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Al borde por Toko-chan

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Notas del capitulo:

Ya está aquí el segundo capítulo de este Barrison/Eobarry, espero que os esté gustando. Yo estoy completamente in love con esta pareja, nosé, son tan tal para cual (y tan calientes para que negarlo), me recuerdan un poco al morbo del Snarry, pero a la vez muy diferente. El caso es que se ha convertido en una de mis OTPs, y espero estar haciendoles honor con el fic :P

¡¡Disfrutadlo!!


Me haces amar, odiar, llorar, tomar cada parte de ti.

Me haces gritar, arder, tocar, aprender todo de ti.


Zella Day

 

 

2

¿Resfriado?

 

 

 

La celebración aquel año estaba resultando mucho más concurrida que de costumbre, los platos iban de un lado a otro, los cubiertos; la música de fondo bajaba y subía de volumen según la persona que acaparaba el mando: Cisco o Joe. Caitlin tomaba de forma prematura su tercera copa de champán a la vez que observaba risueña como Iris, junto a Eddy, degollaban el pobre pavo relleno. Luego estaba él, Barry Allen, padeciendo unas tremendas ojeras en la comida de Acción de Gracia producto de no haber pegado ojo en toda la noche. ¿El culpable? El único que había declinado la invitación a la comida: Harrison Wells.

 

—Hey, hijo. —Un brazo le rodeó por los hombros—. ¿A qué viene esa cara? ¿No seguirás enfadado por lo de ayer? Mira, Barry…

 

—Eh, no, Joe, olvida eso.

 

—De acuerdo.

 

Ambos se quedaron mirando a los demás, apartados, sentados en el primer eslabón de la escalera donde el velocista llevaba rato sumido en sus pensamientos. No es que fuera para menos, es decir, no todos los días uno besa a un hombre siendo heterosexual, y más cuando ese mismo hombre casi le dobla la edad.

 

—Entonces, ¿me vas a decir qué te pasa? —volvió a probar el policía tratando de sonar casual.

 

A Barry se le escapó una sonrisa. Ya le gustaría a él contarle, hablar de eso con alguien, alguien que entendiera de personas, de psicología, que supiera decirle qué demonios había sobrevolado su endiablada mente como para cometer semejante disparate. Pero no podía hacerlo. No podía comentar eso con nadie. Ni siquiera con Joe. Especialmente a Joe.

 

Hizo ademán de ir a decir algo pero calló, inseguro.

 

—¿Qué? Dime —reclamó el mayor.

 

—No sé, no hay nada en realidad, en serio. Está todo bien —dijo.

 

Joe arqueó una ceja sin molestarse en ocultar su incredulidad.

 

—Barry, soy policía —señaló—. Es más, te he criado durante quince años. ¿De verdad pretendes que me crea eso? —soltó una carcajada contagiosa provocando que Barry riera con él.

 

—No, supongo que no. —Suspiró y trató de buscar una forma de explicar lo que corroía su mente sin delatar más de lo que creía necesario. Y de hecho, había algo, algo que podía compartir y que le había estado haciendo sentir mareado y con las emociones revueltas y al rojo vivo durante una temporada, pero sobre todo después de lo acaecido hacía unas horas—. Am, vale. Te parecerá una locura esto pero… —se lamió los labios, pensativo, antes de mirarle fijamente y susurrar—: ¿Crees que lo que he creído sentir por Iris hasta ahora no sea el amor que creía profesar? Quiero decir, tal vez solo he estado confundiendo dos tipos de amor diferentes debido a la convivencia y a que… bueno, es una chica muy atractiva. No sé, ni yo me lo creo pero a veces pienso que podría ser así.

 

Joe le miró extrañado por unos instantes y Barry sintió que se atragantaba de la vergüenza, pero luego el policía pareció meditarlo.

 

—¿Crees que ya no sientes lo mismo por Iris? —preguntó, rascándose la barbilla.

 

El joven echó una mirada a través de la sala, iluminada esplendorosamente, hacia la mesa alargada donde la chica seguía enzarzada en servir los platos. La observó reírse como tantas veces llevaba haciendo a lo largo de los años, reírse con esa magia tan pura como enloquecedora que solo ella desprendía, con cada paso, cada movimiento, cada palabra y cada mirada que había sido de ellos y solo de ellos. La seguía viendo así, continuaba sintiendo un revoloteo de ilusión ante su presencia, de expectativa, pero entonces recordaba una mirada azul clavada en la suya y unos labios carnosos y rojos, y el sabor de estos, y, en ese momento, sentía que su cara ardía a la vez que el mariposeo se convertía en un torbellino embravecido que le hacía navegar a la deriva.

 

Con un cabeceo se sacudió las perturbadoras imágenes.

