Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Conceptos. por Dare-to-howl

[Reviews - 0]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Este fanfic no es plagiado. Está en Mundo Yaoi, en mi cuenta. Si tienen dudas acerca de la autenticidad de mis palabras pueden enviar un mensaje privado a la user de la página mencionada.

 

[« »] ← Para Flippy.

[‹ ›] ← Para Fliqpy.

 

Punto único en el texto significa cambio tiempo/escenario.

 

No espero que al momento de leer el one-shot comprendan del todo la situación, puesto a que lo hice con la intención de que te tomaras la libertad de imaginar las circunstancias como te plazca. Además, admito que las personalidades las manejé un poco distinto. Agregando también que cuando lo escribí estaba un poco oxidada con estos personajes, así que espero no haber creado una trama o concepto repetitivo.

Happy Tree Friends no me pertenece. 

 

Dedicatoria: a todo el tiempo que duré sin leer de esta pareja. 

 

No era un enigma entender el por qué, de hecho sobraba la obviedad. Tampoco era una incógnita que ameritara horas de reflexión, un infante lo tendría resuelto sin un mero cálculo.
Aunque fuera lastimero y penoso ya era un hábito enfrentarse a la violencia, todos esos arrebatos de crueldad desmedida hacia su persona eran algo monótono en su vida, cada escenario de sus días y noches se vinculaba a grandes rasgos con un arma blanca, de fuego o incluso un mero puño. Ya estaba más que relacionando con ello, se había hecho una costumbre complicada de sobrellevar, pero lo había logrado a final de cuentas.

Cumplía al pie de la letra con su rutina, ahora envuelto por ese contraste otoñal tan precioso que brindaban los árboles del parque. Cruzaba por la zona de juegos, de camino a su casa, había llevado su chaqueta y boina a la tintorería y ya iba de regreso. Mientras pasaba cerca de los columpios las risas de todos los niños presentes se alzaron, parecían estar eufóricos por la cercanía de Halloween, se apreciaba que a través de sus ojos ocultaban malicia, como si los disfraces que fueran a portar los transformaran en bestias. Deseaba que pararan de reír, que cerraran la maldita boca chimuela, pero su deseo se exteriorizó de otra forma, con una sonrisa poco notoria que podía ser interpretada como ternura por aquellos que jugaban.

El columpio ascendía para bajar con fuerza. Las carcajadas incrementaron y las miradas perniciosas lo señalaron.

Están en el derecho de llamarlo infantil, pero el motivo por el cual deseaba que las risas se suspendieran era porque jamás tuvo la oportunidad ni la ilusión de celebrar Halloween. Quizo pedir dulces para causarse caries pero lo que recibió fue una ardua preparación estricta e insensible en una militarizada. Se le incrustaba en el estómago una especie de retortijón cuando le pasaban por enfrente todos los disfraces repletos de sangre falsa, o en su patético defecto, tinta roja de plumones. No era tan divertido avistarlo cuando en una guerra casi se pierde la sangre suficiente para matarte.

Por eso los caramelos que ofreció el año pasado sabían un poco agrios, vomitivos, porque tenían veneno.

Apresuró el paso, sin distraerse en ninguna otra tienda o siendo innecesariamente cortés con alguien que no lo mereciera, hasta que llegó a la cuadra en la que vivía. Vacía, solitaria. ¿De verdad hacía tanto ruido cuando roncaba? Había ahuyentado a todos sus vecinos, si es que aún había en pie una mentecita valiente o muy estúpida para permanecer en esa cuadra. El crepúsculo abandonaba los matices anaranjados y pasaba a los violetas, Flippy miró el reloj de su teléfono, cuando vio la hora se percató de que el día había pasado corriendo, además de que fue bastante apaciguado.

Movió la perilla, que se encontraba sin pestillo, hasta mirar la perdurable penumbra interior de la casa.
Y como si abrir esa puerta fuera sinónimo de incitar a la mala suerte, como si rebobinara su historia de texturas amargas y tintes grisáceos, había llegado el momento en el que lidiaba con la agresión. La parte del día que constaba en pelear por su vida.
Se encontraba bajo un precioso atardecer, en una ciudad pintoresca de atmósfera de ensueño, frente al sonido agudo y metálico de unos dedos tocando con tentación el gatillo de un arma.

Cuanto antojo le daba escuchar como el gatillo era bajado hasta el fondo. De verdad, que irresistible le resultaba en esa ocasión ¿le reventarían los cesos o sería tan sencillo como sólo sangrar y tener una abertura craneal? Suspiró, acababa de llevar su ropa a la tintorería, le daba un poco de vergüenza ser un cliente tan frecuente con ropa ensangrentada y dificultosa de limpiar. Dejó la bolsa que cargaba en el suelo e hizo frente a la afilada mirada olivo.

«Eres tan igual». Pensó teniendo a ese par de canicas aceitunadas y heladas conectadas con sus ojos verdes.

El 'bueno' del cuento ya no sentía nada al ser el objetivo de una bala, ni un cosquilleo diminuto en el pecho, nada. Si tenía una mala relación con su alter ego el hecho de que todo se volviera predecible entre ellos lo había hecho estallar. ¿Qué? ¿Qué le gustaba que hubiera conflictos y dolor hasta acabarlo? No exactamente, pero si el otro militar iba a joderle la vida que mínimo tomara la iniciativa de hacerlo bien, no de hacerlo sentir inerte y acostumbrado.
Le jodía la vida ¿pensamos eso, no?

A ese punto él no era impresionable, ni el asesino era alguien que le causará temor ya.
Ese día lo tenía de frente con una imagen distinta a las demás; no traía puesto su traje militar, sino una camisa a rayas desabrochada, tenía moretones en el torso y la cara, además de que le sangraba el labio, cargaba con la pistola levantada y su rostro amenazante, más relajado de lo que alguna vez pudo estar.

Flippy apartó la mirada de Fliqpy y se lamió sus labios al mirar el arma. Tuvo el atrevimiento de enfrentar con sorna a Fliqpy, por ello se puso la boca de la pistola entre los dientes y le alzó las cejas como insinuación a que disparara. El portador de el armamento lo miró sin impresión. Cuando se impacientó del comportamiento de Flippy le empujó la pistola en la garganta para ahogarlo, cosa que resultó porque se movió inmediatamente y tosiendo repetidas veces limpió la saliva de sus comisuras con el dorsal de la mano.

Si el veterano pudiera saber desde cuándo había dejado de temblar y orinarse encima del terror cuando Fliqpy lo acorralaba, si pudiera saber desde cuando había memorizado las jugadas del agresivo peliverde, si pudiera saberlo estaría agradecido. Solo sabía que apenas hace unos meses las cosas se habían tornado regulares y aburridas por algún motivo y él se ajustaba a una actitud tan distante al niño llorón que una vez fue. Se podía nivelar a la misma altura que Fliqpy respecto a frialdad e indiferencia, antes eso no era así.

Se preguntaba si desde el inicio había sido un niñito incapaz o si su mente se apegaba a ese rol por el recuerdo latente de la guerra, aunque en esta había sido fuerte, a pesar de ser un incompetente en momentos cruciales y haber experimentado pérdidas.
Bueno, llorar es justificable cuando tu alter ego sin escrúpulos, producto de traumas, se personifica y te tiene en la mira. Temblar era válido, ahora que no lo hacía también lo era.

Dejando la tos de lado se incorporó frente al 'cazador' y se puso a analizar: lo había sorprendido en su casa, ahora traía una pistola, no habían intercambiado palabras y a pesar de aparentar estar tranquilo se podía percibir que si se negaba a obedecerlo iría de nuevo a la tintorería. Agregando que lucía diferente.

