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Bailando con el Diablo por kurama_kun

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-Disclaimer: Kuroko No Basket, no me pertenece, yo solo pido prestado a sus personajes.

-Advertencia: Universo alterno.

-Pareja: Aomine x Kise. — Murasakibara x Akashi

 

***Bailando con el Diablo***

***Capitulo 1***

 

 

Aomine Daiki maldijo mientras las baterías del MP3 se acababan. Su maldita suerte.

 

Todavía faltaba una hora para aterrizar y lo último que quería era escuchar a Wakamatsu Kousuke en la cabina del piloto del helicóptero, lamentándose y quejándose por lo bajo de su trabajo, el tener que llevarlo de regreso a Alaska. Había treinta centímetros de acero sólido que lo separaban pues Aomine estaba en un compartimiento especial que lo separaba del mortal sol, para el. Una gruesa ataúd.

 

Aun así Daiki podía oír a Wakamatsu a través de las paredes tan fácilmente como si estuviera sentado a su lado. Peor, Aomine odiaba estar metido en ese pequeño compartimiento que parecía estar cerrándose sobre él. Cada vez que se movía, se golpeaba un brazo o una pierna con la pared. Pero ya que habían estado volando a la luz del día, era o el cubo o la muerte.

 

Por alguna razón él todavía no estaba realmente seguro de por qué había escogido el cubo.

 

Se quitó los audífonos y sus oídos fueron asaltados inmediatamente por el rítmico golpeteo de las aspas del helicóptero, ráfagas de vientos invernales y la conversación, llena de estática, de Wakamatsu por radio.

 

—¿Y... lo has hecho?

 

Daiki arqueó una ceja ante la voz masculina tan ansiosa y poco familiar. Ah, la belleza de sus poderes. Su audición le daría celos a Superman. Y él sabía cuál era el tema de la conversación. 

 

Él.

 

O más bien su muerte.

 

A Wakamatsu le habían ofrecido una fortuna para matarle, y desde el momento que había dejado Tokio, hacía unas doce horas aproximadamente, Aomine había estado esperando que su Escudero abriera las ventanas selladas y lo expusiera a la luz del sol o que arrojara al mar su compartimiento y lo dejará caer sobre algo que garantizara terminar con su inmortalidad.

 

En lugar de eso, Wakamatsu estaba jodiendo con él y aún le faltaba jalar el interruptor. No era que a Daiki le importara. Él tenía unos cuantos trucos para enseñar al Escudero, si es que Wakamatsu trataba de hacer algo.

 

—Nah —dijo Wakamatsu, mientras el helicóptero se sumergía sin previo aviso bruscamente hacia la izquierda haciendo que Aomine se golpeara ruidosamente contra la pared del compartimiento. Comenzaba a sospechar que el piloto lo hacía justamente para joderlo y divertirse. El helicóptero se inclinó otra vez mientras Aomine se preparaba para eso.

 

—Pensé en eso —hablo Wakamatsu por el radio trasmisión del helicóptero, al ser este un humano no sospechaba el gran sentido de audición que poseía Aomine.

 

—Realmente lo hice, pero sabes, creo que freír a este bastardo es algo demasiado bueno para él. Preferiría dejarlo en medio del Atlántico o abrir despacio y dolorosamente la puerta de su ataúd. Personalmente, me gustaría oír el grito del sicótico hijo de puta pidiendo misericordia, especialmente después de lo que hizo a esos inocentes policías.

 

Un músculo en la mandíbula de Aomine comenzó al latir a ritmo con los latidos rápidos y enojados de su corazón mientras oía. Síp, esos policías habían sido realmente inocentes, claro. Si Daiki hubiera sido mortal, entonces la paliza que le habían dado lo habría matado o estaría en coma ahora mismo.

 

La voz habló por el radio otra vez. —Escuché de los Oráculos que Seijuro Akashi pagará el doble al Escudero que lo mate. Si lo agregas a lo que Nijimura Shuzo iba a pagarte por matarlo y personalmente pienso que eres un tonto si lo dejas pasar.

 

—Sin duda, pero tengo suficiente dinero para quedarme tranquilo. Además, soy el que tiene que tolerar su actitud de mierda y sus mofas. Él piensa que es un tipo muy rudo. Quiero verlos bajarle los humos antes de que le corten la cabeza.

 

Aomine puso sus ojos en blanco ante las palabras de Wakamatsu. Él no daba ni la cola de una rata por lo que el hombre pensaba de él. Había aprendido hacía mucho tiempo que no tenía caso tratar de llegar a la gente.

 

Todo lo que lograba era que lo abofetearan.

 

Metió el reproductor de MP3 en su bolso negro e hizo una mueca ante su rodilla pegada a la pared. Dioses, sáquenme de este lugar apretado y restringido. Se sentía como si estuviera en un sarcófago.

 

—Estoy asombrado que el Concejo no activara el estado Blood Rite para esta cacería —dijo el otro. —Wakamatsu bufó. —Lo intentaron, pero alguien del consejo se rehusó.

 

— ¿Por qué?

 

—No tengo idea.

 

—Esos malditos sabelotodo. Y hablando de eso, mi Cazador está llamándome así que mejor me voy a trabajar. Cuídate de Aomine Daiki y permanece fuera de su camino.

 

—No te preocupes. Voy a deshacerme de él y dejarlo para que los demás lo atrapen, luego sacaré mi trasero de Alaska más rápido de lo que puedas decir “Rumpelstiltskin”. El radio se apagó.

 

Aomine Daiki se quedó perfectamente quieto en la oscuridad y escuchó a Wakamatsu respirando en la cabina del piloto.

Entonces, el idiota había cambiado de idea acerca de matarlo. Bien, bravo por eso. Al Escudero finalmente le habían crecido las pelotas, y medio cerebro. En algún punto durante las últimas horas Wakamatsu había decidido que el suicidio no era la respuesta.

