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Losing you. por MitcheKiller117

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Notas del fanfic:

Disclaimer: No soy Park ChanYeol, ni mucho menos Byun BaekHyun. No soy ninguno de los personajes aquí mencionados y tampoco sostengo ninguna clase de relación con ellos: Yo soy solo una soñadora dispuesta a narrar, en su mayoría, locas historias de amor.

Notas del capitulo:

Aclaraciones:


—Diálogos.


Puntos a remarcar o pensamientos.


El resto es de intuir: Los pensamientos narrados en esta historia pueden presentarse de un momento a otro, siendo separados únicamente por un par de espacios del párrafo anterior.


Advertencia: La categoria "misterio" no es realmente relevante en la historia. No me hago responsable del sufrimiento de nadie.


Recomendaciones músicales: Growing Pains — Super Junior D&E. Evanesce — Super Junior. The Misery — Sonata Arctica. Times — Tenth Avenue North. Read All About It (Pt. III) — Emeli Sande.


De antemano, gracias por leer.

 

 

Mis pensamientos están llenos de ti, aún persigo las manecillas del reloj, persigo el tiempo, pero solo llego al momento en que me dejaste: Me apresuro para alcanzarte, tú te apresuras para dejarme. Apresuro mis pasos cada día, inundado en recuerdos… Ahora somos como un viejo cuaderno lleno de garabatos.

-

 

 

 

 

 

Prólogo: Tic tac.

 

Oscuridad.

Está haciendo frio. Puede sentir las manos heladas incluso bajo el edredón.

No es necesario parpadear entre la penumbra, lo sabe. Hay muchas cosas de las que no está seguro, pero definitivamente el hecho de que no está solo, no es una de ellas.

Hay un peso adicional sobre su cama, terriblemente cerca del suyo y la calidez que desprende, le aterra por alguna misteriosa razón. Seúl de madrugada,  es todo estrellas titilantes tras una gruesa capa de smog. Carros que nunca descansan, conducidos por personas que tampoco lo hacen. Sirenas en la lejanía y el sonido de un molesto grillo del que no se había percatado antes.

Olvidó cerrar la ventana. Recuerda eso, de entre todas las cosas posibles, eso. Pero sabe que no podría levantarse para cerrarla ni aunque quisiera.

Es casi como si no estuviese ahí: Una opresión sofocante sobre el pecho lo mantiene quieto, la inquietud de un pensamiento tras otro, le exige encarar a la persona con la que se ha acostado más temprano.

ChanYeol.

Alguien susurra tan quedo, que al que se da por aludido, le parece más parte de su imaginación. Es así hasta que un toque tórridamente familiar lo sacude por el hombro, y es solo entonces cuando ChanYeol se gira involuntariamente para mirarlo.

No tiene control sobre su propio cuerpo, el miedo insólito se apodera de cada uno de sus sentidos, pero no lo demuestra.

Lo suficientemente incorporado como para levantar la cabeza cerca de la suya. Cerca, demasiado cerca, peligrosamente cerca. Cabello castaño cayéndole por la frente desordenadamente, labios pequeños y ojos de cachorro. El corazón le late al inquieto dolorosamente, a una velocidad casi inhumana.

Hay algo en el brillo de esos ojos que es incapaz de reconocer.

Un minucioso destello que sabe siempre ha estado ahí, pero que su mente se empeña en bloquear por alguna traicionera razón. No tiene idea de lo que está pasando, pero ver los ojos preocupados de ese precioso chico, aun en la oscuridad, le provoca una terrible ansiedad.

ChanYeol.

Una vez más.

ChanYeol, no lo hagas.

¿Está soñando? No recuerda haberse quedado dormido. Recuerda retazos de un día que no sabe cuándo ocurrió, recuerda personas caminando por la acera de enfrente y a sí mismo riéndose de la vecina incapaz de abrocharse el sujetador en el apartamento de enfrente.

Sus manos viajan por su propia cuenta, sin embargo, hasta colocarse en la cintura de aquel que se ha atrevido a subírsele repentinamente de encima. ChanYeol no puede entender, por qué está sonriendo, a dónde se ha ido toda esa preocupación, y se estremece bajo la deliciosa caricia de esas pequeñas manos rozando su cara.

Es como si su cuerpo lo reconociera, y la sensación es tan gratificante, que se deja envolver por ella.

Un beso, uno tras otro. Las cosquillas en el estómago lo ponen a temblar. Incapaz de hacer un solo movimiento intenta respirar, llevándose consigo una bocanada más grande del mismo oxígeno que ese chico también respira. Lo conoce, está seguro, sus manos tantean zonas que parecen sensibles, lugares ajenos que él jamás hubiese sido capaz de descifrar en cuestión de minutos.

Minutos silenciosos y perezosamente culpables del estado en que se encuentra.

Estaba helando, y cuando el chico finalmente cayó recostado sobre su pecho, disfrutando del constante vaivén de la respiración de ChanYeol, fue exactamente el instante en que sus ojos dieron con el misterioso cielo nocturno. Uno más estrellado del que recordaba presenciar por las noches en la gran ciudad. Pero el chico parecía ajeno a todo, acurrucado ahí, con la expresión hundida en el pecho de un extraño. Pero no era un extraño. No para él.

ChanYeol.

La voz está tan lejos. Puede sentir cómo lo toma por el brazo, ojos centellantes posados sobre los suyos, tan brillantes que le parecen casi ansiosos y es solo entonces cuando siente por primera vez la necesidad de pronunciar esas palabras.

Palabras que no se le habían ocurrido antes, palabras que le aceleran el pulso tanto como el cuerpo de ese chico en sí lo hace. Y es cuando las susurra, entre caricias a esas hebras de cabello tan castaño que le es familiar…

—Te amo, BaekHyunee.

Pero el sonido de fuertes pisadas, probablemente de tacones, interrumpe la magnitud del momento.

El corazón de ChanYeol late muy rápido, pero no son nervios los que siente, sino miedo. Mucho miedo. Y hay una parte suya que quiere gritar que lo detengan, que detengan todo, que él ya no tiene ganas de hacerlo.

Pero allá arriba, más lejos del cielo estrellado perezosamente trazado, casi como si se tratase de una hermosa pintura, la decisión está tomada.

Park ChanYeol, alguien habla con profesionalismo, cortándole la respiración al mismo tiempo en que la casa parece derrumbarse. Y la voz únicamente vuelve cuando él intenta huir, girándose justo a tiempo para encontrarse con esos ojos vidriosos tan perfectos que está seguro de haber visto antes.

El chico estira la mano hacía él, su expresión rogándole que la tome.

—ChanYeol — dice, y todo se cae en pedazos, y no es capaz de recuperar la fotografía sobre el tocador, y el aludido está demasiado ocupado deseando poder grabarse esa voz en alguna parte de su confusa mente como para percatarse de cómo el pequeño se está desvaneciendo. — ChanYeol, no me dejes.

Está terminado, la voz surge de alguna parte como una sentencia de muerte.

ChanYeol estira el brazo para tomar la mano del chico…

La oscuridad los consume en el último segundo.

 

 

 

Minuto cero.

 

Abre los ojos.

La claridad se filtra entre sus pestañas, cegándolo durante no más de un par de segundos.

Sus manos se deslizan un poco lejos de su cuerpo, como si estuviesen acostumbradas a despertares inusuales y al sonido de maquinaria pesada desplazándose sobre vías. A la velocidad que casi ha logrado marearlo, al enfoque torpe que sus ojos finalmente le dan a la ventana junto a la que está sentado.

No puede ver otra cosa que no sean paredes grises. El color metálico de los muros del tren también, porque supone que está sentado en uno de sus asientos.

Se frota una mano contra la parte posterior del cuello, extrañado de lo adolorida que se encuentra el área, antes de echarle una sigilosa mirada a sus alrededores.

No hay demasiadas personas, descubre, por lo menos no la cantidad a la que él está acostumbrado a ver. Un hombre de apariencia cansada le devuelve la mirada con las cejas fruncidas, como si el dejo de confusión que sabe hay dentro de sus ojos le molestara.

ChanYeol se gira justo a tiempo como para evitar problemas, finalmente cayendo en la cuenta de por qué el vagón está tan vacío y el silencio reina más allá del metal arrastrándose sobre metal bajo sus pies.

La pantalla instalada sobre la puerta del vagón, le informa que está por da la una de la madrugada, y que se encuentra en el último tren activo de la ciudad.

Es entonces cuando piensa que realmente no tiene idea de qué está haciendo allí, ni cómo llegó, ni tampoco por qué está viajando a casa tan tarde.

No hay manera de que su trabajo de oficina lo hubiese esclavizado hasta tan tarde, por más que a uno le gustase su trabajo, muchísimo tiempo atrás las leyes habían decretado la ilegalidad del acumulamiento de horas extras, y a sus jefes jamás les había gustado meterse en problemas.

Lo suficientemente confundido como para que su ceño se frunza, mueve su cuerpo hasta ponerse de pie cuando la puerta se abre con un pitido que le es familiar, el número de la estación en que el tren se ha detenido marcado con color rojo en la pantalla.

El pasajero sobrante no corresponde la reverencia educada que ChanYeol le dedica antes de bajarse, antes de que su rostro sea golpeado por el helado aire de la madrugada.

