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Incondicionalmente por Kurenai_no_Angel

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El estruendo resonó en sus oídos, furioso y estridente. Gruñó un par de insultos y enterró la cabeza bajo la almohada, apretándola bien contra su cabeza, pretendiendo acallarlo. Era inútil. A tientas, estiró el brazo tanteando la mesita de noche y tirando libros y demás objetos por el camino. El interruptor se resistía a ser hallado y el ser infernal seguía rugiendo sin descanso. Frustrado, de un manotazo lo lanzó por los aires, estrellándolo. Bueno, al menos había dejado de sonar. Se acomodó bien la almohada y se giró, quedando de cara a la pared. El sueño le invadió una vez más y se encontraba en ese agradable estado de duermevela, cuando unos golpes intensos repiquetearon en la puerta.


 


-¿¡Quieres salir de una jodida vez!? –exclamó una agradable voz al otro lado, que intentó neutralizar cubriéndose con el edredón y las sábanas.


 


Siguieron unos murmullos apagados y alguien entró. Por instinto, lanzó un cojín a la cara del desconocido y se incoporó de golpe, alerta. Oh. Era Mika.


 


-¿Qué demonios haces? ¿Así me recibes después de haber evitado que Kimizuki eche la puerta abajo? –Regresó el cojín a su sitio y resopló, apoyando las manos en la cadera y mirando a Yuu con el ceño fruncido. Le recordó a una madre enfadada por las travesuras de su hijo.


 


Se restregó los ojos y, a regañadientes, se puso en pie. Tenía el pijama descolocado, lo supo porque Mika se sonrojó y apartó la vista de sus botones medio desabrochados. El moreno sonrió. Rescató el uniforme arrugado que había tirado en la silla el día anterior mientras el vampiro hablaba.


 


-Los soldados se están preparando, deberías darte prisa. Además, te están esperando para desayunar –Anunció, ajustándose el cuello de su chaqueta.


 


Yuu se deshizo despacio de su ropa de dormir. Sabía que no tenían tiempo para esa clase de juegos y que Mika no cedería, especialmente porque la noche anterior había sucumbido a su ración de mimos, pero eso no impedía sus ganas de divertirse con la situación. Calló en cuanto su torso estuvo desnudo y la sonrisa de satisfacción del moreno, de espaldas a él, se amplió. Unos segundos después, sintió cómo su autocontrol se rompía y sus manos frías estaban sobre su cintura.


 


-Detesto cuando haces eso –susurró, hundiendo el rostro en el hueco de su cuello. Yuu le acarició el pelo.


-No sé cuándo podremos estar juntos de nuevo. Ni siquiera si podremos estarlo después de hoy. Es inevitable –confesó, bajando la voz y rozando con la yema del pulgar los nudillos de Mika. Guren había dado un discurso muy convincente para arengar a sus tropas. Pero la sensación inquietante de que todo cambiaría tras ese día, permanecía pegada en su corazón y le perseguía. Esa turbación estaba presente en todos los miembros del escuadrón, incluido Mika, el cual solía ser bastante calmado para este tipo de situaciones.


-Yuu-chan –le tomó por los hombros y le giró sin brusquedad, buscando sus ojos-, vamos a salir vivos. Será el final del reinado del caos y el inicio de nuestras vidas –le tranquilizó, suavizando su expresión y acunando sus mejillas-. No hay de qué preocuparse. Yo estaré allí, te ayudaré.


-¿Y a mi familia? –Era una pregunta trampa e injusta, pero necesitaba saberlo. Mika se revolvió, incómodo, mas asintió con lentitud.


-Y a tu familia. No dejaremos que nadie muera. Te lo prometo –aseguró, depositando un tierno beso en sus labios. Estos cosquillearon, cálidos. Yuu estaba ansioso. Por un lado, las ganas de luchar eran inmensas, animadas por la esperanza de la victoria definitiva y el fin de los años de oscuridad y sufrimiento a los que se habían visto sometidos. Sin embargo, por otro, solo quería esconderse con Mika y que el mundo desapareciera. Pero las cosas no se solucionaban sin más. Había que pelear por ellas.