Por eso, Aomine lo dejaría vivir. Pero lo haría angustiarse por el privilegio. Y que los dioses ayudaran al resto que viniera tras él.

 

En la tierra congelada del interior de Alaska, Daiki era invencible. A diferencia de los otros Cazadores y Escuderos, él había tenido novecientos años de entrenamiento en supervivencia ártica. Novecientos años de estar solo él y la tierra salvaje que no figuraba en el mapa. Indefectiblemente, Murasakibara lo había visitado cada década o poco más o menos sólo para asegurarse que aún estaba vivo, pero nadie más, siquiera una vez, había venido.

 

Y las personas se preguntaban por qué estaba demente. Hasta diez años atrás, no había tenido contacto en absoluto con el mundo

Exterior durante los meses largos del verano que lo obligaban a vivir adentro de su remota cabaña. Ni teléfono, ni computadora, ni televisión.  Nada más que la tranquila soledad en la que releía la misma pila de libros una y otra vez hasta que los había aprendido de memoria. Esperando con ansiosa anticipación que las noches se hicieran más largas, lo suficiente para permitirle viajar de su cabaña rural a Fairbanks en donde los negocios aún estaban abiertos y él podía interactuar con gente.

 

Para eso, sólo había pasado un siglo y medio desde que el área se hubiera poblado lo suficiente para que él pudiera tener algún contacto humano. Antes de eso, por incontables centurias, había vivido solo, sin otro ser humano cerca de él. Ocasionalmente había divisado a nativos que estaban aterrorizados al encontrar un hombre extraño, a un hombre alto, de piel morena, con colmillos y viviendo en un bosque remoto. Sólo echaban una mirada a sus casi dos metros de altura y su gabardina negra de piel de buey almizclero, y salían corriendo tan pronto como podían en otra dirección, dando gritos que el abominable hombre de las nieves los iba a atrapar.

 

Supersticiosos hasta el extremo, habían creado una leyenda basada en él. Eso dejaba sólo las raras visitas de los vampiros en el invierno, quienes se aventuraban en su bosque a fin de poder decir que habían enfrentado al lunático Cazador de Demonios Aomine Daiki. Desafortunadamente, habían estado más interesados en pelear que en conversar y así que su relación con ellos siempre había sido breve. Unos pocos minutos de combate para aliviar la monotonía y luego estaba solo otra vez con la nieve y los osos. Y no eran ni siquiera hombres lobos. La carga magnética y eléctrica de la aurora boreal imposibilitaba a los licántropos  a  aventurarse tan al norte. También causaba estragos con la electrónica y los enlaces satelitales, cortando sus comunicaciones periódicamente durante el año, así que aún en este mundo moderno, estaba todavía dolorosamente solo.

 

Tal vez debería dejarles que lo mataran después de todo.

 

Y todavía, de alguna manera, siempre se encontraba continuando. Un año más, un verano más. Uno más de comunicaciones cortadas. Supervivencia básica era todo lo que Aomine Daiki siempre había conocido.

 

Tragó mientras recordaba Tokio. Cómo había amado esa ciudad. La animación. El calor. La mezcla de olores exóticos, vistas, y sonidos. Se preguntaba si la gente que vivía allí se percataba de lo bien que estaban. Qué tan privilegiados eran por estar bendecidos con semejante ciudad.

 

Pero eso estaba detrás de él ahora. Había cometido un error tan grande que no había forma que ni Akashi ni Murasakibara le permitieran regresar a un área poblada donde pudiera interactuar con un gran grupo de personas.

 

Eran él y Alaska para la eternidad. Todo lo que podía esperar era una masiva explosión demográfica, pero dada la severidad del clima, eso era tan probable como que a él lo destinaran a Hawai.

 

Con ese pensamiento, sacó del bolso su ropa para la nieve y empezó a ponérsela. Sería temprano en la mañana, cuando llegaran y aún estaría oscuro, pero el amanecer no estaría muy lejos. Tendría que apresurarse para llegar a su cabaña antes de la salida del sol.

Para cuando se había frotado protector solar sobre su piel y se había puesto sus calzoncillos, un suéter negro con cuello de tortuga, el abrigo largo de buey almizclero y las aislantes botas de invierno, ya podía sentir descender al helicóptero.

 

En un impulso, Aomine repasó rápidamente las armas en su bolso. Había aprendido hacía mucho tiempo a llevar un gran surtido de herramientas. Alaska era un lugar rudo para estar por cuenta propia y nunca sabías cuándo te ibas a encontrar con algo mortífero.

Siglos atrás, Aomine había tomado la decisión de ser la cosa más mortífera en la tundra.

 

Tan pronto como aterrizaron, Wakamatsu cortó el motor y esperó a que las aspas dejaran de dar vueltas antes de salir, maldiciendo por la temperatura bajo cero, y abrió la puerta trasera. El humano hizo un repugnante gesto de desprecio mientras se hacía para atrás para darle el espacio suficiente a Aomine para desocupar el helicóptero.

 

—Bienvenido a casa —dijo Wakamatsu con una nota de veneno en la voz. El estúpido estaba disfrutando con el pensamiento de que los Escuderos le siguieran la pista y lo desmembraran. Bueno, también esperaba eso Daiki.

 

El humano sopló sus manos enguantadas. —Espero que todo esté como lo recuerdes.

 

Lo estaba. Aquí, ninguna cosa cambiaba nunca.

 

Aomine se sobresaltó ante el brillo de la nieve aún en la oscuridad del preamanecer. Se bajó los lentes sobre los ojos para protegerlos y saltó afuera. Agarró su mochila, lo lanzó sobre el hombro, luego se abrió camino a través de la nieve hacia el cobertizo climatizado en donde, la semana anterior, había dejado su Ski Doo MX Z Rev, hecha a medida.