El frio le resulta acogedor bajo el inmenso grosor de su abrigo, pero las escaleras maltrechas por las que tiene que bajar le aterran: Parecen oxidadas, viejas, gastadas. Como si mucho tiempo atrás las personas hubiesen dejado de subir por ellas.

Edificios departamentales, con las luces de sus cálidos interiores centellando como estrellas, lo hacen mantener la calma pese a todo, conduciéndolo escaleras abajo con la sola esperanza de estar dentro de su propio edificio muy pronto.

No se topa con nadie cuando atraviesa la estación, los asientos empolvados como si a casi nadie se le ocurriese sentarse jamás. La iluminación es escasa y terrible, ChanYeol toma nota de quejarse con el gobierno respecto a ello cuando tenga que volver al trabajo.

Atraviesa la cerquilla de seguridad con un salto, porque al parecer ha dejado de funcionar, y él no sabe dónde demonios ha dejado su boleto de todas formas. No hay nadie en la taquilla tampoco, y se gira incrédulamente pare verificar que realmente está solo cuando un repentino flash sobre sus ojos detiene sus movimientos con brusquedad.

Asustado de sí mismo, ChanYeol se frota con ímpetu y vuelve a mirar de un lado a otro lo suficientemente alarmado como para sentir su pulso acelerado.

 

—¿Hamburguesas para la cena? ¿Intentas sobornarme por alguna extraña razón, Park?

Lo finito de su voz, le provocó una sonrisa al más alto en los labios. —No, ¿tiene algo de malo que quiera consentirte?

El bajito entrelazó rápidamente sus dedos entre los suyos, importándole poco lo sudoroso de sus manos a esas horas de la noche. ChanYeol intentó evitar mirarlo a toda costa, demasiado seguro de que una vez haciéndolo, ya no habría vuelta atrás.

—No me malinterpretes, me gusta que me consientas. — Dijo, moviendo juguetonamente sus manos adelante y atrás, como si fueran niños de preescolar caminando fuera del jardín de niños. — Pero es que nunca lo haces, Yeol.

Yeol.

Su corazón punzó, pero decidió no prestarle importancia. Sus ojos volviéndose para encontrarse con los castaños ajenos, un puchero demasiado infantil apoderándose de esa adorable boquita, y estuvo en lo correcto… No había vuelta atrás.

—¿Qué nunca te consiento, dices? — Murmuró con su voz gruesa, aguantándose la risa para parecer serio a toda costa. — ¿Qué hay de dejarte comer en la cama? ¿Y de la lechita con miel cuando estás enfermo?

—¡Ay, Yeol! — Se quejó el adorable castaño, moviendo sus piernas adelante y atrás mientras surcaban la iluminada estación tomados de la mano. — Eso no cuenta.

El aludido se rio dolorosamente, demasiado dolorosamente cómo para saber qué era exactamente lo doloroso en ese asunto.

Se acercó a su oído entonces, teniendo que agacharse mientras caminaba para lograrlo, robándole un sonrojo al pequeñito porque por alguna extraña razón, estaba completamente seguro de que al otro le fascinaba que hiciese eso. — ¿Los baños de burbujas con tus caras fragancias favoritas tampoco cuentan?

El codo del bajito se hundió torpemente sobre su estómago, su cara roja sacándole al más alto las carcajadas más divertidas que por alguna extraña razón apenas era capaz de escuchar.

—¿Quieres dejar de avergonzarme?

Lo miró a los ojos.

ChanYeol sonrió de oreja a oreja antes de precipitarse a negar con la cabeza.

El bajito se quejó, apresurándose dignamente a las escaleras de metal resplandeciente sobre las que el tren esperaba por ellos.

—Pues tendrás que comprarme dos hamburguesas entonces, Park ChanYeol.

Su pequeña espalda alejándose le causó un escalofrío. Sus pies no tardaron demasiado en moverse más rápido para alcanzarlo, atrapando esa pequeña mano entre la suya y entrelazando cuidadosamente sus dedos uno a uno.

La celestial sonrisa que el castaño le dedicó, le rompió el corazón.

 

Zarandeó la cabeza de izquierda a derecha, ambas manos tirando de su desordenado cabello.

¿De dónde demonios había venido eso?

Las luces parpadeantes sobre su cabeza, le advirtieron que se encontraba parado en un lugar olvidado por el mundo en el que seguramente no debía estar. ChanYeol se apresuró a moverse, justo en el sentido contrario en que se había movido en el pasado, con ese bonito chico colgando de su brazo.

Le dolía el corazón, le dolía la cabeza.

ChanYeol no sabía nada, salvo lo mucho que deseaba llegar a casa.

 

 

 

Minuto uno.

 

La vieja edificación donde recordaba vivir, lo hizo sentir tranquilo por muy extraño que el hecho pareciera.

No tomó el ascensor debido a que fuera de éste, había un cartelón que perfectamente establecía que estaba fuera de servicio. ChanYeol se sintió repentinamente extrañado mientras se encaminaba por un largo pasillo, él no recordaba haber bajado las escaleras esa mañana. Pero más de un escalofrío lo hizo detenerse en el segundo peldaño de las estridentes escalerillas de madera que lo conducirían  a su piso…

Tampoco recordaba haber salido ese día. Ni los motivos que lo habían llevado a estar fuera, así como a devolverlo a casa tan tarde por la noche.

Con el corazón en la mano, tan latiente como asustado, el joven se condujo a sí mismo arriba: Bloqueando todo pensamiento que pudiese confundirlo aún más, convenciéndose a sí mismo de que después de un delicioso baño caliente, los recuerdos volverían a instalarse en su cabeza por sí solos.

El pasillo de su puerta estaba tan desierto como estaría cualquiera a esas horas de la madrugada. La ventana al final de éste tenía los cristales rotos, y aunque ese pequeño detalle incrementó el ritmo de su pulso, ChanYeol no se detuvo sino hasta pararse delante de su departamento, sacando las llaves con sus temblorosas manos e intentando sin éxito alguno abrir la puerta inmediatamente.

Cuando el llavero se le cayó al suelo, el hombre se agachó para recogerlo inmediatamente, sus constantes temblores llegando a marearlo, el olor a madera vieja penetrando en lo profundo de sus fosas nasales y encendiendo alarmas en su cabeza, montones de pitidos directo a su cerebro, ruiditos que casi parecían susurrarle palabras desconocidas. La llave finalmente entró en la cerradura, ChanYeol empujó con su pie izquierdo la madera y con sus dos manos la manija, recordando el truco de esa vieja puerta que no recordaba tan desgastada.

No necesitó encender la luz para quitarse los zapatos en el umbral y lanzarlos a dónde debía estar el mueble que él jamás quiso comprar, la gruesa alfombra bajo sus calcetines estaba más dura de lo que debía, pero él poca atención le prestó cuando estiró una de sus grandes manos para alcanzar el apagador.

La luz se hizo en el interior.

Una visible capa de polvo se había instalado sobre el suelo y la mayoría de los muebles que desde allí alcanzaba a ver. Con la puerta cerrada a sus espaldas, se dio cuenta de que le costaba trabajo respirar un poco ahí dentro.

La madera crujió bajo sus pies, pero más que eso, ChanYeol estaba seguro de que había algo más debajo de esa alfombra que por alguna razón, él era incapaz de descubrir.

Sus ojos no tardaron demasiado en encaminarse hacia el perchero, ese mueble lo suficientemente imperfecto y descuidado que había comprado en una venta de garaje. El mismo que nunca fue su estilo y tampoco recordaba haber deseado jamás, pero que por el motivo que fuese, estaba recargado contra la pared, tan empolvado como cualquier mueble, tan orgullosamente erguido… En el colgando únicamente una prenda que ChanYeol no recordaba haber dejado ahí tampoco.

Sus dedos tantearon el material con que parecía haber sido tejido. Lana café, de esas calientitas que suelen abrigarte en invierno, cuando el frio es un depredador en busca de cualquier presa, en esos días que recordaba haber pasado solo dentro de la cama, con las calcetas puestas y una sonrisa sin motivo de origen pintada en los labios.

Pero el suéter en el perchero es demasiado pequeño.

Tanto, que si hubiese intentado probárselo, seguramente la desgastada lana hubiese terminado abriéndose por las costuras.

ChanYeol lo aferra entre sus manos sin saber por qué. Y se mueve, camina finalmente arrasando con el polvo bajo sus pies, los calcetines blancos tiñéndosele de gris sin intención alguna…

El mueble de la televisión seguía estando ahí, la cómoda sala donde tantas veces se había quedado dormido rodeándola como si fuese el punto clave de una reunión. Y su mano se mueve por su propia voluntad, alcanzando la textura del respaldo de uno de los sillones y guiándose por su superficie mientras camina.

Una sonrisa le curva los labios, pero no sabe por qué lo hace.

Susurros de una voz desconocida en sus oídos, el punzante dolor de cabeza al que parece haberse acostumbrado. Los cojines del más grande están desordenados, y ChanYeol casi puede verlos ahí: A dos personas acurrucadas, compartiendo un mismo bol de palomitas.

Pero el corazón le punza dolorosamente, alejando esa extraña imagen de sus pensamientos mientras sus pies giran y se dirige a la cocina.

Va a tener que surtir la despensa, es lo primero en lo que piensa cuando sus ojos dan contra algunos de los escaparates de la cocina integral: Abiertos y vacíos.

