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Y si tú quieres… yo también quiero por Marbius

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3.- Compromiso.

 

Julio llegó a su fin y lo mismo pasó con agosto sin que Georg o Gustav hubieran definido su papel en la vida del otro más allá de los que ya cumplían. A pesar de que Gustav le acompañaba a las citas médicas y se esmeraba en prodigarle todo tipo de atenciones, Georg no sabría definir si lo hacía por él, por el bebé o porque de verdad le nacía el hacerlo.

Ya fuera que Gustav quisiera cenar pollo, Georg en su lugar pescado y sin más discusión el platillo fuera éste último, o Georg se quejara del calor y Gustav se levantara sin importar qué hora de la madrugada fuera para abrir la ventana y encender el abanico de techo sin rechistar a pesar de lo mucho que odiaba le fueran interrumpidas sus horas de sueño, lo cierto era que Georg nunca se había sentido tan apreciado, y a la vez se dolía por razones que ni él mismo comprendía.

—¿Todo bien? —Le preguntó Gustav, los dos sentados en la terraza posterior del restaurante a donde habían salido a comer y disfrutando de los últimos días de verano que todavía le quedaban a la estación.

Georg picoteó su rebanada de pay de queso y limón, un pequeño gusto al que se había resistido porque la cinturilla de sus pantalones cada vez le apretaba más alrededor del cuerpo, y que en inicio no había ordenado, pero que Gustav pidió para sí, y después de un bocado se lo cedió deslizando el plato sobre la mesa para que se consintiera con el resto, a sabiendas de que Georg se privaba por estética pero que no era tan fuerte una vez que el antojo atacaba.

—De maravilla —mintió a medias. Porque dicha fuera la verdad: Nada iba mal, per se, pero tampoco se sentía como si se tratara de lo opuesto. Sólo un limbo en el que él, Gustav y el bebé flotaban por tiempo indefinido hasta el día del parto—. Uhm, ¿les llamaste ayer a los gemelos por su cumpleaños? —Cambió de tema por los derroteros más amigables.

—Les mandé un mensaje, eso deberá bastar hasta la próxima vez que nos reunamos los cuatro. Ya sabes que no es lo mío llamarles por separado y desearle a cada uno un feliz cumpleaños y muchos buenos deseos. No sería yo si lo hiciera.

—Oh, pues… —Georg separó un trozo de pay de la corteza de galleta y se lo llevó a la boca—. La semana entrante será tu cumpleaños. ¿Ya tienes planeado algo? ¿Una fiesta, tal vez?

—Nada en especial. Sólo ir a firmar mi divorcio con la que próximamente será mi exmujer. Qué regalito tan apropiado, ¿eh? —Bromeó con él—. Bianca lo mencionó antes y hasta me pareció de mal gusto, pero ya no me importa más. Será el mejor obsequio que haya recibido jamás después de todo lo que ha pasado.

—Supongo…

A pesar de haberse tratado de un divorcio sin las clásicas peleas de ‘esto es mío y esto es tuyo’ que lo agriaban todo hasta límites insospechados, su separación no había estado exenta de palabras hirientes y reproches que no habían visto la luz hasta que fue demasiado tarde, y Gustav se había lamentado al respecto cuando de nueva cuenta salió el tema central de su rompimiento y no fue otro que el de formar una familia.

—Después de mi cumpleaños podremos, uhm, tratar más en serio lo del bebé y todo eso —dijo Gustav en su mejor tono de neutralidad, pero a Georg no le pasó por alto que sacudía la pierna bajo la mesa, y sus movimientos se sentían a través de la madera. En su vaso se apreciaban las ondas del pequeño sismo que estaba provocando, y no sabía si interpretarlo como positivo o negativo a sus intereses.

—Ok.

—Es que… —Gustav se humedeció los labios—. No hemos comprado nada, ni cuna, ni ropa, ni pañales, y estás por llegar a la mitad del embarazo. Lo normal sería ir aprovisionando lo necesario en lugar de esperar a última hora y echar pestes por nuestra pereza.

