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Bailando con el Diablo por kurama_kun

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-Disclaimer: Kuroko No Basket, no me pertenece, yo solo pido prestado a sus personajes.

-Advertencia: Universo alterno.

-Pareja: Aomine x Kise. — Murasakibara x Akashi

 

***Bailando con el Diablo***

***Capitulo 2***

 

 

Aomine Daiki no estaba seguro cuánto tiempo había dormido. Cuando se despertó, estaba oscuro otra vez.

 

Esperaba que no hubiera sido por mucho tiempo ya que su vehículo de nieve corría la posibilidad de congelarse. Si lo hacía, entonces sería una fría y larga caminata al pueblo.

 

Se dio vuelta y arrugó la cara de dolor. Había estado descansando sobre su laptop. Sin mencionar el teléfono y reproductor de MP3 que estaban mordiendo algo mucho más incómodo.

 

Temblando en contra del frío glacial, se obligó a sí mismo a levantarse y agarrar otro abrigo de su armario. Una vez que estuvo vestido para el clima, salió a su garaje provisional. Puso la laptop, el teléfono, y reproductor de MP3 en su mochila y la lanzó sobre sus hombros, luego montó el vehículo y desenvolvió el motor.

 

Afortunadamente arrancó en el primer intento. ¡Aleluya! Tal vez su suerte estaba cambiando después de todo. Nadie lo había tostado mientras dormía y realmente tenía suficiente combustible para llegar a Fairbanks donde podía obtener alguna comida caliente y deshelarse por unos minutos.

 

Agradecido a la vida por los pequeños favores, se dirigió a través de su tierra, dobló al sur para el largo, accidentado viaje que lo llevaría a la civilización. No le importaba. Estaba malditamente agradecido que ahora hubiera una civilización a dónde dirigirse.

 

Aomine llegó a la ciudad poco después de las seis.

 

Estacionó su vehículo en la casa de Momoi Satsuki, que estaba a una corta distancia del centro del pueblo. Había conocido a la excamarera diez años atrás cuando la había encontrado en el interior de su coche averiado, tarde en la noche, a un costado de una calle secundaria que raramente era usada en el Polo Norte. Habia una temperatura de sesenta grados bajo cero y ella había estado llorando, acurrucada bajo mantas, asustada de que ella y su bebé murieran antes de que le llegará algún tipo de ayuda. Su hija de siete meses estaba enferma de asma y Momoi había estado tratando de llevarla al hospital para tratarla, pero habían rechazado su ingreso ya que ella no tenía seguro social ni dinero para pagar. Le habían dado indicaciones de cómo llegar a una clínica de caridad y se había perdido mientras trataba de encontrarla.

 

Daiki las había llevado de regreso al hospital y había pagado por el cuidado de la bebé. Mientras esperaban, había averiguado que Satsuki había sido desalojada de su departamento y que no podía cubrir los gastos con lo que ella ganaba.

 

Así es que le había ofrecido a Momoi un negocio. Él le daba una casa, un coche, dinero y ella sería alguien amigable para hablar cuando fuera que él viniera a Fairbanks, y unas pocas comidas caseras o sobras cocinadas, lo que fuere que ella tuviera en ese momento.

 

Lo mejor de todo, era que en el verano cuando Aomine estaba completamente encerrado dentro de su cabaña durante las veintitrés horas y medias de luz del día, la pelirosada pasaba por la oficina de correos o la tienda y le traía libros y suministros y los dejaba fuera de su puerta.

 

Había sido el mejor trato que alguna vez había hecho.

 

Ella nunca le había preguntado nada personal, ni aun cuando él no dejaba su cabaña en los meses de verano. Sin duda estaba demasiado agradecida de tener su apoyo financiero para preocuparse por sus actitudes excéntricas.

 

A cambio, Aomine nunca había tomado su sangre o le había preguntado a ella algo personal.

 

Eran simplemente empleador y empleada.

 

—¿Dai-chan?

 

Él levantó la vista del bloque caliente que estaba enchufando en su vehículo de nieve, para verla sacar la cabeza por la puerta principal de su casa estilo rancho. Su pelo rosado estaba más corto que un mes atrás cuando él la había visto por última vez, ahora tenía un corte desmechado que se mecía sobre sus hombros.

 

Alta, delgada, y sumamente atractiva, estaba vestida con un suéter negro y jeans. Cualquier otro tipo a estas fechas, probablemente ya habría hecho una movida con ella, y una noche, cuatro años atrás, ella había insinuado que si alguna vez quisiese algo más íntimo, ella gustosamente se lo daría, pero Aomine se había rehusado.

 

A él no le gustaba que las personas se acercaran demasiado, y las mujeres tenían una horrorosa tendencia de mirar al sexo como algo muy significativo. Él no. El sexo era sexo. Era básico y animal. Algo que el cuerpo necesitaba como necesitaba comida. Pero un tipo no tenía que ofrecer una cita a un bistec antes de comerlo. ¿Entonces por qué las mujeres necesitaban un testamento de afecto antes de abrir sus piernas?

 

Él no lo entendía.

 

Y nunca se involucraría con Momoi. El sexo con ella sería una complicación que no necesitaba.

 

—¿Dai-chan, eres tú?

 

Bajó la bufanda de su cara y respondió a gritos. —Sí, soy yo.

 

—¿Entras?

 

—Regresaré en un momento. Tengo que ir a comprar unas pocas cosas.

 

Ella asintió con la cabeza, luego regresó adentro y cerró la puerta.

 

El Cazador de demonio caminó calle abajo hacia la tienda. El almacén general de Koki Furihata tenía de todo. Lo mejor es que tenía una gran variedad de artículos electrónicos y generadores. Desafortunadamente, no podría usar la tienda por mucho tiempo. Él había sido un cliente regular por acerca de quince años, y aunque Koki Furiata era un poco torpe, había empezado a notar el hecho que Aomine no había envejecido en todo este tiempo.

 

Tarde o temprano, Momoi lo notaría también y tendría que dejar su único contacto con el mundo mortal. Ese era el gran inconveniente de la inmortalidad. Él no se atrevía a rondar por ahí mucho tiempo más o se enterarían quién y qué era él. Y a diferencia de otros Cazadores de Demonios, cada vez que había pedido a un Escudero que le sirviese y protegiese su identidad, el Concejo se lo había negado.

 

Parecía que su reputación era tal que nadie quería la obligación de ayudarlo. Bien. Nunca había necesitado a nadie, de cualquier manera. Daiki entró en la tienda y se tomó un minuto para sacarse los lentes y guantes y desabotonarse el abrigo. Escuchó a Koki conversando con uno de sus empleados en la parte de atrás y gracias a su sentido auditivo, le escuchaba como si estuviera frente a el.

 

—Ahora presta atención. El cliente que acaba de llegar es un hombre extraño, pero mejor sé amable con él, ¿me escuchas? Gasta una tonelada de dinero en esta tienda y a mí no me importa qué tan espeluznante se ve, tu sé simpático.

 

Los dos salieron de atrás. Kokise paró en seco para clavar los ojos en él. Aomine le devolvió la mirada. Furi estaba acostumbrado a verle con una barba, su pendiente de espadas cruzadas, y la garra de plata que llevaba puesta en su mano izquierda. Tres cosas que Murasakibara le había ordenado abandonar en Tokio.

 

Sabía cómo se veía sin barba y lo odiaba. Pero al menos no tenía que mirarse en un espejo. Los Cazadores de Demonios sólo podían reflejarse cuando querían. Aomine nunca había querido.

 

Furihata sonrió con una sonrisa que era más costumbre que amistosa y caminó hacia él. Si bien la gente de Fairbanks era en extremo amigable, la mayoría de ellos todavía tendían a dejar un espacio alrededor de Aomine. Tenía ese efecto en las personas.

 

—¿Qué puedo ofrecerte hoy Aomine? –preguntó Koki.

 

El moreno recorrió con la mirada al adolescente, quien lo miraba curiosamente.

