-Cómo desearía ser agua.
Pensaba el gran, el único, el maravilloso… ¡INVASOR ZIM!
Tragó en seco mientras veía las diminutas gotitas siendo impulsadas, suspendidas y acelerando hacia el centro de la Tierra, reflectando la radiación de esa horrible estrella llamada Sol.
Ahora, ¿por qué un poderoso Irken querría convertirse en una pila de moléculas polares1? Ese vil líquido, insípido, asqueroso disolvente… ¡le enfermaba! Pero no ahora. En ese momento sentía envidia, por algún motivo extraño, incómodo y asqueroso.
En ningún otro sito del universo habría experimentado semejante sensación.
El humano Dib, con unos escasos pantaloncillos cubriendo el segundo tercio de su anatomía terrícola, entiéndase, sin más que eso, exhibiendo sus lindos huesos en el jardín de la casa del Dr. Membrana y… y… echándose esa inmunda sustancia impulsada a presión, ¡con una manguera!
El agua caía por el cuello de Dib, corriendo por su espalda y mojando todo lo demás. Al parecer, el humano se estaba desarrollando bastante bien: las persecuciones lo mantenían en forma.
Unos metros más allá estaba Gaz en un vestidito púrpura y ligero, bajo la gran sombrilla, soda helada a su diestra y ejercitando los dedos con la nueva edición de Cazador de Cerdos Vampiros.
Los hechos eran los siguientes: Dib no soportaba más el calor en su habitación, sus aparatos también se calentaban y se colgaban. El refrigerante no daba la talla para mantener sus instrumentos al máximo en esos días y cayó en pánico cuando perdió la imagen de las cámaras que había instalado en la casa de Zim. Afortunadamente, Gaz mandó a sus juguetes-robot a arrastrar el casi cadáver shockeado de su hermano fuera. La idea de que el cerebro de su hermano se cociera dentro de su propio cráneo no le sentaba mal, pero el Dr. Membrana la regañaría si lo dejaba pasar.
-¡Oh, calentamiento global, eventualmente te venceré! Cuando haya terminado con la clonación de Sagan, el control de nano partículas y…
El Dr. Membrana salió de la residencia tan campante como siempre. Por algún motivo se mantenía fresco sin importar qué. Se despidió de Gaz con un beso y de Dib con una palmada en la espalda. Prometió que los llevaría a comer pizza cuando regresara, es decir, en unos diez o doce días. Y se fue.
Entre tanto, Zim seguía tras el cerco de madera que limitaba el jardín de los Membrana, haciendo caso omiso al doc y a Gaz. Sólo había ido a lanzarle en la cara a Dib las diminutas cámaras que habían estallado en su laboratorio (accidente que por cierto, había interpretado como un ataque), o bueno, lo que quedaba de ellas.
Sin embargo, no pudo evitar quedarse petrificado con la escena.
-Él… es… tan…
-¡ZIM!
Un chorro de agua le llegó de lleno a la cara. Demasiado. Gritó, corrió en círculos, maldijo. Lo usual. Siete segundos más tarde tenía a Dib encima, sobre el césped mal cuidado del vecino. Para la fortuna de Zim, la manguera no era tan larga como para llevarla hasta ahí. Pero allí estaba, sobre el Irken que aún temblaba, ora por el dolor, ora por la presión de las caderas del húmedo humano.
Su cuello quemaba por las manos de Dib impregnadas de ese inmundo líquido, se sentía enfermo, no sólo por la asfixia.
Entre tanto, Gaz había llamado estúpido a su hermano por enésima vez, justo antes de darle otro sorbito a su soda.