Es casi como si él no hubiese puesto un pie dentro de esa casa en demasiado tiempo, pero las llaves estaban en su bolsillo, recuerda haber salido a trabajar el último día que sus recuerdos alcanzan, de las mismas escaleras que lo conducen al vestíbulo. Y esa es su casa, suya. No hay manera alguna de que él pudiese abandonarla, y lo sabe, está completamente seguro de ello.

Es su zurda la que tantea la superficie de la barra, sus dedos llevándose consigo una gruesa capa de polvo que no debía estar allí.

Sus ojos están demasiado ocupados buscando un solo motivo por el cual la casa está tan fría, la calefacción parece haberse averiado y las luces sobre el techo parpadean como si hubiesen pasado demasiado tiempo sin uso, pero son sus torpes pies tropezando contra el banquillo en que recordaba sentarse todas las mañanas para el desayuno, los que lo traen de vuelta a una realidad de la que parece no saber nada.

Hay un banquito más alto junto al suyo, lo suficientemente alto como para que pies pequeños cuelguen de él y una vocecilla cantarina le susurre al oído que ahora es tan alto como él.

Y el pulso se le acelera, porque hay algo que debe recordar, y ChanYeol cierra los ojos con fuerza y se lleva las manos a la cabeza, y persigue ese algo, esa cosa importante que se le está escapando pero nunca es lo suficientemente rápido como para llegar a él.

Y hay flashes fugaces en su cabeza: Un rostro sonriente, ojos color avellana.

Hay alguien vestido con el suéter café que sostiene con su diestra, pies demasiado cortos columpiándose sobre el banquito que es tan alto que le impide tocar el suelo. Avena caliente en la estufa, escaparates llenos de comida orgánica, un refrigerador lleno de lechuga.

Y ChanYeol no sabe qué es lo que le hace falta, ni por qué se recuerda a sí mismo leyendo el periódico sobre la barra de la cocina; con los restos de una sonrisa esbozada en su boca, mirando profundamente en los ojos de una persona que no conoce.

La desesperación recorre sus venas, apresurándose más que la sangre. Quiere saber por qué se siente tan vacío, por qué quiere recordar con tanto anhelo los trozos de ese bonito rostro que le sonríe contra la claridad de la mañana en lo profundo de su memoria.

Sus rodillas se flexionan y cae sentado sobre el banco que siempre ocupó.

Las lágrimas ruedan por sus mejillas, y aunque se pasa las manos por los ojos, es incapaz de detenerlas. No sabe por qué, pero le duele. Le duele el corazón mucho más que la cabeza, y se aferra silenciosamente al suéter café, y la fragancia que taladra sus fosas nasales no es más que polvo, y ChanYeol llora más fuerte porque no sabe quién es él, pero sabe que su olor se ha ido.

Se ha ido para siempre.

 

 

 

Minuto dos.

 

Llegar a casa después de un agotador día de trabajo nunca había sido tan difícil.

Sabe eso, está completamente seguro de ello.

Han pasado exactamente tres días desde la madrugada en que abrió los ojos en el tren, y ChanYeol no ha visto a sus vecinos ni una sola vez. No niega que ha llegado a sentirse preocupado, porque si hay algo importante de lo que no se ha olvidado, entonces eso es de su pequeño vecinito extranjero, Yixing.

Y ChanYeol había dejado galletas colgadas en la perilla de su puerta cada día desde entonces, escribiendo pequeñas notas de ánimo dentro de ellas durante sus cansados viajes en tren de vuelta del trabajo.

Yixing está enfermo, recuerda. Tiene una enfermedad tan extraña, que ninguno de los numerosos médicos que ha visitado, pudo diagnosticarla correctamente alguna vez. Los costosos tratamientos a los que ha sido sometido han empobrecido a su familia…

En ocasiones, cuando la noche cae y el silencio de la casa es demasiado ruidoso para sus oídos, ChanYeol sale al balconcito fuera de su habitación, encontrándose siempre con un Yixing de cabello negro despeinado y sonrisa ausente.

Fue ahí donde lo conoció por primera vez, donde Yixing le confesó que no podía ver pero que realmente estaba ansioso por conocer las estrellas. Y desde entonces, ChanYeol recuerda haberse quedado sentado hasta tarde junto a él, contándole maravillosas historias sobre constelaciones y lo preciosa que es en realidad la vida.

Recuerda historias sobre una felicidad que no sabe cuándo experimentó, risitas furtivas y la sonrisa de Yixing mirando sin ver. Compartiéndole tímidamente sus pensamientos, haciendo un lío enredado de sus dedos a causa de los nervios, porque nunca habló demasiado y tampoco se le permitió ir a la escuela.

Vagamente, ChanYeol también recuerda galletas con leche. Deliciosas y recién horneadas, pero él no sabe cómo hornear.

Su pecho duele de tan solo sentir el dulce sabor en su paladar, y algo le dice que esos momentos nunca fueron solo de él y Yixing.

Pero al final del día, nada de eso importa. Porque las galletas que ha dejado en su puerta siguen ahí cuando regresa del trabajo, acumulados un paquete bajo otro y, cuando se asoma al balcón de al lado; lo único que encuentra son puertas torpemente cerradas y un cristal tan roto como si alguien le hubiese propinado un puñetazo furioso.

ChanYeol se siente cansado y solo, no tiene a nadie a quién llamar y tampoco se siente capaz de molestar con sus repentinas inseguridades a su madre.

Así que al final de la semana, ChanYeol solo puede llenar la tina y rociar el agua con fragancias dulces demasiado escandalosas. Las burbujas flotan sobre el agua tibia, y cada centímetro de su piel se estremece cuando sus pies se hunden en la tina.

Sus hombros se relajan con la calidez del agua, ChanYeol hundiéndose lo suficiente en ella como para que solo sea su cabeza la que quede fuera.

Está confundido y particularmente irritado.

En el trabajo siempre está recibiendo miradas lastimeras que le provocan arcadas, sus compañeros lo miran como si estuviese enfermo, como si apenas un segundo atrás le hubiesen diagnosticado la más mortal de las enfermedades y él todavía no se hubiese enterado.

Pero ChanYeol está sano, lo sabe, es capaz de sentirlo así.

No necesita visitar un médico para confirmarlo, porque los médicos enferman para vender sus consultas y costosas cirugías desde hace años. Y ChanYeol nunca confió en ellos, ni tampoco planea hacerlo.

Un suspiro se le escapa de los labios cuando decide que cerrará los ojos.

Un baño caliente probablemente es todo lo que necesita, sus músculos se sienten relajados, los dedos de sus pies se encorvan deliciosamente y el dolor al final de su espalda ha desaparecido repentinamente.

 

Lo largo de sus pestañas le hace difícil enfocar la pared de enfrente.

Las caricias en su espalda se sienten endemoniadamente bien, los dedos que lo masajean definitivamente están haciendo bien su trabajo. Ha sido una agotadora semana sentado tras un escritorio, o eso es lo que la persona que está tocándolo tan maravillosamente les susurra.

ChanYeol apenas nota sus cortas piernas rodeándole la cintura, manteniéndolo preso por la espalda, pero nada de eso importa cuando se siente tan condenadamente tranquilo, tan relajado.

—¿Cuándo es que van a darte vacaciones?

Le susurra al oído y una sonrisa traviesa se le dibuja al más alto en los labios. — Sabes que eso no está en mis manos, pequeño.

No necesita mirarlo para saber que está haciendo uno de esos preciosos pucheros a los que él es incapaz de resistirse.

—Pero Yeol, ¡Siempre estás trabajando! — se queja infantilmente, sus manos dejando de frotar su espalda para rodear perezosamente su ancho torso. — Ese maldito viejo ricachón solamente está explotándote.

—Bueno, pues eso es lo que sucede cuando no terminas la Universidad — El aludido respondió, encogiéndose de hombros y moviendo sus manos bajo el agua para acariciar los deliciosos muslos del cálido chico que hace maravillas con sus pequeñas manos. — Es por eso que tú debes terminarla, uh.

Un beso delicado siendo depositado en su hombro le hace ver las estrellas, sintiendo su corazón querer salírsele del pecho de un momento a otro.

—Estoy estudiando Artes, Yeol, todo el mundo dice que tú y yo no llegaremos a ninguna parte.

ChanYeol captura entonces una de las pequeñas manos del parlanchín entre las suyas, inclinándose después solo lo suficiente como para besarla con dulzura. — Bueno, ¿qué se le va a hacer? Eres el artista del que me enamoré, tendremos que vivir en la pobreza el resto de nuestros días.

La melódica risa del chico le resulta casi angelical. Su rostro recargado contra su cuello, una de esas delicias que pocas personas podían llegar a permitirse. Los besos que ese pequeño deja sobre su piel debían ser considerados como la octava maravilla del mundo, podía sentir el creciente cosquilleo en su estómago… —Deja de culparte, Yeol, eres excepcional con o sin título.

Y demonios, ama a ese chico.

Su cabeza se gira solo lo suficiente como para encontrarse con esos labios blanditos, una boca acoplándose a la otra como si fuesen piezas de un rompecabezas esperando finalmente poder encajar juntas.

Sus ojos castaños lo miran profundamente un segundo después, las mejillas adorablemente pintadas de rojo y las partes de su piel visibles, mojadas por el agua caliente infestada por fragancias demasiado caras que todavía se dan el lujo de adquirir.

