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Paraiso Robado. por Seiken

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Disclaimer: Estos personajes no me pertenecen y por lo tanto no gano dinero haciendo esto, solo la satisfacción de recibir sus comentarios, quejas o sugerencias…

Avisos:

Esta historia como todo lo que escribo es del genero yaoi, Slash u homoeróticas, pero si estas en esta página estoy segura que ya lo sabías de antemano, en este universo un tanto dispar al de la serie del Lienzo Perdido de Saint Seiya existen algunos personajes que serán alfas, otros omegas, otros betas, pero se les llamara Hijos de Zeus e Hijos de Hera, pero las partes importantes de la serie estarán intactas en su mayoría, sólo que esta historia se sitúa cuando Sasha aun es una pequeña, por lo que los personajes son un poco menores y todos siguen vivos.

Hace casi un año estuve investigando sobre el universo Alfa/Omega y me gusto lo que vi por lo que ahora quiero hacer mi propia versión de esto, por lo cual contiene mpreg, pero no se basa exclusivamente en eso sino en la desigualdad del genero de cada personaje, por lo que si no te gusta el mpreg, puedes leerlo con confianza.

También quisiera decirles que es un mundo ciertamente oscuro en donde los papeles están definidos desde el nacimiento y es aquí en donde nuestros protagonistas tratan de escapar de su destino al mismo tiempo que cumplen con sus deberes en el santuario o el inframundo y respecto a las parejas tendremos Albafica/Manigoldo, Aspros/Manigoldo, Degel/Kardia, Valentine/Radamanthys, Minos/Radamanthys, Regulus/Cid, Sisyphus/Cid, Oneiros/Cid, Shion/Albafica entre otras.

Sin más les dejo con la historia, espero que les guste y mil gracias de antemano.

Paraíso Robado.

Resumen:

En el santuario de Athena la perfección del amor se confirmaba con el nacimiento de niños deseados y el paraíso era pertenecer a quien amabas, pero cuando eso no ocurría, bien podrían decir que el paraíso se te había sido robado.

***14***

— ¿Tu eres mío?

Pero su omega no realizo ninguna clase de comando ni siguió tocándolo de ninguna manera, en vez de eso, se alejo de su cuerpo, con una sonrisa de medio lado que nunca había visto en su rostro durante aquella reencarnación, sentándose en la cama con las piernas abiertas, casi como si quisiera que lo buscara, incitándolo a acercarse a él.

— Pensé que yo era tuyo, Valentine…

El espectro de cabello rosa, que era más bajo y menos musculoso que su amado señor trago saliva, sin creer su suerte, aunque comprendiendo que aquella dichosa experiencia ocurriría como en sus más alocados sueños, sólo porque Radamanthys así lo decidía.

— Muéstrame lo que siempre has deseado hacer conmigo…

Valentine no estaba seguro si aquello era un sueño pero aunque lo fuera y tuviera un amargo despertar, aprovecharía cada segundo de aquella oportunidad como el valioso regalo del que se trataba.

— Mi Alfa…

Podría ser un reto, también una prueba, además de un sueño hecho realidad, poco le importaba a Valentine, quien camino lentamente en dirección de Radamanthys, hincándose a sus pies para besarlos.

Sosteniéndolo del talón con delicadeza, escuchando un jadeo de su señor al sentir la frialdad de su armadura, así como el filo de sus garras tocando su piel al mismo tiempo que seguía depositando pequeños besos a lo largo del dorso y planta, chupando de vez en cuando uno de los dedos, quitándose el casco para restregar su mejilla contra la piel desnuda.

Tratando de marcarlo con su propio aroma, perdiéndose en el perfume de su señor, quien le observaba perplejo, Valentine al ver que tenía toda la atención de su amado señor, que esos ojos amarillos le miraban intensamente, se relamió los labios antes de subir por sus piernas, admirando la suavidad de la piel del segundo juez del inframundo.

Imprimiendo un poco de presión con las garras de su armadura, como si comprendiera lo que deseaba y sólo se lo estuviera proporcionando, dejando pequeñas líneas rojas en sus muslos, recibiendo un fuerte jadeo acompañado de un temblor, así como un poco de color en sus mejillas generalmente pálidas.

— Por favor, dígalo otra vez…

Susurro Valentine, restregando su mejilla contra su muslo, acariciando su pierna con fuerza, dejando cada vez más líneas rojas en su piel, deteniéndose cuando Radamanthys no pudo pronunciar lo que se le indicaba en un principio aturdido por el deseo que mostraba su arpía.

