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Al borde por Toko-chan

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Notas del capitulo:

¡Buenas noches! Uff.. Me ha costado un poco escribir este capítulo pero al final creo que más o menos ha quedado algo decente xD Y algo bastante largo también, es más del doble que los dos primeros juntos.. se me fue la mano. Como sea, espero que lo disfrutéis.

Aishh... estoy demasiado enamorada de ellos dos, en lo que a mi concierne Barry es de Harrison(Eobard) y Harrison es de Barry, no hay otra posibilidad >.<

 

Me haces amar, odiar, llorar, tomar cada parte de ti.

 

Me haces gritar, arder, tocar, aprender todo de ti.

 

Zella Day

 

3

El Obliviateador

 

 

Se obligó a hacer un último esfuerzo por aumentar la velocidad de sus piernas. Sabía que podía lograrlo, estaba a su alcance, solo necesitaba sentir la energía fluir por sus venas, por su piel, entrechocando a través de las moléculas que formaban y daban vida a su anatomía. Con los ojos cerrados, dejó salir el aire lentamente y lo hizo.

 

Las cifras en el contador de velocidad de Laboratorios STAR sufrieron un importante incremento que arrancó expresiones de júbilo en Cisco y Caitlin, y una sonrisa orgullosa en el Dr.Wells.

 

—¡Tío, eso ha sido increíble!

 

Barry sonrió hacia su compañero mientras bajaba el ritmo hasta solo caminar sobre la cinta corredora.

 

—Tu mayor récord sin ninguna duda, Barry. Es asombroso como no hay límites en lo rápido que puedes llegar a correr.

 

Su pulso ya estaba disparado, fruto del reciente ejercicio, pero casi creyó que se le volvía a acelerar al escuchar la felicitación proveniente de aquellos labios tan recurrentes en sus últimos sueños. Tragó saliva y se bajó de la máquina asintiendo hacia el Dr.Wells.

 

Después de su pequeña conversación en privado hacía una semana en la que habían puesto las cartas sobre la mesa, al menos aparentemente, no se habían vuelto a encontrar en privado ni habían retomado el tema del beso. Debían hacerlo eventualmente. O quizás no. No obstante, Barry era consciente de que aún quedaban muchos aspectos en el aire debido a la interrupción de Iris con su llamada. ¿O tal vez le daba demasiadas vueltas? Después de todo no había sido más que un beso, no era como si él quisiera que fuese algo más, ni que se repitiera. Ni siquiera era gay, entonces, ¿para qué darle vueltas al asunto? No tenía respuesta para esa pregunta, lo único que sabía es que tampoco parecía capaz de olvidar el suceso.

 

Se cambió a su ropa casual que ese día constaba de una camisa azul marino y unos vaqueros marrones junto a una cazadora del mismo color. Había hablado con Joe esa mañana e iba a ir a Iron Heights a ver a su padre.

 

—Nos vemos mañana, chicos.

 

—Ah, ¡Barry!

 

El chico se giró ante el llamado de la joven científica.

 

—¿Te importaría pasarte por casa de Clarissa?

 

—Am, no, claro —dijo Barry—. ¿Por qué?

 

Como quien no quiere la cosa, Wells se acercó a él interviniendo en la conversación.

 

—El profesor Stein cree que es peligroso enviar las cartas directamente a su esposa. Justo hoy recibimos dos de ellas, una de Ronnie y otra de Martin Stein —explicó, parado al lado de Barry pero sin buscar en ningún momento que sus miradas se cruzaran.

 

—Y Caitlin quiere que hagas uso de tu súper velocidad para hacer de cartero —terminó Cisco, divertido.

 

Caitlin entrecerró los ojos en su dirección pero luego asintió hacia Barry con un tímido <<¿Si no te importa?>> que le hizo sonreír.

 

Entonces, como haciendo alusión a lo dicho por la chica, Wells alzó una mano en un gesto despreocupado para entregarle un sobre al inquieto velocista que se vio momentáneamente sorprendido por la acción.

 

—La carta —determinó el científico ladeando la cabeza.

 

—¡Oh, si, la carta! —balbuceó—. Me paso en un flash, Caitlin —bromeó.

 

—Ja, ja —se burló Cisco de su guiño.

 

Cuando fue a coger el sobre de las manos del Dr.Wells, sus dedos se tocaron y un temblor excitante recorrió todo el cuerpo de Barry.

 

—Saluda a tu padre de mi parte, Barry.

 

El temblor inicial se transformó en una marea de lava candente al verse a sí mismo reflejado en los penetrantes ojos del otro hombre, porque en ese instante supo, con total seguridad, que Wells acababa de provocarle a propósito con ese sutil contacto de manos.

 

—N-nos vemos.

 

Salió de allí como alma a la que persigue el diablo.

 

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La visita a la esposa del Profesor Stein le tomó más tiempo del esperado dado que la mujer le pidió que pasara a tomar algo. Barry, comprendiendo que Clarissa debía de estar sintiéndose sola debido a la ausencia de su marido con quien llevaba años compartiendo vida, y a la vez preocupada por el bienestar de este, accedió a que le sirviera un café largo.

 

—Siempre huele tan bien en su casa... —alabó mientras aspiraba el aroma floral que le llegaba.

 

Clarissa emitió una carcajada desde la cocina. Segundos después apareció con una bandeja que depositó sobre la pequeña mesa de madera oscura que había frente al sofá.

 

—Es por el incienso —dijo, señaló hacia la vara humeante sobre una de las estanterías—. ¿Qué es un hogar sin un buen olor que lo aromatice?

 

—Estoy de acuerdo —asintió Barry.

 

—Aquí tienes el café.

 

—Muchas gracias.

 

Se lo bebió acomodado con ella en el sofá del comedor; la lámpara en forma de araña y los muebles de estilo vintage acapararon su atención hasta que la mujer extrajo, de uno de los cajones del armario empotrado frente a ellos, un grueso álbum de fotos. Tenía un aspecto destartalado y era evidente que había sido usado gran cantidad de veces. Pronto se dio cuenta de que se trataba del álbum de fotos de la boda entre Clarissa y Martin Stein. Vio las imágenes con una extraña emoción de ajena melancolía alojada junto a la boca del estómago, que trajo con ella el recuerdo del álbum de la misma índole que tenía almacenado en una de aquellas cajas olvidadas que pocas veces se revisan. El álbum de la boda de sus padres, en el cual también aparecían algunas fotos de él cuando era un recién nacido. En brazos de su madre, siendo alzado en el aire por su padre, jugando en el parque infantil con ambos adultos sonrientes. Barry sintió como sus cuerdas vocales se anudaban dificultándole la respiración. Solo entonces se percató de que los ojos de la Sra. Stein estaban húmedos. La última fotografía mostraba una playa bañada por una puesta de sol, donde los recién casados compartían una mirada, una mágica mirada. Barry se preguntó si sus padres también habían compartido antaño ese tipo de mirada que parecía traída de otra dimensión. Se preguntó si él mismo había mirado a Iris de ese modo alguna vez. Y dos lunas azules sacudieron su templanza.

 

—Ai, joven, eran tiempos preciosos. Perdona por esto. Demasiados recuerdos que traen a flote demasiadas emociones, sobre todo cuando la situación ahora no es muy... alentadora.

 

Barry vio como la mujer cerraba las tapas del álbum con delicadeza y una sombra mohína cubría su rostro.

 

—No puedo decirle que no se preocupe —dijo, levantándose y observándola después—. Pero Ronnie y su marido están bien, estoy seguro de que esa carta trae buenas noticias y bonitas palabras.

 

Clarissa suspiró, levantándose también. Le puso una mano en el hombro.