—Lo normal no aplica en este caso, creo yo —murmuró Georg, pero se forzó a ser más cooperativo—, aunque no negaré que tienes toda la razón. Es sólo que el departamento no es tan grande, y sin un cuarto que pueda acondicionar para el bebé, estaba pensando si no sería mejor idea mudarme ahora que estoy a tiempo de hacerlo por mí mismo y buscar algo más acorde a nuestras necesidades. Erm, las mías y las del bebé, quiero decir —aclaró por si acaso daba a entender que incluía a Gustav en la ecuación, aunque por dentro esa era la fantasía que lo mantenía despierto por las noches.

—¡Pero! —Exaltado, Gustav se aclaró la garganta antes de hacer otro enfoque—. ¿Mudarte solo y con el bebé? No es que no te crea capaz de hacerlo, pero después de la cesárea necesitarás toda la ayuda posible, no podrás cargar nada pesado ni moverte a tus anchas, y si te mudas lejos de mi piso sería complicado para los tres, ¿no crees?

Georg volvió a picotear su comida. —¿Qué propones? Admito que ha sido de lo más conveniente tenerte en mi mismo edificio y a tres minutos de distancia si es que decides tomarte tu tiempo y subir las escaleras, pero no veo otra salida. El bebé requiere de su propio espacio, y tanto tu departamento como el mío estaban bien para una persona, pero no para dos. Ya antes había considerado el comprar un piso más grande para mí y eso, pero ahora con el bebé… He revisado algunas casas, y aunque no me lo había plantado tan en serio hasta este momento, soy de la opinión que sería lo más conveniente.

—Si a esa conclusión has llegado… vale —masculló Gustav, que en un cambio radical al buen humor que exhibía antes, se había ido cerrando tras su coraza con cada palabra y ahora estaba a la defensiva con los brazos cruzados y expresión hosca.

Con una leve capa de transpiración sobre la piel por lo que estaba a punto de decir, Georg se lanzó con todo a la búsqueda de una señal.

—Y a riesgo de sonar como un crío inmaduro que no está preparado para enfrentarse solo a la vida, me gustaría que te mudaras conmigo, uhm, al menos mientras me adapto al bebé y a la casa, pero sólo si no te causa molestias a ti —dijo lo último con la esperanza de que incluso con esa salida fácil Gustav viera en esa sugerencia cuánto no quería separarse de él.

—¿En serio? —Alzó éste las cejas y sonrió—. ¡Claro que sí! Encantado me mudaré contigo. Te ayudaré en todo lo que me pidas, y ya encontraremos un modo de repartirnos las tareas con el bebé. Será pan comido, e igual que en los viejos tiempos, haremos que funcione.

«Ojalá», pensó Georg acariciándose el vientre por inercia, porque deseaba replantearle a Gustav los términos de su no-relación pero tenía miedo de arruinarlos a ellos y a su amistad en el proceso.

Y hasta no llegar a un punto de quiebre, no le quedaba de otra más que esperar.

 

El cumpleaños de Gustav lo pasaron en el departamento de Franziska, que por insistencia suya se había empeñado en hacer del evento una reunión para treinta personas que incluía a un buen número de miembros del clan Schäfer y a Georg, quien desde que llegó acompañado del baterista, se convirtió en la atracción principal a pesar de que el cumpleañero era otro.

—¿Puedo tocarte la barriga? —Pidió Erna, la madre de Gustav, y éste le reprochó por semejante muestra de descaro, pero Georg no se lo tomó a mal y la sujetó de la mano para colocársela sobre su barriga de cinco meses que ya sobresalía por encima de su chaqueta ligera. Un bulto prominente que normalmente le contrariaba por las atenciones que atraía tanto entre desconocidos como entre amigos, pero que en esas circunstancias le hizo sentirse apreciado.

