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La maldición de Caín por InfernalxAikyo

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Notas del capitulo:

Holaaa!

Para las personas que leen esto, lamento, lamento mucho esta enorme PAUSA que me tomé sin avisar con el fic. Fue una mezcla entre exámenes, falta de inspiración y falta de tiempo :( Perdón u__u

Pero tengo la esperanza de que no volverá a pasar? 

Espero les guste. Cualquier error que noten háganmelo saber. -

Abrazos :)

Capítulo 6: "Cambio"



   —Mmm… —sentí una calidez recorriendo todos mis cabellos, algo se enredaba en ellos, ese algo me relajaba y dormía aún más  mis sentidos.

   —¿Mmm…? —Esa calidez se transportó a mi rostro y lo acarició también. Se sentía como dedos suaves rozando mi piel.

   —Nghh…

   —¿Te gusta eso, Abel? —desperté y abrí los ojos bruscamente al escuchar la voz de Daemon. Me aparté de él y de su mano.

   —¿Q-Qué? —Casi caigo de la cama que ambos compartíamos por el movimiento. Me senté sobre el colchón y me tomé la cabeza— ¿C-Cuándo me dormí? ¡T-Tus heridas! —Me puse de pie ¡Anoche esos lobos le habían atacado y yo aún no curaba sus heridas! —. Agua, necesito agua.

La mano de Daemon atrapó la mía en el aire.

   —¿Puedes tranquilizarte?  —intentó calmarme con su sonrisa perfecta—. Estoy bien
  
   —¿Bien?

   —Si.

   —¿Dices que estás bien? ¿Ayer te atacó una manada de lobos y tú dices que estás bien?  —Su mano me tiró hacia la cama nuevamente, obligándome a sentarme sobre ella.

   —Escucha... —Su otra mano envolvió las mías—. Hay algo...supongo que ya te diste cuenta de ello. —parecía nervioso—. Lo que ocurrió hace unos días, con el maestro...

   —¿De qué estás hablando?  —Él me soltó y me dio la espalda.

   —Mira.

   —Dios... —Mis dedos se movieron automáticamente para tocar su piel. Las heridas de su espalda mostraban una cicatrización de días ¡Pero yo mismo había sido testigo del ataque de esos lobos! Esto no era normal—. C-Cómo se supone qué...

   —No lo sé... —Sus manos tocaron las puntas de sus pies y su cuerpo se flexionó para dejar a la vista aún más su desnuda espalda. Observé otra vez esa cantidad terrible de cicatrices que tenía, había algo en ellas y en él que no las hacía parecer tan desagradables cómo debían. De alguna manera y a pesar de lo mal que me sentía ante ese montón de marcas, no me imaginaba a Daemon de otra forma, no podía concebirlo en mi cabeza limpio, sin esas heridas que se dibujaban sobre su piel. De alguna extraña forma, parecía que ellas eran parte de él—. Me pasa desde pequeño... —continuó, despertándome de mis reflexiones.

   —Es... —balbuceé—. Es fascinante.

   —¿Tú crees?

   —Sí, es decir... —recorrí su espalda con la punta de mis dedos desde la base hasta el cuello. Él tembló en un escalofrío y yo aparté mi mano bruscamente—. L-Lo siento ¿Te ha dolido? —negó con la cabeza.

   —No. Son tus dedos.

   —¿Qué tienen mis dedos?

   —Me queman.
 
Sonreí torpemente, sabiendo que él no me estaba mirando.

   —No sabía que mis dedos podían hacer —dije, y la voz me tembló levemente por unos crecientes nervios inexplicables. Daemon se reincorporó y se levantó de la cama para coger su ropa. El movimiento lento de sus dedos abrochando su camisa y la mirada que sostuvo sobre mí mientras lo hacía me transmitieron una incómoda sensación, una advertencia, un aviso que no quería ver llegar. Casi le oí decirlo antes de que abriera los labios.

   —Tenemos que volver, Abel. —dijo. Me habría gustado que nunca hubiese abierto la boca para hacerlo.

   —¿Volver? ¿Para qué?