 


Se separaron a regañadientes y Yuu terminó de vestirse, en silencio. Los pasillos bullían de actividad a pesar de ser las cuatro de la mañana. Asaltarían Nagoya a las cinco, cuando los vampiros comenzaran a cansarse gracias a la luz del sol. No era un plan demasiado elaborado. Tampoco habían tenido tiempo. El chivatazo de que Ferid Bathory había reunido un enorme ejército les había llegado hacía unos días y no podían permitirse el lujo de demorarse más. Era ahora o nunca. Las oportunidades se agotaban y el destino de la humanidad dependía de ellos. En unas mesas apartadas, se encontraban Shinoa, Mitsuba, Yoichi y Kimizuki; este último le observaba con cara de pocos amigos. Se dirigió, seguido de Mika, a por su bandeja y se sentó al lado de Mitsuba, el rubio en frente, al lado de Yoichi. El habitual buen humor que reinaba entre los chicos había dejado paso a una tensión y pesadez que enrarecía el ambiente. Incluso la risueña Shinoa estaba apagada. Intuían que esta vez no sería como las otras. Que era la definitiva. Si aprovechaban bien su escasa ventaja, podrían acabar con años de miedo y esclavitud. Si no, sería el fin. Era imposible recuperarse si los vampiros les superaban numéricamente.


 


-Repasemos la estrategia una vez más –Rompió el silencio la chica de pelo morado una vez todos se acomodaron en su sitio-. Somos el escuadrón de apoyo del Teniente Coronel Guren Ichinose. Seguiremos sus órdenes sin rechistar –Miró a Yuu de reojo al decir esto-, y evitaremos ponernos en peligro más de lo necesario. Espero que cada uno de vosotros disponga de su paquete de pastillas –Asintieron-. Solo os las tomaréis cuando yo lo indique, no antes. ¿Entendido? –Asintieron de nuevo. Yuu titubeó unos segundos. Se mentalizó de que debía obedecer. Realmente quería hacerlo, pero cuando estaba dejándose llevar por la batalla le resultaba difícil.


 


Apenas lograba que la comida pasara por su garganta. Un nudo bien fuerte la cerraba. Ni siquiera Mika, quien le dedicaba fugaces sonrisas dignas de compararse con el sol, conseguía disipar la creciente inquietud que se había instalado en su pecho y se negaba a abandonarle. Media hora después, Shinoa dio por disuelta su improvisada reunión y se dirigieron al patio exterior. El pronóstico del tiempo era calor, lo que no hacía sino dificultar un poco más la tarea. Guren estaba preparado, subido a las escaleras y flanqueado por Goshi y Shinya a un lado y Mito, Sayuri y Shigure al otro. Yuu recordó la conversación que mantuvieron días pasados y un poso de amargura restalló en su boca. Seguía sin poder usar el serafín a su antojo y eso era un problema. Decidió no prestar atención a esos detalles y pensar en lo que sí podía conseguir. En sus habilidades y el poder latente de Asuramaru que rugía en sus entrañas, deseoso por desbocarse y beber sangre.


Guren, estático y frío como un témpano, gritó algunas consignas de ánimo mientras sus soldados jaleaban, eufóricos. A Yuu se le cayó el alma a los pies al ver a su padre con esa inexpresividad. Él, que siempre confiaba cien por cien en aquello que hacía. No, solo estaba siendo demasiado pesimista, se dijo, por eso solo era capaz de encontrar señales negativas a su alrededor.


Partieron hacia Nagoya.


El camino fue largo y silencioso. No sufrieron ninguna emboscada, los vampiros dormían. De momento. Las tropas se desplegaron en sus respectivas posiciones, atentos e inquietos, esperando el primer movimiento.


El sudor empapaba el cuello de su uniforme negro y resbalaba por su frente. Se lo limpió con el dorso de la mano, cubierta por los guantes. A su espalda, notaba la tenue respiración de Mika, siempre a su lado, atento, observador. Peligroso.


 


-No tienes por qué hacer esto –susurró el moreno, temeroso de que su voz rompiera la atmósfera-. Insisto, no es tu guerra –El vampiro resopló.