Hasta hacía menos de una semana, Georg había sido capaz de ocultar su estado bajo el pretexto de gases y exceso de cerveza, pero ya no más. La barriga se le había redondeado no sólo al frente, sino también a los costados, y lo que antes se podía confundir con gordura, ahora era claramente un embarazo del que no tardaría en tener que dar explicaciones a la prensa y los medios si es que una foto suya se filtraba en cualquier periódico, revista de farándula o blog de música.

Georg ya se había resignado… más o menos. Asumido tenía el que estaba embarazado e iba a tener un bebé de su sangre y su carne, pero la cuestión de la otra paternidad y cómo iban a justificarla sin entrar en pormenores que entraban en la categoría de lo privados era lo que seguido le robaba valiosas horas de sueño.

Con Gustav seguía sin definir nada más allá del básico “me haré cargo del bebé” y “te ayudaré en lo que pueda” que no le servía de consuelo cuando se quedaba acostado de espaldas a las tres de la madrugada y contemplando el techo. Decir que estaba asustado era quedarse corto, pero a la vez una exageración en la que caía cuando se apoderaba de él un estado de desesperación que mucho tenía que ver con el hecho de que estaba conforme con el papel de Gustav como padre de su bebé, pero quería más y no sabía cómo hacérselo saber sin quedar vulnerable a un rechazo del que no se podría recuperar tan fácilmente.

A ciegas había ido recopilando en una lista mental todas esas señales que le inducían a creer que Gustav también le correspondía, al menos en un cierto porcentaje, pero que no le servía de mucho porque seguido se recordaba que estaba construyendo castillos en el aire, que sin cimientos firmes sobre los cuales afianzarlo, se terminaría precipitando en una caída que podría resultarle letal y no estaba con fuerzas para soportar eso.

—¿Todavía no ha dado patadas? —Preguntó Erna, que ajena a la aflicción de Georg, quería saberlo todo de su futuro nieto o nieta.

—No estoy seguro. A veces tengo la impresión de que sí, pero casi siempre resulta que es mi estómago pidiendo comida o quejándose con agruras, a veces incluso gas… —Murmuró lo último, no muy seguro si era un tema apropiado del cual hablar con la abuela de su bebé, pero al diablo con falsos pudores, que necesitaba de un oído confidente que le sirviera de consejero en esa extraña etapa de su vida.

—Eso es un no, cariño —retiró Erna su mano—. Cuando el bebé dé sus primeras patadas sabrás con certeza que es él. Es una sensación inconfundible.

—Ojalá sea pronto, que me pone nervioso —admitió Georg—. Mi doctora me comentó que ocurrirá en cualquier momento, pero cada día que pasa me preocupo un poco más… ¿Y si su desarrollo lento es una señal de algo más?

—Tú tranquilo —le tomó la madre de Gustav por el brazo y lo guió a la cocina donde Franziska se afanaba en descorchar un par de botellas de vino para brindar antes de la cena—. Franny y Gus no dieron muestras de moverse sino hasta el inicio del tercer semestre. Y ambos nacieron perfectamente normales, bueno… Quizá esa era la señal de lo perezosos que llegarían a ser.

—¡Hey!

—¡Mamá!

Tanto Gustav como Franziska rezongaron por esa mención, porque aunque en apariencia los dos estaban metidos en sus asuntos, al parecer también tenían tendencia a husmear en conversaciones ajenas y a saltar en cuanto sus nombres salían a colación.

Riendo por la dinámica de los tres, que sumada a las bromas de Tobías apoyando a su esposa como frente unid en contra de sus hijos, lograron que Georg por fin pudiera librarse de la densa pesadez que venía cargando de días atrás y sólo… disfrutar.

