-Penélope-dijo Alejandro junto a su esposa en la cama mientras acariciaba la suave piel de su mujer.
-¿Si?-
-¿Cuántos hombres han visitado tu lecho durante mi ausencia?-dijo en un tono inocente pero poco creíble.
Unos vibrantes momentos de tensión precedieron a otros aún mas duros.
-¡¿Qué dices?! Yo te quiero a ti. Nunca me acostaría con ningún otro-
-Contesta-
-Te he dicho que con ninguno-
-¡Contesta!-Alejandro se levanto furioso.
-Te he dicho que con ninguno-dijo Penélope ya alarmada-¿Quién te ha dicho tal cosa?-
-Eso no importa. Quiero que me digas la verdad-
-¡Nadie! ¡Te lo juro por los Dioses!-unas lágrimas capaces de convencer a Alejandro hicieron que la pelea cesara.
El marido abrazo a su esposa-Lo siento. Nunca debí haber dudado de ti-Mientras que esta pensaba furiosa quien había osado decírselo.
Al día siguiente Alejandro se fue con sus amigos a una taberna a pasar básicamente todo el día.
-¡Quién ha osado decirle a Alejandro que yo me estoy acostando con otros hombres!-La vena en el cuello de Penélope palpitaba constantemente mientras que observaba a los criados de la casa-¡Muy bien! Si no queréis confesar os haré yo. Seréis atados a ese palo y golpeados con un látigo hasta que me digáis quien ha...-
Julio no pudo soportar la idea de que los demás sufrieran por su culpa-¡He sido yo!-
Un silencio terrible inundo el patio-¿Y por qué hiciste eso?-
-Porque... yo... pensaba que...-
-¡Exacto! ¡Tu piensas! Cosa que no debes hacer-Cogió de los pelos al chico y lo tiro al suelo.
Les hizo una señal a los guardias, quienes lo ataron al palo. Julio cerró los ojos sabiendo lo que le esperaría.
Penélope cogió el látigo, lo desenrollo y comenzó a flagelar al joven sirviente quien no soltó ni un solo grito.
Cada vez mas rápido y con mas ira acumulada los latigazos se hacían más fuertes e insufribles. Julio no pudo evitar el comenzar a gritar, sangro por la espalda mientras el látigo seguía golpeándolo con fuerza. Los demás sirvientes evitaban ver aquél espectáculo, los gritos eran mas que suficiente para demostrarles que nunca deberían engañar a su señora o lo pagarían caro.
Una vez cayó semiinconsciente Penélope se detuvo, se acerco hacía él y le desato.
Julio cayó al suelo pensando que todo había terminado pero no era así.
Penélope no pudo evitar seguir flageándole por delante, Julio intento levantarse pero las manos fuertes de los guardias le retuvieron en su sitio.
-¡Eres un maldito estúpido! Siempre he estado haciendo y nunca paso nada y llegas tu y lo estropeas todo-Cada vez más fuertes los latigazos hacían que la sangre saltara por doquier. El patio era literalmente un baño de sangre, era casi milagroso el que Julio siguiera con vida.
Por fin Penélope se detuvo-¡Metedle en su habitación! Y llamad al médico-
-¿Al médico?-dijo uno de los guardias.
-Si, no quiero que muera, si vuelve a traicionarme podré volver a torturarlo hasta la casi ansiada muerte pero no llegara hasta ella. ¡Haced lo que os mando! ¡Vosotras!-dijo ahora dirigiéndose a las criadas-¡Limpiad todo esto antes de que llegue Alejandro!-Las criadas asintieron y rápidamente se pusieron manos a la obra.
La vista de Julio se torno roja. Le faltaba el aire. El frío abrazo de la muerte le consumía pero una luz se hizo en la total oscuridad.
Se despertó con un terrible dolor por todo el cuerpo, no podía moverlo. A su lado se encontraba el médico suturando las heridas.
-¿Qué es...?-intento decir Julio.
-Es mejor que no hagas enfadar a Penélope, te lo digo por tu propio bien-
De repente un gran estrépito llego desde fuera.
-¡Qué hace esta sangre aquí!-dijo la inconfundible voz de Alejandro.
-No es nada, un ladrón entro y...-intento decir Penélope.
-¡No mientas! ¡De quién es!-
Una mirada hacia la habitación de Julio hizo que Alejandro se alarmara. Corrió a su habitación y vio a Julio con la espalda hecha pedazos todavía sangrando levemente.
-¿Qué te ha pasado?-
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