 

—Necesito un generador nuevo.

 

Furihata respiró entre dientes y Aomine esperó lo que sabía vendría. —Podría haber un problema.

 

Koki siempre decía eso. No importaba lo que Aomine necesitara, iba a ser un problema obtenerlo, por lo tanto tendría que pagar más dólares por él.

 

Furi se rascó el mentón. —Sólo tengo uno y se supone que debe ser entregado mañana.

 

Síp, correcto. Aomine estaba demasiado cansado para jugar al regateo con Furihata esta noche. En este punto, estaba dispuesto a pagar cualquier cosa por recuperar la electricidad dentro de su casa. —Si me dejas tenerlo, hay seis grandes extras para ti.

 

Furihata frunció el ceño y continuó rascándose el mentón. —Ahora bien, hay otro problema. Los compradores lo estaban esperando ansiosamente.

 

—Diez grandes, Koki y otros dos si lo puedes llevar a casa de Momoi dentro de una hora.

 

Furihata resplandeció. —Ya escuchaste al hombre, carga su generador en este momento —. Los ojos del pelicastaño eran casi amigables. —¿Necesitas alguna otra cosa?

 

Aomine negó con la cabeza y salió.

 

Se abrió paso hacia el hogar de Momoi e hizo lo mejor que pudo por ignorar los latigazos del viento.

 

Golpeó la puerta antes de empujarla con el hombro para abrirla y entrar. Por raro que pareciera, la sala de estar estaba vacía. A esta vez hora de la noche, la hija de Satsuki, usualmente corría de un lado a otro, jugando y gritando como un demonio o haciendo una tarea bajo extrema protesta. Ni siquiera la oía en la parte de atrás. Por un segundo, pensó que tal vez los Escuderos lo habían encontrado, pero eso era ridículo. Nadie sabía de Momoi.

 

—¿Oye, Satsuki? —llamó. —¿Está todo bien?

 

Ella caminó lentamente desde la cocina. —Regresaste.

 

Un mal presentimiento le sobrevino. Algo no estaba bien. Lo podía sentir. Ella estaba nerviosa.

 

—Sí. ¿Sucede algo? ¿No interrumpí una cita o algo, no?

 

Y luego lo oyó. Era el sonido de un hombre respirando, de pisadas fuertes dejando la cocina.

 

El hombre vino andando por el vestíbulo, con una forma lenta y metódica de caminar, como un depredador tomándose su tiempo para situar el paisaje mientras pacientemente observaba a su presa.

 

Daiki frunció el ceño ante el hombre que se detenía en el vestíbulo detrás de Momoi. Parado era sólo tres centímetros más alto que Aomine, tenía el pelo oscuro, largo en hondas que caían desordenados por su rostro. Había un aura mortal alrededor del hombre y tan pronto como sus ojos se cruzaron, Daiki supo que había sido traicionado.

 

Éste era otro Cazador de Demonios. Y solo había uno de los miles de Cazadores que sabían de Momoi y él…

 

Aomine maldijo su estupidez.

 

El Cazador inclinó su cabeza hacia él. –Aomine… —pronunció arrastrando las palabras pesadamente — Tú y yo tenemos que hablar.

 

Daiki no podía respirar mientras clavaba los ojos en Momoi y Katsunori Harasawa a la vez.

 

Katsunori era la única persona en quien él alguna vez se había confiado en sus dos mil años de vida. Y sabía por qué Katsunori estaba aquí.

 

Sólo el conocía a Aomine. Conocía los lugares que frecuentaba y sus hábitos.

 

¿Quién mejor para seguirle la pista y matarle que su mejor amigo?

 

—¿Hablar sobre qué? —preguntó bruscamente, entrecerrando los ojos.

 

Katsunori se movió delante de Momoi como para protegerla. Que él pensase por un instante, que Daiki la amenazaría, le dolió más que nada.

 

—Pienso que sabes por qué estoy aquí, Aomine.

 

Sí, lo sabía bien. Sabía exactamente lo que Katsunori quería de él. Una muerte agradable, rápida a fin de que el pudiera reportar a Seijuro que todo estaba bien otra vez en el mundo y luego el regresaría a su casa con la exorbitante fortuna que había por su cabeza.

 

Aomine había ido dócilmente, una vez, a su ejecución. Esta vez, tenía la intención de luchar por su vida, como fuese.

 

—Olvídalo, Harasawa –dijo él, usando el nombre de Katsunori.

 

Se dio vuelta y corrió hacia la puerta.

 

Daiki logró regresar al jardín antes de que Harasawa lo atrapara y jalara para detenerlo. Él dejó al descubierto sus colmillos, pero Harasawa no pareció notarlo. Daiki le dio un duro puñetazo en el estómago. Fue un golpe poderoso que hizo que Katsunori se tambaleara hacia atrás, poniéndolo de rodillas. Siempre que un Cazador atacaba a otro, el Cazador de Demonios que atacaba sentía el golpe diez veces peor que el que lo recibía. Y así fue como al instante sintió como un golpe seco de la nada hiso que su estómago se retorciera.

 

Aomine luchó por respirar ante el dolor y se forzó a sí mismo a caminar. A diferencia de Harasawa, el dolor físico era algo a lo que estaba habituado. Pero antes de poder alejarse vio a otros tres Escuderos en las sombras. Caminaban hacia ellos con pasos determinados que decían que estaban armados para el Cazador de Demonios.

 

—Déjenmelo a mí –ordenó Katsunori.

 

Lo ignoraron y siguieron avanzando.

 

Dándose vuelta, Aomine se dirigió hacia su vehículo de nieve sólo para encontrar el motor hecho pedazos. Obviamente habían estado ocupados mientras estaba en la tienda de Koki.

 

Maldita sea. ¿Cómo pudo ser tan estúpido?

 

Ellos debían haber destruido sus generadores para obligarlo a ir al pueblo. Le habían hecho salir del bosque como cazadores con un animal salvaje. Bien. Si querían cazar a un animal, entonces él lo sería.

 

Estiró su brazo con la mano abierta y usó su telequinesia para derribar a los Escuderos. Sin querer lastimarse otra vez, Daiki esquivo a Katsunori y corrió hacia el pueblo. No alcanzó a llegar muy lejos cuando más Escuderos aparecieron y abrieron fuego sobre él. Las balas atravesaron su cuerpo, haciendo tiras su piel. Aomine siseó y se tambaleó ante el dolor. Aun así, continuó corriendo.

 

No tenía alternativa. Si se quedaba quieto, entonces lo desmembrarían ya que ellos y los mismos Cazadores conocían la unica forma de quitarle la vida a un inmortal y aunque su vida apestaba en serio, no tenía intención de convertirse en una Sombra. Ni les daría lasatisfacción de haberlo matado.

 

Aomine rodeó el costado de un edificio.

 

Algo duro lo golpeó en su centro.

 

La agonía explotó a través de él mientras era lanzado patas arriba sobre el suelo. Terminó de espalda en la nieve sin poder respirar.

 

Una sombra con ojos fríos, despiadados se movía y lo vigilaba. De por lo menos un metro noventa centímetros, el hombre era dueño de una perfección masculina sobrenatural. Tenía pálida piel, cabellos negros y ojos oscuros y afilados sobre los cuales portaba unas gafas cuadradas, sonrió de una forma Maquiavelo revelando el mismo par de colmillos que poseía Aomine.

 

—¿Qué eres? —preguntó el moreno, sabiendo que el desconocido no era un Cazador o un demonio, si bien se parecía a uno.

 

—Soy El Dios Thanatos, Cazador —dijo en griego clásico, usando el nombre que significaba "muerte" — pero tú puedes llamarme Imayoshi y estoy aquí para matarte.

 

Agarró a Aomine de su abrigo y lo tiró contra un edificio lejano como si no fuera nada más que una muñeca de trapo.