 

—Gracias por las molestias —dijo, cabeceando en dirección al sobre sellado que reposaba sobre la mesita.

 

Barry sonrió.

 

—Gracias a usted por el café. Y, en serio, Martin no querría que usted estuviera triste por su culpa.

 

Se despidieron pocos minutos después, ya pasadas las seis de la tarde. Impaciente, y al mismo tiempo ligeramente nervioso, se apresuró a llegar a la famosa Iron Heights, la prisión donde se encontraba encerrado su padre; la necesidad de hablar con él viéndose potenciada por la remembranza de su madre a raíz de la visita a la Sra.Stein. Y, aún así, para su desgracia, sus pensamientos se afanaban en girar en torno al Dr.Wells, al que no conseguía alejar de su mente por ningún medio.

 

Una vez al otro lado del cristal, sentado en una de esas sillas sobrias y duras que pretendían hacerte sentir mal por ir a ver a un preso, la conocida calma aguda, y a la vez dolorosa, le inundó al ver la sonrisa de Henry.

 

—Papá —llamó.

 

—Hijo, ¿cómo estás? —Debió de ver algo que solo los padres están autorizados para ver porque rectificó la pregunta con remarcable agilidad—. ¿Ha pasado algo? No tienes buena cara.

 

—Estoy bien, o sea como siempre. No puedo ser completamente feliz mientras tu pasas un día más de tu vida ahí —dijo, porque era algo que mortificaba su alma y reavivaba su odio hacia el hombre de amarillo. Empero su padre le estudió con perspicacia y Barry se removió nervioso. Una gran parte del motivo de su visita ese día era para hablar con su padre del suceso que le había estado carcomiendo por dentro como si fuera una plaga de termitas exterminadoras, sí. La cuestión era por dónde empezar—. Es algo confuso —admitió.

 

Los puños de Henry se abrieron mostrando sus palmas demacradas por los años encarcelado; el sonido de las esposas que le apresaban las muñecas resonó como una campanilla.

 

—Lo será mucho más si no me lo explicas.

 

—Cierto —resopló con una media sonrisa—. Veamos, ¿alguna vez te has sentido como si estuvieras dividido entre lo que siempre has creído como una realidad constante en tu vida, y lo que tus acciones demuestran al hacer todo lo contrario a eso?

 

Henry entornó la mirada, pensativo, y se tomó unos segundos, en los que a Barry la cabeza le dio vueltas, antes de contestar.

 

—No te sigo. Venga, un mejor intento, hijo.

 

Era fácil de decir aquello, que lo explicara mejor. Pero cómo manifestar adecuadamente algo que ni siquiera empezaba a comprender, algo que temía que su padre no entendiera, algo con lo que podía llegar a decepcionar.

 

—¿Hijo?

 

Barry alzó la vista para encontrarse con los ojos claros de aquel hombre que lo había amado incondicionalmente aún recluido tras gruesos barrotes de leonina condena. Suspiró.

 

—Lo que quiero decir es... —chasqueó la lengua—. ¿Si alguna vez has hecho algo que nunca te hubieses imaginado haciendo?

 

—Am... Supongo, pero, ¿de qué tipo de cosas estamos hablando? —preguntó Henry.

 

Buen punto, pensó Barry.

 

—No lo sé. —Soltó un angustiado jadeo mientras se frotaba el ceño, por momentos más exhausto—. Cosas románticas, quiero decir. —No advirtió las cejas arqueadas de su padre, en su lugar continuó hablando con la vista gacha y una mano sosteniendo su cabeza—. El otro día pasó algo. Raro. Algo raro. Me... Besé a una persona que nunca hubiese creído posible que yo pudiera llegar a besar. No está dentro de mis... gustos. —Resopló risueño ante sus propias palabras. No ceñirse a sus gustos era poco, en realidad—. La simple idea es horripilante.

 

Cuando terminó de hablar no recibió una contestación inmediata. Y de alguna forma esa parsimonia junto a la tenue luminosidad y el aire macabro del lugar donde estaban, brindó a su espalda y miembros con una aguda tensión. Tensión que le hizo preguntarse, un tanto paranoico, si el guardia del rincón hacía bien su trabajo y era incapaz de escuchar a hurtadillas su conversación.

 

Un sonido al otro lado del cristal, del tipo que hace la ropa al rozar contra una superficie dura, atrajo su atención. Lanzó un vistazo a su padre que se había desplazado hacia delante en la dura silla y le contemplaba fijamente.

 

—Barry, ¿esa persona es una criminal, psicópata o algo de esa calaña?

 

—¡No! —dictaminó, abriendo mucho los ojos e ignorando a conciencia el uso de un determinante femenino. Su risa vibró en el aire cuando sacudió la cabeza—. No, papá, absolutamente no.

 

Henry se encogió de hombros.

 

—En ese caso, ¿qué importa si no está dentro de tus parámetros de gente que podría llegar a interesarte? ¿o que la simple idea sea horripilante como bien has dicho? —Sonrió con indulgencia—. Será horripilante, pero le besaste.

 

Le apuntó con un dedo para recalcar el hecho, cosa que Barry no necesitaba y que solo provocó que el calor ascendiera hasta teñir su rostro y cuello de carmín.

 

—No es tan fácil.

 

—Es más fácil de lo que crees.

 

¿Estaba equivocado? No, el asunto no podía ser tan sencillo como su padre intentaba hacerle ver, él no sabía en torno a quién giraba toda esta espiral de confusión, dudas, recelos y sentimientos encontrados. De súbito, el fantasma de un inocente toque de dedos recorrió su espina dorsal como el revoloteo de una hoja, trayendo consigo conatos de irritación hacia el Dr.Wells. Aquella mañana no había sido una casualidad el roce de manos que habían compartido, el científico lo había querido provocar a propósito, sabedor de lo que ocasionaba en Barry. ¿Intentaba burlarse? Era incapaz de descifrar lo que se llevaba a cabo en esa brillante mente.

 

Se levantó del asiento. Empezaba a sentirse abrumado de nuevo.

 

—Debería irme ya.

 

Su padre asintió.

 

—Está bien, cuídate.

 

—Tú también, papá. Pronto conseguiré sacarte de...

 

—Barry —interrumpió el hombre, una sombra triste en su mirada—Lo sé. Pero antes trata de ser feliz.

 

Barry no respondió. No podía. No podía responder afirmativamente a esa petición. Y tampoco podía contemplar el hecho de aceptar cualquier tipo de interés romántico hacia un hombre que le doblaba la edad como un medio para esa utópica felicidad.

 

¿Cómo hacerlo?

 

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Al día siguiente la alarma de Barry sonó dolorosamente temprano para su gusto, eso conllevó a que la apagara y a que, en consecuencia, llegara tarde al escenario de crimen donde Joe y el Capitán Singh le esperaban.

 

—Señor Allen, ¿finalmente nos brinda con su cotizada presencia? —saludó el Capitán Singh con acidez—. ¿Se le pegaron las sábanas o aún no ha aprendido lo que son los despertadores?

 

—Ah... Tuve un contratiempo de camino, un señora necesitaba cargar unas bolsas demasiado pesadas y...

 

—Barry —interrumpió Joe con un gesto de mano. Su mirada afilada le hizo cerrar la boca.

 

—Disculpe, no volverá a pasar.

 

—Algún día me encargaré de que esas palabras sean verdad —atajó el hombre con sequedad.

 

Barry forzó una sonrisa, antes de seguir a ambos hombres hacia la víctima. Estaban en una vieja cancha de baloncesto de la periferia de Central City, era una zona un tanto tétrica a pesar de ser aún de día, y el olor a basura y a cloaca hendía el ambiente. El muerto era Rupert Watson, un chico de veinte años, negro, fornido, que vestía ropa holgada del equipo de baloncesto federal.

