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Incondicionalmente por Kurenai_no_Angel

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Notas del capitulo:

¡Hola, caracola! Esta vez no he tardado tanto en actualizar, ¿eh?


¿Qué tal va el inicio de las clases? O del trabajo para otros. ¡Espero que genial!


Deciros que este capítulo es el penúltimo. O el último en realidad. Mi idea es finalizar el fic con un epílogo por lo que técnicamente, es el último. Espero que le deis mucho amor y me dejéis vuestras impresiones. Siento no haber respondido vuestros últimos reviews pero he estado ocupada. Aun así, sabéis que os amo y os agradezco mil que dejéis un pedacito de vuestro tiempo en escribirme. ¡Sois geniales!

El humo ascendía en espirales negras, subiendo del tal forma que parecía rozar el cielo con sus dedos difuminados. Una congregación de gente desaliñada, herida, con miembros rotos y partidos en direcciones incorrectas y mostrando expresiones agotadas, rodeaban la enorme pira. Sus caras estaban afligidas o doloridas, no podía saberlo muy bien. Tampoco lograba distinguirlo a causa de las lágrimas acumuladas en la cuenca de sus ojos. No dejaba de restregárselos procurando no enseñar la debilidad que realmente sentía. Las piernas le flaqueaban y trataba de sostenerse en los hombros de Mika, que no lucía un aspecto mucho mejor y le rodeaba por la cintura, siendo su apoyo. Los sollozos llegaban desde distintos rincones con distintas intensidades. Se preguntó cuánto de ese pesar sería fingido. En vida no se granjeó demasiadas amistades y era probable que la mayoría estuvieran allí porque no tenían otra cosa que hacer o por puro morbo. Al lado de la pira principal, otros montoncitos de madera ardían lánguidos, cubiertos de cadáveres. Por primera vez en años, eran capaces de proporcionarles a sus caídos funerales dignos. La amenaza había sido erradicada, los vampiros, al menos en Japón, eran cosa del pasado.

Sin embargo, aquello no se sentía en absoluto como una celebración. Los vítores de alegría imposible de contener, los gritos de alivio, el alcohol corriendo de mano en mano; todo había quedado relegado a un puñado de corazones encogidos que no consideran eso una victoria. No cuando tus compañeros, amigos, familiares, ardían y se convertían en cenizas delante de tus ojos. Mitsuba ahogó un puchero y se ocultó tras varios clínex aferrados entre sus blancos puños. Shinoa procuraba mantener la compostura, pero quienes la conocían sabían que estaba rota por dentro. Yoichi lloraba en silencio y Kimizuki desviaba la vista hacia sus botas sucias siempre que podía. Mika observaba con la resignación de quien ha vivido y visto demasiado como para quedar impresionado. Guardaba un respetuoso segundo plano, ya que en el fondo estaba fuera de lugar, a pesar de su papel fundamental y decisivo en el fin de la lucha. Estaban todos tan agotados que poco les importaba contar con un destructivo serafín más entre sus filas. Solo querían despedir a los muertos y descansar de una vez.

Yuu le echó un vistazo discreto a Shinya. Su aspecto era horrible, similar al que el propio Yuu tendría si se contemplara en el espejo. Los párpados hinchados de llorar, la mandíbula desencajada en una desesperación sin voz, la mirada de quién no asume que se ha ido. El desconsuelo más hondo que jamás imaginó. Yuu había perdido a un padre, sí; pero Shinya había perdido a su mejor amigo y a su pilar.

Las cenizas volaban perezosas por la brisa que se había levantado. En pocos minutos, Guren y el resto de soldados desaparecieron en la humareda, dejando tras ellos solo un recuerdo de lo que fueron. De su paso por el mundo.

 ****** 

El corro de niños reía y alborotaba en la sala de juegos. La puerta estaba abierta, por lo que desde la improvisada y humilde recepción se los podía ver. Los pequeños se tiraban peluches, pintaban caras sonrientes en globos con rotuladores o se perseguían para ver quién era más rápido. Su cuidador suspiró. Eran su mayor alegría pero también muy pesados de manejar. Procuraba que todos estuvieran felices y contentos, por eso cuando alguno lloraba, su corazón se encogía de angustia, aunque fuera una tontería como un simple raspón. Se había reblandecido en los últimos años, pensó con un deje de melancolía.