 

El hombre le hacía honor a su nombre, Aomine sabía que era uno de los Cazadores de demonios más fuerte, Daiki era demasiado fuerte, tanto así que muchos de los mismos le temían. Pero este hombre no le había acertado tres puñetazos y ya le estaba dando una paliza.

 

Aomine golpeó la dura pared y se deslizó hacia la calle. Su cuerpo estaba tan lastimado que sus extremidades se estremecieron mientras trataba de gatear lejos del Dios. Aomine se detuvo. —No moriré de esta forma otra vez —gruñó. No sobre su estómago como un animal asustado esperando su muerte. Como un esclavo sin valor siendo golpeado.

 

Con su cuerpo fortificado por la furia, se forzó a sí mismo a ponerse de pie y se dio media vuelta para enfrentar al Dios Thanatos.

 

Imayoshi sonrió. —La columna vertebral. Cómo me gusta. Pero no tanto como me gusta chupar la médula de ella. Aomine atrapó su brazo mientras lo trataba de alcanzar.

 

—¿Sabes lo que amo? —Daiki rompió el brazo del pelinegro y lo agarró del cuello. —El sonido de los huesos al tronar.

Imayoshi se rió. El sonido era diabólico y frío. Ni siquiera se inmuto por su brazo girado en un ángulo extraño.

 

—No puedes matarme, Cazador. Soy aún más inmortal que tú.

 

Daiki boqueó mientras el brazo de Imayoshi cicatrizaba instantáneamente.

 

—¿Qué eres? –preguntó Daiki otra vez.

 

—Te lo dije. Soy La Muerte y nadie puede derrotar o escapar de La Muerte.

 

Oh, mierda. Estaba jodido ahora. Pero estaba lejos de estar derrotado. La Muerte podía llevarlo, pero el bastardo

iba a tener que trabajar para ello.

 

—Sabes –dijo Aomine, cayendo en la calma surrealista que le había permitido, cuando era un niño, sobrevivir a las innumerables palizas. —Apuesto que la mayoría de la gente caga sus pantalones cuando dices esa línea. ¿Pero sabes qué, Señor—quiero—ser—espeluznante—y—estoy—fallando—miserablemente? No soy una persona. Soy un Cazador de Demonios y en el gran esquema de las cosas, no significas ni una mierda para mí.

 

Él concentró todos sus poderes en su mano, luego dio un golpe poderoso directamente al plexo solar de Imayoshi. El pelinegro voló hacia atrás tirando sus lentes.

 

—Ahora puedo sentarme aquí y jugar contigo —. Envió otro golpe asombroso a  Imayoshi. —Pero más bien prefiero sacarnos a ambos de nuestras miserias. Antes de que pudiera golpear otra vez, una explosión de escopeta lo golpeó directamente en la espalda. Aomine sintió la metralla atravesándolo rasgándole su  cuerpo, evitando por poco al corazón. Las sirenas de la policía sonaron a lo lejos.

 

Imayoshi lo agarró por la garganta y lo levantó hasta que él se vio forzado a estar sobre las puntas del pie. —Mejor aún, ¿por qué no te saco de las tuyas?

 

Luchando por respirar, Aomine sonrió desagradablemente mientras sentía un hilo de sangre correrle por la esquina de los labios. El sabor metálico de eso impregnó su boca. Estaba herido, pero no atemorizado.

 

Sonriendo sarcástico al Dios de la muerte, lo golpeó con la rodilla en sus joyas.

 

El pelinegro se encogió agarrándose con fuerza la entrepierna y Aomine empezó a correr otra vez, lejos de Imayoshi, los Escuderos y los policías, sólo que no era tan rápido como solía hacerlo.

 

El dolor hacía que su vista estuviera borrosa y mientras más corría más se lastimaba. La agonía de su cuerpo era insoportable.

 

En ninguna de todas las palizas que había recibido cuando niño lo habían herido tanto. Y ese Dios Imayoshi logro despertar en el un nuevo sentido de dolor y eso ya era un gran logro. No sabía cómo lograba continuar. Sólo una parte de él se rehusaba a caerse y dejarlos matarle.

 

No estaba seguro cuando los perdió, o tal vez estaban justo detrás de él.

 

Daiki no podía saberlo debido al zumbido en sus oídos.

 

Desorientado, desaceleró, tropezando hacia adelante hasta que no pudo ir más lejos. Cayendo en la nieve.

 

Aomine yació allí esperando a los demás para agarrarlo. Esperando al Dios de la muerte Thanatos Imayoshi para terminar lo que habían empezado, pero como los segundos hicieron tictac, se percató que se debía haber escapado de ellos.

Aliviado, trató de levantarse. No podía. Su cuerpo no cooperaba más. Lo único que podía hacer era gatear hacia delante, un metro más, donde divisaba una gran casa tipo cabaña frente a él. Se veía cálida y acogedora y en el fondo de su mente estaba el pensamiento que si podía llegar a la puerta la persona adentro lo podría ayudar.

 

Se rio amargamente ante el pensamiento.

Nadie nunca lo había ayudado.

Ni siquiera una vez.

 

No, éste era su destino. No tenía sentido oponerse a él, y en verdad, estaba cansado de luchar solo en el mundo.

 

Cerrando los ojos, soltó un largo, trabajoso respiro y esperó lo que era inevitable.

 

Un hermoso rubio de rostro diáfano estaba sentado en el borde de la cama mientras comprobaba las heridas de su "invitado". Hacía cuatro días que él yacía inconsciente en su cama, mientras el velaba por él.

 

Los apretados músculos bajo sus manos eran firmes y fuertes, pero no los podía ver. El no lo podía ver.

 

Perdía su vista cuando era enviado a juzgar a alguien. Los ojos podían engañar. Juzgaban las cosas muy diferente de los otros sentidos.

 

El Dios de la justicia siempre debía ser imparcial si bien por el momento no se sentía verdaderamente así.

 

¿Cuántas veces había ido con el corazón abierto sólo para ser engañado?

 

El peor de los casos había sido Kasamatsu Yukio. Un Cazador de Demonios descarriado, había sido encantador y divertido. Lo había deslumbrado con su vivacidad y su habilidad para hacer de todo un juego. Cada vez que había tratado de empujarlo a sus límites, él había tomado a risa sus pruebas y había demostrado ser bueno para todo.

 

Él había parecido el hombre perfecto, equilibrado.

 

Por un tiempo, se había imaginado enamorado de él.

 

Al final, había tratado de matarlo. Había sido completamente amoral y cruel.

 

Frío. Insensible. La única persona que podía amar era a sí mismo, y aunque que no era nada más que escoria, en su mente, él había sido calumniado por el género humano, así que estaba bien que hiciera lo que quisiera con ellos.

 

Y ese era el problema más grande de Ryouta con los Cazadores. Ellos; los Cazadores fueron humanos que eran reclutados de las cloacas. Azotados desde el nacimiento hasta la muerte, eran hostiles con el mundo. El Dios de La luna Akashi Seijuro nunca tomaba eso en consideración cuándo los convertía. Todo lo que quería era un soldado bajo las órdenes de Atsushi. Una vez que eran creados, Seijuro se lavaba las manos y los dejaba para que otros los monitorearan y mantuvieran.

 

Al menos hasta que cruzaban cualquier línea que Akashi hubiese trazado. Entonces el Dios pelirrojo se apuraba para que fueran juzgados y ajusticiados, y aunque no lo pudiera probar, Kise sospechaba que Akashi sólo seguía el protocolo para evitar que Atsushi se enojara con el.

 

Así que el rubio, su madre o sus hermanas habían sido llamados múltiples veces durante los siglos para encontrar alguna razón que les permitiera a los condenados Cazadores, vivir.

 

El nunca la encontró. Ni siquiera una vez. Cada vez que había juzgado habían sido peligrosos y toscos. Una amenaza que amenazaba a la humanidad más que los demonios que perseguían.

