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Paraiso Robado. por Seiken

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Paraíso Robado.

Resumen:

En el santuario de Athena la perfección del amor se confirmaba con el nacimiento de niños deseados y el paraíso era pertenecer a quien amabas, pero cuando eso no ocurría, bien podrían decir que el paraíso se te había sido robado.

***63***

Kardia al ver que los barrotes de hielo resistían sus ataques, decidió calmarse un poco, llevando su mano a su corazón, no porque le doliera sino porque sentía el dolor de su alfa, como este intentaba llegar a él utilizando su vínculo, el lazo que los unía por voluntad de la diosa Hera.

Luciano le miraba de reojo, su maestro le había dicho que debía asesinarlos, como si pudiera hacerlo, cuando Kardia era la única criatura que le hizo sentir, al menos, aquellos libros, ese amor infinito era lo que deseaba, lo que sabía el escorpión de esa Era podría despertar en él.

Pero su reunión estaba sucediendo exactamente como debería, no como le hubiera gustado que pasara, tal vez su actuar era incorrecto, eso lo sabía muy bien, lo comprendía perfectamente, pero era su única opción.

El deseaba sentir de nuevo y no era justo que atacara a ese joven alfa o que secuestrara a su omega, pero si Degel pudo librar la maldición de Ganimedes, porque no él, que era mucho más fuerte que ese santo de acuario, que su cosmos era mucho más frío aun.

Luciano quiso a sus alumnos, en verdad los amo, pero de alguna forma termino perdiéndose en el abismo, lastimando a esos omegas, creyendo que serían su cura y ahora parecia que a este omega tambien, quien le miraba fijamente encerrado en su celda, su expresion incendiando sus venas.

— ¿Qué diablos miras?

Le pregunto, sus ojos cubiertos por su cabello que le daba una extraña sombra a su rostro, haciendo que se viera mucho más peligroso, seguro de su victoria.

—Vamos, acércate, quiero hacerte sonreír, una linda mueca en tu cuello se te vería realmente bien.

Pronuncio mostrando su aguja, la cual brillaba en esa celda, sus ojos fijos en los suyos, esperando poder aplicar su castigo, no obstante, Luciano en vez de acercarse o responderle se marchó, era demasiado el deseo que sentía por ese joven omega, el que ni siquiera estaba en celo.

*********

Luciano caminó varios metros alejándose del barco hundido, sintiendo una extraña energía que parecía moverse sin cuerpo alguno, una criatura negra de oscuridad pura, cuyos tentáculos de cosmos de pronto lo rozaron, logrando que unos ojos amarillos con una esclera negra y pupila roja se formaran en su imaginación, ojos que no podían ser humanos de pronto inundaron sus recuerdos haciéndolo trastabillar.

El santo de cristal llevo su mano a su cabeza, observando entonces un águila surcando el cielo, un animal que no podía estar presente en ese sitio, no había águilas en los polos, por lo cual cerró los ojos, pensando que si los habría de nuevo dejaría de verla.

Nunca le gustaron esos animales, ni cuando era joven ni en ese momento se dijo, abriéndolos para ver que esa criatura se había marchado, sólo se trataba de una ilusión, como aquel sentimiento que lo confundió de momento y tratando de concentrarse en algo más, salió en busca de alimento para ambos, seguro que su celda funcionaria por algunas horas sin él presente para volver a crearla.

Kardia al ver que Luciano se marchó se recargo en la palma de su mano, sentía a su compañero, Degel estaba vivo, lo estaba buscando, sabía que el ataúd de hielo no funcionaría por demasiado tiempo o tal vez, de alguna forma encontraron lo que andaban buscando, si era así, esperaba que su cubo de hielo verde le dijera a la diosa pavorreal cuál era su mayor deseo.

Cerrando los ojos podía sentirlo, una fuerza que no se había marchado, que seguía a su lado como si se tratase de un fantasma, moviéndose de forma invisible a su alrededor, como si fuera una enredadera o una serpiente.

Tal vez se trataba de su pequeño, de su amado tesoro que no pudo vivir lo suficiente para que pudiera verlo, por quien hubiera dado su vida de ser necesario, pero no tuvo la opción que su omega, a él se lo arrebataron de sus brazos los hados del destino.

Pero aun recordaba su primera visita a Luco, quien era el hermano gemelo de Lugonis, un hombre solo y triste, el que buscaba la cura para su sobrino, el hijo de su hermano, para que pudiera estar en compañía de su omega sin que perdiera la vida al dar a luz.