 

—Creo que pude haberlo magnificado todo —le dijo al que era como su padre, en voz baja—. Puede que quisiera aferrarme a lo que sentía por ella para sentirme por una vez realmente unido a algo después de perder a mi familia, y que yo mismo, inconscientemente claro, me negara a desarrollar este tipo de sentimientos por otras… chicas.

 

Guardó silencio al terminar de hablar sin atreverse a mirar al otro hombre; la canción Just Give me a reason de Pink reproduciéndose a través del equipo de música.

 

—Respóndeme a una cosa.

 

—¿A qué? —preguntó Barry.

 

—¿Has empezado a… —Joe vaciló—...sentir cosas por alguien?

 

—¿Qué?

 

—¿Te gusta alguien?

 

—¡Joe!

 

—Responde —atajó fingiendo ser severo.

 

Barry rió, nervioso, con una sonrisa ladeada.

 

—No, ¡no! Por supuesto que no. ¿Qué te hace pensar eso?

 

El hombre se encogió en respuesta.

 

—No sé, ¿tus palabras? —señaló a continuación—. Mira, Barry, te conozco y porque te conozco estoy seguro de que tus sentimientos por Iris han sido y son reales. Pero eso no significa que no puedan cambiar.

 

Barry carraspeó y tragó saliva, indeciso antes de tantear.

 

—¿Quieres decir…?

 

—Quiero decir —agregó mientras le apretaba la pierna en un contacto que a Barry, en ese momento, se le antojó de lo más reconfortante que podía pedir— que está bien si empiezas a… enamorarte de otra persona. Está bien que la olvides, que alguien ocupe su lugar no significa que lo que sentiste alguna vez fuera menos intenso o veraz.

 

Al velocista se le aguaron un poco los ojos por las palabras de Joe, sí, pero también por las que él mismo se estaba callando, las que permanecían ocultas escondiendo algo que solo él y el objeto de sus pensamientos sabían. Siguió con la mirada a su segundo padre cuando este se levantó con un suspiro.

 

—Además, al menos por ahora ella está ocupada. —Hizo un guiño de ojos hacia la pareja que ya terminaba de repartir las porciones y llamaba la atención de todos—. ¡Ya era hora! ¿Comeremos el pavo pasada la medianoche?

 

—El próximo año me acordaré de que tú seas el encargado, papá —respondió ella desde el otro lado de la sala.

 

Barry rió ligeramente y se puso en pie también. Permitiéndose preguntarse por un momento qué estaría haciendo el afamado Dr.Wells solo, sin familia ni amigos, justo ahora, en un día de reunión familiar y de alegrías que compartir, y deseó, en algún mundo lejano en su interior, poder estar con él y jugar una de sus tantas partidas de ajedrez.

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Tecleó la última anotación en el word que acaparaba toda la pantalla del monitor antes de dejarse caer pesadamente contra el respaldo de su asiento. Suspiró y echó una mirada hacia la ventana de su estudio particular. Era un día bastante alicaído, el cielo estaba sumido en un parco gris plomizo roto por algún que otro haz luminoso del atardecer.

 

Barry ahogó un bostezo que contenía las dosis extremas de horas que llevaba encerrado aquel día, pasado Acción de Gracia, en aquella habitación. A penas había salido para comer, ir al lavabo y poco más. Le había dicho a Joe y a los otros que no se encontraba bien, fingió quedarse en cama y cuando se había sabido solo en casa había corrido hacia su habitual morada de investigación. Llegadas las siete de la tarde que marcaba el reloj digital encasillado en una estantería, la sala era un completo desastre: papeles desparramados por todas las superficies existentes, bolígrafos, carpesanos, bolsas de patatas vacías —de esas de jamón y queso que tanto le pirriaban—, fotografías, e incluso la sudadera de la que se había desprendido cerca del mediodía atacado por una ola de calor repentina.

 

Repentina como el recuerdo de un beso.

 

—Mierda —masculló. Se levantó del asiento revolviéndose el pelo con desesperación.

 

No se había quedado en casa porque estuviera asustado de nada. Mucho menos de enfrentar al Dr. Wells. ¿Por qué iba a estarlo? No había pasado nada, absolutamente nada, o al menos, de eso había tratado de convencerse en las pasadas horas de autoimpuesto arresto domiciliario. La charla con Joe el día anterior tampoco había sido de mucha ayuda, solo le irritaba más, por eso evitaba pensar en ello.

 

De pie en medio de la sala elevó una de sus manos y la observó, ensimismado. ¿Cómo es posible que yo…?

 

Sacudió la cabeza.