 

La justicia del Olimpo no operaba como la justicia humana. No había suposición de inocencia. En el Olimpo, una vez que se era inculpado, el acusado debía probar que era digno de compasión.

 

Nadie alguna vez la tuvo.

 

El que más cerca había estado alguna vez a la clemencia de Ryouta, había sido Kasamatsu, y mira cómo había resultado. Lo aterrorizaba pensar qué tan cerca había estado de juzgarle inocente y luego dejarlo suelto otra vez en el mundo.

 

Esa experiencia había colmado la medida para el. Desde entonces, se había separado de todo el mundo.

 

No dejaría que la belleza de un hombre o el encanto lo hechizaran otra vez. Su trabajo ahora era llegar al corazón de este hombre que estaba en su cama.

 

Akashi Seijuro había dicho que Aomine Daiki no tenía corazón en absoluto. Murasakibara no había dicho nada. Sólo le había echado una mirada penetrante que decía que dependía de el para hacer lo correcto. ¿Pero qué era correcto?

 

—Despiértate, Aomine Daiki –murmuró el Rubio. —Sólo te quedan diez días para salvarte.

 

El moreno se despertó con un dolor que era indescriptible, lo que dado sus antecedentes brutales como chivo expiatorio y esclavo era difícil de creer. Especialmente desde que siendo un ser humano el dolor había sido la única certeza en su vida. Su cabeza le latía, cambió de posición, esperando sentir nieve fría y tierra debajo de él. En lugar de eso, estaba encendido de tanto calor que sentía.

 

Estoy muerto, pensó sarcásticamente.

 

Ni siquiera sus sueños, lo habían hecho sentir alguna vez así de caliente. Aún mientras parpadeaba abriendo los ojos, miro un fuego ardiendo en una chimenea y una montaña de mantas sobre él, se percató que estaba muy vivo y acostado en el dormitorio de alguna persona.

 

Miró alrededor del cuarto, el cual estaba decorado en tonos tierra: rosados pálidos, tostados, marrones, y verde oscuro. Las paredes de la cabaña de troncos eran de calidad superior, lo que denotaba que alguien quería la apariencia de una cabaña rústica, pero que tenía bastante dinero para asegurarse que estuviera adecuadamente resguardada del frío y que fuese acogedora, y no tuviera corrientes de aire.

 

Su cama era una cara reproducción de hierro de las camas grandes del fin del siglo diecinueve. A su izquierda había una mesa de luz pequeña donde había una jarra y una jofaina pasadas de moda.

 

Quienquiera que poseía este lugar era millonario. Daiki odiaba a las personas adineradas.

 

—¿Kurokocchi?

 

El moreno frunció el ceño ante la voz suave y melódica. La voz de un doncel. El estaba en el vestíbulo, en otro cuarto, pero él realmente no podía precisar su posición a través del dolor en su cabeza.

 

Escuchó un suave quejido canino.

 

—Oh, deja eso —el mismo chico regañó con un tierno tono. —Realmente no quería lastimar tus sentimientos, ¿Lo hice?

 

El ceño fruncido de Aomine se hizo más profundo mientras trataba de poner sentido a lo que había ocurrido. Katsunori y los demás le estaban cazando y recordaba haberse derrumbado delante de una casa.

 

Alguien de la casa debía haberlo encontrado y arrastrado adentro, aunque no podía imaginar por qué alguien se había tomado la molestia.

 

No es que tuviese importancia.  Katsunori y Imayoshi estarían tras él, y no necesitarían llevar a un científico espacial para saber en dónde estaba, especialmente con toda la sangre que había estado perdiendo mientras corría. Sin duda, había una huella dirigida directo a la puerta de esta cabaña.

 

Lo que significaba que debía salir de aquí lo antes posible. Katsunori  no haría nada para lastimar a aquellos que lo hubieran ayudado, pero no se podía decir lo que Imayoshi era capaz de hacer.

 

En su mente pasaron las imágenes de un pueblo ardiendo. La horrible vista depersonas yaciendo muertas…

 

Daiki se sobresaltó ante el recuerdo, preguntándose porque lo perseguía ahora. Decidió, que era un recordatorio de lo que él era capaz, y un recordatorio del porque tenía que escaparse de aquí. No quería lastimar a nadie que hubiera sido amable con él. No otra vez.

 

Obligándose a olvidar el dolor de su cuerpo, se sentó lentamente. Un perro, instantáneamente, entró corriendo en su cuarto. Mientras se detenía ante la cama y este le gruñía.

 

Era un cachorro perro lobo siberiano. Con diáfanos y despampanantes ojos azul cielo. Hermosos ojos que parecían odiarle.

 

—Aléjate, Snoopy —Daiki chasqueó. –Me he hecho botas de verdaderos lobos más grandes y malos que tú.

 

El perro lobo dejó al descubierto sus dientes como si entendiera sus palabras y le desafiara a que lo probara.

 

—¿Kurokocchi?

 

Aomine se congeló cuando el chico apareció en la puerta. Maldición… Él era hermoso. Su cabello rubio era del color de los rayos del sol, y caían suaves alrededor de su rostro perfectamente esculpido. Su piel era tan pálida como la leche, con mejillas sonrosadas y labios que obviamente habían sido protegidos muy cuidadosamente, del clima rudo de Alaska. Medía cerca de un metro ochenta y vestía un suéter blanco tejido a mano y jeans.

 

Sus ojos eran de un amarillo muy pálido. Tan claros que a primera vista, eran casi incoloros. Y mientras entraba en el cuarto con sus manos extendidas, avanzando lenta y metódicamente, tratando de localizar al perro lobo, Aomine se dio cuenta de que el chico frente a el estaba completamente ciego.

 

El perro le ladró dos veces a él, luego se volvió y fue con su dueño.

 

—Ahí estas –murmuró el, arrodillándose para acariciarlo. —No deberías ladrar, Tetsuya. Despertarás a nuestro invitado.

 

Aomine se dio cuenta como los ojos dorados de largas pestañas estaban desprovistos de pupila, eran un amarillo perpetuo en todo el iris. Esos ojos y su belleza hacia parecer  que este chico no pertenecía a este mundo.

 

—Estoy despierto y estoy seguro que es por eso que está ladrando.

 

El rubio volteó su cabeza hacia él como si tratara de verle. —Lo siento. No tenemos mucha compañía y Kurokocchi tiende a ser un poco antisocial con desconocidos.

 

—Créeme, conozco el sentimiento.

 

El caminó hacia la cama, otra vez con su mano extendida. —¿Cómo te sientes? —preguntó, palmeando su hombro mientras lo localizaba.

 

Aomine se encogió ante la sensación de su mano caliente en su carne. Era tierna. Ardiente. E hizo que una parte ajena a él doliese. Pero lo peor de todo, hizo que su ingle se endureciera. Fuertemente.

 

Nunca había podido aguantar a alguien tocándolo.

 

—Preferiría que no hicieras eso.

 

—¿Hacer qué? —preguntó.

 

—Tocarme.

 

Kise se echó para atrás lentamente y parpadeó metódicamente como si fuera más un hábito que un reflejo. —Veo al tacto –dijo el suavemente. —Si no te toco, entonces estoy completamente ciego.

 

—Bien, todos tenemos problemas —. Se corrió al otro lado de la cama y se levantó. Estaba desnudo excepto por sus pantalones de cuero y unos pocos vendajes. El chico rubio debía haberlo desvestido y curado sus heridas. Ese pensamiento lo hizo sentir un poco extraño. Nunca nadie se había tomado la molestia de cuidarlo cuando estaba herido

¿Por qué lo haría el? Aún Murasakibara y Katsunori lo habían dejado por su cuenta después de que hubiera sido herido en Tokio. Lo mejor que le ofrecieron fue llevarlo hasta su casa así él podía sanar en soledad.

 

Por supuesto, le podrían haber ofrecido más si hubiese sido un poco menos hostil con ellos, pero ser hostil era lo que mejor hacía.