*********

El hermano de Lugonis viajo al santuario cuando Sage le hizo saber de su condición, él era conocido como un gran médico, un hombre de medicina, un curandero y un partero cuando la ocasión lo ameritaba.

Le había brindado ayuda a varias betas a dar a luz, pero sobre todo se especializaba en los nacimientos de los omegas masculinos, quienes le buscaban para dar a luz niños sanos, para recibir tratamientos cuando el embarazo parecía complicado, o cuando querían tomar las precauciones adecuadas para su parto.

Luco al verlos parecía sorprendido, Sage parecía demasiado serio y se llevó a Degel consigo, ese momento solo debían presenciarlo el omega y su partero, quien sentándose a su lado, espero porque le contara alguno de sus síntomas, los que su patriarca ya había descubierto.

— ¿Que debe saber?

Luco le sonrió y se levantó para preparar un poco de té que había traído consigo sin hacerle preguntas, esperando que con esa bebida el joven omega pudiera calmarse, porque era obvio que estaba muy nervioso, demasiado preocupado.

—Por el principio, tuviste relaciones sexuales cuando estabas en etapa de celo.

Kardia asintió sonrojándose, aceptando el té que le era ofrecido, tomando un largo trago antes de respirar de nuevo, sintiéndose mucho más relajado.

—Sí, desde hace dos meses no regresa mi cosmos y no me han dejado entrenar.

Susurro, mucho más sonrojado, Luco se rasco la barbilla, eso no le decía demasiado en realidad, como Sage suponía el joven omega estaba embarazado, pero debían saber que tan probable era que pudiera llegar a término, si el cosmos de aquellos seres ya se estaba formando.

—En el caso de un beta sin cosmos es normal que pueda realizar alguna clase de ejercicio, caminar o cualquier otro, pero con personas como nosotros, nuestros entrenamientos son demasiado extenuantes, por lo cual, debemos guardar reposo por aburrido o desesperante que nos pueda parecer.

Kardia bufo algo molesto, observando como Luco juntaba sus manos en una técnica parecida a la que usaban para revisar las armaduras, de pronto se acerco a él respirando hondo, tratando de concentrarse.

—Como es un embarazo que apenas comienza no es posible saber si es niño, niña o que apariencia tendrá, tampoco tiene consciencia, pero la energía que consume es aquello que lo delata como un posible fruto de su amor.

Luco no deseaba darle esperanzas a Kardia, pero aun así, tenía que decirle que esperar, como debía comportarse para que el embarazo pudiera llegar a término, aunque por la edad del joven santo de escorpión era muy probable que lo perdiera.

—Tu embarazo es de alto riesgo, Kardia, debes tener mucho cuidado de no realizar trabajos extenuantes, la temperatura de tu cuerpo debe mantenerse estable a todo momento, debes tener una dieta saludable, no puedes beber o fumar, tu alfa tiene que estar al tanto de tu estado de salud, pero sobre todo, pequeño escorpión, si llegaras a sentirte enfermo, debes mandar por un médico, cualquiera, porque tu enfermedad, tu edad y tu embarazo, son demasiado complicadas.

Kardia asintió, sin entender que era lo que buscaba Luco, pero al encontrarlo asintió, eso era todo lo que podrían saber hasta el momento, en efecto la falta de cosmos del escorpión estaba ligada con su embarazo, pero era imposible saber mucho más hasta ese momento.

—Debes cuidarte, porque este embarazo está usando mucha más energía de lo normal, no se cual pueda ser la razón, pero no te preocupes, sé que todo estará bien.

Pero no lo estuvo, su pequeño murió a los seis meses y aunque Luco quiso convencerlo que no fue su culpa, Sage le dijo que siempre pasaba cuando eran demasiado jóvenes, que tenían suerte de que aun siguiera con vida, o Degel quisiera mostrarle que no era su culpa, él sabía que su corazón lo mato, el mismo fuego que algún día consumiría su vida.

*********

Kardia comenzó a tratar de cortar los barrotes de su celda, pero no lograba ningún cambio, sólo que su jaula brillara de un extraño color, uno que le recordaba un relámpago o una aurora boreal.

—Eres un maldito.

Se quejó, levantándose para tratar de observar bien su celda fuera de su jaula, notando que no había nada, era un naufragio, pero carecía de cualquier clase de comodidad, haciendo que se preguntara que estaba pensando aquel tipo, porque no poseía nada de interés.

