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Cálido. por Yuu-sama

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Notas del capitulo:

No tengo excusas.

Bueno, una: se suponía iba a ser un vil smut Yokozawa/Onodera, no este monstruo. No tuve idea de en qué géneros iba, porque sinceramente no tengo idea de qué he hecho.

Ya, eso es todo. Por favor, esperen al final antes de asesinarme. No opondré mucha resistencia, lo prometo. 

Todo era un completo desastre.


Y no, no estaba haciendo alusión a la montaña (oh Dios, tal vez fuera más bien una cordillera) de papeles rodeando su escritorio, los cadáveres a medio proceso de putrefacción que estaban hechos sus compañeros (le gustaría creer que él estaba en mejores condiciones, aunque no guardaba muchas esperanzas) o los lamentos, chillidos y estertores mortecinos que se escuchaban intermitentemente por la oficina. Sí, eso también era un desastre, pero no era el motivo por el que la una creciente migraña comenzaba a dejarlo fuera de combate —muy peligroso,  muy peligroso, se acercaba un especial de la serie de Mutou-sensei… 


Hacía algunos días había sucedido el incidente con Yokozawa-san. Pero no cualquier incidente —era bien conocido en la editorial que el jefe del Departamento de Ventas no le tenía puesto en un pedestal, así que los roces nunca faltaban—, que era lo que le estaba corroyendo el juicio: le había confesado que estaba enamorado de Takano-san, a él entre todas las personas. An-chan no contaba: ella era su mejor amiga y su prometida-unilateral, pero decirlo así; además ni siquiera le había dicho su nombre, así que en realidad no era expresamente una confesión. Yokozawa-san era un asunto totalmente diferente. 


Había temido (unos dos minutos después del evento) que el comportamiento hostil del hombre se viera reforzado por semejante osadía de su parte. “Oh, seguramente no me odia lo suficiente… ¡Ya sé, le diré que estoy estúpidamente enamorado del hombre con el que, casualmente, salimos los dos y que al parecer bailoteé sobre su corazón sin saberlo! ¿Que él también está enamorado de él? ¡Todavía mejor!”. No había sucedido exactamente así, lo sabía, pero Yokozawa-san había tenido durante mucho tiempo la idea de que lo único que buscaba era jugar con el corazón de Takano-san; no sería motivo de sorpresa que creyera que quisiera joder también con su mente. Me ve como si fuera una vil golfa.


Pero las agresiones nunca llegaron. Es más, el contacto entre ellos se vio reducido exponencialmente, aderezado con un toque de fría cordialidad en cada encuentro. Lo cual hubiera resultado perfecto, de no ser por un detalle: igual sucedió con Takano-san.


No era un idiota ni un denso, se notaba a leguas que algo había sucedido entre esos dos. El problema era descubrir qué. Había intentado visualizarlo, algo que hubiera distanciado a dos mejores amigos de tantos años y que, además, lograra que Yokozawa-san cambiara su trato hacia él mismo. La única conclusión a la que había llegado era que el mismo Takano se había enfrentado a él, posiblemente hablando explícitamente de su relación-no-relación. El quiebre, si le preguntaban, resultaba casi inminente.


Decir que se sentía culpable sería poco. No estaba seguro de cómo estaba la relación entre sus dos jefes, pues no se sentía con el derecho de preguntarle a Takano-san sobre eso (mucho menos a Yokozawa-san) y las habladurías que circulaban por la editorial (cándidamente relatadas con lujo de detalles por Kisa) no le inspiraban mucha confianza.


Era entonces que se preguntaba si había valido la pena retenerlo a su lado. No estaba seguro de si su relación llegaría a algún lado: muchas veces se había dejado llevar por los celos o la insistencia de Takano-san, pero, en realidad, no creía tener nada más que ofrecerle. 


No podía darle estabilidad, pues con trabajos podía mantenerse vivo a sí mismo. Tampoco tenía el valor de hacer pública su relación, ni siquiera a sus familias, pues aunque Takano-san hubiera cortado casi completamente los lazos con sus padres y no pensara en presentarle formalmente como su novio (ugh, qué palabra tan rara), sus padres eran otra historia: si le llegaran a inquirir sobre su pareja sentimental (algo casi seguro), ¿qué podría decirles? ¿Sería capaz de confesarles que había rechazado un matrimonio con una mujer que, a ojos de cualquiera, resultaba perfecta, para enrollarse con un hombre? No, no tenía el valor. Además estaba el problema del trabajo, pues si alguien se enteraba de que eran pareja, podría reportarlos y ambos serían despedidos en el acto. 


Yokozawa-san no parecía tener ese problema; siempre había parecido dispuesto a tirarse de cabeza por un puente si eso significaba hacer a Takano feliz. Aún más, había estado dispuesto a hacerse a un lado cuando el amor de su vida se lo había pedido. 


