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Incondicionalmente por Kurenai_no_Angel

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Notas del capitulo:

¡Acabo de regresar de vacaciones! Nada más ponerme delante del ordenador, me he puesto a trabajar en este nuevo capítulo porque no quería haceros esperar más. Siento el retraso en las publicaciones y toda la tardanza, pero os aseguro que esto está a punto de terminar. Apenas quedan un par de capítulos más para dar por finiquitado este fic y eso me entusiasma y me da pena a partes iguales. Gracias por vuestra infinita paciencia y por seguir a pie del cañón aún cuando he sido tan lenta actualizando.


¡Disfrutadlo!

Asomó la cabeza por la esquina, prudente. Vigiló que no hubiera nadie en ninguno de los lados y salió corriendo. Sus zapatos negros repiqueteaban por el suelo; su espada de juguete azotaba su cadera emitiendo un ruido sordo. Conocía aquellos pasillos casi como la palma de su mano y estaba convencido de que podría recorrerlos con los ojos cerrados o a oscuras si la ocasión lo permitía. Esquivó a varios superiores hasta que alcanzó su objetivo: el patio. A hurtadillas, se colocó en la posición perfecta. Él podía ver pero no podía ser visto.


Le encantaba escaparse a aquella zona. Se sabía los horarios de memoria, los había repasado varias veces a escondidas. Por eso, aprovechaba para escabullirse cuando los soldados entrenaban. Podía estar horas observándoles y tratando de aprender sus técnicas de combate. Desató su espada del cinturón y adoptó la misma postura que tenían aquellos hombres. Sacudió su arma de madera de arriba abajo, imitando sus estocadas. Era complicado al no contar con un rival de práctica, pero creía que era mejor que quedarse encerrado en su cuarto, esperando que algo interesante ocurriera en su vida.


Su respiración se hacía más pesada y estaba satisfecho, pues notaba cómo su agilidad aumentaba en cada ensayo, así como su resistencia. Sin embargo, era consciente de que esto no podría probarlo hasta ser capaz de enfrentar un combate real, cosa que no tenía permitido por ser “demasiado pequeño”. Odiaba esa frase. ¡No era demasiado pequeño! ¡Y menos para luchar contra los vampiros! Ese idiota nunca lo entendía por mucho que tratara de explicárselo y había comprobado que era inútil intentar entablar una conversación porque todo se reducía a “no tienes edad suficiente”. Y una mierda.


Furioso, sus acometidas se aceleraron y sus suelas levantaban polvo y gravilla. Bailaba sobre el suelo. Estaba hipnotizado. Sus ojos no se separaban del entrenamiento del resto de soldados a la par que sus extremidades actuaban por su cuenta, emulando lo que su cerebro procesaba. Su concentración alcanzaba máximos que sus profesores envidiarían, por eso no se percató del peligro hasta que fue tarde. Una mano impactó con fuerza en su nuca y le desequilibró, haciéndole trastabillar y caer. Emitió un quejido y comenzó a lanzar una retahíla de insultos. Una sombra se cernió sobre él, alta y espigada. Un hombre moreno lo observaba con curiosidad, para luego suspirar y negar con la cabeza.


 


-¿Qué se supone que voy a hacer contigo? –extendió el brazo para ayudarle a levantarse. El niño le esquivó, tozudo, y se apoyó en la espada de madera para incorporarse, mirándole con odio.


-Dejarme luchar –replicó. Era tenaz y directo a pesar de su corta edad. Nada ni nadie lo detendría ante aquello que quería. Pensaba que Guren ya lo había asumido.


-Maldito mocoso, ya hemos hablado sobre eso. Eres insoportable –bufó y se revolvió el pelo, señal de que algo le molestaba. Ese algo solía ser Yuu la mayor parte del tiempo-. Si creces y no te quedas como el dichoso renacuajo escuchimizado que eres ahora, te daré una espada de verdad y podrás salir a matar monstruos. Es un buen trato, ¿no? –le dedicó una especie de media sonrisa. Yuu le correspondió con una mueca de desagrado.


-Tengo que vengar a mi familia sin importar qué. ¿Cómo voy a hacerme fuerte si no me dejas? –protestó, hinchando graciosamente los mofletes y cruzándose de brazos.


 


Guren se acuclilló con un gesto serio, quedando a su altura.