 

Oh, sí, ésta era la temperatura por debajo de congelación que recordaba, el aire ártico que mordía tan ferozmente. Cada pedazo de su piel expuesta ardía. Apretó sus dientes para evitar que castañearan, algo no muy agradable cuando un hombre tenía colmillos largos y filosos en lugar de dientes.

 

Bienvenido a casa...

 

Wakamatsu se dirigía hacia la cabina del piloto cuando Daiki se dio vuelta para mirarlo.

 

—Oye, Wakamatsu —lo llamó, su voz sonó a través de la fría quietud. El humano se detuvo.

 

—Rumpelstiltskin —dijo el moreno antes de lanzar una granada debajo del helicóptero.

 

Wakamatsu dejó escapar una maldición mientras corría a través de la nieve tan rápido como podía, tratando de alcanzar algún refugio. Por primera vez en un largo tiempo, Aomine sonrió al ver al Escudero enojado y el sonido de la nieve crujiendo ruidosamente bajo los apurados pasos del rubio.

 

El helicóptero explotó en el mismo instante que Daiki alcanzaba su vehículo de nieve. Pasó una larga pierna vestida en cuero sobre el asiento negro y miró hacia atrás para ver cómo los pedazos de metal, del helicóptero Sikorsky de veintitrés millones de dólares, llovían sobre la nieve.

 

Ahh, fuegos artificiales. Cómo le gustaban. La vista era casi tan bella como la aurora boreal.

 

Wakamatsu todavía estaba maldiciendo y dando saltos, como un niño enojado, mientras miraba su juguete hecho a medida arder en llamas.

 

Aomine Daiki echó a andar el motor y condujo hacia el humano, pero no antes de dejar caer otra granada para reventar el cobertizo, impidiendo de esa forma que el Escudero la usara.

 

Mientras el vehículo de nieve vibraba bajo él, se bajó la bufanda lo suficiente a fin de que Wakamatsu le pudiera entender cuándo le hablara. —El pueblo está a unos seis kilómetros por ese camino —dijo, señalando hacia el sur. Le lanzó al rubio un tubito de vaselina. —Mantén los labios cubiertos para que no sangren, el frio los secara y partirá en menos de diez minutos.

 

—Debería haberte matado —Wakamatsu gruñó.

 

—Sí, deberías haberlo hecho —. Aomine se cubrió la cara, y aceleró al máximo el motor. —Ya que estamos, si das con lobos en el bosque, recuerda, realmente son lobos y no licántropos al acecho. Ellos viajan en jaurías así que si escuchas a uno, hay más detrás de él. Mi mejor consejo para eso es escalar un árbol y esperar que se aburran antes de que un oso venga y decida subir tras de ti.

 

Daiki hizo girar su máquina y se dirigió hacia el nordeste donde su cabaña lo esperaba en el medio de ciento veinte hectáreas de bosque.

Probablemente debería sentirse culpable por lo que le había hecho a Wakamatsu, pero no lo hacía. El Escudero sólo había aprendido una valiosa lección. La próxima vez que Akashi o Nijimura le hicieran una oferta, él la tomaría.

 

Aomine rotó su muñeca, dando al vehículo de nieve más potencia mientras corcoveaba sobre el escabroso camino nevado. Aún tenía un largo camino a casa y su tiempo se acababa. El amanecer ya llegaba. Maldición. Debería haber llevado a su Mach Z. Era lustrosa y más rápida que el MX Z Rev en que estaba ahora, pero mucho menos divertida.

 

Aomine tenía frío, estaba hambriento, y cansado, y en una forma extraña todo lo que quería hacer era regresar a las cosas que le eran familiares.

Si los otros Escuderos querían cazarlo, entonces que así fuese. Al menos de esta manera él estaba prevenido.

Y como el helicóptero y el cobertizo lo demostraron, él ya estaba preparado de antemano.

 

Si querían enfrentarlo, entonces les deseaba suerte. Iban a necesitarla y también un montón de refuerzos. Esperando con ilusión el desafío, hizo volar su máquina sobre el terreno congelado.

 

Faltaba poco para el amanecer cuando llegó a su aislada cabaña. Más nieve había caído bloqueando su puerta, mientras había estado ausente. Deslizó el vehículo de nieve en un cobertizo pequeño que estaba pegado a su cabaña y la cubrió con una lona impermeable. Mientras enchufaba la calefacción para el motor, se percató que no había suficiente poder en la conexión ni para la MX ni la Mach que estaba estacionada al lado. Gruñó enojado. Maldición. Sin duda el motor del Mach se había quebrado por las temperaturas bajo cero, y si no tenía cuidado el motor de la MX también se quebraría.

 

Aomine se apresuró a salir y comprobar los generadores antes de que el sol se levantará sobre las colinas, sólo para encontrar a ambos congelados y sin funcionar.

 

Gruñó otra vez mientras golpeaba uno con el puño.

 

Bien, eso en cuanto a comodidad. Parecía que hoy iban a ser él y la pequeña estufa a leña. No era la mejor fuente de calor, pero era lo mejor que iba a obtener.

 

—Genial, simplemente genial —masculló. No era la primera vez que se había visto forzado a tolerar dormir con frío, en el piso de la cabaña. Sin duda no sería la última vez.

 

Sólo parecía peor esta mañana porque había pasado la última semana en el clima templado de Tokio. Había estado tan cálido cuando estuvo allí que ni siquiera había necesitado usar la calefacción. Hombre, cómo extrañaba ese lugar.