—Ya innova —le sugirió exhausto, le quitó el arma de las manos y la tiró hacia un lado si más, dejándola en su marchito césped libre para cualquier vándalo. Tras ojear una última vez al soldado entró a su casa, seguido, por supuesto, de este.

—A ti que tanto te importa que me espere con las amputaciones —dijo en un gruñido, con normalidad. Estando dentro de la morada se acomodó en un sillón, cubierto por la abrazadora oscuridad.

Flippy miró a su invitado especial a través de la escasa luz que se colaba por la puerta abierta, acto seguido fue a la cocina a dejar las bolsas en la encimera, sin importarle dejar al otro.

—Sabes que no me refiero a eso —musitó sacando el contenido de las bolsas, despensa y demás objetos sin relevancia.

—Entonces te lo repetiré otra puta vez —se despojó de la comodidad de estar sentado para ir a la cocina y plantarse detrás de su doble. Lo próximo se lo susurró en la nuca, con dureza:—. Yo me divierto, tu te jodes, así va esto.

Flippy sintió un profundo escalofrío repugnante en su interior gracias a la lengua y los dientes que molestaban a su oreja con mordidas. Frunció las cejas para lanzar su próxima respuesta, no le podía parecer menos lo que decía el otro.

—¿Te diviertes? —preguntó entre dientes, girando con brusquedad sobre sus pies, quedado frente con frente. Antes de que el susodicho confirmara abrió un cajón y tomó con un ágil ardor uno de los cuchillos y rajó sobre su piel una extensa, y de dudosa profundidad, cortada que pronto emanó el líquido rubí— ¿Esto te parece divertido? —preguntó colérico. Continuó atentando contra su piel numerables veces. La mirada de Fliqpy no transmitía nada en lo absoluto más que esa asquerosa costumbre. Ambos sólo miraban ese líquido resbalar con libertad para pintar la blanca piel a un rojo que pronto quedaría pegajoso.

Miraban pero, ¿qué más?

La verdad es que a ninguno les divertía ya. Sangre propia, sangre ajena, dolor de los huesos y músculos propios o los sollozos y berridos de un desamparado niño, valían igual. Se habían agotado los recursos.

No era fácil admitir que las cosas no son como se esperaban, que el asunto se había resbalado de sus dedos y toda esa gran historia de tragedia y turbación que alguna vez recordaban ser ahora era cenizas. Su esencia se desvaneció, eran lo mismo, repetitivo.

El de mirada malévola arrebato el cuchillo, hasta la coronilla de que le encararan su falta de gozo y lo encajó con impecabilidad sobre el muslo del ensangrentado soldado, teniendo como premio un alarido puro de su parte y su pronta caída al suelo. Miró con cierto deje de lástima al retorcido cuerpo que lagrimeaba y extraía a paso lento el fino metal de su pierna con tormento, pero lástima sintió por si mismo al no verse satisfecho con el acerbo lagrimeo que escapaba de los ojos de Flippy. Era insaciable, y los dos lo sabían.

—Vete —ordenó en un jadeo, incorporando su cuerpo para recargarlo en los cajones y buscar un pañuelo para auxiliar a su punzante herida.

—Tu no tienes el control —recordó. Tomó sin cuidado el cuchillo manchado que hace un momento estaba en la carne de Flippy, se sentó en el borde de la mesa y sacó un cigarrillo de la bolsa de la camisa.

El cuchillo se elevaba en el aire y bajaba hasta caer en la palma de Fliqpy. Como un cesante malabareo que era acompañado por los sollozos diminutos de Flippy.

—¿Crees que tienes control? —preguntó Flippy con un ánimo burlesco, a pesar de estar dolorido.

El afilado metal dejó de subir, se dirigió con rapidez hacia un costado del cuello del veterano, quedado truncado en la madera de la cómoda.

Fliqpy sonrió guasón y dio una larga calada al tubo empapelado, se puso en cuclillas a un lado del otro presente y soltó todo el humo en el reseco rostro enrojecido. Flippy recién había sufrido y por ende llorado, sintió un ardor quemante cuando el humo se esparció por sus ojos, tosió cuando giró el rostro derrotado, comprendiendo que eso era una clara humillación por su posición, en la que estaba por las últimas de ganar. Por pasarse de hablador al decirle al otro que no mantenía el poder se había dado por aludido sin mencionarse, ahí tirado como un imbécil por auto lesionarse. Indefenso por su propias causas.

—Al menos quitate, hueles a basura —masculló con la cabeza gacha. Colocó una de sus manos en el pecho contrario para apartarlo y que no siguiera haciendo de fábrica tira humo enfrente suyo.

—Estuve en la basura —confesó sin más, levantándose.

—Entonces vuelve a donde perteneces, ¿ahora que quieres de mí? —chasqueó la lengua al resentir las palpitaciones en sus miembros, que no detenían su labor de desperdiciar sangre. Cuando se hizo de un trapo lo amarró a la cortada de su pierna, no sin antes limpiarse el brazo.

—Me quedé sin agua en mi casa —respondió desvistiéndose a media cocina.

—Me apuntaste con una pistola cuando llegaste, no vienes a bañarte —y tienes tanta razón.

Aunque vamos, es Fliqpy, su oso de peluche es un petardo, cargar con una pistola es como traer tu billetera.

—Ni que te sorprendiera —bufó fulminándolo. Se desprendió del último trozo de tela desaliñada y de sus pertenencias que constaban en su típico cuchillo, un bote de oxicodona, y su cajetilla de cigarros—. Pero si estas tan necesitado de que haga algo contigo puedo arreglarlo —acercó sus retorcidas manos con una extensa sonrisa hacia el individuo que yacía en el polvoso suelo.

Si le daban el permiso lo haría derramar sangre hasta con las manos desnudas.
La luz morada acabó con la fantasía para irse a ocultar. Estaba oscuro, una noche de contables estrellas y una luna desaparecida.

Podían verse en la penumbra, sentirse. Los ojos de Fliqpy eran como dos chispas de fuego mortecino que se acercaban con voraz ansía hacia los de Flippy, quedando cerca de él para hacerse con sus macabras ideas. Pero antes de que este pusiera un sólo dedo encima de Flippy se detuvo abruptamente, desdibujando su sonrisa para sustituirla con rasgos de frustración y hastío total.
Un pequeño chasquido en su mente lo descolocó. Predecible.

Pateó iracundo al rostro de Flippy, haciéndolo caer de lado y quedar completamente derrumbado, se distanció y escupió rabioso un bulto de groserías y maldiciones. Lo estaba siendo de nuevo, y Flippy lo miraba así de nuevo. Era como si hubieran pasado por esa parte de la historia sin descanso, sin poder cesar o tomar otro rumbo. Llevaban con ese viejo libro de páginas masticadas varios años, tiempo basto para gastarse su imaginación a diario en todo tipo de exterminios.

 

Fue predecible una vez más.

 

Recapituló y presentó el mismo escenario, se mordió la lengua al ver lo complicado que era despegarse. Golpe, obediencia, resistir, desistir.

Flippy sabía lo que él tenía en mente, conocía que quizás optaría por hacer de sus huesos una melodía tronante y sus músculos trozos de carne desgarrada o si estaba de humor abriría espacio a la lujuria y hambre carnal. Ya nada tenía sentido o razón si tenían los pasos ensayados como en un baile mofado, se percataba de que lo mantenían como una rutina, y eso, al alter (se incluía) le caía como una reverenda patada en la entrepierna.