   —¿Planeas quedarte toda la vida aquí?

Podría hacerlo, perfectamente.

  
—N-No, pero, podríamos... —Sus ojos sangre me dijeron una mirada punzante que me obligó a callar ¿Mis dedos quemaban? Pues esa mirada podría causar un incendio y dejar en cenizas todo este lugar. Sonrió, fue una sonrisa forzada.

   —Vas a estar bien... —Su mano acarició mi hombro y dieron un par de palmadas sobre él —. Tenemos que volver, para que me cobres la palabra.

   —¿De qué hablas?

  —Has ganado la apuesta. —La había olvidado, y ahora no me importaba. Yo solo quería una cosa y sabía que era imposible de cumplir. No quería volver. Apenas habían pasado un par de días y ya estaba seguro que había vivido mi vida alimentándome de una ilusión.

La idea de retornar al convento en el que había deseado estar por tantos años nunca me fue tan desagradable.

   —¿Qué me estás contando, Abel? ¿¡Te volviste loco!? —Los ojos completamente abiertos de Alex me miraban sorprendidos. Quizás no había sido buena idea contarle.

   —Shhh. Baja la voz —susurré y contuve las ganas de meterle un trozo de pan a la boca para obligarle a callar. Daemon y yo habíamos vuelto al convento, hace dos días, dos días en los que no habíamos hablado.  Acordamos no vernos, evitarnos durante un tiempo para no levantar sospechas, para intentar calmar la tensa situación que habíamos vivido con el profesor y cualquier consecuencia que podría caer sobre nosotros si él nos veía juntos otra vez. Habían sido dos días en los que alguna forma sentía como un hondo vacío se formaba en mi interior. No tenía sentido, apenas hace una semana le había conocido y ya estaba seguro que algo había cambiado, pero no me gustaba, no me agradaban estos sentimientos. Estaba asustado por lo que podían causar.

   —Supongo que no volverás a hablarle nunca más... —La sorpresa de Alex lentamente comenzó a verse reemplazada por una creciente molestia en su rostro—. Digo, Abel ¿Dices que intentó golpearte cuando se conocieron? —Negué con la cabeza repetidas veces.

   —No, no sé lo que ocurrió ahí. Quizás él...

   —¡Quizás nada! —alzó la voz otra vez—. ¡Te azotaron por culpa de ese tipo! ¿¡Crees que eso es bueno!?

   —Lo mío no fue nada, Alex. Daemon recibió todo el castigo.

   —¿Ya le llamas por su primer nombre? —Él movió a un lado de la mesa el plato del que estaba comiendo y se inclinó para tomar una de mis manos—. Nunca, en todo el tiempo que llevo conociéndote te vi tener tanta confianza con alguien, Abel. Y este no es el momento para ello. Ese chico... ¿Enoch, no? —asentí con la cabeza—. Un tipo que intenta golpearte el primer día, le falta el respeto a un superior y luego te obliga a entrar a un túnel para sacarte del convento mientras escapan de unos hombres que, casualmente, él conoce no es bueno. Tú no eres así, Abel. Tú nunca seguirías a alguien así.

Él había dado en el clavo.

   —Lo sé, Alex. Pero, si supieras...

   —¿Qué más tengo que saber? Ese chico es peligroso y es lo único que importa —estaba a punto de mencionarle lo que ocurrió con los lobos y sus heridas cuando dijo eso. Apreté los labios para tragarme mis palabras. No, no iba a contarle. Tampoco iba decirle que había pasado dos noches con Daemon.

Por primera vez, era él el que me estaba reprendiendo. Y podía entenderlo. Todo lo que me había atrevido a contarle y que ahora sabía debí haber mantenido como un secreto sonaba como una locura, una que debía ser castigada.

   —¿Ya le enviaste la carta a tu padre?

   —Si ¿Por qué?

   —Porque debiste haberle pedido también que hablase con el director para reasignarte de salón. No puedes estar cerca de él.

Comencé a sentirme molesto.

¿Por qué? ¿Por qué no debería? ¿Con qué autoridad se sentía Alex para criticarme, si él había tenido un comportamiento errático todos estos años?