 

Sabiendo que su tiempo antes de la salida del sol era críticamente pequeño, regresó con paso pesado a su vehículo de nieve y envolvió el motor con su parka, para ayudar a mantener el calor, tanto como pudiera. Luego rescató su mochila del asiento y fue a excavar frente a su puerta a fin de poder entrar en su cabaña. Se agachó rápidamente mientras atravesaba la puerta y mantuvo la cabeza inclinada. El cielo raso era bajo, tan bajo, que si se paraba derecho, la parte superior de la cabeza lo rozaría, y si no estaba prestando atención, el ventilador de techo, en medio del cuarto, le decapitaría. Pero el cielo raso bajo era necesario. El calor en el corazón del invierno era una comodidad valiosa y lo último que cualquiera querría era que se dispersara bajo un cielo raso de 3 metros. Un cielo raso más bajo significaba un lugar más caliente.

 

Sin mencionar que novecientos años atrás cuando había sido desterrado aquí, no había tenido mucho tiempo para construir su refugio. Pasando la noche en una caverna durante la luz del día, había trabajado en la cabaña durante la noche hasta que finalmente había construido un hogar… Asqueroso Hogar.

 

Sí, era bueno estar de regreso.

 

Daiki dejó caer su bolsa de lona al lado de la estufa a leña. Luego se volvió y colocó el antiguo pestillo de madera dentro del hueco sobre la puerta para atrancarla, y así mantener alejada a la fauna silvestre de Alaska que algunas veces se aventuraba demasiado cerca de su cabaña.

 

Andando a tientas a lo largo de la pared, tallada con sus manos, encontró la linterna que pendía allí y la pequeña caja de fósforos Lucifer que estaba sujeta a ella. Si bien su vista de Cazador estaba diseñada para la noche, no podía ver en la oscuridad total. Con la puerta cerrada, su cabaña estaba sellada tan ajustadamente que ninguna luz en absoluto podía penetrar las gruesas paredes de madera.

 

Una vez encendida la linterna, tembló de frío en tanto se daba vuelta para mirar el interior de su casa. Conocía cada centímetro del lugar íntimamente. Cada estante de libros que revestía las paredes, cada muesca tallada que la decoraba.

 

Él nunca había tenido muchos muebles. Dos alacenas altas; una para su puñado de ropas y otra para su comida. Había también una mesita para el televisor y los estantes de libros, y eso era todo. Como un ex—esclavo, Daiki Aomine no estaba acostumbrado a mucho.

 

Estaba tan frío adentro que podía ver su respiración a través de la bufanda y cuando miró alrededor del estrecho lugar, hizo una mueca a su computadora y el televisor, los cuales tendrían que descongelarse antes de poder usarlos. Con tal que la humedad no los hubiera alcanzado.

 

Reacio a preocuparse por eso, se dirigió a la despensa de comida en la parte trasera donde no había más que productos enlatados. Había aprendido hacía mucho tiempo que si los osos y los lobos olían comida, rápidamente le harían una visita no deseada. No tenía ganas de matarlos sólo porque estaban hambrientos y eran estúpidos.

 

Aomine agarró una lata de carne de cerdo con frijoles y su abrelatas, y se sentó en el piso. Wakamatsu se había rehusado a alimentarlo durante el viaje de trece horas de Tokio a Fairbanks. El humano había afirmado que no quería arriesgarse a exponerlo a la luz del sol para alimentarlo. En realidad, el Escudero era un idiota, y el hambre no era algo nuevo para Aomine.

 

—Ah, grandioso —masculló cuando abrió la lata y encontró los frijoles sólidamente congelados adentro. Consideró en sacar el pica hielo, pero cambió de idea. No estaba tan hambriento para que un helado de carne de cerdo y frijoles le atrajera.

 

Suspiró con repugnancia, luego abrió la puerta y lanzó la lata tan lejos en el bosque como pudo.

 

Cerrando de un golpe la puerta antes de que la luz del amanecer se filtrara, Aomine buscó en su bolsa hasta que encontró su teléfono celular, el reproductor de MP3, y la laptop. Colocó el teléfono y el reproductor en sus pantalones a fin de que el calor del cuerpo evitara que se congelaran. Luego dejó a un lado su laptop hasta que pudiera encender la estufa a leña.

 

Fue a la esquina frente a la estufa y agarró un manojo de figurillas de madera talladas, que había amontonado allí y las colocó adentro de la estufa. Tan pronto como abrió la pequeña puerta de hierro de la estufa, hizo una pausa. Había un visón diminuto en el interior con tres recién nacidos. La madre, enojada al ser perturbada, siseó una advertencia para él mientras se miraban a los ojos.

 

Aomine siseó en respuesta.

 

—No creo esto —refunfuñó Daiki coléricamente.

 

El visón debía haber entrado por el tubo de la estufa y haberse mudado cuando él se había ido. Probablemente habría estado todavía cálida cuando la encontró y la estufa era un lugar extremadamente seguro como cubil.

 

—Lo mínimo que podrías haber hecho era traer unos cincuenta de tus amigos contigo. Y así yo podría hacer un abrigo nuevo con todos ustedes.

 

Ella le mostró sus dientes.

 

Daiki exasperado, cerró la puerta y devolvió el montón de maderas a la esquina. Se consideraba un hombre con falta de aprecio hacia cualquier tipo de vida, pero no los echaría. Siendo inmortal, sobreviviría el frío. La pequeña madre y las crías no lo harían y considerando su situación actual, esas criaturas valían más vivas para el mundo que el mismo.

 

Recogió su laptop y la colocó dentro de su abrigo cerrado para conservarla caliente y se fue a la esquina lejana donde estaba su jergón. Mientras se acostaba, pensó en irse a dormir bajo tierra en donde estaba más caliente, pero entonces, ¿Para qué molestarse? Tendría que mover la estufa para alcanzar su sótano escondido y eso sólo contrariaría a la mamá visón otra vez.

