Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Destination Unknown por Miny Nazareni

[Reviews - 23]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Buenos días!!!! Que el yaoi esté con ustedes!!! Que así sea!!!

Después de un mes exacto de ausencia, me parece reprobable aparecerme y dar más excusas, sé que no las necesitan y yo me siento horrible por mi ausencia. Temo perderme, temo con horror ese día en el que decida dejar Amor Yaoi y nunca más escribir. Me cuesta mucho trabajo, pero siento que moriría si no escribiera, por lo menos de a poquito, pero debo hacerlo.

No voy a prometer tardar menos, haré todo lo posible, comentaba que mi vida es un desmadre, mi salud también y creo que mi estabilidad emocional ya está perdida, pero la buena noticia es que no voy a dejar esta historia, me va a costar, tardaré más que de costumbre, pero voy a seguir, lo prometo, porque la amo, es parte importante de mi vida, tiene un verdadero significado especial para mi, por eso no la puedo dejar.

Una disculpa por mi tardanza, poco a poco y lento, pero ya vamos a entrar al segundo bloque, el siguiente capítulo es el último de este primer bloque y si de por si siento que me odian, quizá en el siguiente me dejen de leer, lo entenderé, pero insisto, es completamente necesario. No diré más.

El Bloque 2 narrará una serie de eventos que transformarán a Terrance por completo y espero que tenga la misma extensión que el bloque 1. El Bloque 3 será la historia en sí, con drama, muertes y misterios (más, sí, más). Explico esto de los bloques por una razón. Cada bloque tiene una serie de personajes con los que Terrance convive y se encariña, un ejemplo: Todd, Mike, Aldo, Kirei, Amira, etc.

El Bloque 2 traerá nuevos personajes y nuevos planteamientos, espero igual que sea de su agrado :3

Sin más me despido dejándole este capítulo que considero lindo y muy, muy importante para la trama futura, pónganle mucha atención. Habrá preguntas al final jaja (no jodas Miny)

Los amo!! Y mil gracias!! :3

Capítulo 7.- La piedra que concede la codicia humana.

 

Juntos caminaremos hacia el futuro,

                                                con una fuerza vacía de pecado y vicios.

El cielo está a mí alrededor y el viento canta en él.

¿Dónde duermen los sueños?

Un día todo el mundo desaparecerá.

Los deseos que vuelven a la oscuridad,

 serán completamente quemados.

(Sora wa takaku, kaze wa utau, Luna Haruna)

 

Tres años después

 

La mayoría de sus compañeros le miraban atentamente mientras la instructora enarcaba una ceja, esperando quizá el momento idóneo en el que lo arruinara todo. Era de esperarse. Tres años estudiando bajo su tutela y nunca sería de su agrado, eso era un hecho. Quizá lo que a la instructora de las clases comunitarias no le gustaba, era su habilidad para memorizar cada dato que salía de su boca. O tal vez era que, con el tiempo, Terrance había demostrado tener mayores conocimientos que ella. Sí, era más probable que se tratara de lo segundo.

La Escuela Comunitaria tenía de “social” sólo el nombre. Él se había imaginado al principio que una escuela comunitaria era aquella en la cual todas las personas, independientemente de su estatus social o el Sector al que pertenecían, podían asistir y culturizarse. Con el paso de los años, Terrance comprendió que no era así. A sus ahora 16 años, él ya se había acostumbrado a la “mafia” y burocracia que habitaba en la “Escuela Comunitaria” a la que asistía. Estaría eternamente agradecido con Kirei por darle esa oportunidad, pero eso no significaba que estuviese dejando de lado sus ideales, aquellos en los que luchaba por lo correcto. Y su instructora nunca había sido partidaria de ello. Por esa razón sabía que su parte del debate era la más difícil y no por ello menos placentera.

Sonrió con astucia hacia la mujer y tronó sus dedos como si estuviese listo para la “masacre”.

                —Buenas tardes estimados compañeros, me presento, mi nombre es Terrance. No hay un apellido y eso lo saben. Mi parte del debate es sencilla, me corresponde hablar sobre el MOM y sus designios. Esto quizá en un afán de la instructora Farell por corregir mi rebelde actitud—los compañeros sonrieron entre ellos y la mujer entrecerró los ojos. Terrance continuó—. De acuerdo, hay un punto que me encantaría tratar. La Ley Buvory.

   <<Muchos de ustedes se han de preguntar qué es la Ley Buvory. Simple. Conocemos las reglas del MOM con respecto a las relaciones entre diferentes sectores y por esa razón, que personas de distinta clase social contraigan matrimonio, está estrictamente prohibido. Sin embargo hay sus excepciones y La Ley Buvory existe con ese objetivo. La ley se encarga de poner a prueba a los jóvenes amantes y tener un aval. Los enamorados deberán estar separados el uno del otro durante cierto tiempo y en caso de lograr su prueba, podrán casarse y adoptar el título mayoritario. Pero si fallan, el aval será condenado a muerte. >>

Fue sencillo a pesar de todo. Explicar las leyes y estatutos de Chamel era su fuerte. Siempre había sido de su agrado todo lo relacionado a las ciencias y lo social, la historia y las leyendas, toda la cultura. Estaba agradecido porque aún con todas las dificultades, había logrado estudiar y tener algo más que solo aspiraciones y sueños.

Sus compañeros aplaudieron su explicación y su opinión sobre la Ley Buvory y las injusticias que provocaba. ¿Cuántas personas no habían muerto por causa del egoísmo humano? Eran pocos los que lograban cumplir la ley de manera satisfactoria. ¿Qué beneficio había al final? Ninguno, sólo se comprobaba lo que el MOM dictaba. Personas de diferentes sectores no pueden unirse, tarde o temprano sus diferencias les separarán.