—Tú eres el único título que necesito.

El bajito se las arregla para sentarse sobre su regazo, la temperatura aumentando, la piel del uno restregándose juguetonamente contra la del otro.

—Te vas a aburrir de mí en algún momento.

ChanYeol parpadea, conteniendo una carcajada después. — Eso no va a suceder.

El chico lo abraza con fuerza, descansando la cabeza en su pecho. — Vamos a arrugarnos como pasitas juntos, Yeol.

El aludido lo rodea del mismo modo, apretándolo contra su cuerpo con tanta fuerza como si se le fuese a escapar de las manos.

 

Y es precisamente ese momento en que el dolor le atraviesa el pecho, porque quiere quedarse ahí, con él, cumplir la promesa que sus labios nunca pronunciaron: Pero sabe que se trata únicamente de un recuerdo. Un recuerdo más…

Y la pared que sus ojos observan es la misma, pero está sólo dentro de la bañera.

Demonios, otra vez está llorando.

¿A dónde se ha ido el pequeño responsable de sus lágrimas? ¿Por qué no están arrugándose como pasitas juntos?

ChanYeol no encuentra una respuesta.

 

 

 

Minuto tres.

 

—Yeol, ¿Podemos llevar chocolates?

El aludido se gira para devolverle al bajito la mirada, llevando una caja de pasta en la mano y examinando cuidadosamente los pros y los contras de comprarla.

—¿Necesitas chocolate, pequeño?

—Sí — el castaño claro pucherea pero responde de inmediato. — Si no tengo chocolate, moriré.

BaekHyun…

ChanYeol pronuncia y le duele, le duele tener que negarle al chico algo que realmente quiere, algo que le fascina comer, pero ambos saben que el chocolate es un lujo que ya no pueden permitirse.

El pequeño suspira y finalmente le da la espalda, encaminándose por donde ha venido para dejar la caja con chocolates en su lugar. Pero asoma la cabeza al fondo del pasillo, vacilante y poniendo esos adorables ojos de cachorro a los que sabe, nadie es inmune.

—¿Estás seguro de que no podemos llevárnoslos? Renuncio al almuerzo del lunes si nos los llevamos.

BaekHyun. — ChanYeol repite con el mismo tono severo, aunque la cómica sonrisa en sus labios le quita credibilidad.

—¡Anda! — Baek canturrea, caminando de vuelta hasta el carrito donde su grandote está esperando por él. — Piénsalo, Yeol, los dos ganamos: Yo tengo mi chocolate y tú no tienes que levantarte temprano el lunes para preparar el almuerzo.

Soltando una airada carcajada, el más alto le arrebata la caja con los dulces y trata de no escandalizarse cuando sus ojos examinan el precio. — BaekHyunee, sabes perfectamente que trabajo todos los días. Me levanto temprano los lunes, así tenga que preparar el desayuno o no.

—¡Mentiroso! — El bajito salta, clavándole el índice a ChanYeol en el pecho. — ¡Eres un mentiroso, no trabajas los domingos!

Divertido, el alto termina depositando la caja dentro del carrito de compras. — Vamos a llevárnoslos, pequeño, pero solo por ésta vez.

Mentira… Siempre terminan haciendo lo que él quiere.

El pequeño, sin embargo, tira de su corbata y se pone de puntitas para poder depositar un cálido beso en su mejilla, poniéndolo a temblar.

—Te amo, Yeol.

—No, lo único que tú amas es el chocolate.

BaekHyun camina con un toque pintoresco y bailarín por delante de él, deteniéndose al final del pasillo para lanzarle un guiño. — Sí, pero cada vez estás más cerca de que te ame tanto como al chocolate.

—¡Ven aquí, pequeño diablillo!

 

—¡Byun BaekHyun, ¿quieres parar?!

El aludido le devolvió la mirada, sonriendo maliciosamente en su dirección, como si se estuviese burlando de él.

—¿Parar de qué, ChanYeol? — Murmuró con la misma sonrisilla —¿De darte una paliza? Pues no, resulta que no quiero.

Se comió la fritura que tenía entre los labios, dejando rastros anaranjados de su color artificial y el grandote contuvo las enormes ganas que tenía de besarlo a la fuerza, pero BaekHyun volvió a tomar posesión del control, retándolo con la mirada a una partida más.

—¿Qué sucede, Yeol? ¿No eras tú quien quería seguir jugando en lugar de ayudarme con el aseo?

El más alto hizo un puchero, sus manos soltando el control de la consola sobre el suelo antes de cruzarse sobre su pecho. — ¡Es domingo! ¡Lo último que quiero hacer es el aseo!

Baek se carcajeó como si su expresión en verdad fuera graciosa. — ¿Y qué sugieres que hagamos, Yeol? ¿Llenarnos de polvo?

El aludido le dedicó una de esas sonrisas que el bajito siempre denominaba como pervertidas antes de gatear hasta él, alejando la bolsa de frituras de queso de un manotazo y siendo un poco más cuidadoso con la maldita consola que él tanto amaba.

—Se me ocurre algo mejor que podemos hacer, si tú quieres.

BaekHyun se recargó coquetamente sobre sus brazos, mostrándole así sus tentadores muslos regordetes descubiertos… Porque bueno, era domingo, y le fascinaba vestirse únicamente con las viejas camisas manga larga que su precioso ChanYeol solía usar para el trabajo.

—Cuéntamelo todo, gigante.

Las gafas cayéndole por el puente de la nariz, la sonrisa descarada y las mejillas siempre pintadas de rojo.

ChanYeol lo acarició tan delicadamente como si se quisiese memorizar cada trozo de su piel, y lo besó de manera cuidadosa, como si se tratase del más frágil de los tesoros que él no está dispuesto a olvidar en absoluto.

Y sus grandes manos lo tomaron por las caderas, sujetándolo bajo su cuerpo mientras se cierne por el encima de él, sus labios marcando un camino de chupetones por toda su piel bronceada, arrancándole suspiros de lo más profundo del alma.

—Estoy tan enamorado.

BaekHyun lo abraza con fuerza, rodando sus caderas para posicionarse él encima. — No tanto como yo.

Y las manos temblorosas de ChanYeol pueden sentir su pulso acelerado mientras le desabotona la camisa, porque para ellos siempre será como la primera vez.

Siempre…

 

ChanYeol se sienta en la cama, pasándose una mano por el cabello y despeinándose en el proceso.

Los recuerdos son cada vez más nítidos, es como si pudiera sentirlos materializársele entre las manos y de pronto ya no le gusta tanto dormir, porque no puede distinguir entre un sueño y un recuerdo, y se pregunta entonces si lo que su mente acaba de recrear fue real alguna vez.

Porque se siente como si lo fuera. Su corazón no deja de latir gracias al recuerdo de la suavidad de una piel que no recordaba haber tocado antes.

Y hay un nombre en la punta de su lengua.

BaekHyun…

No puede parar de repetirlo porque teme que se le escape una vez más de las manos, porque poco a poco ha estado reconstruyendo una imagen que desea prevalezca en su memoria para siempre, y en algún momento de los días pasados, también se ha prometido no dejarla escapar ésta vez.

—Byun BaekHyun.

BBH. El nombre concuerda perfectamente con las iniciales bordadas en el suéter de lana con el que ha dormido desde que siente demasiado frio durante las noches.

Es él.

No hay manera de que se equivoque, el chico que poco a poco vuelve a recordar, la persona con quien tantos preciosos momentos vivió alguna vez, la misma a la que olvidó… No se equivoca, tiene que ser él.

Sus grandes y ojerosos ojos le echan un vistazo a las bolsas de basura que encontró apiladas en el armario.

Y una vez más se siente destrozado, porque no puede imaginar una razón por la cual colocó las pertenencias de alguien a quien sus recuerdos le dicen quiere tanto, en un lugar tan oscuro, como si no quisiera volver a saber de ellas jamás.

Y, como la mayor parte de las cosas últimamente, no recuerda haberlo hecho pero por primera vez, se asegura a sí mismo que no fue él quien lo hizo.

 

 

 

Minuto cuatro.

 

 

No sabe por qué está llorando.

En las últimas semanas, ChanYeol ha descubierto demasiadas cosas y, en determinado momento, pensó estar perfectamente bien con recuperarlas, pero la desesperación terminó sucumbiéndolo de todas formas.

La necesidad de encontrar respuestas, las ganas de dejar de formularse preguntas y de torturarse con lo blanco de sus pensamientos. Las miradas de sus compañeros de trabajo y la forma en cómo lo evitan: ChanYeol recuerda perfectamente haber tenido amigos pero todos ellos parecen haber desaparecido.

Encontró entonces una agenda telefónica bajo su colchón, de esas que ya nadie usa porque todos parecen aferrarse a una tecnología a la que él le teme, pero del mismo tipo de las que él recuerda en la antigüedad debía haber en cada casa.

Hay nombres pulcramente garabateados, escritos con una letra que no es suya pero sí se imagina de quién es, seguidos de números tras más de ellos, acompañados de tachones y su propia letra incluida sobre ellos.

Kim JoonMyun. Jefe, siempre ocupado.

Oh Sehun. Tacha: Ya no somos amigos.

Kim JongDae. Tacha: Deja de llamar.