-Los vampiros son una amenaza en tanto en cuanto te amenazan a ti. Y esta es la única forma de que dejes de sentirte ligado a los humanos y obtengas tu libertad –dijo eso último bajando aún más el tono, a sabiendas de que a Yuu no le haría la mínima gracia escucharlo.


-Lo que me ata aquí es la amistad, no la guerra. A estas alturas deberías saberlo –le reprendió, buscando sus ojos. Los encontró, rojos y ardientes.


-Solo quiero rescatarte del peligro, ¿tan complicado es de entender? –replicó, dolido.


-Si esto termina, no me volverán a utilizar, si es lo que te preocupa –aseguró, suavizando su expresión. No tenía intención de iniciar un enfrentamiento con Mika y menos en la situación en la que se hallaban.


Este quería replicar. Apretó los labios en una fina línea y le miró con fijeza, pero optó por el silencio. Los dos sabían que ninguno daría su brazo a torcer. Cada uno sostenía sus propios motivos para actuar de una forma u otra y no estaban del todo de acuerdo en ellos. Yuu alimentaba en secreto la esperanza de que Mika cambiaría de parecer y se mostraría razonable y accesible una vez finalizara aquella pesadilla. Les estaba consumiento y apenas eran capaces de pensar en ellos mismos y en su felicidad mientras durara. Estaba convencido de que una vez la amenaza hubiera desaparecido, podrían alcanzar un punto medio dentro de aquel caos que los satisficiera sin necesidad de sacrificar mucho. Sin embargo, por ahora sus pensamientos lo único que podían ocupar era la carretera a medio asfaltar y los edificios que habían desistido de reconstruir que se expandían en su horizonte. Era una vista deprimente y desmotivadora sin igual. Eso era lo que debían cambiar, por lo que estaban allí. A pesar del riesgo, a pesar de las vidas que se perderían en el transcurso.


Sus compañeros apenas se movían, recostados en el viejo portal desvencijado que les servía de parapeto protector y para ocultar su presencia hasta que los vampiros decidieran aparecer. Shinoa les preguntó si sus pastilleros estaban listos y asintieron. Asimismo les recordó que solo debían tomarlas cuando ella lo indicara. Yuu bufó. No eran estúpidos, no se habían olvidado de las instrucciones de hacía unas horas. Aunque en su fuero interno sabía que la estaba mintiendo al asentir con tanta docilidad. Estaba seguro de que Shinoa también lo sabía. A Yuu le dolía no ser de fiar en ese aspecto, mas su sentido de la responsabilidad se hallaba ligado al impulso de sus sentimientos, a pesar de que esto en ocasiones no salía como esperaba. No obstante, creía haber aprendido de sus errores y ser capaz de comportarse con mayor cabeza esta vez. Demostraría que sus convicciones no eran tan desafortunadas como podían parecer y que sus decisiones estaban justificadas y podían salvar personas. Al menos, eso se esforzaba por creer. La mano de Mika le rozó entre las telas de las capas y Yuu entrelazó los dedos. Él era su remanso de paz y la convicción de que, si había logrado rescatarle de Sanguinem, lo podría todo. Además, si Mika estaba a su lado, su seguridad se afianzaba.


Enfrente, a unos metros de distancia, Guren utilizaba su catalejo para observar su entorno. Mostraba una expresión serena y tranquila, propia del gran general y estratega que era, lo que le propiciaba la confianza y respecto que le profesaban sus subordinados. Incluso Shinya, Goshi y Mito, cuyos rangos eran superiores a los del teniente, se fiaban plenamente de su criterio, sin discutirle ni un solo punto. Durante su observación, Yuu le envidió. Le gustaría tener su aplomo y capacidad de liderazgo en un futuro. Aunque admitía que eso era imposible, dado su carácter por definición irresponsable.