Concluyeron los aplausos y Arelis, una joven del Sector 3, vecina de Terrance, se acercó a él con euforia mientras tomaba su lugar.

                —Muchas felicidades Terry, lo hiciste muy bien.

                —¿Eso piensas?—preguntó él con curiosidad.

Arelis era lo más parecido a una amiga en la Escuela Comunitaria. Además, desde que se habían mudado al Sector 3, después del destierro de Kirei, casi se podría considerar alguien cercano a ella. En cuanto Desmond le contó sus planes sobre alquilar el antiguo hogar de Amira, Terrance tuvo que aceptar el hecho de que era una buena idea. Con Kirei en Soria, sería demasiado incómodo que ellos dos, siendo extraños para la familia real, siguiesen ocupando las habitaciones del Castillo de Ishi. Amira se unió a su mudanza una vez dictada la sentencia y, aunque no hablaba al respecto, ambos sabían que el Capitán de escuadrón echaba de menos al príncipe.

Era toda una fortuna que su sentencia al fin hubiese terminado.

                —Así es, eres verdaderamente increíble—habló Arelis, haciéndolo volver a la realidad.

Terrance sólo sonrió y continuaron las clases sin ningún contratiempo. Mientras la instructora hablaba y reprendía, el joven huérfano únicamente podía pensar en el futuro, en Kirei, en Amira y por supuesto, en Desmond. Como un recientemente integrado miembro de la Guardia, Des tenía muchas misiones con Amira. Se preguntaba si ese día en especial lo vería. Había ocasiones en las que la misión duraba días y en todo ese tiempo no sabía nada de él. ¿Cómo estaría? ¿Pensaría en él? ¿Dejaría de actuar como una doncella enamorada?

Dio un gran suspiro y justo entonces la institutriz dio por terminada la sesión. Terry trató de no bostezar y Arelis se apresuró a salir, llevando consigo a Terrance.

                —¿Por qué la prisa?—a Terrance le parecía que ella tenía demasiada fuerza y muchas ansias por salir a juzgar la forma en la que le llevaba.

Ella giró los ojos como si él hubiese cometido un delito al preguntar.

                —¿Acaso no lo recuerdas? Hoy el gran príncipe regresa de su instrucción en Soria.

Reprimió una risita. Era una bendición que nadie conociera su relación con Kirei. La gente del pueblo al parecer le tenía aprecio y después de la garrafal mentira en la que aseguraban la educación del príncipe como causa de su destierro, Terrance debía callar y actuar como lo que era. Un plebeyo más.

                —Sé muy bien aquello Arelis, sigo sin comprender.

                —Duh, es fácil, quiero ir a la Plazuela del Sector 4 para recibirlo. ¿Irás conmigo? Anda, yo sé que quieres… ¿Sí?

No era que no deseara asistir, pero propiamente hablando, él ya tenía planes. Mientras se alejaban del sitio, un pequeño quiosco que fungía como Escuela Comunitaria, Terrance, enfrascado en su charla con Arelis, no notó cómo un escuadrón de la Guardia  se formaba frente a él. Al menos no lo vio hasta que su mejor miembro se acercó, arrebatando su brazo del agarre de Arelis.

                —Desmond...—susurró Terrance y la sonrisa en su rostro fue tal, que incluso Arelis se sintió opacada.

                —Veo que estás listo—habló el aludido ignorando a la joven, quien lo miraba con encono—. Me agrada, conseguí que Amira cancelara un par de misiones sólo para poder ir juntos al recibimiento del príncipe.

                —¿De verdad?—la cara de ilusión de Terrance fue mayor mientras le lanzaba una discreta mirada al capitán de escuadrón.

Amira únicamente negó sin parar mientras los demás soldados rompían filas.

                —Exactamente joven Terrance. Es un acontecimiento importante para el Reino y el resto de las misiones se canceló por ello—sonrió como un sabio consejero—. Sin embargo, me las arreglé para traerle un obsequio de la casa de cultura de Soria.

Fueron las palabras mágicas, Terrance se alejó tanto de Desmond como de Arelis y corrió hacia Amira. La joven y Des se miraron intensamente a manera de desafío.

                —Incurres en un delito, soldado Place.

                —Es una fortuna que no me importe—replicó con cinismo el oji-azul para después agregar en tono amenazante—. Deja de intentarlo, nunca te lo permitiré.

                —Ya veremos—retó la chica y se despidió tanto de él como del propio Terrance mientras comenzaba a alejarse.

Desmond frunció el ceño unos segundos más y después se relajó. Se escuchó la trompeta de la Guardia Oriente y los tres comprendieron que era su señal. Montaron los caballos, Terrance en el de Desmond por obvias razones, y salieron en dirección a la Plazuela Principal.

                —Se hace tarde, démonos prisa—apresuró Amira.

Terrance y Desmond se miraron a ojos ante el comentario del mayor y aquello les llevó a reír de manera cómplice. En ocasiones Amira era tan transparente para ellos.

                —Está ansioso por verlo. ¿Verdad?

                —Completamente—confirmó con una risita mal disimulada.

El castaño se la devolvió mientras se aferraba a su espalda y se dejaba envolver en la calidez que Desmond siempre le daba, que nunca quería perder.

Que amaba por completo.

****

La bienvenida no fue gran cosa a nivel clase alta. Se movilizaron algunas calles, los escuadrones de las Guardia asignados a la familia real tuvieron mucho trabajo y aquellos, como el caso de Amira y su escuadrón podían ser voluntarios si lo deseaban. Amira Sao conocía su deber y a pesar de estar vetado de las actividades del Castillo de Ishi, el Rey le seguía teniendo la misma fe y cariño.