 

Daiki encontró sus ropas dobladas en una silla mecedora al lado de la ventana. A pesar de las dolorosas protestas de sus músculos, empezó a ponérselas encima. Sus poderes de Cazador le habían permitido cicatrizar la mayoría de las heridas mientras dormía, pero no estaba en tan buen forma como debería haberlo Estado. Debía darle crédito al infeliz de Imayoshi, pero no tanto puesto que para ser uno de los Dioses de la muerte, el aún seguía con vida.

 

Eso le daba a entender lo realmente fuerte que era y porque otros le temían. Qué clase de ser podría contar que el mismísimo Thanatos vino por él y salió con su vida. Pero entonces significaba que había aprendido a tomar sus golpes y ocuparse del dolor. Durante toda su vida a tal grado que ni Imayoshi se lo podía llevar. Lo cual estaba bien para él. No le gustaban las personas, inmortales o de otro tipo, cerca suyo.

 

La vida era mejor estando solo.

 

Hizo una mueca cuando divisó el hueco en la parte de atrás de su camisa donde la explosión de la escopeta lo había golpeado. Si, la vida era definitivamente mejor estando solo. A diferencia de su "amigo" no podía pegarse un tiro en la espalda, aún si lo quisiera.

 

—¿Estás levantado? — preguntó el rubio desconocido, con voz asombrado. —¿Vistiéndote?

 

—No —dijo irritado. —Estoy meando tu alfombra. ¿Qué piensas que estoy haciendo?

 

—Soy ciego. Por lo que sé, realmente puedes estar meando mi alfombra, que sea dicho de paso es muy bonita, así que tengo la esperanza de que estés bromeando.

 

Sintió una extraña punzada de diversión en su contestación. Era rápido y listo. A él le gustaba eso. Pero no tenía tiempo que perder. —Mira, señorito, no sé cómo me trajiste aquí dentro, pero lo aprecio. Sin embargo, tengo que emprender la marcha. Créeme, estarás muy arrepentido si no lo hiciera.

 

El rubio se obligó a alejarse de la cama ante sus palabras hostiles y fue en ese momento que Daiki se percató que lo había expresado con un gruñido.

 

—Hay una ventisca muy fuerte afuera –dijo el más bajo de los dos, con voz menos amigable que antes. —Nadie va a ser capaz de salir a cualquier lado por un tiempo.

 

Aomine no podía creerlo hasta que apartó las cortinas de la ventana. La nieve caía tan rápida y gruesa que parecía una densa pared blanca. Maldijo por lo bajo. Entonces más fuerte preguntó, —¿por cuánto tiempo ha estado así?

 

—Las últimas horas.

 

Apretó los dientes en tanto se percataba que estaba atascado allí. Con el rubio.

 

Esto no era realmente bueno, pero al menos evitaría que los demás estuvieran rastreándolo. Con suerte la nieve escondería sus huellas y sabía, de hecho, que Katsunori odiaba el frío. Por lo que respectaba a Imayoshi, bien, dado su nombre, su lenguaje, y su aspecto general, Aomine daba por hecho que también era un ser antiguo, y eso le decía a Aomine que todavía tenía una ventaja sobre los dos. Había aprendido hacía siglos, cómo moverse rápidamente sobre la nieve y qué peligros evitar. ¿Quién podría haber sabido que novecientos años en Alaska, realmente le convendrían algún día?

 

—¿Cómo puedes estar parado y moviéndote?

 

Su pregunta lo sobresaltó. —¿Perdón?

 

—Estabas gravemente herido cuando te traje hace unos días. ¿Cómo puedes estar moviéndote ahora?

 

—¿Unos días? —preguntó, estupefacto por sus palabras. Pasó las manos sobre su cara y sintió su barba gruesa. Mierda. Habían sido días. —¿Cuántos?

 

—Casi cinco.

 

Su corazón se aceleró. ¿Había estado aquí por cuatro días y no lo habían encontrado? ¿Cómo era eso posible? Frunció el ceño. Algo acerca de esto no parecía estar bien.

 

—Pensé que sentí una herida de bala en tu espalda.

 

Ignorando el hueco abierto en la camisa, el moreno se puso encima su camiseta negra. Estaba seguro que había sido Katsunori quien le había disparado. Las escopetas eran el arma preferida. Su único consuelo era pensar que Katsunori estaría tan dolorido como él.

 

—No era una herida de bala —mintió. —Sólo me caí.

 

—Sin intención de ofenderte, pero tendrías que haber caído del Monte Everest para tener esas heridas.

 

—Sí, puede ser que la próxima vez recuerde llevar el equipo para escalar conmigo.

 

El de ojos dorados lo miró con ceño. —¿Estás burlándote de mí?

 

—No —contestó honestamente. —Sólo que no quiero pensar en lo que sucedió.

 

Ryouta inclinó la cabeza asintiendo, mientras trataba de percibir más acerca de este hombre enojado, que parecía no poder hablar sin gruñirle. Despiértate, él está muy lejos de ser agradable. Se decia a si mismo.Había estado cerca de la muerte cuando Kuroko lo había encontrado. Nadie debería ser golpeado y disparado en semejante forma, para luego ser dejado morir como él lo había sido.

 

¿Qué habían estado pensando los Escuderos? El estaba asombrado que este Cazador de Demonios descarriado pudiera estar parado del todo aún después de cuatro días de descanso. Semejante tratamiento era inhumano e impropio de esos que habían declarado bajo juramento proteger al género humano. Si un humano hubiera encontrado a Daiki, entonces su cubierta se habría arruinado por la imprudencia de ellos, y los humanos se habrían enterado de su inmortalidad. Era algo que tenía la intención de informarle a Murasakibara.

 

Pero eso vendría más tarde. Por ahora, Aomine Daiki estaba levantado y en movimiento. Su vida inmortal o su muerte estaban completamente en sus manos y tenía la intención de probarlo con creces para ver simplemente qué tipo de hombre era.

 

¿Tenía algo de compasión dentro de él o estaba tan vacío como se sentía que lo estaba? Su trabajo era ser el epítome de las cosas que conducían a Aomine hacia el enojo.

 

Lo empujaría a su nivel de tolerancia y aún más allá para ver que hacía él. Si podía controlarse con el, entonces lo evaluaría inofensivo y cuerdo. Si lo llegaba a lastimar de alguna forma, entonces lo juzgaría culpable y moriría.

 

Que comiencen las pruebas…

 

Rápidamente examinó en su mente, lo poco que sabía de él. A Daiki Aomine no le gustaba hablar con las personas. No le gustaban los ricos. Sobre todo, aborrecía ser tocado o que le dieran órdenes. Así es que resolvió presionar su primer botón con conversación despreocupada.

 

—¿De qué color es tu cabello? —preguntó. La pregunta aparentemente innocua trajo a su memoria, la forma en que lo había sentido bajo sus manos mientras le limpiaba la sangre. Su pelo había sido suave, liso. Se había deslizado sensualmente por sus dedos, acariciándolos. De la percepción de eso, supo que era algo corto o Esa era la impresión que le dio cuando lo peinaba dormido.

 

—¿Perdón? —sonó asombrado por su pregunta y por una vez no gruñó las palabras.

 

Kise se dio cuenta que tenía una bella voz. Rica y profunda. Resonaba con su acento, y cada vez que hablaba, enviaba un escalofrío extraño a través de él. Nunca había oído a un hombre tener una voz tan innatamente masculina.

 

—Tu pelo –repitió el de ojos dorados. —Me preguntaba qué color es.

 

—¿Por qué te importa? —preguntó belicosamente.

 

El se encogió de hombros. —Sólo curiosidad. Paso mucho tiempo solo y aunque realmente no recuerdo los colores, trato de describirlos de cualquier manera. Mi hermana, una vez me dio un libro que decía que cada color tenía una textura

y una sensación. El rojo, por ejemplo, decía que era caliente y agitado.