   —No voy a pedirle eso.  —Él soltó mi mano y volvió a su silla.

   —Y yo no voy a permitir que te acerques a él... —clavó el tenedor en el trozo de carne que había en su plato y que seguramente debía estar frío, luego se lo llevó a la boca—. ¿Cómo es él?

   —Él... —Un escalofrío me recorrió la espalda y me obligó a dirigir la vista hacia un rincón, al fondo del comedor en el que estábamos. La había sentido, su mirada sobre mí. No tardé en encontrarme los ojos rojos de Daemon mirándome fijamente, cinco mesas más allá. Estaba lejos, no oía nuestra conversación, pero me avergoncé ante la idea de que sí pudiera hacerlo y temí que no solo fuera capaz de eso, sino que también pudiese escuchar mis pensamientos más oscuros, esos que guardaba solo para mí y mis culpas. Parecía poder hacerlo con esa mirada que tiraba de mí como un hilo invisible atado a alguna parte al interior de mi cuerpo, sujetándome desde lo más profundo, desde un lugar al cuál yo no podía acceder para cortarlo.

Mi respiración se enfrió ante la idea de estar condenado a esa mirada para siempre.

   —¿Abel?

   —¿Eh? —volví en mí para encontrarme con Alex mirándome.

   —¿Cómo es él? —repitió, arrastrando sus palabras. Sonreí.

   —No voy a decirte. —Me puse de pie y me dirigí a la salida.

   —¿¡No vas a contarme!? —Me sentí más tranquilo al notar como su tono de voz había vuelto a ser la del chico infantil que siempre conocí. Él estaba más molesto por haberle guardado un secreto que por cualquier otra cosa. Eso esperaba—. ¿A dónde vas, Abel?

   —A clases… —levanté una mano en el aire para despedirme—. Tú no deberías faltar a las tuyas. —Alex se levantó de la mesa para alcanzarme, tomó mi mano y tiró de mí para envolverme en sus brazos que me atraparon en un abrazo al cuál no fui capaz de reaccionar. Me sentí nervioso repentinamente y mi rostro enrojeció ante la idea de que Daemon pudiese estar observando la escena—. ¿Q-Qué haces, Alex?

   —Prométeme que lo mantendrás lejos. —dijo y sus brazos se estrecharon aún más contra mi espalda—. He sabido de gente que ha muerto por seguir a las personas equivocadas, Abel. No seas uno de ellos… —Por un fugaz momento le encontré razón a las palabras que él me decía. Todos los días había personas que morían por seguir causas perdidas, por, como había dicho Alex, seguir a las personas equivocadas. Y sí, había algo en Daemon, casi parecía que lo llevara grabado en la frente, algo que advertía de lo peligroso que era. Sí, Daemon era peligroso. Pero no le temía, en absoluto.

Inevitablemente, me sentía atraído por ese peligro.

   —Te lo prometo… —mentí y me dolió el estómago de solo pensar en que le estaba mintiendo a un amigo. Pero necesitaba que se quedara tranquilo. Él no podía entenderlo.

Él jamás iba a hacerlo.

   —Ave maría purísima… —Las palabras que oía cada vez que me sentía lo suficientemente miserable como para venir aquí volvieron a resonar dentro de mis oídos y me apartaron de mis pensamientos. No había podido soportarlo y había corrido después de clase a éste lugar, sobre todo al notar que Daemon había faltado ¿Le había ocurrido algo? ¿Alex le había dicho algo? 

   —Sin pecado concebido… —respondí, casi por inercia y tuve la seguridad de que ya no se sentía como antes.

   —Háblame, hijo.

   —Hoy he mentido, Padre… —confesé y me sentí incómodo por estar hablando esto. Desde muy pequeño me habían enseñado que la única forma de limpiar mis faltas era confesándome—. Le he mentido a un amigo.

   —¿Y por qué has mentido? —interrogó. Su voz grave era tan ajena y lejana a mí que a pesar de estar tan cerca, la sentí a kilómetros. No, no era él, no era su voz. Yo me estaba alejando.