Do KyungSoo, apenas alcanzó a distinguir la palabra vecino bajo rayas desesperadamente marcadas con la punta de un lapicero, seguido por una muy específica lista de órdenes que había ido tachando también, una tras otra: No preguntar por Yixing. Se mudó. Número equivocado.

Las lágrimas se le acumularon en las bolsas bajo los ojos, le temblaban las manos de tan solo pensar en el nombre de ese chico: Do KyungSoo, quien había adoptado a Yixing. Se mudó, se mudó, se mudó. Por eso nadie recogía las galletas, por eso el piso siempre era tan silencioso, por eso ChanYeol no lo había visto en semanas.

Asustado pero desesperado por encontrar respuestas, ChanYeol cambió de página y se encontró por primera vez con un número claro. Como si estuviese esperando por él, como si quisiese ser marcado y ChanYeol no tuviese que esperar por hacerlo.

Minseok.

Una imagen lo suficientemente turbia como para hacerlo tomar el teléfono se materializó en su cabeza. Un chico de sonrisa conocida y mejillas regordetas, cabello negro cayéndole sobre la frente y piel tan pálida como la suya.

El sonido del tono después de marcar llenó sus oídos.

La habitación estaba en completo silencio y él tenía la respiración agitada. Uno, dos, tres tonos… La contestadora estuvo a punto de activarse cuando alguien, en algún lugar, decidió levantar la bocina.

Y el alto abrió la boca, encontrándose solo entonces con el hecho de que no tenía idea de qué decir.

Lo recordaba por supuesto, recordaba al supuesto dueño de la línea telefónica a la que había marcado sin dudar, pero no recordaba más que su cara y una tenue sonrisa. No había más, era como si sus recuerdos estuviesen escritos en una pizarra de tiza y alguien hubiese decidido qué partes borrar y cuáles no.

Los segundos transcurrieron y, fue precisamente cuando decidió que iba a colgar, pero la persona del otro lado de la línea lo mantuvo quieto con su temblorosa voz.

—¿ChanYeol?

Sonaba nervioso, casi alterado. Como si hubiese estado esperando esa llamada por demasiado tiempo pero no supiese qué decir al final de cuentas.

Tragando saliva, el aludido cerró los ojos e intentó pensar en algo coherente qué decir. Algo que preguntar, conocía a ese chico y ahora sabía que ese chico lo conocía a él… Miles de lucecitas se encendieron en su cabeza, rojas como las señales de alto dentro del tránsito, vocecitas murmurándole que se detuviera.

Pero el pensamiento había llegado a él primero, cegándolo lo suficiente como para hacer caso omiso de las fatigantes alarmas en su cabeza.

—Minseok… — Dijo, lo irregular de la respiración al otro lado de la bocina respondiendo a la pregunta nunca hecha de si se trataba o no de él. — ¿Tú…

ChanYeol, no lo hagas.

No lo hagas.

No lo…

No…

—¿Sabes quién es BaekHyun?

Silencio.

Los segundos transcurrieron, muriendo uno y después otro. La voz sofocada de BaekHyun pidiéndole al oído que no lo hiciera muriendo también conforme ninguna respuesta hubo llegado.

—¿Lo sabes? — Le exige, desesperado, cansado, sintiendo las lágrimas volver a brotar. — ¡No puedo recordarlo, Minseok, por favor dime quién es!

El sonido irregular de la respiración de Minseok vuelve, junto con un estallido de hipidos y narices sorbiendo. Minseok está llorando, Minseok llora y ChanYeol no sabe qué es lo que ha hecho tan mal pero se siente jodidamente culpable, y necesita pedir perdón.

Lo hizo mal, BaekHyun tenía razón: No tenía que hacerlo.

Mal.

Está mal.

—Minseok, yo…

Un ruido sordo golpea contra su oído, escucha murmullos como una pelea constante y las voces hacen eco dentro de su cabeza, como si ya las hubiera escuchado antes.

—Maldita sea — escucha.

—¡JongDae por favor! — Minseok parece desesperado.

Es una nueva voz la que se dirige a él, y la ha escuchado antes, mil veces probablemente.

—¡Ya te lo he dicho, ChanYeol, deja de llamar!

La llamada se cortó.

Bip. Bip. Bip. Es lo único que puede escuchar.

—Deja de llorar, deja de llorar, ChanYeol, deja de llorar.

Su petición se extingue tan pronto como cierra los ojos y la cama lo estrecha entre sus brazos.

 

 

 

Minuto cinco.

 

—¿Te acuerdas de cuando nos conocimos?

No.

El ChanYeol del recuerdo sonrió alegremente, sin embargo. Entrelazando su mano con la del más pequeño antes de emprender una ligera caminata por una ruidosa calle conocida.

—¡Como olvidarlo, princesa!

Avergonzado, el bajito hundió su codo en el estómago del más alto. Como si el apodo verdaderamente lo hiciera sentir abochornado.

—Te dije que ya no me llames así, Yeol.

—Pero si te solía encantar, BaekHyunee — se burló, frotándole cariñosamente las manos con los dedos, como para hacerle saber de manera silenciosa que simplemente estaba jugando. — Eras la reina de tu preparatoria.

—¡El rey, gigante, el rey!

—Pues a ti te gustaba que te llamasen princesa — ChanYeol le lanzó un atractivo guiño. — Eras uno de esos niños ricos insoportables.

—Y tú un pésimo estudiante universitario cumpliendo con sus horas extraescolares — Baek contraatacó con una mueca de victoria.

El más alto se echó a reír, pensando seguramente en lo divertidos que ambos eran por aquellos tiempos, por lo menos para el mundo a su alrededor, que solía burlarse de ellos a cada segundo.

—Pero te enamoraste de mi incapacidad de concentrarme — ChanYeol bajó el tono, susurrándoselo románticamente al oído como si fuese una de las cosas que más le gustara hacer.

El bajito se estremeció, pero la sonrisa en sus labios no hizo más que ensancharse, sabiendo que lo que el chico decía no era nada más que la verdad. — Y tú de mis habilidades artísticas.

ChanYeol se llevó una mano a la barbilla, optando por una posición increíblemente pensativa. — Sí, bueno, todavía sigo esperando que evolucionen un poco.

Los brazos de BaekHyun lo rodearon por la cintura, poniéndosele en frente para evitar que continuase caminando por la calle deliciosamente decorada con enredaderas y rosas de todos los tipos. El paseo de las rosas, el lugar más maravilloso y deleite de su descuidada ciudad.

—Eres el más grande de los tontos, Park ChanYeol. Todavía no puedo creer que en verdad me enamoré de ti.

El aludido se inclinó para besarle tiernamente la nariz, forzándolo a volver a caminar un segundo después. — Sabes que será mejor que te acostumbres a ese hecho, porque no tengo muchas ganas de dejarte ir pronto.

Los ojos de BaekHyun centellearon como estrellas, sus cortos pies conduciéndolos a las escalerillas de mármol que los conducían al restaurante más precioso y elegante de la ciudad: ChanYeol había tenido que ahorrar muy arduamente para permitirles una cena ahí.

—No entiendo por qué quieres que cenemos allá hoy — Dijo, señalando el balcón del establecimiento iluminado con lucecitas del tipo navideño. — Es muy caro, y con lo que nos vamos a gastar hoy, podrías comprar todo el chocolate de un mes.

El más alto se echó a reír de inmediato, apresurando el paso y llevándose a BaekHyun consigo de la mano porque de no apresurarse iban a perderse la mejor parte del espectáculo.

No hubo respuesta, pues la noche había comenzado a caer, las luces en las enramadas con las que el camino estaba hecho comenzando a encenderse con la escases de luz solar casi automáticamente. Muchas veces, cuando solo se habían quedado abajo a mirar, a BaekHyun le gustaba imaginar que no eran luces si no hadas brillantes bailando alegremente antes de dormir, rechazando la teoría propuesta por ChanYeol de que sería mucho más lógico si se tratasen de luciérnagas, porque a BaekHyun siempre le gustaron las cosas fantásticas y a ChanYeol no tanto, pero podía vivir con ellas.

El bajito de piernas regordetas contuvo el aliento cuando finalmente sus pies pisaron el último peldaño de las escaleras. Y ChanYeol se aseguró de sujetarlo con fuerza por la cintura, para que no fuese a caerse, porque él jamás se arriesgaría a perder al más valioso de sus tesoros.

—Estoy cansado — BaekHyun le susurró, y él podía ver su aliento congelado deslizándose fuera.

Lo rojo de sus mejillas agitadas mezclándose con el frívolo morado que el clima le causaba, la bufanda volviendo un poco más redonda su cara y su cabello cayéndole en la frente haciéndolo ver un poco más perfecto.

—Te amo — ChanYeol susurró.

BaekHyun parpadeó una, dos, tres veces, luego rio tímidamente, intentando ocultar lo amarillento de sus dientes tras sus manos, como siempre.

Pero a ChanYeol no le molestaba ese color en absoluto, ni el relleno de más en su estómago, o lo voluptuoso de sus piernas. Le gustaba BaekHyun así, y era justamente de ese modo como se había enamorado de él. No había nada que quisiera cambiarle.

—Estoy tan feliz — le susurra, y siente las mejillas entumecidas de tanto sonreír y por el frio. Y se está congelando, pero no hay absolutamente nada que quiera que sea diferente en ese momento tan perfecto. — Nunca me había sentido así antes.

