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El último partido por Fullbuster

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Una semana había transcurrido desde que Minato había acompañado a Madara a Hokkaido. En todo aquel tiempo, Madara no había dejado ni un segundo de investigar y hablar con sus contactos hasta encontrar todos los trapos sucios sobre los negocios fraudulentos, las estafas y la compra de votos, entre otras miles de historias que tenía esa familia. No podía negar Minato que todo aquello le preocupaba y es que Madara se metía en serios problemas cada vez que investigaba a familias tan importantes y más… cuando esas familias sabían de sobra que trataban con un agente de policía que no se dejaba corromper por nadie.


En parte, eso le hacía feliz a Minato. Durante años había sido profesor, había inculcado el sentido del bien y del mal aunque todo ello era muy relativo según el ojo con el que se mirase. Sin embargo, ver luchar a alguien con tanta fuerza por lo que creía la justicia, era algo admirable y, en parte, le recordaba a su difunta esposa. Era tan extraño sentirse atraído por un hombre después de haber compartido su vida entera desde la adolescencia con su esposa, el que había sido el amor de su vida, la persona que le regaló a ese gran milagro llamado Naruto. ¿Por qué no podía olvidarse ahora de Madara? Se sentía demasiado culpable por estar enamorándose de alguien después de su esposa. Sólo ella debería estar en sus pensamientos y aun así… era imposible. Madara se cruzaba una y otra vez en su camino.


Aquella nublada mañana en que se decidiría por el tribunal si llevarían a juicio a la familia de Kabuto, Minato decidió ir a visitar el cementerio. Los padres de Kushina vivían en la ciudad y por tanto, decidieron enterrarla allí. Podía aprovechar ya que estaba de visita para ver su tumba. Cogió un taxi y arrastró la silla de ruedas por todo el cementerio hasta llegar a la tumba de Kushiha Uzumaki.


Durante horas permaneció frente a ella, con un par de rosas blancas en su mano, tal y como le gustaban a su esposa. Miraba la tumba pero no encontraba una solución a su problema por más que estuviera allí. Seguía sintiéndose culpable, ella se había sacrificado por él, se había metido en medio de aquel coche apartándole a él. En aquel momento, con el recuerdo del cuerpo de su esposa tirado en la calle, ensangrentado y sin vida, no pudo evitar derramar las lágrimas que tantos años había estado guardando.


- ¿Qué diablos estoy haciendo? – se preguntó a sí mismo - ¿Por qué tengo que sentir esto por otra persona? Yo… sólo te quería a ti – intentó convencerse a sí mismo – te quiero a ti. Ni siquiera conozco a ese hombre pero tiene tantas cosas parecidas a ti. ¿Por qué tiene tus mismos detalles? ¿Por qué tiene que parecerse a ti? ¿Es un castigo o una señal? – se preguntaba, pero entonces, una mano tocó su hombro asombrándole.


- Es una señal – escuchó que decía Madara a su espalda.


- ¿Tú? ¿Qué haces aquí? Deberías estar en el juicio y no aquí. No quiero que estés aquí en la tumba de mi mujer.


- Cálmate, Minato. Sólo estaba preocupado por ti. El juicio acabó y no te vi en el hotel. Llamé a la compañía de taxis y no es muy complicado localizarte, todos recuerdan tu silla de ruedas. Me dijeron que te habían  traído aquí. Imaginé que sería por tu mujer.


- Aun así. No deberías estar aquí.


- Enamorarse de nuevo no es malo, Minato, ya te lo dije. No creo que tu esposa quisiera verte solo, triste y amargado toda tu vida cuando puedes volver a ser feliz.


- Si eso fuera cierto, me daría una señal – dijo enfadado moviendo su silla de ruedas para marcharse, pero una corriente de aire hizo que una de las rosas se resbalase de sus piernas y acabase cogiéndola Madara con una leve sonrisa. El aire cesó al instante.


- Me encantan las rosas blancas – dijo - ¿Te parece suficiente señal o quieres alguna más? – preguntó refiriéndose a ese aire que había cesado y que inevitablemente le conducía a él.


Minato miró la tumba de su esposa unos segundos, incrédulo por lo que acababa de pasar, intentando convencerse de que había sido una casualidad, pero cuando sintió los labios de Madara sobre los suyos, supo que se mentía a sí mismo una y otra vez, se estaba enamorando de ese hombre y no podía hacer nada para evitarlo, le deseaba. Había amado a su esposa, Dios sabía que lo había hecho, pero ella pertenecía a su pasado y ahora… necesitaba encontrar un futuro, su futuro estaba frente a él, de la mano de ese policía que se arriesgaba todos los días y, que por alguna extraña casualidad, se parecía en carácter y en detalles a su esposa.