—No soy un maldito.

Respondieron de pronto, era él, parecía que llegaba con pescado fresco, él que se disponía a preparar para los dos, Kardia se cruzó de brazos relamiéndose los labios, esperando el momento en que Luciano, cuyo nombre seguramente era falso, tratara de alimentarlo.

— ¿Que eres entonces? ¿Un alfa enamorado?

Luciano no respondió aquella pregunta, concentrándose en su labor, tratando de ignorar que había usado una celda para Kardia, el que le miraba con burla, ni temor ni deseo, no como miraba en ese cuadro a su alfa, el que había dejado congelado en el templo de Afrodita.

—Aunque tú no lo creas posible, yo te amo y sé que con el tiempo, tal vez, si los dioses me sonríen llegues a quererme un poco.

Kardia negó aquello, pero se preguntaba porque Luciano no actuaba como lo hacía Aspros, porque parecía que no deseaba lastimarlo, sólo mantenerlo a su lado, preguntándose si en verdad lo que decía de amarlo era cierto.

— ¿Que sabes de mí?

Quiso saber, no era que tuviera una bola de cristal o creyera que ese alfa era un adivino, seguramente había escuchado hablar de él, mencionar su nombre, su poder o su furia, algo en él llamó su atención, tal vez sería interesante comprender que era.

—Todo, lo sé todo sobre ti, aunque no me creas.

Luciano estaba acostumbrado a la vida en la tundra, era el único lugar que encontraba hermoso, en donde las aves eran muy pocas, al menos, casi no había águilas o animales de ese tipo, por los cuales sentía aprensión.

—De donde yo vengo, tú ya no existes, no eres más que un recuerdo en una serie de diarios, por eso sé que tú me amarías, que tú puedes curarme.

Kardia lo encontraba absurdo, al único que amaba era a su Degel, su hermoso alfa que se ganó su amor a través de sus cartas, a quien deseaba más que a cualquier otro ser de ese mundo, a quien jamás engañaría por un alfa común, mucho menos uno como el que cocinaba el pescado frente a él.

— ¿Cómo piensas que puedes enamorarme si me has secuestrado? ¿Si lastimaste a mi alfa?

Luciano se quedó quieto por unos instantes, para después seguir con sus tareas, era más fácil así, de esa forma no perdería la esperanza de encontrar una cura a su mal, esa cura tenía un nombre y sentía su energía, su cosmos le llamaba, sin importar lo que dijera Kardia sabía que lograría escapar a su destino.

—Encontrare alguna forma, no importa como lo haga.

Luciano termino de preparar el pescado y le dejo un poco cerca de sus barrotes, de los cuales destruyo uno de momento para empujar el plato, tratando de sonreírle, pero Kardia no acepto su alimento, en vez de eso, sostuvo su mano con fuerza.

— ¿Crees que dejare que me violes?

El santo de cristal de pronto se vio sorprendido, más por la perspectiva de hacerle daño a su cura, que por la osadía de Kardia, cuya mano comenzaba cubrirse de escarcha, él no amaba a sus omegas, pero no por eso les hizo daño, peleo por el primero como lo haría cualquier alfa, pero jamás lo lastimo físicamente.

—Yo nunca he lastimado a ningún omega.

Le dijo, liberándose de la mano de Kardia cuando ya no soporto más el aire frío que le rodeaba, separándose algunos centímetros, logrando que el escorpión se riera de pronto, sentándose en el suelo.

— ¡Sólo destruiste su corazón!

Eso era cierto, pero no se trataba de un violador, eso jamás porque de alguna forma creía comprender el terror que sentía un omega, a veces tenía pesadillas con águilas gigantes que desencadenaban en algo mucho peor aún, Zeus.

—Tal vez eso hice, pero no es culpa mía que no haya logrado amarlos.

Intento defenderse, aunque para Kardia era claro que los uso, sin importarle sus sentimientos.

—Sólo intentaste utilizarles.

Luciano se separó entonces, alejándose suficientes pasos para dejarle cierta intimidad, centrando su atención en su pescado, el cual comenzó a comer de una forma monótona.

—Debes alimentarte.

Le informo, antes de que Kardia comenzara a comer del pescado, seguro que no intentaría envenenarlo, ni drogarlo, por alguna razón que no alcanzaba a comprender, comenzaba a sentir pena por ese alfa tan extraño.

—No quiero que te enfermes.