BaekHyun se pone de puntitas para alcanzarlo, aunque no tiene que esforzarse demasiado porque a medio camino ChanYeol ya se le ha adelantado, robándole un beso a esa boca tan pecaminosa que tanto adora besar.

—Si la felicidad depende de los momentos, ChanYeol… — el bajito murmura en su boca, con los ojos tiernamente cerrados y la mandíbula temblándole gracias al frio. — Estoy justamente donde debo estar.

El alto envuelve sus pequeñas temblorosas manos entre las suyas y sopla sobre ellas, brindándoles calor.

La mirada de Baek se encuentra con la suya, ofreciéndole la más honesta de las sonrisas y el corazón les late desesperadamente rápido cuando ChanYeol le pide que sea suyo para siempre. Y BaekHyun acepta, porque no siente que un anillo sea necesario, porque sabe que va a cumplir su promesa cuando finalmente Dios los bendiga con su unión.

Y no le cambiaría absolutamente nada a ese momento.

Y la plegaría es clara: Dios, por favor, por favor déjame conservar este momento por siempre.

 

 

ChanYeol se sienta sobre la rustica silla de madera.

Pronto hay alguien atendiéndolo, con amabilidad y no entiende por qué esa persona también está mirándolo de esa forma tan compasiva, pero no se lo pregunta.

—Quiero un café…

—Negro. — El mesero le sonríe y por la forma de su boca, el alto se da cuenta de que no es la primera vez que lo hace — ¿Su prometido no vendrá hoy?

ChanYeol niega.

 

 

 

Minuto seis.

 

—Te juro que no los entiendo, BaekHyunee.

El pequeño le sonrió sin ganas, sentado en el mullido sofá que siempre solían compartir estando en casa. Era de noche y ambos estaban compartiendo un plato de galletas recién horneadas, por no mencionar la deliciosa leche calientita.

—El comercial fue perfectamente claro, gigante.

ChanYeol lo miró con los ojos entrecerrados. —  Oye, sabes perfectamente que eso no es a lo que me refiero.

BaekHyun se abstuvo de contestar y tomó el control remoto, consultando la programación como si intentase evitar el tema a toda costa, aunque por supuesto, necesitaba más que eso para detener al tonto Park ChanYeol.

—¿Qué es lo que intentan remediar borrando sus propios recuerdos, eh? — Inquirió duramente, mirando el anuncio todavía en pantalla, donde médicos increíblemente capacitados, decían haber estudiado lo suficiente el cerebro como para eliminar los recuerdos no deseados. Era, a decir verdad, muy popular entre los jóvenes que acababan de terminar con lo que creían era una relación muy dolorosa, porque los doctores también decían poder borrar a una sola persona de sus cabezas, para siempre, prometían.

El bajito se encogió de hombros, como si estuviese exhausto de esa clase de comentarios. —No lo sé, Yeol.

—Son todos unos tontos — El alto insistió, llevándose una galletita a la boca. — Puede que olviden cómo pasó, pero nunca cómo se sintió.

BaekHyun sonrió a medias, recargándose sobre su pecho y cesando su búsqueda interminable por los canales. Tenía las piernas cruzadas y guardaba demasiado silencio como para estar siendo él mismo, llevaba días así, ChanYeol ya había comenzado a preocuparse.

—¿Qué sucede, cariño? — Murmuró, acariciándole el delicioso cabello con olor a vainilla.

Baek lo miró con las gafas siempre resbalándosele por el puente de la nariz, con una expresión de tristeza absoluta que le partía el corazón a su novio.

—Esas personas vinieron hoy al departamento de KyungSoo, ChanYeol, mientras tú trabajabas. — Dijo con inseguridad, las lágrimas acumulándosele bajo los ojos — Se llevaron las cosas de Yixing, Yeol, para siempre.

—Cariño… — el aludido le apretó el hombro, buscando reconfortarlo un poco.

No pudo impedir que las lágrimas brotaran, sin embargo. — KyungSoo no va a recordar nada, y no estoy seguro de poder pretender que el pequeño Yixing nunca existió.

ChanYeol asintió con dureza, la barbilla apretada para contener el llanto. Porque tenía que ser fuerte, por los dos. Si ambos lloraban, solo conseguirían volverse un desastre.

KyungSoo, su alegre vecino de ojos grandes, el chico de gran corazón que había conseguido la custodia de un pequeño huérfano chino llamado Yixing al que todo el mundo amaba, se había caído en pedazos cuando el niño murió, no muchos días atrás.

Desde su departamento, ambos podían escuchar sus pies arrastrándose forzosamente por la casa durante el día y la noche, torturándose a sí mismo con recuerdos que finalmente lo hacían estallar en lágrimas.

Yixing había sido un luchador, pero la muerte se lo había llevado justo en el instante en que todos creyeron estaba más cerca de curarse. Y KyungSoo, hundido tan profundamente en su dolor, había recurrido a la peor de las opciones.

KyungSoo había decidido borrarse.

Borrar a Yixing.

Las asistentes de los médicos habían ido a su casa para desaparecer las cosas del pequeño chino y así no hubiese ningún motivo por el cuál Kyungsoo pudiese sentirse inestable.

Pero la huella estaba ahí, en su corazón.

Yixing se había llevado un pedazo con él y KyungSoo jamás podría recuperarlo.

ChanYeol no entendía y esperaba jamás tener que entender por qué lo había hecho, así que simplemente se limitó a contener las lágrimas y abrazar a su precioso BaekHyun.

Quiso susurrarle que todo estaría bien, pero las palabras murieron dentro de su boca.

No lo sabía y tampoco quería prometerlo.

 

 

BaekHyun estaba irritable, un poco más que de costumbre: Un poco más que nunca.

Peleaban sin motivo alguno, y eso a ChanYeol estaba comenzando a asustarlo.

Antes, en los mejores días de su relación, ellos nunca peleaban. Llamaban peleas a las luchas candentes bajo las sábanas, a los besos robados antes de ir al trabajo o Universidad, a la infinita lucha del cuelga tú al teléfono cuando estaban lejos y tenían un poco de tiempo libre.

Pero Baek ya no quería sus chocolates a modo de disculpa, había dejado de catalogar a los dulces como la herramienta para endulzar sus días y, en ocasiones como esa, ChanYeol se encerraba en el baño a fumarse un cigarrillo porque ya no tenía idea de qué hacer.

BaekHyun había roto la lámpara de lava que tanto le fascinaba y que ChanYeol tanto se había esforzado en poder comprarle. La rompió en un arranque de incomprensible coraje, lanzándola al suelo con desprecio mientras gruñía y ChanYeol se escondió en las cuatro paredes de un baño demasiado pequeño porque le asustaba ser un inútil incapaz de estrecharlo entre sus brazos y prometerle que todo estaría bien.

Había escuchado eso de que las relaciones tienen altas y bajas, pero nunca pensó que pudiesen ser tan bajas.

Pasos fuera del baño lo alertaron de la presencia del bajito y, toques demasiado tranquilos sobre la puerta le dijeron que ya era hora de apagar el cigarrillo.

—¿C-ChanYeol? — La voz rota de BaekHyun lo llamó del otro lado de la puerta. — Y-Yeol…

Apresurándose a arrojar el cigarrillo totalmente apagado por la ventanilla del cuarto, el gigante se echó agua en la cara antes de abrir la puerta.

BaekHyun estaba allí mismo, mirando hacia arriba con una expresión tristemente rota, las mejillas rojas y las lágrimas cayendo por ellas también. El solo hecho de que tuviese que sorberse los mocos, le hizo a ChanYeol trizas el corazón.

Fue entonces cuando lo envolvió con sus brazos, apretándolo fuertemente contra su cuerpo.

—N-No se pega, Y-Yeol, lo s-siento tanto…

El aludido le besó la nuca con tristeza, agachándose después frente a él en tanto zarandeaba la cabeza para restarle importancia al asunto. BaekHyun tenía las manos manchadas del aceite con que la lámpara estaba hecha, indicios claros de que había estado todo ese rato tratando de pegarla.

—N-No sé qué me pa-pasó…

ChanYeol le besó la frente, echándole el flequillo hacia atrás y colocándole las gafas en su lugar.

No cabía lugar a dudas de que su chico era adorable, incluso cuando lloraba, pero no mentía cuando decía que detestaba tener que verlo así.

—No pasa nada, BaekHyunee, te compraré una después.

El chico se enjugó las lágrimas con una mueca exagerada de tristeza que él sabía, no era actuada en absoluto. — ¡P-Pero me la diste por nuestro segundo a-aniversario!

ChanYeol tomó su rostro entre sus manos, temiendo decir las cosas mal y terminar empeorándolo todo porque aparentemente eso era lo único que hacía últimamente, así que lo besó.

Lo besó con ganas, como tenía tanto tiempo sin hacer.

Y las lágrimas del chico cesaron, dejándose envolver por ese beso maravilloso.

 

ChanYeol extraña esos besos, extraña todo de ese pequeño en absoluto. Y ahí, tumbado sobre la cama, mirando el techo de la casa como si se le fuese a venir encima, ChanYeol se preguntó si alguna vez recuperaría esos momentos junto a él.

 

 

 

Minuto siete.