- No hace falta ir rápido, Minato – le dijo Madara susurrando mientras sus labios aún se rozaban – no voy a forzarte, pero sé que sientes lo mismo que yo siento por ti. Vayamos despacio, ¿vale? Conozcámonos bien y déjame enamorarte, nunca te arrepentirás de haberme dado la oportunidad, porque cambiaré toda tu vida, lucharé por hacerte feliz y porque esa sonrisa jamás se borre de tus labios. No voy a sustituir a tu esposa, tú y yo crearemos una nueva vida, nuevos recuerdos, haremos cosas diferentes, porque respeto a tu esposa y su recuerdo, pero pese a ello, sigo amándote y espero que ella me dé su bendición porque le prometo… que nunca dejarás de sonreír a mi lado.


***


- ¿Ya te marchas? – preguntó Itachi desde la cama.


Deidara se giró a mirarle un segundo mientras seguía buscando su ropa por la habitación. Sinceramente… no tenía mucho que hacer y menos allí en la ciudad de Tokio, pero quedarse en la habitación de hotel de Itachi tampoco era una gran opción. Deidara sonrió cuando al girarse, observó a un desnudo Itachi tan sólo tapado levemente medio cuerpo hacia abajo con la sábana blanca.


- ¿Pretendes que me quede todo el día en la cama contigo? – preguntó Deidara.


- Sería una buena opción – sonrió Itachi.


- Tengo hambre, Itachi.


- Puedo pedir que suban el desayuno.


- Y también tengo mi propio hotel. No sé por qué estoy pagando mi hotel si duermo todas las noches aquí contigo en tu habitación.


- Eso es cierto, deberías mudarte aquí conmigo – sonrió Itachi.


Aquello pilló por sorpresa a Deidara, quien no se esperaba que propusiera algo como aquello tan rápido. Con Kabuto tardó años en que le pidiese vivir juntos y aun así… todo había salido realmente mal. Quizá no esperó que para Kabuto vivir juntos fuera simplemente, alquilarle una casa donde tener sexo sin que su pareja real se enterase. Qué ciego estuvo, pensar que creía que eran una pareja cuando sólo le utilizaba de amante.


- ¿En qué piensas? – preguntó Itachi al ver a Deidara paralizado, pensando en algo.


- ¿Tienes algún amante por ahí? ¿Alguna relación formal?


- Dei… - susurró Itachi – sólo estoy contigo y sólo te quiero a ti. Yo no soy él, ¿vale? No podría estar con nadie más que contigo. Te invitaría a mi casa, pero vivo en Hokkaido, no tengo casa propia aquí en Tokio y no quería molestar a mi hermano en la suya.


- Ya, bueno… creo que me iré a entrenar un rato – comentó Deidara al final.


- Venga, Dei… desayuna al menos conmigo.


- ¿Dónde quieres desayunar?


- En el parque de aquí enfrente, en el bar de la esquina. No te quitaré mucho tiempo para entrenar.


- Vale – acabó aceptando Deidara – pero levántate ya de la cama – sonrió Deidara.


Ya estaba a punto de incorporarse cuando sintió los fuertes brazos de Itachi agarrarse a su cintura y tirarle hacia atrás hasta tumbarle con él una vez más en la cama. Ambos rieron mientras se miraban con dulzura, dejándose llevar por la felicidad que reinaba en aquel instante. Un suave beso les hizo olvidarse de dónde estaban e incluso, de sus propios planes para ir a desayunar. Tan sólo les importaba estar juntos y estar bien, nada más. Aquel beso les llevaba muy lejos de sus pesares y sus tristezas, de los remordimientos y la culpabilidad. Después de años de tormentoso silencio, finalmente estaban allí, juntos y amándose. Ya no importaba nada más.


La mano de Itachi rozó el abdomen de Deidara subiendo por debajo de la camiseta. Ni siquiera tenía pensado hacer nada, tan sólo rozar su piel, besarle, cuidarle lo que nadie le había cuidado jamás. Al soltar sus labios, le miró con dulzura, embelesándose en aquella sonrisa que Deidara tenía y que él no podía explicarse aún de dónde podía sacarla después de todo lo que le había explicado su tío.


Deidara cogió la muñeca de Itachi impidiéndole que siguiera recorriendo su vientre, que siguiera rozando aquellas cicatrices de las que jamás podría huir. Itachi dejó que apartase su mano y observó cómo entrelazaba sus dedos a los suyos en su lugar.


- Sigues sin dejarme tocarlas – comentó Itachi.


- Sí… pero lo raro es que tú has dejado de preguntar por ellas – dijo Deidara sorprendiendo a Itachi.