***64***

Minos se levantó de su cama en Creta, seguro que había escuchado la voz de un hombre, pero no pudo verlo, en vez de eso, sus ojos se posaron en una imagen diferente, una nueva visión que estaba seguro lo atormentaría como las demás.

Porque delante suyo no estaba otro más que su hermano, Radamanthys, vistiendo una túnica típica de aquellas tierras, sonreía como no lo había visto hacerlo en tantas vidas que se imaginaba sólo se trataba de una ilusión o esa expresión, como muchas otras que solo debió disfrutarlas él, la utilizaba con Valentine.

— Aquiles... al fin duermes...

Esa simple imagen le era tan surreal que estaba seguro soñaba o era víctima de alguna maldición, pero eso no era todo, no solamente sonreía su hermano menor vistiendo una vaporosa túnica blanca que dejaba al descubierto sus piernas, brazos y parte de su espalda, con un collar de seda negra en su cuello con una M plateada como dije, pulseras en sus muñecas que parecían grilletes y un cinturón ciñendo su cintura.

Sino que cargaba un niño en sus brazos, un niño de cabello blanco, cuyos ojos estaban ocultos debajo de su fleco, pero estaba seguro que ese niño debía ser su hijo, sangre de su sangre, nacido de su omega.

— Hermano…

Pronuncio pensando que su sonrisa se desvanecería, pero no lo hizo, en vez de eso cargando al pequeño en sus brazos caminó en su dirección con una expresión serena, haciendo que notara de pronto una pequeña cadena colgando de la M, la cual se arrastraba en el suelo.

— Has despertado, hice lo que pude para que Aquiles no te importunara, pero parece que no lo logre.

Sus ojos eran diferentes, parecían opacos y sin vida, su expresión demasiado serena, como si estuviera medio dormido, haciendo que pensara en esos omegas que vieron alguna vez, pero negando aquello se dijo que simplemente era la paz que alcanzaba un omega cuando por fin estaba en compañía de su alfa, no significaba que estuviera roto.

— Los sirvientes han traído la comida, yo mismo la habría servido de no portar tu regalo de bodas, tal vez si me lo quitaras, podría complacerte mejor.

Minos sostuvo entonces la cadena que colgaba del cuello del menor para enredarla en su mano derecha, jalándolo en su dirección para besarlo sin percatarse del cambio repentino del paisaje, saboreando aquellos labios que le sabían a gloria.

— ¿Para qué nos abandones?

De pronto ya no estaban en Creta, sino en sus propias habitaciones, su hermano seguía vistiendo esa vaporosa túnica que se le pegaba al cuerpo y el pequeño seguía en sus brazos, una viva copia de su padre con los ojos de su omega, quien gimió al sentir sus labios sobre los suyos.

— No lo haré.

Le susurro tratando de convencerlo de su inocencia, del deseo de permanecer a su lado una vez que cargaba a un pequeño fruto de ambos, un alfa que sería poderoso, que ocuparía el puesto de la estrella que abandono Valentine cuando por fin pudo destruirlo, cuando libró al ejercito de su dios Hades de su traicionera existencia.

— Te juro que no intentare marcharme.

Le prometió sintiendo como jalaba de la cadena en su cuello, admirando las marcas resultado de sus placeres, líneas rojas que surcaban sus muñecas, sus brazos y su cuello, algunas gruesas, otras más delgadas, pero todas marcas de su amor por su omega, del sufrimiento que se confundía con el placer.

— Sí te dejo suelto, jamás regresaras Radamanthys y no puedo permitir que me abandones.

Pronuncio mordiendo su hombro con fuerza, escuchando un quejido de su hermano, quien retrocedió sin decir nada más, sin atreverse a mirarle fijamente, seguro que su castigo por pedirle su libertad sería ejemplar.

— No me marchare.

Volvió a pronunciar, recostando a su pequeño en su camita, en la cuna negra que tenía a la mitad de sus habitaciones, custodiada por sus armaduras, permitiendo que Minos recorriera sus caderas y después su cintura, pegándose a su cuerpo.

— Porque no usas una mentira más convincente.

Respondió, observando al pequeño inocente en su cuna al mismo tiempo que acariciaba a su omega por debajo de la túnica blanca, enredando sus manos en la cadena plateada, escuchando un jadeo sorprendido y notando un ligero estremecimiento de su omega.

— Sí te dejo libre me abandonaras, escaparas buscando el rastro de esa arpía y jamás volveré a verte.