 


-Eres torpe, patoso, impulsivo y vengativo. Necesito pulirte para que sirvas a mis propósitos –le dio un golpecito en la coronilla y Yuu se masajeó la zona-. Además, te haces heridas fácilmente –señaló la rojez de su rodilla, por la cual empezaba a salir sangre y a resbalar por su pantorilla. No sabía en qué momento se había hecho daño, pero al mencionarlo, sintió el dolor quemarle.


-¡Soy más fuerte de lo que parece! –protestó una vez más, creyendo que se haría realidad cuantas más veces lo pronunciara en voz alta.


-Eres un crío –insistió.


 


Todavía en cuclillas, se giró y le tomó bajo los muslos, alzándole y colocándolo a su espalda. Yuu ahogó un gemido de sorpresa y se aferró fuerte a sus hombros, acomodándose y rodeándole la cintura. El niño reposó la barbilla en el hueco del cuello de Guren, el cual mantenía la rodilla herida lejos de la tela para evitar rozársela. Aun así, la sangre pronto impregnó su uniforme. Yuu, sintiéndose estúpido, se disculpó. Eran manchas complicadas de eliminar, como comprobaría años más tarde. Guren no respondió y afianzó su agarre. Regresó por el mismo camino que había hecho el crío, pero a la inversa. La gente saludaba a su paso y el teniente correspondía con un cabeceo bien medido. No quería pecar de borde pero tampoco le entusiasmaba ser excesivamente abierto o sentimental. En su estancia dentro del territorio del Ejército, Yuu había aprendido muchas cosas. En especial, a tratar e interpretar a Guren, puesto que era su tutor y con el que estaba obligado a interaccionar constantemente.


Llevó a Yuu a su cuarto y se agachó lo justo para que pudiera sentarse en el borde de su cama, hundiendo su menudo cuerpecillo en el colchón. A los pocos minutos, regresó sujetando un botiquín y se acomodó en el linóleo, a la altura de sus rodillas.


 


-Pequeño desastre –murmuró, más para sí.


 


Empapó el trozo de algodón con alcohol y lo aplicó sobre la herida abierta. Yuu aguantó la respiración, en un intento de mostrarse valiente y fingir que no dolía en absoluto. Pero maldición, escocía muchísimo.


 


-Tranquilo, ya queda poco –le avisó, procurando que se relajara. Sus manos habilidosas recorrían su piel con delicadeza, procurando hacer su trabajo rápido y de manera eficaz y que así el mal trago pasara cuanto antes.


Ese tipo de gestos siempre le sorprendían. Cualquiera diría que Guren era un hombre carente de sentimientos, nacido y pulido para la guerra. Las emociones no estaban diseñadas para ser albergadas en su pecho. Sin embargo, en instantes como aquel, se permitía un descanso de su corazón de hielo y demostraba que lo que ocurría a su alrededor no le era tan ajeno como pudiera parecer.


Yuu se estremeció. Una tirita cortada a medida cubrió su feo raspón. Era de animalitos de colores. Guren se la colocó con una ligera sonrisa burlona. Yuu rodó los ojos.


 


-Listo.


 


La sensación de considerar a Guren igual que un padre se intensificó. Los recuerdos de sus padres biológicos era un tanto difusos y solo lograba atrapar en su mente los insultos, la locura y las palizas. El teniente no era pura amabilidad, eso era obvio, pero sí que se había implicado con él más que su familia de sangre, lo cual no dejaba de ser irónico. Yuu no era tan estúpido como para pensar que el interés de Guren por él era genuinamente paternal. Se estaba fraguando una guerra y, no alcanzaba a comprender por qué, pero sabía que era una pieza clave en ella. Eso no impedía que el teniente ejerciera de figura y modelo a seguir o que se colara por las noches en su dormitorio a consolarle cuando algún soldado le avisaba de sus incontrolables llantos debido a las pesadillas. Se comportaba como un completo capullo, sí, pero en esa vida que le estaba obligando a sacar adelante, era la única constante.


Por todo eso y mucho más, un trozo de sí mismo acababa de morir entre espasmos de agonía y desesperación, mientras acunaba su cuerpo inerte. Era incapaz de reaccionar. Estaba tirado en el barro, de rodillas, zarandeando e insultando a Guren y obligándole a abrir los ojos. Era uno de sus múltiples malos sueños. Enseguida despertaría, le miraría con desprecio y una sonrisa socarrona y se metería con él por alguna estupidez.


Sí. Tenía que ser de ese modo.


