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Incondicionalmente por Kurenai_no_Angel

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Notas del capitulo:

Como tanta gente ha pedido nuevo capítulo, ¡aquí está! No pensé que fuera a tener tantos lectores, así que gracias por leer y comentar, sois los mejores <3

Los párpados volvían a cerrarse una y otra vez. Le resultaba prácticamente imposible mantenerse despierto. Quizá debería decirle a Mika que moviera su culo una vez más hasta su cama y se quedara allí. Todas las noches. Sin excepción. Se lavó los dientes con parsimonia. Su pelo era un completo desastre. Estaba acostumbrado. Su uniforme, plagado de arrugas. Cómo no. Estar delante de un espejo implicaba hacer un repaso de tu aspecto pseudo-andrajoso, por eso solía evitarlo.


Mika iba de un lado a otro en el piso de abajo. Se había despertado más emocionado de lo normal. También parecía un poco nervioso. Como fuera, su ánimo estaba por las nubes y eso le agotaba. Es decir, le alegraba la emoción que derrochaba y todo eso, pero mientras más energías tenía más minaban las suyas. ¿Acaso las succionaba? Además, ¿no se suponía que su hiperactividad era nocturna y no diurna?


Bajó las escaleras perezoso, medio arrastrándose. Mika limpiaba con un plumero e iba ataviado con un pañuelo que sujetaba sus mechones rebeldes y un delantal atado a su cintura. Lucía gracioso y entrañable al mismo tiempo. Yuu se despidió de él. Se arrebujó en su abrigo y se mezcló con los edificios grises que le saludaban. Ver la ciudad así no le producía el mismo vacío que años atrás. No obstante, su corazón se encogía igual. Los seres humanos eran fuertes y podían reconstruir eso y mucho más. El ganado luchó y salió victorioso. Más requería tiempo y esfuerzo si querían salir adelante. Lo lograrían.


Llegó al punto de encuentro habitual. Los obreros apenas habían comenzado a trabajar. Recibieron a Yuu con los brazos abiertos y enseguida se enzarzaron en una charla. Como todas las mañanas, se ofreció a ayudarles en las tareas, por pequeñas que estas fueran. Como todas las mañanas, le rechazaron amablemente. Se acomodó en un muro derrumbado mientras les observaba. Estaban divididos por grupos: eliminaban los escombros, apuntalaban el suelo, realizaban las estructuras de madera, mezclaban el cemento… Tras tantos meses allí, Yuu había memorizado las actividades y podía pasar por uno más.


Aquel lugar le proporcionaba paz y esperanza. Ver el resurgir de la humanidad tras la devastación de los vampiros provocaba un grito de euforia en sus entrañas. ¿Ves, Mika? Escapamos de Sanguinem. Ya no somos ganado.


Durante unas horas, su mente vagó lejos. El ruido monótono de los picos golpeando las piedras; las voces guturales de los hombres; los pájaros que con timidez iban poblando de nuevo el cielo; la brisa que susurraba entre las hojas de los árboles que se atrevían a renacer entre el asfalto.


Su estómago rugió, señal inequívoca de que se acercaba la hora de la comida y tenía que volver. A casa. Una tenue sonrisa se dibujó en sus labios. Se despidió de los obreros y reemprendió el camino, silbando.


 


-Ya he vuelto –anunció, quitándose el abrigo y colgándolo del perchero del vestíbulo.


 


No recibió respuesta. Se adentró en el salón, extrañado. Sus pies se clavaron en el suelo. En una esquina, se amontonaba una pila de libros un poco más alta que Yuu. Estaban apilados formando un tosco abeto. Alrededor, bombillas parpadeantes lo envolvían hasta la cima. En la punta, una estrella de origami pulcramente colocada. Las luces titilaban tenues, invadiendo el espacio de calidez y espíritu navideño. Lo observaba, asombrado. Era precioso. Se le hizo un nudo en el estómago.