La fiesta transcurrió sin ningún incidente digno de mención, y Georg se descubrió una vez más con una pequeña punzada de envidia por la familia grande de la que se componían los Schäfer, y que le hacía desear pertenecer a su mismo círculo y experimentar de primera mano qué significa ser uno más de ellos. No se trataba de que Georg lamentara ser un Listing con todo lo que implicaba y que había aprendido en sus casi tres décadas de vida, pero tenía más que ver con el muy de vez en cuando preguntarse qué habría sido de su existencia si tuviera una hermana mayor como Gustav, o un par de padres que hubieran permanecido juntos en lugar de separarse cuando él todavía era un niño de brazo.

A la vez que fantaseaba con tener aquello que le causaba curiosidad, Georg no habría cambiado a su familia poco tradicional por nada del mundo, aunque de tener que ser honesto, por lo que sí habría dado un brazo y una pierna sería por adicionarse a los Schäfer por medio de Gustav, que ya lo hacía como amigo y padre de su primogénito, pero anhelaba más.

—¿Estás cansado? —Le inquirió Gustav después de la cena y cuando ya los primeros invitados empezaban a marcharse.

Georg ahogó un bostezo con el dorso de la mano. —Un poco, pero no me importaría que nos quedáramos un rato más. Tu tía Dena me está contando historias de cuando eras pequeño y las quiero escuchar todas. Es buen material de chantaje, ¿sabes?

—Dios santo —rió Gustav por el apuro en que eso lo ponía—. ¿Cuáles te contó ya?

—Vamos a ver… Cuando lanzaste al gato desde el segundo piso, cuando escondiste las llaves de tu papá en el congelador —enumeró alzando los dedos—, esa vez que llamaste al servicio de emergencias porque te querían obligar a comer betabeles…

—A mi favor diré que era una asquerosa sopa que parecía sangre. No estaba listo para comer eso, ni entonces ni nunca.

—No soy quién para juzgarte, probablemente habría hecho lo mismo. Sólo espero que nuestro, uhm… —Un calor inusitado le subió a Georg a las mejillas—. Que nuestro bebé no sea igual a su padre.

—Uno de sus padres —enfatizó Gustav, que en ningún momento había depuesto a Georg de su sitio como el otro padre o llamarlo la madre. Georg igual no se lo habría tomado a mal, después de todo era él quien cargaba una barriga abombada y que en su interior se desarrollaba una nueva vida, pero que Gustav tuviera esa consideración con su persona era lo que más feliz le hacía.

Tan feliz en realidad, que Georg creyó en un inicio que se trataba de sus tripas haciendo la digestión forzada después de todo lo que había comido y bebido a lo largo de la tarde, pero entonces la sensación se volvió a repetir, y con asombro abrió grandes los ojos y su boca formó una perfecta O que resumió a la perfección la felicidad que lo invadió.

De buenas a primeras, Gustav malinterpretó sus señales y se apresuró a sujetarlo por si acaso estaba por desplomarse en el piso.

—Se acaba de mover.

—¿Te refieres a un terremoto?

—No, idiota —denegó Georg con la cabeza, zafando su brazo del de Gustav y buscando su mano hasta ponérsela sobre el punto exacto donde el bebé se había manifestado—. Aquí. El bebé. Justo hace un momento. Pateó fuerte y claro.

A pesar de que apenas horas atrás le había asegurado a su madre que le daría la primicia en cuanto ocurriera, Gustav se quedó quieto en reverencial silencio a la espera de que el bebé volviera a repetir su hazaña, y éste lo hizo apenas Georg se descubrió el vientre y dejó a Gustav posar la mano sobre la piel desnuda.

Tres golpecitos, seguidos de una intervalo de calma y luego uno más. Todo un código Morse que Gustav interpretó a su manera como la prueba irrefutable de que sus vidas estaban por cambiar para bien.

Presa de la emoción, sujetó el rostro de Georg entre dos manos, y tras una pausa en la que lo miró a los ojos con gran ternura, lo besó en los labios.

A Georg apenas le dio tiempo de recuperarse cuando Gustav ya había llamado a su familia para comunicarles la novedad, y en cuestión de segundos la familia entera estaba reunida en la diminuta cocina de Franziska y celebrando el alegre acontecimiento. 