 

Daiki lo miró ceñudamente. Ésta era una conversación extraña, pero bueno, él había pasado bastante tiempo solo para entender la necesidad de hablar cualquier cosa, con cualquiera que estuviese el suficiente tiempo como para tomarse la molestia. —Es azul oscuro.

 

—Lo pensé.

 

—¿Lo hiciste? —preguntó antes de poderse detener.

 

El de cabellos rubios inclinó la cabeza asintiendo mientras rodeaba la cama y se acercaba a él. Se paró tan cerca que sus cuerpos casi se tocaban. Aomine Sintió un extraño impulso por tocarlo. Por ver si su piel era tan suave como parecía.

 

Dioses, el chico frente a él era bello. Su cuerpo era ágil y alto.

 

Había pasado un largo tiempo desde la última vez que había tenido sexo. Una eternidad desde que hubiera estado así de cerca de un humano aun sin saborear su sangre.

 

Y al contrario de la invitación de Momoi, con solo ver a este chico sentía las ganas salvajes de morder le los labios y perderse entre sus caderas. Juraba en su mente que podía saborear los labios del rubio ahora. Sentir su corazón latiendo contra sus labios mientras bebía y al mismo tiempo sentir que sus emociones y sentimientos se vertían en él, llenándolo con algo más que entumecimiento y dolor.

 

Si bien beber sangre humana estaba prohibido, era lo único que alguna vez le había dado placer. Lo único que enterraba el dolor dentro de él y le permitía experimentar esperanzas, sueños.

 

Lo único que le permitía sentirse humano. Y él quería sentirse humano. Quería sentirlo a el.

 

—Tu pelo es fresco y sedoso –dijo el de ojos dorados suavemente, mientras intentaba hacer como si de verdad le miraba —como terciopelo de medianoche.

 

Sus palabras hicieron que su erección se tensara de necesidad y deseo. Fresco y sedoso. Le hizo pensar en sus piernas deslizándose contra él. En la piel delicada, Tersa que cubría sus caderas y muslos. La forma en que se sentirían contra sus piernas mientras penetraba en el. Su respiración se entrecortó, imaginó cómo sería deslizar esos descoloridos jeans apretados, por sus largas piernas y extenderlas completamente. Correr su mano a través de sus cortos, dorados cabellos, bajar su mano hasta tocarlo íntimamente, acariciándolo hasta que sus dulces jugos recubrieran sus dedos mientras el murmuraba en su oído y se frotara contra él. Cómo sería acostarlo en la cama, yacer detrás de el y hundirse profundamente en su interior caliente y mojado hasta que ambos llegaran al clímax.

 

Sentir su boca en su cuerpo. Sus manos tanteándolo.

 

El chico de ojos y cabellos dorados extendió la mano para tocarle.

 

Incapaz de moverse por la fuerza de su fantasía, Aomine se quedó perfectamente quieto mientras el colocaba su mano en su hombro. El dulce aroma de humo, y rosas lo invadió y sintió una necesidad desesperada de bajar la cabeza y enterrar su cara en su piel cremosa, y sólo inspirar su dulce perfume. Hundir los colmillos en su suave, tierno cuello y probar la fuerza vital dentro de el.

 

Inconscientemente, abrió sus labios, descubriendo sus colmillos sin dejar de ver la blanca clavícula que le invitaba a ser mordida. Su necesidad por el era casi apabullante. Pero ni de cerca tan exigente como el deseo de tocar su cuerpo.

 

—Eres más alto de lo que pensé que serías —. El de ojos dorados siguió la curva de sus bíceps.

 

Escalofríos lo recorrieron mientras se endurecía aún más.

Lo deseaba. Mal.

¡Muérdelo!.

 

Su perro lobo gruñó.

 

Daiki lo ignoró mientras continuaba mirándolo.

 

Sus relaciones solo habían sido con muy pocas mujeres, momentos breves y apresurados. Nunca había permitido a una mujer mirarlo a la cara o tocarlo mientras tenían relaciones sexuales. Siempre había tomado a esas mujeres en todas las formas posibles desde atrás, furioso y rápido como un animal. Nunca había querido pasar un tiempo con ellas aparte del que necesitaba para saciar su cuerpo.

 

Pero él fácilmente podía verse tomando a este chico desconocido en sus brazos y penetrarlo, cara a cara. Sintiendo su respiración en su piel mientras lo montaba despacio y duro, durante toda la noche, bebiendo de ese cálido cuello…

 

No habló mientras el hermoso rubio rozaba con la mano su brazo y no podía imaginar por qué no lo apartaba de un empujón lejos de él.

 

Por alguna razón, él lo mantenía inmóvil con su toque.

 

Su pesada erección ardía de cruel necesidad. Si no lo supiese mejor, juraría que El ojidorado lo animaba a propósito.

 

Pero había una inocencia en su toque que le decía que el sólo quería "verle".

 

No había nada sexual en esto.

 

Al menos no del lado del más bajo.

 

El moreno se alejó y puso un metro de distancia entre ellos. Él tenía que hacerlo.

 

Un minuto más y lo tendría desnudo en esa cama y a su merced…

 

No es que él tuviese compasión por alguien.

 

El ojidorado dejó caer su mano y se quedó quieto como si esperara que lo tocara. No lo hizo. Un toque y Aomine sería el animal que todos pensaban que era.

 

—¿Cuál es tu nombre? —Daiki formuló la pregunta antes de poder detenerse. El rubio le ofreció una sonrisa amistosa que sacudió su erección. —Ryouta Kise. ¿Y el tuyo?

 

—Aomine… Daiki.

 

Su sonrisa se amplió. —Eres japonés. Pensé eso por tu acento.

 

Su Cachorro de ojos azules giró en torno a sus pies y se sentó al lado de el para escudriñarlo. Relampagueando sus dientes amenazadoramente. Realmente comenzaba a odiar a ese animal.

 

—¿Quieres algo, Daiki?

 

Sí, gatea desnudo a esa cama y deja que te viole hasta el amanecer.

 

Tragó ante el pensamiento y su erección se tensó aún más al sonido de su nombre en sus labios. No podía haber estado más duro si el le hubiera estado acariciando con su mano.

 

¿Qué estaba mal con él? ¿Estaba corriendo por su vida y lo único que podía pensar era en sexo?

 

Estaba siendo un idiota total.

 

Tenía suerte de que el chico fuera ciego, o ciertamente la erección en sus pantalones sería un motivo para sacarlo por la ventana al frio de la tormenta donde seguramente nada en el se volvería a parar.

 

—No, gracias —dijo. —Estoy bien —su estómago retumbó, traicionándolo.

 

—Suenas hambriento. —De ladeo su cabeza moviendo las hebras doradas.

 

Muerto de hambre, para ser honestos, pero en este mismísimo momento deseaba ardientemente el sabor de él rubio mucho más que el de la comida.

 

— Sí. Supongo que lo estoy.

 

—Vamos —le dijo el más bajo, extendiendo la mano. —Puedo ser ciego, pero puedo cocinar. Prometo que a menos que Tetsuya haya movido las cosas en la cocina, no he envenenado mi estofado.

 

Daiki no tomó su mano.

 

El rubio tragó como si estuviera nervioso o abochornado, luego dejó caer la mano y salió del cuarto.

 

El perro lobo de ojos celestes le gruñó otra vez.

 

Aomine gruñó en respuesta y golpeó con el pie al perro molesto, quien lo miraba como si no quisiese nada más que arrancarle su pierna.

 

Percibió el gesto de desaprobación en la cara de Kise mientras se detenía en la puerta y se devolvía hacia ellos. —¿Estás siendo malo con Kurokocchi?

 

—No. Solo le devuelvo el saludo —. Las orejas del lobo estaban erguidas hacia atrás como lanzándolo de la habitación. —Parece que no le gustó mucho a tu Scooby Doo.

 

El rubio se encogió de hombros. —A él no le gusta mucho nadie. Algunas veces ni siquiera yo.