 


-¿Yuu-chan? –La figura de Mika surgió de la cocina-. Lo siento, no te oí llegar. –Reparó en su expresión ensimismada-. ¿Te gusta? Parecías tan triste hablando de estas fechas que pensé que te haría ilusión y…


 


Yuu no contestó. No podía decir nada. Los colores brillaban en el pelo rubio de Mika, dándole bonitas tonalidades. Verde como sus ojos. Rojos como los de Mika. Amarillo. Púrpura. Era hipnótico. Ante su silencio, la cara de Mika compuso una mueca de horror, malinterpretándolo. En apenas cuatro zancadas, Yuu le alcanzó y le rodeó con sus brazos, apretujándole con fuerza en su pecho. Las palabras pugnaban en su garganta por escapar. Pero no creía que unas simples frases pudieran expresar lo que su corazón estaba gritando en ese momento. Maldita sea, Mika. Me haces tan extremadamente feliz. Apretó más. Él descansaba en el hueco de su cuello, acariciándole la parte baja de la espalda. Yuu sentía su alma contraerse y expandirse, empapándose de la esencia de Mika, integrándole a su propio ser. Quizá consideraba que construir un árbol de Navidad en mitad del salón usando todos los libros de las estanterías, era un detalle tonto, banal, una cursilería que le alegraría el ánimo. Era más que eso. Era un acto tan sincero y maravilloso que no creía tener vidas suficientes para agradecerle lo que hacía por él día sí y día también.


 


-Gracias. –Medio balbuceó, medio sollozó-. Dios mío, Mika, gracias.


-Es un placer, Yuu-chan –susurró en su oído.


 


Se enjugó las lágrimas que amenazaban con derramarse disimuladamente.


 


-Oye, me muero de hambre –comentó, sin separarse ni un milímetro de él.


-He preparado ramen. De verdad, no el instantáneo –aclaró. Tampoco parecía querer desprenderse del achuchón.


 


El estómago protestó, rompiendo la magia que se había creado. Yuu se ruborizó y Mika se burló de él. En la cocina, se calentó las palmas con el tazón humeante. Mika se acomodó delante de él, relatándole emocionado cómo había logrado levantar el abeto, después de complejos cálculos matemáticos acerca de la colocación, el grado y el equilibrio. Luego, se había peleado con un folio y unas instrucciones poco claras de origami. Por último, la tortura de conseguir que las luces permanecieran en su sitio sin descolgarse constantemente, todo un reto. El entusiasmo que transmitía sus gestos era contagioso. Por su parte, Yuu le habló de los avances que estaban haciendo en la ciudad y de lo que averiguó gracias a los obreros. Iban a abrir una cafetería y una tienda, los primeros establecimientos desde que el caos los sumió en la oscuridad. El moreno le hizo prometer que iría con él a tomarse un café, que saldrían de casa y harían cosas normales de adolescentes. Mika le dedicó una mueca de desacuerdo. Continuaron conversando hasta que Yuu dejó el cuenco limpio. Incluso le ayudó a lavar los platos, insólito viniendo de él (ya se encargó Mika de recordárselo hasta la saciedad).


 


-Oye, Yuu-chan. Me gustaría aprender a hornear pasteles y me preguntaba si querrías echarme una mano.


-¿Pasteles? –Secaba el agua que escurría por el vaso. El vampiro extrajo de un armario un paquete de harina, cacao en polvo, levadura y otros ingredientes que desconocía-. ¿De dónde has sacado eso? –indicó con la barbilla.


-Antes de que enviaras la lista de la compra, los incluí. Encontré un libro de recetas en el desván y estuve hojeándolo. No parece muy difícil.


 


En un mundo como el suyo, no iban a comprar. Por el simple hecho de que aún no existían supermercados. Así que, una vez por semana, confeccionaban una lista con los alimentos u objetos que precisaban y la mandaban por correo al cuartel general, el cual se encargaba de aprovisionarlos. No obstante, no podían pedir cualquier cosa que se les antojara, había unos límites. Por eso le sorprendió que hubieran aceptado la repostería. Yuu hizo un gesto de indiferencia y le advirtió de lo peligroso que era dejarle a cargo del fuego, de tarros de cristal, huevos o, en definitiva, cualquier objeto propenso a ser destruido. Mika le aseguró que con él el universo estaría a salvo y no había que tener miedo de una explosión nuclear. Yuu le golpeó en la cabeza.


