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Take me to church por gaemi

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Notas del capitulo:

Soy una fanatica de los angst, y como realmente no subo muchos, necesitaba de hacer uno. En esta ocasión es un songfic, con una de mis canciones favoritas con la que desde hace tiempo tenía ganas de trabajar.

Pueden escucharla aquí.

YuGyeom podía soportarlo todo. El escozor de los músculos de sus piernas después de tanto correr, el ardor de sus pulmones con su respiración descontrolada y los latidos de su corazón disparados y amenazando con romperle las costillas por lo fuertes que eran. No importaban las lágrimas que nublaban sus ojos y que corrían por sus mejillas, eso también era fácil de ignorar.

 

Lo único que no podía soportar era vivir sin Mark.

 

Por eso, cuando aquel grupo de religiosos de su pequeño pueblo se enteraron de sus preferencias sexuales y comenzaron a atacarlo, primero de manera sutil y después deliberadamente, realmente dio igual. Estaba bien mientras no lastimaran a Mark, y por suerte, desconocían que era su pareja.

 

Mark llegó a aquel pueblo meses atrás, viniendo junto con la muerte del verano, tan caluroso y fatigante para los campesinos, y trayendo consigo el fresco viento del otoño, que se llevaba las hojas muertas y proporcionaba el espacio para renacer cuando llegase la primera. Posiblemente, YuGyeom ya no llegaría a ella, pero el haber estado con Mark significaba mil vidas acumuladas en una sola, porque cada día le proporcionaba mil emociones diferentes, despertaba en él sensaciones que desconocía y en un principio le aterraban, y llevó su corazón y su alma al límite sin pedir nada a cambio, siempre con aquella sonrisa adorable y graciosa.

 

Por tosas esas cosas, siempre tuvo el presentimiento de que Mark no era humano. El día que lo conoció, fue el funeral de la madre de YuGyeom. Se presentó como un primo lejano, al cual solo vio una vez cuando eran niños, hace tanto tiempo que ya ni siquiera lo recordaba. Sus padres, por ende tíos de YuGyeom, habían llegado para cuidar del joven huérfano hasta que terminara la preparatoria y pudiera ir con ellos a la ciudad para estudiar en la universidad.

 

Las miradas de desaprobación cayeron por primera vez sobre ellos cuando, ni siquiera recordaba que fue lo que dijo, pero Mark le logró sacar una carcajada mientras el cura hablaba, irrumpiendo el respetuoso silencio en el que se encontraban sumidos familiares y amigos de la mujer.

 

—Hipócritas—dijo YuGyeom para sí—. Todos juran que la querían, pero ninguno se puede hacer cargo del hijo que dejó.

 

—Para eso estoy yo aquí—le sonrió Mark. El menor había hablado tan bajo que no se esperó ser escuchado por nadie—. Cuidaré de ti.

 

 

Mark y su familia se mudaron a la amplia pero vacía casa de YuGyeom, donde antes solo habitaban su madre y él. Eran una familia acomodada, aunque no tan adinerada como los Tuan, sus tíos. Según le habían dicho, era la madre de Mark prima de su difunta madre, a quien quiso mucho. No tanto como YuGyeom quería a su primo.

 

Posiblemente Mark era el último verdadero profeta que el cielo había dejado caer en la Tierra. Todo lo que saliera de su boca, eran palabras benditas para YuGyeom, nada más que la pura e irrefutable verdad. Sentía la necesidad de adorarlo, y el mayor no se negó cuando poco a poco los abrazos y las sutiles caricias pasaron a ser más necesitados y descarados.

 

Simplemente surgió de la nada, como si hubieran estados destinados desde siempre a estar juntos. Desde que se toparon por primera vez, algo en sus corazones hizo conexión. Quizá se habían amado en vidas pasadas y por alguna razón no pudieron estar juntos, así que en esta tenían la oportunidad de reencarnar y vivir su historia de amor una vez más.

 

El pueblo en general era altamente religioso. Cada domingo, todos se reunía en la iglesia, y YuGyeom y su nueva familia tenían que estar forzosamente ahí. Al castaño siempre le había parecido algo innecesario, puesto que aunque creía en ser superior, sentía que no necesitaba de ir a un lugar en especial a oír a un falso predicador decir un montón de patrañas para poder hablar con su dios. Él lo escucharía, y no juzgaría por sus sentimientos.