Una pequeña de cabello rojo fuego recogido en dos trenzas, tiró de sus pantalones para captar su atención.

 

-¿Cuándo va a llegar? –preguntó con las mejillas arreboladas y un puchero infantil que le derritió por dentro. La tomó en brazos y le hizo cosquillas en los mofletes.

-Hana la impaciente –se burló, consciente de que ella era muy orgullosa y no aceptaba menos que cumplidos. En efecto, puso cara de fastidio y se cruzó de brazos fingiendo indignación.

-Es que se le echa de menos –protestó una vez más, ejerciendo su lógica y exigiendo su vuelta inmediata.

 

El joven negó con la cabeza y la depositó en el suelo con delicadeza. Le gustaría proporcionarle una respuesta satisfactoria, pero él tampoco lo sabía. Hacía tiempo que había desistido de controlar sus movimientos y se conformaba con confiar ciegamente en sus habilidades y no muy desarrollada madurez. Estaba en buenas manos, por lo que no le preocupaba. Eso sí, le echaba muchísimo de menos, más de lo que quería admitir. Hana advirtió su cambio y dejó de insistir al respecto, dándole un abrazo de oso a la altura de sus rodillas y yéndose a jugar con los demás. Masajeó sus sienes, agotado por el arduo trabajo que suponía su nueva posición. Tenían ayudantes de sobra para encargarse de aquel ejército en minitura, mas él era el director adjunto y prefería ejercer de educador antes que estar metido en una oficina gestionando papeles.

Lidiar con tantos números enrevesados le estresaba y sacaba lo peor de sí mismo. Las cuentas la mayoría de las veces no cuadraban y en ocasiones se moría de ganas por romper los folios en mitades y tirarlos a la papelera más cercana. En el Comité Imperial (un cambio de nombre que, a su gusto, era mucho menos espantoso que el anterior) hacían todo lo posible por mantenerles aprovisionados y darles suvenciones suficientes para subsistir. No obstante, demasiados niños habían quedado huérfanos tras la masacre de los vampiros y cuando el pesimismo le embargaba, se veía incapaz de lidiar con la situación. Cada día recibían críos de otros distritos, como si fueran paquetes de correos o algo peor. Los adultos que no eran familiares directos batallaban problemas de sobra como para encima tener que alimentar bocas que no les correspondían. Por eso los abandonaban en su puerta, haciendo que recayera en ellos la última esperanza de que pudieran sobrevivir y convertirse en jóvenes alejados del horror de la devastación y creciendo en un lugar seguro y protegido.

Recogió su cabello rubio en una coleta, mostrando sus orejas puntiagudas. Al principio eran motivo de deshonra, pero en la actualidad no era algo que ocultar. Tampoco podía considerarse orgulloso de su “origen”. Simplemente lo había asumido con resignación y muchas dosis de cariño de la gente que más le importaba. Caminó despacio hasta la cocina y comenzó a ordenar las bandejas, alineadas sobre la encimar. Sayuri se movía con soltura por el pequeño espacio, removiendo ollas burbujeantes y tostando el pan. Tras la muerte de Guren, se negó a continuar sirviendo al Estado, pues los cuarteles y lo relacionado le traían unos recuerdos horribles. Estaba enamorada del Teniente y no deseaba pasar el resto de su vida entre unas paredes que le recordaban que ya no estaba entre ellos. Por eso decidió ofrecerle ese puesto. Se le daba bien cocinar y los niños parecían sinceramente encantados con sus recetas. Además, había perfeccionado la técnica de ocultar el sabor de la verdura y otros alimentos conflictivos, por lo que les elaboraba platos sanos a la par que comestibles, un gran punto a su favor.