— Mi Alfa…

Al escuchar ese imperceptible susurro Valentine se alejo de Radamanthys, para despojarse de su armadura, manteniendo un único guante como prenda, respirando hondo cuando recorrió con la mirada el hermoso cuerpo de su señor, el cual estaba cada vez más sonrojado, regresando a la ardiente necesidad provocada por el celo.

— Recuéstese boca abajo en la cama mi señor, déjeme cuidar de usted.

Radamanthys entrecerró los ojos a punto de quejarse por el cuidado que Valentine mostraba con él, no era débil ni frágil pero al mismo tiempo estaba seguro que eso era mucho mejor que haber esperado a que Pandora eligiera un amo para él, como su superior en ausencia de su señor Hades y como dictaban sus reglas.

No quería perder más tiempo, pero aun así obedeció la orden velada del que ahora era su alfa, recargando su cabeza en una mullida almohada de plumas, sintiendo como Valentine gateaba en el colchón, deteniéndose entre sus piernas, casi sentándose en ellas.

Para recorrer su espalda con delicadeza al principio, como si esperara que de un momento a otro lo atacaría, con la misma precaución que se usa con una bestia salvaje, para después ir aumentando la presión hasta que podía sentir como se dibujaban surcos en sus músculos con ambas manos, una suave y caliente, la otra con garras afiladas, tan fría como el hielo.

Radamanthys cerró los ojos permitiendo que Valentine hiciera lo que le complaciera, encontrando agradable la extraña sensación, los dedos suaves y las garras afiladas, seguro que de vez en cuando, una pequeña cortada se abría en su piel, porque después de un instante de dolor, el cual siempre había encontrado excitante, sentía la lengua de su arpía lamerlo.

Valentine había olvidado la cantidad de noches y celos en los que soñó con esto mismo, bajando poco a poco, sin apresurarse, sintiendo como su señor se relajaba en sus manos, respirando hondo, seguro que la expresión de su rostro había cambiado por una plagada de paz, una visión rara, que algunas de sus vidas le había saludado después de disfrutar de los placeres que ambos compartían.

Esas pocas ocasiones eran la única razón por la cual servía con ímpetu en el ejército del señor Hades y soportaba las tediosas órdenes e insultos de la dama negra, todo por la oportunidad de poseer a su señor, de ser la cura de sus males, su alfa.

No sabía que significaba para su señor, pero sabía que al único que alguna vez había recibido en su cama y dado semejante muestra de confianza era a él, ni siquiera a Pandora, quien con cada vida, su enojo, tal vez sus celos, empeoraban, como el trato que su amado señor soportaba de aquella mujer.

Pero qué más daba cuando su señor, el segundo juez del inframundo, lo buscaba durante aquellas ocasiones para que fuera su cura, se dijo en silencio, encajando las garras en su muslo, recibiendo un gemido de aquellos labios delgados, cuya voz lo volvía loco, de tan solo mirarlo su corazón se detenía, tal vez era un demente, pero este hombre era aquello que deseaba.

Lo que otro nunca tendría mientras hubiera vida en su cuerpo se dijo recordando el deseo que Minos mostraba por su noble señor, él que no entendía la razón detrás de aquella mirada, mucho menos que sí él no estuviera a su lado, ese sádico espectro se complacería en romperlo cada una de sus vidas.

Valentine sujetó entonces las nalgas de su señor, separándolas un poco, relamiéndose los labios al ver lo húmedo que estaba, recordándose que su maldición, como su señor le llamaba, era especialmente mala, aunque para él se trataba de una bendición que siempre agradecería en secreto a la matrona de los dioses del Olimpo.

De otra forma, su sueño jamás podría realizarse, de eso estaba seguro y temía que vivir sin la posibilidad de tener a su señor en sus brazos, era un pesar que lo terminaría destruyendo, porque sabría que no existía el paraíso, sólo el dolor.

— Valentine…

Se estaba tardando mucho, pero deseaba disfrutar del cuerpo desnudo de su señor esa noche y todas las que le seguían a su celo, solo un puñado, tal vez dos, con mucha suerte tres más, pero que no serían tan malas como esta para su omega.

Quien después de dos días de libertad regresaría a los pies de Pandora para que la pequeña bruja le evitara estar a su lado como si comprendiera un ápice lo profundo de su afecto por el Wyvern y se complaciera en torturarlo.

— ¡Te juro que si no haces algo y pronto, te lo hare pagar!

