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Storia por xCaliope

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Notas del capitulo:

¡Hola! Soy Calíope, nueva aquí. Pueden encontrarme en otros foros con el mismo seudónimo. Espero que les guste, aunque llevo años escribiendo soy algo nueva en el mundo del yaoi. Enjoy.

 

He leído ya varios fanfics-series de oneshot, en los que se habla de equis pareja a través de la historia, reencarnando y encontrándose en distintas épocas y situaciones. No pude evitar crear algo así. Y bueno, este es el resultado.

Puntos:

-Los personajes siempre serán Albafica y Manigoldo. Cualquiera puede ser hombre, cualquiera mujer, así como ambos pueden ser hombres o ambos mujeres. Habrá de todo.

-El personaje de Albafica siempre llevará un nombre que inicie con la letra "A". En el caso de Manigoldo, con la letra "M".

¿Alguna duda? ¿Sugerencia? ¿Queja? ¿Regalo? ¿Bomba de ántrax? En la caja de comentarios.

Storia

Roma, Italia, siglo VII

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El sol embistió con fuerza la piel dorada de aquel soldado. Apretó la mano en el mango de cuero, por el filo de aquella ordinaria y herrumbrada espada. El público estalló de júbilo cuando Massimiliano elevó la ensangrentada espada en un gesto de victoria, sangre derramándose entre sus dedos. A sus pies, otro gladiador, con la garganta cortada de lado a lado.

Sonrió. El gozo de la gloria llenaba su espíritu. Era un guerrero, llevaba la sangre caliente del mediterráneo en las venas. Sangre siciliana. Amaba la atención del público cada vez que ganaba una ronda, amaba blandir las destartaladas armas que el lanista le otorgaba cada vez que salía a la arena, seguido de un "no me falles, eres mi más excepcional guerrero". Los músculos de su cuerpo cubierto por una simple falda de cuero y protecciones, se tensaron al agitar el puño. Sus ojos violáceos brillaron de orgullo, y su sonrisa recorría su rostro de oreja a oreja.

Las Vulcanalias resaltaban por su esplendor, la fiesta agostina más esperada para los adoradores del dios del fuego. El Coliseo se encontraba repleto. Por todos lados hogueras, antorchas y sacrificios hacia Vulcano, gente bailando y alguna que otra pareja desvergonzada teniendo sexo.

Entre las primeras filas y en palcos cerrados se encontraba la cima de las clases. Patricios, lanistas, generales del ejército, mercaderes y la familia real. Ascendiendo, plebeyos, soldados y alguno que otro esclavo acompañando a sus amos. Entre los elegantes patricios no se hacían faltar las carcajadas por algún chiste clasista, a la vez que disfrutaban de un gran banquete. Un par de largas y gruesas pestañas se batieron grácilmente, sin quitar sus ojos azules de aquel guerrero ítalo. No le había quitado la vista ni un segundo desde el momento en que apareció en la arena, gallardo e imponente.

 

—Aspasia, hija. —Su padre llamó la atención de la doncella, que distraída, no respondió. — ¡Aspasia!

— ¿Sucede algo, padre? —La joven dio un respingo. Había prestado nula atención al llamado de su padre por centrarse en el mejor gladiador que le pertenecía.

 

Aspasia era la hija de Amadeo Carboni, lanista de origen napolitano. Amadeo, que en su mejor época fue un competente guerrero, manejaba una escuela de gladiadores, fundada luego de acabar como magister peditum praesentalis del ejército romano.

Massimiliano era su mejor gladiador. Lo había encontrado en el Ágora, siendo vendido por tres monedas. Le aseguraron que era un fiero soldado, y así fue. Desde que le había adquirido, Massimiliano no sufrió una sola derrota.

Aquel joven llamaba la atención de la preciosa Aspasia. No sabía si era su mirada fogosa, su físico esplendoroso o su actitud. Pero podía jurar que cada vez que se levantaba con un creciente calor entre sus piernas, era luego de soñar con la cárdena mirada.

El siciliano dirigió su mirada al palco, encontrando a un par de amatistas clavadas en él. Aspasia se llamaba la bella dama, que apenas rozaba diecisiete primaveras. Era la mujer más hermosa que había visto en su vida.

La frescura juvenil de Aspasia la embellecía más. Poseía unas facciones tan hermosas que dejarían en vergüenza a la aclamada Helena de Troya, su larga cabellera brillaba con cuentas de oro. Bajo sus ojos amatista, específicamente bajo el izquierdo un coqueto lunar. La delgada figura engarzada en un vestido de seda esmeralda, que se sujetaba a sus hombros por hilos tan dorados como las joyas que adornaban su cuello, brazos y manos.