Tal vez sí lo ama más que yo.


—Ricchan —gimoteó una vocecita a su costado, causándole un sobresalto—. ¿Terminaste de revisar tu story board?


—Claro, claro, ya acabé —la voz le temblaba un poco, pero reprimió exitosamente el tartamudeo—. ¿Ya pasaron al siguiente?


—No, pero creo que Hatori se desmayó, ¿podrías despertarlo o quitarlo del pasillo? Takano-san se molestará si lo ve.


Marukawa Shoten se encargó de exprimir cada gota de vitalidad que quedaba en su cuerpo durante el resto del día. Llegó al extremo de decidir pagar un taxi porque no se sentía capaz de tomar el metro. Seguramente se desmayaría y la multitud lo pisotearía, o peor, Takano-san lo llevaría cargando hasta su departamento y dormirían en la misma cama. Otra vez. No creía poder soportar semejante vergüenza nuevamente, además de que los comentarios de que estaba algo pasadito de peso (“No es tan fácil traerte desde la estación, ¿sabes?”) habían perdido su gracia un tiempo atrás. Sobretodo si iban acompañados de propuestas de ‘ejercicio recreativo’.


Subió al elevador bien listo y dispuesto a entrar a su departamento y caer muerto en la entrada, pero cuando las puertas se abrieron encontró a alguien sentado en el pasillo. Frente a su puerta.


Que alguien me mate.


—¿Y-Yokozawa-san? —exclamó con voz ahogada, tentado a volver al interior del ascensor y apretar histéricamente los botones en un intento de alejarse de ahí—. ¿Q-qué le trae por acá? —¿Buscaba a Takano? Duh, claro que buscaba a Takano, ¿a quién más podría ser?—. Takano-san… hoy he venido por mi cuenta, así que no está conmigo, llegará un poco más tarde. —Gracias, Capitán Obvio—. Supongo que lo está esperando aquí afuera. El clima ha estado algo frío últimamente —murmuró atropelladamente, rematando con una risa nerviosa y rascándose compulsivamente la nuca. 


¿Por qué lo esperaría aquí si tiene llaves? Dios santo, ¿tiene llaves? Nadie se congelaría el trasero nada más por capricho. Es natural que ya no las tenga, ¿no? 


La expresión irritada y algo incrédula del otro le expresaron muy bien su opinión respecto a su perorata. Las uñas se le enterraron más profundamente en el cuero cabelludo debido al estrés. El silencio incómodo fue roto por el ruido de los zapatos perfectamente boleados de Yokozawa-san, que chirriaron cuando éste se puso de pie y le urgió con un gruñido cansado y molesto que se moviera. Quién lo diría… Las manos le temblaban. Yokozawa-san, si lo notó, no lo mostró.


—He… he estado muy ocupado últimamente —comenzó, tambaleándose camino a la puerta y tanteando por su llave entre los contenidos de su bolsa—, así que puede que esté un poco… sucio. —Su disculpa a medias hizo que el mayor alzara una ceja despectivamente. Y él no encontraba sus malditas llaves—. ¡Ah, aquí! P-pase —ofreció, apartándose de la entrada para que su inesperado invitado pasara primero. No pudo evitar hacer una pequeña reverencia para acompañar su gesto, cosa que hizo que las cejas de Yokozawa-san se curvearan aún más. 


La mirada negra le pesaba como un bloque de plomo y comenzaba a marearse. El pulso se sentía intenso contra su garganta y esperaba que el sudor que le resbalaba por la frente no fuera visible a través de su flequillo. Sintió una urgencia horrible de soltar una carcajada histérica cuando escuchó que el hombre finalmente había entrado, pues la extraña sensación de que continuaba mirándolo le estrujaba el estómago como una mano de hierro. Traba la puerta y huye, ¡rápido! Siguió el sonido de sus pasos después de pocos segundos, apresurándose a encender las luces del corredor y la sala. 


—Deme un segundo, por favor —pidió con voz estrangulada, tirando contra una pared su bolsa y comenzando a recoger todos los papeles y ropa que se encontraba en su camino—. En un momento hago espacio. Por favor, tome asiento. ¿Quiere algo de beberb0; No tengo nada más que sobras de ayer para comer, pero puedo ir corriendo a una tienda si quiere algo. —En realidad buscaba una excusa para planear y efectuar su escape a Indonesia. No, mejor Brasil, está más lejos


—Agua —dijo con voz monocorde, dejándose caer en una orilla del sillón, pues el resto estaba siendo invadido por una gran sucesión de tomos de Star’s Love (demonios, el material de estudio) y una chaqueta. Se apresuró a correr a su habitación, arrojar todo lo que tenía en brazos a un rincón y volver por los susodichos mangas. Todo ante la indiferente y a la vez juiciosa —ugh, todo parecía una contradicción con ese sujeto, aunque probablemente fuera cosa suya— observación de Yokozawa-san. 