Kirei fue recibido entre fiesta, curiosidad y soldados. Los juglares corrieron la noticia con sus palomas mensajeras y sus cantos. Casi todo Chamel estaba atento a sus movimientos. Cuando por fin apareció su carruaje y éste se detuvo, el pueblo reunido en la Plazuela esperaba que el príncipe saliera a saludarles.

Y no quedó decepcionado.

Contando con casi 19 años de edad, el príncipe Kirei que bajó de la carroza no era el mismo que aquel organizador de una fiesta de disfraces que casi concluyó en orgía. Aquel príncipe era pequeño, delgado, con rostro delicado y caprichoso. El porte actual del príncipe era firme, sus ojos denotaban madurez, su cuerpo había cambiado de forma más proporcional a su edad y su rostro ahora era el de un joven que tomaba en serio su papel, pero sin perder su humildad, sin olvidar su origen y todo lo que había tenido que padecer.

Saludó a toda la gente con una sonrisa serena y bajó del carruaje escoltado por su guardia. Todos los habitantes ahí reunidos le saludaron en respuesta y vitorearon. Kirei caminó entre ellos hasta que llegó al sitio donde Terrance, Desmond y Amira le esperaban.

El antiguo Kirei se habría lanzado a los brazos de Terrance en ese preciso instante, pero su actual yo sólo se permitió sonreír con sinceridad y cariño al asentir. En cuanto contempló a Amira, el príncipe disimuló lo más que pudo su sorpresa e hizo una ligera reverencia a modo de saludo.

                —Capitán Sao.

                —Alteza—respondió el aludido con una inclinación respetuosa.

Sus miradas no dijeron nada, los sentimientos quedaron enterrados ahí, en lo más profundo y nadie pudo siquiera sospechar que ese par, actualmente llamándose de manera propia y educada, habían tenido mucho que ver, no solo fraternalmente, si no en muchas otras formas.

Después de ese breve encuentro, Kirei tuvo que volver a la carroza y así presentarse ante el Rey, quien podía considerarse satisfecho. Durante el banquete de bienvenida en el Castillo de Ishi, Kirei hizo gala de su nuevo refinamiento, dejando maravillados a los principales miembros del MOM, los conocidos de la clase alta y por supuesto, al propio Rey y al Conde Guram.

                —Es un verdadero orgullo ser testigos de tu progreso príncipe Kirei, la Reina Constance hizo un buen trabajo.

                —Le agradezco alteza—respondió educadamente el príncipe.

El líder del MOM estaba a punto de dirigirse a él para conocer más detalles acerca de Soria y su realeza, pero entonces las puertas del Gran Salón se abrieron de forma impetuosa. Detrás de la persona y tratando de detenerle, aparecieron los soldados de la Guardia Real. El intruso no dudó en su objetivo, se acercó al príncipe y de rodillas comenzó a suplicar.

                —Alteza… por favor… usted tiene que evitarlo, es mi última esperanza. No permita que lo hagan, invalide la Ley Buvory, se lo imploro… por favor… sálvela… se lo ruego… sálvela…

                —Marx…—susurró Kirei sin comprender a qué se refería Sheldon Marx, el soldado que había conocido en las habitaciones de la piedra Menouseki—. ¿De qué…?

Los demás soldados apresaron a Sheldon y éste comenzó a gritar maldiciendo al MOM, suplicando al príncipe. Kirei le observó partir apresado, Zhasced se sorprendió y Guram le miró detenidamente, como si algo en su mente se estuviese anidando. Su curiosidad fue mayor que el decoro y antes de que el príncipe cuestionara, se adelantó a saciar sus dudas.

                —Dirigente del MOM… ¿Qué fue todo eso?

El aludido se colocó de pie mientras sus compañeros adoptaban una actitud seria y ceremonial.

                —Conde Guram… ¿Ha escuchado sobre la Ley Buvory?

Kirei se dedicó a escuchar atentamente cada punto de mencionada ley y el motivo por el que Sheldon había interrumpido de esa forma. El joven Marx y Fernando Jost eran amigos de la infancia, siempre habían estado juntos y gracias a Sheldon, Fernando había conocido a Marian Velardi, una joven aristócrata que realizaba actividades de recreación y educación para todos los sectores. Marian, Fernando y Sheldon crecieron juntos, compartiendo sus secretos y sueños.

Pero Fernando Jost posó sus ojos sobre una joven del Sector 3, de resplandeciente belleza y hermosos cabellos naranja, como las zanahorias. Jennifer Flint era su nombre y ambos se amaron en secreto durante muchos años. Sheldon y Marian eran sus cómplices y siempre les cubrieron para evitar que se metieran en problemas.

Hasta que escucharon sobre la Ley Buvory.

Como un acto de desinteresada amistad, Marian Velardi les propuso postularse a la Ley Buvory y ser su aval. No muy convencidos de aquello, los enamorados aceptaron y acudieron con el MOM para aplicar su prueba.

                —Pero desafortunadamente, las cosas no salieron bien—el tono del dirigente estaba cargado de falsa preocupación y tristeza—. Jennifer Flint y Fernando Jost fallaron en su prueba y la ley es implacable. El aval debe pagar con su vida.

El príncipe no necesitó preguntar para poder interconectar la situación con Sheldon. ¿Qué relación podría tener él con el sacrificio de Marian Velardi y la Ley Buvory? Era demasiado sencillo, había contemplado esos ojos cargados de desesperación y ese deseo ferviente de salvarla, como si ella fuese algo más que su mejor amiga.

