Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El último partido por Fullbuster

[Reviews - 472]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Un nuevo día amanecía por el horizonte. Esa noche hubo una gran tormenta que apenas dejó pegar ojo a Madara, no estaba acostumbrado a aquellos vendavales en Hokkaido. Quizá quería achacar toda la culpa de sus ojeras a aquel mal tiempo pero no era cierto, parte de esa culpa la tenía la enfermedad que lentamente estaba consumiendo a su hermano pequeño.


Bien abrigado con una chaqueta, guantes y la bufanda, seguía sentado en una silla en la helada terraza del hotel donde se hospedaba. El cálido aliento salía de su boca con la respiración creando una densa nube blanca que desaparecía lentamente con el contacto del frío clima. Sentía su rostro frío como el hielo pero no le importaba, aquel amanecer de cielo anaranjado merecía la pena ser disfrutado.


El sol podía estar levantándose, llevándose aquella tormenta que había azotado con violencia a la isla pero seguía sin calentar lo suficiente. Aún necesitaría un par de horas para descongelar todo aquel hielo y escarcha que se formaba por las noches. Madara apartó con la mano izquierda la manga de su chaqueta para mirar el reloj que llevaba en la derecha. Eran las siete de la mañana. Sonrió, le resultaba extraño que no le hubiera llamado nadie para investigar algún caso pero claro… ahora ya no estaba en Hokkaido, se había marchado de la gran ciudad para servir en un pequeño pueblo donde prácticamente, todo era tranquilidad.


- Si me vieras ahora papá – susurró sonriendo mientras seguía mirando el cielo – yo que siempre fui un hombre de acción ahora estoy encerrado en una pequeña isla donde no ocurre nada interesante.


- El hombre incorruptible – escuchó la voz de su hermano pequeño a la espalda.


- Ey ¿Cómo has entrado?


- La chica de la limpieza me ha abierto la puerta. Aquí nos conocemos todos, saben que eres mi hermano. Te he traído unos bollos de la panadería local para que desayunes. No quiero que vayas muerto de hambre a tu primer día en la comisaría – sonrió Fugaku enseñando la bolsa de papel con los bollos.


- Gracias. Entremos dentro, aquí fuera hace frío para ti.


Madara se levantó de la silla y se dirigió al interior del cuarto cerrando la gran cristalera tras él. Fugaku le observaba con una sonrisa mientras su hermano buscaba una silla en el cuarto de al lado para dejarla en la pequeña mesa que había en la habitación. Fugaku se percató entonces del periódico sobre la mesa abierto en los alquileres de casas.


- ¿Vas a quedarte para tiempo? – preguntó Fugaku.


- Sí. Estaba buscando algo no muy caro.


- En esta isla pocas cosas son caras, Madara – le sonrió – somos un pequeño pueblo que subsistimos como mejor se puede. Tenemos los servicios mínimos imprescindibles. Si quieres algo en concreto deberías ir a la ciudad y está surcando el mar en ferri. Enserio Madara… ¿Qué te trae por aquí? Eres el mejor policía de Hokkaido, te mandaban siempre a los peores lugares de corrupción porque no te tiembla el pulso cuando hay que hacer justicia, te has enfrentado hasta a grandes mandatarios que podían haber destruido tu carrera pero aquí estás…


- Quizá quería un cambio de aires.


- Los dos sabemos que eres feliz llevando a la cárcel a los que se aprovechan de su dinero para obtener lo que quieren. Aquí no hay nada parecido. El mejor caso que puedes encontrar aquí es que se le haya perdido una oveja a algún granjero despistado – sonrió Fugaku haciendo sonreír a Madara.


- Entonces tendré que encerrar a las ovejas – le bromeó Madara.


- ¿Qué estás haciendo, Madara? Vas a tirar toda tu carrera por la borda.


- No estoy tirando nada Fugaku. Hay cosas más importantes en la vida y te aseguro que no me arrepiento de esta decisión, porque tengo mis prioridades, la familia es mi prioridad. Voy a quedarme aquí hasta el último de los días. No te librarás de mí tan fácilmente.


- Eres un cabezota. Estoy bien.


- Sabes perfectamente que por mucho que no quieras hablar del tema, la enfermedad sigue estando en tu cuerpo, no puedes evitarlo. Voy a quedarme porque de lo único que podría arrepentirme en un futuro, es de no haber estado contigo el tiempo que te quedaba. Se apañarán sin mí en la ciudad – sonrió – mientras arrestaré ovejas.


Fugaku sonrió tomando asiento frente a su hermano para ir sacando los bollos de la bolsa. Madara aprovechó para llamar a recepción pidiendo que subieran un par de cafés, un americano para él y un café con leche para su hermano pequeño.