Ahí, con Gustav sujetando su mano entre las suyas y rodeado de atenciones, vio cumplido su anhelo de ser uno más con aquella familia a la que quería como propia y que esperaba que fuera recíproco.

Poco sospechaba él de qué manera poco ortodoxa se convertiría su deseo en una realidad…

 

En vista de que el tour iba a dar inicio hasta el año entrante, se decidió por acuerdo de cuatro que la fecha para lanzar el disco se mantuviera intacta junto con las presentaciones posteriores, excepto aquellas que correspondían a diciembre, pues a partir del primer día de ese mes Georg tenía prohibido viajar por avión, cargar objetos pesados, y en general, caminar más de diez pasos seguidos, además del consabido “no te estreses, inhala y exhala” que cumplía la función opuesta para el que estaba hecho porque a Georg le irritaba cuando se lo recordaban sin importar de parte de quién viniera.

Ya que Gustav había insistido en que las órdenes de la doctora Dörfler se cumplieran al pie de la letra, Bill y Tom no opusieron ninguna resistencia al respecto, y se acordó tan sólo recorrer las fechas para el tour por Europa dos meses más, que era cuando calculaban que Georg estaría en forma para subir a los escenarios y volver a tocar el bajo sin problemas.

Al respecto, Georg había sentido emociones encontradas, porque por una parte tenían grandes esperanzas puestas en el disco, y de paso extrañaba la vida de la gira y tocar en vivo para el público, pero a la vez también le retenía en casa el bebé, a quien de todas maneras llevaría consigo en el mismo autobús apenas contrataran un par de niñeras que velaran por él o ella cuando la banda estuviera trabajando, aunque suponía él que no sería lo mismo disfrutar de la paternidad en la privacidad de su departamento que sobre ruedas y a cien kilómetros por hora en la carretera, pero ya descubriría como compaginar esas dos facetas de su vida una vez llegara el momento.

Mientras tanto, Georg y Gustav recibieron el final del segundo trimestre con una mudanza a los suburbios de Magdeburg y con una pequeña discusión que pudo haber escalado rápido, y que en efecto lo hizo, pero la cual resolvieron sin tanto conflicto apenas llegaron a un acuerdo mutuo.

Pasó que después de revisar varias opciones en bienes raíces, Georg dio con una casa de dos plantas y lo suficientemente amplia como para que él, Gustav y el bebé pudieran cohabitar tranquilamente, plus una recámara extra de invitados, estudio, comida, sala-comedor en uno, amplio jardín trasero y con altos muros que los protegerían de ojos indiscretos. Una vivienda perfecta en todo aspecto con su nivel de seguridad, tiendas aledañas y vecinos amables que pasaron a saludar y no batieron ni una pestaña cuando se percataron de que Georg era varón y estaba embarazado. En resumen: Perfecta a sus propósitos y necesidades, por lo que Georg la declaró como la indicada apenas terminó la visita guiada.

O bueno, mejor dicho, casi perfecta hasta que Georg revisó su crédito en el banco y comprobó que con sus finanzas actuales no le iba a alcanzar para pagar de contado tal como estaba en sus planes. En vano revisó sus opciones, y tras dos semanas de idas y venidas a la misma sucursal fue que estuvo a punto de tirar la toalla porque en su afán de invertir y planear a futuro, gran parte del dinero que tenía ahorrado se encontraba congelado a plazos fijos, y la suma con la que disponía para transacciones no llegaba al mínimo necesario.

De mal humor, Georg consideró entre sus opciones qué tan descabellado sería pedir un préstamo para cubrir esos últimos miles de euros que le faltaban, pero por su línea de trabajo se lo denegaron incluso antes de que hiciera una petición formal, y de eso se quejó toda la tarde una vez que regresó al departamento y Gustav lo recibió en la puerta.

