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With Your Eyes por damnlolliraingirl

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Notas del fanfic:

Me inspiré para escribir esto en la historia de James y Lily (Harry Potter). Lo sé, Potterheads x BOICE cuando me lean dirán que nada tiene que ver hahaha. Pero es que he tenido ganas de plasmar algo de Jily por ahí y aún no me siento lista.

 

Pero con CNBLUE me siento más confiada~ así que espero que les guste ;;

Notas del capitulo:

Disfruten c:

– Puedo jurar que serías la última, escúchame bien, la última persona en el mundo con la cual desearía tener una vida, Jung. Y estás muy equivocado si crees que esa estúpida sonrisa de suficiencia te va a servir de algo. – Cortó tajante el pelinegro de rosados labios al tiempo que soltaba un suspiro demostrando así su malhumor y se levantaba del suelo para encaminarse hacia su salón. 


– Seguro que sí. – Fue la simple respuesta que dio antes de dejarlo ir. Su mirada seguía la espalda de aquel del que, sin duda alguna, estaba enamorado. Una sonrisa bailaba en sus gruesos labios.


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– ¡Omma! ¡Omma, Momo está jalando de mi cabello! – La voz fuerte de una niña castaña que tomaba entre sus manos una de sus coletas se dejó escuchar por toda la gran casa en la que vivían. – ¡No lo quiero más!


– ¡Oh, Min¡ Preciosa, cuanto lo siento. – Cálida como una caricia sonó aquella frase de los labios de cereza que la pronunciaban. Eran sus grandes manos las que ahora tomaban la misma coleta que su hija había sostenido, dolorida. – Momo es pequeño aún, Min. Debes perdonarle.


– No quiero. No lo voy a perdonar. No quiero verlo más. – Nuevamente el mayor estaba sorprendido por la manera en la que su pequeña hija de seis años lograba expresarse. Tan claridosa como él lo había sido en su juventud, eso podía llegar a ser problemático.


– Pero debes hacerlo, amor- No, escúchame, no me interrumpas- Tu hermano es todo lo que tienes, princesa. Debes amarlo mucho y perdonar sus errores cuando aún es pequeño para que, al crecer, no los cometa de nuevo. Tu misión es enseñarle a amar también.


– Omma, Momo no es todo lo que tengo, te tengo a ti y a appa. ¿No es cierto? – Comentó la castaña niña, mirando con sus expresivos ojos caoba a los de aquel que nombraba como su madre.


Algo en los adentros del delgado pelinegro tembló, su hija se había convertido en él ahora. Esa dualidad tan de ella le hicieron detener un momento las palabras que deseaban salir de su boca. Físicamente era como él, su rostro -ahora- redondo por la edad le mostraban unos grandes ojos de un café intenso, casi como un grano de café, y bajo su perfilada nariz unos pequeños pero gruesos labios rojos que se apretaban ahora en descontento. Sonrió luego al verle las cejas fruncidas en ceño.


– ¡Ah, Minggie! Te digo que no soy un idiota.


Recordó momentáneamente donde había visto aquel ceño antes al tiempo que contestaba a la duda que le había provocado a su hija.


– Tienes razón, Min, nos tienes a nosotros también…


------


– Hoy los niños pelearon. – Comentó envolviéndose en el grueso abrigo de lana blanca que le cubría hasta las rodillas antes de sentarse en el regazo del castaño que alejaba su vista del teléfono inteligente para recibirle encantado.


– ¿Pelearon? – Preguntó, curioso de enterarse de la razón por la cual sus niños habían tenido una pelea.


– Momo le tiró del cabello a Min y ella le dijo que no lo quería ya más. – Sus largos y delgados dedos se enredaron en los castaños cabellos de su marido luego de haberle rodeado el cuello con los brazos. Hacía de su cuerpo un ovillo sobre el ajeno, no lográndolo del todo debido a sus largas piernas.