Una nube de polvo se levantó del suelo, formando remolinos alrededor de varias figuras que avanzaban con pesadez, casi con hastío. La coleta cenicienta se balanceaba a su espalda y a Yuu le sorprendió el blanco impoluto de su ropa a pesar de el barro que se había formado en el lugar tras las últimas lluvias. Quizá la limpieza inmaculada era cosa exclusiva de vampiros, pensó, mirando a Mika de reojo, el cual se tensó de inmediato a su lado. Shinoa les advirtió con un gesto para que se prepararan. El moreno trató de hacer un cálculo aproximado de los hombres que acompañaban al noble. Nunca se le dieron bien los números, pero estaba seguro de que su superioridad era aplastante. Los datos eran correctos, nuevos vampiros extranjeros se habían unido al bando de Ferid, dispuestos a aplastarlos. Según las noticias, el Ejército Demoníaco y, en concreto, el Escuadrón de la Luna Sangrante, era el único capaz de combatir en igualdad de condiciones a esos asquerosos chupasangres. Por eso, su objetivo principal era deshacerse de ese estorbo para poder expandirse fuera de Japón y demostrar una supremacía real.


Yuu se estremeció y apretó la empuñadura de su katana, que le transmitía cierta seguridad. Podía sentir el júbilo de Asuramaru, deseoso de beber la sangre de sus enemigos. Guren, relajado y con un deje vanidoso, salió de su escondrijo y se presentó ante el nutrido grupo de vampiros, mostrando los brazos extendidos en señal de bienvenida. Algunos gruñeron y mostraron sus colmillos afilados. Por su parte, Bathory parecía complacido. Por lo que había escuchado de Shinya, el noble mantenía una especie de secreto fetiche con Guren, lo que explicaba por qué su presencia siempre le alegraba. ¿Qué mejor que chuparle el cuello a un alto dignatario con un amplio currículum de victorias a sus espaldas? Era un placer innegable.


Más que una inevitable hostilidad, se asemejaba a una recepción de un noble importante. El moreno se cuestionó la necesidad de tanta parafernalia si se iban a matar entre ellos en unos minutos. Ferid y Guren intercambiaron una charla que no alcanzó a escuchar, mientras ambos ejércitos se desplegaban a sus espaldas, silenciosos, como si temieran perturbar el ambiente. Shinoa les hizo señales y se colocaron en la retaguardia, donde pudieran no perder de vista a Guren y sus compañeros. Yuu no sabría decir quién lo inició, pero en apenas unos segundos, la aparente paz fue destrozada por los metales chocando entre sí y los gritos de dolor. Eso era lo peor, la cruel banda sonora de esas escenas. Tampoco sabría decir en qué instante desenfundó y empezó a clavar su filo en carnes ajenas, solo era consciente de los vampiros abalanzándose sobre él y su capacidad para mantenerlos a raya y desgarrar sus ropas y músculos. Asuramaru latía en su pecho, igual que un corazón extra, que le proporcionaba el empuje y la energía.


Sería retorcido admitir que Yuu disfrutaba de la lucha, pero en realidad lo hacía. Era algo que, en cierto sentido, le sustentaba. Llevaba demasiados años planeando su venganza, con una ira desbordante progresando en sus entrañas para acabar con el reinado de los chupasangres y honrar, al fin, la memoria de su familia fallecida por su causa. Y, a pesar de que había recuperado a Mika, no sería suficiente para paliar el sufrimiento, las horas de entrenamiento, sudor y dolor. Había crecido y se había formado para esto y hasta que no los erradicara, no se quedaría tranquilo.


Su entorno olía a sangre y no podía identificar a qué bando pertenecía. Mika combatía con fiereza a unos metros de él. Sus colmillos restallaban, afilados, y su pelo dorado parecía una aureolada ondeando a cada rápido movimiento de sus extremidades. Era salvaje, certero. Nunca se cansaría de contemplarle volar sobre el asfalto y despedazar a sus enemigos de un solo golpe. Yuu no se quedaba atrás, claro, pero se sentía a años luz y con mucho que aprender. Sin embargo, si tenían suerte, después de ese día no habría nada que aprender. Porque no habría más cadáveres.


El resto de su escuadrón luchaba con la decisión pintada en sus rostros. Yoichi ejercía de apoyo para Shinya, el cual le instruía y animaba a la par que protegía sus espaldas. Shinoa y Mitsuba trataban de estar juntas y paliar las brechas de la otra, mientras que Kimizuki se las apañaba bastante bien en solitario. Era un chico tan obcecado que jamás pediría ayuda por mucho que la necesitara. Yuu reprimió una sonrisa. En el fondo, no se diferenciaban demasiado.


