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El último partido por Fullbuster

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Esa noche, Deidara había pasado a cenar a casa de los Namikaze. Hacía algo más de un año que se había mudado desde la majestuosa ciudad de Hokkaido a la pequeña isla Rebun. Muchas veces, ambos chicos hablaban de lo difícil que era la vida en las ciudades grandes, más para ellos que con ese inusual cabello rubio, todos pensaban que eran extranjeros. Ambos sabían que sus orígenes no eran precisamente japoneses, pero habían nacido allí, seguían siendo japoneses pese a que sus antepasados no lo fueran. En las escuelas, los niños no terminaban de entender esas cosas hasta que no crecían, pero Naruto jamás fue a una universidad para ver el cambio de mentalidad, tan sólo tenía los estudios obligatorios. Se había quedado a las puertas de la universidad, pero el trabajo fue lo más importante en su vida, más incluso que estudiar.


Deidara en cambio sí había asistido a la universidad, muchas veces le contaba con una sonrisa a Naruto las cosas que había vivido allí, algunas buenas, otras no tanto. Naruto siempre escuchaba embelesado por la forma en que Deidara narraba las cosas, tenía un don para la palabra pese a esa mirada de tristeza y nostalgia que siempre colocaba cuando hablaba del tiempo pasado, de la universidad más concretamente.


Ambos chicos se sentaron en el porche con una taza de chocolate caliente. El tiempo se estaba nublando y alguna gota de lluvia empezaba a caer con timidez sobre las hojas de las plantas que Naruto tenía en torno al pasillo empedrado que atravesaba el jardín hasta la calle principal.


- ¿Por qué no estudias algo a distancia, Naruto? – preguntó Deidara con una sonrisa.


- No podría – comentó el rubio sonriendo – entre el trabajo, mi padre, mi hijo… no sabría de dónde sacar tiempo para estudiar. Además también está el Lacrosse ahora.


- ¿Crees que llegaremos a primera división?


- Es posible. Faltan dos partidos. Tanto tiempo entrenando y ahora que por fin tenemos un equipo… ya veo tan cerca la posibilidad de estar ahí.


- Llegaremos – le dijo Deidara animándole.


- Sí, este año lo haremos. Por Fugaku, se lo debemos después de lo que nos ha ayudado.


- Estoy de acuerdo – comentó Deidara – Oye, Naruto… ¿Te importa si me marcho ya? Mañana quería madrugar y terminar de arreglar la pasarela del muelle.


- Claro, no te preocupes, puedes ir tranquilo.


- Gracias por la cena. Nos vemos en el entrenamiento.


- Mañana no iré. Asuntos personales.


- Entiendo – sonrió Deidara – entonces nos veremos por la noche. Buenas noches, Naruto. Dale las gracias a tu padre, la cena estaba deliciosa. Es un gran cocinero.


- Se lo diré. Buenas noches.


Naruto se abrigó un poco mejor, cogiendo el cuello de la chaqueta para taparse el cuello mientras veía caminar a Deidara a paso rápido antes de que empezase a llover con más fuerza. Una vez la figura de Deidara desapareció de su vista, miró al cielo estrellado que tenía esa isla, era un cielo como jamás había visto en ningún otro lado, un cielo que conseguía calmarle y relajarle. Siempre le había gustado todo lo relacionado con el universo y aunque uno de sus sueños era tener un telescopio, nunca le surgió la oportunidad.


Al respirar, el vaho salió de su aliento en aquella fría noche y por unos instantes, lo observó esfumarse mientras trataba de calentar sus frías manos agarrando con fuerza el tazón con el chocolate. Los días siempre eran duros. Entre trabajar, entrenar y ayudar a su familia, apenas le quedaba tiempo para él mismo. Esos cincos o diez minutos en el porche eran su único momento de paz y tranquilidad… pero hasta eso sucumbió al ver los ojos del hijo menor de los Uchiha puestos en él.


Sabía pocas cosas del hijo pequeño de los Uchiha pese a que Fugaku siempre hablaba muy bien de él. Decía que era un gran entrenador de Lacrosse, que había seguido sus pasos. Fugaku siempre presumía de sus hijos, de lo bien que les había ido y Naruto sonreía cuando le veía tan orgulloso hablando de ellos. Era un buen padre, adoraba con locura a sus hijos.