¿En serio me estaba escuchando?
  
Intenté concentrarme.

   —Él cree que estoy corriendo peligro.

   —Estamos en un convento, hijo. Aquí no hay peligro.

   —No… —negué con la cabeza a pesar de que sabía que él no podía ver más que mi sombra—. Él cree que corro peligro con una persona, un chico de mí salón… —suspiré ante mi incompetencia para poder explicar bien la situación —. Le dije que me alejaría de él y le mentí. No quiero hacerlo.

   —No debiste haberle mentido, debiste haberle expresado tu deseo de mantener tu nueva amistad. Quizás solo está celoso, teme perder a un amigo a causa de otra persona. Los celos son un mal tan típico cuando se es joven…

   —¿Usted cree eso, Padre? —El hombre al otro lado soltó una pequeña risita.

   —Lo creo. Además, estoy seguro de que ninguno de nuestros estudiantes es lo suficientemente peligroso como para justificar ese tipo de inquietudes ¿Cómo se llama tu nuevo amigo?

   —Daemon Enoch —respondí, casi inmediatamente después de su pregunta.

   —Oh… —fue su respuesta la que me hizo pensar que no debí haber respondido tan rápido—. Enoch.

Cerré los ojos, visualizando la tormenta que estaba por venir.

   —Quizás tu amigo tiene razón. Deberías alejarte de él, Abel.

   —¿Cómo sabe mi nombre? —interrogué. No se supone que él debiera saberlo.

   —Yo sé muchas cosas, hijo. Pero eso no es lo importante. Creo que deberías obedecer las palabras de tu amigo.

   —Usted acaba de decirme lo contrario hace un par de minutos… —dije con los dientes apretados para que la molestia no escapara de mi voz.

   —He cambiado de opinión. Si quieres, puedo hablar con el director para que ordene un cambio de…

   —¿¡Qué está diciendo!? —Me  puse de pie repentinamente y mis manos abiertas golpearon contra la rejilla de madera que nos separaba—. ¿Por qué todos insisten en eso? ¡No hay ningún problema con Daemon!

   —Debes tranquilizarte, Abel —Su voz se escuchó calmada a pesar de la terrible falta de respeto que yo acababa de cometer—. Y debes escucharme. Enoch te traerá problemas.

   —Usted ni siquiera lo conoce.

   —Tú tampoco lo haces.

   —Sí. Sí lo hago.

   —La soberbia es un pecado muy grande, hijo.  

   —¡Y lo está diciendo un hombre que cree saberlo todo! —grité. Ya no tenía vuelta atrás.

   —Dije que te tranquilizaras. Soy tu superior.

   —¡No me importa! —Me alejé, dispuesto a irme de ahí—. ¡Ni usted ni Alex saben nada de Daemon!

   —¡Debes escucharme, Abel! —oí el pestillo del confesionario abrirse y me sentí aterrado ante la idea de que ese hombre saliera de ahí. Comencé a correr para alejarme de ese lugar lo más rápido posible. Había cometido una falta ¿Solo una? Había faltado a la mitad de las enseñanzas de la biblia en tan solo unos minutos y ahora estaba corriendo, escapando como el cobarde que era, como el pecador en el que me había convertido. Si el sacerdote tras la rejilla de madera me atrapaba, sabía que me castigaría y, como cualquier miserable, quería evitar ese castigo.

   —¿Qué he hecho? —balbuceé para mí mismo mientras atravesaba uno de los jardines. Mi padre, mi madre, mi familia, Alex, el sacerdote, este convento entero. Todos debían estar desilusionados de mí ahora. No tenía a donde ir. No tenía donde esconderme.

Salvo un solo lugar. El único donde sabía aceptarían a alguien que había caído tan bajo como yo.

Toqué la puerta repetidas veces cuando llegué.

   —Un momento... —Pero no, no podía esperar. Volví a tocarla—. ¡Ya voy! —La puerta se abrió y los ojos sangre de Daemon me miraron sorprendidos—. ¿Abel? ¿Qué ocurre? Estás… ¿Estás llorando?