- Quizá ya no necesite saber el motivo, me basta con saber que estás bien.


- ¿En serio? – sonrió Deidara pero entonces, observó aquel extraño brillo en los ojos de Itachi, ese leve movimiento de su nariz y supo que algo no estaba bien – me acabas de mentir – dijo de repente.


- ¿Qué?


- Me has mentido, has dicho que no necesitas saber el motivo pero has movido la nariz. Siempre lo haces cuando mientes. Oh, por favor… lo sabes – dijo Deidara incorporándose.


- Dei…


- Lo sabes y no me lo dijiste.


- No quería hacerte sentir peor.


- ¿Hacerme sentir peor? – aclaró Deidara – No puedo sentirme peor. ¿Sabes por qué no quería decírtelo?


- Porque te avergonzabas.


- No – gritó Deidara – no te lo dije porque no quiero ver esos ojos con los que me miras ahora.


- ¿Qué ojos?


- Esos de lástima. No quiero tus ojos de lástima. ¿Era por esto por lo que has estado toda la semana llevándome a comer cerca de parques donde juegan niños? ¿Crees que así supero mi perdida o qué? No necesito ni tu lástima ni tu ayuda.


- Dei… Te quiero.


- ¿De verdad? Yo creo que ahora mismo sólo me tienes lástima y odio esa mirada. Joder, Itachi… no puedo salir contigo mientras me mires así.


- ¿Y cómo quieres que te mire? No soporto la idea de lo que te han hecho. También me duele a mí.


- Y lo entiendo, pero no necesitaba sumar también tu dolor, ya tenía bastante con el mío. Te sientes culpable y ese sentimiento me llega a mí, no puedo hacer frente a mi dolor y añadir el tuyo.


- Quiero estar contigo.


- Y yo contigo, pero no así. Nos vamos a hacer daño mutuamente.


- Puedo olvidar el pasado.


- No puedes. Mantuve el secreto porque era una familia peligrosa e importante, quería mantenerte a salvo y tú has ido a por ellos.


- No, yo no… mi tío.


- Me da igual, tu familia, Itachi, sigue siendo tu familia. ¿Qué no entiendes de que no quería poneros en peligro? Ha sido mi culpa, podía haberos pasado algo, aún puede pasaros hasta el día del juicio definitivo. No quiero que te arriesgues por mí, sólo quiero olvidar y empezar una vida nueva, pero lo que tú me estás proponiendo es volver y enfrentar mi pasado, no quiero enfrentarlo.


- Eres un buen médico y no voy a permitir que tires todo por la borda por un desgraciado.


- Ésa es mi decisión, no la tuya – le aclaró Deidara – me marcho a mi hotel.


- Dei… hablemos de esto.


- No, no quiero hablar de este asunto.


Deidara salió todo lo rápido que pudo del cuarto, dejando a un desnudo Itachi que trataba de incorporarse en la cama buscando su ropa, pero para cuando encontró todo, supuso que Dei ya debía estar fuera del hotel. Era cierto que acababa de meter la pata, el tema de su hijo fallecido era un tema delicado y tuvo que buscar un buen momento y sobre todo… un buen argumento para sacarlo a relucir, había sido imprudente y lo había sacado sin preparar el terreno. Era lógico que Deidara no quisiera hablar de ese dolor que le provocaba el tema.


En la calle, Deidara pasó primero por una farmacia. Odiaba hablar de esos temas, odiaba tener que recordar lo que había perdido pero más odiaba que la gente le mirase con pena y tratasen de comprender un dolor que no podían comprender, no habían vivido su infierno y encima… esos síntomas empezaban a darle una clara evidencia de que había cometido otro error más con Itachi, seguramente estaría embarazado y no quería contárselo a Itachi, al menos no ahora que estaba afectado por lo de su anterior aborto. Compró una prueba de embarazo y volvió a su hotel con rapidez. Una vez relajado en el baño, realizó la prueba y para su mala suerte, salió positivo.


- Maldita sea, Itachi – susurró.


Aún no había superado la pérdida de su hijo y estaba esperando otro. El miedo acudió al instante a él. Tendría que hablar con Naruto y decirle que dejaba el equipo, tenía que dejar a sus compañeros tirados en el partido más importante y todo… porque no había tenido cuidado. Escondió el rostro entre sus manos y pensó, pensó durante horas allí sentado en la taza del retrete intentando convencerse de que todo había cambiado, de que ese niño viviría, de que le protegería como fuera, pero ahora tenía un gran problema… decírselo a su padre. La última vez que hizo eso, le mandaron a unos matones a un parking y, pese a saber que Itachi no era así, no sabía cómo iba a reaccionar ante eso.


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