 

En esta época del año la luz del día era corta. Sólo serían unas cuantas horas más hasta la puesta de sol, y él estaba más que acostumbrado a su páramo congelado. Tan pronto como pudiera, iría al pueblo a comprar suministros y un generador nuevo. Jalando las colchas y las pieles sobre él, exhaló un suspiro largo y cansado.

 

Aomine cerró los ojos y dejó que su mente vagara sobre los acontecimientos de la semana pasada…

 

Por qué había desafiado al Dios Nijimura y había peleado contra este dios cuando éste había tratado de destruirlo. Se había consignado a sí mismo a morir.

Pero mientras miraba el ayer, había parecido que, en cierta forma, había valido la pena. Y mientras dejaba que el sueño lo alcanzara, se preguntaba si todavía pensaría que valió la pena cuando los Escuderos encontraran su cabaña y la quemaran hasta los cimientos con él en su interior…

 

Resopló ante el pensamiento. ¿Qué diablos? Al menos estaría caliente unos pocos minutos antes de morir.

 

***0o0o0o0o0o0o0o0o0o0o***

 

Murasakibara Atsushi era un Dios con muchos poderes, líder de los cazadores de Demonios, seres creados por el Dios Akashi para proteger a los humanos de los vampiros y seres malignos que amenazaban con dañarlos.

 

El pelimorado era un Dios Atlante maldito, separado de su madre al nacer, había sido criado entre los humanos, pensando que era uno de ellos. Gracias a esto conoció la bondad y la maldad de los corazones humanos, desarrollando sentimientos de compasión hacia ellos que ningún Dios poseía.

 

Con 16 años conoció al Dios Griego Seijuro Akashi en uno de sus templos. No supo si Akashi se enamoró de el en su estado humano, o si siempre supo que él era un Dios abandonado a su suerte. Solo supo que aun el hermoso pelirojo siendo Dios de la castidad, le había entregado su cuerpo muchas noches en secreto.

 

La de ellos era una relación complicada.

 

Akashi a pesar del hecho que le amaba no lo miraba o tocaba en público. El seguramente estaba avergonzado de que Atsushi fuera un desterrado y el temía de ser despojado de su estatus como Dios, por permitir que un hombre le despojara de la castidad que el mismo proclamaba proteger en los seres humanos.

 

A través de los siglos, su relación fue complicándose y al mismo tiempo fortaleciéndose como ninguna otra.

 

Seijuro al ser dios De la Luna la cacería y la castidad, un dios Caprichoso, Arrogante, déspota y cruel;  Solamente él pelimorado poseía la habilidad para mantenerlo en calma y racional. Al menos la mayoría de las veces.

 

Entretanto el pelirojo tenía la única fuente de alimento que él necesitaba para mantenerse humano y Compasivo.

 

Sin el de ojos bicolor, Atsushi se convertiría en un asesino sin espíritu, peor aún que los Demonios que atacaban a los humanos.

Sin Atsushi, el Dios pelirojo no tendría corazón o conciencia.

 

Para mantener esa llama de la pasión que les recorría en las venas cada vez que se encontraban creaban juegos, donde intentaban ganar el control del otro.

Siempre había un ganador y un perdedor.

 

Siempre un deseo de revancha.

 

Solo excusas y excusas para volver a verse. Una razón por la cual siempre buscaban la compañía del otro.

 

Sus juegos eran extraños, pero degustaban siempre de tratar cosas nuevas que mantuvieran vivo el espíritu pasional que se tenían uno al otro.

 

A veces Seijuro actuaba como un niño descarriado, cruel y narcisista pues no había nada más que le gustara que provocar al pelilila, sólo para ver hasta dónde podía llegar antes de que él lo reprendiese.

 

Hace un mes habían negociado el intercambio de dos semanas de servidumbre del pelimorado para que Seijuro liberara el alma de un Cazador, permitiéndole así a ese hombre convertirse en humano y pasar la vida al lado de la mujer que amaba; puesto que a los cazadores de demonios, se les tenía prohibido enamorarse.

 

Akashi había liberado a uno de sus subordinados. Ahora Atsushi estaba restringido en sus poderes mientras estaba recluido dentro del templo de Akashi, donde tenía que mantenerlo informado sobre el progreso de la cacería de Aomine.

 

Murasakibara tenía que mantener el doble juego, frente a Akashi, mantenía el juego de atrapar a Daiki lo más pronto posible para que pagara por romper con el juramento de cuidar a los humanos, pues fue encontrado culpable de asesinar a varios oficiales de policía mientras cumplía una misión en Tokio.

 

Pero el pelilila lejos de querer verlo pagar por su error, quería encontrar la forma de salvarlo.

 

Murasakibara Sabía lo traicionado que Aomine se sentía y eso lo atormentaba mentalmente. Mejor que cualquiera, él entendía lo que era ser dejado completamente solo, para sobrevivir por instinto y tener sólo enemigos alrededor de él. Atsushi no podía soportar pensar que uno de sus amigos se sintiera así.

 

—Quiero que llames al Dios Thanatos —dijo Atsushi mientras se sentaba sobre el piso de mármol a los pies del pelirojo. El yacía recostado en su trono de marfil, el cual siempre le había parecido una silla de salón muy recargada. Era decadente y suave, un estudio de puro deleite hedonista, Akashi Seijurou no era nada sino una criatura del confort y su trono era el reflejo de aquello.

 

El pelirojo sonrió lánguidamente mientras se tendía sobre la espalda. La blanca y diáfana sabana sobre él, exhibía más de su cuerpo que lo que cubría, y mientras se movía, su mitad inferior quedó enteramente desnudo para el pelimorado.

 

Este, levantó su mirada a la de él.