Mika leía las instrucciones y le pasaba los instrumentos a Yuu, que le seguía al pie de la letra. Primero, había que batir azúcar y huevos hasta conseguir una pasta cremosa de color amarillo. El moreno rompió los huevos con demasiada fuerza y los pulverizó contra la encimera. Era de esperar. Mika le enseñó a hacerlo apropiadamente, usando movimientos delicados y ágiles. Yuu batió, logrando el resultado esperado. Mika añadió harina sin que Yuu dejara de remover la mezcla. Polvos blancos saltaron a la cara de este, que le hicieron estornudar. El vampiro no cesaba de reírse.


Precalentaron el horno, tras pelearse unos minutos con él y la ingente y desmesurada cantidad de botones cuya utilidad ponían en duda. Mika explicó cómo engrasar el molde para el bizcocho y mientras Yuu se aplicaba a la tarea, él derritió el chocolate de la cobertura. Una vez el horno estuvo listo, con cuidado de no quemarse introdujeron el molde rebosante. Yuu estaba cooperando más de lo esperado, en palabras del Mika, y descubrió que las tareas del hogar no eran tan desagradables. Lástima que no siempre implicaran hacer pasteles.


Era una actividad cotidiana al lado de una persona que le importaba. Estaba relajado, satisfecho y libre, con la sensación de que podía atrapar el planeta entre sus dedos si se lo propusiera; de que era invencible si Mika permanecía en el lugar que le correspondía. Con él. Jamás imaginó que llegaría el día en el que pudieran bromear, cubiertos de cacao, harina, mantequilla y sustancias pegajosas que no conseguía identificar.


Sacaron el molde y lo dejaron reposar sobre la encimera. Mika le pidió que guardara los ingredientes pues él se encargaba de adornarlo con la cobertura de chocolate. Percibió el olor de la sangre antes de que Yuu se percatara siquiera de que se había cortado. Se miró el dedo, más sorprendido que otra cosa. Quién diría que la bolsa de azúcar podía estar tan afilada. Suspiró, molesto, y se dispuso a lamer la herida. Hasta que se topó con la mirada de Mika. Entre sus labios abiertos relucían sus colmillos. Respiraba con agitación, no perdiendo de vista el hilo carmesí que se deslizaba por su piel, llegando a su muñeca. Estiró el brazo, colocando su dedo ante los ojos impasibles de Mika. Con timidez y vergüenza, tomó su mano y pasó su lengua por el corte. Después, siguió el camino escarlata, degustando cada pedazo que Yuu le ofrecía.


Era una sensación extrañamente erótica. Yuu nunca supuso que existían tantas terminaciones nerviosas en las manos y las estaba descubriendo y reinventando todas con Mika. Las dudas empezaron a reconcomerle. La moralidad se imponía a las necesidades de su cuerpo y estaba seguro de que si esto seguía así, terminaría quebrándose. Mika era tan familiar y a la vez sentía un cambio que pugnaba por estallar. Las imágenes de él besándole, tocándole, excitándole con caricias no planeadas, le sumían en la desesperación. Apartó la mano bruscamente. La incertidumbre le atormentaba y asfixiaba. Mika le echó un vistazo, sobresaltado, y con la confusión pintada en su rostro. Y algo más. Culpabilidad.


 


-L-lo siento –se disculpó, ruborizado.


 


Subió hasta su dormitorio. Cerró la puerta y se dejó caer contra ella, deslizándose al suelo. Ocultó la cara entre sus piernas. Era estúpido. Desde luego, habían hecho cosas mucho peores que eso, por lo que no tenía sentido rechazarle. A lo mejor, el que no hubiera un deseo sexual impetuoso y que su mente no estuviera nublada por la lujuria había provocado que fuera plenamente consciente de los matices y se alejara de él. En serio, qué cojones les estaba pasando. Cuándo esto había dejado de ser un simple juego y se había convertido en algo serio. Yuu se jactaba de guiarse por sus emociones, pero se empezaba a ver superado por ellas y su autoridad para domarlas se deshacía como la nieve si Mika le tocaba. Dio varias bocanas de aire.