 

Su manera de pensar no evitó que su corazón se parara por un instante cuando escuchó que los religiosos llamaban “enfermos” a los homosexuales, preguntándose por primera vez en su vida si algo andaba mal con él. Nació enfermo, entonces, porque en su vida le había gustado una chica. No tenía la necesidad de ser una, ni hacer cosas como jugar con muñecas, ponerse vestidos y pintarse los labios, pero tampoco era especialmente masculino, y la idea de acostarse con alguna linda muchacha de su pueblo no resultaba demasiado interesante ni atractiva.

 

Cuando supo que las personas como él no tenían un lugar en el paraíso, el dolor invadió su pecho tan solo de pensar que jamás podría ver de nuevo a su madre, siempre tan buena y sacrificada que no podría ir a otro lado que no fuera el cielo.

 

Sin embargo, fue aquella extraña noche, sentado frente al fuego acompañado de Mark, hablando largo y tendido sobre sus secretos mejor guardados y sus sentimientos más profundos, que descubrió el paraíso entre las piernas del mayor, resguardados por los arboles del bosque, tendidos sobre una cama de musgo y flores, mientras la luz de la luna bañaba los rasgos perfectos del chico rubio, quien sonreía levemente con los ojos cerrados mientras YuGyeom le llenaba de besos y caricias impuras.

 

Sí, YuGyeom había nacido enfermo.

 

Pero lo amaba.

 

No había inocencia más dulce que el pecado que ambos había cometido. Solo entonces se había podido sentir humano, y limpio, después de haber sido destrozado a pedazos por el dolor de la perdida y el miedo ante el castigo de sus perversas faltas. Era Mark quien tenía el poder de ordenarle sanar.

 

Claramente, las cosas no iban a ser fáciles. Al ser un pueblo pequeño, los rumores se regaban como pólvora, y pronto Mark y YuGyeom estuvieron en boca de todos. El quién los había visto y la manera en que se había enterado era algo totalmente desconocido para aquellos dos enamorados, que salían a pasear en bicicleta hacia el lago y se besaban bajo la sombra de los árboles en lugares recónditos y solitarios. Estaban seguros de que nunca nadie lo sabría, con sus manos entrelazadas bajo el comedor mientras el resto de la familia platicaba amenamente, ajenos al amor que florecía bajo los manteles.

 

La primera pedrada llegó en el colegio. Los cuadernos de YuGyeom estaban rayoneados en cada página con obscenidades, y la sangre le hirvió del coraje que sintió al leer todo lo que aquellos depravados decían sobre Mark. Era imperdonable que alguien se atreviera a insultar al único ser que el adoraba, aquel que podía juzgar sus pecados y otorgarle la vida eterna después de la muerte una vez que le entregara su alma. Mark era un dios pagano que necesitaba de un sacrificio para mantenerse a su lado, y no era él quien lo había impuesto.

 

YuGyeom sufrió lo impensable a partir de ello. Debía de drenar el mar, conseguir algo brillante, algo jugoso para el platillo principal, y el precio era su sangre. Era el semental que habría de ser entregado como ofrenda para que se le permitiera permanecer al lado de Mark.

 

Hubiera preferido que todos le dieran la espalda y se alejaran de él, al fin y al cabo el rubio siempre estaría cuando lo necesitara, pero en su lugar, la gente estaba decidida a hacerle la vida un infierno para así demostrarle la gravedad de sus pecados. Los golpes a la salida del colegio, las patadas en el estomago que lo dejaban sin aire y los escupitajos en el rostro cuando se cansaban de magullar su cuerpo y YuGyeom sentía que era incapaz de aguantar más. Todo ello se hizo tan recurrente que perdió su gravedad para el joven castaño.

 

La primera ocasión, llegó a casa sangrando y con el abdomen cubierto de moretones. La casa estaba sola, a excepción de Mark, quien lo esperaba con una sonrisa y una taza de té sentado a la mesa, misma que resbaló de sus manos y se volcó sobre el mantel al fijar sus ojos en las heridas de YuGyeom. Corrió hasta el menor y en medio de lágrimas le preguntó qué le había sucedido, pero el otro solo se encogió de hombros y sacudió la cabeza, para luego abrazarse con fuerza al menudo cuerpo de su primo.

 

Mark no supo lo que sucedía hasta mucho tiempo después.

 

Las cosas en la escuela comenzaban a alcanzar un límite cuando los compañeros de YuGyeom creyeron que era una buena jugarreta seguirlo hasta los baños y obligarlo a que les mostrara “cómo se lo hacía a Mark”. Como era obvio, se reusó, y terminó con la cabeza hundida dentro de uno de los escusados y más moretones en su cuerpo de los que nunca había tenido jamás. Pero nunca podría manchar a Mark.