Los ojos que habían estado posados en como el cuerpo de su esposo se acomodaba sobre el propio ahora se dirigían directamente a los negros que se escondían bajo los lentes de la persona que amaba; estaban alarmados, no quería creer que su pequeña princesa le había dedicado esas palabras tan hirientes a su pequeño hermanito, aunque él probablemente no lo entendería aún.


– No debes preocuparte. He hablado con ella.


– Ella siempre te escucha. – Dijo, haciendo que su voz sonase mucho más tranquila de lo que su mirada indicaba. – Yo le enseñé eso.


– Yonghwa, por favor. – Rogó en una risa ahogada.


– Es la verdad, Minhyuk. – Era él quien ahora reía pero con claridad. Sus fuertes brazos se aferraban a esa figura delgada que se envolvía y calentaba en gruesa lana.


– Cuando la vi recordé… ella hizo ceño porque tardé en responderle. Se parece tanto a ti y con ese ceño, y ¡oh! Es tan terca…


– ¿Qué fue eso que recordaste? – Besó la blanca mejilla de su marido, sonriendo al tomar distancia porque no estaba del todo seguro a lo que el menor se refería. Y los indignados ojos de su menor le miraban una vez más sobre sus lentes de lectura que le hacían ver tan sensual. – ¿Por qué me miras así?


– Porque te odio, Jung. – Dijo con todo sarcasmo que podía ser usado en sus palabras. – Te odio y odio todo de ti porque eres un idiota.


Sin pensarlo, automáticamente su instinto le hizo formar un ceño en la frente, estaba contrariado a las palabras sarcásticas del menor quien parecía que se iba a largar a reír con gran ímpetu. Empero, se quedó callado: conteniéndose.


– No soy un idiota. – Pronunció las palabras mágicas que lograron hacer que el menor le robase un beso de los labios con mucha pasión. Entonces el mayor entendió, recordó también…


 


Estuvo siguiéndolo por los pasillos del campus, siguiéndolo en los baños, siguiéndolo hasta la puerta de su dormitorio donde esperaba al menos quince minutos antes de irse, estuvo siguiéndolo hasta el cansancio del pelinegro. Él, por el contrario, jamás se cansaba. Sus amigos estaban dispuestos a llamar a la policía: en parte para reírse un rato, en parte para que se detuviera de una buena vez.


– Detente ya. – Un brazo le fue tomado por el de su mejor amigo, parecía estar harto ya de tener que sostenerle.


– Jonghyun… aceptará salir conmigo, esta vez lo he visto en sus ojos. ¿No tiene unos ojos hermosos?


– Estás quedando en ridículo, hyung. – Mencionó un muchacho de piel morena.


– ¿De qué hablas? Jungshin… tú estás de mi lado. – Yonghwa no quería detenerse, no ahora que había visto en el rostro de su adorado una pizca de interés.


– No me lo tomes a mal, Yong, pero no creo que sea lo correcto seguir tras él.


– Yo… chicos, ustedes… Yo amo a Minhyuk. – Les dijo a ambos jóvenes a su lado, ambos le miraban de una manera extraña ¿era eso lástima? – No me voy a rendir, no dejaré que sus desprecios me detengan, yo… lo quiero conmigo.


– Pareces muy persistente. – Jungshin se acercó a él para poner su palma en el hombro ajeno. – No tienes porqu-


– No, Shin, no lo defiendas más. Esta obsesión ya está yendo muy lejos, Yonghwa, debes detenerte. Esto no es amor.


Esa conjetura lo hizo fruncir su frente en ceño, no estaba obsesionado. Amaba a el pelinegro, no se daba por vencido. No quería detenerse, su corazón no se lo podía permitir. Él debía tenerlo, saberlo suyo; deseaba tormentosamente una vida a su lado y nadie más iba a detenerlo.


– Él nunca ha dicho que no me quiera también.