 

El de ojos bicolor arrastró una mirada caliente, lujuriosa sobre el cuerpo del alto, el cual estaba desnudo excepto por un par de ajustados pantalones de cuero negro. La satisfacción brillaba en los luminosos ojos rojo y dorado mientras jugueteaba con una hebra de su largo cabello violáceo, que cubría el moretón en su cuello.

 

—No estás en posición para hacerme demandas. Además, tus dos semanas conmigo recién han comenzado. ¿Dónde está la obediencia que me prometiste? — hablo el Dios pelirrojo.

El de ojos morados se levantó lentamente para elevarse sobre él. Afirmó sus brazos a cada lado de la cabellera peliroja y se acercó hasta que sus narices casi se tocaron. Sus ojos se agrandaron un grado, sólo lo suficiente como para dejarle saber que a pesar de sus palabras hablaba en serio —Llama a Thanatos, Aka-chin. Lo digo en serio, mucho tiempo que no había necesidad que Thanatos asechara a mis Cazadores.

 

—No —dijo el pelirojo en un tono que era casi petulante. —Daiki debe morir. Fin de la historia. En el momento que su foto salió en el noticiero, mientras mataba a los demonios con apariencia humana, colocó a todos los Cazadores en peligro. No podemos dejar que las autoridades humanas se enteren de ellos. Si alguna vez encuentran a Daiki…

 

— ¿Quién lo va a encontrar? Está recluido en el medio de ningún lugar.

 

—No lo puse allí, tú lo hiciste. Rompió una de las reglas más importantes y debe morir por eso. Yo lo quería matar y te rehusaste. Es culpa tuya que este desterrado en Alaska, así que no me culpes.

 

Atsushi frunció su labio.

 

Sabía perfectamente que la falta de "compasión" de su Akashi se debía a que era un Dios y como Dios había sido creado para disfrutar de todos los placeres que este mundo podría ofrecer; siempre amado, siempre glorificado eternamente, Akashi no sabía lo que era la angustia, el dolor, la muerte; nunca había sentido hambre, sed, dolor alguno, ni siquiera el filo de una hoja ha cortado la punta de sus dedos. Akashi solo sabía del poder, del querer y obtenerlo con el tronar de sus dedos. Aomine para Akashi era una de las tantas creaturas que han sido creadas para servirle; ahora que el moreno rompió una de las reglas de Akashi, no le esperaba más que la muerte por romper uno de los juramentos que le hiso al Dios pelirojo.

 

Lo que sentía Atsushi por Aomine era un lazo de amistad, como hermanos. Mejor que cualquiera, él entendía la motivación del moreno. Sabía por qué Aomine atacaba con enojo y frustración.

 

Había sólo una cantidad de golpes que un perro podía recibir antes de que se volviera mordedor.

 

Él mismo había vivido eso y no podía culpar a Aomine por el hecho de haberse convertido en rabioso.  Aun así, no podía dejar morir a Aomine. No de esta forma. No sobre algo que no había sido su culpa. El incidente en el callejón donde Aomine había atacado a los policías, había sido una trampa puesta por el Dios Nijimura para exponer a Aomine a los humanos y así causar que Akashi llamara a una cacería de sangre por su vida.

 

Si Thanatos o los Escuderos lo mataban, entonces Aomine se convertiría en una sombra incorpórea que estaba condenada a pasar la eternidad en la tierra. Por siempre hambriento y sufriendo. Por siempre adolorido.

 

Murasakibara se sobresaltó ante el pensamiento. Incapaz de soportarlo, se apresuró a la puerta.

 

— ¿Adónde vas? —preguntó Seijuro incorporándose al instante.

 

—A encontrar a Alex la Diosa de la justicia y deshacer lo que has comenzado.

 

Akashi repentinamente apareció delante de él, bloqueando su camino hacia la puerta. —No vas a ningún lado.

 

—Entonces llama Thanatos.

 

—No.

 

—Bien —. Murasakibara bajó la mirada a la palma de sus manos, de esta se formó un haz de luz — Toma forma Himuro. —ordenó él. — y entre destellos y neblina densa un dragón apareció en medio de los dos; sus alas eran azul oscuro y negro, los ojos de la creatura le decía claramente qué tan desdichado era al verse despertado en el Olimpo. Sus ojos eran de un hermoso color champaña, Tenía cuernos negros que eran más bellos que siniestros, su cuerpo ágil y musculoso de escamas negras, el cuál podía amoldar a cualquier tamaño en forma de dragón desde uno a dos metros tan grande como veinticuatro metros. Pero también podía tomar cualquier forma pero la humana era su menos preferida, ya que los humanos eran de las creaturas más débiles comparado con la de su forma natural de dragón. 

 

—¡No! —dijo Akashi, tratando de usar sus poderes para contener al demonio Balrogs. Esto no perturbó a la creatura, quien sólo podía ser convocada o controlada por Atsushi o su madre.

 

—¿Que necesitas, mi amo?—preguntó el dragón a Murasakibara

 

—Mata a Thanatos.

 

La creatura mostró sus colmillos mientras dirigía una malvada sonrisa hacía Akashi ya que este no le tenía miedo, ya que el dragón que servía al Dios desterrado Atsushi Murasakibara no era más que un Balrogs; seguramente una de las pocas creaturas capaz de matar a un Dios. Resguardados en las dimensiones infernales más profundas, dimensiones del inframundo que solo ellos podían ingresar.

 

Akashi miró a Murasakibara. —Ponlo de regreso en la dimensión que pertenece.

 

—Olvídalo, Akachin. Tú no eres el único que puede ordenar un asesinato. Personalmente, pienso que sería interesante ver simplemente cuánto tiempo tu Thanatos duraría en contra de mi Dragón.

 

La cara del pelirojo enfureció.

 

—No lo puedes enviar tras él. Es incontrolable sin ti.