 

Durante unos minutos, Barry se dedicó a examinar el cadáver y su situación en referencia al entorno.

 

—Murió de madrugada, no debía de haber mucha luz ya que por la heridas se puede apreciar que los golpes fueron a la desesperada —comentó, volteando a ver a Joe.

 

—¿Una pelea territorial?

 

—No lo creo. Fue una sola persona la que cometió el homicidio. —Cuidadosamente, se agachó junto al cuerpo, a la altura del hombro—. Por el tipo de heridas que presenta puedo afirmar que el arma era una navaja común, oxidada además.

 

Joe arrugó la nariz.

 

—Peligroso.

 

—Si, enfermizamente peligroso. Pero tampoco importa ya que el tipo se aseguró de que Rupert acabará muerto con las estocadas.

 

—¿Crees que le atacó a traición?

 

Barry dudó, meditandolo por un momento sin apartar los ojos de las señales que rodeaban al cadáver.

 

—No, probablemente dio señales de que buscaba pleito antes de atacar.

 

—Tenemos una testigo —dijo Joe logrando captar la atención del forense.

 

—¿Enserio?

 

—Sí, con pérdidas de memoria muy selectivas, como si alguien hubiese hurgado en su mente y borrado lo que creyó necesario.

 

Perplejo, miró hacia los lados para asegurarse que nadie les prestaba atención y se acercó más a Joe.

 

—¿Un meta-humano? —preguntó, bajando la voz.

 

—Barry, estas cosas están fuera de mi comprensión. No tengo ni idea de qué pueden hacer esos meta-humanos que andas cazando —Sacó un informe de la carpeta que llevaba en la mano y se lo tendió a Barry antes de añadir entre dientes—: Lo que sí sé es que no tenemos registro de que la chica, Mary Holmes, padeciera alguna enfermedad neuronal, tampoco recibió ningún golpe y todas las pistas indican a que, de repente, olvidó cosas que debería de saber, incluído el rostro de nuestro asesino. Demasiada casualidad para este viejo detective.

 

Sí, demasiada casualidad para esa ciudad, sobre todo en los últimos meses.

 

—Lo comprobaré con el Dr.Wells y los demás.

 

Joe asintió, dudoso. Parecía querer decirle algo sin llegar a atreverse.

 

—¿Qué? —instó Barry.

 

—Nada —dijo—. Nada.

 

La respuesta del que era como su padre le pareció sospechosa, pero él tampoco añadió nada más.

 

Después de poner en orden todo el papeleo del caso de su trabajo como forense, se dirigió a Laboratorios S.T.A.R para reunirse con Cisco y Caitlin (porque lo cierto era que durante el corto trayecto rogó por no encontrarse con el Dr.Wells, sus plegarias fueron en vano no obstante) y ponerles al corriente del posible nuevo meta-humano-borra-memorias. <<Déjame a mi lo de los motes, tío>> había suspirado Cisco cuando Barry lo nombró.

 

No fue difícil identificarlo gracias a una muestra de sangre que Barry había conseguido del cuerpo de la víctima y que resultó no ser de dicha víctima, sino del atacante.

 

—Dante Redbird —leyó en voz alta el Dr.Wells, sentado delante de un monitor—. Tiene varios antecedentes turbios, pero nada tan grave como un asesinato.

 

—Es de los barrios bajos, ¿una cuenta pendiente? —sugirió Caitlin, mirando la pantalla por encima del hombro.

 

—Tal vez. Probablemente.

 

Con los brazos cruzados y con una expresión imperturbable, Barry les observaba dialogar apartado a un lado. No podía determinar el momento en el que la vergüenza había dado paso a la frustración, a la molestia que le había estado pinchando sutilmente durante todo el día de ayer y hoy desde que el Dr.Wells le había intentado provocar. Porque estaba seguro de que lo había hecho y no sabía qué pensar de ello. Harrison Wells ni siquiera era gay —y Barry tampoco—, había estado con Tess Morgan, ¿sería lo que la gente llama bisexual? Barry estaba muy fuera de onda en esos temas, lo respetaba, pero realmente no iba con él.

 

—El Obliviateador. —La voz de Cisco hizo que Wells y Caitlin voltearan a verlo con expresiones exasperadas; Barry apenas le prestó la justa atención—. ¿Qué? ¿Harry Potter? Todo el mundo conoce Harry Potter, ¡Obliviate! —Agitó la mano como si tuviera una varita, pero los otros no parecieron identificarlo por lo que el hispanohablante suspiró, resignado—. Es un hechizo que borra la memoria, como nuestro meta-humano, ¿en serio no habéis visto las películas?

 

Caitlin frunció el ceño.

 

—Creo que vi alguna de pequeña —dijo.

 

—¡Oh, vamos! ¿Dr.Wells? —El aludido levantó las palmas de las manos como haciéndose el desentendido—. Eso lo solucionaremos en nuestra próxima sesión de películas y palomitas. Al menos Barry no me falla.

 

El velocista apartó la mirada del Dr.Wells, a quien se había quedado mirando por unos segundos, preguntándose, no por primera vez, si el hombre podría querer algo con él en caso de ser bisexual. Y de paso cuestionándose qué demonios le importaba eso a él. Le sonrió vagamente a Cisco y asintió.

 

—Harry Potter es top, compañero. —Se apartó suavemente de la pared en la que había estado apoyado y en un instante fugaz se colocó el traje rojo de Flash—. Lo más rápido aquí es ir a atrapar a Dante antes de que mate o haga daño a alguien más.

 

—Espera, Barry, no sabemos ni dónde está —dijo Caitlin.

 

—No debe ser muy difícil averiguarlo, solo tenemos que...

 

—No, no es eso. Ni siquiera sabemos cómo funciona su poder exactamente.

 

Barry se encogió de hombros antes de defender su punto.

 

—Y no vamos a descubrirlo estando aquí charlando. Ese tipo tiene varios antecedentes como habéis dicho, no podemos dejarlo suelto. —Alzando las cejas, añadió—: Además su poder no es una gran habilidad de combate, lo atraparé antes de que pueda tocar mi memoria.

 

—Tío, no se si es buena idea —echó una mano Cisco en esta ocasión

 

Barry fue a replicar, tozudamente, pero entonces el Dr.Wells intervino en la conversación con autoridad.

 

—No es buena idea en absoluto.

 

Fue el tono más que las palabras en sí, lo que hizo voltear a Barry hacia el científico y mirarlo con incredulidad.

 

—No siempre se tiene que tener todo calculado. También es inteligente actuar con un poco de coraje de vez en cuando.

 

—Coraje es con el que actúas siempre, que no imprudencia. No cuando el riesgo es tu seguridad —sentenció con acritud; sus ojos azules taladraron a un desconcertado Barry unos segundos antes de girarse hacia los otros dos y admitir—: No os preocupéis, esto es culpa mía, el Sr.Allen está ofendido conmigo, por eso anda de mal talante.

 

Un súbito sonrojo ascendió por el cuello de Barry, tiñéndole las mejillas cuando vio las miradas curiosas de Cisco y Caitlin

 

—¿Con usted? ¿Qué ha pasado?

 

—¿Estás enfadado con el Dr.Wells, tío?

 

Barry sacudió la cabeza. ¿Cómo podía haberse dado cuenta Wells? ¿Tan poco sutil era? ¡Además realmente era su culpa, por eso lo sabía, le había provocado a propósito! Y él se había dejado provocar porque... porque por algún extraño e incoherente motivo el hombre no le era indiferente.

