sucede? —preguntó a la par que miraba a todos lados, sin saber bien qué hacer. Finlandia gimió bajito, sin poder controlarse.


—Y-yo… Oh, Dios, lo siento, lo siento tanto… N-no quería venir a…


—H-hey, está bien. Mira, aquí hay algunos Kleenex… —Dinamarca se apresuró a darle la caja que convenientemente se encontraba cerca —Quiero decir, escucha… Lo que sea que te esté pasando, se solucionará. Digo, cualquier cosa que pase no puede ser el fin del mundo, ¿cierto?


—Ya no amo a Berwald.


Mathias le contempló asombrado, con los ojos muy abiertos. Entreabrió la boca en búsqueda de algo qué decir.


— ¿Cómo? Es decir, estás…


—L-lo siento mucho, de verdad… No sé por qué me desahogo contigo, es sólo… ¡Es sólo que no tengo a nadie más! ¡No tengo a nadie, con excepción de todos los amigos en común que poseemos, los superiores, toda esa gente! ¿Crees que podría decírselo a alguien así? Sería como-como… ¿Cómo podría confiar en ellos?


Mathias colocó la diestra en su hombro con suavidad.


—Mira, no sé… Tal vez le estás dando demasiada importancia a alguna discusión o algo así. Digo, tú sabes que Berwald no es precisamente mi persona favorita, pero… U-ustedes han estado juntos tanto tiempo…


—Ésta no es nuestra primera discusión. M-Mathias, vivir con él… Entiendo que hemos estado juntos durante mucho tiempo y tal vez ya está a-aburrido o algo así… O quizá soy yo. Yo, que me niego a ver lo evidente…que intento salvar algo que ni siquiera deseo—Finlandia tomó uno de los pañuelos desechables para limpiarse el rostro. Tragó saliva y dejó salir un gran suspiro —P-perdóname, por favor. Debes pensar que soy patético, presentándome así luego de tanto tiempo...


Dinamarca negó con la cabeza.


—No, no, está bien que te hayas desahogado —le dio un apretón al hombro, y le sonrió comprensivo. En esos momentos, a Tino aquella sonrisa le pareció la cosa más maravillosa del mundo —.Pero, ¿qué es lo que piensas hacer?


—Primeramente debo sacar todas mis cosas de su casa. Aunque bueno, no creo que se pueda hacer eso en un par de días —se encogió de hombros —.Supongo que antes que todo, debo buscar un lugar dónde dormir esta noche. No quiero volver, y no me gustaría que alguien más se enterase, al menos de momento… Es difícil, ¿verdad? —Siguió limpiándose —.Es difícil cerrar un ciclo cuando se es alguien como nosotros, sobre todo cuando no tenemos un solo amigo normal en todo el mundo.


—Sin contar que los que ahora son tus amigos intentaron asesinarte hace unos, qué se yo… ¿Trescientos años? —bromeó el danés. A pesar de la situación, Finlandia sonrió un poco.


— ¿Sabes? Eso es lo que me gusta de ti. Siempre dices algo que me hace sentir mejor —comentó, y era verdad. El danés siempre tenía algo que decir, a veces alguna bobada pero graciosa al fin y al cabo. El aludido le dedicó una coqueta sonrisa.


—Oh, por supuesto que lo hago, ¿existe alguien con más gracia que yo? —preguntó. Finlandia sabía que únicamente preguntaba para inflar su de por si enorme ego, pero extrañamente no le molestaba. Negó con la cabeza.


—En realidad, no. No existe alguien como tú en todo este ancho mundo.


Mathias parpadeó con cierta sorpresa. ¿Sería que no se esperaba esa clase de contestación? Aunque desde luego, no pudo negar que tales palabras habían sido de su completo agrado.


— ¡P-pues claro que no! Recuerda que soy un rey —dijo, y Finlandia no pudo menos que sonreírle con dulzura — ¿Vas a tomarte tu café o seguirás hablando de lo maravilloso que soy?


—No tendría problema en hacer lo segundo, si tú quisieras —El rubio mayor lo contempló asombrado, y el mismo Tino se sorprendió de sus propias palabras. Se miraron fijamente a los ojos, y el finlandés pudo detectar un extraño brillo en los del contrario—.A-aunque bueno, creo que ya hablamos mucho de ti. ¿Qué tal yo? Hay… ¿Hay algo que te guste de mí?


—Oh, pues… —Dinamarca se quedó en silencio, como si le costase mucho trabajo pensar en qué responderle. Tino se arrepintió enseguida de haber abierto la boca. ¿Qué necesidad tenía de preguntarle algo así al contrario? Mathias no tenía ningún compromiso con él, ninguna obligación de decirle algo bonito… Él no era Berwald.


— ¿Sonaría muy atrevido si digo que me gustan tus ojos?


Finlandia lo miró estupefacto. Lo encontró rascándose la nuca, como si estuviese repentinamente avergonzado.