Su omega, amaba el sonido de aquella palabra y la suerte que tenía, e inmediatamente sujetándolo de la cadera con sus garras ingreso tres dedos de un solo movimiento, tratando de provocarle algo de dolor, escuchando un gemido apagado por la tela de la almohada.

— Tenga paciencia mi señor, yo sé lo que usted desea… yo puedo dárselo…

Valentine quería escuchar los gemidos de su amado Wyvern, pero a su dragón no le gustaba pronunciarlos, por eso siempre usaba sus almohadas o sus nudillos para silenciarse, sin embargo, él siempre lograba su propósito, al menos, cada ocasión que había logrado poseerle.

Las que nunca serian suficientes para él, de ninguna manera, porque tendrían que pasar dos siglos y algunos años más, para poder yacer en su cama, si la guerra no se demoraba en estallar, si perdían como cada una de aquellas ocasiones, pero si ganaban sería mucho peor aun.

Hades destruiría todo a su paso, o eso decían las leyendas, brindado muerte y oscuridad al universo, destruyendo a su dragón en el proceso, robándole la oportunidad para tenerlo en sus brazos, gozar de su cuerpo y de su compañía.

— Usted sabe que yo vivo para servirle.

Radamanthys asintió elevando las caderas sólo un poco, en una clara muestra de su necesidad, dejando ir la almohada cuando sintió que su fiel harpía detenía por completo sus caricias, preguntándose qué era lo que ocurría, maldiciéndolo si acaso quería detenerse a la mitad, cuando apenas cedía un poco ese calor infernal que lo estaba volviendo loco.

— Mi señor… por favor, déjeme verlo…

Valentine siempre lo trataba con demasiada delicadeza, con tanta paciencia que casi lograba que quisiera lanzarlo de su cama y buscara a alguien más que pudiera complacerlo, pero al mismo tiempo, agradecía que a pesar de todo ese tiempo, mantuviera su promesa intacta, sin importar los actos que había cometido en su contra, o las contadas ocasiones en las cuales cumplió su parte del trato, porque en los más de dos mil años de haber realizado aquella promesa, si sumaban el tiempo que pasaban juntos, no era digno de recordar, como un grano de arena en el desierto.

— Quiero ver su rostro… necesito ver su rostro.

Radamanthys asintió al escuchar esa suplica, cambiando su postura para recostarse de espaldas al colchón, observando fijamente los ojos de Valentine, cuya pupila en ciertas ocasiones tenía una forma muy extraña, la que casi asemejaba un corazón con algunos tintes rojizos.

— ¿Así Valentine?

Su amante asintió acomodándose entre sus piernas, su cuerpo respondiendo a la cercanía de su omega, gotas de sudor recorrían su piel, un tenue tinte rosado acentuaba la palidez de su alfa, cuyas mejillas casi imitaban el color de su cabello, pero sus ojos, estos eran los de un animal hambriento, tenía la clase de mirada que siempre le había gustado, haciendo que se preguntara cual era la razón, que había hecho para ganarse la lealtad o el deseo de su arpía, una que sabía no le pertenecía ni a Pandora ni a su dios Hades, sólo a él.

— Se molestaría si le dijera que lo encuentro muy hermoso mi amado señor Radamanthys.

Como respuesta el segundo juez del inframundo beso sus labios con fuerza, aferrándose a su cuello y rodeando su cintura con sus poderosas piernas, causándole dolor, gimiendo cuando Valentine, su fiel soldado recorrió su espalda con una de sus garras, acomodando su cuerpo para poder poseerlo como en sus sueños, aquellos que lo perturbaban aun cuando era un adolecente, antes de portar su surplice.

— Mi amado señor Radamanthys.

Radamanthys no quiso contradecirlo cuando al fin, después de dos agonizantes días y varios celos más, Valentine, la cura de su maldición por fin lo atendía como deseaba, embistiéndolo de un solo movimiento que le pareció doloroso al principio, justo como se lo pedía su cuerpo, el lacerante placer de ser uno con su alfa.

— Mi amado señor.