 

—N-no me pasa nada. ¿P-por qué iba a estar enfadado?—balbuceó atropelladamente, gesticulando como para enfatizar lo que decía—. Solo digo que es peligroso dejarlo suelto mucho tiempo. Ya, en fin, ya lo habéis visto.

 

El Dr.Wells asintió.

 

—Solo permitenos unas horas para planearlo mejor.

 

—Bien —aceptó Barry, incapaz de aguantar su mirada.

 

Finalmente no fue hasta tres horas más tarde que Cisco dio el último retoque con el láser a su nuevo invento. Barry se encontraba inquieto, caminando de un lado a otro por la sala, cuando su compañero lo llamó y depositó una especie de cascos amarillos que parecían de cristal en sus manos.

 

—A simple vista no parecen gran cosa, pero deberían funcionar —había dicho Cisco con tono orgulloso.

 

—¿Si me lo pongo esto impedirá que Dante penetre en mi mente?

 

—Y puedes llevarlo a la vez que el auricular —había afirmado el hispanohablante a la vez que asentía con un movimiento de cabeza a lo preguntado por él.

 

—¿Qué porcentaje de eficacia tiene?

 

La última pregunta la había formulado el Dr.Wells, pero el héroe no se había dignado a perder ni un segundo más de tiempo por lo que, en menos de lo que se tarda en decir "Flash", había desaparecido de Laboratorios S.T.A.R con su traje.

 

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Barry se detuvo por un momento con el fin de escrutar el barrio de mala muerte al que había dado a parar. Ahí era donde habían localizado, mediante un algoritmo, a Dante Redbird, el Obliviateador como le había bautizado Cisco.

 

El día ya estaba llegando a su fin pero la noche apenas empezaba a asomar, cerniéndose sobre las nubes que eclipsaban la escasa luz solar que se filtraba por las estrechas calles de altos y antiquísimos edificios. El lugar se encontraba relativamente cerca de la cancha de baloncesto donde había sido asesinada la víctima de Dante. Un poco más al sur. Por los barrios gitanos, donde las emboscadas de bandas eran comunes, la basura permanecía desperdigada por el asfalto junto a las interminables colillas de tabaco, y las edificaciones eran construcciones frágiles y destartaladas que parecían tiritar con la brisa.

 

El típico sitio al que darías una mirada fugaz antes de alejarte con el rabo entre las piernas. A no ser que fueras el Capitán Frío. O Flash en una misión.

 

Barry se frotó las manos y buscó con la mirada el número 33. Lo encontró encabezando una portería, tallado en unos parcos adhesivos de metal oxidado.

 

—Lo tengo —informó a sus compañeros a través del micro.

 

Aún si hubiera sido una persona normal y corriente, no le hubiera supuesto demasiado esfuerzo adentrarse en bloque de adobe rojo. La puerta principal se hallaba hecha pedazos; los trozos del cristal roto dispersos por el rellano como si formaran parte de él.

 

Los ojos de Barry brillaron con determinación. Luego, todo sucedió muy deprisa.

 

En menos de un minuto, Barry había registrado el ala oeste del casi-abandonado edificio —Solo se había topado con unos drogadictos, y con una vieja y un gato en uno de los áticos—, y se dirigía hacia el otro lado. Fue entonces, atravesando el patio central descubierto, cuando pasó.

 

Lo primero que notó fueron sus pies enredándose con algo invisible, o algo en lo que no había reparado.

 

Lo segundo, unas cuerdas, que pesaban como si estuvieran hechas de plomo, cayendo sobre él, atándolo, subyugándolo, reduciéndolo a una maraña de miembros enredados.

 

Por último, un golpe seco se estrelló contra su espalda y le hizo ver puntos de color antes de caer en redondo hacia delante con un gemido de dolor.

 

El pavimento estaba helado, y el polvo que se elevó con su caída le entró en los ojos. Como si no tuviera suficiente con el ardor que aguijoneaba su espina dorsal desde la parte inferior hasta los omoplatos.

 

—¿Barry? ¡¿Qué ha pasado!? —le preguntó Cisco por los auriculares.

 

El velocista hizo un sonido que pudo significar cualquier cosa. Abrió los ojos tras parpadear unas cuantas veces y trató de incorporarse ligeramente. ¿Qué había pasado? Estaba completamente atado con una especie de cuerdas metálicas. Echó una mirada por encima de su hombro. Entonces lo vio.

 

Un hombre de baja estatura pero un cuerpo que se adivinaba fibrado tras las ropas holgadas y sucias que vestía. Debía rondar su misma edad, supuso Barry, pero sonreía con una sonrisa de dientes amarillos manchados con el humo de una excesiva consumición de tabaco. Era de piel negra, ojos negros y llevaba el pelo trenzado y recogido en un moño que se veía grasiento y pulgoso. Como todo él, en realidad.

 

La figura ante el rompió en carcajadas.

 

—Oh veamos, ¿que nos hemos encontrado? El famoso Flash viéndose reducido como un pequeño minino —se burló con una voz chirriante y aguda.

 

—Dante Redbird.

 

El joven volvió a reír, jugueteando con las gafas de sol que llevaba sobre la cabeza.

 

Barry se revolvió tratando de zafarse de la sujeción que lo aprisionaba, mas aquellas correas eran firmes y no parecían dejarse romper con facilidad. Al ver sus intentos por liberarse, Dante le asestó un puñetazo en la barbilla, crujiéndole la mandíbula en un sonoro "crack".

 

—Chicos... —gimió Barry, en busca de ayuda. Sintió como un líquido caliente descendía desde su boca hasta gotear sobre el terreno empedrado. Sangre.

 

—¡Barry, tienes que salir de ahí!

 

Hubiese rodado los ojos ante la sentencia de Caitlin.

 

—Me tiene atado. Son unas cuerdas que parecen hechas de acero o plomo —susurró, apurado. Cada palabra que pronunciaba era un infierno para su mandíbula golpeada.

 

Echando un rápido vistazo a la situación, un sentimiento parecido al miedo trepó por su estómago como una enredadera. Estaba acorralado. Atado de arriba a abajo con un material aparentemente irrompible, a total merced de un maniático meta-humano. Al menos, se dijo, los cascos funcionaban.

 

—No tienes que hacer esto, Dante. Ya has matado a una persona, no manches tus manos con más pecados —farfulló. Pero solo logró arrancar una media sonrisa en su enemigo—. La policía te atrapará —advirtió—. Nunca serás libre.

 

—¿Quién me lo impedirá? ¿Tú con tu velocidad? —Barry le fulminó con la mirada. Dante solo lució mucho más divertido ante esto—. Mmm, si. Esa es la mirada que mis células anhelaban —Al hablar, entonaba las palabras como si estuviera cantando—. ¡Desafío, valentía, ahínco! —enumeró mientras daba saltitos alrededor de Barry, que se revolvió con furia—. Shh, shh, minino. ¡No nos pongamos demasiado agresivos! O de lo contrario papá Dante tendrá que zarandearte.

 

Esta vez sí que vio llegar la patada que se hundió en su estómago, sacudiéndole las tripas y haciéndole abrir los ojos del daño; sus costillas crujieron como astillas. Tendido en el suelo, encogido sobre sí mismo, jadeando con dificultad, la voz de Cisco llamándole era poco más que una sombra difusa tras la risa desquiciada del criminal. Incluso creyó escuchar al Dr.Wells diciendo su nombre. Sacudió la cabeza para aclararse. Luego tosió y escupió sangre. En la última caída había aterrizado sobre su costado derecho, y aplastado su brazo bajo su cuerpo, dejándolo entumecido por un estallido de dolor.