—…Es sólo que, si los ojos son el espejo del alma, los tuyos son tan bonitos que…Insisto, ¿no suena atrevido? —preguntó de nuevo. Finlandia no pudo reprimir una risita.


—En realidad suena exactamente a lo que diría Mathias Køhler—respondió el finlandés mientras colocaba el brazo sobre la mesa y apoyaba la mejilla en la palma de su mano. Le dedicó una sonrisa, aunque segundos después se incomodó de su gesto. ¿Cómo podía estar sonriendo en una situación así?


Dinamarca lo miró, como evaluando la situación.


—Vaya. Ese tal Køhler suena como todo un galán —dijo, juguetón. Tino se inclinó un poco más hacia él, asintiendo con la cabeza.


—Lo es.


El danés imitó su gesto. Ninguno de los dos pensó en que seguramente se veían ridículos en esa postura, como si estuviesen hipnotizados el uno por el otro. Finlandia lo vio más de cerca, ¿en verdad sus labios eran así de apetecibles? Se dijo a sí mismo que le encantaría averiguarlo, por lo que se inclinó un poco más.


El beso fue espontáneo y suave. Tino no fue más allá del roce de sus labios contra los contrarios y Mathias hizo lo mismo. En cuanto se separaron se dedicaron una mirada indescifrable y Dinamarca fue el primero en apartarse de la mesa para darle la espalda, haciendo que Tino bajase la vista y se encogiese en su asiento.


—Yo…perdóname. No quiero que pienses que me estoy aprovechando…—trató de decir el danés, moviendo las manos nerviosamente.


— ¡No fue tu culpa! —Se apresuró a responder el finlandés —.Yo quise… Debí apartarme, d-debí… Darte un puñetazo, o algo así.


Mathias se volteó enseguida, mirándolo atónito. Tino no pudo más que sonreír un poco.


— ¿Un puñetazo? ¿En serio? —Preguntó pasmado. Tragó saliva, buscando que más decir—… ¿En verdad quieres arruinar este perfecto rostro?


La carcajada que emergió de la boca del rubio fue la más que clara respuesta.


— ¡Lo siento! Fue un impulso. No volveré a mencionarlo.


— ¿Lo del puñetazo o lo del beso? Porque lo único que estoy de acuerdo en hablar es de lo segundo.


Tino se sonrojó. Sentía la mirada del danés sobre él, expectante.


—Mathias… No te he contado toda la historia. Ya no amo a Su, pero sí amo a alguien más —se aventuró a soltar el finlandés. Aquello iba a ser todavía más difícil que lo primero.


—… ¿Ah? ¿Y quién se supone que es? —preguntó, cruzándose de brazos. Pareciera que no lo hubiese notado todavía.


—Ya deberías saberlo —contestó Finlandia. Su mirada no se apartó de la de Dinamarca, quien abrió los ojos de par en par y deshizo el gesto de sus brazos enseguida. Se había quedado sin palabras, por lo que Tino entrecerró los parpados, incómodo.


—…Entonces esto también será un impulso—expresó Dinamarca de pronto, acercándose y bajando a la altura de su asiento, tomando a Finlandia de las mejillas para volver a unir sus labios con los propios. Finlandia lo observó primero con desconcierto y algo de temor, antes de aferrar al otro por el cuello de la camisa y pegarlo hacia sí. Él mismo fue el encargado de profundizar el contacto y sonrió internamente al sentir como el más alto se dejaba llevar.


Se separaron en cuanto sintieron la necesidad de respirar. Mathias tenía un sonrojo que a Tino se le figuró adorable.


—Tino… ¿Estás seguro de esto? No… ¿No hay problema con, eh… ya sabes?


Berwald. Su solo recuerdo hizo que Tino sintiese un nudo en la garganta, mismo que desapareció ante el tacto de las manos del danés sobre sus hombros. Elevó la diestra para acariciar la más próxima.


—Todo está bien, te lo aseguro —contestó, y tomó valor para decir lo que realmente quería decir —… ¿Quieres continuar?


El danés bajó la vista al tiempo que se mordía el labio inferior. Finlandia casi se desmayó ante la sensualidad del gesto, pero hizo el esfuerzo de no verse tan obvio.


—Sí, me gustaría... Pero no es el momento —dijo el danés antes de depositar un suave beso en los cabellos contrarios —.Ahora debes descansar un poco. Ya hablaremos mañana, ¿sí?


El rubio menor asintió con la cabeza, a sabiendas de que le esperaba un largo día por delante, pero que afortunadamente no lo afrontaría solo. Sin más se incorporó y se dejó guiar hacia la habitación por un danés que le dedicó una última mirada de ternura antes de cerrar la puerta. Solamente había una cosa de la que Tino estaba completamente seguro en ese momento: No iba a darse el lujo de arrepentirse de lo que fuera a suceder.


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