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Bellezza. por Akudo

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Notas del fanfic:

Los personajes son de Fujimaki Tadatoshi

Nacer en cuna de oro parecía venir con muchas otras bendiciones, aparte de dormir en castillos de cuentos de hadas y beber de copas adornadas en piedras preciosas, la diosa de la belleza tocaba a cada bebé justo antes de que vinieran al mundo. Por eso eran amados y cuidados por todos.

Dominaban el entendimiento del mundo con facilidad, manejaban la lengua con gracia, la danza y la música existían para ellos, y la espada era parte de sus cuerpos. Era divertido tomar la mano de las doncellas que bailaban con risas inocentes y miradas pícaras a su alrededor, aún más divertido eran los minutos que le llevaba despojar de sus elaborados vestidos capa por capa a cada una de ellas para retozar hasta el amanecer entre tan perfectos cuerpos, como dibujados por ángeles.

Sin embargo el deber también llama al hombre, y ya en su plena madurez el pelinegro debía salir de entre los insaciables brazos de sus amantes para revestirse del pulcro plateado de la armadura, a cuestas del más valiente caballo para defender sus tierras vastas.

Ah, ¿tan celosa se había puesto la caprichosa fortuna como para no tenderle su mano este día? Ganaron, no obstante mientras los moribundos que quedaban del otro lado se arrastraban en su retirada, los hombres del pelinegro lo rodearon allí echado en el suelo, respirando malherido y con su propia sangre nublándole la visión. Sobrevivió, sin embargo los estigmas fueron tan pesadumbrosos como lo hubiese sido la muerte misma, con el rostro desfigurado en profundos cortes de espada que le arrebataron su sagrado regalo.

Las personas que lo admiraron cerraron los ojos, quienes lo desearon apartaron el rostro, aquellos que lo amaron se negaron a tocarlo. Así que pactó con la nada, y su dolor fue escuchado.

— Cuando deseas algo, siempre tendrás que devolver el precio.

— Haré lo que sea.

— Lo que sea son grandes palabras.

Más de lo que un humano podría comprender, hasta el momento en que le tocara pagar consigo mismo. Su rostro de hermosura mitológica regresó y volvió a ser venerado, pero aunque todo a su alrededor volvió a la normalidad él mismo no pudo hacerlo. Su dicha venía de una traicionera ilusión; mientras los demás se extasiaran con sus excelsas facciones él no podría hacerlo nunca, si osaba a mirar su reflejo su verdadera forma aparecería, las cicatrices carcomerían su piel para mostrar su verdadero rostro. Horrible, desagradable, vomitivo.

A su vez, el máxime de la felicidad le fue negado. Todos a sus pies caerían enamorados, llenándolo de regalos y bendiciones, mientras su interior no sería capaz de sentir el anhelado amor por nadie más que por sí mismo.

Empero, esa adoración por su propia persona lo tentaba cada día, cada noche, hasta que lo hizo sucumbir, parándose frente al espejo que le devolvió un demacrado reflejo que no pudo arrancar del cristal con sus manos. Un gemido de terror vino de sus espaldas, donde en su lecho la imberbe jovencita era testigo del verdadero hombre en aquel reflejo. Oh, tan repugnante.

Sí, el azabache del lunar vio el asco en sus asustadizos ojos, y por eso la mató, protegiendo la realidad que no debía ser vista.

 

 

 

Cuando nació, la única persona en el mundo que lo vio como un benedícite del cielo fue su madre.

Ella no era agraciada en lo absoluto, la rechazaban y marginaban en los suburbios de las tierras, apartada de todos los demás. Así que cuando dio a luz la palabra bruja fue gritada con odio, porque una mujer tan fea y oscura sólo podría haber concebido a través de la brujería, ofreciendo su útero al demonio.

La mujer de desaliñado cabello tocó la pequeña manita del bebé y le sonrió con un absoluto amor, rogándole perdón al transformarlo en un gato de orejas alzadas y pelaje manchado al que obligó a huir, justo antes de que la puerta fuera tumbada y ella quemada viva.

Vagó durante muchos años, solo, viviendo de las migajas que la gente tiraba en el camino. ¿Por qué nadie podía verle con cariño, tocarlo, amarlo? Él tenía mucho de eso para dar, no obstante todos lo alejaban cuando trataba de frotarse en sus pies y hacerles saber que estaba ahí. La mimosidad con la que saltaba por todas partes con sus patitas cafés fue dimitiendo después de perder la cuenta de todos los pueblos que había visitado, en busca de algo que empezaba a creer que no existía. Hasta que lo vio, tan desgraciado como él, envuelto en una pena que lo llamó.

Antes de que se diera cuenta ya no estaba caminando en cuatro patitas sino en dos pies y lo abrazó por detrás, mientras el naranjo ocaso pintaba la superficie del mar y hacía brillar la arena.

El pelinegro tomó su mano y lo miró, sorprendido por el acelerado latir de su corazón que había creído muerto.

— ¿Puedes sentirlo? Eres como yo. —le habló con una sonrisa que se levantaba en sus comisuras, tal como la boca de un felino.

— ¿Cómo tú?

— Sí. Mientras todos te veneran te es imposible amar a otros, y yo, siendo amado por nadie he vivido para encontrar a alguien a quien enamorar. —él sonrió en respuesta, el castaño también. Tan misterioso como sabio era el destino— Un profundo dolor prepara al alma para amar con mayor intensidad.

Besó las palabras del chico de piel trigueña, se aferró a ellas, creyéndolas. Esta debía ser la única persona capaz de romper el pacto, lo sentía. Lo besó pasionalmente, cayendo recostados en la arena se abrazaron y lo hicieron, y por primera vez estuvieron completos.

Cuando el amanecer rozó sus pieles desnudas el ojiverde se apoyó en sus manos mirando el agua, seguro de que había acabado su maldición.

— No… ¡¿por qué?! —asqueroso, repulsivo. ¡Se supone que esa imagen debía desaparecer!

¿Por qué ese reflejo continuaba torturándolo?

Una mano gentil acarició sus cicatrices, cuidadosa y dulcemente, como si las besara todas.

— Yo te acepto como eres.

El del lunar le devolvió la caricia, qué bello corazón le entregaba el risueño muchacho. Éste cerró los ojos, sonriendo al sentir tu tacto que bajó por sus mejillas hasta su cuello, apretando, cortándole la respiración mientras veía como su amorosa sonrisa se transformaba en una expresión de horror, y lo obligó a bajar la cabeza hasta hundirla en la orilla del mar para que dejara de mirar su monstruoso rostro.

«Te acepto como eres.»

— Pero yo no…

Su rostro volvió a ser de una belleza soñada, mientras su corazón se secó haciéndose una piedra sin sangre, y murió.

Notas finales:

Me gustaba más otra historia que quería desarrollar para ellos pero no tuve nadita de inspiración para escribirla, por eso acabé haciendo esta cosa tan deforme y sin sentido mientras estaba más dormida que despierta.

Bye.


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