Lo era. Pero tristemente no podía ayudarle.

                —No hay modo alguno de frenarlo… ¿Cierto?

                —Así es alteza, la ley debe cumplirse. Marian Velardi será condenada a muerte el día de mañana, antes de la puesta de sol. Solo un milagro o magia prohibida podría salvarla.

                —Exactamente. Sólo magia—sonrió el Conde Guram y Kirei pudo casi jurar que algo siniestro se fraguaba en su mente.

Magia…

Magia para salvar a una persona, magia para conquistar Chamel, magia para ir en contra de las reglas.

Magia… magia prohibida como la de Menouseki.

****

Tal y como lo anunció el dirigente del MOM, Marian Velardi fue condenada a muerte antes de la puesta de sol al día siguiente de la llegada del príncipe Kirei. Trágicamente, el futuro Rey de Chamel no pudo hacer nada por ella, las reglas eran muy estrictas. Lo que más le apenaba era el hecho de haber fallado a la súplica de Marx, cuyos ojos desesperados no desaparecían de sus sueños aún pasadas un par de semanas del suceso.

Vio morir a Marian Velardi y como un emblema de respeto y lamento por no poder salvarla, el príncipe le concedió una ceremonia fúnebre espléndida en una de las habitaciones del Castillo de Ishi, además de un santuario que la familia Velardi agradeció con creces y lamentos. Era difícil contemplar a la madre hecha un mar de lágrimas, al padre con un gesto duro y al hermano menor, de escasos 8 años, quien parecía no comprender lo que sucedía, quizá en un afán de no lastimarle.

Sheldon Marx estuvo ahí, guardando su luto y silencio. Hizo una reverencia ante el príncipe y agradeció con vacío en la mirada, aquel honor y tributo que se le rendía a esa chica inocente que no debió morir, al menos no así. El príncipe Kirei intentó confortarle, pero a juzgar por su serenidad y lejanía, Marx necesitaba estar solo. No era fácil perder a una persona que había crecido a su lado y, a juzgar por la profundidad de su dolor, era mucho menos sencillo soportar que la mujer que amaba ya no estaría más.

Por un momento, mientras ahora estaba frente al santuario de Marian Velardi,  Kirei se imaginó a sí mismo en dicha situación. La sola idea de crear en su mente un mundo en el que Amira Sao, el hombre que amaba de manera prohibida, desapareciera, era demasiado dolorosa. Sí, a pesar de los años, a pesar de las reglas y la deshonra a la que le había sometido con sus actos egoístas, Kirei no podía dejar de amarlo. Las noches en soledad contemplando la luna desde Soria, aquellos recuerdos volvían a su mente. Su mirada dulce, las caricias de esa noche y la forma en la que siempre le había protegido. ¿Por qué fue tan infantil? ¿Por qué no midió las consecuencias de sus deseos? Ahora creía fervientemente que Amira le odiaba y no lo culpaba, cualquiera en su lugar lo haría.

                —Alteza—le llamó uno de sus súbditos y Kirei volvió de su meditación para atenderle.

                —¿Qué ocurre?

                —El Rey le llama, asegura tener un comunicado importante para usted.

El rubio asintió y con el respeto debido se despidió de los familiares de la fallecida Marian. Todos los días, tanto los familiares como Sheldon y algunos amigos, visitaban su santuario en un afán de superar su dolor. Nunca se aparecieron por ahí los responsables, Jennifer Flint y Fernando Jost. Y hacían bien, el joven soldado de la Guardia habría enloquecido.

En cuanto el príncipe partió, ellos agradecieron una vez más y Sheldon Marx le contempló al marchar sin decir ni una sola palabra. El príncipe hizo todo lo que pudo, fue su pensamiento y extrañamente no le podía guardar rencor.

Pero al MOM sí y por su vida había jurado que les haría pagar al igual que con Jennifer y Fernando.

Kirei atravesó los pasillos del Castillo para llegar al Salón Principal, donde hacía ya 3 años el Rey le había exiliado por sus delitos. Ahora era un escenario diferente. Después de presentarse ceremoniosamente, el Rey desde su trono le pidió que tomara asiento frente a él, y Kirei obedeció inclinando sus rodillas sobre el cojín designado.

                —Sé que debes estarte preguntando qué es lo que me ha motivado a llamarte—Kirei asintió esperando cualquier cosa y el Rey sonrió—. Descuida, no es nada malo. De hecho, se trata de una muy buena noticia. He hablado con la reina Constance enviándole mis felicitaciones por su impecable trabajo. Al parecer ella te ha tomado cariño, sus cartas no paran de alabarte y darte elogios.

                —Yo se lo agradezco, la reina es una mujer espléndida, llena de clase. Me honra con sus palabras.

Zhasced sonrió de manera más pronunciada. Últimamente veía en Kirei a Ohara Alí, ese hijo que había perdido hacía ya tanto tiempo. ¿Era muy tarde para pedir una oportunidad y enmendar sus errores? No lo sabía, pero esperaba de corazón poder acercarse un poco más a Kirei con la noticia que ahora tenía para darle.

                —Es una mujer muy franca y que sabe juzgar muy bien el carácter de una persona. Ese es el motivo por el que su petición me ha tomado por sorpresa, y por supuesto, he aceptado honrado—el rostro de confusión de Kirei le pareció encantador y decidió terminar con los rodeos—. Así que esta reunión es para hacer de tu conocimiento el compromiso real que hemos aceptado. La Reina Constance desea que te unas en matrimonio con su hija, la princesa Astrid de Soria. He aceptado y estoy seguro que tú también estás de acuerdo. Un enlace como este, traerá paz entre Soria y Chamel y es lo que más necesitamos.