- Como siempre, te sigue gustando el café dulce y con poca cafeína – comentó Fugaku al ver lo que había pedido.


- Me gusta poco el café, pero el americano me mantiene despierto pese a su poca cafeína. Quizá me he acostumbrado a su sabor. Ahora que no están tus hijos por casa, ¿Cómo estás?


- Voy a días. Algunos días parece que me encuentro bien, otros el dolor me impide hasta moverme de ese sillón. Entrenar a esos chicos es lo que me obliga a salir de casa, a moverme y seguir con una vida lo más normal posible. Si no fuera por ellos quizá sólo estaría tirado en el sillón dejando pasar las horas.


- Al menos consiguen sacarte de casa y animarte un rato. Eso está bien – comentó Madara antes de pasarle un bollo de la bolsa.


Ambos hermanos desayunaron recordando viejas historias de cuando eran más jóvenes, recordando aquellos largos y calurosos veranos cuando venían a la isla a pasarla con sus padres. A las ocho y media de la mañana, cuando el sol ya estaba levantando, Madara se marchó a su nuevo puesto de trabajo en una pequeña oficina del centro del pueblo, la única que existía.


Sus compañeros le recibieron con una gran sonrisa, poca gente nueva solía aparecer por la isla. El jefe de policía salió enseguida de su despacho haciendo una ligera reverencia en forma de saludo. Apenas cruzaron un par de palabras y le indicó cuál sería su mesa de trabajo. Al menos le había tocado una cercana a la ventana que daba a la calle, desde allí podía ver el mar al otro lado de la carretera.


Todos sus compañeros parecían estar muy relajados, algunos de ellos simplemente patrullaban con el coche por las calles pero ni siquiera los teléfonos sonaban en aquella localidad. No estaba acostumbrado a tanta tranquilidad. Él siempre había perseguido a gente poderosa, a los corruptos, nunca le había temblado la mano a la hora de hacer justicia pero hoy estaba realmente perdido. En ese pueblo no había crímenes que investigar, ni casos que resolver. Suspiró y colocó nuevamente su portalápiz en varios lugares de la mesa tratando de identificar dónde quedaría mejor, no tenía nada más que hacer hasta que su jefe salió con una notificación en la mano.


- Madara, ¿Podrías entregarla a la dirección correspondiente? No está lejos de aquí.


- Claro – comentó cogiendo la notificación policial para mirar la dirección.


Antes de salir de la oficina, tuvo que preguntar a un par de agentes dónde se encontraba la vivienda que iba a buscar, pero todos sonrieron explicándole que siguiera la calle principal, no tenía pérdida. Era un pueblo demasiado pequeño y la encontraría enseguida.


Ni siquiera quiso coger el coche patrulla para ir. Tenía razón, la casa no estaba muy lejos pero sí le sorprendió que estuviera frente a la casa de su hermano. Miró hacia aquella casa, la pintura de la valla se estaba deteriorando y cuarteando, el césped del jardín necesitaba ser cortado urgentemente. La pared de madera pedía con presura una mano de barniz y las escaleras hacia el porche de la entrada parecía que iban a derrumbarse en cualquier momento.


Abrió la puerta de la valla sintiendo como una de las bisagras se soltaba desbarajustando la puerta por completo. Entró y la cerró como pudo tratando de volver a meter la bisagra en el sitio antes de continuar su camino hacia las escaleras. Aquellos cuatro peldaños los subió con miedo, escuchando el ruido de la madera crujir bajo sus botas, pensando que se rompería en cualquier momento aquella madera y él caería. No fue así. Llegó a la puerta y tocó con los nudillos sosteniendo la carta en la mano. Al no recibir respuesta, tocó nuevamente a la puerta con algo de más fuerza pero nadie respondió. Pensó que no había nadie y pasaría más tarde a dejar la carta.


Al bajar los peldaños y salir del jardín por aquella destartalada verja, se dio cuenta de una cortina que se movía en una de las ventanas. Miró con más detenimiento, le había parecido ver a un chico rubio justo antes de que la cortina se moviera, pero ya no estaba seguro si realmente había visto algo.


Estuvo a punto de volver a entrar en la propiedad cuando una mano en su hombro le sacó de aquel pensamiento. Su hermano estaba allí detenido tras él mirándole con ojos de sorpresa. No esperaba verle tan pronto cerca de su casa.


- ¿Qué haces por aquí? – preguntó Fugaku.


- Me han mandado a traer esta notificación, debo entregarla en mano pero parecía que no había nadie en casa. Creí haber visto a alguien en aquella ventana pero no me ha abierto la puerta.


-        Minato Namikaze – comentó Fugaku – no te abrirá la puerta, lleva al menos dos años encerrado en la casa. Dásela a su hijo. Si tarda en venir puedes ir a entregársela al bar del pueblo, trabaja allí de camarero. Le reconocerás rápido, tiene el cabello rubio.