—Argh, es que te juro que no habría puesto un pie en esa casa si hubiera sabido que no podría pagarla —resopló Georg caminando de un lado de su diminuta sala al otro, algo así como seis pasos y no más—. Joder, esto es tan injusto, una reverenda crueldad. Tengo el dinero, y no poder acceder a él en los próximos diez años sólo por un estúpido convenio de intereses me frustra a mí y a mis proyectos como no tienes idea.

Gustav lo observaba en sus andares sin decir nada, pero al cabo de cinco minutos en los que Georg ventiló todo el vapor acumulado y murmuró que “necesitaba una maldita taza de té para aplacar los nervios”, se apresuró a ser él quien pusiera el sobre dentro de su taza favorita, la llenara hasta un dedo abajo del borde, y la colocara en el microondas el minuto y cuarenta y cinco segundos que Georg consideraba cruciales para obtener la mejor temperatura y con ello el sabor y aroma inigualables que tanto le deleitaba. Todo un proceso por el que amigos y familiares le tachaban de maniático por una tontería sin significancia, pero que Gustav no objetaba y ya por eso Georg creía poder jurar que lo amaba.

Una vez con su bebida en la mano y bebiendo en sorbos pequeños, Georg dejó escapar un suspiro largo y muy dolido. —Era mi casa ideal —masculló—, y me había hecho tantas ilusiones con el jardín trasero y el cuarto del bebé. Así Maxi tendría dónde correr libre, y en cuanto a lo otro hasta había visualizado de qué color quería pintar la recámara… Pero bueno, ya qué. Será volver a empezar desde cero y revisar otra vez cada casa en la ciudad hasta encontrar una que se le parezca, uhm…

—¿Y si…? —Gustav se aclaró la garganta, y por encima de la barra que separaba la cocina del comedor, buscó la mano de Georg que descansaba sobre la madera—. Ya sabes, yo podría poner la mitad del dinero, en vista de que viviremos juntos por una temporada y contaría como mi renta. Luego ya veríamos qué hacer.

Georg denegó con la cabeza. —Ni hablarlo. No es justo que por ‘una temporada’ como dices, tengas que pagar tu alojamiento tan caro. Es mucho dinero del que estamos hablando. No porque vayamos a tener un bebé juntos significa que deba abusar de tu generosidad.

—No es abusar, podemos hacerlo más como un… no sé, un préstamos, sí —sacó Gustav a colación un as de la manga para convencerlo, pero Georg se lo volvió a refutar.

—¿Con intereses y anualidades igual que si se tratara del banco?

—Bueno,  pues no, pero…

—Entonces ni se diga, eso es un no definitivo. Además, mezclar amistad y dinero no puede acabar bien, mucho menos cuando hay un hijo de por medio. Imagina que después peleamos por eso y el bebé es quien tiene qué pagar las consecuencias. Gracias pero no gracias.

—Joder, que no  soy un desalmado para cobrarte intereses por un simple préstamo de un amigo a otro, y lo único que quiero es ayudarte, no sé cuál es el problema en ello.

—¡Pasa que son miles de euros de los que hablamos, Gus! No es calderilla que encuentras en los bolsillos después de hacer las compras. Esto es serio, y no quiero sentir que me aprovecho de ti sólo porque compartimos paternidad. No me sentiría cómodo de recibir tu dinero así.

—Vale, que lo hago por el bebé, pero también por ti, porque sé lo que esa casa significa para ti y no quiero que renuncies a ella sólo porque el banco se ha negado en entregarte tu propio dinero. —Gustav apretó los dedos de Georg, pero éste bajó la vista y desvió los ojos—. Por favor, Georg… Es la solución ideal a tus problemas, y yo quiero hacerlo por ti.

—No puedo —murmuró éste—. Es muy amable de tu parte, pero no puedo aceptar tu oferta.

En silencio, ambos se quedaron rígidos en sus asientos y evitando  que sus miradas se encontraran, pero con los dedos entrelazados. El té de Georg acabó por perder su calor sobre la barra, y el bajista no hizo nada por remediarlo.