Unos gritos que no identificaba retumbaban en su periferia. A quién le importaba. Estaba en shock y su campo de visión se limitaba a la persona que sostenía entre sus brazos y los regueros de sangre que corrían y manchaba sus respectivos uniformes. Entre la algarabía de voces, el nombre de Mika destacó por encima de los demás, lo que le hizo alzar la cabeza. El aludido se retorcía y parecía tener dificultades para respirar.


 


-Mi…ka… -pronunció entre sus labios agrietados y helados. Apretó a Guren contra su pecho y se puso en pie con dificultad, arrastrándose penosamente al lado del vampiro.


 


Ferid estaba delante de este, cruzado de brazos y con aspecto interesado. Quiso patearle la cara y destrozarle. Desgarrar sus miembros y esparcir sus vísceras por todo Nagoya hasta que no quedara el mínimo rastro de su despreciable existencia. Las fuerzas le habían abandonado y solo podía contemplar la escena, intentando razonar qué hacer, sintiendo cómo el poco calor que aún albergaba el teniente desaparecía para siempre.


Su aturdimiento se rompió cuando unas alas blancas y esponjosas, igual que pequeñas nubes entrelazadas para formar una estructura más grande, rasgaron la espalda de Mika, que temblaba entre convulsiones dolorosas. Se retorció durante unos segundos más. Yuu le observaba horrorizado, intentando procesar lo que estaba ocurriendo y la manera de ayudarle. La marca del serafín cubrió la cara de Mika. Sus ojos se oscurecieron y sus pupilas eran más rojas que nunca.


Se estremeció. Vio la caja de pastillas regadas por el suelo y entonces cobró sentido. Lo extraño que le había parecido el cambio de color; el hecho de que no se las hubiera dado Shinoa sino otro soldado; la insistencia de Guren en que no las tomara. Era una trampa. Lo había sido desde el principio. Estaban diseñadas para potenciar el serafín y obligarle a salir. Lo cual implicaba que, al igual que con él, los experimentos con Mika habían sido satisfactorios. También era un serafín. El horror azotó su columna. Si Yuu no lo controlaba, a pesar de sus numerosas transformaciones, ¿cómo lo lograría Mika?


El rubio desenvainó la espada, casi en un acto reverencial y apuntó a Ferid. Yuu temió lo peor y se aferró con más fuerza a los hombros inertes y rígidos del cadáver.


 


-Has hecho llorar a Yuu-chan –A pesar de la familiaridad de sus palabras, la voz era semejante a un susurro de ultratumba, grave y poderosa. Hasta su mote cariñoso sonaba imponente-. No te lo perdonaré –Sus rasgos faciales se contrajeron en una mueca despreciativa que afiló sus facciones y le dio aspecto de vampiro sediento, más que del ángel que se suponía que era. Aun con las radiantes y brillantes alas, parecía sacado del mismísimo infierno.


 


Ferid le dedicó una suave risa, para nada sorprendido por su cambio físico y de actitud. Como si lo esperara. Como si supiera que iba a suceder tarde o temprano y estuviera dentro de sus planes. Yuu aprovechó la confusión del momento para retirarse discretamente y ocultar el cuerpo de Guren en un recodo alejado de la multitud. Shinya quiso acercarse, mas el revuelo causado por la repentina transformación de Mika se lo impedía. De hecho, Yuu se hallaba separado del resto del escuadrón. Alguno de sus compañeros mantenía una expresión horrorizada. Shinoa ni siquiera trataba de disimular sus ojos hinchados y las lágrimas resecas que todavía resplandecían en sus mejillas.


Yuu seguía convencido de que estaba envuelto en una alucinación y si se pellizcaba con la suficiente firmeza, despertaría y descubriría que su Mika continuaba siendo un vampiro normal y que Guren luchaba fiero e imbatible. Pero la realidad se empeñaba en sobreponerse por más que deseara lo contrario. Encontró fuerzas de algún rincón perdido de su interior y empuñó la katana que había dejado caer minutos atrás, centrando su atención en Mika y sus movimientos. Un nudo de terror aprisionó su garganta. El chico hablaba en serio. Su semblante no mostrastaba atisbo de duda y nada le impedía cortar a Ferid en dos. Yuu deseó durante una milésima que lo hiciera. Que matara al noble y el mundo explotara en mil pedazos. Lo que fuera con tal de que esa mierda terminara para siempre.