 

—El hace sólo lo que le digo que haga.

 

—Esa cosa es una amenaza, con o sin ti. Mi padre prohibió que estas creaturas vivieran, la única razón por la que sigue con vida es que le he escondido muy bien de la vista de los otros Dioses. No puedo creer que lo sueltes tan descuidadamente.

 

Mientras discutían, el dragón de no más de un metro flotaba alrededor del cuarto, haciendo una lista en voz alta —Necesito mi salsa especial para barbacoa. Definitivamente algunos guantes para horno, porque va a estar caliente por haber sido asado al fuego. Necesito traer un par de manzanos para así tener madera y que la carne quede con sabor a manzana. Hay que darle ese sabor extra, porque no me gusta el sabor a Dios quemado, ¡guacala!

 

—¿Qué está diciendo? —preguntó Akashi desconcertado por la parla incoherente de la creatura alada.

 

—Hace una lista de lo que necesita para matar a Thanatos.

 

—Suena como si fuera a comerlo.

 

—Probablemente.

 

Los ojos bicolores se ensancharon. —No lo puede comer. Es un Dios y mi Sirviente. Lo prohíbo.

 

Murasakibara le dirigió una media sonrisa siniestra. —El puede hacer lo que quiera. Le enseñé a no desaprovechar.

 

El Dragón hizo una pausa y levantó su cabeza de la lista para decir con un bufido al Dios Akashi. — Yo  tengo mucho cuidado con el medio ambiente. Como todo excepto las pezuñas. No me gustan, lastiman mis dientes, ¿los Thanatos no tienen pezuñas, no?

 

—No, él no tiene —respondió el pelilila.

 

El dragón dio un chillido feliz y voló por todos lados como un niño pequeño.

 

Murasakibara clavo sus ojos serios en el pelirrojo frente a el.

 

—Depende enteramente de ti, Akachin. Tu Sirviente vive o muere por lo que decidas.

 

Atsushi sabía cuánto odiaba que él le ganara una discusión. Los ojos bicolores ardieron con furia reprimida. —¿Qué quieres que haga?

 

—Dices que Aomine es inadecuado para vivir, que representa una amenaza para nosotros. Todo lo que quiero es que Alex lo juzgue. Si en su juicio encuentra que Aomine es un peligro para los que están a su alrededor, entonces yo mismo ordenare a mi dragón que lo mate.

 

Finalmente, el hermoso pelirrojo lo miró. —Muy bien, pero no confío en tu dragón. Haré que Thanatos se retire, pero después de que Daiki sea juzgado culpable, enviaré al Dios Thanatos para matarle.

 

—Himuro —dijo Atsushi a su Dragón —Regresa. —ordenó.

 

—Odio cuando me entusiasmas sobre ir a matar algo y luego me dices que no. Ya no me dejas divertirme.

 

—Tatsuya, regresa. –dijo el pelimorado, acentuando su nombre.

 

El Dragón hizo pucheros y luego voló hacia el suelo, abriéndose un portal brillante en este, desapareciendo al instante.

 

Una vez solos Akashi se quedó con la mirada fija en el torso desnudo del más alto; Luego, camino alrededor de él y apoyó el rostro contra la espalda del más alto, mientras pasaba una mano sobre los costados bien formados del pelimorado. —¿Ahora que estas más tranquilo? —dijo mientras el respiraba sobre la piel de Atsushi  —Este día no te lo voy a valer dentro de las dos semanas — Murasakibara giro el rostro mirando al pelirojo sobre su hombro.

 

—Debemos irnos a visitar a Alex y desde mañana empezaras con tu parte del trato —afirmo el de ojos bicolores.

 

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Un hermoso chico de cabellos rubios se sentó solo en el atrio a leer su libro favorito, El Principito de Antoine de Saint-Exupéry. No importa cuántas veces lo leyera, siempre encontraba algo nuevo en él.

 

Y hoy el necesitaba encontrar algo bueno. Algo que le recordara que había belleza en el mundo. Inocencia. Alegría. Felicidad. Sobre todo, quería encontrar esperanza.

 

Una brisa suave con perfume a lila flotó fuera del río, a través de las columnas de mármol y del tílburi blanco de mimbre donde estaba sentado.

 

Sus tres hermanas mayores al verlo tan triste decidieron quedarse en su hogar por una temporada pero las había enviado de regreso. Ni siquiera ellas lo podían confortar.

 

Cansado, había buscado paz en su libro. En éste, el veía bondad, una bondad que faltaba en la gente que había conocido en su vida. ¿No había decencia?, ¿Ninguna bondad?,¿La humanidad finalmente las había destruido a ambas?

 

Sus hermanas, las amaba, pero eran tan despiadadas como cualquier otro Dios. Eran completamente indiferentes a las suplicas y sufrimientos de cualquiera no relacionado con ellas. Ya nada las tocaba más.

 

Kise Ryouta no podía recordar la última vez que había llorado.  La última vez que había reído. Él estaba insensible ahora.

 

La insensibilidad es un mal, una maldición de todos los dioses, entre más antiguo el Dios, se les va apagando la calidez del corazón.

 

Su hermana mayor le había advertido cuando era un niño que entre más creciera, su cariño o dolor en el pecho se irían apagando…

 

Joven, vanidoso y estúpido, Ryuota había ignorado la advertencia, pensando que nunca le sucedería. El nunca sería indiferente a la gente o su dolor.

Y ahora eran sólo sus libros los que le traían las emociones de otros. Si bien realmente "no las podía sentir", las emociones irreales y mudas de los personajes lo confortaron en algún nivel. Y si él era capaz de eso, eso lo haría llorar.

 

Kise oyó a alguien acercándose desde atrás. No queriendo que alguien viera que estaba leyendo un libro humano y menos que le preguntaran por qué, y él se viera forzado a admitir que había perdido su compasión.