 

YuGyeom entró cojeando a su casa, sujetándose el estómago con fuerza, aunque en realidad todo le dolía, y aun sangraba profusamente de la boca y la nariz. Su ropa estaba desgarrada y una de las correas de su mochila estaba rota. Esta vez Mark ya no se conformó con recibir largas de su parte, sino que exigió la verdad, por más triste y aterradora que fuera.

 

Mark lloró como nunca al saber por lo que había pasado YuGyeom a lo largo de las últimas semanas, esforzándose siempre por llegar a casa y ofrecerle una enorme sonrisa para hacerle creer que todo estaba bien. Inclusive se había negado a mantener relaciones con él para que no vieras las horribles marcas de sus golpes y no se preocupara. Lo único que el castaño quería era protegerlo, y Mark no tenía idea de cómo parar aquello, porque a cualquiera al que le solicitara ayuda en aquel lugar del demonio solo les intentaría hacer más daño.

 

— ¿Por qué nunca me lo dijiste? —reprochaba Mark, aunque por dentro estaba más preocupado por el menor que ofendido.

 

—Para protegerte—murmuró el pequeño, tumbado a lo largo del colchón mientras Mark curaba sus heridas—. Ellos saben que soy gay, pero solo sospechan que tú eres mi pareja por rumores, no tienen eidencia. Si no te involucro en esto, nadie intentará hacerte daño.

 

—Cuando nos conocimos, dije que cuidaría de ti—habló con firmeza, estrujando entre sus hermosas manos el pañuelo húmedo con el que había limpiado la sangre—. No impidas que cumpla mis promesas.

 

YuGyeom se quedó sin habla ante la determinación en los ojos del mayor. Cada cosa que él hacía solo le servían para enamorarse más y más de él. Posiblemente era el sentimiento más grande que había existido en aquel planeta, entre un ser divino y un simple humano.

 

El castaño estiró sus brazos hasta alcanzar entre sus manos el rostro de Mark. Lo atrajo hacia el propio y con movimientos sabes y pausados, juntó sus labios. No era necesario un beso apasionado y lleno de desenfreno, la paz que irradiaba Mark le frenaba a convertirse en un animal salvaje y lo volvía una mansa bestia, que torpemente intentaba sostener una rosa sin arrancar sus pétalos.

 

Por supuesto que Mark podía protegerlo, porque era más poderoso que cualquiera de aquellos humanos. Al menos eso era de lo que estaba convencido YuGyeom.

 

El mayor decidió que debían irse cuanto antes de la ciudad. Aún faltaba un semestre y medio para que YuGyeom terminaba la preparatoria, pero siempre podrían inscribirlo en alguna de la ciudad y no obligarlo a pasar por este sufrimiento. Mark creyó prudente no avisarles a sus padres hasta que se encontraran en la ciudad, lo importante era sacar a YuGyeom del pueblo antes de que lo terminaran asesinando, y estaba dispuesto a hacerlo esa misma noche.

 

Aun siendo sus planes tan precipitados, ya era demasiado tarde para escapar.

 

Hicieron el amor mientras el sol se ponía en el horizonte, sin saber que sería la última vez. Sus cuerpos se unieron en una delicada danza, sin prisas, sin tapujos, buscando empaparse del otro hasta que ya no pudieran soportar recibir más. Lo único que se escuchaban en la habitación eran sus respiraciones agitadas y sus leves gemidos, junto con el roce de sus pieles y la tela de las sabanas, que en esos momentos era la más dulce melodía.

 

No podían perder más tiempo, y apenas el acto hubo culminado se apresuraron a guardar en sus mochilas lo necesario para un corto viaje. Salieron por la puerta de la cocina que daba al jardín trasero, tomaron sus bicicletas y comenzaron a pedalear a través del bosque hacia la salida del pueblo.

 

Los hombres con capuchas y paliacates cubriéndoles el rostro llegaron a la casa armados con bates y una bomba molotov encendida en la mano de uno de ellos. Mark alcanzó a ver el destello del fuego mientras se alejaban, y frenó su bicicleta al instante para dar media vuelta y regresar a la casa.

 

— ¿Qué sucede? —YuGyeom se giró desconcertado al notar la ausencia de Mark a su costado. El muchacho rubio pedaleaba en la dirección de la venían.