El príncipe sonrió asintiendo, su rostro mostró complacencia y aceptación ante los dictámenes de su padre. Pero cualquiera que fuese observador, habría notado cómo sus manos temblaban, cómo sus ojos trataban de cubrir el llanto y cómo la voz no podía salir de su garganta. Todos sus sueños, todo lo que él era, todo su amor hacia Amira, debían llegar a su fin. Y sí, él había cambiado, ahora era una persona correcta y de buen comportamiento, pero su corazón siempre había sido del capitán del 3er escuadrón de la guardia.

Y ahora debía enterrarlo junto a su voluntad.

                —De acuerdo alteza… ¿Cuándo se anunciará el compromiso?

                —Este fin de semana. He mandado a organizar con el Conde un gran banquete en honor a ello. El MOM, los soldados de la Guardia junto a sus capitanes y todas las familias aristocráticas estarán ahí. Ellos deben saberlo.

                —Entiendo—bajó la mirada y mordió su labio.

No lloraría, no debía hacerlo, no podía. Él era el príncipe de Chamel, su futuro Rey y debía acatar todos los mandatos de su padre. Adiós a su corazón, a sus sentimientos y a Amira. Porque en ese banquete por obviedad él estaría y con ese anuncio, lo perdería para siempre. Si es que alguna vez hubo oportunidad para él. Apretó sus manos con fuerza y le mostró al Rey una deslumbrante sonrisa.

Será todo un honor romper mi corazón por el bien de Chamel, afirmó en su mente y el Rey no pudo notar la tristeza en su sonrisa.

****

Tenía todo listo para la expedición con el segundo al mando del Escuadrón. Amira había sido llamado al Castillo y se les uniría después, pero ellos debían adelantarse. Últimamente estaban ocurriendo demasiados robos en las casas aledañas al Castillo de Ishi y si bien, su deber como parte del Escuadrón de Amira, era velar por la seguridad del pueblo en el exterior, Desmond no paraba de pensar que algo extraño se avecinaba. El príncipe había vuelto y aunque su amistad con Terrance estaba intacta, ya no se comportaba de esa forma tan despreocupada como antes. Kirei había marcado una diferencia y hacía lo correcto, tanto por el bien de Terrance como el propio. Pero el castaño temía que algo malo le estuviese ocurriendo. Había demasiadas malas noticias. Circuló en voces de los juglares la muerte de la joven Marian Velardi.

Él no la conocía por completo, pero sí la había visto un par de veces. De cabello negro como la misma consciencia del MOM, unos espectaculares ojos grises, piel blanca y pulcra. Tenía el porte y la clase de una mujer de la aristocracia y era demasiado joven. Veinte años, en la flor de su juventud. Probablemente la hubiesen prometido con algún acaudalado miembro de la clase alta o en su defecto, con alguien de buena familia.

Sheldon Marx parecía apuntado para ello.

Dio un gran suspiro. No convivía mucho con Sheldon o Fernando, sus actividades en la Guardia eran distintas. Mientras Fernando Jost pertenecía al Escuadrón que realizaba expediciones en los diferentes sectores para mantener la paz entre la gente, Sheldon Marx se había integrado voluntariamente a la Guardia Real, encargada de proteger a la familia del Rey, servir en el Castillo de Ishi.

Sin embargo, a pesar de no conocerlos, había cosas muy obvias. Cuando Marian Velardi visitaba los cuarteles de entrenamiento, cualquiera podía notar la idolatría en los ojos de Sheldon Marx. Él la amaba, más que a su propia vida, más que a su lealtad al Rey. Y por ese motivo, temía que Marx hiciera alguna tontería. Desde de la muerte de la joven Velardi, Fernando Jost había continuado sus actividades en su escuadrón. Todos hablaban a sus espaldas, pero nadie decía nada al respecto de frente. Y estaba bien, la Ley Buvory estaba establecida desde el principio, el único inconforme con ella, era Marx.

Escuchó una voz chillona y molesta en la entrada de su casa y aquello fue suficiente para que su humor empeorara. Ese día específicamente, la Escuela Comunitaria tenía un día de asueto, por lo que sus estudiantes podían liberarse por un momento de los estudios y disfrutar. Había esperado poder pasar su día con Terrance, compensar todo ese tiempo en el que él partía fuera de Chamel en sus expediciones con Amira. Pero la nueva misión lo había arruinado todo y enfadado, Terrance optó por no encerrarse y disfrutar su día de descanso.

Si tan solo lo hubiese planeado sin necesidad de invitarla a “ella”.

                —Hola Desmond Place—canturreó ella con victoria en su tono de voz.

                —Arelis—saludó él saliendo a recibirla mientras Terrance continuaba preparando sus cosas para su salida.

¿A dónde irían? ¿Qué tenía en mente esa chica? Era tan sencillo rendirse, claramente ella lo había dicho. Él incurría en un delito al amarle, a pesar de haberlo conocido antes, de tener un lazo especial, de haberle besado, él no era nadie para prohibirle a quien amar. Si de repente Terrance deseaba comprometerse con esa jovencita, estaba en todo su derecho. El problema estaba en que su corazón era mucho más egoísta de lo que aparentaba.

                —Bajo en un momento Arelis—explicó Terrance desde el segundo piso de su hogar.

Ella solo agregó un “ajá” mientras le enarcaba una ceja al joven soldado. Él la miraba con cara de pocos amigos y trató de ser claro.

                —Quiero que lo tengas en mente Arelis, está salida no significa nada.