Charlaron de cosas intrascendentes y mantuvieron una conversación en la que, en realidad, no se dijeron nada. Colocó las bandejas sobre un carrito mientras Sayuri finalizaba una tarta de chocolate de varias alturas que haría las delicias de los más pequeños. Empujó el carrito por el pasillo hasta el comedor, donde los huérfanos se sentaron con más o menos rebeldía en sus asientos asignados. Con ayuda de otras dos chicas, repartió la comida por la mesa, recibiendo así sus gritos entusiasmados ante el menú del día. Los observó sintiéndose un padre orgulloso. Nunca podría tener hijos, así que ellos eran lo más cercano. En alguna ocasión se planteó la opción de adoptar, pero lo descartaron al momento pues era bastante absurdo teniendo en cuenta la situación. El murmullo colectivo y el entrechocar de los cubiertos aumentaron hasta hacerse ensordecedor. Algunos se alteraron y señalaron a la puerta con la boca y los ojos abiertos. El clamor subió varios decibelios y se giró, curioso, a ver qué ocurría.

Un hombre de veiticinco años, cabello moreno a media melena y profundos ojos esmeralda entró en la sala. Hana arrastró la silla por el suelo y enseguida se lanzó en su dirección. Le siguieron varios más, sobre todo niñas. No podía negar que era bastante popular. El chico los saludó por turnos, entusiasmado por semejante recibimiento.

 

-¿Tienes que hacer siempre entradas tan dramáticas? –le reprochó al recién llegado.

-Yo también te he echado de menos –replicó, dibujando una sonrisa torcida y apartando con suavidad a su corro de admiradores. Sin cortarse, el moreno le tomó por la cintura y lo besó en los labios. Su barba de varios días le raspó en sus tersas mejillas, mas era una sensación agradable.

-Has tardado mucho en regresar, Yuu-chan –se quejó, alzando la vista para mirarle a los ojos brillantes. Había pegado un gran estirón y ahora le sacaba una cabeza. Yuu siempre le picaba con eso.

-Si me hago de rogar, mi vampiro favorito me dará más amor –se excusó, encogiéndose de hombros. A pesar de haber transcurrido ocho años, su carácter juguetón seguía intacto.

 

Después de conseguir que los críos regresaran a su asiento, ambos dejaron la gestión en manos de personas más capaces y fueron a su casa, a ponerse al día. El orfanato Hyakuya se había ganado un puesto de renombre y popularidad en la zona y aceptaba a todo aquel que necesitara su ayuda. Shinya, al mando ahora de lo que quedaba del Ejército (renombrado como Comité) después de derrocar a Kureto al descubrir que trabajaba de forma encubierta para los vampiros, les prometió aumentar su presupuesto si Yuu estaba a su servicio para ciertas misiones sin peligro durante unos meses. Su orfanato era su vida, por lo que aceptó sin dudar. Debido a la traición de Kureto y el salir a la luz que le daba igual que la humanidad muriera con tal de crear al serafín perfecto y un arma imbatible que lo tuviera en el poder, Shinya se vio obligado a derrotarlo y asumir su posición. Sin embargo, al ser un Hiragi los que se habían sentido humillados por su hermanastro temían que fuera a ser igual o peor que él, por lo que los primeros años la paz y el equilibrio eran frágiles. Por suerte, la gente comenzaba a confiar en su guía, ya que había demostrado ser un líder justo y sensato.

Yuu se descalzó sin elegancia y tiró los zapatos de cualquier manera en la entrada. Mika tuvo que reprimir el impulso de regañarle. Antes, se consideraba en todo su derecho a tratarle como si fuera su hijo sin modales. No obstante, desde que la diferencia de edad se había hecho notoria, tuvo que modificar sus hábitos a la fuerza. No se sentía cómodo manteniendo ciertas actitudes hacia él, a pesar de que le hubiera suplicado que su relación no se modificara ni un ápice, pues los años transcurridos no tenían por qué significar nada. Sin embargo, para Mika lo significaban todo. El nudo que aprisionaba su estómago se tensaba y agrandaba según transcurría los días. Yuu lo sabía, por supuesto, nada en lo referente a Mika escapaba de su escrutinio. Pero nadie dijo que su relación fuera a ser fácil de aquí a un futuro y tenían demasiadas cosas que soportar. Cuando Yuu le superó en edad, el vampiro lloró. ¿Cómo evitarlo si el instante en el que el amor de tu vida se escapaba de tus manos estaba tan cerca? ¿Si cada vez iba a ser más notable que pertenecían a mundos completamente opuestos? Yuu se mostró muy considerado respecto a eso y le consoló lo mejor que pudo. Era inútil, ambos se sentían culpables del estado del otro y era algo que no podían evitar por mucho que quisieran.