 

—Tú sigue adelante—le dijo el mayor, girando la mirada levemente─. Creo que me he olvidado de algo.

 

Esta vez fue Mark quien mintió para proteger al otro, pero le fue imposible esconder lo evidente. El sonido de los cristales al romperse cuando la botella atravesó la ventana llegó hasta sus oídos, y desesperado, YuGyeom botó la bicicleta y corrió tras de Mark, puesto creía que sus piernas largas le ayudarían a ir más rápido.

 

— ¡Quédate ahí! —le gritó el mayor en tono severo, fulminándolo con sus orbes oscuras—. Sí te ven, son capaces de matarte. Ellos no saben que estás conmigo.

 

—Pero hyung…

 

—Hazme caso. Por favor—sus facciones se relajaron, rogándole a YuGyeom que no lo siguiera.

 

Los deseos de Mark eran órdenes para él.

 

YuGyeom se alejó lentamente, sintiendo su corazón arrugarse en el momento en que le dio la espalda a Mark y caminó de vuelta a donde había dejado su bicicleta. El mayor llegó hasta la casa, al mismo tiempo que los hombres encapuchados irrumpían en su hogar, rompiendo la chapa de la puerta principal para abrirse camino y revisar todo, gritando el nombre de YuGyeom junto con insultos y risas.

 

Se quedó congelado en la entrada, dudando por un momento si encararlos sería buena idea. Antes de dar un paso dentro de la casa, algo golpeó contra su cabeza con tal fuerza que le hizo perder el equilibrio y caer al suelo.

 

— ¡Es este! —grito el muchacho que lo había golpeado, no mucho mayor que el propio YuGyeom—. ¡Este es el hombre con el que se ha estado acostando YuGyeom!

 

Con su mejilla raspándose contra la tierra, Mark miraba con terror como los hombres salían de la casa y se aproximaban a él. Retorció su débil cuerpo cuando lo sujetaron de brazos y piernas y entre todos lo cargaron consigo y lo llevaron a un rumbo desconocido, advirtiéndole que habría de pagar por su pecado. Parecían hablar bastante en serio y estar fuera de sus cabales. Eran capaz de cualquier cosa, y el miedo invadía cada fibra de su ser sin saber cómo pararlo e impedir que se mostrara.

 

Forcejeaba desesperado mientras los hombres lo arrastraban lejos, intentando mirar hacia donde se había ido YuGyeom, ¿se habría dado cuenta de que lo habían capturado? ¿Regresaría a buscarlo? ¿Lo podría salvar de esta? Las lágrimas amenazaban con escapar de sus ojos y mostrar su debilidad cuando llegaron hasta un claro en el bosque y encendieron una fogata, que bajo la luz de la luna aparentaba un ritual macabro.

 

Por otra parte, YuGyeom no había sido testigo de todo lo sucedido, pero con el pasar de los minutos y ver que Mark no regresaba, se apresuró a ir a la casa, encontrándose con la ventana y las puertas rotas, y el fuego crecer arrasando con los muebles del salón. Entró corriendo a apagarlo, notando sus pertenencias desordenadas y la casa por completo vacía. Soltó un grito de desesperación, mientras gritaba a todo pulmón el nombre de Mark sin recibir una respuesta.

 

Salió de la casa para buscar a su pareja y sus captores, tarea realmente fácil por las pisadas que habían dejado sobre el lodo de una multitud. Él podía reconocer las huellas de Mark, y un extraño presentimiento lo recorrió al no verlas ahí. Corrió tan rápido como sus piernas se lo permitieron hasta llegar al lugar donde habían encendido la fogata aquellos hombres.

 

Se encontró con que uno de ellos grababa con una cámara como los otros se burlaban y maltrataban a Mark como si fuera un animal. Se burlaban de su sufrimiento y de los gritos de dolor que el muchacho rubio soltaba cada vez que el puño de alguno de ellos se estrellaba contra su cuerpo. Mark intentaba ser fuerte, pero contrario a lo que YuGyeom creía ciegamente, él no era inmortal. Se encogió en posición fetal sobre el musgo, recibiendo entonces patadas en su espalda. Mordía sus labios con fuerza, desesperado por acallar su dolor, y fue entonces cuando sus ojos se cruzaron con los de YuGyeom.

 

Su cuerpo no mostró una señal de sorpresa, pero sus pupilas se dilataron levemente y su mirada le rogaba que lo rescatara, que esto era demasiado para él. YuGyeom tenía miedo, porque aquellos hombres los superaban en número de manera sorprenderte y enfrentárseles sería casi un suicidio. Sin embargo, tuvo que hacer acopio de valor cuando aquella pistola salió a la luz y apuntó hacia la cabeza Mark.