Fliqpy antes solía llamarle juguete, marioneta, acostumbraba a pasar el día imaginando torturas y caminos interminables de como destruirlo, porque tenía planificado con exactitud que algún día mataría a Flippy, y lo haría de tal modo que este lo recordara hasta en el infierno.
Pero ahora no estaba centrado en eso, su interés se mantenía en pie pero no aseguraba en que punto.

Antes se pasaba las horas pensando en él.

 

¿Se habían aburrido el uno del otro?

 

Conectaron sus ojos de nuevo, se sintieron un poco aliviados al ver que sus emociones eran cosa y problema compartido. Estaban decepcionados, ¿de quién? De ellos mismos.

Se estableció una tensión que se sentía terrible, mas que arrollar a un peatón inocente, más que canibalizar a una armoniosa y feliz familia. Pero ambos compartían esa especie de deseo contradictorio por sentir inquietud, malestar en su mayor punto, un intachable regodeo por su relación sin rumbo o estadía en un punto fijo. Era una de las cosas que los unía, pero que también los paraba a mares de lejanía.

—¿A qué vienes? —insistió Flippy en un susurro, la cara le dolía tanto que juraba no tenerla. El sabor a sangre le perforó el paladar—, si respondes que a bañarte entonces vete de una vez.

Cincuenta dólares en la tintorería.

El alter deseaba tener una respuesta, pero si era honesto y contestaba que estaba en una tienda mirando a un estante de dulces y se acordó de él intentaría echarlo sin duda alguna.
Si supieras Flippy que cuando Fliqpy vio los chocolates en el estante recordó el apetito tan remarcado que preservó en ti por años, deberías saber, Flippy, que si te busca es porque está más desconcertado y perdido en el difuminado panorama que estaban creando sin poner un alto. No le interesa una, para nada significativa, regadera.

Fliqpy podía descontrolarse, abusar de él, maltratarlo, evadirlo, prevalecer en su poco sentido ético y moral y acorazada alma. Pero si eso ya no le 'traía gracia' ni lo ambicionaba ¡entonces no había en pie ningún maldito objetivo! No le diría falsedades, no sería mentiroso con Flippy, pero tampoco sería honesto con él, sería honesto consigo.

—No lo sé —No lo sabía.

—Vete de aquí —su voz sonaba hueca, una agobiante exhaustividad se empalmaba entre las entrañas de ambos.

—Dime dónde están las toallas.

—No te quedarás aquí —renegó incorporándose de nueva cuenta.

No lo quería ahí consigo, pero si se marchaba dejaría inconcluso lo que podía ser su mejor momento para ajustarse. Se llevaría una parte elemental de su ser y a pesar de estar asociado y más que familiarizado con la sensación no podía aceptarlo esa vez.

¿Flippy no notaba que él quería quedarse ahí?
Dio una última inhalada a su pequeña porquería cilíndrica y la tiró para arrimarse una vez más a Flippy. Con toda su fuerza y malestares concentrados en sus dedos apretó con estos la inflamada quijada de Flippy, usando las uñas para atravesar con levedad la piel. Se deleitó con la respiración paulatina y el dolor pintado en las irises verdosas, pero lo que más lo hacía sentirse orgulloso era ver con tanta cercanía el esmalte de los dientes siendo cubierto por tintes escarlata.

—Sacame entonces —retó socarrón, escupiéndole encima.

No recibió contestación.

Se tocó el vientre, estaba húmedo. Refunfuñó, esa vez lo había logrado.

—Que te vayas —si se miraba de cerca detrás de su mirada se veía una amarga determinación.

El costo de una apuñalada. Ojo por ojo, diente por diente.

Era cierto que quería llegar a una solución, pero Flippy ya no estaba de humor para arreglar las situación ese día, había decidido que de momento no sería posible hacerlo, y las cosas de habían dado como lo esperaba. Por ese día logró ahuyentar a Fliqpy, ambos con una herida idéntica. Lo hizo por ese día, uno que no muy sorprendentemente había tenido relación y similitudes con los demás.

 

.

 

A pesar de que los vidrios estuvieran empañados podía divisar las luces de farolas que rebasaba el auto con prontitud, eran como manchas de acuarela anaranjadas, que como mínimo consuelo a su congelamiento lo estaban arrullando. Tenía el cuerpo helado y entumecido, sentía picazón en sus extremidades y la piel raspada hasta el punto de sangrar. Y aunque los asientos de un auto fueran cómodos hasta cierto punto él no lo percibía así, pero no podía notificar ninguna queja, incomodidad o su creciente disgusto, sólo emitía sonidos que no recibían entendimiento, una cinta adhesiva le bloqueaba decir cualquier cosa. Igual, sentía el cuerpo enfermo, estaba tan débil y decaído que podría prometerse que se veía pálido; su aliento era lo único que podía combatir contra el gélido viento que entraba por la ventana.

El inhumano conductor, que poco resentía el clima, se daba a la tarea de disipar humo por todo el vehículo, intoxicando la atmósfera formada dentro de esas cuatro puertas. Era lo necesariamente frígido por si mismo como para temblar ante un vientecillo otoñal. Este se sentía con apetencia, aguardando con voracidad e intranquilidad a que llegaran a su destino, a poder tantear otra sensación además de cotidianidad y un vacío insistente a ser llenado. No era su última alternativa, pero se sentiría derrotado si fracasaba, buscaba con urgencia un remedio al asunto, necesitaba reencontrarse con su prepotencia y sedienta amoralidad como en tiempos pasados, necesitaba ser la pesadilla de Flippy, necesitaba ser algo para sí, para él.
Por las noches parecía que sus irises se intensificaban a un verde más amarillento, lucía como una fiera nocturna, pero en realidad quien sabe qué era él. Un ser que jamás nació, que llegó para marcar huellas maquiavélicas y quedar en el olvido como todo el resto de la miserabilísima humanidad.

Pasaban los señalamientos con velocidad, tanta que era imposible avistar su contenido, sólo eran manchas acuosas de colores intensos. La ciudad había quedado detrás de muchos kilómetros y montañosos caminos, mientras más se distanciaban la emoción y ansiedad del sádico iba creciente, mirar al adormilado cuerpo quieto en los asientos traseros provocaba que salivara en exceso, confiado de que sus planes se desarrollarían como los había ideado.

Y el poco consciente de Flippy, bueno, el no temía a nada ahora, ¿recuerdan? Sus expectativas acerca del próximo movimiento del asesino eran inciertas, pero se mantenían en ideas que él pudiera interpretar. Ambas mentes poseían infinidad de diferencias, su imaginación está relacionada, pero Fliqpy sale siempre invicto cuando de atrocidades se trata.
Quizás esa noche no sería como repasar el mismo párrafo de un cuento. No participarían en la engorrosa danza trillada, ni sería necesario verter sangre ni lágrimas, bastaría con dejar fluir los sentimientos. Quizás.

La carretera mostró una parada para llenar el tanque, al lado había propiedades con poco ganado y un camino terroso que parecía llevar a paraderos desérticos y ocultos entre los cerros. El vehículo se desvío hacia la angosta pasada, llena de rocas y hoyos.

Tomaban otro camino, lejos de la ciudad, Fliqpy conduce y a Flippy le iba como siempre.

Flippy comenzó a sentirse intranquilo al no visualizar más manchas naranjas y al sentir el vaivén brusco del auto. Había luna, debía ser tarde pues estaba en lo alto, pero lo importante es que no sabía donde estaba. Con la mínima energía que poseía se sentó, desempañó un poco la ventana con su nariz y trató de identificar el sitio, pero fue tan útil como querer preguntar por ello.

