El vocalista de GOTCHAROCKA debía ser sincero.
Amaba los conciertos. Y absolutamente nadie podía decir lo contrario.
Le encantaba trabajar duro durante horas, practicar con los chicos, ayudar a Jun en las preparaciones para luego tener el placer de montarse sobre el escenario y asimilar que estaba en el lugar correcto, justo donde el destino le había indicado que debía estar.
Pero…
¿Realmente debía trabajar hasta el último día del año?
Era el tercer año consecutivo en el countdown del stylish wave y por más que le agradase la experiencia, quería ir a casa y dormir. Dormir hasta que el próximo verano llegase a Japón.
Para su buena suerte, ya habían tocado. El castaño solo debía resistir hasta el final del evento, tomar sus cosas, llegar a casa y morir sobre la cama.
Aunque fácilmente podría reducir el plan a uno más sencillo: caer como muerto sobre la silla de maquillaje. Ya estaba en la silla, ya estaba cansado, era un plan sencillo y realizable.
Y hubiese funcionado de no tener a un pelirrosa hiperactivo y escandaloso como miembro de la banda. Y como mejor amigo. Y pareja.
Jun no se encontraba cerca de él, pero reconocía su voz en cualquier esquina del mundo. Justo en ese momento, el menor usaba ese tono excesivamente animado que se le escapaba al hablar de guitarras, canciones, bandas y más guitarras.
La curiosidad caló en Jui, ahora quería espiar qué tanto hacía el menor y luego retomaría su plan.
Como si fuese un movimiento natural, dejó caer su cabeza hacia el lado donde Jun estaba. Abrió parcialmente sus ojos, y los vio. Una mata de cabello fucsia con una mata de cabello color verde dudoso —según Jui, era verde. Según el resto del mundo, era azul— Jun y San. Hablando. Tomándose fotos. Abrazándose.
El vocalista volvió a cerrar sus ojos. No tenía fuerzas ni para quejarse mentalmente de Jun siendo él.
Solo quería descansar.
I ~ I ~ I
—¿Jui? —el pelirrosa no sabía qué había pasado con su pareja. Ambos entraron al apartamento del mayor y en cuestión de segundos, Jui había desaparecido de su lado—. ¿Jui? —volvió a preguntar al llegar a la habitación que compartían.
—No —fue la única respuesta que recibió.
—¿Qué? —se acercó al cuerpo del castaño, incluso se recostó a su lado. Notó que Jui no se había quitado el abrigo y por la energía que parecía tener, no se lo quitaría en toda la noche.
—No.
—¿Qué pasa? —sus manos ahora acariciaban el rostro ajeno. Su querido cantante se veía tan agotado... Los años estaban cayendo cruelmente sobre él, pero jamás se lo diría.
—No quiero dormirme… —arrastraba las palabras, pero parecía ser muy serio al respecto.
—¿Por qué?
—Porque quiero pasar la noche contigo —Jun se quedó esperando el resto de la explicación. Lo que decía el mayor no tenía mucho sentido; tenía entendido que habían estado pasando la noche juntos desde hace dos años—. Es año nuevo.
—Es solo un día más y hemos estado juntos por muchas, muchas noches.
—Pero…
—¿Quieres algo especial? —preguntó con una sonrisa que Jui pudo ver a pesar de la falta de iluminación. El castaño asintió levemente—. Entonces… creo que ya sé qué haremos. Vamos, levántate.
I ~ I ~ I
—¿Shibuya? —Jui seguía viendo aquellas luces que le ofrecía el recorrido por Shibuya a las tres de la madrugada. Dicen que New York es la ciudad que nunca duerme, pero Tokyo parece un muy buen contrincante.
—Sí.
—¿A esta hora?
—Por supuesto.
Les había tomado muy poco tiempo salir de casa, entrar al auto y llegar a uno de los lugares favoritos de Jun. El cantante creía fervientemente en la idea de que Jun podría manejar hasta Shibuya dormido y no se equivocaría en ningún cruce.