                —Eso crees tú. Es el momento perfecto para decirle a Terry lo que siento. Por supuesto, él va a aceptarme, porque jamás rompería las reglas de Chamel como lo haces tú, soldado Place. Así que esta es mi advertencia. Mientras tú te vas a tu “misión”, yo me uniré a Terrance en cuerpo y alma. Esta noche, cuando vuelvas, seremos una pareja dentro de lo legal y tú jamás podrás ocupar ese lugar.

Sus palabras le hicieron enfadar, hablaba de Terrance como si fuese un títere, manipulable y fácil de engañar. No le agradó, olvidando toda educación y principios, tomó su brazo con fuerza y le encaro, sintiendo rencor sincero por ella.

                —No me provoques, no tienes idea de lo mucho que te puedes arrepentir.

                —Pruébame—desafió ella con cinismo y casi al instante cambió su gesto a uno de fingida angustia y temor—… Des… ¿Qué haces? Suéltame… por favor… me lastimas…

                —¡Desmond!—reclamó Terrance contemplando la escena y el aludido soltó a la muchacha comprendiendo la trampa—. ¡Qué demonios le hacías a Arelis! ¿Acaso te volviste loco? Pudiste lastimarla—se acercó a ella verificando su muñeca, la cual en efecto se encontraba hinchada—. ¿Te encuentras bien Arelis?

                —Sí Terry, no es nada, no te enfades con Des—abogó con dulzura exagerada y él entrecerró los ojos odiándola más.

                —Por supuesto que lo haré, sea lo que sea, jamás debes ponerle una mano encima a una mujer. Tenlo en mente Desmond Place, me siento bastante decepcionado de ti.

Su reprimenda fue dura, pero en lugar de sentirse dolido con tales palabras, Desmond adoptó un nuevo tipo de actitud. Terrance se encaminaba fuera de la casa con Arelis, tratando de dejar en claro su punto, cuando Desmond se adelantó. Cerró la puerta en las narices de Arelis, dejándola afuera y encerró a Terrance evitando que se fuera con ella. ¿Eran sus miedos? Quizá, pero no podía permitir que se fuese con esa arpía teniendo la peor imagen de él.

                —¡Terrance! ¡Terrance!—gritó la joven desde el exterior golpeando la puerta.

El llamado miró fijamente a Desmond tratando de entender y sintiéndose aún más molesto.

                —¿Me puedes explicar por qué has hecho eso?—cruzó sus brazos esperando algo decente.

                —No irás con ella y es una orden.

                —¿Y desde cuando eres mi dueño? Maldición Desmond, es mi amiga, no entiendo por qué te llevas tan mal con ella. Ha estado conmigo mucho más tiempo que tú. Siempre te vas, nunca te puedo ver, ni siquiera hoy, cuando esperaba poder pasar la tarde junto a ti. Te has olvidado de mí por ser un miembro de la guardia y estoy harto. Justo cuando quiero distraerme, vienes y lo arruinas.

Aquello sí fue un golpe bajo. Entender hasta qué grado Arelis se había metido en su mente dolió, muchísimo. Cegado por los celos y el miedo, acorraló al castaño justo en la puerta mientras le miraba fijamente a los ojos. No debía, no podía, iba en contra de todo lo que se había prometido, pero no podía más, no quería perderlo, no quería que Arelis ganara.

                —¿Quieres la verdad? Voy a dártela. La odio y ella me odia a mí, es mutuo porque obviamente eres lo suficientemente despistado como para no notar que va detrás de ti. Y por eso la detesto, la quiero lejos de nuestras vidas—los ojos ensanchados de Terrance le parecieron tan hermosos en ese momento de sinceridad, que no pudo evitar perderse en ellos, acariciar su cabello y acomodarlo detrás de su oreja, como era su costumbre.

Terrance sintió sus rodillas fallarle ante esa mirada, ese roce que tanto adoraba en secreto y esa sinceridad. ¿Por qué le decía todo aquello? ¿Por qué odiaba tanto a Arelis? ¿En verdad ella buscaba esa clase de relación con él? Todo era tan confuso.

                —Supongo… que lo entiendo… la odias por mi… ¿Y ella por qué te odia?—preguntó ocasionalmente, deseando en lo más profundo de su ser, que Desmond diera esa respuesta dorada.

El oji-azul suspiró sin poder creer tanta dispersión y suavizó el tono de su voz, si iba a arruinar para siempre el concepto que Terrance tenía de él, entonces lo haría de la forma más delicada posible.

                —También por ti… Terrance… ¿Es que acaso en serio no te das cuenta de la forma en la que te miro? Hace muchos años que dejé de pensar en ti como un hermano más de la pandilla, eres lo más valioso para mí, lo más especial… lo que más amo en este mundo, eres la estrella que guía mi camino. Cada misión, cada travesía, la supero porque pienso en ti, en lo mucho que debes esperarme para verme, en la ilusión de perderme en tu sonrisa, tan brillante… tan hermosa… tan única.

Cuando las personas tienen un deseo, imaginan constantemente el momento en el que éste se ve realizado. Lo anhelan con tanta precisión, tantas veces y de mil formas, que cuando llega, simplemente parece un sueño… algo imposible. Terrance se había enamorado de Desmond desde muy joven y comprender que él le profesaba la misma clase de sentimientos, era algo que iba más allá de su control. Por ello no podía evitar dudar, aún si Desmond había desnudado su corazón por completo.

                —Tratas de decir… lo que creo… tú… ¿Tú estás… enamora…?