Valentine cerró los ojos acostumbrándose a ese calor que amenazaba con incendiarlo, a ese cuerpo que encontraba hermoso, sonriendo cuando su señor encajo sus uñas en su espalda, gimiendo cuando comenzó a moverse cadenciosamente, primero con calma, pero con cada paso imprimiendo más fuerza, hasta que por fin su señor abandono su espalda, para sostenerse de los barrotes de su propia cama, esta vez gimiendo sin control, sus ojos cerrados, su cuerpo bañado de sudor, recibiéndolo con ímpetu, con hambre.
— Mi señor.
Muy lentamente la fiebre iba disminuyendo, pero necesitaba más, mucho más de aquel fiel soldado consagrado a servirle, cuya mano cubierta con su armadura rodeo su sexo para multiplicar su placer, tal vez era el deseo, tal vez su maldición, tal vez que Valentine conocía exactamente que esperaba de un amante, pero finalizo rápido entre ambos, cubriéndolos con su semilla, sintiendo entre los espasmos de placer como iban llenándolo con un liquido caliente, cuando su querida arpía se vació dentro de su cuerpo, gimiendo con fuerza, pronunciando su nombre.

Desplomándose sobre él, pegando su frente sudorosa contra su pecho, aun hechos uno a causa de la necesidad de sus propios cuerpos, respirando hondo, sintiendo como poco a poco iban quedándose dormidos, Valentine escuchando el hermoso sonido del corazón de su señor, este acariciando las hebras rosadas de su cabello.

Seguro que sin importar el castigo que esa mujer le infligiera por guardar silencio en asuntos que no le competían, que no interesaban en lo absoluto a su señor ni a ella, se había adelantado a su elección, a su nueva forma de humillarlo, al que bien podría ser un castigo por su silencio, tomando un alfa que deseaba antes de aceptar al espectro que ella creyera era el adecuado, o aquel cuyo cosmos fuera superior al de su arpía, uno de los espectros más poderosos del inframundo, o a cualquier bastardo que estuviera interesado en comandarlo.

— Mi señor, debe descansar…

Radamanthys cerró los ojos, su arpía siempre procuraba su bienestar, sin importar las consecuencias que esto pudiera traerle, a pesar de convertirse en el blanco de cualquier espectro que quisiera tomarlo para sí, porque tenían razón sus colegas, su puesto era un premio que varios querrían, mucho más, tomando en cuenta que era uno de los dos omegas del ejercito de su señor Hades.

— Siempre preocupándote por mi Valentine…

Radamanthys sabía que la mirada de Minos cuando hablo con él era la misma que uso cuando lo traiciono durante su primera vida, aquella no auguraba nada bueno para él o para Valentine, mucho menos con la advertencia que Aiacos le dio antes de regresar a sus aposentos.

— No sé si debo estar agradecido o compadecerte por eso…

**15***

Llegaron demasiado rápido al templo de Piscis, solo para ver como las rosas del jardín de Albafica se habían elevado como si se tratase de una pared con vida propia, ninguno de los dos se acerco demasiado, puesto que podían ver flotando en el aire los pétalos y el polen de las rosas alrededor de la barrera.

En ese momento cualquiera que quisiera cruzar moriría en el instante en que lo intentara, esa era sin duda una forma bastante contundente de proteger a los habitantes de aquel templo, la misma clase de barrera que había en el santuario cuando iniciaban las guerras.

La razón por la cual los hermosos santos de piscis estaban condenados a la soledad, todos menos uno, supuso Cid, sorprendiéndose de que después de todo, su habitante si pudiera llegar a tiempo y que tal vez, el deseo de Manigoldo no fuera tan descabellado.

Respirando hondo, con bastante alivio al no tener que enfrentarse con uno de sus colegas le dio la espalda a la barrera ponzoñosa del templo de Piscis, notando por el rabillo del ojo, una silueta en las sombras, pero no era Aspros quien estaba presente como lo supuso, el santo de géminis seguramente después de realizar una rabieta regreso a su templo, ya no había nada más que hacer.

Este intruso era Shion de Aries, quien permanecía en silencio observando la barrera que protegía el templo, no pudo ver su rostro pero de haberlo hecho notaria que el joven lemuriano atravesaba por un dolor inimaginable, lentamente comprendiendo la verdad que todos sabían desde que esos dos se cruzaron ese primer día, los dos se amaban.

Shion desvió la mirada de la barrera de rosas para posarla en el, como si estuviera analizando algo que no comprendía del todo, un sentimiento que a Cid no le gusto, porque era la forma en que miraba a las armaduras cuando las reparaba, mas como si fuera una cosa que una persona.

Kardia seguramente le hubiera partido la cara por semejante acto, pero él decidió que no quería pelear con Shion, su absurda necedad no tenía nada que ver con él, ni sus celos ni su deseo no correspondido.

Por lo que dándole la espalda comenzó a alejarse seguido de su intruso, el joven león que trataba de pasar todos sus celos a su lado y que una vez hubieran terminado, trataba de engalanarlo con regalos, seducirlo con extraños halagos, así como impresionarlo con sus técnicas o su poder.