– El amor no es querer, no es desear. – Gruñó el pálido muchacho. – Yonghwa, estás asustándolo.


– ¡Entonces dime tú lo que es amar a alguien! Porque a mi parecer, no es como que tú lo sepas muy bien tampoco. Mirar detrás de escena no es lo mismo que estar dentro de la obra, Jonghyun… tómalo en cuenta. Si no peleas por ese alguien… – Su mirada se dirigió unos momentos hacia el moreno que se había quedado callado ante esa discusión sin notar si quiera la mirada del mayor. – Entonces alguien más vendrá y lo tendrá fácilmente.


– Eres un…


– Lo soy. – Declaró con una sonrisa, su mejor amigo entonces calló por completo. – Pero debes tomar en cuenta las palabras de este idiota.


 


El de ojos claros entonces lo soltó, le estaba dando toda la razón. Él no podía detener el corazón acalorado y desvivido que poseía su amigo, él no era nadie para hacerlo, pues debía seguir su ejemplo.


– Ustedes son mis mejores amigos, aprecio lo que hacen por mí, pero no me voy a detener. Ahora ya nada puede detenerme.


------


El calor de Junio no podía evitar que se le crisparan los nervios, mucho menos por el hecho de que sus exámenes finales estaban en puerta. Minhyuk estaba impuesto a la escuela y la escuela estaba impuesta a Minhyuk por lo que no podía escapar de aquella tortura. Aunque adoraba esconderse tras los libros era imposible no tener esa presión de que todo podría arruinarse si no se desvelaba leyendo cada capítulo que habían visto en ese curso.


 


Y Yonghwa podía mirarlo por horas, por días, por meses.


 


Prefería que no fuera la biblioteca donde el pelinegro se escondiese porque entonces tendría que estar parado por mucho tiempo tras un estante con gruesos y pesados libros que le cubrían gran parte de su vista. Aquel día, en cambio, estaba en los jardines del campus, bajo el gran ébano que le hacía parecer incluso más blanco, mucho más inocente. Esos lentes que reposaban sobre el puente de su nariz resbalan cada cinco minutos o cuando el menor agachaba su cabeza lo suficiente como para que éstos se deslizasen levemente. 


Cansado de esconderse, estiró sus piernas y salió de entre los arbustos para sentarse junto a Minhyuk quien dio un pequeño salto del susto que le había creado.


– Lamento asustarte, continúa con lo que hacías.


– Imposible. – Murmuró, cerrando sus ojos en fastidio.


– Vaya, bueno, algebra es difícil pero no es imposible, Minggie.


– Tú eres imposible. Déjame en paz de una vez. – En esta ocasión los ojos negros del delgado chico se posaron sobre los café del mayor; un extraño estremecimiento le rodeó el cuerpo,  esa mirada fija y decidida que le demostraba un cariño que incluso le volvía insoportable.


– Tus ojos están diciendo que me quede, Min. Tienes una mirada muy adorable.


– Cállate ya. – Sentenció usando coraje en su voz, falso coraje pues sus mejillas le traicionaban al mostrarse rosadas. – Necesito estudiar y si no te molesta yo me voy de aquí.


Se movió amenazando con levantarse pues no quería estar más en ese lugar si el idiota aquel estaba ahí, no quería tener que mirarlo a los ojos de nuevo, no quería sentir su presencia junto a la suya, mucho menos deseaba escuchar esas palabras cargadas de cursilerías que jamás antes había escuchado de nadie más dirigidas sólo a él y que, inminentemente, le hacían perder la cabeza, no quería, no lo quería escuchar más, no quería que esos sentimientos siguieran creciendo, no quería amarlo más.


 


Pero la vida te da lo que cree que necesitas, no lo que tú antojes pedir.


 


La gruesa mano del mayor tomó la delgada suya, deteniéndole de siquiera poder pararse o alejarse. Su tacto era cálido, era dulce, era asfixiante y él no quería morir ahogado.