El tiempo no se detenía y esas estúpidas manecillas del reloj les recordaban lo que eran. Y lo que no podían ser. Mika observó sus anchas espaldas mientras Yuu se quitaba la cazadora y la apoyaba sobre el reposabrazos del sofá. Su pelo seguía despeinado en varias direcciones, los años no habían logrado corregir eso. Los bíceps fuertes se marcaban a cada movimiento de sus brazos. No era muy musculoso ya que no había tenido interés en desarrollar su cuerpo. Simplemente ejercitaba cuando le apetecía en el gimnasio que habían improvisado en una de las habitaciones vacías de la casa. Si Mika tuviera que comparar su cuerpo con el de alguien, sería con el de Guren. Fuerte, pero no en exceso. De hecho, en secreto le admiraba lo mucho que se parecía a su padre adoptivo. No era el único que opinaba que, si tuviera los ojos violetas, sería una copia casi exacta. Ese comentario le valía a Yuu una sonrisa orgullosa. Shinoa bromeaba diciendo que el mayor de los Hyakuya quería compensar su falta convirtiéndose en su clon. De los Ichinose, se corrigió en su mente. Porque había cambiado su apellido. Fue una decisión difícil y con la que Mika no estuvo de acuerdo.

Yuu deseaba a toda costa preservar el legado de Guren. Y a pesar de que no fue el mejor padre del mundo, ni un ser humano ejemplar, le debía mucho. Por eso, decidió ser un Ichinose. A Mika le supuso una traición, por supuesto, porque el concepto de familia se desmoronaba a su alrededor y lo único fiable y sólido que le quedaba en el mundo era Yuu. Entendía sus motivos para esa resolución, pero eso no quitaba que en el fondo doliera. Pero, como venía siendo habitual, el moreno hizo algo inesperado que le descolocó. Y no solo a él, sino a los presentes. Un día después de formalizar el registro, reunió a sus compañeros y amigos para anunciarles la noticia y que, a partir de entonces, aquellos que fueran de un rango inferior se refirieran a él como Ichinose.

 

-Ah, y una última cosa -. Cogió a Mika de la mano con delicadeza y lo acercó hasta su posición. El vampiro temblaba y se encontraba incómodo, en el centro, siendo objeto de las miradas curiosas. No sabía qué pretendía pero la chispa  de diversión de sus ojos no presagiaba nada bueno. Acarició su mejilla y apartó su pelo tras la oreja. Le besó. Así, de repente. Delante de altos mandos del Comité Imperial. Sin anestesia. Las piernas de Mika flaquearon. En algún punto del transcurso de los meses, la relación se había invertido. Yuu era el atrevido y el que tomaba la iniciativa la mayor parte del tiempo, y Mika se limitaba a dejarse de llevar y temblar entre sus brazos. Se aferró a su cuello con desesperación, temiendo la reacción de la gente al saber que Yuu, al que admiraban por su entereza y su participación en la guerra, estaba saliendo con un vampiro. Con el único aceptado socialmente, de hecho, lo que no impedía que todos lo vieran con buenos ojos.

 

El rubio recordó aquel momento y se sonrojó. Yuu se giró y esbozó una pregunta en sus facciones al ver su expresión, pero este negó con la cabeza y se dejó caer en el sofá, a su lado. Enseguida, Yuu le recostó en su pecho y le sentó en su regazo. Llevaban demasiado sin verse y ninguno quería perder segundos sin tocarse. Bajo el jabón y desodorante, el moreno desprendía un ligero olor a sudor, lo que indicaba que ni siquiera se había duchado en el cuartel antes de regresar. Sus ganas de estar juntos eran superiores a la correcta higiene, al parecer. Pero le daba igual. El universo le daba igual porque Yuu-chan había regresado a casa y ahora todo estaba bien. Al menos durante unas horas. Mika suspiró. Se negaba a reconocer en voz alta que le había echado horrores de menos, el calor sobre su piel, su aliento rozando el vello de la nuca, sus labios besando su coronilla. Era una sensación fantástica que guardaba en su imaginación cuando no estaba a su lado.