—En seguida se la traigo. 


Se tropezó ridículamente camino a la cocina, pero no se detuvo, sino que aceleró, arriesgando más el irse de bruces.


¿Qué hace él aquí? No puede asesinarme, estamos en mi propia casa. Sería muy sospechoso.  Se apresuró a lavar un vaso de vidrio, llenándolo después con la misma agua que salía de la llave. ¿Aunque quién creería que Yokozawa-san vendría a mi casa? Sería más fácil que inculparan a Takano-san por un crimen pasional. Se tardó deliberadamente en secar sus manos y el exterior del recipiente. Los dientes le castañetean un poco, así que apretó fuerte la mandíbula. 


—Aquí tiene —dijo lo más claramente que pudo, entrando nuevamente a la sala. 


Se quedó en su sitio, intentando hacer de lado los paranoicos escenarios que se formaban en su agitada mentecilla. Respiró profundamente dos veces antes de decidirse a hacer nada. Naturalmente, Yokozawa-san le regaló una bonita cara fruncida por su lentitud, la cual se acentuó cuando tuvo el vaso en sus manos.


—Gracias… 


No pudo hacer otra cosa más que reírse tontamente. 


Ya está, iría por un cuchillo a la cocina y cometería seppuku. La vergüenza que sentía fue haciéndose más intensa mientras más se alargaba el silencio. Yokozawa-san observaba abstraído el vaso con agua, lo cual no sabía si le facilitaba las cosas o no. Un susurro prácticamente inaudible (si se dio cuenta fue porque vio sus labios moverse) lo puso en alerta. 


—¿Sucede algo? —Lo primero que se le ocurrió que el vaso estaba sucio—. ¿Prefiere algo más de beber? Me queda algo de té oolong —ofreció, acercándose para coger el recipiente. 


Cuando las yemas de sus dedos rozaron el vidrio, la mano que lo sostenía anteriormente voló al cuello de su camisa y lo jaló hacia adelante. El miedo de vaciar el líquido sobre su “invitado” le impulsó a echar el vaso en dirección contraria, derramando gran parte del contenido en el suelo de madera. Apenas tuvo tiempo de tartamudear su nombre cuando los ojos fúricos de Yokozawa-san le hicieron cerrar la boca. 


—¡¿Por qué tenías que ser tú?! 


El grito le retumbó en los oídos durante unos instantes y, como de costumbre, no tuvo idea de qué responderle. Se habría ido de espaldas de no ser por el agarre tembloroso que aún se mantenía en su ropa. El moreno prácticamente le había escupido en la cara al espetarle, con dolorosa amargura, la razón de su martirio, y su aliento jadeante impactaba contra sus mejillas. No lloraría jamás enfrente de él, de eso estaba seguro; sin embargo, sus ojos brillaban intensamente, pero, a la vez… se mostraban más muertos que nunca.  


Sintió una infinita pena por aquel hombre.


Lentamente fue dejando caer su cuerpo, de manera que quedó sentado sobre el regazo de Yokozawa-san; éste se quedó estático por unos momentos, antes de soltar con cautela, aunque aún con dedos trémulos, el cuello de su camisa. Permanecieron en su sitio. Llegó a notar que la incomodidad del hombre crecía con el paso de los segundos, pero no se levantó.


—No lo sé.


Chocaron sus miradas y la expresión compungida de Yokozawa-san se acentuó. Sabía que no le estaba mintiendo, y eso lo hacía peor.


—Tú… ¿qué estás esperando? —susurró, apretando los puños con impotencia—. ¿Por qué no le dices nada? Masamune no se merece esto. Te ama y tú no haces nada para corresponderle, pero tampoco lo rechazas. ¿A qué estás jugando?


Aparentemente seguía conservando rastros de su vieja visión sobre él, lo cual dolía. Bajó la mirada con algo de vergüenza y culpa, pues una sensación desagradable le apretujó el corazón. Alargó el brazo para colocar el recipiente vacío sobre la mesita de noche ubicada al lado del sillón y se acomodó un poco mejor sobre el regazo del hombre. La expresión le cambió momentáneamente por una de sorpresa e incomodidad, pero se desvaneció rápidamente.


—¿Y luego qué? —preguntó todavía con la mirada baja. 


La mano de hierro que anteriormente había tomado el borde de su camisa regresó, esta vez con una violencia redoblada y un bramido indignado como compañero.