– He dicho que me dejes en paz, Jung.


– Sé que no quisiste decir eso. – Su voz sonaba seria y ronca, haciéndole temblar por unos segundos.


 


¿Él cómo podía saberlo? ¿Cómo si quiera podía imaginarlo si todo este tiempo lo único que le mostraba era desprecio?


 


– He dicho que me dejes en paz. – Repitió, sacudiendo su mano, alejando la otra en un solo movimiento, mirando nuevamente esos ojos tan amables. – No quiero tener que soportarte de nuevo, me molestas, tu sola existencia para mi es un martirio. No quiero que me toques, no quiero que me veas, no me hables, me enfermas. ¿No puedes entenderlo? Te odio. Odio ver que te regodeas de fama, odio que todo el mundo esté tan obsesionado contigo, odio incluso escuchar que mencionen tu nombre. Y más aún, odio que seas un idiota y que el mundo te lo aplauda como lo hace.


El ceño se formó en la frente del pelicastaño que había escuchado cada una de las palabras del muchacho que amaba. Tenía que hacer algo para fingir haberse sentido dolido por esas venenosas heridas que el menor le causaba.


– Bueno, no soy un idiota. Y sé que no me odias.


– ¿Lo ves? ¿Ves lo que te digo? Lo estás demostrando ahora, decides no escucharme, hacerte de oídos sordos. ¡De verdad eres un idiota!


– ¡Ah, Minggie! Te digo que no soy un idiota. – La manera divertida de decir las cosas le hacía retorcer el estómago al menor, ¿cómo podía ser siempre tan terco? ¿con qué fin? – Yo sé que… yo sé que tu corazón dice otra cosa. Lo he visto en tus ojos, tus acciones también te traicionan. Anhelas una vida conmigo como yo lo hago contigo. Sé que me amas, sé que tú no eres a-


El coraje comenzó a crecer en el pecho del de negros cabellos, incluso parecía que iba a comenzar a gruñir. Eso era una de las cosas que más odiaba de él, odiaba que se diera tanta importancia, que se sintiera con tanta suficiencia como para dar por hecho que él quería estar a su lado - aunque muy dentro de él así fuese  - pero no lo iba a soportar más, tenía que encararlo. Cortarle el rollo de una buena vez.


– Puedo jurar que serías la última, escúchame bien, la última persona en el mundo con la cual desearía tener una vida, Jung. Y estás muy equivocado si crees que esa estúpida sonrisa de suficiencia te va a servir de algo. – Cortó tajante el pelinegro de rosados labios al tiempo que soltaba un suspiro demostrando así su malhumor y se levantaba del suelo para encaminarse hacia su salón.


– Seguro que sí. – Fue la simple respuesta que dio antes de dejarlo ir. Su mirada seguía la espalda de aquel del que, sin duda alguna, estaba enamorado. Una sonrisa bailaba en sus gruesos labios.


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Al alejarse de los labios de su amado, abrió sus ojos mirando a los del pelinegro. Siempre supo que podía leer los sentimientos tras esos oscuros iris y que era por eso que el menor siempre los escondía de los propios.


– Sé que mis hijos aprenderán mucho de ti, Minggie. – Le susurró sobre los labios, sonriéndose con suficiencia y pretensión. Minhyuk amaba esa sonrisa suya.


– Nuestros hijos, Jung Yonghwa, aprenderán de mi y de ti. Sólo espero que ninguno sea tan cabezotas.


– Me amas. Y los amarás a ellos aunque lo sean.


– Sin ninguna duda.


Una vez más aquellos labios de ambos se conectaron en una suave y dulce caricia que le hacía bombear el corazón al más joven. Pensar que alguna vez deseó no tenerlo junto a sí fue la peor cosa que pudo haber pasado por su cabeza. Y se odio más a sí mismo. 

Notas finales:

Tienes un pequeño bonus después, ¿debería publicarlo? C: kjxnfjk


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