Atravesó corriendo el bosque prohibido mientras veía a todos los mortifagos adentrarse al que era su antiguo colegio. Corría al encuentro de ese al que llamaba “su señor”, pero que no era más que el hombre que le había robado las esperanzas; aquel que le había robado al amor de su vida.
Su llamado no lo tomó por sorpresa; él ya estaba preparado para eso, lo había estado desde 2 años atrás cuando le habían dado la noticia que había destrozado y eliminado las pocas ganas que le quedaban de vivir. Ni siquiera Dumbledore pudo entenderlo; siempre le preguntaba lo mismo, “Por qué aceptaba esas locas misiones?”, y la respuesta siempre era la misma: “por él”; simplemente por él había seguido todas las locuras del ya muerto director.
Corría mientras el viento agitaba su cabello, si aquel largo, negro y “grasiento” cabello como muchos lo llamaban, pero que él lucía orgulloso solo porque le permitía recordarlo: “Peli-grasiento”, “quejicus”. Unas lágrimas comenzaron a descender por su rostro cuando se adentro en la Casa de los Gritos, mientras el eco de esa lejana voz pronunciando esas palabras resonaba en su cabeza.
Sintió cuando Potter llegó a esa vieja y destruida casa; aún con la mente y el corazón destrozado sentía la necesidad de seguir protegiendo ese pequeño del cual había aprendido a sentir su presencia, y ayudarlo a bloquearla de la mente de Voldemort. Tenía experiencia en esas cosas porque también ocurría con Él; siempre en el colegio podía darse cuenta cuando se acercaba a hacerle una broma, se parecían tanto aquellos dos que incluso había llegado a pensar que Potter era más hijo de él que de James. Sonrió ligeramente al imaginarse a Lily con aquel libre casanova. Y sonrió aún más al ver los ojos del nuevo héroe del mundo mágico brillar en la oscuridad con el brillo de determinación que le recordaban a su amor perdido, y claro, el verde intenso de los ojos de Lily.
Escuchó el discurso de Voldemort, al menos lo intentó. Eliminó sus pensamientos y bloqueó sus sentimientos. Y cuando llegó el momento en que Naggini lo atacó, un solo pensamiento llegó a él antes de que Voldemort se fuera: “Es tiempo de que podamos estar juntos, por fin, mi amado cachorro. Espérame Sirius, ya voy en camino.”
Luego de eso, Harry Potter recogió los recuerdos que Snape había modificado desde su juventud para que pareciera que su amor iba dirigido a una chica pelirroja. Cuando en realidad, todo y completamente él estaba dedicado a un perro de ojos grises que lo había cautivado desde su primer año en el colegio, y con el que tenía planeado formar una familia si no hubiera llegado la loca de Bellatrix a asesinarlo.
De esta forma solo las paredes del castillo y algunos personajes que ya no estaban entre ellos sabían la verdadera historia de aquellos dos amantes. De esos dos ángeles que estaban destinados a morir, pero que se juraron amor hasta su reencuentro en el más allá, donde se podrían amar con libertad y sin miedo a ser juzgados por nadie ni por nada. Por eso, cuando Severus volvió a abrir los ojos, lo primero en ver fue una mata de pelo ondulado chocar contra su cara, un abrazo protector y en seguida unos ojos grises penetrantes; una sonrisa de inmensa alegría adornó las palabras que salieron de esos labios “hiciste un gran trabajo allá abajo, ahora es tiempo de recuperar esos dos años perdidos”.
Severus Snape y Sirius Balck, por fin podrían ser felices juntos.
FIN.