   —D-Daemon… —Mi garganta se quebró. Él tiró de mi brazo y me arrastró hacia adentro para cerrar la puerta.

Esas manos…nunca las había sentido tan cálidas.  

   —¿Qué pasa, Abel? —Me abrazó.

«Podría derretirme en esas manos». Pensé.Pero en vez de eso, me quebré en ellas.

   —Estaba confesándome y… —Me detuve al notar que efectivamente estaba llorando ¿Tan aterrado estaba?

   —¿Y…?

   —Y el sacerdote dijo que debía alejarme de ti, que ibas a causarme problemas… —Le agarré de la camisa para sentirme seguro, de pronto las rodillas habían comenzado a temblarme—. A-Alex me había dicho lo mismo unas horas antes y el sacerdote habló de cambiarme de salón para…

   —¿Quién es Alex? —interrogó Daemon. Su pregunta me hizo despertar un poco.

   —Un amigo…el chico con el que estaba hoy en el comedor… —Sus manos bajaron desde mi espalda a mi cintura y un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.

   —¿El que te abrazó? —preguntó y tomó mi rostro para levantarlo y poder verme a los ojos.

   —S-Si... —balbuceé y me sentí más desesperado aún.

   —Oh, Abel... —volvió a abrazarme—. Y yo...hasta hace unas horas creía que ustedes dos... —Se detuvo y sus puños apretaron mi camisa—. No importa. Ahora cálmate. —Sin soltarme, me guió hasta un pequeño sofá y me sentó sobre él. Solo entonces empecé a sentirme más tranquilo. Se arrodilló frente a mí—. ¿Qué más te dijo el sacerdote? ¿Te habló sobre algo más?

   —Me fui de ahí... —dije, negando con la cabeza—. Me molestó todo lo que dijo. Y-Yo sé que no eres malo, Daemon. Sé que tú no me causarías problemas. —Sus ojos bajaron al suelo cuando me tomó ambas manos.

   —He causado problemas en muchos lugares, podría causártelos a ti también.

   —¿Lo dices por lo que pasó con el maestro hace unos días? ¿Le llamas a eso causar problemas?

   —Y-Yo...

   —Me salvaste de ese castigo, Daemon. —Me incliné para sujetar sus hombros al mismo tiempo que sus manos tomaban mi rostro para secar las lágrimas que seguían acumuladas en mis ojos—. Había oído rumores de que aquí eran estrictos, pero todos en este convento parecen estar dementes. Estuve toda mi vida esperando este momento, esperando entrar acá y ahora... —No podía detener las lágrimas—. Ahora, parece que nada de lo que creí encontrarme aquí es real.

   —Abel... —pronunció mi nombre y sus punzantes ojos se encontraron con los míos en una mirada que me estremeció, otra vez parecía querer atravesarme y excavar en mi interior—. Salgamos de este lugar.

   —¿A-A qué te refieres? ¿Hablas de escapar?  —La garganta me tembló de solo pensarlo.

   —Así es ¿Qué te ata a este lugar después de todo? Creíste en una idea equivocada, ahora estás decepcionado de ella. Nada de lo que ves aquí es lo que parece.  —Él tenía razón. Desde mi llegada aquí las cosas no habían ocurrido como las había imaginado. Escaparía de aquí, les explicaría a mis padres. Reorganizaría lo que tenía pensado para mí.

   —Tienes razón.  —dije. Él sonrió, con aquella sonrisa perfecta.

   —¿Recuerdas el jardín en el que te quedaste dormido el día en que nos conocimos? —asentí con la cabeza cuando hizo esa pregunta. Claro que lo recordaba, recordaba el libro que estaba leyendo ese día, recordaba el sueño que había tenido. Había soñado con él—.Ve por tus cosas, despídete de quién tengas que despedirte y reunámonos allí mañana antes de que amanezca. Podemos usar el túnel a la cabaña, podemos volver ahí y pasar un par de días, luego podríamos... —calló cuando me dejé caer sobre él para abrazarlo.

   —Gracias...