 

Ryouta lo metió bajo el cojín de la silla.

 

Se volvió para ver a su madre cruzando el césped, tan bien cuidado, donde pastaba un trío de pequeños cervatillos. Su madre no estaba sola, estaba siendo acompañada por Akashi, el Dios de la luna y la castidad y Murasakibara Atsushi.

 

Nadie sabía qué relación había entre ellos. Nunca se tocaban, rara vez se miraban. Y aun así Murasakibara venía a menudo a ver a Akashi a su templo.

 

Cuando Kise había sido un niño, él de cabellos morados solía venir y visitarlo, también jugaba con él y le enseñaba a manejar sus poderes. Le había traído incontables libros tanto del pasado como del futuro. De hecho, Murasakibara fue quien le había dado El Principito.

 

—¿A qué debo el honor? — Ryouta preguntó mientras los tres lo rodeaban.

 

—Tengo un trabajo para ti, hijo mío —dijo la hermosa rubia.

 

Kise puso una cara de dolor. —Pensé que quedamos en que podría tomarme un tiempo.

 

—Hay un Cazador de Demonios que necesita ser reprimido. —Dijo la rubia mirando en dirección al pelimorado.

 

Ryouta suspiró. Él no quería hacer esto. Demasiados siglos como hijo de la Diosa de la Justicia y como tal ha llevado él y sus hermanas el mismo oficio de juzgar a otros durante siglos. Le habían dejado emocionalmente quebrado. Él había comenzado a sospechar que ya no era capaz de sentir el dolor de nadie. Ni siquiera el de él mismo.

 

La falta de compasión había arruinado a sus hermanas. Ahora temía que también le arruinara a él.

 

—Hay otros jueces.

 

Akashi dejó escapar una respiración, indignado. —No confío en ellos. Son corazones que probablemente puedan encontrarlo tanto inocente como culpable. Necesito un juez imparcial que no pueda ser persuadido a hacer otra cosa que no sea lo correcto y necesario. Te necesito.

 

Kise deslizó su mirada dorada del pelirojo a Murasakibara, quien se mantuvo con los brazos cruzados sobre su pecho; Su mirada violeta fija era inquebrantable,  Ésta no era la primera vez que el había recibido instrucciones de evaluar un Cazador de Demonios descarriado y aun así sentía algo diferente en Atsushi.

 

—¿Lo crees inocente? —preguntó el rubio al ver el semblante del más alto.

 

Atsushi asintió.

 

—Él no es inocente —hablo Akashi —Él mataría a cualquiera o cualquier cosa sin pestañear. No tiene principios morales ni le importa alguien aparte de sí mismo.

 

Casi tuvo éxito en traer una sonrisa a los labios de Ryouta.

 

Mientras su madre se mantuvo atrás unos pasos para darles espacio, Murasakibara se acuclilló al lado del tílburi de Kise y encontró su mirada al mismo nivel. —Sé que estás cansado, Kisechin. Sé que quieres renunciar, pero no confío en nadie más para juzgarle.

 

El rubio frunció el ceño mientras le decía esas cosas, las cuales no le había dicho a nadie. Nadie sabía que quería renunciar.

 

Akashi miró al pelimorado —¿Por qué estás tan complacido con el juez que elegí? Kise nunca ha encontrado a alguien inocente en toda la historia del mundo.

 

—Lo sé —dijo con voz profunda —Pero confío en el para hacer lo correcto.

 

Akashi entrecerró sus ojos mientras lo miraba, no podía evitar pensar que Atsushi tenía un truco debajo de la manga.

 

El rubio consideró tomar la misión sólo por Atsushi. Él nunca le había pedido algo y el recordaba muy bien cuántas veces él le había confortado cuando había sido pequeño. Había sido como un padre y un hermano mayor para el.

 

—¿Cuánto tiempo tengo que quedarme? —les preguntó el de ojos dorados. —Si voy y el Cazador de Demonios está más allá del perdón, ¿puedo partir inmediatamente?

 

—Sí –dijo el pelirojo—De hecho, cuanto más pronto lo juzgues culpable será mejor para todos nosotros.

 

Kise volvió la mirada al hombre a su lado. —¿Murasakibara?

 

Él bajo la cabeza en señal de asentimiento. — Acataré lo que decidas.

 

Seijuro resplandeció.

 

—Tenemos nuestro trato entonces, Atsushi —hablo el Dios de la luna —Te he dado a un juez.

 

Una sonrisa pequeña jugó en las comisuras de los labios del ojivioleta. —Lo has dado, ciertamente.

 

Akashi se puso repentinamente nervioso. Miraba de Atsushi a Kise, luego hacia atrás otra vez. —¿Qué sabes que yo no sé? —le preguntó.

—Sé que Kisechin sostiene una verdad profunda dentro de él.

 

Akashi cruzo sus brazos. — ¿Y eso es?

 

—"Es sólo con el corazón que uno puede ver correctamente. Lo esencial es invisible a los ojos". —hablo sin dejar de ver los ojos dorados frente a el.

 

Un escalofrío subía por la columna vertebral de Kise al oír que Atsushi citaba la línea exacta de El Principito que el había estado leyendo.

 

¿Cómo sabia él lo que había estado leyendo?

 

El rubio miró hacia abajo para estar seguro que el libro estaba completamente escondido de su vista. Lo estaba.

 

Oh, sí, Murasakibara Atsushi era un Dios de poderes misteriosos.

 

—Tienes dos semanas, hijo —dijo su madre quedamente. —Si te lleva menos tiempo, entonces que así sea. Pero al final de las dos semanas, de una u otra manera, el destino de Aomine Daiki será sellado por tu juicio.

 

 

CONTINUARA…

 


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