Llevaban un año viviendo juntos. La cercanía que nació en Sanguinem había permanecido, aunque fracturada debido a la separación forzosa. Sin embargo, con paciencia y cariño reconstruyeron su relación y la solidificaron, convirtiéndose en inseparables. Pasaban la mayor parte de su tiempo juntos, riendo, siendo confidentes, compartiendo el uno del otro. Mika mantenía una cierta distancia pues temía herirle por su condición de vampiro. Pero eso se había roto. Se había roto al ser conscientes de que ya solo podía salvarle la sangre de Yuu. El sello protector que lo envolvía se había quebrantado y ahora Mika dependía de él. Las palabras de Yuu le alentaron a probarle y a asumirle como su “fuente de alimentación”. La última barrera. ¿Acaso le proporcionó un acceso pleno a todo lo que era él y eso desencadenó ciertos sentimientos que Mika tenía reprimidos? Era la única explicación que se le ocurría.


Yuu le conocía tan bien que a veces no era necesario meterse en su cabeza para saber cómo pensaba. Mika se había castigado así mismo por lo que era y por lo que ello conllevaba. Se cohibía delante de Yuu porque pretendía conservar una humanidad que se entremezclaba con su yo vampiro. Por eso, Yuu intuía que ante él se contenía y no se expresaba por temor a su reacción. No obstante, le costaba imaginar que Mika podía verle de esa forma tan… ¿amorosa? Y lo peor era que el propio Yuu estaba alimentando ese afecto.


No parecía que Mika se lo tomara a la ligera y sin embargo, Yuu le seguía la corriente. ¿Albergaba el mismo sentimiento? Por el momento, había advertido que su cuerpo reaccionaba a sus caricias sin restricciones y le hacía sentir bien. Pero lo que ocupaba su corazón era completamente diferente. Una cosa es el físico y otra el corazón. Y no quería jugar con Mika o dañarlo por ser un estúpido que no distinguía entre fantasía y realidad. Hasta ahora, había actuado sin pensar, obedeciendo a unos actos puramente carnales que le llevaban a la locura. Tenía que superponer la racionalidad. Y para ello, primero debía aclararse. Reflexionar en silencio sobre él, sobre lo que quería, sobre la relación familiar-amistosa-amatoria que mantenía con Mika.


¿Le quería? Por supuesto. ¿Le gustaba ser tocado por él? Definitivamente sí. ¿Estaba enamorado? Ni idea. Admitía que sus sentimientos eran fuertes, al igual que el lazo que los unía. Pero hablar de amor era serio. Si Mika le rozaba, saltaba electricidad por sus poros, el vello se le erizaba, los sentidos se nublaban y no lograba pensar más allá de él. Sin embargo, eso era meramente sexual. Mika y él jamás podrían sustentar ese tipo de vínculo. Ambos eran hombres, casi hermanos. Era imposible que cruzaran los límites. Entonces, ¿por qué una vocecita le gritaba que él sí estaba dispuesto a atravesarlos, que no les temía? Masajeó sus sienes. Tanto pensar le había dado jaqueca. Ah, mierda, ¿por qué tenía que ser todo tan complejo? Con lo bonita que era la amistad, la simple y llana amistad. Aunque eso implicara renunciar a sus besos esporádicos. ¿Lo haría? Algo le decía que no.


Mika…


Pasado un tiempo prudencial, regresó al salón. Mika leía, acurrucado en las mantas. Una estampa que se había convertido en habitual del invierno. Alzó la barbilla al verle. No reflejaba ninguna emoción. Yuu no se detuvo. Apartó ligeramente la manta y se sentó entre sus piernas. Se recostó en su pecho y se apresuró a taparse hasta la nariz. Reconoció aquel horrible dibujo. El regalo de Guren. Tsk. Mika permaneció en silencio, impresionado por la actitud de Yuu. Se deshizo del libro y pasó sus brazos por encima de los hombros del moreno, posándolos en su estómago. Yuu notó su mejilla contra su propia coronilla.


 


-Lo siento, Yuu-chan –susurró.


-No es culpa tuya. –Sus palabras quedaban acolchadas-. Es solo que… estoy… confuso –confesó a media voz-. Siento tantas cosas nuevas que no sé procesarlas…


-Lo siento –repitió.


-Mika… ¿qué somos?


 


Esa pregunta le tomó por sorpresa.


 


-La familia no hace estas cosas –aclaró-. No se atraen de la misma forma que nosotros… -La sangre se acumulaba en sus mejillas, por el calor y la timidez.