Radamanthys negó aquello un tanto temeroso, su espíritu por fin le pertenecía, al fin era suyo y nunca más lo dejaría marcharse, porque bien sabía que si le perdía el rastro, su amado hermano escaparía para guarecerse bajo las alas de aquella arpía, esa criatura que ya se le había adelantado en varias ocasiones, que si fue destruida aun rondaba su nido esperando arrebatarle a su compañero.

— Tienes razón, si dejas que esa arpía se lleve a tu omega, jamás volverás a verlo y esa criatura no es nada para arrebatarle a uno de mis amados hijos su omega.

Minos pensó por un momento que Radamanthys desapareciera como en los otros sueños, cientos de ellos en los que le poseía, su hermano gemía para él, lo aceptaba, pero de pronto, se marchaba y le mostraba que después de todo era solo un sueño, sin embargo su dragón seguía aferrado a la cuna, su vista fija en su pequeño, sus propias manos recorriendo sus caderas.

— Esta muerto.

Susurro de pronto, respirando hondo, entrecortado, sin atreverse a moverse o separarse de sus manos, estremeciéndose cuando llevo sus manos un poco más abajo.

— Tú lo mataste.

Pronuncio, casi con odio, seguro que sería castigado, pero de todas formas lo sería, o tal vez lo recompensaría por ser un buen omega, por atenderlo como su esclavo y Radamanthys ya no comprendía cual era un castigo, ni cual era un premio, para Minos siempre era lo mismo.

— Tú mataste a mi dulce arpía.

El dolor seguía fresco, su amor por aquel intruso, aunque le temía no lo amaba y eso hizo que Minos apretara los dientes con furia, su hermano debía quererlo, necesitarlo a su lado como él hacía.

— ¡Sé que sin él no tengo a donde ir! Además ¿Cuánto tiempo te tardarías en encontrarnos esta vez, semanas, días, horas?

Minos quiso castigar esa insolencia, borrar a esa criatura de sus recuerdos, la que seguía interponiéndose en su paraíso privado, aunque se tratara de un sueño, ese bastardo no se alejaba de su omega, aun en ese momento deseaba arrebatárselo.

— Ya estoy cansado de intentarlo, ya he comprendido mi lugar, pero no esperes que me guste.

Minos dejo de acariciar a su omega observando a un anciano de poderosa apariencia, tan fuerte como un toro, ojos azules que brillaban como relámpagos, una larga barba y cabello lacio que le llegaba a la cintura, ambos blancos, pero no por la edad, sino porque tenía la misma coloración que él, mucho más alto que el mismo Thanatos, un gigante en todo el sentido de la palabra, el que vestía una toga con tocados dorados, sin saber su nombre supuso quien era, Zeus, su padre.

— ¿Permites que tu omega te hable de ese modo, muchacho?

El dios sujeto entonces a Radamanthys de la barbilla para observarlo fijamente, su hermano se soltó, retrocediendo unos cuantos pasos, siendo apresado por sus propios brazos, aunque fuera un extraño sueño, una demencial ilusión, no la despreciaría permitiendo que su omega se alejara de su lado.

— Deberías arrebatarle esa insolencia, hacer que te respete y comprenda a quien le pertenece.

Minos entrecerró los ojos, sosteniendo a Radamanthys por los antebrazos, quien no intento liberarse, al mismo tiempo que aquel dios, Zeus, llevaba sus brazos detrás de la espalda con una expresión seria.

— Tu que tienes mi sangre estas hecho para comandar y él, ese engendro de Hefesto para servirte, tu omega, una muestra de amor de mi dulce esposa para mí, esa vaca que no puede complacerme e intenta controlarme.

Zeus se rio entre dientes, recorriendo la mejilla de Radamanthys con delicadeza, sonriendo cuando el guerrero sólo permaneció quieto, sin decir o hacer nada más que aceptar sus palabras como un hecho.

— Tu obsesión por el sin embargo comienza a causarme inquietud.

Minos alejo a su hermano de su padre, sin comprender en un principio que estaba diciéndole, pero ni siquiera él podía tocarlo, su querido Radamanthys le pertenecía, aunque bien sabía que se trataba de un extraño sueño.

— Vas a decirme que desearlo como mi omega es un pecado y que tú lo castigas, porque por eso le pedí favores a tus dos hermanos, para tenerlo en mi cama, en mis brazos, nadie lo merece más que yo, no es así mi querido Radamanthys.