 

Ryouta cambió de dirección y se dirigió hacia el vestíbulo con Aomine detrás de el. Había algo muy siniestro acerca de este hombre. Mortífero. Y no era solamente la fuerza que había sentido en su brazo cuando lo tocó. Exudaba una oscuridad antinatural que parecía alertar a todo el mundo, aún a los ciegos, de mantenerse alejados. Ese era más que nada a lo que Tetsuya reaccionaba. Era sumamente desconcertante. Aún atemorizante.

 

Tal vez Akashi estaba en lo correcto. Tal vez debería juzgarlo culpable y regresar a casa…

 

Pero no lo había atacado. Al menos, no todavía.

 

Kise lo dejó ante la barra del desayunador en donde tenía tres banquetas. Sus hermanas las habían colocado allí más temprano cuando habían venido a visitarlo y advertirlo sobre su última asignación.

 

Todas sus hermanas, las tres, habían estado sumamente descontentas con su decisión de juzgar a Aomine Daiki para su madre, pero al final, no habían tenido más elección que dejarlo hacer su trabajo. Para la eterna consternación de ellas, había algunas cosas que ni aún los destinos podían controlar.

 

El libre albedrío era una de esas.

 

—¿Te gusta el estofado de carne? —preguntó a Aomine.

 

—No soy muy exigente. Estoy simplemente agradecido por tener algo caliente que no tenga que cocinarlo yo mismo.

 

El rubio notó la amargura en su voz. —¿Lo haces mucho?

 

Él no contestó.

 

Kise anduvo a tientas hacia la cocina.

 

Como se acercaba mucho a la olla, el moreno repentinamente estuvo allí, agarrando su mano y haciéndolo para atrás. Se había movido tan rápido y silenciosamente que el ojidorado se quedó sin aliento, sobresaltado. Su velocidad y su fuerza lo hicieron detenerse. Este hombre realmente lo podía lastimar si así lo quisiera, y dado lo que el tenía planeado para él, era algo a tener en cuenta.

 

—Déjame hacer eso –dijo él agudamente.

 

El rubio tragó ante la cólera injustificada de su tono. —No estoy imposibilitado. Hago esto todo el tiempo.

 

Él le soltó. —Estupendo, quema tu mano entonces, no me importa —se alejó del rubio.

 

—¿Kurokocchi? —llamó.

 

Su cachorro fue a su lado y se apoyó contra su pierna para hacerle saber dónde estaba. Arrodillándose, tomó su cabeza entre sus manos y cerró los ojos. Extendiéndose con su mente, se conectaba con Tetsuya para utilizar su visión como propia. Vio a Daiki regresando a la barra y tuvo que esforzarse para no quedarse sin aliento. El rubio asustado que su aspecto pudiera influir en su opinión acerca de su carácter, antes de tener la posibilidad de interactuar con él no había usado antes a Tetsuya para verle.

 

Ahora él supo qué tan correcto había estado.

 

Aomine Daiki era increíblemente apuesto. Sus cabellos Azul oscuro, de piel morena, como el color del chocolate invitaba a ser mordida y degustada hasta saciarse. La camisa negra que traía puesta se pegaba a un cuerpo que ondeaba con precisión los tonificados músculos. Su cara era delgada y adecuadamente esculpida. Los planos de ella, aún cubierta por la barba de cuatro días, eran un estudio de perfectas proporciones masculinas. el era misteriosamente guapo.

 

Casi de apariencia siniestra, excepto por sus largas pestañas negras y sus labios firmes que le suavizaban la cara. Y cuando tomó asiento, tuvo una vista espectacular de un trasero bien formado cubierto por el pantalón de cuero.

 

¡El hombre era un dios de la Sexualidad!

 

Pero lo que lo golpeó más cuando se sentó en la banqueta y clavó los ojos en la barra, fue la tristeza profunda que había en sus ojos de medianoche. La sombra obsesionada que revoloteaba allí.

 

Se veía cansado. Perdido.

 

Sobre todo, se veía terriblemente solo.

 

Él los recorrió con la mirada y frunció el ceño.

 

Kise palmeó la cabeza del cachorro y le dio un abrazo como si nada en particular hubiese ocurrido. Esperaba que Aomine no tuviese idea sobre qué había estado haciendo.

 

Sus hermanas le habían advertido que este Cazador en particular tenía poderes extremos como telequinesia y audición refinada, pero ninguna de ellas sabía si podía sentir sus poderes limitados.

 

El estaba agradecido que no fuese telepático. Eso le habría hecho el trabajo infinitamente más complicado.

 

El chico de cabellos rubios se puso de pie y fue al gabinete para sacar un tazón para Aomine, y muy  cuidadosamente, sirvió el estofado. Luego se lo llevó a la barra, no lejos de donde Aomine había estado.

 

Él extendió la mano y tomó el tazón del rubio. —¿Vives solo?

 

—Solo Kurokocchi y yo —se preguntó por qué le había preguntado eso.

 

Su hermana mayor le había advertido que el moreno podía ponerse violento con poca provocación. Que era conocido por atacar al mismísimo Dios Murasakibara y a cualquier otro que se le acercara.

 

El rumor de los otros Cazadores de Demonios decía que su exilio en Alaska se había debido a que había destruido un pueblo del cual había sido responsable. Nadie sabía por qué. Sólo que una noche había perdido la razón y había asesinado a toda la gente de allí, luego había echado abajo las casas.

 

Sus hermanas se habían rehusado a explicar en detalle lo que había sucedido esa noche por miedo de predisponer su punto de vista.

 

Por ese delito cometido por Aomine, el Dios de la Luna, Akashi Seijuro lo había desterrado a la congelada tierra salvaje.

 

¿Podía Daiki Aomine estar curioso acerca de su forma de vida o había allí una razón más siniestra para su pregunta?

 

—¿Te gustaría algo para beber? —le preguntó.

 

—Seguro.

 

—¿Qué prefieres?

 

—No me importa.

 

El ojidorado negó con la cabeza ante sus palabras. —¿No eres muy exigente, no?

 

lo oyó aclararse la voz. —No.

 

—No me gusta la forma en que te mira.

 

El Dios de la justicia arqueó una ceja ante las enojadas palabras de Kuroko en su cabeza. —A ti no te gusta la forma en que me mira cualquier hombre.

 

El perro lobo siberiano de ojos celestes se mofó. —Cálmate, él no ha apartado su vista de ti, Kise-kun. Te está mirando en este momento. Su cabeza esta inclinada hacia abajo, pero hay lujuria en sus ojos cuando clava la mirada en ti. Como si ya te pudiera sentir bajo él. No confío en él o en su mirada. Su mirada es demasiado intensa. ¿Lo puedo morder?

 

Por alguna razón, al saber que el moreno lo estaba mirando sintió elevarse la temperatura y se estremeció. —No, Kurokocchi. Sé simpático.

 

—No quiero ser simpático, Kise-kun. Cada instinto que tengo me dice que lo muerda. Si tienes algún respeto por mis habilidades animales, déjame ponerlo en el suelo ahora y así ahorrarnos diez días más en este frío lugar.

 

El negó con la cabeza. —Recién lo encontramos, Kurokocchi. ¿Qué habría ocurrido si mi madre te hubiera estimado culpable en su primer encuentro contigo hace tantos siglos?

 

—¿Así que crees en la bondad otra vez?

 

Ryouta hizo una pausa. No, el ya no lo hacía. Probablemente Aomine merecía morir, especialmente si la mitad de lo que le habían sido dicho era verdad. Y aún así los ojos violetas de Atsushi lo perseguían.

 

—Le debo a Atsushi más que diez minutos de mi tiempo. kuroko se mofó.

 

Vertió té caliente en una taza y se lo llevó a Aomine. —Es té de romero, ¿esta bien?

 

—Lo que sea.

 

Cuando lo tomó de su mano, para coger la taza sintió el calor de sus dedos rozando los de el. Una increíble ráfaga le traspasó. El rubio sintió su sorpresa. Su necesidad ardiente. Su hambre no saciada.