Amarrado como un perro, así no podía hacer nada.

Fliqpy notó que su doble ya tomaba conciencia. Sonrió relajado, acomodando sus manos en el volante con una fuerza más moderada.

—¿Sabes? Siempre has sido muy bondadoso —comentó sintiendo su propia lengua como la de una serpiente, resbaladiza e hipnótica. Sonrió ladino y juntó ambas cejas ante el sentimiento.

«¿A dónde va esto?». Pensó el amarrado veterano respirando con profundidad, llenando de aire fresco y una mísera pizca de tenebrosidad a sus pulmones.

—El mundo no te merece —añadió con gestos dramáticos, girando el volante—, nadie te merece, eres demasiado para todos. Digo, ¿así piensas tú, no es así? Ni siquiera yo que soy tú puedo ser nada para ti —pausó mirando con encantamiento a la mirada confundida por medio del roto retrovisor—. Tú siempre te viste como alguien inequívoco, no pudiste asumir que entre los dos el primer asesino fuiste tú. Pero aquí estoy yo para recordarte —se encogió de hombros sonriente, con total parsimonia plástica, aunque sus ojos fueran como el veneno de la serpiente.

Llenos de toxicidad.

La mirada de Flippy estaba en plan de cristalizarse y de causarle picor. Sentía la garganta obstruida. El de ojos olivo jamás ponía las manos en ese tema que desde hace años había enterrado. Ahora temía, sudaba, estaba en la insistente necesidad de averiguar a dónde pararían. A esas alturas podía asegurar que sería su último día, nada podía ser descartado, no obstante estaba inseguro acerca de como terminaría el encuentro, una cosa no tenía que ver con la otra.

Producto de estrés post-traumático.

«Tú me hiciste creer que era bastante para cualquiera, acabaste con todos».
Gritó Flippy en su estruendosa cabeza, rememorado lo intocable en sus recuerdos.

«Si, fuie el primero en acabar con una vida, pero tú, y sólo tú, me hiciste creer que me había manchado las manos de sangre porque era correcto y necesario. No soy peor que tú, Fliqpy, me convertiste en lo que quisiste para quitarme pieza por pieza».

—Te dejaste convertir en la basura que eres.

El auto detuvo su movimiento. La voz del de ojos olivo iba en incremento, al igual que la dureza de su expresión.

«Y mira lo que has logrado. Sólo serás feliz hasta que me cremes o me tires a los perros, porque así ni siquiera te divierto y tu no vales nada para mi. Nos acabaste».

—¡Dejaste que nos pudriéramos!

«Yo ni siquiera quería esto. Puede que haya permitido todo, que haya creído y me dejara arrastrar. Pero quien nunca pudo acreditar que no te querría ni vería nunca como tú lo hacías, fuiste tú.

Cuando me acostaba contigo y despertábamos juntos me mirabas tan embelesado que caías en decepción, veías en mis ojos la única cosa que te aterraba en ese mundo: que tú no lo eras todo para mí.
Por eso tuviste pánico y sepultaste todo lo que creías sentir, te adaptaste a ser sólo un mecanismo que me aplastaría, que cobraría todo ese rencor con mi sufrimiento que para colmo comenzó a ser insuficiente y no trataste de componer.

No me digas que soy el culpable, que entre los dos yo fui quien más lloró, pero el puesto del más débil lo ocupaste TÚ.

Y bueno, ¿qué siento yo por ti? Me dolerá más a mí de lo que pude dolerte».

—Pero sabes Flippy, todo eso necesita ser ameritado. No se supone que nadie en esta puta faz de la Tierra deba soportar lo que te he hecho. ¡Felicidades! —aplaudió sarcástico, emanando ira de igual forma que el Sol irradia calor.

Salió del auto dando un portazo, dejando en soledad a la víctima atada junto con sus emociones que actuaban como remolinos. Flippy sentía frío en los dedos, el rostro, los pies, pero captaba a su interior como un hielo imposible de derretir, por dentro se sentía como un glaciar que rebasaba con furor las altas temperaturas de bajo cero. Se sentía insensible. Atrapado, pero no por las cuerdas, sino por su propia impotencia de desconocer su situación, estaba aterrado por que no conocía con exactitud que estaba sintiendo, se encontraba incapaz de repasar su interior para descubrirse.

Ninguno sabía lo que pensaba el otro realmente, caían en suposiciones que terminaban paradas en lo incierto, pero tampoco querían conocerlo, bastaba con esa aura pesada y angustiosa que cargaban por su propia cuenta (y por culpa del otro). Fliqpy había tomado unas maletas de la cajuela y había hecho una larga marcha por la oscuridad hasta su perdición absoluta, la luna no podía seguirle el paso y los escasos animales cuchicheaban haciendo que el sonido de los pasos del sádico se perdieran.
Flippy no podía esperar más, si lo iban a empalar, descuartizar, cocinar, decapitar o envenenar, lo que fuera, deseaba que sucediera ya, estaba experimentando una desesperación de sabor delicioso, quería conocer que estaba en manos de su alter ego.

Analizó. Lo habían sacado de la ciudad, estaban en un sitio que jamás había pisado antes, con cuerdas rodeándole el cuerpo y un Fliqpy perdido en sus propios asuntos. ¿Qué debía hacer?

Recargó su espalda contra la puerta, tanteando con torpeza hasta encontrarse con el pestillo, tiró y abrió la puerta del coche con su peso, haciéndose caer en el empedrado, y un tanto encharcado, suelo. Jadeó por el malestar y el clima extremo. Se arrastró hasta crear una considerable lejanía con el auto y se sentó en un intento de deshacer los nudos de las cuerdas, pero de vio en la imposibilidad ante la repentina presencia de Fliqpy. Lo miró desde abajo, rendido y avergonzado por ser descubierto con tanta sencillez.

Cuando hizo un choque visual con los ojos afilados no había tomado en cuenta el resto de la vestimenta del contrario. Lo miró de arriba abajo sin poder acreditar lo que se reflejaba en sus pupilas, quedó tan estupefacto que no podía mandar a pasear a sus ojos en otra figura.

Flippy había averiguado dónde estaba, bueno, no exactamente.
Estaban rodeados de cerros rocosos con una pobre vegetación que se adaptaba a los contables recursos y se abastecían por si sola, la oscuridad y nubosidad del cielo daba pinceladas góticas y el edificio de fachada escombrosa con alumbramiento débil que tenían de frente daba la impresión de que estaban encerrados en una historia ficticia de temática retorcida y de espanto.

¿Entonces de eso constaba?
Habían ido a un lugar lejano, libre de cualquier posibilidad de ser molestados y repleto de privacidad. Para nada conveniente, por supuesto. Por lo que se podía deducir, lo habían llevado a un edificio abandonado, en medio de una zona un tanto rural.

No le habían quitado las ataduras, de hecho estaban reforzadas a los brazos de una silla de ruedas a la cual fue trasladado, pero habían tenido una notable consideración con él y se habían desecho de la cinta que le impedía comunicarse. Aunque, bueno, la impresión actuaba como ese trozo pegajoso, porque Flippy no hablaba. Estaban ante una imponente puerta metálica, repleta de garabatos hechos con pintura en aerosol y variadas abolladuras, las paredes estaban en un estado idéntico, e inclusive peor. Flippy no traía la ropa de un inicio, estaba vestido como un enfermo internado, su bata desgarrada y vieja no lo defendía contra los escalofríos y temblores que le daban, pareciera que absorbía el viento.
Y Fliqpy, irreconocible.