—Será un regalo —dijo de pronto Gustav—. Y no podrás negarte porque será para el bebé. Si es nuestro hijo yo también tengo derecho a pensar en su futuro, ¿correcto?

El bajista alzó el rostro. —¿De qué hablas?

—Compremos la casa y pongámosla a nombre del bebé. Que sea suya, de parte mía y tuya, y que se le sea entregada en cuanto alcance la mayoría de edad. Será una inversión a largo plazo a su beneficio, y mientras tanto podrás vivir ahí sin problemas. Los dos lo haremos.

—Pero… —Georg se quedó con la boca abierta y sin argumentos con los cuales refutarle. Por una vez, Gustav había dado en el clavo con una solución a la que valía la pena reconsiderar.

—Pero nada. Es estupendo, ¿a que sí? —Prosiguió Gustav entusiasmado por su ingenio—. Por hoy ya cerró el banco, pero podemos ir mañana y a más tardar en veinticuatro horas habrán resuelto todo el papeleo. Contrataremos a un abogado que se encargue de escribir las cláusulas de la adquisición y voilá, asunto resuelto y no habrá motivo de disgusto entre tú y yo.

—No lo sé, Gus… Yo… —Georg se humedeció los labios—. No es que te quiera acusar ni nada de eso, pero ese es un regalo por demás generoso para un bebé que fue engendrado por accidente. No que por ello sea menos valioso, pero temo que después te puedas arrepentir.

Georg esperó a que Gustav se enojara con él por dar en el clavo, o al contrario, por sugerir una posibilidad tan monstruosa que hasta él mismo le producía repulsión de siquiera sugerirla, pero tenía que ser franco. Iban a ser padres de una criatura que iba a cambiar no sólo sus vidas en lo individual, sino también la relación como amigos que tenían desde siempre, y que de por medio no hubiera un vínculo de tipo romántico únicamente servía para complicarlo un poco más.

—Tienes que confiar en mí cuando te digo que pagar la mitad de esa casa y obsequiársela al bebé es un gasto del que jamás me arrepentiré, y no una pérdida en lo absoluto —dijo Gustav en completa serenidad y determinación—. No te puedo obligar a que aceptes mis términos, pero al menos tómalos en consideración. Es mi primogénito de quien hablamos, y por él… por ti que también vas a ser su padre, haría lo que fuera.

Georg asintió, conmovido hasta el tuétano y avergonzado por haber pensado que Gustav no estaba con él cuando más lo necesitaba. Tal vez no era una declaración de amor en toda regla, pero sí una de compromiso serio, y Georg se descubrió razonando que era no lo que quería, sino lo que más necesitaba, y estaba bien. Muy bien, de hecho…

—Entonces… acepto —accedió Georg por último—, pero con la condición de que arreglemos cuanto antes lo de las escrituras y que tanto tú como yo seamos considerados los dueños legítimos por partes iguales hasta que el bebé llegue a la mayoría de edad. Sin gestos generosos de tu parte ni nada de eso.

—Vale, acepto —y sellando su trato que casi les había ocasionado fricciones innecesarias, Gustav sorprendió a Georg con un beso en los labios y éste consideró el gesto como un presagio a su favor.

Todavía con los dedos de Gustav entrelazados a los suyos, Georg se convenció de ello.

 

La salida del disco coincidió con la visita de los gemelos a Alemania para cumplir con los primeros pasos de la promoción, que además de prensa, radio y televisión, también incluían una entrevista previa dónde única y exclusivamente participaría Georg como estrella invitada y en la cual revelaría su estado.