 

—Tetas, tetas, curvas, tetas, suavidad…

 

Su estúpida letanía fue detenida por el sonido de su teléfono móvil. Al cogerlo pudo leer en la pantalla un nombre que le aterrorizó —si bien no lo admitiría ni a punta de espada—: Dr.Wells.

 

Su corazón pegó un salto. Tragó saliva y contestó.

 

—¿Dr.Wells…?

 

—¡Barry! —le interrumpieron con urgencia al otro lado de la línea—. Caitlin ya nos ha informado de que no estás teniendo tu mejor día pero hay un incendio grave en el norte de la ciudad.

 

No hizo falta que le diera más explicaciones.

 

—Mándame las coordenadas —dijo, y colgó.

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El incendio había resultado ser provocado por un catastrófico escape de gas en una empresa multinacional de informática, uno de los directivos se había percatado del característico olor no con la anticipación necesaria para prevenir la pequeña explosión que resonó en toda la planta superior del edificio. Por suerte, no había habido muertos, pero el incendio que se había avivado y alimentado a raíz del accidente fue incrementando exponencialmente y, si no llega a ser por la rápida actuación de Flash junto a la ayuda de los bomberos, probablemente el día habría acabado con más de una lamentación.

 

Después de resolver el asunto, Barry supo que no podía seguir postergando el encuentro, pero dicha certeza no le hacía sentir mejor ni más aliviado en absoluto por lo que, encogido en una de las sillas de la sala de investigación, parapetado tras Cisco quien parecía estar disfrutando de los nachos que engullía, trataba inútilmente de evitar a Harrison Wells. Tal y como había hecho al llegar, con palabras esquivas y sin cruzar miradas, salvo el saludo inicial "Me alegro de que te encuentres mejor, Barry"  dicho por el científico y la consecuente sonrisa nerviosa del velocista.

 

—He estado pensando que tal vez sería más fructuoso idear un plan para atraer al Reverso de Flash —comentó Caitlin de súbito, acabando de analizar unas muestras—. Ya sabéis, en vez de estar esperando a que nos encuentre cuando él lo decida. El factor…

 

—Sorpresa —asintió Wells. Se deslizó desde donde había estado hasta ese momento, al otro lado de Cisco, enfocado en su monitor, y se detuvo junto a la chica al otro lado del escritorio blanco. El sonido rasposo de las ruedas alertó a Barry que se obligó a bajar la vista y aparentar estar analizando unos papeles—. No es una mala idea. No obstante, si queremos proceder a un acto tan arriesgado debemos estar muy preparados. Ese tipo es realmente peligroso.

 

Cisco hizo un ruido que pudo significar cualquier cosa y se comió un par de nachos.

 

—Mm, y esto está realmente delicioso.

 

Caitlin le lanzó una mirada afilada, de esas suyas que recordaban al reproche de una madre cuando llegas empapado a casa en pleno invierno después de estar jugando en una fuente; Wells enarcó una ceja hacia el hispanoparlante disimulando una incipiente sonrisa.

 

—¡Vale, lo capto! —Se levantó el joven enarbolando ambas manos en un gesto de STOP. Todos lo miraron en silencio, incluido Barry. Cisco sonrió infantilmente—. Solo uno más —dijo, y alargó la mano, presuroso, para comerse un último nacho. Luego se dirigió al Dr.Wells—. Entonces, ¿alguna idea de cómo atraparlo, atraerlo y todo eso sin acabar...? —Hizo un gesto con la mano como si se degollara el cuello.

 

De alguna forma, aquella soltura y el buen rollo que Cisco transmitía en su mayoría, hicieron a Barry sentirse por un momento como en casa y esbozar una breve y divertida sonrisa. Una que murió cuando alzó la vista al escuchar aquella voz rasposa hablar y al cruzarse con los ojos inquisitivos de Harrison Wells.

 

—Iremos pensando en ello —dijo el hombre mientras rodeaba el escritorio por el lado que estaba Barry—. Después de todo, no es algo para tomar a la ligera. De mientras, ¿puedo pillar algunos? —le preguntó a Cisco señalando los nachos. Este se encogió de hombros en un mudo ademán permisivo—Genial.

 

Con la respiración contenida, Barry apenas podía moverse de la tensión que había sacudido a sus miembros ante la cercanía del científico. Este se había situado entre él y Cisco, y su brazo había rozado a Barry al pasar, erizándole el vello. De repente, aquella gran sala de sofisticada maquinaria e impolutas paredes se volvió demasiado pequeña. Una cárcel de claustrofobia. Rezó para que los demás, Wells en especial, no advirtieran su turbación.

 

—Por cierto, Barry.

 

El aludido pegó un respingo.

 

—Me gustaría hablar contigo un momento —dijo.