Por su parte, como venía siendo habitual, Ferid observaba la estampa a una distancia prudencial. Y le molestaba. ¿Acaso se creía demasiado bueno como para rebajarse a su nivel? Conocía el alcance de su poder y no era algo que tuviera que subestimar. Aun así, su enfado bullía. También era su lucha, debía defender a los suyos. No obstante, se mostraba impasible, si acaso con un atisbo de sonrisa que indicaba que lo estaba disfrutando. Yuu seguía mandando al infierno a toda clase de vampiros. El color de sus pieles y cabellos le hacía averiguar cuáles eran extranjeros y cuáles japoneses. Iban desapareciendo según las armas demoniacas les hacían saltar en pedazos, pero llegaban más. Una oleada enorme que parecía no tener fin.


Desconocía cuánto tiempo llevaba rotando sobre sus tobillos, ejecutando complicados giros de muñeca y esquivando. El cansancio comenzaba a hacer mella en él y pudo comprobar, para su desánimo, que no era el único. Fue ese preciso instante en el que Ferid decidió que se estaba perdiendo toda la diversión, por lo que se unió al juego. Avanzó entre la multitud, ignorando los cuerpos caídos. Se veía como si tuviera un objetivo en mente. Yuu no se dio cuenta hasta que fue tarde. En unos segundos, una mano de uñas afiladas y moradas había atravesado al vampiro con el que luchaba. Tras sus cenizas flotando, asomó el rostro complacido de Bathory. Como en cada ocasión similar, Mika se percató de la situación e intentó acercarse, mas un grupo de enemigos hacían de parapeto y se lo impedía.


 


-Vaya, vaya, otra vez juntos –le dedicó una luminosa sonrisa.


 


Asuramaru rugía. Su katana palpitaba con vida propia. Se movió en dirección a su pecho casi sin que fuera consciente de ello. No le importó. Ferid le esquivó sin inmutarse y con una risilla socarrona. Yuu gruñó y embistió de nuevo, ansioso. Durante unos minutos, hicieron una danza absurda que solo consiguió que su enfado aumentara a niveles exponenciales. La marca del demonio ardía en la mitad de su cara. Escuchó a Guren vagamente gritar que alguien le detuviera pues era un riesgo estúpido y no estaban en condiciones. Le ignoró. Ferid le evadía con una facilidad absurda. Yuu metió la mano en el bolsillo. Sabía que en el segundo en que el noble quisiera luchar de verdad, no tendría ninguna posibilidad. Moriría. Se alejó unos pasos y sacó el pastillero, que refulgía bajo las luces del amanecer. En algún punto, Guren se había acercado más hasta su posición. Al ver las pastillas, le gritó algo incomprensible. Su uniforme estaba desgarrado en varios puntos y feas heridas se mostraban por los cortes.


 


-¡No te tomes las jodidas pastillas! –repitió. Yuu fingió no haber oído nada. No era el mejor momento para actuar como padre sobreprotector cuando se encontraban en una situación eminente de peligro. Él no era rival para Ferid. Ni ninguno de los presentes, en honor a la verdad. Y probablemente Guren tuviera muchas más posibilidades si tomaba una pastilla. Pero Yuu estaba cansado de huir. Y aunque sus anteriores experiencias con Ferid no habían sido las mejores, sentía que les debía a sus hermanos su muerte, así como la casi muerte de Mika en un principio, y su conversión posterior. Nadie le convencería de lo contrario-. ¡Mika, quítaselas! –exclamó, viendo que Yuu hacía oídos sordos. Su voz sonaba entrecortada por el esfuerzo, ya que le estaban rodeando.


 


Mika, que jamás había obedecido al teniente a menos que fuera obligatorio, se deshizo con maestría de los vampiros y se acercó hasta Yuu, dispuesto a arrebatárselas. Ferid se limitó a cruzarse de brazos y alternar su atención de uno a otro, divertido.


 


-Dámelas, Yuu-chan –insistió con tono autoritario. Ferid se relamió.