Entraron, era un pasillo sin indicios de terminar, con decenas de puertas que conducían a quien sabe donde.

—Explícame que es esto —pidió sonando como el enfermo que aparentaba.

—Te dije que merecías un premio -sus pasos (taconeos) resonaban en la hueca instalación—. Siempre hacemos lo que yo quiero, ahora te toca a ti —dio pequeños aplausos "emocionados"—. A veces notaba que te gustaba mucho ayudar a los heridos, les ponías tiritas como un maricón y te portaban como una mamá. Así que esto te va a gustar.

—¿Y que hay de ti? —preguntó forcejeando—, antes de llegar, ¿me drogaste, no?

—Soy una enfermera sexy, ¿que no lo vez? —presumió estirando una de sus piernas, adornada con unas medias blancas con moños rosados y unos altos tacones color cereza-. Y no, ¿crees que lo necesitarás?

—Eres un morboso —lo fulminó, como si intentara hacerlo arder con su mirada, sin poder tragarse que hubiera optado por esa vestimenta.

—Mal por mí.

Un traje de enfermera ajustado, quizás un tanto salpicado de sangre, la cofia, y un cubrebocas manchado. Adicionando las medias y los tacones. La lucidez queda a imaginación de la perversión mental de cada quien.

Una enfermera con intenciones macabras y una cabeza de ideales desechos y manchados con fluidos repulsivos. Si se veía incapacitada de ayudarse a si misma jamás sin ningún motivo atendería a otro ser. O quizás si, bajo su propio concepto de auxilio y piedad.

La silla de ruedas y la "enfermera" que la transportaba penetraban cada vez más entre la amplitud y nula higiene de las paredes. Una gradual curiosidad se sobrevino en quien ocupaba asiento, su subconsciente le jugaba malas pasadas haciéndole escuchar canturreos de agonía escondidos detrás de las decaídas puertas blanquecinas, añadiendo que la habitación que tenían por destino quedaba más próxima de lo que aparentaba y los golpeteos que le daba el corazón al pecho lo lastimaban. Pero a pesar de eso, sólo tenía curiosidad, no debía ser confundida con nada más, ni siquiera con intimidación por parte del varón con vestimenta confusa que lo conducía. No sentía nada exceptuando curiosidad.
Lástima, el pavor podía ir acorde a la situación.

Mientras tanto Fliqpy se endulzaba el paladar con la ocasión, podría estar todo muy calmo de momento pero se daría la tarea de crear caos y colapsos. Sonrió burlesco bajo el cubrebocas ensuciado, estaba confiado y sin soportar más las ganas que le daban de estallar con sus bajos instintos. Mordisquear, degollar, sentir arcadas producto de sus propios experimentos.

Atravesaron la puerta metálica que tenían en la mira desde la entrada, era tan fría que podía ser confundida con un congelador. La habitación era bastante amplia, lo era de modo que un foco no alcanzaba a alumbrar los cuatro rincones.

Flippy se quedó quieto, en búsqueda de algún indicio viviente y oculto bajo los numerables dígitos de sabanas que había puestas. Correteó la mirada, metiéndola por cada esquina y atravesando los muebles, rebuscando en lo recóndito e imposible, hasta que se percató de una respiración débil. No tuvo tiempo de reaccionar.

Fliqpy pateó la silla de ruedas, desviándola hasta chocar con una camilla que dejó asomarse un miembro en camino a la putrefacción, se carcajeó inevitablemente al ver la asombrada expresión asqueada de Flippy.

—¿Por dónde quieres empezar? —acomodó la cofia entre risa y risa, sus ojos se expandieron mostrando su prematura excitación.

—¡¿A quiénes?! —preguntó entre dientes, forcejeando la silla hasta hacerla saltar.

Realmente no le importaba quien fuera, lo preguntaba con un interés hipócrita, sólo se importaba a si mismo en ese momento. Ya había perdido desde hace tanto a sus amigos, y no porque Fliqpy los asesinara, sino porque estos simplemente se distanciaron de él.

—Deberías de valorar lo que hago. Ésta vez fue una amiga mía —comentó con penuria, conduciendo una vez más la silla hacia el centro iluminado de la habitación.

—Tu no tienes a nadie.

—Hm. Lammy era la única que me veía diferente -se encogió de hombros sin mera importancia.

—Que le hayas hecho daño a una 'amiga' tuya no enmienda que lo hicieras con Flaky —frunció las cejas ante la palpitante escena de su muerte. No comprendía los motivos del otro, se hacía la idea de que era un ajuste de cuentas—. ¡Ella si me veía diferente a mí!

Después de todo había dicho que estaban premiándolo, el sacrificio del alter podía ser un método de pago, aunque no le satisfaciera en realidad.

—No es un acto de justicia, Flippy —aclaró tirándole del mentón con socarronería. Unificó ambas pupilas y agregó con susurros:—, y te equivocas, te veía tan igual, como los demás, tanto que su miedo la orilló a protegerse a si misma usando máscaras contigo.

Su amistad fue fuerte, tanto que varias veces logró controlar sus episodios (aún con Fliqpy permaneciendo en él) cuando Flaky le pedía que se detuviera. Pero como un avivado fuego y un incontrolable tormento, terminó. Pasó.

Existió miedo. La inocente chica no era merecedora de lo que le hacía pasar Flippy, pero permaneció. Se vio envuelta entre la perversidad de dos mentes alternas para terminar pasando sus últimas horas en un injusto y desgarrador fallecimiento.

Flippy guardó silencio.

—Siempre hacíamos lo que quería. Tu querías ser médico.

Desató las cuerdas, advirtiendo con su intimidante aura que no se cruzara por la mente del otro emprender una huida.

Prendió dos focos más que dieron con otro par de camillas, caminó con pasos remarcados y estilos hasta una esquina y observó a Flippy, expectante a los movimientos descolocados del de cabellos verdes. Bajó el cubrebocas, sonrió enfermizo e hizo un ademán al "enfermo" de que se moviera con confianza.

Flippy no quería levantar las mantas. Había entrenado a su estómago desde la guerra para soportar cualquier cosa que atravesara por sus pupilas, pero aquello era otro nivel. Ahí todo tenía una tarea y un significado, no confiaba en lo que se encontrará debajo, que por lo poco visto, eran cuerpos. Miró a Fliqpy con furtividad, sudando frío al captar que la intención era parodiar lo que a él le hubiera gustado hacer, un médico, aunque, por obviedad, a una forma tan lejana a sus expectativas.

Jugarían al doctorcito, estaba bien.

Descubrió una de las ruñidas colchonetas sin pensárselo, haciendo volar por momentos a la amarillenta sábana. Se forzó a cerrar los párpados mientras, cuando se dio por enterado de que la manta estaba en el suelo los abrió, con agallas y bien preparado.

Efectivamente, era Lammy. Como nunca la imaginó. Con un hórrido rostro muerto y aspecto deformado a proporciones bíblicas.

 

Asco.

Bloqueó sus fosas nasales y su boca, no, no lo haría, si el fétido olor entraba a sus sentidos como la mera imagen de la chica se derrumbaría como en sus primeros pleitos con Fliqpy, sus suplicios de principiante con el sanguinario. No podía llorar porque ya no había razones, no había mucho porque lamentarse más que por el alma de la criatura, pero sobretodo porque aquel soldado que tanto había pasado por martirios ya había olvidado como derramar una lágrima, aquel precioso corazón bondadoso se había endurecido, secado. No podía hacerlo, llorar, porque ya no era él. No era el mismo.