Sus manos acariciaron mi espalda con una lentitud escalofriante.

   —Apenas nos conocimos por casualidad y tú ya crees en mí. Soy yo el que debería agradecerte.

No. Nos conocimos por casualidad. En mi interior tenía la convicción de que todos mis actos, todas mis ilusiones rotas, todos mis movimientos se reducían a aquel momento en que nos encontramos en un pasillo. Era una idea confusa que aún no terminaba de elaborar, pero parecía que el mismísimo Dios había guiado mis pasos hacia ti.

   —Ve por tus cosas ahora, Abel. —No pude evitar besarle en la mejilla antes de levantarme para correr hacia la puerta—. ¡O-Oye!

   —¡Nos vemos mañana, Daemon! —Me despedí entre carcajadas y cerré la puerta con mis ánimos increíblemente más altos de cómo estaban cuando llegué a la habitación de Daemon. Tal vez no iba a dormir esta noche, la idea de escapar de este lugar y aventurarme en una carrera hacia mi libertad se hacía de pronto tan emocionante que sabía mantendría mis ojos abiertos durante un buen rato. Tenía muy presente que aún quería convertirme en sacerdote, pero mi camino hacia Dios no estaba en éste lugar, eso era lo único que tenía claro entre la vorágine de sentimientos que se arremolinaban en mi interior en forma de nervios que subían y bajaban libremente por mi estómago.

Salí de los dormitorios y atravesé los dos jardines que había antes de llegar al mío. Me detuve en el segundo y me quedé por unos momentos viendo el árbol en el que había caído dormido el día en que nos conocimos. Mañana, ese árbol significaría mi escape de este lugar que, fuera de lo que creí y a pesar del poco tiempo, había logrado cambiar mi vida.


Cuando llegué al edificio en el que estaba mi habitación, me encontré con Alex que esperaba en la puerta.

   —A-Alex... —Él se levantó del suelo cuando me vio, había estado ahí sentado quizás por cuánto tiempo.

   —Abel —sonrió—. Abel yo... —Sus mejillas enrojecieron y supe lo que vendría después. Una disculpa—. Lo siento. No soy quién para criticarte...

Le abracé.

   —Yo también lo siento.

   —Puedes hacer lo que quieras ¿Sabes? Yo también tengo amigos revoltosos y...

   —Mañana voy a escapar... —interrumpí en un susurro. Él se apartó de mí y puso distancia entre nosotros tomándome por los hombros.

   —¿Qué?

   —Mañana voy a escapar de aquí. —Él volvió a abrazarme—. Voy a escapar con Daemon... —Ya no iba a volver a mentirle. Sus manos me estrecharon más fuerte.

   —Está bien, amigo. —Nos separamos—. Sabes que estoy con cualquiera que quiera salir de este maldito lugar.

   —Mañana, antes del amanecer... —dije en voz baja para que nadie nos escuchara, a pesar de que estábamos solos. En el segundo jardín.

   —¿¡E-Es en serio!?

   —Claro... —Me encogí de hombros—. No creo que a Daemon le moleste...además, sería un desgraciado si escapara de este lugar sin ti —En el rostro de Alex se formó una sonrisa difícil de disimular.

   —¡Dios! —rió—. ¡Mi padre va a matarme cuando se entere! —Se apartó de la puerta para dejarme pasar.

   —¿Y eso te pone feliz?

   —Sabes cómo me encanta molestarle. —Su sonrisa se ensanchó—. Me iré ahora, debo prepararlo todo.

   —Nos vemos mañana.

   —Nos vemos.

Subí a mi habitación, me tiré en la cama y noté lo cansado que estaba mi cuerpo a pesar de que mi cabeza se encontraba despierta, evocando todas las posibles imágenes que podrían ocurrir mañana. Al parecer, todo se había solucionado, mis diferencias con Alex, mis problemas con éste convento. Lo que me impedía seguir junto a Daemon.

Todo estaba a punto de cambiar.




Notas finales:

¿Críticas? ¿Comentarios? Pueden dejarlo todo en un lindo -o no tan lindo- review


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