 

El castaño soltó un grito mientras dejaba atrás el cobijo de los árboles y saltaba hacia el medio del claro, en el instante en que el hombre jaló el gatillo y la sangre de Mark salpicó la escena.

 

Un rayo atravesó el alma de YuGyeom, haciéndolo morir en vida cuando los ojos del rubio se pusieron en blanco y dejó de gritar y poner resistencia. Estaba tan seguro de que el otro era inmortal, que verlo dejar escapar su último suspiro frente a sus ojos acabó con todo lo que creía y eliminó cualquier sensación que alguna vez se formó en su pecho. Ahora mismo, YuGyeom no tenía corazón.

 

Se abalanzó sobre el asesino de Mark, tomándolo desprevenido, y le arrebató la pistola con que le quitó la vida a su amante. No podía ser igual que él, así que en vez de dispararle, lo golpeó enfurecido con la culata de la pistola en la sien, dejándolo fuera de combate, aunque consciente. El resto de los fanáticos religiosos intentaron sacárselo de encima, con las intenciones de someterlo y hacer lo mismo que habían hecho con Mark, pero YuGyeom estaba fuera de sí, y se fue sobre ellos sin medir consecuencias. Todos esos golpes que no dio para defenderse cuando lo molestaban en la escuela, todo el odio y la ira acumulada fueron desatados como una bomba atómica que arrasó con todo a su paso.

 

Pero YuGyeom estaba llorando mientras acababa con aquellos asesinos, porque la desolación lo aplastaba y su alma amenazaba con escapar de su cuerpo si no hacia un esfuerzo por mantener los pies en la Tierra. Si alguien no lo detenía, sería capaz de matar a aquellos despiadados hombres y convertirse en un asesino más.

 

A Mark no le hubiera gustado eso.

 

Si se convertía en un asesino, nunca podría ir al paraíso y volver a estar a su lado.

 

— ¡Hijo, detente! —escuchó claramente la voz de su tío, padre de Mark, alzarse por encima de los gritos y el sonido de los golpes.

 

Al buscarlo con la mirada, se encontró con un grupo de hombres, todos amigos de su familia, que venían dispuestos a ayudarle, pero ya era demasiado tarde, y Mark estaba muerto. Se dejó caer de rodillas mientras los pueblerinos arrestaban a los fanáticos, y los padres de Mark corrían hasta el cadáver de su hijo con el corazón hecho pedazos.

 

Sin embargo, ninguno estaba tan destrozado como lo estaba el ahora pequeño e insignificante YuGyeom, libre de todo pecado gracias a Mark, y ahora vivo debido a su sacrificio. Era de suponerse que Dios necesitaba a su lado a aquel ángel, y había decidido recupéralo, porque un mundo como este no lo merecía, pero le había dado a YuGyeom el honor y el placer de tenerlo a su lado aunque fuera por escasos instantes, para luego arrancárselo de esta manera tan desconsiderada.

 

El tiempo pasó, y el pueblo regresó a la normalidad. Ya casi nadie hablaba sobre el incidente en el que mataron a un chico por ser homosexual e intentar salvar a su novio del mismo destino. Nadie relacionaba a YuGyeom y su familia con aquel suceso, más por guardar las apariencias que por respeto.

 

YuGyeom sabía que hablaban a sus espaldas, que una vez el pasaba, la gente comenzaba a murmurar. Y sus pisadas eran pesadas, su mirada cada vez más oscurecida por las ojeras y su corazón cada día más marchito. Mark no había alcanzado a llegar a la primavera, pero las flores seguían naciendo alrededor de YuGyeom, ajenos a la muerte del ser más maravilloso que pisó la Tierra jamás.

 

Podía verlo de ese modo. La primavera traía todo de vuelta a la vida, mientras que el otoño comenzaba a matar las hojas más frágiles, y el invierno era un frio descanso entre la muerte y el renacimiento.

 

Mark ya no iba a volver, y YuGyeom era un muerto que caminaba entre los vivos son posibilidad de renacer. Cada día había menos motivación para levantarse y continuar recorriendo aquel cruel mundo, pero si Mark había muerto por él, algo tenía que significar.

 

Encontraría un significado a su existencia vacía.

 

 

Notas finales:

Espero haya sido de su agrado, me gusta saber su opición en los reviews.

Muchas gracias por leer.


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