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Wondering por Yoru Eiri

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Tarde de invierno, se acercaba el anochecer, cosa que hacía muy feliz al futuro emperador, el corazón le latía muy fuertemente, porque sabía que esa noche era especial.
-Que me pondré?- Ikuko entró en la habitación.
 Yoru no respondió, se encontraba mirando a través de la ventana, como siempre solía hacerlo, mirando al cielo.
-Yoru? Vas a estar así todo el tiempo?- Se notaba en su voz un poco de enojo.
-Lo lamento, soy muy distraído-la miró a los ojos- Pero lo que te pongas te quedará bien, porque eres hermosa como las flores de loto.
 Ikuko se sonrojó ligeramente, Yoru no la ignoraba completamente, le ponía atención aunque no la mirara.
 Aquella noche Ikuko iría a un lugar especial, eran algunos ritos que Yoru desconocía, y no tenía la curiosidad de aprenderlos.
-Entonces no regresaré hasta mañana- sonrió Ikuko.
 Esta vez Yoru no pudo evitar verla, pues se veía radiante aquella noche.
-Me gusta- murmuró al verla.
-Gracias- ella lanzó una pequeña risita nerviosa.
 Se quedaron mirándose unos momentos más, era imposible que aquellos dos seres tan perfectos no se amaran; la esposa ideal y el esposo ideal; Por qué no congeniaban?
-Ven un momento- Yoru hizo una seña con la mano para que Ikuko se sentase frente a él.
 Ella lo obedeció y entonces estuvieron uno frente al otro. Yoru miró los bellos ojos de su prometida, sus labios rojos, sus largas pestañas y sus cejas perfectamente arqueadas. Le gustaba en verdad, inclusive cruzó por su mente la idea de podría llegarla a amar.
 El se acercó a ella lentamente acercándose para besar esos labios rojos, cuando estaban lo suficientemente cerca para escuchar sus respiraciones; cruzó por su mente la imagen de Ran. Entonces se detuvo, Ikuko cerró los ojos esperando el beso que nunca llegaría.
-¿Por qué en este momento?- pensó al recordar a su amado.
 Miró a Ikuko y ya no se le hizo tan bella, sus labios rojos ya no eran tan tentadores, ni sus ojos de color; todo se había derrumbado.
-Lo siento- Se limitó a decir, entonces volvió a mirar por la ventana.
 Ikuko abrió los ojos con un sentimiento de decepción.
-No importa- se tapó la cara con las manos y se retiró del cuarto.
 Se subió al carruaje que la llevaría al lugar y miró el cielo; ya era noche, la luna menguante brillaba con todo su resplandor y había incontables estrellas en el firmamento.
-Ahora se porque le gusta ver el cielo- murmuró y bajó la mirada.
 Notó una gota de agua que caía sobre su kimono, fue entonces cuando se dio cuenta, que estaba llorando, quizá por ese beso tan deseado que no había podido recibir. Se secó las lágrimas con un fino pañuelo, con el mayor cuidado del mundo para no arruinar su maquillaje.

 