 

A duras penas logró incorporarse sobre el otro codo para toparse con la expresión de Dante contraída en un rictus frustrado. Como el de un niño al percatarse de que su juguete favorito se ha quedado sin pilas. Barry no tardó en comprender por qué.

 

—Parece que la Navidad se ha adelantado para nuestro querido Flash... y le ha provisto de un regalo con el que a mis poderes tener la suerte de evitar— espetó el meta-humano aceleradamente.

 

Los cascos.

 

Barry se permitió el lujo de sonreír con chulería, y aunque sabía que estaba en mala situación para hacer eso consiguió que su agresor frunciera el ceño con descontento.

 

—Yo de ti no me reiría tanto, minino —siseó. Sacó una pistola de la parte trasera de sus pantalones y disparó. La bala se estrelló contra la parte frontal de los cascos, que se quebraron y cayeron sobre el suelo, partidos en dos.

 

—Minino, minino.

 

Barry se estremeció de terror.

 

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A Harrison Wells se lo estaban comiendo los nervios. Aquel tipo, Dante, solo era un fanfarrón con pretensiones de desquiciado mental, o quizás lo estaba, pero tenía a Flash en un aprieto.

 

—Cisco. ¿Las ondas de calor instaladas en el traje podrían romper las ataduras?

 

—No lo sé, no sabemos de qué material están hechas. Podría entrar todo en convulsión —contestó este, sacudiendo la cabeza con evidente estrés. Un chasquido sonó por los altavoces—. Barry, ¿qué ha sido eso?

 

—Los cascos... se han roto.

 

Cisco y Caitlin soltaron una exclamación.

 

—Mierda.

 

—Dios mío, Dr.Wells, ¿no hay ninguna forma de ayudarlo?

 

El hombre de ojos azules se mordió el labio inferior sintiendo un remolino de furia nacer en la boca de su estómago. No se podía estar todo desbaratando tan pronto. Sus planes haciéndose añicos por un payaso. Aún no era el momento de que se descubriera su verdadera identidad, no podía simplemente ir y salvar a Barry Allen. Por otro lado, si este moría...

 

La voz aguda de Dante cortó el hilo de sus pensamientos.

 

—¿Cuán divertido será jugar con la memorias de Flash? ¿Podré marear tus recuerdos como a una perdiz que más tarde arderá?

 

Harrison Wells apretó el agarre sobre el brazo de su silla de ruedas.

 

—Cisco, ¿crees que podrás cortar el hilo de electricidad del edificio y crear un vacío de combustión de hidrógeno?

 

Caitlin sacudió la cabeza, confusa.

 

—Si hacemos eso se crearía una burbuja de monóxido que les desmayaría a los dos... —Abrió los ojos—. Pero si se someten a esa atmósfera mucho tiempo podrían morir.

 

—No dejaremos que eso suceda —dijo el Dr.Wells. Luego volteó hacia el hispanohablante que ya tecleaba en su ordenador con celeridad—. ¿Cisco?

 

—No creo que podamos hacerlo a tiempo.

 

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Barry sabía, de alguna forma, que estaba perdido. Tenía una fe desmedida en sus compañeros, especialmente en su ídolo desde bien pequeño, el Dr.Wells. Y, sin embargo, al final era él el héroe, o por lo menos era él el que tenía superpoderes, el que tenía que protegerlos y no limitarse a depender de ellos.

 

Dante lo lo puso boca arriba con brusquedad y le clavó la planta de sus bambas en el pecho con un impacto desabrido que le cortó la respiración por un instante. La mirada del meta-humano sobre él era turbia, oscura bajo el cielo cubierto de un manto anaranjado y apagado. Barry resolló a bocanadas de aire, tratando de que el oxígeno alcanzara sus pulmones. Los ojos le lagrimearon del escozor que quemaba su pecho y el dolor que le acusaba por todo el esqueleto. Pero, sobre todo, de impotencia.

 

—¿Qué debería borrar primero? —preguntó retóricamente Dante, con una voz afilada, apretando la presión de su pie contra el pecho palpitante de su presa.

 

Barry jadeó con un tono rasposo y lastimero. No quería que le borrara nada, no sus memorias, no su vida. Una retahíla de momentos desfilaron ante sus ojos como si fueran los créditos de una película de Hollywood. Momentos con Joe, con su padre, la primera vez que montó en bicicleta, su primer premio de ciencias en la escuela, las noches de películas con Iris, el hombre de amarillo, su madre, el día que conoció a Caitlin y a Cisco, la primera vez que supo que realmente estaba conociendo a Harrison Wells, el beso que le dio a Harrison Wells y que todavía no entendía el motivo... Ni nunca lo entendería si lo olvidaba.

 

—Dr... Wells.

 

Los ojos de Dante estaban sobre los suyos, pero no porque lo estuviera mirando. Iba más allá de esa superficialidad. Los ojos de Dante estaban sobre su mente, en su consciencia, notaba el peso de ellos allí, en un lugar en el que no deberían estar. Y todo se volvió negro.

 

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Dr... Wells. Su nombre, el nombre con el que se había dado a conocer en los últimos quince años, el nombre con el que todos en ese tiempo le conocían, retumbó en sus oídos con la voz de Barry. Un pánico desconocido le sacudió las entrañas, y algo que la gente llamaba corazón pareció brincar contra sus costillas. No lo conseguirían, el tiempo parecía haberse detenido en su mente, pero no serían capaces de crear el vacío de hidrógeno a tiempo.

 

Dr... Wells. Aún sentado en la silla de ruedas, adelantó uno de sus pies ligeramente, preparándose para hacer uso de la fuerza veloz. Todo se iría por el desagüe, pero no habría nada que perder por el desagüe si Flash moría.

 

Súbitamente, un estruendo estalló a través de los altavoces venido de ningún sitio, congelándole sus intenciones de salir corriendo a por Barry. El estruendo fue acompañado de un jadeo de sorpresa y el ruido de algo impactando contra el asfalto. Todos en Laboratorios S.T.A.R se sumieron en un hermético silencio. No había forma de saber que había pasado, pero Harrison Wells tuvo la intuición de que había sido favorable, lo cual no impidió que tuviera el alma en vilo hasta el final.

 

—¡Barry! Barry, ¿estás bien? —Por fin, se escuchó preguntar a alguien al otro lado.

 

Una voz conocida rompió la tensión en el ambiente y arrancó suspiros de alivio en todos los de Laboratorios S.T.A.R.

 

—Ronnie, Profesor Stein —suspiró Caitlin, apoyándose sobre la mesa al no poder aguantarse en pie de la distensión después de la tormenta—. ¿Cómo está Barry?

 

—Lo tengo. Tenemos —rectificó—. Desmayado. Bastante magullado, pero nada que no sea reversible con unos buenos cuidados y sus habilidades regenerativas. Parece que el tipo no se esperaba que Flash tuviese amigos de su misma índole, estará inconsciente un buen rato. —Caitlin sonrió. Hubo un ruido de movimiento al otro lado, como de algo siendo cargado—. ¿Aviso a la policía para que se encarguen de él?

 

El Dr.Wells inhaló profundamente. Luego dejó salir el aire cerrando los ojos con suavidad.

 

—No, Ronnie. Llamaremos a Joe. Tú trae a Barry a Laboratorios S.T.A.R, tenemos que comprobar que no le hayan dañado la memoria —dijo—. Ese meta-humano, Dante Redbird, tenía el poder de hurgar con las mentes de las personas.

 

—Me dirijo hacia allí.