—Tengo una mala noticia —Jun se encontraba muy concentrado en buscar un estacionamiento abierto, cosa que no le tomó tanto tiempo. De verdad, Tokyo no dormía—. Tendremos que caminar apenas deje el carro.
—¿Mucho?
—Mucho… pero no te arrepentirás.
Y tal como dijo Jun, no se arrepintió…
Bueno, sí lo hizo.
La pesadumbre comenzó cuando las luces cambiaron por árboles.
—¿El santuario Meiji? —preguntó el castaño.
—Sí. Una joya en medio de Shibuya —Jun alzó sus brazos como si fuese guía turístico. Parecía contento de estar allí—. Vamos —tomó la mano de Jui—, hay que comenzar a caminar.
—Al menos no hay escalones…
—No, es una lástima que no haya escalones. En nuestra próxima gira, quiero que vayamos a uno de esos templos que quedan en lo más alto de la montaña.
—¿Por qué me odias tanto? —la pregunta iba en serio.
—Porque quiero que toquemos el cielo, uno al lado del otro —la respuesta también iba en serio. Esas palabras de Jun dibujaron la sonrisa más genuina en el rostro de Jui, sonrisa que escondió porque no era ninguna colegiala para mostrar lo sonrojado que estaba. Ese pelirrosa sí que sabía decir lo que cualquier pareja quiere escuchar.
Aunque el santuario no estaba del todo vacío, ambos músicos no soltaron sus manos. Llegaron al pequeño altar, hicieron sus ofrendas, unas cuantas oraciones silenciosas y por supuesto, los deseos por ser año nuevo.
El año pasado no había tenido la oportunidad de visitar un templo, pero sabía que habría pedido lo mismo. Por más cursi que le pareciese, quería otro año más junto al menor, y otro, y otro más, y muchos más. Se sentía realmente afortunado porque amaba su trabajo, amaba su vida, amaba a ese escandaloso, y quería que esto se mantuviese de la misma manera hasta el último de sus días. Ese era su deseo.
Y prácticamente, la cabeza del chico que le acompañaba deseaba lo mismo. Felicidad para sus amigos, conocidos, fans y por sobre todas las cosas, para su amante. Simple y llana felicidad, de esa que es difícil de conseguir y que debes construirla con mucho esfuerzo.
El pensamiento de Jun no tenía ni un ápice de egoísmo. Sabía perfectamente que el amor no era eterno, y en caso de que lo peor ocurriese entre los dos, seguiría deseándole toda la felicidad posible. Porque lo amaba. Y amar significaba eso: velar por el bien de ambos en todo momento y evitar hacer daño con ataduras imaginarias.
—Nee, Jui… ¿Me amas?
—Tal vez —el cantante contestó luego de unos minutos.
—Eres cruel —soltó una risa apenas lo dijo—, pero no importa. No necesito que lo digas cada día, yo lo sé por tus acciones.
Esta vez Jui no contestó nada. Es más, parecía muy dispuesto a salir huyendo de ahí en cualquier momento.
El silencio se prolongó hasta el auto, cuando el castaño, luego de darle mil vueltas en su cabeza, dijo:
—Tal vez te amo.
—¡Oye! ¡Eso ya lo habías dicho! —se quejó inmediatamente—. Quiero que lo digas sin ese “tal vez” para que discutamos sobre quién ama más al otro —la sonrisa de Jun era tan grande. Parecía que realmente deseaba tener una de esas escenas típicas de los recién enamorados.
—Tal vez no te daré el gusto —dijo con una sonrisa, pero de inmediato volvió a enredar las falanges de Jun con las propias.
Jun le vio y no agregó nada más. Ese simple toque era el favorito del pelirrosa porque significaba que estaban juntos. Era una versión portable de los largos abrazos que se daban al estar en casa. Era una versión silenciosa de las palabras que salían con un “tal vez”.
Era la mayor —y más sencilla— muestra de amor que ambos tenían.
~ Fin ~