— ¿Qué fue eso?

Regulus se detuvo a sus espaldas, esperando que Cid quisiera dejarlo entrar, conociendo de antemano que no lo haría, durante esos tres días el santo de capricornio se alejaba de todos los habitantes del santuario.

En especial él y su tío, quien era lo suficientemente tonto como para no darse cuenta de la admiración y el deseo que Cid sentía por él, por lo que al no recibir una respuesta supuso que era hora de marcharse.

— Eso es Albafica protegiendo el templo de Piscis, la única forma de mantener a Aspros alejado del cangrejo.

Regulus parecía sorprendiendo por unos instantes, preguntándose cuál era la razón de eso, Aspros era un alfa poderoso y podría cuidar de Manigoldo, como él podría proteger a Cid, si su camarada correspondiera a sus deseos, si se atreviera a olvidarse momentáneamente de su entrenamiento.

— Pero no es el papel de un alfa proteger a su omega de cualquier daño, nosotros debemos cuidarlos, mantenerlos seguros, por lo que tal vez Aspros podría realizar ese papel mucho mejor que otro omega.

Regulus era un muchacho sumamente inocente y creía todas las mentiras que Hakurei decía, lo maravilloso de ser un omega, el deber de un alfa, suponía que como a ellos Sage les llamo para que comprendieran la traición de sus cuerpos, su hermano gemelo debió decirles lo mismo.

Por lo que no debía molestarse con él, aun no entendía que no todos los omegas deseaban un alfa y que no necesitaban que los protegieran, no querían un compañero en muchos casos, en el otro, aquel que deseaban estaba fuera de su alcance o peor aún, un alfa que no deseaban se empecinaba en hacerlos suyos, sin importarle sus deseos, solo su lujuria.

— Y si es de un alfa de quien el omega desea protegerse.

Tal vez aquella idea no había cruzado por la mente de su joven admirador quien volteo de nuevo en dirección del templo de piscis, de las rosas protegiendo al cangrejo, la forma en que este siempre rechazaba al santo de géminis y como Aspros no entendía su negativa, sólo reafirmaba su persecución.

— Regulus, no has pensado que nosotros debemos elegir a nuestro compañero si es que deseamos uno.
En ese momento Regulus no pudo más que imaginarse a Cid en esa precaria situación, siendo acosado por un alfa poderoso, uno más fuerte que él, a quien todos daban por hecho seria su pareja, sin importarle la opinión de su compañero de armas, el que estaba solo, esperando el momento en que esa despreciable criatura lo atacara.

— Pero todos queremos a alguien que nos ame no es así, necesitamos de esa conexión con los demás, aun nosotros que daremos nuestra vida por Athena, por el mundo, no crees que es justo que tengamos un poco de amor antes de perecer.

Cid guardo silencio por unos instantes, el amor era un sentimiento que le apetecía, pero al mismo tiempo lo distraería de su meta y lo que más deseaba era ser un arma perfecta, pulir su espada de tal forma que nada pudiera enfrentársele.

— Tal vez algunos necesitan del amor, otros no lo quieren, Regulus.

Los sentimientos como el amor o la lujuria evitarían que cumpliera su destino, sin importar que un admirable santo como lo era Regulus fuera quien le ofrecía todo eso, su meta estaba clara por lo que no debía caer en las trampas del afecto ni la camaradería.

— Pero Cid…

Cid levanto una mano para silenciar a su joven admirador, quien suspiro de manera triste asintiendo, esa era la señal que le decía que ya no lo quería cerca, sin embargo, usando su valor se acerco con la misma rapidez que utilizaba en un combate para darle un beso casto en los labios a modo de despedida.

— Mañana vendré a verte, descansa.

Regulus se marcho con una sonrisa en sus labios, Cid no dijo nada ni reacciono de ninguna forma, solo se retiro a sus aposentos en donde se quito su armadura, la que ya lo molestaba demasiado, aun su ropa comenzaba a irritarle.

Cid desabrocho el pañuelo y se quito su abrigo, para después arremangar su camisa, liberando algunos botones esperando que fuera suficiente, respirando hondo, recargándose en una mesita que tenía una bandeja con agua fría.

Con la que se lavo, sintiéndose tan incomodo como en un principio, su cuerpo le pedía algo que no estaba dispuesto a darle, sólo una persona lo excitaba, solo esa persona lo comprendía, pero al mismo tiempo, esa persona, a quien deseaba desde que poso sus ojos en ella, le había dado la espalda esa misma noche.