 

La comunicación se cortó con un chasquido. Cisco soltó una exhalación y se dejó caer contra el respaldo del asiento, piernas y brazos laxos.

 

—¡Jesús de mi vida, bendita aparición! —exclamó. Y todos estuvieron de acuerdo.

 

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Depositó la gasa manchada en antiséptico contra la última de las heridas visibles de la espalda, las cuales no eran pocas, tratando de desinfectarlas lo mejor posible. Barry no pudo reprimir un pequeño quejido.

 

—Lo siento —susurró Caitlin, y apretó de nuevo con más cuidado—. Esta es una gran herida.

 

—Si... Creo que hay unas cuantas de esas —dijo Barry.

 

Se encontraba acostado de lado sobre una camilla situado en el Córtex de Laboratorios S.T.A.R. Caitlin le había estado subsanando todas las heridas con peligro de infección desde que había recuperado la consciencia. Tenía todo el cuerpo magullado y notaba su respiración pesada, como si hubiera piedras obstaculizando el paso del aire a través de sus vías respiratorias. Le habían inyectado un calmante vía venosa en la muñeca y hecho otros muchos cuidados mientras estaba inconsciente, decenas de cuidados en los que no le apetecía pensar.

 

—Está bien, ahora es cuestión de reposo —dijo la chica, sonriendo reconfortante antes de levantarse de la silla que había a su lado—. Es mejor que te quedes a dormir aquí esta noche, al menos. Aunque tu recuperación sea rápida has sufrido una buena... tunda.

 

Barry se acostó sobre su espalda, hizo una mueca ante el contacto de sus moratones contra la superficie de la camilla pero después soltó una risa.

 

—La tunda del siglo —admitió.

 

—Sí, tío, subestimamos los poderes amnésicos —comentó Cisco, apoyado contra recodo de la entrada acristalada a la sala de la camilla; mientras hablaba pegaba bocados a un perrito caliente— Menos mal que Ronnie...mm y el Profesor Stein pasaban por ahí.

 

Ya te digo, pensó el velocista. Nada más despertarse, Barry había pegado un brinco en la camilla, sobresaltado a todos. Había preguntado por Dante Redbird, cómo había llegado hasta Laboratorios S.T.A.R, qué había pasado. Así que el Dr.Wells le había dado una explicación escueta que logró calmar a Barry, permitiendo así que le acabaran de hacer las pruebas y cuidados pertinentes. Al parecer, su memoria no había dado signos de haber sido alterada, pero de todas formas el velocista se sentía un poco mareado y ligeramente revuelto, como si le hubieran metido en una lavadora durante horas. Sensación que había ido menguando en la última hora, después de haberse vuelto a despertar de un segundo reposo de unos pocos minutos.

 

Sintiéndose más despejado, su mirada vagabundeó por la sala notando que, además de Cisco y Caitlin, ahí solo se encontraba Ronnie, de pie, con los brazos cruzados y un semblante agradable. A quién, sea dicho, todavía no le había dado las gracias. Se preguntó dónde estaría ahora el Dr.Wells, pero enseguida se abofeteó mentalmente por el pensamiento. En cambio, dijo:

 

—Hey, Ronnie, no sé qué hubiera hecho sin ti.

 

—Palmarla bien, creo —contestó este, tendiendo su mano hacia Barry, que la cogió de inmediato con una media sonrisa.

 

—Sí, gracias por restregarlo pero... sí.

 

Ambos rieron con la ligereza de saber que al final todo había ido bien. Barry se giró hacia Caitlin que los observaba luciendo feliz; para ella la aparición de Ronnie, además de un alivio, había sido una agradable sorpresa que no esperaba. Que nadie esperaba.

 

—¿Dónde está el Profesor Stein? —preguntó—. No lo he visto en todo el rato que llevo despierto.

 

—Bueno, ellos solo están de paso por aquí —explicó la chica—. Van a...

 

—A visitar a otro amigo de Martin.

 

Caitlin asintió a lo dicho por su novio y continuó hablando:

 

—Sí, un amigo del Profesor Stein. Por lo que tenían que pasar cerca de Central City y tomaron la gran decisión de hacer una rápida visita.

 

—Y oportuna —recalcó Cisco con la boca llena.

 

Barry enarcó una ceja en su dirección y suspiró. Era bueno que el Profesor hubiera encontrado un hueco para ir a ver a su esposa, la mujer realmente lo extrañaba y se quedaría más tranquila viendo con sus propios ojos que estaba sano y a salvo.

 

Estuvieron hablando unos minutos más hasta que Caitlin y Ronnie se dieron a la fuga —También necesitaban algo de tiempo a solas ya que Firestorm partiría al día siguiente hacia su destino original—, Cisco se burló con un ante lo que Barry soltó una risa.

 

—Juventud, juventud... —Cuando la pareja ya se hubo ido, Cisco se deslizó por el Córtex tarareando mientras recogía unos folios— Precioso amor juvenil para los que no les tiran tomates las chicas guapas, algún día tendré buena suerte, tío —dijo, arrancando una sonrisa en Barry, que había cerrado los ojos y hundido la cabeza contra la almohada.

 

—No falta nada para Navidad.

 

Una exclamación ahogada provino de donde Cisco se hallaba recogiendo sus pertenencias.

 

—No me lo recuerdes —dijo, alzando una mano—. Las comidas familiares son... espeluznantes.

 

Barry abrió los ojos para mirarlo. Parecía estar rememorando alguna de esas nefastas reuniones familiares que tanto aborrecía. ¿Qué tan malo podría ser? Aunque era consciente de que su compañero no se encontraba del todo en buenos términos con sus padres y su hermano, a Barry, por su experiencia, le costaba identificarse con su situación. Si él tuviese a sus padres juntos, reunidos; si no le hubieran sido arrebatados, él hubiera disfrutado de cada momento con ellos, más aún en una época como Navidad.

 

—¡Ya lo tengo! —Barry volteó para mirar a Cisco. Se encontró con una sonrisa perversa que no le inspiró ninguna confianza—. Tú y yo, amigo, vamos a salir de copas antes de Navidad y a conseguir una bonita chica en nuestras desoladas manos.

 

Barry parpadeó, aturdido pero evaluando el plan. En realidad, no le parecía una mala idea. No lo era de hecho. Que sintiese un amasijo de coraje hacia sí mismo no significaba lo contrario. Tampoco que al hablar de chicas y de líos le viniera a la mente el Dr.Wells.

 

Abrió la boca para contestar pero un ruido desde la entrada de la sala le detuvo. Al girarse se encontró con un par de ojos azules que les contemplaban con entretenimiento.

 

—¿De caza por Navidad, Cisco?

 

—Dr.Wells —saludó este—. Puede unirse a nosotros también. ¡Oh! ¿Cómo puede ser esto? Los tres hombres de Laboratorios S.T.A.R más solos que la una —se lamentó graciosamente.

 

Wells esbozó una media sonrisa en dirección a Cisco; arrugando el ceño al mismo tiempo antes de declarar con ligereza:

 

—Yo me temo que declinaré la oferta, ya estoy mayor para salir de ligues, y no creo ir acompañados de un... tullido, además de un paria para muchos, os ayude a atraer a las chicas. —Sus palabras trajeron con ellas una nube de aflicción, que fue patente en los ojos de los dos más jóvenes. Sin embargo, Wells trató de quitarle importancia el ver sus expresiones—. No tenéis que preocuparos, yo estoy bien con mi laboratorio. Pero... —Fijó su mirada en Barry—... estoy seguro de que lo pasaréis bien.

 

Barry se sonrojó y desvió la vista, incómodo. Hubo un espacio de tiempo en el que nadie se aventuró a decir nada, hasta que Cisco se vistió su abrigo y se enroscó una gruesa bufanda de lana blanca.