 

El velocista balbuceó un <<sí>> rápido al cruzarse sus miradas por un instante y luego lo siguió, percibiendo las expresiones interrogantes en sus otros dos compañeros.

 

Salieron en silencio de la sala y caminaron por el sombrío corredor actuando como si él otro no estuviera allí. Barry experimentó una sensación parecida a la que vivió cuando era pequeño, antes del asesinato de su madre, al ser citado al despacho de la directora de la escuela elemental tras tener su primera pelea grave con un compañero. Recordaba el terror inocente que le había engullido cada centímetro de su persona, uno por decepcionar a sus padres, por ser reprendido. El pasillo pareció haberse extendido, las paredes habían serpenteado como culebras perniciosas a su alrededor, más o menos como lo que estaba pasando justo en ese instante; y al mismo tiempo el camino se hizo más corto de lo deseado andando un paso por detrás de su peor pesadilla. Peor porque en ese momento una charla con Harrison Wells casi parecía peor que una refriega con su más odiado enemigo.

 

Se detuvieron en una pequeña habitación igualmente blanca que disponía de una amplia vitrina con distintos utensilios médicos, una camilla y una lámpara de pie que permaneció apagada. El hombre en silla de ruedas se situó en el centro de la estancia antes de voltearse para mirarle; las manos entrelazadas sobre su regazo.

 

—Barry —dijo—. Puedes sentarte.

 

El superhéroe desdobló la silla apoyada junto a la puerta que el Dr.Wells le señaló y tomó asiento.

 

—Verás, Barry. Dime si me equivoco, pero me ha dado la sensación de que me estás... evitando. —Pausó; Barry tragó saliva—. ¿Es posible?

 

Dejando escapar una risa ligeramente histérica, contestó:

 

—No, por supuesto que no, ¿porque…? Oh, Dios mío, ¿porque iba yo a…? —Sus balbuceos fueron perdiendo fuerza hasta que no fueron más que un hilo de voz—. ¿...evitarle?

 

Harrison rió un poco y separó sus manos.

 

—No lo sé, dímelo tú. Me es difícil creer que has estado enfermo, tú cara no es la de alguien que ha estado enfermo.

 

—¿La de un enfermo recuperado? —tanteó Barry con un encogimiento de hombros.

 

En respuesta, el científico levantó una de sus cejas en una clara mirada escéptica. Barry suspiró. Se removió nervioso en la silla buscando el modo de enfrentar aquello. Sobre todo teniendo en cuenta el tirón que había acusado en su ingle ante la ceja alzada de ese hombre.

 

—Yo… —Vaciló—. De verdad que no sé qué demonios me poseyó, siento… siento haber hecho lo que hice, no fue correcto y, la verdad, —Negó con la cabeza—, no tengo explicación para ello.

 

Los ojos azules estaban sobre él, observándole con una intensidad inusitada y haciendo que el aire que respiraba le cosquilleara dentro de los pulmones. Había un destello de diversión en su mirada que confundió a Barry.

 

—No estoy enfadado porque me besaras.

 

—¿¡E-en serio?! —casi chilló.

 

—¿Debería estarlo?

 

Barry abrió la boca, indeciso y sonrojado.

 

—No —dijo al fin—. Creo. Tan solo… impresionado

 

—Bueno, a veces las personas hacen cosas que sorprenden a uno.

 

Fue poco más que un susurro grave, pero atravesó a Barry de lado a lado calentándole las mejillas y las puntas de las orejas más aún de lo que ya lo estaban.

 

Entonces recordó:

 

—¿Cosas cómo responder a un beso repentino?

 

—Por ejemplo —concedió Wells y, haciendo rodar la silla hasta que sus piernas estuvieron a menos de un centímetro, agregó—: No fuiste el único en dejarse llevar anteayer.

 

—Am… Creí que…

 

De súbito su móvil comenzó a vibrar en su bolsillo y una melodía animada quebró la atmósfera.

 

—Disculpe. —El superhéroe se sacó el aparato del pantalón y miró el nombre parpadeando en la pantalla— Es… es Iris. ¿Le importa si…?

 

—Claro, Iris —dijo el Dr.Wells desviando la vista del chico—. No te preocupes, cógelo.

 

Pasó por su lado hasta salir de la habitación. Lo último que Barry vio en su expresión fue el rastro de una sonrisa que no terminó de convencerle. ¿Acaso se había molestado? Sacudió la cabeza y contestó a la llamada.

 

—¿Iris? Sí, hola.

Notas finales:

 Eso es todo por ahora. Barry está un poco confuso, y va a estarlo un poco más. Tened en cuenta que no es facil de aceptar para alguien heterosexual que está empezando a sentir cosas por un hombre, mucho menos si este te dobla la edad.

Espero vuestros comentarios! Muchas gracias por leer.


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