 

 

El desasosiego se le ha vuelto un pan de cada día.

Le ha crecido un poco la barba, solo lo suficiente para sentir que pica cuando se toca. Hace días que dejó de ir a trabajar, desde el momento exacto en que la gente comenzó a verlo como si se hubiese vuelto loco.

Y lo estaba.

O eso era lo que había llegado a pensar, ahí sentado, tomándose un café negro bien cargado en el lugar donde no dejaban de repetirle que hiciera las paces con su pequeño.

Su pequeño.

ChanYeol lo había perdido y ni siquiera sabía cómo.

La puerta de la vieja cafetería tiene una de esas campanillas que suenan cada vez que se abre o se cierra. Pocas personas frecuentan el lugar dado que es rústico, viejo y parece haber sido abandonado.

Pero ChanYeol cree estar completamente seguro de por qué a BaekHyun le gustaba tanto frecuentarlo, la calidez con la que las personas lo atienden no la ha sentido en ningún otro lugar. Y el mundo se ha vuelto un lugar frívolo y carente de emociones, pero ChanYeol ahí sentado se siente como en casa.

 La campanilla suena, y él está dándole la espalda a quien quiera que haya entrado en el local.

Le extraña un poco, porque nunca ha visto más de cinco personas ahí sentadas, las mismas que levantan la vista para recibir al inesperado cliente, pero ChanYeol no se siente lo suficientemente curioso como para girarse.

Y eso debido tal vez a que ha perdido la cabeza, a que ya nada le interesa, a que no hay nadie que quiera ver, nadie que no sea…

Una mano se coloca suavemente sobre su hombro, descolocándolo.

El alto da un respingo y se gira justo a tiempo, con el corazón acelerado esperando encontrarse con esos ojos castaños que consumen la mayor parte de sus recuerdos. Y se encuentra con unos ojos tan cafés como esos, pero no son suyos, por supuestos.

—Hola, ChanYeol.

Minseok fuerza una sonrisa antes de rodear la mesa para sentarse frente a él. Se saca la cartera del bolsillo trasero y la deja sobre la mesa, demasiado tenso como para sentarse de una forma que no sea demasiado recta.

—Supuse que estarías aquí.

ChanYeol abre la boca, buscando las palabras pero no las encuentra. Los ojos del chico sentado frente a él despiden tristeza, amarga melancolía y no lo miran de una forma muy distinta a como los compañeros de su antiguo trabajo hacían, mientras entrelaza sus manos sobre la mesa.

—Lamento lo del otro día. JongDae se pone un poco alterado cuando lloro, fue culpa mía.

No.

No, ChanYeol quiere decirle que pare, que no se culpe, que no fue culpa suya, que nada ha sido culpa suya jamás. Es como si alguien se lo susurrase al oído, como si fuera BaekHyun pidiéndole a gritos que le haga por favor saber eso, que no quiere que se culpe más.

Pero el momento pasa y Minseok suspira, tristeza impresa en su rostro.

—Sí, ChanYeol, yo sé quién es BaekHyun.

El aludido se pasó la lengua por los labios, tan ansioso que no le importó verse desesperado.

—BaekHyun era mi hermano y tu prometido, ChanYeol, aunque supongo que eso es algo de lo que a estas alturas ya estás enterado, ¿no es así?

El alto se quedó quieto.

Sus pensamientos hechos un remolino dentro de su cabeza inútil, dentro de esa menta incapaz de retener los recuerdos de la persona a la que más quiso en su vida.

Y las palabras de Minseok hicieron eco en su cabeza, sumergiéndolo en un terrible trance.

BaekHyun era mi hermano. Era. Era. Era…

El azabache frente a él, lo miró directamente a los ojos cuando sus manos se posaron sobre las suyas, cubriéndolas sobre la mesa y ChanYeol se estremeció bajo el contacto.

—Detesto que te hayas hecho esto, ChanYeol.

Esto.

El aludido difícilmente pasó saliva, sus manos cerrándose en forma de puños, sus ojos mirando sin ver al hombre sentado tan determinadamente frente a él.

—BaekHyun no hubiera querido que tú…

Y es en ese preciso instante que la burbuja a su alrededor se rompe y la realidad lo golpea bruscamente en la cara. BaekHyun no hubiera querido que tú… No hubiera querido. Él no hubiera.

—Oh, ChanYeol…

ChanYeol no quiere que Minseok lo vea así, no quiere que nadie lo vuelva a mirar así jamás.

No quiere que se compadezcan de él, ni de lo que fue, ni de lo que hizo o por qué lo hizo.

Las lágrimas se le escapan sin control, como ya está acostumbrado a que suceda, y su estómago está en llamas, tan ardiente que quema, quema todo a su paso. Todo el cuerpo de ChanYeol está ardiendo y él no puede parar de llorar porque finalmente lo sabe.

Así como sabe que Minseok quiere abrazarlo, pero no está en sus planes recibir ningún abrazo y el azabache parece haberse quedado mudo, sin palabras.

Y sabe que ésta película ya la vio.

Más de una vez.

Y ChanYeol es un desgraciado sin gracia, sin traza y sin chiste. Porque todo el mundo sabe que siempre llega al mismo punto, es por eso que los clientes habituales le lanzan miradas de disculpa, de lástima y Minseok probablemente se tardó más de lo debido ésta vez, pero está ahí a final de cuentas.

Con un suspiro, Minseok deposita una tarjeta sobre la mesa rustica, deslizándola hacía él para que pueda alcanzarla.

—JongDae y yo intentamos convencerte de que no lo hicieras… No teníamos idea de cómo alguien que estaba tan en contra de algo así, pudiese repentinamente desearlo tanto.

Algo así.

El alto se pasó las manos por las mejillas, intentando limpiar el desastre en que seguramente su cara se había convertido, sin éxito alguno. Minseok no puede permanecer más de un segundo mirándolo sin apartar la mirada, y es entonces cuando se levanta, con el corazón roto, pero nunca tan roto como el de ChanYeol, tomando la cartera que dejó sobre la mesa y preparándose para hacer la espectacular salida a la que parece estar tan acostumbrado.

—Nada de lo que dijimos pudo detenerte, ChanYeol… Pero incluso hoy, yo sigo teniendo la esperanza de que cambies de opinión.

Cuando se marcha, ChanYeol  se permite hundirse en su propia miseria y la silla de madera lo recibe acogedoramente.

Los clientes se retiran uno a uno, haciéndole saber que ese definitivamente no es un día normal en el que se quedan hasta que oscurece, y ChanYeol no levanta la mirada para encontrarse con sus miradas lastimeras, ChanYeol está muy ocupado llevándose las manos a la cabeza, intentando hacer que el dolor pare, pero le duele todo… La cabeza, el corazón.

El dolor se le ha vuelto insoportable y quiere que pare, necesita que pare pero no lo hace. Lo consume de a poco, arrancándole gemidos catastróficos mientras se derrumba.

Y nadie dice absolutamente nada al verlo caer.

Al ver a ese pobre hombre con el corazón roto y la memoria perdida precipitándose al fondo de un abismo.

Porque a fin de cuentas, fue él quien se condenó.

Y es ahora cuando viene a enterarse, de que la luz de su vida ha muerto y él ni siquiera puede recordarlo.

 

 

 

 

Minuto ocho.

 

Borrado permanente.

Sea feliz borrando sus recuerdos más dolorosos.

ChanYeol ha leído tantas veces la tarjeta, que cree habérsela memorizado ya.

Borrado, el mismo del anuncio en la televisión en aquel recuerdo junto a BaekHyun en el sofá, el mismo que se llevó a Yixing de la mente de KyungSoo.

El autobús se detiene, y ChanYeol sabe ahora la razón por la que el tren construido sobre los edificios luce tan vacío y las estaciones de éste tan tristemente abandonadas.

El gobierno de la ciudad se encargó de su infraestructura un par de años atrás, terminando proyectos como transportes públicos en los subterráneos y autobuses de carga ligera, como del que acababa de bajarse precisamente.

Ya nadie usa el tren que a Baek y a él tanto les gustaba frecuentar, así como tampoco a casi nadie le interesa pasearse por los lares que él se ha propuesto visitar.

La caminata es agradable con un clima tan sepulcral como el de esponjosas nubes grisáceas cubriendo el cielo, prometen llovizna, pero ChanYeol ya no está seguro de nada, porque ha leído lo increíblemente inestable que el clima rápidamente se volvió.

Ahora sabe también por qué su casa luce como un cuartillo abandonado, y es nada más que debido al hecho de que estuvo una pequeña temporada viviendo con su madre. De que es así cada vez que recuerda. Cada vez que BaekHyun vuelve a él.

Le aterra pensar qué tan frecuente es eso, así que ha decidido que no quiere saberlo por el momento.

Sus pies lo conducen por sí solo, como si ya se supiese el camino de memoria. El lugar no está pavimentado como todo a su alrededor, de modo que la grava cruje bajo sus pies, casi tan ruidosa como sus recuerdos flasheando delante de sus ojos.

Debería detenerse y lo sabe, pero ya ha llegado demasiado lejos y no hay vuelta atrás.

 

—ChanYeol…

El aludido aprieta con fuerza sus manos entrelazadas.

BaekHyun lo mira con súplica, pero ha pronunciado tantas veces las palabras tienes que entenderme, que ChanYeol hace demasiado tiempo que dejó de escuchar.

