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No digas nada. por grupo tamashii

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El problema empezó sin que se diese cuenta. Comenzó un día y decidió quedarse ahí, sin consentimiento, sin fundamento. Con los años se fue profundizando. Se trataba de un sentimiento. De algo oscuro que empeoraba día a día.

Fue un amor no correspondido. Y terminó siendo sólo eso, porque la vida es complicada y rebuscada, difícil y prevista de problemas y tragedias.

La cobardía es jodidamente estúpida. Las palabras se reproducen una y otra vez en su cabeza, como un disco viejo que nadie se atreve a quitar. Las pesadillas llegan cada noche tras eso, luego la respiración agitada y las lágrimas y por último el dolor que producen los recuerdos.

Es casi una rutina, un asqueroso panorama que le destroza, pero que no puede dejar de vivir una y otra vez. Un sueño jodidamente adictivo.

Fue su culpa. El accidente lo fue, sólo un descuido, sólo eso. Es algo que sabe y entiende. El reloj marca una hora avanzada de la madrugada, y la puerta del departamento canta que hay alguien tras ella, llamando a que le abra y reciba a pesar de la hora y de la lluvia que cae en picada afuera.

Oikawa sonríe cuando le abre, y es la sonrisa más perfecta que cree haber visto jamás e Iwaizumi se hace a un lado y permite a su mejor amigo entrar. Muestra molestia y cansancio en su rostro, aunque nada de eso sea cierto, porque es la mejor visita que ha recibido nunca.

El visitante nocturno sacude las gotas que adornan su cabello y se quita el abrigo sin decir una palabra.

—¿Sabes qué es tarde, no? —las palabras escapan de sí mismo sin filtro alguno.

Oikawa no responde, sólo pasea por el departamento sin el consentimiento ajeno, e Iwaizumi lo sigue, porque sabe que no hay nada que pueda detener a su mejor amigo.

En medio del paseo éste se detiene en seco, estira la mano y sujeta la ajena y corre, corre hacia el cuarto y le empuja dentro. Y le besa, una y mil veces, sin dejar que las palabras escapen.

Oikawa permite que las manos de Iwaizumi se colen por su ropa sin delicadeza y extraigan todo aquello que le cubre, sólo se limita a imitarlo, a quitar las prendas ajenas y a quedar desnudos, a acariciar sus cuerpos, a amarse.

No hay nada que decir, no hay nada que expresar, nada que hacer. Sólo dejarse estar, permitirse ser, sin más.

Es sólo una noche, y cuando todo acaba, Oikawa le abraza y le aprieta tan fuerte como puede. E Iwaizumi sabe que va a pasar, porque cada noche sucede lo mismo, y la angustia no le deja pensar en otra cosa.

Pero no llega a decir nada, porque Oikawa lo acalla y habla, y todo acaba tan repentinamente como comenzó, sin apiadarse del dolor que lo atormenta.

Despierta en su cama, sólo, empapado de lágrimas y sudor, y deja escapar las palabras que nunca llega a decir.

—No digas nada —susurra.

 


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