 

—Bueno, chicos, yo iré tirando ya para casa.

 

Barry echó una mirada a uno de los monitores que registraba la grabación de una de las cámaras exteriores de Laboratorios S.T.A.R, donde la penumbra nocturna ejercía su reinado, y asintió.

 

—Es tarde. Descansa.

 

—Tú eres el que tiene que descansar. Nos vemos mañana —se despidió con una sacudida de mano cuando ya desaparecía tras la esquina de la puerta.

 

Tanto Barry como el Dr.Wells respondieron con un cero sincronizado que se quedó revoloteando en la sala, suspendido en el aire como un cuervo de mal augurio. La estancia rebosaba tal tensión en ese momento que si alguien hubiese tenido un cuchillo y se hubiese dedicado a rasgar la atmósfera con él, probablemente hubiese podido destriparla como a un filete de carne. Barry permaneció recostado en la camilla, con la cabeza ladeada hacia el lado contrario al que se encontraba el Dr.Wells y los ojos cerrados como si tratara de dormir. Sin embargo, la realidad era muy distinta. Los oídos le pitaban con el zumbido infinito de los ordenadores y de toda la maquinaria tecnológica, mientras que el corazón le palpitaba tan fuerte contra el pecho que temió que el otro hombre fuera capaz advertir cuán nervioso estaba. El silencio se prolongó durante varios minutos en los que Barry resistió la curiosidad de girarse y comprobar qué demonios hacía Wells, pues no le había escuchado moverse. Dios mío, parezco un adolescente, pensó, las alarmas disparándose en su mente porque, Dios mío, no podía parecer un estúpido adolescente con Wells, con un hombre, con alguien que le doblaba la edad... ¡Debía de ser un tonto nervioso con Iris, como siempre! Con Caitlin, con Linda, con cualquier chica de su edad. Pero definitivamente no con Harrison Wells.

 

—;¿Estás dormido, Barry? —habló el científico, de pronto, en lo que fue menos que un susurro. Por un momento, el chico barajó la posibilidad de fingir que, en efecto, había cedido ante los brazos de Morfeo— No, por supuesto que no lo estás.

 

Pues vaya.

 

Todavía sin mirarlo, giró ligeramente la cabeza y se pasó una mano por la cara.

 

—Solo... solo intentaba relajarme.

 

—Ha sido un día duro.

 

—Sí... sí, lo ha sido.

 

El silencio volvió a extenderse entre ellos como un manto de inquietud, como un duelo en el que el primero que hablara perdía. Bajo las sábanas, Barry frotó sus manos contra la camilla al sentirlas sudadas. Su mente parecía haber perdido la habilidad de hilvanar frases coherentes, las cuales se evaporaban como si fueran humo antes de siquiera llegar a tomar forma.

 

—Adelante, pregunta lo que sea.

 

Su mirada, sobresalta y ligeramente perpleja, enfocó por fin al otro hombre, quien estaba inclinado hacia adelante en la silla de ruedas; los codos apoyados en las rodillas, las manos entrelazadas y dos océanos inmensos devolviéndole la mirada. Barry retuvo un estremecimiento.

 

—¿Q-qué? ¿Qué tengo que preguntar?

 

Harrison Wells enarcó una ceja, divertido.

 

—Eso es lo que yo estoy preguntando, Barry.

 

—No lo sé —dijo, encogiéndose de hombros. Tenía tantas cosas por preguntar, tanto que necesitaba saber y tanto a lo que el otro hombre no podía responder, porque simplemente era imposible que supiera las respuestas, que en ese momento se sintió como un pez fuera del agua—. N-no lo sé, yo... es decir, podría preguntar muchas cosas, hay muchas cosas que preguntar —rió, abrumado, a la par que se frotaba la barbilla y trataba de incorporarse un poco.

 

—Déjame, te ayudo.

 

—Gracias...

 

Había estado a, aproximadamente, un metro de distancia hasta ese momento en el que acercó su silla para presionar la palanca que servía para la inclinación del respaldo de la camilla.

 

—¿Está bien así? —preguntó el científico, y recibió un asentimiento de Barry en voz baja—. Bueno, estoy seguro de que hay muchos temas que podríamos discutir, pero yo me refiero a las... —Entrecerró los ojos, pensativo—... a las dudas que creo que te están surgiendo acerca de la naturaleza de nuestra relación.

 

¿Qué eran esas mariposas? ¿Que eran esas puñeteras mariposas que le revoloteaban por el estómago ante la perspectiva de volver a tocar ese tema con Wells? Tragó saliva.

 

—¿La naturaleza? Somos amigos, ¿no?

 

Un suspiro brotó de los labios del mayor. Unos labios rojos y marcados, advirtió Barry.

 

—Si no quieres hablar de ello solo tienes que decirlo. No es una obligación ni quiero forzarte a ello —dijo con resignación—. Deberías descansar y yo debería volver a mi casa.

 

El tímido contacto de una mano sobre su hombro le hizo detenerse cuando ya se estaba girando para salir del lugar y, posando sus ojos en Barry, vio que este se relamía los labios, nervioso.

 

—Lo siento, esto es... —Barry soltó una carcajada—. ¿Estoy siendo muy estúpido?

 

Wells elevó la comisura de los labios en una sonrisa burlona, no obstante carente de maldad.

 

—Solo lo justo —concedió, arrancando una nueva sonrisa en el chico, ahora visiblemente más relajado que hacía unos segundos.

 

Se quedaron callados, cada uno sumido en sus propios pensamientos, inmersos en los problemas que dichos pensamientos le acarreaban. Aún sin ser capaz de descifrar cómo debería sentirse en presencia del hombre al que besó días atrás, o como, en cambio, se sentía, consiguió armarse de valor para traer un grano de sinceridad a esa inaudita conversación.

 

—Supongo que estaba en lo cierto hoy. Estaba enfadado con usted, o bueno, no enfadado, más bien...

 

—¿Ofendido? —tanteó Wells.

 

Barry asintió.

 

—Ofendido. Sí. Es mi culpa, totalmente. Desde esa noche —Tomó aire de una bocanada y lo soltó todo de golpe—. Desde esa noche hace poco más de una semana no he podido dejar de pensar en lo que hice y en por qué lo hice y se está volviendo una locura, en serio. Pero lo peor de todo es el sentirme diferente cuando usted anda cerca, sentir incomodidad, nerviosismo, vergüenza, no sé, cosas que solo había sentido por chicas hasta ahora. Con lo que creo que cabe la posibilidad de que haya empezado a pensar que usted intentaba provocarme a propósito solo porque nuestras brazos se rozasen un momento o por pasar por mi lado del escritorio —Hizo una pausa y las últimas palabras las dijo poco a poco, en un susurro—: en lugar de por el de... Caitlin o Cisco.

 

Lo había dicho. No podía creer que acabase de confesar aquello. Una nebulosa de irrealidad se cernió sobre él, haciéndole sentir frío y calor al mismo tiempo. Se removió en su sitio echando escuetos vistazos en dirección al Dr.Wells. Este había enmudecido; con la boca entreabierta y los ojos ampliados en un tangible asombro. Barry se hubiera reído si la situación fuese otra menos vergonzosa para su persona.

 

—Wow... Eso ha sido... intenso. —El científico aún abrió y cerró la boca varias veces antes de inclinarse hacia atrás en su asiento y admitir—: Lo siento, Barry, me he quedado en blanco. Lo que no es muy habitual.

 

Tomándose sus palabras como un triunfo, el velocista decidió ir un poco más allá. Total, ¿qué más daba si ya se había subido al barco?