—¡Oh, Cabo Flippy! Usted había dicho que le fascinaban los animales —se arrimó repentinamente, colocando sus manos sobre su boca con finura, fingiendo una afeminada expresión, luego se lamió los dientes embozado una carcajada.

—¿Qué se supone que tengo que hacer? —su eco era amortiguado por sus manos, que se mantenían aferradas a no separarse de la boca de este.

—Está viva. Todavía. Debes descubrir lo que hay en las otras camillas y salvarla, si quieres —gruñó en su oído divertidísimo.

Era la labor de una persona que se había comprometido a salvar vidas. Evidentemente. Pero él miraba a los doctores con recelo, podían llamarlo infantil, otra vez, pero él tuvo la ilusión de ser un reconocido médico, sin embargo lo que recibió fue que aniquilara a su escuadrón y a demás personas innecesariamente involucradas.
Porque la guerra es una masacre entre desconocidos para el beneficio de puestos con poderío que ni siquiera se tocan.
Tuvo la ilusión, la meta, pero como con los caramelos, nada era como lo visualizaba, nada salía como lo deseaba.

Contempló al cuerpo. Fliqpy había hecho una mezcla que dibujada con detalles coloridos se vería espléndido, pero que puesto en pie con carne y puntadas era un cuadro perturbador. La chiquilla con indicios esquizofrénicos tenía apegado a su cabeza, con gruesos hilos, un par de blancas orejas gatunas, muy cercano al coxis había una cola, y sus brazos y piernas habían sido amputados hasta la mitad para darle una imagen más pequeña y felina con las patitas que habían sido adheridas a ella. Se podía deducir que había permanecido así por horas y no bastaba sólo con su desfiguración, su cuerpo tendido sobre esos mantos viejos era una canción con lírica de sabores ácidos, un simple contacto con los desorbitados y fugitivos ojos violetas se podían divisar las penurias, la humillación de ser una víctima de violencia en su máxima expresión y el poco respeto por ser un intento de híbrido animal. Las oxidadas orillas redondeadas de la cama goteaban líquidos combinados, ninguno bastó para poder hacer una idea de como era estar en la piel de ninguno de los dos.

Suspiró. Pobre Lammy.

 

Resignado a que sería más conveniente acabar con rapidez se encaminó con pasos desganados hacia las otras dos camillas. Arrebató las cobijas con un rostro tan vacío que prevaleció intacto al descubrir que Handy y Petunia también participarían.

 

Bienvenidos.

 

—Lammy necesita algo que ellos dos tienen, Handy y Petunia están vivos, pero uno va a estallar.

 

.

 

Inútil.

 

—Ni tu patética suerte puede ayudarte, ¿ves que ni para esto eres bueno? —"alentó" jugando con la llama de un cerillo.

 

Sus ojos, se parecían al fuego del palillo, inclusive quemaban más.

 

Si, habían pasado horas, pero valía la pena ser la única presciencia consciente de como la esperanza también era algo que se desvanece con el pasar de los fracasos, para él eso era innegablemente merecedor de su atención. Una alternativa, exceptuando la matanza, para saciar su apetitoso estómago era comerse a grandes mordidas esa atmósfera fracasada, miserable y debilitada de Flippy. Su cara era emblemática a la ineptitud, la completa frustración al no poder conseguir nada. Se le aplaudía su perseverancia por hacer el intento de salvar las tres vidas, pero hasta eso se convertía en un reflejo evanescente.

 

Flippy. Estaba sentado, con las manos rojizas y resecas, rascando su cabeza sin darse con una forma de solventar el problema. Todo dependía de él. Manchaba su cabello con el color de la pasión, vestía de blanco y las desmesuradas proporciones de cachos desechos de carne lo rodeaban. Respiró con un ritmo cortado. Se sentía débil, airado. Quería llorar aunque se supiera incapaz.

 

Había matado accidentalmente a Petunia, y trató de revivirla. No encontraba ningún detonador, una bomba, Handy tampoco abrazaba nada entre sus entrañas, y respecto a Lammy, tampoco tenía conocimiento de que carecía, abrió su abdomen para buscar pero sólo descubrió que la estaba haciendo aborrecer que se mantuviera en vida. Hubo gritos, tan potentes que las piernas le temblaban y el corazón se le movía de su sitio con imperial deseo de marcharse.

 

Tanto que describir.

 

Había intentado, ya estaba cansado.

 

Pero ¿qué importaba?

 

Y saben qué, no quería ser un jodido enfermero, ni un puñetero veterinario, menos un malpagado y mediocre médico.

 

Respiró, calmándose. Se agitó el cabello dándole más toques escarlatas y sonriéndose hacia su conciencia con una mueca enigmática pero tenebrosa. Sus ojeras, su aroma a podrido, ¡caray que lo había intentado!

 

Se levantó apresurado, con la mirada emocionada del alter, quien se contenía para agudizar sus sentidos y apegarse con el escenario al máximo. Disfrutaría, él ya había hecho de las suyas incontables ocasiones.

 

El de bata se acercó a los materiales punzo cortantes que utilizó para sus improvisaciones quirúrgicas y tomó el primero que fue tocado por sus dedos. Cerró los ojos y apretó los dientes. Su corazón no latió, contuvo el aire dentro de si y dejó caer el brazo con fuerza. A medida que encajaba el pulcro metal lo extirpaba sin miramientos ni cuidados para volver a clavarlo con más fuerza.

 

Rugía. No lágrimas, sentía lava escurrir por los costados de su cara y sus mejillas.

 

Las gotas, la lluvia roja le salpicaba, como en la guerra.

 

Ellos no le importaban. Ya nada podía hacerlo, y eso lo resentía con tan poca importancia. Estaba perdido, oculto en su interior, y ya nunca saldría, no vería oscuridad ni luz. Cuando no era una cosa tampoco era otra, y el punto intermedio era un castigo despiadado.

 

¿Por qué todo tenía que haber tomado ese curso?
¿Quién era el que lo merecía?

 

Uno tras otro, apuñalaba a la chica y al discapacitado con un ímpetu irreconocible de su parte, con la verdadera intención de acabar con su vida. Atravesaba la piel con el afilado metal hasta lastimar sus propios brazos por la fuerza requerida.

 

"Jamás pudiste asumir que entre los dos el primer asesino fuiste tu".
¿De verdad lo había hecho?

 

—¡Me rindo! —gritó hasta raspar su garganta, tirando al suelo las tijeras furibundo. Encaró humeando a Fliqpy- ¡¿Entiendes?! ¡TU GANAS!

 

«Pero, ¿sabes algo más? No estás lleno».

 

Como él.

 

«A veces, cuando lo veía tan concentrado en mí, en lo que hacía, pensaba que poseía una especie de mecanismo, como engranes en su cabeza de los cuales no había método ni remedio para hacerlos girar en dirección contraria. De ahí me reflejo yo. Yo lo cree».

 

No eran seres tan diferenciales.

 

Fliqpy no opuso resistencia al ver al veterano correr despavorido de sus propias acciones. La razón era sencilla: no quería alcanzarlo, a pesar de haber quedado insatisfecho no planeaba seguir, había conseguido llegar a donde se lo había propuesto, eso era todo. Se deshizo de lo sobrante, los cadáveres y materiales usados, se sentía inerte, pero lo había logrado.

   

"A veces miraba que te gustaba ayudar a los demás".

 

Varado en la nada, a medio amanecer. No podía, se suponía que había perdido la capacidad de llorar.