Al compás de una orden silenciosa e invisible, el engranaje se puso en marcha de nuevo. Las masas de carne se lanzaban unas encima de otras; el opresor silencio surgido tras la muerte de Guren fue reemplazado por los filos chocando, los gemidos de dolor y los golpes sordos. Yuu al fin reaccionó. La zona racional de su cerebro le convenció de que Bathory no era rival para él y ahora que Mika se había revelado como el último serafín, este tenía más posibilidades puesto que parecía dominarlo bastante bien y, aparentemente, no le suponía un problema no doblegarse a la voluntad del ángel. Por eso, decidió que sería más útil si procuraba eliminar la mayor cantidad de vampiros, igual que si de una plaga se tratase, danzando a su alrededor para asegurarse de facilitarle las cosas en la medida de lo posible.


Se destensó y recuperó el ritmo. Asuramaru rugía en sus entrañas, anhelando la sangre que brotaba de las heridas y llenaba la zona igual que una cascada oscura. La marca del demonio ardió en su rostro, así como la furia en sus ojos verdes. El cuerno se abrió paso entre la cabellera morena y arremetió con todo aquel que se interponía. Puede que el ángel no le obedeciera, pero su arma se había vuelto más apacible y dócil y se aseguraba de que se mantuviera así, sin revelarse, lo que le permitía exprimir su poder (dentro de unos límites razonables) sin correr peligro. Sus colmillos y dientes chirriaban unos con otros mientras flotaba con naturalidad, descuartizando con una facilidad aplastante y que asustaba siendo apreciada desde fuera. Su expresión era de una constante ira que bullía sin máscara a través de sus poros.


Por su parte Mika, inquietantemente sereno e inexpresivo, realizaba su propia coreografía macabra junto al noble. Este ya no se divertía tanto y ese relax y aplomo que había mostrado hacía unos instantes, se resquebrajaba por momentos. Yuu entró en “piloto automático”, lanzando estocadas que había repetido millones de veces, lo que le dio la oportunidad para detenerse a pensar (Shinoa se burlaría de eso y le preguntaría si de verdad era capaz de ello).


Por las palabras de Ferid, Guren estuvo durante años filtrando información al enemigo, pero supuestamente eso terminó. Sin embargo, sospechaban que esa filtración seguía ocurriendo puesto que los vampiros conocían datos imposibles acerca de las misiones y otros secretos. Por lo que Yuu intuía, tanto estos como el alto mando del Ejército sabían acerca de los serafines, lo que significaba que aún había algún topo entre las filas. No obstante, atendiendo a la reciente incomodidad de Ferid, era como si desconociera que Mika tuviera esa capacidad. Quizá ni siquiera los humanos lo imaginaban. Ni el propio Guren, puesto que estaba al corriente de los experimentos y los avances, siendo él partícipe de ellos. Habían presionado a Yuu tanto al respecto que habían obviado el hecho de que Mika compartió el mismo orfanato, lo cual indicaba que las posibilidades de que también le hubieran usado como conejillo de indias eran dignas de estudio. Mas pasaron por alto esa opción y ahora era un arma de destrucción imparable que podía poner en jaque a los vampiros. Lo cual le produjo una ligera satisfacción.


Perdió pie y se desequilibró, lo que permitó que el vampiro robusto y de espaldas anchas frente a él sonriera sin benevolencia. Yuu aprovechó el tropiezo para fingir caer y, en el último suspiro, empujar la katana hacia arriba entre las piernas del otro y cortarle por la mitad, dándole la consistencia de la mantequilla derretida ante semejante demostración de superioridad. Notaba el cansancio atenazándole, el sudor resbalando por su espalda y empapándole el uniforme, junto a sangre que no le pertenecía. Escuchaba vagamente las órdenes que impartía Shinya en un infructuoso intento por hacer el caos más llevadero. Asimismo, Shinoa gritaba sus propias comandas. Sus trenzas se habían deshecho y los mechones suelos azotaban su rostro a cada giro. Se veía hermosa, con ese fuego ardiente brillando sobre su piel, intensa y fiera.


A unos metros de ella y del resto del escuadrón, la silueta de ángel vengador de Mika resplandecía como si emanara luz propia capaz de eclipsar a la mismísima luna. La mejor definición que acudía a la mente medio embotada de Yuu para definirlo era “apocalíptico”. No se consideraba religioso, pero sí reconocía las ilustraciones que vio en los libros pertenecientes a una época anterior. Esos seres vengativos con alas se le antojaban fríos, distantes, severos y en absoluto amables. Se preguntó si esa era la impresión que dio él al convertirse en serafín, pero definitivamente es lo que Mika transmitía. Y, aun así, le resultaba hermoso hasta el punto que dolía.


