…..
Si tuviera que describir como fue el día en que cerré página en un largo periodo de angustia con una sola palabra, sería, catastrófico.
Creo, que lo primero es decir quien soy y etc., pero como no tengo muchas ganas, adivinadlo por vuestra cuenta.
Aunque algo indispensable antes de decir qué fue lo que pasó sería decir mi situación, así que allá va.
Desde hace dos años he estado viviendo por mi cuenta en un graaaaan apartamento compartido con mi estúpido sempai, Belphegor, el cual se hace llamar príncipe como un retrasado. Pero, no se cómo, por qué y en que punto de mi vida me enamoré de él. Llevé mucho tiempo guardando estos sentimientos y la verdad, es que me cansé, por lo que en ese soleado y apetecible día me levanté y lo primero que hice fue ir en dirección de su cuarto, que estaba vacío. Me dirigí a la cocina; nada de nada. Escuché voces desde el salón; allí estaba, viendo a saber qué. Me puse delante de él y estuve a punto de declararme cuando, por obra y gracia de dios, apareció el culpable de que esté viviendo en ese lugar: mi maestro y tutor legal, Mukuro.
-Fran, mira lo que me han dado.- dijo mientras entraba en la casa como si fiera suya.- son unos tickets para dulces gratis en una chocolatería cercana.
-Shissou, ¿podría marcharse junto con el malvadisco? Seguro que le gustará ir con usted.- intenté echar mientras señalaba al maestro que se pasa la vida intentando ligar con mi shissou. Si me preguntaran si eso me molesta, la verdad es que me importa lo más mínimo.- mire, está ahí.
Fue bastante divertido ver como el maestro huía de Byankuran y salía de la casa, por fin me dejaba a solas con Belphegor. Iba a volver a intentar declararme, pero de la nada apareció Ken y Chikusa casualmente.
-Hey Fran, ¿has visto a Chrome? No la encontramos.
- ¿será porque no podeís entrar en una residencia sólo para chicas?- me pareció tan subnormal la pregunta que cerré de golpe la puerta, sin esperar ni una respuesta ni volverla abrir.
Me dirigí nuevamente a Bel cuando de la ventana, apareció M.M. maldiciendo para que la abriera. Que todo el mundo viniera a interrumpir justo en ese momento era simplemente, de imbéciles. ¿Y que pasó con M.M.? Bajé la persiana y asunto arreglado.
Sonó el móvil. Para mi poca suerte, era mi sempai Squalo, que me avisaba de que tenía que hacer las tareas del consejo estudiantil. Quién me mandó a entrar en esa tontería. Ah, es verdad, que mi shissou me vendió al consejo estudiantil Varia. Menuda suerte la mía. Aunque así puedo estar más tiempo con Bel.
Quien supondría que los malditos papeles me retrasarían hasta las cuatro de la tarde, ¡las cuatro e la tarde! Maldito sea Levi el pararrayos, el plumero de Lussuria, los gritos de Squalo y el exigente del presidente. Maldita sean todos.
Hambriento, me dispuse a hacerme algo de comer sólo para mí, ya que, Belphegor se fue a quien sabe dónde y porque no soy su madre, que se haga él la comida.
De la nada, me llamó mi abuela. Me felicitaba por mi cumpleaños. Incluso se me había olvidado eso. El día en el que nací.
Muerto de aburrimiento, miré el reloj. Las siete de la tarde y Bel aún no había vuelto. ¿Cuándo pasaba el tiempo tan rápido? Comenzó a sonar mi teléfono. Belphegor me había mandado un mensaje.
-<Ranucha, k quieres d regalo?>
-<¿para qué?>
-< xq es tu cumpleaños, imbécil>
-< tu manera de escribir apesta>
-< t quedaste sin regalo>
-<Espera, quiero una cosa>
-<k?>
-<en serio, tu manera de escribir apesta>
-< k quieres, ranucha>
-<quiero que me escuches y me creas>
-<shishishishishi> <k?>
-<Te amo>
-<…> <no t kreo>
-<¿y si lo grito en medio de una calle transitada?>
-<shishishishi…> <atrévete>
Cogí la chaqueta y corrí hacia el centro de la ciudad, me adentré a unas de las casas y me subí a la azotea. Allí vía Bel sonrojado corriendo hacia mi dirección. Tomé aire y…
Me confesé
Luego, después de la vergüenza que pasamos, nos encontramos encima de mi cama, uno sentado delante del otro, muy nerviosos y tensos por lo anteriormente sucedido.
Yo, en un ataque de curiosidad, tiré al avergonzado de bel y me situé encima de él, inmovilizándole los brazos con una de mis manos y sus piernas con las mías. Aproveché ese momento de debilidad para, lentamente, subirle el flequillo y mirarle directamente de una vez los ojos.
Rojos. Rojos como la sangre. Como las rosas, como el color de la pasión y del deseo. Me enamoré otra vez de él. Mi cuerpo no respondió a mí y, casi inconscientemente, lo besé con fulgor.
-Nunca antes había deseado tanto la muerte a alguien.
-No me importa, mientras pueda ver más de tus ojos que nadie a llegado a ver.
Y esa noche fue la primera en la que tuvimos sexo. Y ahora que empezado a recordar todo lo que sucedió, sigo sin cambiar de opinión: fue catastrófico.