 Yoru seguía en su habitación, totalmente abrumado por lo que había sucedido momentos antes.
-¿Por qué?- se preguntó a si mismo.
  Puso una de sus manos sobre su pecho y sintió como latía su corazón al pensar en Ran.
-Tengo que afrontarlo- se dijo- él no es para mi.
 Se retiró de la ventana y salió de la habitación; cruzó los largos pasillos y bajó todos los escalones del palacio hasta que llegó a la salida.
-¿A dónde va señor?- preguntó una de las sirvientas del palacio.
 Yoru puso un dedo cerca de su boca y emitió un sonido.
-Shhhh, no le digas a nadie Yuna, solo iré a dar una vuelta.
-Tenga cuidado.
-Claro- sonrió y se marchó elegantemente.
 Yuna se quedó inmóvil al verlo marcharse.
 Yoru corrió hasta que el palacio ya no era tan visible, se adentró en la ciudad, bien sabía que en la noche no había tanta gente en las calles, y eso le facilitaba el movimiento.
 Le encantaba ver las casas, los puentes que pasaban sobre los pequeños ríos, las geishas que pasaban a su lado y saludaban, los magnates que ni siquiera lo miraban. Bien era sabido que el emperador tenía un hijo, pero no todo el mundo lo conocía, y eso le facilitaba el movimiento por la ciudad.
 Llegó a un puente y se apoyó en el barandal de éste con los dos brazos, se quedó así por unos momentos. El viento revolvía sus cabellos azules y le obligaba a cerrar los ojos para experimentar uno de los placeres que nos brinda la naturaleza, miró hacía abajo, donde corría un río pequeño y tranquilo; la Luna y las estrellas se reflejaban en la corriente, sin duda alguna un paisaje hermoso.
 Todo estaba tan tranquilo, de repente se escuchó un ruido detrás de él que lo obligó a girar su cuerpo bruscamente.
-Te asusté, lo lamento- sonrió Ran.
-Ran...
-No pensé que te encontraría aquí.
-Menos yo.
 Ran cerró los ojos por un momento.
-Es relajante sentir el viento y ver la Luna desde un lugar que no está tan bullicioso de noche.
 Yoru solamente sonrió, tenía tanta razón; el palacio era bulliciosos a todas horas, todos te hablaban y no te dejaban en paz ni un instante. En cambio, la ciudad parecía un poco más apacible de noche, ya noche cuando la gente dormía en sus casas, todo era tan apacible.
-Hoy estuve a punto de besar a Ikuko.
 Ran abrió sus bellos ojos rojos y lo miró, caminó a su lado y se recargó en el barandal mirando el reflejo de la Luna.
-¿Y qué pasó?
-La miré tan bella- suspiró, estaba recargado de espaldas al río, por lo que no veía las reacciones de Ran.
-Lo es- afirmó Ran- ella es bella.
 Entonces Yoru lo miró de reojo.
-Era tan provocativa que quise besarla.
-¿Lo hiciste?
 Movió la cabeza ligeramente en un signo de negatividad.
-¿Por qué?
-Ya no se me hizo tan bella ni provocativa, suena tan feo- rió – creo que se fue llorando, pero, yo no la escogí para que fuera mi esposa.
 Ran bajó la mirada.
-Yo tampoco escogí a Sakura, pero no quiero hacerla sufrir.
-Eso es simple de decir, pero no de hacer.
 Se miraron a los ojos y suspiraron al mismo tiempo; entonces rieron.
-Parece que tenemos el mismo problema- Yoru volvió su mirada al cielo nocturno.
-Si, y dime ¿Por qué dejó de ser hermosa Ikuko?-quiso saber.
-Porque- se acercó un poco más a él y le susurró al oído- me acordé de ti.
 Ran se sonrojó un poco al escuchar eso y desvió la mirada. Yoru tomó el rostro de Ran entre sus manos y lo condujo hacía el suyo.
-No hay porque apenarse.
-Si lo hay, no quiero ser un estorbo en tu vida! ¡No quiero que seas infeliz por mi culpa!
-No lo entiendes Ran- Yoru trataba de calmarlo.
-¡Claro que lo entiendo, siempre sucede, soy culpable de todo lo que pasa a mi alrededor!- unas lágrimas empezaron a emanar de sus bellos ojos- ¡Siempre tengo la culpa! ¡Desde que mis padres murieron yo....
 Yoru tapó la boca de Ran con un beso apasionado, no había nadie cerca y la situación era perfecta. Solo la Luna y las estrellas del reflejo del río, serían testigos de aquella falta de cordura, de aquel engaño hacía todo el mundo, de aquel secreto que debía ser guardado costase lo que costase.
 Ran se aferró a Yoru al poner las manos sobre su pecho, entonces Yoru lo abrazó por la cintura. Interminable beso para los pocos hombres que pasaban por el puente y veían a la feliz pareja de enamorados disfrutando de los placeres de la juventud; hombre y mujer, era así como lo veían, pero, era así como era? Los cabellos largos de la joven, tan hermosa, tan ligera, tan perfecta, aquella joven en verdad era lo que aparentaba ser?
-Disculpa señor- un hombre de edad avanzada se acercó a los enamorados.
 Yoru se separó de Ran por un momento, sin dejar de abrazarlo.
-¿Qué se le ofrece?- preguntó cortésmente como solía hacerlo siempre el hijo del emperador.
-¿Me podría dar algunas monedas?
 El viejecito, se veía que no tenía mucho que perder, estiró la mano para pedir algunas monedas.
 Yoru buscó, pero no traía ni siquiera dinero para él mismo.
-Lo lamento, no tengo nada que ofrecerle.
 El viejo bajó la mirada y se alejó con la tristeza de que pasaría otro día sin comer.
 Ran se zafó del abrazó de su compañero y alcanzó al viejo. Se quitó una cadena que traía colgada en el cuello y se la entregó.
-Usted la necesita más que yo- dijo Ran mientras sonreía.
 El viejo miró la cadena de oro, después miró al muchacho.
-Gracias jovencita, ojala se casen algún día- le devolvió la sonrisa y se alejó caminando con un palo que utilizaba como bastón.
 Ran rió ante el comentario, pensar en casarse con Yoru, el amor de sus amores, era prácticamente imposible.  
-Me tengo que ir- susurró Ran.
 Yoru observaba como sus cabellos flotaban en el aire nocturno, era aún más bello en la noche. Sus ojos que brillaban como rubís, los más hermosos que jamás, en toda su vida en el palacio, había visto.
-Me gustas demasiado- dijo al fin- no puedo ocultar el cuanto me gustas, te veo y vuelvo a pensar lo mismo.
 Ran se acercó a él.
-¿Qué es lo que piensas?
-Que eres perfecto en lo que se refiere a la belleza, eres sensual sin caer en la vulgaridad. Cuando veo lo hermoso que es cielo, creo que nunca encontraré algo más bello, pero cuando llegas tu, eres lo único que capta mi atención.
-¿Tu crees?- Le dedicó una sonrisa.
-Claro que lo creo.
 Se acercó y lo abrazó con todas sus fuerzas, Ran respondió al abrazo.
-Te amo- le susurró al oído.
-Yo también te amo, emperador de mi alma.
 Se quedaron abrazados hasta que sintieron el frió de la madrugada.
-Me tengo que ir- Ran dio media vuelta y se disponía a correr cuando Yoru le sujetó de la muñeca.
-¿Te podré ver mañana?
-No lo se, quieres verme?
-Yo se que tu también, vendrás al palacio en la noche, se un lugar hermoso donde nadie nos podrá molestar.
 Ran no supo que decir, sabía lo que Yoru planeaba, y no sabía si estaba listo para recibir tal cosa; pero su amor era tan grande, que haría lo que sea, mientras durara, tendría que disfrutarlo.
-Si.
 Yoru soltó su muñeca y Ran corrió hasta perderse en la oscuridad de las calles de la ciudad. Él se quedó en el puente un poco más, observando el flujo del río.
-¿De verdad quiero dar el siguiente paso?- pensaba-¿me estoy dejando llevar por mis instintos de nuevo? ¿Me estoy dejando llevar por estas emociones impuras, cometeré un pecado si lo amo de esta manera?
 Dio un suspiro y regresó caminando al palacio tan tranquilo como el flujo del río.

 


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