Debería temerle a causa de ese aura de terror y miedo que le rodeaba y era tan espesa que no le extrañaría que se materializara en una masa negruzca, envolviéndole. Muy a su pesar, le producía admiración y hasta regocijo. Asuramaru se retorcía en su interior cada vez que Yuu se acercaba demasiado a Mika, detestaba esas criaturas y protestaba si sus poderes interferían. El moreno procuraba mantenerse alejado pues no era el momento idóneo para enfadar a su demonio, puesto que no podía hacer mucho sin su presencia. Aunque la atracción era especialmente intensa.


Las horas transcurrían lentas e interminables, y el hedor de la carne putrefacta empezaba a tornarse insoportable. El agotamiento se extendía inexorable por aquel campo de batalla y el sol azotaba con macabra intensidad, abriéndose paso entre los negros nubarrones. Eso suponía un pequeño aliciente y ventaja respecto a los vampiros, por lo que reunieron el valor necesario para alzarse una vez más y enarbolar las armas. Yuu procuraba no quitarle a Mika la vista de encima, aunque parecía que era el que mejor controlaba la situación de todos. Ni una gota de sudor surcaba su frente, ni un mechón se desviaba de su sitio. La blancura de sus alas contrastaba con el negro de sus ropajes y el moreno se permitió durante unos segundos visualizarle con el atuendo de Sanguinem: la capa alba ondeando a su espada; su elegante porte cubierto con la chaqueta; las botas ceñidas a medio muslo. Entonces sí que se confundiría con un enviado del mismísimo Dios.


En medio de la confusión, un sonido espantoso y viscoso llegó hasta sus oídos. Se giró de inmediato, lo que provocó que otro vampiro casi le acertara. Suerte que un flechazo de Yoichi lo impidió. De un ágil movimiento, Ferid clavó su espada en el hombro de Mika, a punto de seccionarle el brazo. Este emitió un pequeño quejido de dolor, abriendo los ojos de par en par y siguiendo la trayectoria del filo. El mundo pareció dejar de respirar y las ilusiones de Yuu se desmoronaron al ver el reguero de sangre oscura brotar igual que un manantial, dibujando un charco a sus pies que se agrandaba a pasos agigantados. Una sonrisa complacida esculpía el rostro marmóreo del noble, mientras que en la mente de Yuu la palabra “no” se repetía en bucle, especialmente cuando la mano libre de Bathory impactó a gran velocidad en el pecho de Mika, atravesándole de lado a lado. No podía perderle. A él también no. Se abalanzó hacia delante, impulsándose guiado por el resentimiento y el rencor. Sin meditar lo que hacía. Ignorando las advertencias de sus amigos. La hoja metálica se hundió en la espalda de Ferid. Fue incapaz de reaccionar, sorprendido por la rapidez de su adversario y por la locura de su ataque improvisado, cubierto de la más pura desesperación. El vampiro boqueaba en busca de oxígeno y Yuu afianzó el golpe, perforándolo aún más, disfrutando del sonido de costillas rotas y del líquido rojo que empapaba sus guantes que una vez fueron blancos. Quizá su cordura se había roto del todo y por eso experimentaba un enorme placer al ver cómo el ser que destrozó a su familia agonizaba ante sus narices. Quizá en el fondo era un maníaco. Quizá todo eso le importaba una mierda.


Sus piernas flaquearon y estuvo tentado de derrumbarse en el suelo, dejarse caer y cerrar los párpados, dormir con placidez. Pero no sin antes destruir a Ferid. Este, en un pésimo intento, desenterró su espada del brazo de Mika profiriendo un chasquido y rajó el pecho de Yuu, justo por debajo del cuello. Mordió su labio inferior y se mantuvo firme, hasta que una maraña de humo gris rodeó al noble y este desapareció entre volutas. Su katana resonó sobre el asfalto agrietado al precipitarse al vacío, solitaria y olvidada.


 


-Yuu…chan… -Mika alargó la mano. Yuu le veía borroso, mas fue capaz de tomársela. El rubio se desplomó, un grupo de plumas sueltas volaron a su alrededor. Yuu suspiró y se desvaneció a su lado.


 


Notó cómo se liberaba de un gran peso, a la par que una incontenible tristeza se almacenaba en su interior. Siempre creyó que la guerra finalizaría con expresiones de júbilo y saltos de alegría. Nunca imaginó que se sentiría más vacío que nunca.


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