 

-¿Alguna novedad en mi ausencia? –preguntó, trazando suaves círculos en el dorso de su mano y poniéndole la piel de gallina.

-Hana ha empapelado la pared de su habitación con dibujos tuyos. Creo que está enamorada de ti –sonrió y sus colmillos asomaron entre sus labios.

-Es normal, ¿quién no se enamoraría de mí? Solo espero que no estés celoso –bromeó, haciéndole cosquillas en los costados. Mika se retorció y se dio la vuelta, quedando enfrente suya, con las piernas dobladas entre las suyas.

-Es usted bastante egocéntrico, Teniente Coronel Ichinose –se burló, eludiendo a su título honorífico. Shinya consideró que lo correcto sería otorgarle el mismo rango que a su padre. De esa forma, el peliblanco tenían una manera de recordarle en Yuu. Los chicos sospechaban que también formaba parte de un elaborado plan para sentirse culpable por no haber podido evitar la muerte de Guren. Desde que ocurrío la desgracia, Shinya no había vuelto a ser el mismo. Se escondía en su trabajo y no se permitía tener vida social. Vida en general. El Shinya que conocían, divertido, pícaro y travieso, se había convertido en un ser taciturno, cuya sonrisa se había transformado en una sombra de lo que fue y que nunca alcanzaba sus ojos. De cara a los demás seguía comportándose con esa amabilidad que le caracterizaba, pero los que le conocían bien, percibían su dolor.

 

-Tenía ganas de regresar –confesó, ruborizado. En algunos aspectos, seguía siendo el Yuu-chan que conoció-. Y ver a los niños. Es increíble lo que crecen en tan poco tiempo.

-¿Solo a los niños? –frunció el ceño.

-¿Quién ha dicho que no te incluyas en la categoría de ni-? ¡Au! –protestó. Mika le había pellizcado la nariz y le lanzó una mirada furibunda-. Dame tregua que acabo de volver –se quejó poniendo cara de cachorro apaleado. El vampiro resopló y le besó.

-Cállate.

-Me gusta tu forma de callarme –le aseguró, travieso. Mika sintió un escalofrío ascender por su columna cuando Yuu se coló, cálido, bajo su camiseta. Dios… cuánto lo había añorado.

 

Se besaron de nuevo. Yuu se mostraba impaciente, siempre había sido el temperamental. Mika le cortó las alas y le besó con lentitud. Quería saborearlo y compensar las noches de cama vacía. Las noches en las que su estúpido subconsciente le preguntaba qué haría si no regresaba. La guerra había terminado, sí, pero no las pesadillas; no el miedo latente a que el mundo se derrumbara de nuevo y tuvieran que salir otra vez a luchar. Apreciaba demasiado la paz que les habían otorgado y el pánico estaba siempre ahí, al acecho, haciéndose fuerte en sus horas de soledad. Aunque la madrugada era, por instinto, cuando más a gusto se encontraba, había adquirido el hábito humano de temer a sus sombras y a las voces de su cabeza, que, junto a sus dudas, se hacían más fuertes y pesadas.

Desechó aquellas ideas de inmediato. Que Yuu se deleitara tocando su vientre ayudó bastante a ello. La cabeza le daba vueltas inevitablemente. No importaba cuánto se quisieran, la sensación de plenitud y abandono respecto a la otra persona permanecía inamovible. El moreno gruñó. Unas pequeñas gotas de sangre abandonaron sus labios a causa del suave mordisco de Mika. Uno no podía evitar sus impulsos y, después de todo, seguía siendo un vampiro. Yuu no se amedrantó y le apretó contra él, instándole a continuar. Mika enredó las piernas en su cadera, buscando huecos que le permitieran pegarse aún más a su cuerpo. Estúpido e incómodo sofá. Se separaron durante unos segundos. Mika tomó aire y le besó la frente.

 

-Bienvenido a casa, Yuu-chan.


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