-Yuu-chan, “familia” es solo una etiqueta. Tendemos a categorizar lo que nos rodea porque así podemos controlarlo. De esta manera, si algo se escapa de la “normalidad” de esa etiqueta, tenemos la capacidad para doblegarlo y enseñarle que su comportamiento está mal por no ceñirse a las reglas –suspiró-. Yuu-chan: los vampiros son malos; los humanos buenos; la familia son lazos de sangre; el sexo solo sirve para reproducirse –enumeró-. ¿Qué tienen esas “verdades absolutas” en común?


 


Yuu lo meditó unos segundos.


 


-Que son falsas –respondió, convencido.


-Exacto –Sus dedos fríos revolotearon por su frente-. Tienen excepciones. Todas ellas. Hay vampiros buenos, humanos malos. Nosotros siempre nos hemos considerado familia pero no tenemos lazos de sangre. Y por supuesto, existe el sexo por placer. Por ejemplo, es más fácil masacrar vampiros si se repiten esas ideas una y otra vez, implantándolas en mentes débiles. Si creen que los humanos están en lo cierto y los chupasangres son solo monstruos, será más sencillo unir a las personas en su contra y eliminarlos. Lo mismo ocurre a la inversa, si se convence a los vampiros de que la humanidad es escoria, podrán dominar el país sin problema. Así que –prosiguió-, ¿por qué debemos nosotros entrar en una categoría? Alguien que no nos conozca, pensará que somos mejores amigos. Aun así, nos denominamos “familia”. A pesar de lo ocurrido estos últimos días, seguimos siéndolo. –Peinó el flequillo de Yuu-. Entonces, ¿en qué categoría quieres enclaustrarte?


 


Yuu cerró los ojos, disfrutando de Mika jugando con su pelo, meditando su discurso. Tenía razón, claro. Eran familia aunque no compartían la misma sangre. Primera excepción. Eran humano y vampiro y aun así se querían. Segunda excepción. ¿Por qué no podían cometer la tercera?


 


-Aunque quisiera, no estoy convencido de cuál nos define mejor. –Se dio por vencido-. Así que, ¿podemos permanecer como hasta ahora? –Mika deambuló por sus pómulos.


-Sin problema –esbozó una sonrisa.


 


Yuu quería presionar a Mika y que abriera su corazón y expresara sus verdaderos sentimientos. Se moría por saber sus intenciones con él y la categoría en la que los incluía. Más que nada, comprender lo que pasaba por su cabeza le ayudaría a discernir lo que aleteaba por la suya. Quizá expresarle sus dudas las resolvería, y vería con mayor claridad el significado de los besos de Mika y de sus propios latidos incontrolados cuando este acortaba las distancias y decidía que era hora de volverle loco. Pero no se atrevía. En cierto modo, le aterraba huir de la comodidad que le proporcionaba el terreno conocido. Así que, por ahora, se conformaría.


 


-¿Yuu-chan? –susurró.


-¿Mmmm? –Se estaba quedando adormilado gracias a la calidez que desprendía Mika.


-No hemos probado el pastel.


-¿Hacerlo implicaría levantarse del sofá?


-Me temo que sí.


-Entonces no quiero.


-Eres un vago.


-Como si no me conocieras.


 


Mika soltó una risita.


 


-Oye, Mika.


-¿Sí?


-¿Por qué estás usando la horrible manta de Guren?


-Bueno, es descortés rechazar un regalo.


-Es de Guren de quién estamos hablando.


-La verdad es que es súper calentita –confesó. Yuu bufó.


 


No supo con exactitud cuándo se quedó dormido ni cuánto tiempo permaneció así, vagando entre los brazos de Mika, recibiendo sus caricias y mimos. Poco importaba.


El pastel continuó intacto en la encimera.

Notas finales:

¡Por fin Yuu ha usado la cabeza! No he querido definir lo que son Mika y Yuu porque realmente ni ellos lo saben. Y aunque en la serie son solo familia, en mi opinión los sentimientos que demuestran constantemente el uno por el otro van más allá de familia. Así que os dejo a vosotros que juzguéis.

 

PD: Pobre manta de Guren :(


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