 

Se golpeaba en el pecho. Lo detestaba, aborrecía de sobremanera y se le antojaba injusto que Fliqpy le diera un giro tan precipitado al conocimiento que tenía de si mismo. Él no era malo, adoraba empujar el columpio de los niños hasta hacerlos gritar de emoción por la altitud que alcanzaba, a pesar de que los haya envenenado, degustaba el dulce sabor de ayudar a los adultos mayores a cruzar la calle, aunque llegara a arrollarlos, le gustaba ver el agradecimiento sincero en los ojos de los enfermos a los que recurría, a pesar de haberlos apuñalado.

 

De verdad era de buen corazón, por ello sufría cuando cometía lo ilícito e intentaba recapacitar con desespero.
Aprendían tantas cosas el uno del otro, le tocó llevarse la peor parte, no quería sentirse como él, no debía parecerse a él. Su conciencia debía permanecer intacta, no más cochambrosa e irremediable de lo que estaba.

 

Cansado. Una simple palabra que podía ajustarse a todo su agujero interno que con el paso de los aconteceres y los pleitos internos iba expandiendo, se secó las mejillas y los ojos, detuvo sus ruidosos sollozos y se puso de pie, puesto a que tenía que hacerlo, había logrado hacerlo con anterioridad y no iba a permitir que su gran edificio se viera derrumbado a última instancia. Un golpe más, un ciudadano menos que nadie recordaría ni por el nombre, y un número extra en el gran listado de las razones por las cuales permanecía atado a su viviente infierno.

 

Y de nueva cuenta analizó. Dentro de un edificio abandonado había acuchillado a un par de inocentes que se suponía iba a socorrer, se deshizo de su esperanza y acabó desviándose a algo que no era necesario: matar. Ahora que había salido huyendo del escenario estaba en la carretera, poniéndose de pie para volver a casa.
Había casa ¿y un hogar?

 

Flippy, tú eres el bueno. ¿Por qué lo hiciste?

 

Apreciar la vida no era signo de debilidad, y despreciarla no garantizaba fuerza, pero cuando ni siquiera podía encargarse de valorar su propia existencia no podía ofrecer apreciación a los demás con total plenitud.

 

¿Exactamente que era lo que quedaba?
Todo se iba cayendo en piezas insolubles de unificar. Debía saber cuánto tiempo quedaba.

 

.

 

Halloween pasó, la Navidad se celebró en una mesa solitaria y año nuevo se les apetecía más como año viejo.

 

El último encuentro que tuvieron había sido el punto que marcaría el inicio de su consideración por crear un necesario desenlace. Habían pasado el transcurso de los días sumidos en una seriedad, en escasos pensamiento peligrosos que percibían que el otro poseía también.

 

No se formaban arrugas en las comisuras de sus ojos, no costaba un inmenso trabajo dirigirse de un punto a otro ni tenían la necesidad de estar medicados cada determinado tiempo, pero sentían que envejecían a velocidades inimaginables. Ya no tenían necesidad de nada, bastaba con lo poco que comieran y descansaran, las horas las pasaban contando los minutos, y los minutos los desperdiciaban mirando los autos pasar. Si se dieran por enterado de que el otro estaba encasillado en esas mismas circunstancias sentirían alivio.

 

El regodeo amoral y la confusión sentimental se habían anulado. De nuevo se ponía en pie el cuestionamiento de qué era lo que se mantenía. ¿Qué quedaba?

 

Una de las mañanas invernales Flippy salió a caminar, estuvo tan harto de mirar la televisión en su sillón que ir a perderse en la ciudad era lo más aceptable en lo que podía perder el tiempo. Por cada local y esquina que pasaba lograda reconocer a las personas que se encontraban ahí, conocía a todos. Se fue percatando a medida que avanzaba de cuadra que la ciudad estaba cada vez más vacía y descolorida, eso lo hacía sentir responsable, intolerablemente responsable y dueño de eso.

 

«¿Qué es lo mejor que puedo hacer. Qué me falta?».

 

Lo mejor sería lo que sintiera que era lo correcto, y carecía de muchas cosas, entre ellas amor. Lo afligía, había dejado de sentirlo y no se considera alguien que lo haya tenido o intentará darlo. Aunque ¿cuán importante era eso en un mundo donde se comparte la idea de que todo lo que necesitas es amor? Eso era una mentira.

 

No todo lo que necesitas es amor.

 

Fue al parque, a la misma zona de aquella vez donde deseo no dejar entrar a sus oídos unas aniñadas risas. Se sentó y balanceó sin ánimos en uno de los columpios, y como si columpiarse fuera sinónimo de incitar a la mala suerte, como si rebobinara su historia de texturas amargas y tintes grisáceos, había llegado el momento en el que lidiaba con la agresión. La parte del día que ya no constaba en pelear por su vida.
Se encontraba bajo un comparable y simple atardecer, en una ciudad apagada de aura insípida, frente al sonido agudo y metálico de unos dedos tocando con tentación la cadena del columpio.

 

No paso mucho hasta que Fliqpy revivió lo que ya se creía irrepetible entre ambos, sacó la misma pistola de aquella vez y apuntó en la frente a Flippy. Lo miró, encontrando grandes similitudes entre ambos, sabían que no podían cambiar el rumbo de las cosas, habían intentado pero el curso que habían decidido tomar les imponía una consecuencia a la que era inaceptable huir.

 

Fliqpy apretó el gatillo, sintiendo los dedos sudar con el tacto metálico. Estaba seguro, jamás dejaba espacio para comportarse dubitativo ni circunspecto, pero ahora en el momento preciso costaba empeño. Vamos Fliqpy, sabemos que puedes.

 

El otro esperaba, menos preparado que nunca pero bien resignado.
Roto, sin la dicha de ser inquebrantable. En sus interiores el malestar se multiplicaba escoltado por el nerviosismo, les parecía impresionante de que hubiera llegado el momento.

 

‹Recuerdo la primera vez que te disparé. Fuiste bastante cobarde para enfrentarme pero lo suficientemente inteligente para retenerme. Ahí fue cuando decidí que matarte sería un logro. Creo que por fin lo tendré y no sé que pensar, eres detestable›.

 

«Quizás tu no, pero yo me acuerdo que eras algo lerdo, tuve que enseñarte a como pedir una hamburguesa y la manera en que me pagabas era dándome toques eléctricos. Decidí que preferías apañártelas tu sólo».

 

‹Si, eras fuerte, pero tan ingenuo que no notabas que eras utilizado por tu amabilidad. Y si, yo te hice menos benévolo, hice que fuera una mentira›.

 

«Yo siempre confié en que tenías sentimientos, y quería que los demostrarás. Lo malo es que no podía aceptarlos».

 

‹Llegaste a sacrificar varios amigos intentando que socializaran conmigo. Eras idiota ¿o qué? nunca te diste cuenta que me bastaba que me contaras cual era tu película y batido favorito. Lo demás sobraba›.

 

«Sé que cada día de tu existencia me maltratabas, insultabas, me herías y hacías hasta lo innombrable con tal de que siempre te recordara. Te considerabas una pesadilla que no debía ser olvidada. Sé que me odias porque eso no sé logró como lo querías».

 

‹Era obvio que sentías mucho por mí, pero no lo mismo que yo. Me tenías miedo de cierta forma, pero lo que más aborreces y te da asco es que seamos parecidos. Eso hace que te desprecie›.