-¿Por qué siempre me tratáis como a un niño pequeño? ¡Puedo arreglármelas solo! –Estaba frustrado. Primero Guren y ahora él. ¿Por qué no le podían dejar simplemente en paz? Bathory estaba entusiasmado y murmuró algo como “discusión de pareja”. Eso le cabreó más. Deslizó la tapa de plástico.


-¡Yuu-chan, detente! –Estiró un brazo para quitárselas, pero el moreno las apartó.


-¿¡Por qué haces esto!? ¿¡No confías en mí!? –La exasperación burbujeaba en su estómago-. ¡Estoy harto de que me déis órdenes y creáis saber qué es lo mejor para mí!


-¡¡Lo hago porque te quiero!! –gritó de golpe. Yuu abrió los ojos. La batalla continuaba en su periferia, mas la presencia del noble hacía que no se acercaran a ellos. Eran su presa. No era tonto como para ignorar los sentimientos que ambos albergaban por el otro. Pero nunca lo habían expresado en voz alta, por lo que albergaba la esperanza de que no fueran tan reales y profundos. Mika lo había dicho. En medio de una masacre. Con Ferid como testigo. Y probablemente Guren. Sus piernas se tambalearon y quiso colapsar en ese instante. Mika aprovechó la distracción para abalanzarse sobre él y robarle el pastillero-. ¡¡Yuu-chan, para!! –El mencionado forcejeó. Las pastillas volaron por los aires. Una de ellas cayó en la boca abierta de Mika, atragantándole por unos segundos y provocándole arcadas.


-¡CUIDADO! –La advertencia desesperada de Guren llegó tarde.


 


 


 


 


 


Ferid se había hartado de esperar, por lo que pasó a la acción. De un rápido movimiento, apenas visible por un ojo no entrenado, dibujó un tajo directo a su garganta en el aire. Era incapaz de moverse. Estaba clavado en el suelo. Sus piernas no reaccionaban. Solo escuchaba la tos amortiguada de Mika a su lado, tirado en la carretera.


El dolor no llegó. Sí la sangre. Su visión se empapó de rojo y la notaba resbalar por sus mejillas. Un cuerpo oscuro se había interpuesto entre ellos y agonizaba en estertores pesados ante él. Era su sangre la que manaba en riachuelos, con el brazo de Ferid atravesando su corazón de lado a lado. Yuu quiso vomitar.


 


-Es una lástima, me habías servido muy bien durante la primera guerra –dijo el noble, con cierta ¿misericordia? en su voz-. Es una verdadera pena que terminaras siendo fiel a la causa. Y que tengas que morir por su culpa –Clavó en Yuu sus pupilas rojizas. Sus nauseas se hicieron más violentas.


-Ha merecido la pena si con ello le he salvado –Le costaba horrores respirar. La sangre también caía por su boca entreabierta, tratando de llevar aire a unos pulmones que se negaban a funcionar.


-No te merecías una muerte tan patética –Balanceó su brazo para librarse de él y Yuu se apresuró a cogerle en brazos, pues a pesar de su pánico había recuperado cierta movilidad. Su peso inestable le hizo caer.


 


El rostro ensangrentado de Guren le miraba. El brillo de sus ojos violetas se iba apagando y el pulso desaparecía sin darle tregua.


 


-No. No. No. No. Guren, no me dejes. Papá, por favor –Suplicó, sollozando. Ferid les examinaba, impasible, relamiéndose la sangre que goteaba de sus dedos.


 


Guren no respondió. Sintió a Shinya acercarse. Supo el momento exacto en el que el corazón del general se hizo añicos. También supo el momento exacto en el que su propio pecho se quedó vacío.

Notas finales:

Me odiáis. Lo sé. Me hago cargo. Creedme, me ha dolido más que a vosotros. Guren es mi personaje favorito (seguido de Mika) pero en el momento en el que se me metió en la cabeza que debía matarle, la idea no salió de ahí y tuve que hacerlo. He descubierto otra cosa que se me da fatal: describir muertes. Quería hacerlo más dramático pero realmente no sabía cómo, así que me disculpo por ello :(


Vuestras amenazas serán bien recibidas. ¡Nos leemos!


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