Lo cegó lo suficiente como para poder golpearlo en el estómago y tirarlo al piso. Sabo le dio pena por unos segundos, pensó que sería capaz de predecirlo, pero nada más alejado de la verdad.
Las circunstancias le decían que debía irse rápido o terminaría durmiendo en el piso o en la cama del cachorro que apenas acababa de llegar al diminuto departamento que supuestamente compartían.
Encerrados los dos, como animales.
Tomó las llaves y abrió la puerta, salió, la cerró nuevamente y Sabo escuchó como su malcriado hermanito le daba un uso a esas llaves para encerrarlo desde afuera en el departamento. A eso le llamaba venganza.
—¡Luffy, ven acá! —le gritó Sabo luego de recobrar el aliento después del impacto. Gateó, viéndose ridículo (para ser honestos), incluso el animal lo veía extrañado. Sintió inmediatamente vergüenza por estar en esa posición tan estúpida, sometido ante el mal humor repentino de un niño al que le llevaba por tres años.
El rubio golpeó la puerta desesperado, cuando cesó identificó qué tan lejos estaba el azabache con boquita de azúcar y palabras venenosas, sus pasos se atenuaban hasta que escuchó el sonido del elevador abriéndose y a los segundos, cerrándose.
Oh, ese pequeño malparido no lo había hecho…
¡Sabía perfectamente que debía ir al trabajo! Al menos que… Al menos que ya supiera que a Sabo lo despidieron un mes atrás, cosa que era muy difícil de digerir porque el mayor había hecho mucho por ocultarlo. Al menos que, ahora, Ace hubiera metido su cuchara e intentara convencer a Luffy de irse con él.
Par de imbéciles, con él ya era un trío de imbéciles porque Sabo fue el único anormal que se montaría tremenda historia en vez de salir con la verdad de una vez.
Gimió adolorido, aún no se recuperaba del golpe. Intentó ponerse de pie y cuando lo logró, se dirigió al dormitorio que compartía con el muchacho, ¿para qué? Tomar su celular y poner en su puto lugar al hijo de perra de Ace. Estaba harto de que se metiera en su –tormentosa- relación con Luffy. Era su familia, eso está perfecto; mas, como el incondicional amigo por el que proclamaba ser, debía apoyarlo… No hundirlo más.
Los dos sabían perfectamente que Luffy era de gustos… caros. Suficiente tenía con vivir en ese departamento, que se enterara que Sabo había perdido el trabajo con el que pagaban su prestigiosa universidad, sus celulares último modelo mensuales y ropa de diseñador; eso sin duda, lo volvería loco.
Y no es lo que piensan posiblemente, Luffy amaba a Sabo, no por su dinero, pero el dinero le endulzaba más la vida y eso no se lo negaría a nadie. Sin duda se enojaría por un buen tiempo con él. No al punto de dejarlo, porque eso era algo que definitivamente salía de su expectativa, sino por algo más leve como desaparecer por una semana o quedarse en casa de otra persona.
La duda era, ¿qué le molestaría más? ¿El que su novio estuviera muriéndose de hambre y debiendo mensualidades de sus estudios o el que le haya mentido por un mes entero? Sabo temía una reprimenda por ambas partes.
Buscó su celular en el cajón en donde siempre lo dejaba llegada la noche. No estaba, en cambio había una nota con caligrafía agresiva.
Te jodiste conmigo, Sabo.
Te jodiste.
Con cariño,
Luffy.
Mierda, mierda y mierda.