No debía estar molesto ni preguntarse porque, no era como si hubiera esperado tenerlo encima de él en cuestión de segundos, ni que deseara que lo tocara con esas manos delicadas, de aquella forma gentil que sabía usaría con él.

Además Sage se los dijo, cuando un alfa y un omega se encontraban ya nada podía separarlos, si Sisyphus se alejo con tanta facilidad, era seguro que se equivoco, su admiración estaba interfiriendo con sus emociones, convenciéndolo de un deseo que no podía ser real.

El no necesitaba compañía, menos un alfa que le dijera que hacer, por lo que lo único que le quedaba era soportar esos tres tortuosos días, para que su entrenamiento comenzara de nuevo.

Sin embargo hubiera sido agradable que Sisyphus actuara como se supone lo hace un alfa que ha encontrado a su pareja, eso le habría demostrado que su amigo sentía la misma clase de deseo que él, que no era unilateral.

— ¡Deja de pensar en estupideces!

Se maldijo golpeando la mesita, la que estuvo a punto de romperse, para después caminar en dirección de su cama, lo único que necesitaba era dormir un poco, de esa forma podría calmar el sentimiento de decepción que había en su pecho.

— No necesitas un alfa, no debes distraerte con eso.

Cid había esperado que cuando Sisyphus comprendiera su secreto, no pudiera resistir su deseo, su amable amigo, que siempre estaba enfocado en la seguridad de Sasha y por quien desde que lo conoció sintió un profundo amor, lo desearía de tal forma que lo seguiría como Regulus lo hacía.

No esperaba que le diera la espalda, como si su deseo y su atracción no existieran, pero Sisyphus era una persona amable, delicada en ciertos sentidos, seguramente no se había dado cuenta de lo que él supo desde un principio, o tal vez creyó que no lo deseaba, que tratar de seducirlo en ese momento sería un acto ruin, porque no estaba pensando con claridad.

Tal vez cuando terminara el celo, Sisyphus haría el primer movimiento como se suponía que debía ser, aunque tenía que recordarse que Manigoldo fue quien persiguió hasta el cansancio a su amado Albafica, aun arriesgando su vida para llamar su atención.

Pero él no era Manigoldo, tampoco Kardia, el no sentía como los demás, no con tanta fuerza como ellos al menos y era incomprensible para él, hablarle al que sentía era su compañero de la forma en que lo hacían sus amigos, no sabía cómo actuar, como acercarse más a él, hacerle ver la intensidad de su deseo, lo mucho que lo amaba.

Porque la verdad era que si Sisyphus le hubiera insinuado que deseaba aliviar su dolor lo hubiera permitido, habría dejado que lo colmara de caricias, que lo poseyera de las formas en que lo deseara, sin importar lo que cualquiera dijera o aun su propia meta.

La que no encontraba del todo brillante sin alguien que lo acompañara en su misión, era como Regulus había mencionado, aun ellos que darían su vida por su diosa en el fondo de su corazón anhelaban un compañero, un poco de amor, algo que les demostrara que sus sacrificios no serian en vano.

Sólo que al único que deseaba era a su arquero, a nadie más, ni siquiera el joven león con esa hermosa sonrisa, Regulus lo deseaba, pero sus sentimientos no eran correspondidos, no cuando Sisyphus había ocupado sus pensamientos desde el primer día de su vida en el santuario.

Era patético y lo sabía, lo curioso era que no le interesaba, sin embargo, debía esperar por el día de mañana, o cuando terminara su celo, si es que acaso Sisyphus realmente era su alfa trataría de llegar a él, pero si no lo hacía, tal vez se equivoco y su amigo no compartía su deseo.

No sería el único, aunque no le gustaría entrar en el círculo de Aspros y Shion, de los que deseaban un compañero que no era suyo, que nunca les correspondería, cuando su verdadero compañero estaba por allí afuera, esperando el momento en que pudieran cruzarse sus caminos.

***16***

Al mismo tiempo Defteros ya no sabía qué hacer o que decirle a su hermano para que comprendiera que se estaba comportando como un demente, que debía terminar con esa locura, esa cacería.

Que no era del todo sabio que confiara en Hakurei, después de todo fue él uno de los que quiso separarlos, pero él no tenía mucho que decir, solo era una sombra que debía portar una máscara de madera sobre su rostro, mantenerse en las sombras, que lo llamaban de alguna forma que no alcanzaba a comprender.


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