Pero antes de que el mayor tuviese la oportunidad de espetarle (o golpearlo, lo cual también parecía muy probable en esas circunstancias) con todo su dolor y coraje en la cara, siguió hablando.


—No tengo nada que darle —prosiguió con tranquilidad aparente—. Dejando de lado el dinero, el cual tampoco tengo, no… creo ser capaz de darle la estabilidad emocional que necesita. —Yokozawa-san, con una cara de incredulidad, abrió nuevamente la boca, pero no le permitió hablar—. Yo mismo soy un desastre. No nos veo en una relación estable: peleamos todo el tiempo, parece que todo lo que digo y hago es para herirlo, siempre que se trata de él me siento mal, asustado, inseguro… tengo mucho miedo, y el amor no debería sentirse así


Un sonido muy raro, una mezcla entre un estertor y un gorjeo que salió de la laringe de Yokozawa-san, lo sorprendió ligeramente. Pero quería ser claro con él.


—No nos conocemos. Sé más cosas de él por usted que por él mismo, y él sabe más cosas de mí por otras personas que porque yo se las haya contado —susurró, haciendo un pequeña pausa—. Aunque admito que esto ha sido mi culpa, pues sí se que me ha preguntado. Pero es que cuando hablamos todo es tan silencioso e incómodo y parece que la única manera en la que las palabras siguen fluyendo es cuando me regaña y nos gritamos por cuestiones de trabajo —dijo, subiendo la voz con algo de histeria comenzando a aflorar en sus gestos—. Todo es un desastre, somos un desastre, y no hay manera de que algo bueno pueda salir a la larga de esto. —Por favor, tenía que ser una broma, no podía ponerse a llorar ahora, maldita sea, sorbe esa nariz—. Pero lo quiero, de verdad lo quiero, y quiero estar con él, pero luego pienso si seremos capaces de hacerlo por el resto de nuestras vidas y todo lo que conlleva y ya no sé si pueda soportar una separación otra vez.


Dicho esto, ya con las mejillas empapadas, la voz quebrada y una vergonzosa cascada de  mocos deslizándose por su labio superior, hizo el intento de levantarse, de huir de la mirada escrutadora y dolorosamente comprensiva de hombre que lo consideraba su enemigo. Pero sus manos seguían reteniéndole por el cuello de la camisa y él estaba temblando tan patéticamente que simplemente no pudo. Y lloró más fuerte. 


—¡Usted sería mejor para él que yo! —gritó, sollozos modificándole la voz por una más nasal—. Ustedes no tendrían todos esos problemas: se conocen, se quieren, siempre que los veo Takano-san tiene un sonrisa pintada en la cara y, Dios Santo, incluso yo soy capaz de ver que lo ama más que nadie —plañó, un sonido horrible y resonante que parecía salirle desde el fondo del alma—. Lo sé, pero aún así no puedo dejarlo.


Y antes de que berreara alguna otra cosa, unas manos grandes y muy, muy frías subieron hacia sus mejillas y lo impulsaron hacia adelante, donde unos labios resecos y muy, muy cálidos se posaron sobre los suyos. Entonces las lágrimas de ambos se mezclaron, cuando Yokozawa-san se impulsó hacia adelante, apretujando más su rostro mientras profundizaba el beso, pero él estaba tan débil y se sentía tan conectado en ese momento a aquel hombre que simplemente se aferró a él con dedos rígidos y cerró lo ojos, lloriqueando bajo su tacto firme pero cuidadoso.


—No sé tú —dijo Yokozawa-san cuando se separaron, manos impidiéndole desviar o incluso alejar su rostro del propio—, pero todo eso no me suena a más que un montón de excusas.


Lloró y se lamentó durante mucho más tiempo, con la diferencia de que esta vez lo hizo con el rostro apoyado contra el hombro de Yokozawa-san, siendo suavemente consolado con pequeños golpecitos en la espalda y largos dedos desenredando su cabello. Probablemente una de las noches más extrañas de su vida, pero, a la mañana siguiente, encontrándose cobijado en su cama y con su casa sospechosamente más ordenada, su pecho se sintió muy cálido. No se arrepintió de nada.


Y ni Takano-san, aporreando su puerta y mandando montones de mensajes y llamadas para levantarlo y que se fueran juntos a la oficina —el día anterior le había comentado “casualmente" que había hecho tapizar su auto y que no le molestaría mostrárselo; parecía algo emocionado al respecto—, le hizo pensar diferente. 


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Ya, pueden matarme.

Notas finales:

Nuevo estilo de escritura probado. No es lo mío, lo sé. Oh, y en ningún momento nombré o describí a Onodera explícitamente. Otro recurso raro que probablemente no hizo más que confundir a los que leyeron xd

Vale, me despido. Gracias a los que pasen, los amo a pesar de todo (?).

Besos~


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