 

Eso realmente lo asustó. Éste era un hombre capaz de cualquier cosa. Uno con poderes como los dioses.

 

Podía hacerle cualquier cosa que quisiera…

 

Necesitaba distraerlo.

 

Y a él también.

 

—Entonces, ¿qué te ocurrió realmente? —preguntó, preguntándose si violaría el código de silencio de los Cazadores, contándole que era buscado por los demás.

 

—Nada.

 

—Bueno, espero nunca atravesarme con NADA si es capaz de hacer un agujero en mi espalda. Lo escuchó levantar su té, pero no habló.

 

—Deberías ser más cuidadoso —le dijo.

 

—Créeme, no soy el que necesita ser cuidadoso —su voz fue siniestra cuando dijo esas palabras, reforzando su letalidad.

 

—¿Estás amenazándome? —preguntó.

 

Otra vez no dijo nada. El hombre era una pared total de silencio.

 

Así es que el de cabellos dorados lo presionó otra vez. —¿Tienes a alguien al que necesitemos llamar y dejarlos saber que estás bien?

 

—No —dijo con tono vacío.

 

El asintió mientras pensaba en eso. A Daiki Aomine nunca le habían concedido un Escudero. No podía imaginar ser desterrado en la forma que el moreno lo había sido. En el tiempo de su encarcelación, esta área del mundo había estado muy escasamente poblada. El clima áspero. Inhospitalario. Desolado. Frió y sombrío.

 

El Dios rubio sólo había estado viviendo aquí unos cuantos días y le había costado acostumbrarse. Pero al menos tenía a su madre, hermanas, y a kuroko para ayudarlo a adaptarse.

 

A Daiki se le había negado tener a alguien. Mientras a otros Cazadores les era permitido tener compañeros y sirvientes, Aomine se había visto forzado a resistir su existencia en la soledad. Completamente solo.

 

No podía imaginar cómo debía haber sufrido durante los siglos, luchando a través de los días, sabiendo que nunca tendría un alivio temporal de cualquier tipo.

 

No era extraño que estuviera demente. Aún así, no era una excusa para su comportamiento. Como le había dicho a el más temprano, todo el mundo tenía sus problemas.

 

Aomine terminó la comida y luego llevó los platos al fregadero. Sin pensar, los lavó y los enjuagó, luego los colocó al costado.

 

—No tenías que hacer eso. Los habría limpiado yo.

 

Se secó las manos en el paño para secar platos que el ojidorado tenía en la mesada.

 

—Hábito.

 

—Debes vivir solo, también.

 

—Sí.

 

Aomine lo vio acercarse. Se movió a su lado otra vez, invadiendo su espacio personal. Estaba desgarrado entre querer seguir parado al lado del hermoso rubio y querer maldecir su cercanía.

 

Optó por apartarse. —Mira, ¿puedes mantenerte lejos de mí?

 

—¿Te molesta que me acerque?

 

Más de lo que el pelidorado podía imaginar. Cuando estaba junto a él, era fácil olvidar lo que era. Era fácil fingir que era un ser humano que podía ser normal.

 

Pero ese no era él.

 

Nunca lo había sido.

 

—Sí, me molesta —dijo en tono bajo, amenazador. —No me gusta que las personas se me acerquen.

 

—¿Por qué?

 

—Eso no es de tu maldita incumbencia –contestó bruscamente. — Simplemente no me gusta que la gente me toque y no me gusta que ellos se me acerquen. Así que retrocede y déjame tranquilo antes de que te lastime.

 

El cachorro ojiceleste le gruñó otra vez, más ferozmente esta vez.

 

—Y tú, Lassie –le gruñó al perro, —ten una mejor canción para mí. Un gruñido más y juro que voy a castrarte con una cuchara.

 

—Tetsuya, por favor ven aquí.

 

Él observó como el perro lobo iba instantáneamente a su lado.

 

—Siento que nos encuentres tan molestos –dijo. —Pero ya que vamos a estar atrapados por un tiempo, podrías hacer un intento y ser algo más sociable. Al menos ser mínimamente cortés.

 

Tal vez el chico tuviera razón. Pero lo malo era que no sabía cómo ser sociable, mucho menos cortés. Nadie, nunca, había querido conversar tanto con él en su vida humana o de Cazador.

 

Y eso era terrible considerando que no llevaba ni una hora de estar despierto.

 

Él estaba exiliado. Las reglas de su exilio requerían que ni siquiera los otros Cazadores Le hablara. Sólo había sido por accidente que había tropezado con Katsunori, quien había estado en una de las salas de juego esperando a que llegara su adversario.

 

Demasiado joven para ser un Cazador, no sabía que no estaba permitido hablar con Aomine, Katsunori lo había saludado como un amigo.

 

La novedad de eso había hecho a Aomine vulnerable y así es que se encontró hablándole al pelinegro. Antes de darse cuenta, en cierta forma se habían hecho amigos. ¿Y qué había obtenido de eso? Nada menos que un agujero de bala en la espalda.

 

Olvídalo. No necesitaba hablar. No necesitaba nada. Y lo último que quería era ser sociable con un chico rico que llamaría a la policía si alguna vez se enteraba quién y qué era él.

 

—Mira, ésta no es una visita social. Tan pronto como el clima lo permita, me iré de aquí. Así es que solamente déjame solo las siguientes horas y pretende que no estoy aquí.

 

Ryouta resolvió echarse atrás un poco y dejarlo acostumbrase a el un poco más.

 

Él Cazador moreno no lo sabía, pero iba a estar atrapado aquí bastante más que unas pocas horas. Esta tormenta no iba a menguar hasta que el rubio lo quisiera.

 

Por ahora, le daría tiempo para reflexionar y reagruparse.

 

Todavía había otras pruebas que él tenía que pasar. Pruebas en las que el Dios no aflojaría.

 

Pero habría tiempo para eso más tarde. Ahora mismo él aún estaba herido y traicionado.

 

—Bien –dijo el ojidorado, —estaré en mi dormitorio si me necesitas.

 

Dejó a Kurokocchi en la cocina para vigilarlo.

 

—No quiero vigilarlo –protestó el ojiceleste. Comunicándose mentalmente con su amo.

 

—Kurokocchi, obedece.

 

—¿Qué ocurre si hace algo repugnante?

 

—¡TETSUYA!

 

El cachorro de perro lobo gruñó. —Bien. ¿Pero puedo morder una parte pequeña de él? ¿Sólo para que tenga un saludable respeto por mí?

 

—No.

 

—¿Por qué?

 

El rubio hizo una pausa mientras entraba a su cuarto. —Porque algo me dice que si lo atacas, entonces serás tú el que respetará saludablemente sus poderes.

 

—Sí, claro.

 

—¡kurokocchi… Por favor.

 

—Bien, lo vigilo. Pero si él hace cualquier cosa asquerosa, me voy de aquí.

 

Ryouta suspiró ante su incorregible compañero y se acostó en la cama para tratar de descansar antes de que empezara la siguiente batalla de voluntades con Aomine.

 

Kise inspiró profundamente y cerró los ojos. Se conectó otra vez con Kuroko a fin de poder ver a Aomine. Estaba de pie ante la ventana de adelante, mirando hacia afuera, la nieve.

 

Ryouta vio la rasgadura en la parte de atrás de la camisa. Vio el cansancio en su cara. Se veía desanimado y al mismo tiempo determinado.

 

Sus rasgos parecían no tener edad. Una sabiduría que en cierta forma se veía contradictoria con su apariencia siniestra.

 

¿Quién eres, Aomine Daiki?. Se preguntó silenciosamente.

 

La pregunta fue morbosamente seguida por otra. En los siguientes días, el Dios conocería exactamente quién y qué era él. Y si Akashi tenía razón y él era realmente amoral y letal, entonces no dudaría en dejar que lo sentenciaran.

 

CONTINUARA…

 

 


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