 

«Pienso que ya sabíamos mucho del otro. Por eso casi no hablábamos de nosotros, era realmente poco. Todas las veces que me provocaste una cicatriz y yo una a ti fueron cobradas con una acción cotidiana, como cuando llegaste a lavar los trastes y rompiste toda mi vajilla. Hacíamos algo más aparte de daño, éramos simples».

 

‹Hicimos de todo, hasta aplastar a las ratas de Shifty y Lifty en pocker. Llegamos a ser un equipo, pero a pesar de ser haber logrado ser equipo y estar unidos por lo menos una vez nunca podíamos mezclarnos. No debía ser así›.

 

«Sé que Lammy era especial para ti, era la única que trastornaba tus acciones y las veía como correctas y buenas, nadie más te lo había dicho y yo siempre intenté detener tu pasión por la destrucción, porque eso eres, un ser destructivo del cual subestimé la inteligencia por ser instintivo».

 

‹Nadie puede tocar lo que me pertenece, y si quiere intentarlo pues que se muera. No se supone que debías tener novia y te atreviste a intentarlo, porque tu también eres un desalmado que buscaba esa consecuencia, querías que la matara›.

 

«No niego que me gustaba ser una imposibilidad para ti, el hecho de que creyeras que podías tenerme me enternecía sin poder evitarlo. Me hace sentir culpable».

 

‹Te odio, ¿sabes? Me destruiste, te atreviste a darme un corazón. Lograste darle un corazón a un monstruo. Ya tengo alma y no soy quien solía ser, y por eso, tengo que matarte›.

 

«No puedes culparme de que no corresponda. Traté de enseñarte, explicarte que era una amistad, amor, pero ni siquiera yo lo sabía, te di un concepto equivocado. Tu creaste tu propio concepto en el que crees que amar es prevalecer en alguien. Yo me odio a mí por darte corazón, porque con eso cree mi propio fin».

 

‹Eres el culpable›.

 

«Soy el culpable, supongo».

 

Tragó seco al sentir la frialdad de la pistola ser pegada con decisión a su frente. Pudo ver en el interior del otro. Pudo ver su interior.

 

Debían de apuntarle al corazón, no a su cabeza.

 

Walk in my shoes, a mile of abuse.
I can't remember the things I do.
Not what I seem, not what I dream.
Shed all my skin I wanna wash it clean.

 

‹Envidia, la descuarticé por envidia. Ni siquiera tu intento de noviazgo me alteró tanto, por eso hice pedazos a Flaky, porque tu amiga no debía ser›.

 

«Sabemos que yo también era muy capaz de acabar contigo. Quizás no lo recuerdes pero llegue a pensar en suicidarme, ¿sabes por qué?».

 

‹Me tenías lástima›.

 

«No quería matarte. Me negué a pensar así pero me parecía que alguien como tu jamás iba a pertenecer a nada, que siempre estaría en la búsqueda de algo inexistente, perdido, sin nadie. Me sentía mal por saber de que yo podía salir a una fiesta mientras tu te quedabas pensando en que arma usar en mí».

 

‹Quererte era como amar a los cerdos. No me merecías, no eras digno de que me sintiera mal por ti, por eso creí necesario deshacerme de lo que sentía, debías darte cuenta y pagar. De ahí en adelante decidí que no debías importarme, sino tu sufrimiento y decadencia. Lo logré, pero con eso también traje mi propia caída, miranos›.

 

«No te dejé de importar, pero definitivamente alcanzaste lo que planeabas. Odio lo que somos ahora».

 

‹Es inaceptable que crean que tú eres quien lleva lo peor. A veces matar no lo es todo, a veces no es lo más horrible›.

 

«Perdoname, yo no te amo. No lo hice. Tu no eras todo para mí, fuiste lo último».

 

And maybe it's calling you.
But it brings back the pain it brings back.
Maybe it's calling you and it's too late to turn back now.

   

‹Aceptamos ser así, por años›.

 

«Comenzaste a hacer lo mismo y yo a responder igual. No había más, nos estábamos encerrando, opacando. Cada vez tomaba menos interés por tus decisiones y yo me ocupé en ir al trabajo, a la tintorería, a la tienda y llegar a mi casa a descansar. Te convertirse en una parte de mi rutina que sólo me veía obligado a cumplir».

 

‹Tu hiciste que existiera ¿tienes idea de cómo se siente que ya no te importe?›.

 

No cerraría los ojos, los tendría bien enchufados en los aceitunados. Quería que fuera lo último que viera, aquella mirada que acusaba y tenía razón.

 

Aquella mirada desgraciada.

 

I can't erase it.
I can't replace it, nothing i do is gonna stop the rain.
I can still taste it, everything's wasted?
But i can feel the stain.
It reminds me of you, it reminds me of you.

 

I could be strong.
I could be good.
Icould be something I know I should.
Wait for the sun.
Wait for a change.
Wait but I know it's gonna be the same.

 

And maybe it's calling you, but it brings back the pain it brings back.
Maybe it's calling you and it's too late to turn back now.
I can't erase it.
I can't replace it, nothing I do is gonna stop the rain.
I can still taste it everything's wasted?
But I can feel the stain.
It reminds me of youit reminds me of you.

 

‹¿Recuerdas cuando durábamos horas en persecuciones, en dramas antes de aniquilar a uno más?›.

 

«¿Recuerdas que discutíamos, nos burlábamos, creábamos una relación sin paradero ni nada definido?».

 

‹¿Recuerdas que te rompía las costillas y te usaba como flanco con ballestas?›.

 

«¿Recuerdas que casi destruimos media ciudad?».

 

‹¿Recuerdas cuando intenté darte carne de Sniffles?›.

 

«¿Recuerdas que inventabas pretextos estúpidos para dormir conmigo?».

 

‹¿Recuerdas que decía que odiaba tu comida para que me hicieras comer más?›.

 

«¿Recuerdas que me preguntaste si te deseaba lejos y no supe que responder?».

 

‹¿Recuerdas que competíamos carreras y siempre atropellamos gente?›.

 

«¿Recuerdas la primera vez que tuvimos sexo y las siguientes veces en las que probamos cualquier cosa?».

 

‹¿Recuerdas cuando aprendí a besar?›.

 

«¿Recuerdas que fuimos una historia inenarrable en esta ciudad?».

 

‹¿Recuerdas que eramos una tragedia sanguinaria?›.

 

«¿Recuerdas que podíamos pasar un gran tiempo admirando al otro sólo por ser idénticos?».

 

‹¿Recuerdas que eramos casi perfectos?›.

 

«¿Recuerdas que yo era el bueno?».

 

‹¿Recuerdas que yo era el malo?›.

 

Le sonrió sintiendo escozor en sus ojos, el contrario reaccionaba igual, incrédulo de que hubieran alcanzado ese punto, de que la opción de retroceso no existiera y tuvieran que asumir a lo que les esperaba sin retractarse.

 

This habit I haven't overcome.
This weakness it bleeds into my bones it's inside of me now it's inside of me now...
I can't erase it I can't replace it nothing I do is gonna stop the rain.

 

‹No se me olvida que fue así›.

 

«No olvido que lo vimos así».

   

"¿Recuerdas?"

 

"Pues eso ya acabó".

   

It reminds me of you.

   

Su última página fue el recuerdo del dubitativo y nervioso jalón del gatillo, dejando que el columpio se meciera con una tranquilidad doliente, perturbadora con esas gotas oscuras resbalando por entre los huecos de las cadenas y el soldado tirado en la arena.

 

Ya habían terminado.

 

Notas finales:

A ti, uno de los escasos lectores, gracias por leer. 

 

Reminds me of you — Girl on fire.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).