                —Estoy enamorado de ti Terrance, profundamente. Y no me importa si estoy faltando a las leyes de Chamel, no me interesa si soy un hombre. Te amo, quizá desde la primera vez que te vi a la luz de la luna y el baño de jacarandas, quizá he estado destinado a sentir esto por ti. Y podrán pasar los años, podrán robarme mi alma y podré estar lejos de ti, pero este sentimiento no cambiará. Aún si no sientes lo mismo.

Abrió la boca para hablar, decirle algo, decirle que sus sentimientos eran exactamente los mismos. Que él también estaba enamorado, que había temido perderle por sus sentimientos confusos. Lo iba a decir, estaba listo para hacerlo, pero la trompeta del Escuadrón sonó anunciado su llegada y ambos comprendieron que el tiempo se había terminado. Desmond debía partir y su oportunidad de demostrar la reciprocidad de sus sentimientos, se le acababa de escapar de las manos.

                —Des…

                —No es necesario que me respondas, sólo quería que lo supieras—acarició su mejilla de una forma demasiado amorosa y acercó sus labios a su frente para poder besarle a manera de despedida mientras colocaba el sumamente especial relicario en su cuello—. Te veré en tres días.

Sonrojado y superado por la verdad, Terry acarició su frente, el lugar donde minutos antes habían estado los labios de Desmond, quien procedió a marcharse. Abrió la puerta, encontrando aún a Arelis enfurruñada. Ni siquiera la miró, se dirigió a su caballo y Terrance salió a la puerta sólo para ver al escuadrón partir.

                —Oye… se hace tarde Terry… ¿Nos vamos?—instó la joven, pero Terrance negó.

                —Lo lamento Arelis, ha habido un cambio de planes.

Sostuvo su pecho con sus manos, como si el corazón fuese a salírsele, el relicario de Desmond le pesaba en el cuello y en su interior, era su objeto personal, casi una parte de él mismo. Dio un gran suspiro deseando el pronto regreso de Desmond y así poder ser franco con sus sentimientos.

Te lo diré, sin duda alguna, te lo diré, se juró fervientemente en su interior mientras acariciaba el relicario.

Oh palabras dulces que jamás podrán salir de tu boca…

****

Fue citado en el Castillo de Ishi para inspeccionar a un escuadrón y sus incidencias, después de ello se tenía la obligación de unirse a la misión previamente encargada en la que Desmond y sus demás reclutas ya se habían adelantado. Después de la ejecución de la Ley Buvory, las visitas guiadas se habían cancelado en un afán de evitar disturbios. Amira estando ahí tuvo un deja vú. Él explicando la historia de las reliquias de Chamel, Kirei espiando sus visitas guiadas, su vida cambiada, las múltiples leyendas e historias de Chamel.

Había una en especial que le parecía fascinante, aquella relacionada con la popular y jamás contemplada Bruja de Chamel. El MOM no creía en ella, el reino le guardaba cierto culto y la familia real desconocía su existencia. Poco después de la tragedia de la Princesa de Chamel, Ágata Renaldi, la Bruja del Pueblo desapareció misteriosamente sin dejar rastro, permitiendo a los jóvenes Eunucos Olef y Calaf Alí, gobernar a su voluntad. Sin embargo las leyendas lo contaban, la bruja sabía muy bien que tarde o temprano el egoísmo y la codicia humanas liberarían a Menouseki y ella, para evitar la desgracia en Chamel, designó un guardián para la piedra, un llamado “Unoensy” como el hechizo. Esa persona tendría el poder de frenar todo lo que la princesa condenada hiciera y al mismo tiempo sería su protector, su guía.

Despertó de su trance justamente al llegar al salón que resguardaba la piedra. Y ahí estaba ella, resplandeciente, azulada y protegida, con un ocupante inusual y a la vez muy conocido. Ella parecía brillar entre todo, como si su magia atrajera a cualquier desesperado.

                —Dicen las leyendas que puedes cumplir cualquier deseo. Oh Menouseki… ¿Un humano codicioso como yo tendrá derecho a pedirte algo?

                —Alteza…

El príncipe se giró sobre su cuerpo y le contempló con sorpresa. Sus palabras habían sido tan claras, casi tanto como sus anhelos de cambiar el destino.

                —Amira… quiero decir… Capitán Sao…

                —¿Hay algún deseo que quiera conceder alteza? Yo lo haría por usted, recuérdelo, cualquier cosa que anhele, yo la haría. Incluso si es algo prohibido.

                —No tienes idea Amira… no la tienes…

Sin poder soportarlo salió corriendo del salón y el soldado le siguió sin dudar. Una figura externa había contemplado la escena y al verles marchar, sonrió como si todo estuviese llevando el curso que debía ser. Se acercó al cristal que cubría a la piedra y susurró muy despacio.

                —¿Cuántos humanos desesperados necesitas para liberar el caos?—sopló discretamente mientras cerraba los ojos con serenidad—. Sólo uno…

¿Quién de todos ellos sería?

Estaba muy pronto a descubrirse.

****

Sus pies le llevaron hasta uno de los bosques ocultos de Chamel. No podía más, no lo soportaba. Mirar a Amira había sido el tiro de gracia, en tres días se anunciaría su compromiso y él lo habría perdido todo. Quizá era lo mejor, la culpa que sentía hacia Amira era mayor que su amor. Le había arruinado la vida, le había condenado a pagar una deuda difícil de saldar. ¿Con qué cara le miraba si no soportaba estar en su presencia?

Por supuesto, Kirei no sabía que el pensamiento de Amira ya no era el mismo. Tan aferrado a su lealtad, tan agradecido al Rey. Ese Amira preocupado y ansioso por demostrar su gratitud ya no existía. Esos tres años de exilio le habían servido para comprender lo verdaderamente valioso en su vida. Kirei era lo más representativo y en esta ocasión, no permitiría que todo el peso cayera sobre él.