Las peleas no cesaron, como pensó que harían. Ni tampoco las lágrimas después de éstas, BaekHyun había comenzado a irritarse un poco más cada día, los dolores de cabeza llegaron en abundancia, en paquete junto con la angustia.

Pocos eran los días como esos en que se permitían salir fuera de la casa a dar un paseo, BaekHyun incluso había parecido normal al principio, cuando alegremente le pidió que lo sacara de ahí porque estaba harto de la misma rutina. Porque sí, había abandonado la Universidad a la larga, y ChanYeol tampoco supo qué hacer con eso.

—ChanYeol, escúchame.

No.

—ChanYeol, esto es por el bien de los dos, no podemos seguir así.

Ellos nunca debían terminar. Ellos debían quedarse juntos y arrugarse como pasitas.

BaekHyun tiró de su mano lo suficientemente fuerte como para librarse de su agarre y ChanYeol lo observó con detenimiento, pero no estaba realmente allí.

Las lágrimas rodaron mejillas abajo, Baek llora, pero es ChanYeol quien debía llorar.

—ChanYeol perdóname.

Que lo perdonara, dice…

—ChanYeol, no quiero hacerte daño.

Pero ya lo ha hecho.

La lluvia se precipitó sobre su cabeza y escuchó pasos alejándose rápidamente por la calle, pero no se movió.

 

Rosas rojas.

Probablemente BaekHyun siempre fue muy cliché, muy hecho a la antigua.

Le gustaban las cosas de otras épocas, así como los momentos inesperados y las cartas en la almohada de ChanYeol cuando éste despertaba primero. Eran opuestos, pues Baek prefería el café con cinco cucharadillas de azúcar y Yeol sin ninguna. Baek era famoso por sus deliciosos postres empalagosamente dulces, ChanYeol por sus deliciosas comidas con un sabor único. A uno le gustaba leer, el otro prefería las películas.

Cuando se conocieron, ChanYeol puede perfectamente recordar a BaekHyun siendo literalmente un dolor de muelas. La puerta del despacho del señor director de su instituto golpeando rudamente la cara de ChanYeol por accidente.

Lo lamento, lo siento, perdóname.

Lo perdonó, por supuesto, con el dolor de dientes y la nariz sangrante, pero supo también, en el preciso instante en que BaekHyun lo miró, sus pestañas bajando y subiendo más rápido de lo debido, que el suyo iba a ser un inusual comienzo de una romántica historia.

Sus primeras citas fueron encuentros torpemente planeados, el primer beso tras una de las más altas estanterías de la biblioteca. ChanYeol todavía recuerda la discusión que BaekHyun tuvo con su padre cuando le dijo lo mucho que quería estudiar Artes, el rechazo de su familia, la desesperación en la que se hundió.

Y recuerda también cuando le pidió que se mudara con él, ofreciéndole comprar el no tan novedoso departamento en la quinceava avenida de un barrio todo menos famoso en la ciudad. Así como la ancha sonrisa en el rostro de su prometido, lo cálido de sus labios cuando los unió a los suyos repitiendo mil veces que sí, que él pasaría la vida entera junto a ChanYeol si éste así lo quisiera.

E imaginaron juntos muchas cosas, mientras compartían memorables eventos, mientras tachaban un día tras otro en el calendario y llenaban los rollos de sus cámaras con fotografías. Planearon mudarse a un lugar mejor, imaginaron los cachorros que salvarían de las calles y también los nombres con los que los nombrarían…

Lo que nunca imaginaron fue terminar del modo en que lo hicieron.

Pétalos de rosa roja, de esos que ChanYeol nunca se permitió costear para alguno de sus aniversarios, descansando sobre una lápida de mármol.

Lágrimas saladas rodando por su mejilla, desvaneciéndose en sus zapatos sucios.

Los restos de un corazón, lo suficientemente rotos como para darse la vuelta, estrechando una tarjeta entre sus manos y caminando sin dar marcha atrás.

Porque la decisión era clara cuando BaekHyun se había ido.

Y BaekHyun era su mundo.

 

 

 

Epílogo: Minuto final.

 

Cólera paralitica cerebral.

Lo llaman de ese modo ahora: una enfermedad que se expande demasiado rápido y tan silenciosamente como un virus letal. Ataca una parte vital de tu cerebro, condenándote a pasar días enteros con cambios radicales de actitud, rasgando lo colérico, aniquilando poco a poco cada pedazo de tu sistema nervioso.

Yixing tuvo esa enfermedad, lo sabe ahora porque conoce los síntomas. KyungSoo también la tuvo, aunque no sabe si ha vivido para contarlo, así como BaekHyun no pudo hacerlo.

ChanYeol no tiene idea de si él también es víctima de tan atroz y catastrófico problema, pero tampoco intentará averiguarlo.

La habitación está en completo silencio y, tan sumergida en la oscuridad, que difícilmente puede reconocer su propia silueta. Sabe que está acostado, por supuesto, porque de no ser así tendría la impresión de estar flotando en el vacío.

Escucha un ruido en la lejanía, haciendo eco entre el turbulento silencio que tan precipitado le tiene el pulso. No tarda mucho tiempo en darse cuenta de que se tratan de pasos, pasos dados por tacones, para ser precisos.

La puerta se abre y alguien enciende la luz, una luz que lo deja inestablemente ciego por un par de segundos.

Ha estado allí antes, la sensación no solamente es familiar, sino que lo consume.

—Vaya, pero si eres tú, ChanYeol.

Es la misma voz que le habló en sueños antes de despertar aquella madrugada dentro del tren, ChanYeol se dice a sí mismo, dedicándole una mirada terriblemente confusa a la mujer que se inclina para revisar sus signos vitales.

—Aquí estamos una vez más.

Su sonrisa le provoca nauseas, y reconoce esa cabellera rubia de la televisión.

Ella es a quien nunca pensó visitar y también quién, desgraciadamente, ya lo reconoce como un cliente frecuente.

No logra procesar una respuesta para darle por lo que guarda silencio, la mujer enciende una linternilla y examina en lo profundo de sus ojos, es solo entonces cuando ChanYeol cae en la cuenta de que no puede moverse.

Pero no lo intenta, tampoco, simplemente permanece donde está y espera…

Espera ansiosamente que el momento llegue como ha llegado un número de veces que no le interesa saber.

Y ya no quiere ver el rostro suplicante de Minseok pidiéndole que no lo haga, simplemente quiere borrar cada recuerdo punzante, simplemente espera no tener que recuperarlos ésta vez.

—Así que te enteraste de nuevo, eh. — Ella le dice, acariciándole la nuca casi con compasión mientras le dedica una de sus miradas, una de las que él se rehúsa a ver porque no tiene idea de si llegará o no a recordar después. — Realmente creí que lo habíamos conseguido ésta vez, ChanYeol, pero ese pequeño es difícil de olvidar, ¿no es así?

ChanYeol no responde y cuando cierra los ojos una vez más, se da cuenta de que ya no tiene las suficientes fuerzas como para abrirlos de nuevo.

Y se deja envolver por la parálisis en su cabeza, confiando en que no habrá una próxima vez.

Porque ChanYeol no puede vivir en un mundo sin Baek, así que se borra a sí mismo cada vez que lo recupera, cuando los recuerdos se materializan bajo sus pestañas y se  percata de que está solo en una cama demasiado grande.

Porque BaekHyun y ChanYeol no se volvieron pasitas juntos, ni adoptaron montones de animales de las calles para nombrarlos graciosamente. Ellos no compraron un mejor departamento, ni tampoco consiguieron un buen empleo. Y ChanYeol nunca volvió a llamarlo princesa, tal como BaekHyun se lo pidió, pero Baek tampoco volvió a llamarlo gigante y eso está matando lentamente a ChanYeol... Porque Byun BaekHyun murió y cuando lo hizo, se llevó consigo el corazón de ChanYeol.

 

 

 

Traté de recuperar mis recuerdos perdidos, pero ya no puedo verte. He descubierto que los nosotros del pasado desaparecieron y duele, duele mucho.

 

Notas finales:

X’DDDDDDDDDDDDDDDDD

Soy tan buena con el Angst como con las tramas peligrosas y de chicos malos: O sea pésima.

Ehr, dividí esto en diez minutos (el prólogo y el epilogo incluidos). Y lo dividí así porque tenía ganas :v Escuche Growing Pains 430058549864 veces mientras lo escribía y pues, en realidad fue de esa canción de dónde salió todo.

Disculpenme ustedes si les hice perder el tiempo. Hubo una parte donde en verdad, en verdad sentí feo (cuando CY descubre que BH murió), pero tampoco sé si alguien vaya a sentirse del mismo modo. Esta historia es un desastre, pero pues me retaron, se me ocurrió y terminé haciéndola xD A mi hermana es a quien deben de culpar por andar ahí, queriendo que mi OTP sufra.

Lu, si estás leyendo esto... Bueno, las dos ya matamos a Baek :v. Gracias por leer y, pues no sé, no se olviden de compartirla con sus amiguitos y comentar(¿?

Saben que los quiero. Y ya estoy trabajando en Blank Space xD

Besitos.

¡No se olviden de ver las portaditas!: [1,2]

¡Gracias a exopanqueques y a mi tonta hermana por ellas!


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