Quiso jurar que si se concentraba podría notar los pezones endurecerse con fulgor bajo su cazador gesto. La chiquilla no disimulaba en que mojaba sus finas bragas cada vez que lo veía, inexperta en el acto del sexo. Él, con veintisiete años, ya conocía cada manía de las féminas, cada gesto de excitación. Aspasia se vio casi decepcionada cuando Massimiliano abandonó la arena.

 

—Acompáñame. —La voz de su padre la despertó de su ensueño. Sin decir una palabra siguió al severo hombre por una serie de pasillos, hasta un cuarto en el subsuelo.

 

Se encogió inmediatamente en las espaldas de su padre. Los gladiadores presentes la miraron como un trozo de carne, aunque no se le acercarían, le temblaron las piernas ante las lúbricas miradas. Quiso taparse la nariz pues el pringoso ambiente apestaba a hombres transpirados, a orina y a sexo. Para nadie era noticia que entre guerreros solían ofrecerse aquel tipo de trato homosexual.

Muchas veces había tenido esa familiar sensación de que alguien se la cogía con la mirada. No era tonta, sabía de su atractivo y sabía que todo hombre, casado o soltero, deseaba llevarla a sus aposentos.

Pero aquello era distinto. La forma en la que Massimiliano Cacciatore la miraba era única, su sexo se mojaba por completo cada vez que el gladiador no disimulaba sus ganas por hacerla suya.

Massimiliano sonrió, impávido. Recorrió la adolescente figura, Aspasia era el romántico ejemplo de una mujer dejando su cándida niñez atrás.

Esta se cruzó de brazos cuando el hombre miró sus senos. Estos, voluptuosos resaltaron por su vestido, y él se relamió los labios.

 

—Aspasia, regresa con tu madre. —Ordenó Amadeo, notando la incomodidad de su única hija. Esta asintió agradecida por la orden, abandonando la habitación a trote ligero.

 

Una callosa mano tapó su boca cuando alguien la jaló a un oscuro y vacío pasillo, ahogando el chillido. Su espalda tocó el frío mármol y un cuerpo presionó con fuerza contra el delgado suyo.

No tardó en reconocer al gladiador que le robaba el aliento. Tampoco tardó en permitir abrirle las piernas, subiendo la tela del vestido por sus piernas y bajando la ropa interior.

A Massimiliano solo le hizo falta remover el faldellín y los pantaloncillos para liberar el ariete, firme y grueso. Aspasia dio un saltito enredando las piernas en su cintura, él, sujetó su pene dirigiéndolo a la entrada de la jovencita.

Se deslizó dentro de ella con más facilidad que las veces anteriores. Le sujetó por la cintura, moviéndola de arriba abajo a la par de sus caderas. La patricia se retorció entre los fuertes brazos, el culo chocando contra la pared con cada embestida. El beso en el que se sumergieron fue salvaje. Massimiliano era un guerrero en todas las artes, su lengua combatía especialista contra la de Aspasia, completamente inexperta.

Aspasia dejó ir la cabeza hacia atrás al llegar al orgasmo, golpeando el cráneo contra la pared. El décimo tercero en su recién iniciada vida sexual, los había contado. La primera vez habían follado como posesos en el patio de la villae, tras las caballerizas, como posesos. Aquella vez no solo había tomado su virginidad, sino también, lo habían hecho unas siete veces seguidas. La segunda, también en el Coliseo y de una manera similar.

La regresó al suelo, dio una palmada en el blanco trasero cuando Aspasia se agachó a recoger sus bragas. Se las arrebató de las manos y las llevó a su nariz, aspirando profundamente la humedad de la tela mojada.

 

— ¡Oye! —Acomodó nuevamente el vestido, sintiendo los fluidos deslizándose por la cara interna de sus muslos. —Dame eso.

—Trofeo de guerra, preciosa. —Empuñó la prenda en su grande mano, aquello le serviría para masturbarse luego, recordando la estrechez del palpitante y mojado sexo de Aspasia.

Notas finales:

Les dejo aquí un pequeño glosario.

-Lanista: Persona poseedora de una escuela de gladiadores. Normalmente, fueron gladiadores en su juventud.

-Vulcanalias: Fiestas consagradas al dios Vulcano.

-Magister peditum praesentalis: Máximo comandante de un ejército acampado central.

-Ágora: Plaza principal romana.

-Villae: Residencia de la aristocracia.

Espero les haya gustado. No se olviden de comentar y de visitar mi página de facebook, Calíope. Pueden encontrarme en el link como /caliopestraine.


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