                —Príncipe… sé que no debo estar aquí, sé bastante le he importunado, pero si hay alguna situación difícil o algún problema, sabe que puede contar conmigo. Ahí estaré, aún si el Rey lo ha prohibido.

                —¿Cómo puede haber tanta bondad en tu corazón? ¿Es que acaso no me odias?

El soldado negó con una sonrisa sincera mientras acortaba la distancia entre los dos.

                —No podría. He amado al príncipe desde que Ohara Alí me dio esta nueva vida. Primero fue un amor fraternal, quería protegerle, quería darle todo lo que el Rey le estaba negando. Con el paso de los años, mis sentimientos evolucionaron y le desee como hombre. Yo no lo sabía, fue una trampa, lo admito, pero esa noche en que le tuve en mis brazos, en todo momento, sólo pensé en usted. Cuando descubrí que había sido mío, no pude creer que había desaprovechado mi oportunidad de acariciar su rostro, de susurrarle palabras dulces… de hacerle el amor…

Fue demasiado para el corazón de Kirei, sus ojos se aguaron, su garganta trató de luchar para no emitir ningún sonido y tuvo ganas de cantar, de gritar, de dar saltos alrededor de todo ese bosque ante la felicidad y la agonía que suponían las palabras de Amira.

                —¿Es esa… una declaración… de amor?—preguntó entre sollozos y Amira asintió a punto de llorar también.

                —Lo es… mi príncipe.

Las palabras tuvieron más poder en esta ocasión, Kirei derribó toda su barrera y se lanzó a los brazos de Amira, quien le recibió con un cálido abrazo. Se miraron a los ojos de forma intensa por varios minutos y mientras lo hacía, con su pulgar Amira limpiaba las lágrimas que sin querer habían caído en el rostro de su amado. La unión en sus ojos fue tan especial, como si se tratara de la primera. Fue inevitable, sus rostros se acercaron y unieron sus labios después de tres años de ausencia. Ni un relámpago o destello se asemeja al torbellino de emociones que eran en esos momentos. Su beso comenzó lento, tímido y nervioso, pero una vez reconocidas esas lenguas, la pasión dio lugar.

Kirei abrió la boca y Amira le aferró con más fuerza, acariciando toda la zona de su espalda. Sus cuerpos, antes perdidos en la frialdad de su distancia, fueron adquiriendo poco a poco el calor y el deseo fue inevitable. Querían amarse otra vez, como hacía tres años, pero esta vez con mayor significado.

Sin embargo, en medio de la felicidad y la catarsis de sus sentimientos, Kirei recordó el nuevo obstáculo que les separaba y aquello fue suficiente para alejarse de sus labios muy a su pesar. Acunó su rostro entre sus manos y confesó el motivo de su dolor.

                —El Rey… me ha comprometido con la princesa de Soria. He aceptado porque es mi deber, pero me duele el corazón de sólo pensarlo. No quiero pasar el resto de mi vida con nadie más que no seas tú Amira. Haría cualquier cosa por ese deseo, lo que sea…

                —Alteza—le interrumpió colocando su dedo índice en sus labios—. Mi deber como miembro de su Guardia es orientarle a cumplir con los mandatos de su Rey—Kirei bajó la mirada comprendiendo las palabras de Amira, pero justo cuando estaba por asentir, el soldado continuó—. Pero ya no puedo atender a mi deber una vez más. Le perdí durante tres años, no dejaré que me lo arrebaten de nuevo.

La sonrisa en su rostro confirmó lo que Amira tenía en mente y, lejos de alarmarse o negar, no pudo más que asentir con dicha mientras besaba rápidamente sus labios.

                —Yo tampoco quiero perderte… huyamos juntos Amira, lejos de Chamel, lejos de todas estas reglas. Quiero amarte y que tú me ames con libertad. ¿Qué dices? ¿Huirías conmigo?

Ni siquiera tuvo que pensarlo realmente, le robó un fugaz beso mientras tomaba sus manos entre las suyas en señal de aceptación.

                —Debo ir a esta expedición, será la última, en cuanto vuelva, nos marcharemos de Chamel. Estaremos juntos alteza, nadie nos volverá a separar, sólo le pido que espere por mí. ¿Lo hará?

Asintió aún entre sus brazos con lágrimas de felicidad y un corazón sanado con alegría.

                —Esperaría por ti siempre, incluso hasta la muerte.

Y no fue necesario que dijeran nada más, sus cuerpos se reclamaron el uno al otro y nuevamente se besaron de forma apasionada, en un modo de compensar esos tres años que no supieron el uno del otro, que no pudieron mirarse, abrazarse y besarse una vez más. La dicha del amor inundaba sus corazones, pero la sombra negra del destino se cernía sobre ellos. Sin embargo, había una cosa segura dentro del destino desconocido y fatal que les esperaba.

Amira cumpliría su promesa, volvería… volvería por su príncipe.

¿Pero a qué precio?

Notas finales:

Uyyy

Se vienen las preguntas... Oh yeah!!

¿Quién creen que libere a Menouseki? Hay muchos candidatos.

¿Exactamente qué planea Guram?

¿Qué hará Sheldon?

¿Lograrán Terrance confesar su amor?

¿Actualizaré pronto?

(Olviden esa última por favor)

En fin, espero que les haya agradado, el próximo será infartante y espero apresurarme con él. Muchísimas gracias en verdad y nos estaremos viendo!!

Los amo!!!!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).