- De acuerdo – comentó Madara aún mirando hacia la ventana viendo a través de la cortina aquella figura que se rehusaba a salir al exterior - ¿Hay algún motivo por el que no salga? –preguntó con curiosidad.


- Dicen que sufrió hace años un accidente. No sé, nadie le ha visto salir de esa casa desde entonces. Si quieres hablar con él, necesitarás que su hijo esté en casa, él te dejará entrar.


- Vale. Vendré más tarde entonces. ¿Dónde vas tú? – preguntó Madara.


- A casa. Había pasado por la panadería de la familia Sabaku, está un poco más abajo, hacen un pan excelente. Deberías probarlo.


- Quizá lo haga.


Aquella mañana, los únicos trabajos que la mandaron, fue a recorres las diversas granjas que habían por la zona y comprobar que todo estuviera en orden. Fue un día de lo más aburrido y tranquilo para él. Aún así, pese a ir con un compañero en el coche que trataba de distraerle con una amena conversación, cada vez que pasaban por la vía principal, Madara miraba hacia aquella destartalada casa como si fuera a ver a aquel extraño hombre detrás de la cortina. Lo único que consiguió ver, fue el pequeño huerto trasero donde parecía que cultivaban algunas verduras para ellos mismos.


Por la tarde, sobre las seis de la tarde, Fugaku se marchó de casa como acostumbraba para ir al entrenamiento. Ese fin de semana tenían un partido importante. Su hijo pequeño le seguía de cerca con cara de pocos amigos y es que seguía sin entender cómo funcionaba ese equipo. Para él todo consistía en el sacrificio y cuando observó a Hidan con una pequeña caja de pescado repartiendo a sus compañeros, se asombró todavía más.


Fugaku sonrió al ver al capitán del equipo traer algunas verduras y repartirlas entre sus compañeros mientras éstos traían otras cosas de sus oficios y repartían igualmente entre todos. Al fin y al cabo y tras tanto tiempo de insistencia por parte de Fugaku, había conseguido que fueran una familia, que se preocupasen los unos por los otros.


- ¿Qué narices es esto? – preguntó Sasuke enfadado - ¿Es un entrenamiento o un mercado?


- Los miércoles es el único día en que todos pueden aparecer, así que traen las cosas que quieren darse los unos a los otros.


- Esto es alucinante – susurró Sasuke sin poder creerselo – tenéis un partido importante y estáis repartiéndoos cosas en vez de entrenar.


- Sasuke… Cálmate de una vez.


- ¿Por qué faltaste ayer? – le gritó hacia Naruto que sonreía repartiendo un puerro a Hidan.


- ¿Es a mí? – preguntó Naruto borrando la sonrisa.


- Claro que es a ti, eres el capitán. Deberías dar ejemplo y no faltar a los entrenamientos. Ahora mismo deberías estar entrenando en lugar de unirte a ellos en este absurdo mercado.


- Si no te gusta lo que ves, puedes volverte a la ciudad. No te hemos pedido que vengas ni que nos ayudes. No necesitamos tus consejos.


- Si queréis ganar vais a necesitarlos.


- Es posible, pero no necesito que un niñato como tú venga a mi campo a decirme cómo vivir la vida. Tú no sabes nada de nuestra vida, ni de nuestras responsabilidades, no sabes nada sobre nosotros ni los problemas que afrontamos ni de cómo vivimos, así que márchate si tanto te disgusta ver nuestra forma de vida.


- ¿Me llamas a mí niñato? ¿Y qué narices eres tú? Eres menor que yo.


- Sal de mi campo – gritó Naruto.


- No puedes echarme, eres un jugador.


- No eres mi entrenador y sigo siendo el capitán de este equipo. Lárgate de mi campo – le gritó Naruto enfadado - ¿Alguien está en contra de que eche a… “este tipo” de mi campo? – preguntó Naruto hacia su equipo pero aunque todos le miraron, nadie reprochó su decisión – Está decidido entonces, lárgate.


Sasuke pese a buscar el apoyo de su padre, no lo encontró. Se marchó de allí con una ligera sonrisa que indicaba claramente que no se creía lo que estaba ocurriendo. Nadie jamás se había atrevido a echarle fuera de un campo y ahí estaba aquel rubio desafiándole. Se marchó de allí cabreado hasta que llegó donde estaba su tío y su hermano mayor sonriendo.


- Como siempre, mi hermano haciendo amigos allá donde va – sonreía Itachi con las manos apoyadas sobre la valla del campo.


- Deberías relajarte un poco Sasuke, estás aquí de vacaciones – comentó Madara sonriendo.


- Callaos – les gritó marchándose de allí en dirección a casa.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).