El chirrido de la puerta sorprendió a un relajado Naruto que enseguida apartó sus ojos de Sasuke Uchiha para fijarse en aquello ojazos azules de Kaito. El niño se acercaba caminando con lentitud hasta agarrarse a la pierna de Naruto, quien dejó la taza de chocolate encima de la mesa para coger al pequeño.


- Ey, ¿qué haces aún despierto? ¿No te había dejado ya en la cama?


Kaito le enseñó un cuento infantil que llevaba en la mano y Naruto sonrió. Su hijo sabía hablar… más o menos. Le costaba un poco soltarse pero no era precisamente muy hablador. Quizá sería alguna característica de su padre, en algo debía parecerse a él.


- ¿Quieres que te lea un cuento? – preguntó Naruto cogiendo el libro para dejarlo encima del diván en el que estaba y poder coger a su hijo sentándole en sus piernas.


Buscó con la mirada una de las mantas que siempre tenía en el pequeño diván. Kaito apoyó su espalda contra el pecho de su padre dejándose tapar con aquella manta mientras Naruto le rodeaba con sus brazos cogiendo el cuento para empezar a leer.


Empezó a leer gesticulando en cada conversación consiguiendo así sacar una sonrisa de su hijo. Esos dos años habían sido los más duros de su vida pero a la vez, los más gratificantes. Sasuke miraba desde la casa de enfrente. Ni siquiera sabía que aquel chico tuviera un hermanito tan pequeño, pero eso es lo primero en lo que pensó. Una sonrisa se escapó de sus labios al ver a aquel pequeño sonreír mientras señalaba los dibujos del libro con el dedo.


Naruto de vez en cuando apartaba sus ojos del libro para mirar hacia la casa de enfrente. Era el único momento en el que su sonrisa se esfumaba. Sasuke miró con cierta ternura aquella escena, observando cómo el pequeño se iba quedando dormido lentamente y Naruto colocaba su mano en la frente del niño apartándole levemente el flequillo antes de besar su cabeza.


Cuando Naruto comprobó que Kaito se había quedado profundamente dormido, cerró el libro y lo cogió con cuidado de no despertarle para llevarle bien tapado con la manta hasta su cama. Al entrar en la casa, se sintió más cómodo apartándose de la vista de sus vecinos. Su padre estaba sentado junto a la ventana leyendo un libro y Naruto sonrió cuando éste se giró a mirarle.


- ¿Se ha vuelto a escapar de la cama? – preguntó Minato.


- Como todas las noches. Quería que le leyese un cuento.


- Es la tercera vez que le he leído ese cuento esta noche – sonrió Minato – supongo que sólo quiere dormirse cuando tú se lo lees.


- Ya sabes cómo es, siempre le cuesta dormirse y marea a todos hasta que lo consigue. Hace cualquier cosa por escaquearse de la cama. Voy a llevarle.


- Abrígale bien, esta noche van a bajar las temperaturas. Eso han dicho en la radio local – sonrió Minato.


La radio local tan sólo la escuchaban los del pueblo. Nunca había tenido una gran fama, ni siquiera era una emisora conocida, quizá porque poca gente venía a Rebun y los que lo hacían, iban de excursión, hacían un par de rutas por sus hermosos paisajes y volvían a sus casas tras haberse relajado en unas pequeñas vacaciones. Nadie se había tomado el tiempo de estar un tiempo allí, de conocer los encantos que podía tener la isla.


Por la mañana, tal y como Deidara informó, comenzó a reparar las maderas del pequeño embarcadero. Mucha gente decía que no había nada en aquella isla, él había encontrado precisamente lo que buscaba, tranquilidad y algo de paz para su desgastado estado mental. Muchos años había vivido en la ciudad de Hokkaido, jamás pensó marcharse de allí y ahora… lo único en lo que podía pensar era en que no quería volver.


Dejó el martillo unos segundos y se miró las manos. Antaño habían sido suaves, las manos de todo un buen médico, ahora eran tan ásperas que podría haber lijado una tabla de madera con ellas, tan sólo era un pequeño carpintero que ponía en funcionamiento de nuevo el antiguo embarcadero. Ni siquiera había vuelto a pensar en ejercer su profesión. Poca gente en el pueblo sabía realmente quién era y a lo que una vez se había dedicado pero era mejor así, le facilitaba el poder escapar de su pasado.


- ¿Dei? – escuchó que pronunciaban su nombre a la espalda.