A punto de cumplir los siete meses de embarazo, a Georg ya le costaba subir y bajar escaleras, le dolía la espalda, y seguido tenía que beber antiácido después de las comidas a riesgo de no hacerlo y tener que lidiar con el reflujo que le atacaba, pero a pesar de ello, Georg estaba contento y se le notaba en la piel luminosa y una calma que lo acompañaba a dondequiera que iba. No a sitios públicos, por supuesto, que salvo contadas personas, nadie más sabía de su secreto, y planeaba mantenerlo como tal hasta el gran día del anuncio.

Al respecto, Bill y Tom habían hablado con él tratándolo de convencer para que Gustav asumiera su mitad de responsabilidad y juntos informaran al público que aunque iban a tener un hijo, no eran pareja, y dejarlo así sin más explicación que esa para aplacar la mayor parte de la especulación que pulularía detrás de sus nombres una vez que la verdad saliera a la luz. Mucho mejor ese tipo de imagen para las fans que las habladurías negativas que se podrían desencadenarse si Georg declaraba que se trataba de un accidente con un tercero que ya no se encontraba más en su vida, y que le daría la imagen de ser promiscuo y descuidado.

Georg dijo que lo consideraría, aunque lo cierto es que no lo comentó con nadie, Gustav incluido, hasta que éste mismo se lo comunicó dos días antes de la fecha en la que estaba programada la entrevista en un programa de variedades.

—Los gemelos me chincharon para que haga de ti un padre decente…

—Wow, que expresión tan suya has usado —dijo Georg, que desde el asiento del copiloto, se lamentaba el que Gustav aprovechara su cita con la doctora Dörfler para acorralarlo en el interior del vehículo y forzarlo a hablar de un tema que le era sensible.

—Pero tienen un punto ahí.

—Preferiría no discutirlo ahora mismo.

—¿Cuándo entonces? Porque en menos de cuarenta y ocho horas tendrás todas las cámaras de Alemania pendientes sobre tu rostro y hurgando en tu vida privada como si estuvieran en su derecho, y no sería tan malo para ti o para el bebé si yo estuviera ahí como apoyo. Después de todo, soy el otro padre y tengo que asumir mi papel en esto.

—Ya, pero… —Georg tamborileó los dedos sobre su rodilla—. Siento que puede volverse en nuestra contra el hecho de que todavía estabas casado cuando engendramos al bebé, y no sé, ¿Bianca no podría reclamarte que le fueras infiel?

—Los papeles del divorcio están firmados y la sentencia ya es oficial. Si quiere reclamar, ha llegado tarde. Además, me importa un cuerno lo que piensen los demás de un tema que no les incumbe. Es mi bebé del que hablamos, pero sobre todo eres tú, y si quieres que yo esté ahí, así será.

—Así que a fin de cuentas depende de mí —gruñó Georg, quien sentía que Gustav le había puesto una innecesaria carga pesada sobre los hombros—. Genial…

—No me malinterpretes —dijo Gustav, aprovechando que estaban esperando una luz verde para girarse en su dirección—. Yo deseo estar ahí, pero no podré hacerlo si tú antes no me lo permites. Tampoco se trata de imponerme sobre tus decisiones. Es un acuerdo de dos, y si tú quieres… yo también quiero.

«Yo quiero todo cuando se trata de ti», pensó Georg, y con ello en mente fue que se decidió a llevar a cabo ese cambio de planes y labrar un nuevo camino de ahí en adelante. Era todo un salto de fe hacia lo desconocido, pero con Gustav a su lado, tenía la esperanza de lograrlo mientras se mantuvieran juntos.

—Vale… Pero antes lo consultaremos con los gemelos, y si ellos también están de acuerdo y piensan que no afectará negativamente a la banda o al disco que estamos por sacar, lo haremos. Y… —Alzó un dedo en vista de que Gustav estaba por besarlo para celebrar su victoria—. Te lo advierto, Schäfer, no quiero que te quedes dormido a la mitad de la entrevista, que te conozco muy bien cómo eres.

Sonriente, Gustav prometió que se mantendría atento y carismático.

Mala suerte para Georg, quien no previó cuánto de sí expondría Gustav a las cámaras…

 

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