 

—Pero usted lo sabía. Cómo me sentía.

 

Wells dejó escapar un bufido risueño.

 

—En efecto, tenía mis sospechas, no hacía falta ser un genio. La sutileza no es su campo, Sr.Allen —dijo. Su apellido dicho de esa manera transmitió señales de calor y alarma por todo el cuerpo de Barry—. Pero te admito que no me esperaba una confesión tan directa como la que acabas de hacer.

 

—Si, bueno, a veces soy... hago ese tipo de cosas —balbuceó Barry—. Sorprender.

 

—Me he dado cuenta.

 

—Si...

 

Sus miradas se encontraron en ese momento, ligeramente esquivas, juguetonas, independientes de lo que sus dueños ordenaban a su conciencia. Le ardían las orejas bajó la intensidad de los ojos azules de su compañero, y supo que se había sonrojado y se maldijo por ello.

 

No soy gay, ¿qué demonios?

 

También se percató, de alguna manera, que después de tanto hablar seguía sin tener la más mínima idea de lo que pensaba el Dr.Wells de todo aquel asunto. Parecía evidente que no le horrorizaba, pero... ellos prácticamente se habían limitado a hablar de lo que Barry sentía. ¿Cómo hacía el hombre siempre para evitar hablar de él?

 

Una súbita melodía irrumpió el extraño ambiente que se había formado. Barry alargó la mano para coger su móvil de una mesa que se hallaba pegada a la litera, por el lado contrario en el que estaba el Dr.Wells.

 

—Es Iris —murmuró, leyendo el nombre en la pantalla. Seguidamente buscó la mirada del científico, encontrándose con una muralla de acero.

 

—Iris.

 

Barry asintió. De mientras, el aparato continuaba sonando en su mano.

 

—¿A qué esperas? Responde. En realidad yo debería ir tirando hacia mi casa —y bromeó— No soy muy rápido.

 

La reacción de Barry no fue inmediata, sino que permaneció unos segundos quieto, con el sonido interminable del móvil resonando en sus oídos y una avalancha de pensamientos haciéndole vacilar. Y fue cuando el hombre ya se había dado media vuelta con la silla de ruedas para dirigirse hacia la salida, que lo dijo:

 

—O podría no responder y usted hacerme compañía un rato más.

 

Wells frenó su ida y aventuró una mirada hacia Barry por encima de su hombro.

 

—Quiero decir, compañia sana, que siempre es sana solo que no me refiero a esa clase de compañía que se puede malinterpretar. Quizás solo charlar un poco, aunque entiendo que debe estar deseando llegar a casa, olvídelo entonces —parloteó atropelladamente—. Oh, mierda, al final se ha cortado la llamada—murmuró para sí mismo.

 

—¿Qué tal una película?

 

La sugerencia tomó de sorpresa a Barry que levantó la cabeza para ver cómo el otro hombre hacia su camino de vuelta hacia él con una tentativa sonrisa.

 

—¿Harry Potter? —inquirió Barry, arqueando una ceja con suavidad.

 

—Vamos a tener a Cisco en contra nuestra un tiempo por verla sin él.

 

—Me gusta el peligro.

 

—¿Palomitas?

 

—Palomitas —asintió el más joven.

 

Ambos intercambiaron una sonrisa cómplice, una sonrisa que zarandeó impiadosamente el corazón de nuestro Flash, aunque él se emperrara en vendarse los ojos como un ciego.

 

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El olor característico de las palomitas ocupaba toda la sala donde Harrison Wells y Barry Allen se encontraban, frente a ellos, gracias a un refinado proyector estratégicamente dispuesto, la película "Harry Potter y la Piedra Filosofal" se reproducía derramando un halo de luz en la oscuridad total. Llevaban más de una hora de película y Harrison estaba mirando con impasibilidad como el chucho de tres cabezas se quedaba dormido ante el sonido del arpa. Se comió una palomita. Desde luego, pensó entretenido, sus enemigos le hubieran agradecido que él hubiera inventado algún instrumento semejante que durmiese o apaciguase a Grodd. Pero no era el caso. Tenía que admitir que la película no le estaba desagradando del todo a pesar de sus reservas iniciales, pero era bastante infantil. Muy infantil, para ser exactos. Y además...

 

—Barry, llevo sabiendo que el tipo del turbante no es trigo limpio desde que ha salido. No tiene gracia —se comió otra palomita sin apartar los ojos del video, sin embargo, ante la falta de respuesta, volteó a ver al otro chico para encontrarse con que se había quedado dormido—. ¿Barry?

 

Un suave bufido, al que no se le podía llegar a denominar "roncar", se escurría por sus labios entreabiertos al compás del subir y bajar de su pecho. Había dejado caer la cabeza hacia un lado, así como uno de los brazos que tenía sobresaliendo de la camilla. Estaba completamente dormido.

 

Harrison se lo quedó contemplando con seriedad, sus párpados se entrecerraron. Si se ponía a rememorar todos los últimos, acontecimientos tenía que admitirse a sí mismo que estaba caminando por una senda llena de espinas. Encontró gracioso en un primer momento, al meditarlo cuando Barry salió huyendo de su casa, el hecho de que este le hubiera besado y que hubieran compartido ese tipo de momento íntimo. Porque ese Barry Allen, ese Flash al que estaba instruyendo, no era la persona a la que él, Eobard Thawne, odiaba con todo su ser. Era un muchacho inocente que incluso con la tragedia vivida siendo solo un niño, se empeñaba en confiar en las personas. Ponía la mano en el fuego por ellas, ponía la mano en el fuego por él.

 

Y aún así, eso no cambiaba nada.

 

Inspiró hondo y, cuidadosamente, sin hacer ruido, se puso en pie y se acercó al durmiente. Lo miró desde arriba; sus labios no eran más que una línea tiesa.

 

Había encontrado interesante provocar con sutileza al chico después de aquella noche, probarlo, estudiarlo como llevaba años haciendo. Solo que de primera mano esta vez. Pero parecía que el asunto era más grande de lo que imaginó. Porque sí, Eobard había estado real e innegablemente asombrado ante el ataque de sinceridad de Barry de antes. Y también...

 

Acarició con la punta de sus dedos la mejilla del joven, que esbozó una sonrisa en sueños.

 

También había sentido un miedo atroz aquel día, al verse en la cuerda floja por un estúpido y patético meta-humano.

 

Sus pupilas recorrieron la cara delgaducha y de facciones suaves hasta detenerse en su boca. Lentamente se inclinó hacia delante sobre la camilla, con los ojos abiertos y unos gritos sonando de fondo en la película. Apenas llegó a rozar sus labios. Cerró los ojos y, en una milésima de segundo, se marchó del Cortex y descendió a los subsuelos de Laboratorios S.T.A.R. Recorrió las distintas celdas de los meta-humanos capturados haciendo caso omiso a sus gruñidos y protestas, solo había uno que le interesaba en ese momento. Uno que permanecía sedado hasta ahora.

 

—Dante Redbird —pronunció deteniéndose frente a la vidriera que los separaba, y sacó una jeringuilla del bolsillo trasero de sus pantalones—. Espero no tener que necesitar tus poderes. Pero por si acaso...

 

Una tenue sonrisa asomó en sus labios, y sus ojos azules brillaron con un destello oscuro.

Notas finales:

Uhhh ¿que tramará Eobard? XD Bueno aquí hemos tenido una.. confesion de BArry, una confesion confusa ya que el mismo se sigue negando las cosas aunque sepa que pasan.

¡Muchas gracias por leer y nos vemos en el próximo capítulo! :)


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