Se giró inmediatamente con los ojos abiertos como platos al identificar aquella voz. Nunca pensó que volvería a ver a aquel hombre y mucho menos… en una isla remota de Japón en la que tan poca gente recaía incluso que existiera. Él simplemente… no debería estar allí. Un año había pasado desde la última vez que se vieron, un año en el que quiso olvidarse de todo y que parecía lo estaba consiguiendo, ahora él estaba allí.


- ¿Itachi? – preguntó Deidara sin poder creérselo aún.


- ¿Qué estás haciendo aquí? Ayer creí que me estaba volviendo loco, me pareció verte pero sabía que era imposible, tú vivías en Hokkaido. ¿Qué estás haciendo aquí?


- Vivo aquí.


- ¿Has abierto una consulta aquí? – preguntó Itachi sorprendido.


- No. Ya no ejerzo como médico. Ahora trabajo la madera, estoy reabriendo el embarcadero.


- Mi padre me informó que aquí podría alquilar un kayak.


- Te sacaré uno del almacén.


Itachi se quedó unos segundos en completo silencio observando cómo aquel chico de extraño cabello rubio se marchaba hacia una vieja caseta a buscarle una embarcación. No podía creerse que estuviera precisamente allí, pero eso hacía que se sintiera todavía más culpable por lo sucedido. Puede que Deidara no supiera nada, pero él le había fallado y lo ocultaba bajo esa máscara de ignorancia. Tuvo que decirle la verdad… pero no fue capaz por algún motivo y ahora no se atrevía a contarle todo lo que una vez debió pronunciar.


La primera vez que conoció a Deidara, fue en la universidad. Ese chico estaba muy perdido por el recinto, tan sólo era un novato que tuvo la suerte o la desgracia de cruzarse con él. Simplemente le indicó el camino y le acompañó hasta su dormitorio. En pocos meses, ambos hacían prácticamente todo juntos, iban al cine, eran grandes amigos y hasta estudiaban juntos en la biblioteca pese a tener carreras diferentes. Itachi estudió periodismo, quería ser un gran reportero o un mejor locutor deportivo, Deidara estudiaba medicina.


Quizá aquella época fue la mejor que consiguieron vivir. Llegó a enamorarse de él, del que era su mejor amigo y al que jamás le confesó la verdad de sus sentimientos por miedo a meter la pata con él. Ese miedo hizo que le perdiera definitivamente cuando su mejor amigo se metió en medio invitando a salir a Deidara. Desde entonces Itachi decidió callar, decidió que el silencio era lo mejor que podía ofrecerle a ese chico y ahora se arrepentía de haber callado demasiadas cosas que una vez debió contar.


Deidara volvió con un kayak y un traje de neopreno para Itachi. Éste se apresuró a ayudarle con la embarcación pese a que Deidara le comentó que podía él. Itachi no creyó que la situación entre ellos estuviera tan mal, siempre pensó que eran buenos amigos, le había amado como a nadie más, él se había ganado ese hueco en su corazón y ahora… le dolía ver la distancia que les separaba. Se dio cuenta cuando al rozar su mano sin querer al tratar de coger la canoa, Deidara la apartó asustado girando el rostro.


- Lo siento – fue lo único que le salió decir a Itachi en aquel momento.


- No pasa nada – intentó sonreír Deidara aunque no había pasado desapercibido aquel miedo que había sentido Deidara.


Por un momento… Itachi se preocupó. Hacía algo más de un año que no sabía nada de ese chico y ahora lo veía demasiado cambiado, demasiado serio a como siempre había sido, demasiado atemorizado y quizá… eso que veía en sus ojos era tristeza.


- ¿Así que Fugaku es tu padre? -  preguntó Deidara tratando de calmar el ambiente.


- Sí.


- Era tan evidente – sonrió Deidara – el mismo apellido y aun así no me percaté que pudiera ser tu padre.


- Hay más gente con mi apellido en Japón. ¿Cómo ibas a saber que mi padre vivía aquí? – sonrió Itachi tratando de calmar también aquel tenso ambiente.


- Lamento lo de tu padre. Es un buen hombre.


- Gracias. Voy a…. – intentó articular Itachi señalando una vieja cabaña.


- A cambiarte – sonrió Deidara terminando la frase.


- Sí – sonrió – a cambiarme.


- Te dejaré encima del poste un par de rutas de kayak que puedas hacer.


- De acuerdo. Gracias… Dei.


- De nada.


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