Pronuncio rodeando la cintura de su hermano con ambos brazos, pegando su cuerpo al suyo, retando al mismo dios que le dio vida hacia tantos siglos a que le negara su merecido premio, Radamanthys jadeo, tragando un poco de saliva, sin atreverse a pronunciar un solo sonido.

— ¡Él es mio y no dejare que lo aparten de mi lado!

El hombre de cabello blanco arqueo una ceja, encontrando esa actitud divertida, esa posesividad en uno de sus hijos, quien sabía de alguna manera había probado casi toda clase de placeres carnales y al único que deseaba era a su omega.

— Por el contrario, de habérmelo pedido a mi lo hubieras tenido encadenado a tu cama desde Creta, yo mismo hubiera hecho comprender a ese humano que se prendo de su madre a quien debía obedecer, tu eres hijo mío, tú y Sarpedón, Radamanthys es el retoño de Hefesto, inferior a tu grandeza, descendiente de esa vaca que tengo como esposa.

Radamanthys retrocedió, o intento hacerlo, la cadena estaba enredada en una de sus manos y el temor que sentía por él, le evitaba alejarse, haciéndole ver que su hermano carecía de la voluntad para luchar con él, permitiendo que siguiera abrazándolo con fuerza, dibujando círculos en su espalda.

— Mi muchacho, desde cuando te he negado cualquier cosa, en cambio, tú fuiste con mis hermanos para que te concedieran lo que por derecho es tuyo y esa arpía desea robarte, esa criatura inferior que piensa puede burlarse de ti.

Minos observo a Radamanthys, sus ojos amarillos, su cabello rubio, comprendiendo a que se debían las diferencias entre ambos, aunque en un principio pensó que se trataba debido a su parecido con su madre, la que era compartida, pero no así su padre.

— Ya ni siquiera puedes alegar que esto es un pecado mi dulce hermano, sólo compartimos en parte nuestra sangre y Zeus lo ha permitido.

Su rostro y sus labios, el color de su piel así como su suavidad eran de ella, cada uno de los rasgos que podrían imaginarse delicados provenían de Europa, pero aquellos masculinos provenían del dios herrero del Olimpo, por eso era más alto, sus cejas eran gruesas y su cabello, como sus ojos eran amarillos.

— Pero... tú tienes más que ver con Hera...

Hera, la madre de Hefesto, quien le dio la vida sin ayuda de Zeus, quien era su padre, haciendo que los descendientes de los dioses regentes del Olimpo fueran alfa y omega, como en sus alocados sueños de juventud, ellos eran sin duda la pareja perfecta.

— Pero esto es solo un sueño.

Susurro besando el cuello de Radamanthys quien se limitó a cerrar los ojos, escuchando los pasos de Zeus, como se alejaba de su lado para observar al pequeño en su cuna, un alfa idéntico a Minos, en todo menos en el color de sus ojos, este era humano, él otro si su hijo no realizaba su deber, no lo sería.

— No lo es Minos, yo no puedo buscarte en tu dimensión, pero si puedo traerte de momento a esta por medio de tus sueños como Hera puede hablar con sus omegas cuando ellos duermen, en donde tu hermano por fin comprende su lugar y ya no espera separarse de tu lado, te sirve con su cuerpo y te ha dado un hijo hermoso, que se parecerá a los héroes del pasado, el primero de varios más.

Esas palabras iluminaron el rostro de Minos, haciendo que sus esfuerzos por liberar a su hermano cobraran un mayor sentido, en especial cuando Zeus decía que su hermano estaba destinado a servirle con su cuerpo, que le daría hijos poderosos, que pasarían más de un celo juntos y como deseaba que ese momento llegara, cuando su Radamanthys yaciera en su cama, dispuesto como un banquete.

— Sólo si destruyes a tu enemigo y jamás le permites alejarse de tu lado, si lo mantienes como en este momento, encadenado a ti.

Le advirtió el dios del rayo, mostrándole una imagen de esa sucia avecilla, la que de pronto cambio frente a sus ojos, haciendo que se preguntara si eso tenía sentido, si aquella imagen podía ser real, pero aun así, fuera sueño o una visión, lo mataría por tratar de robarle a su amado hermano de sus brazos.

— Con esta daga lograras destruirlo Minos y eso será lo mejor para ti, así tu hermano se quedara sin opciones más que aceptar su lugar a tus pies como tu omega.

En ese momento le dio la daga dorada, la que Radamanthys reconocía como aquello que destruyo a su amado, la que intento recuperar, pero Minos lo empujo con sus hilos, lanzándolo al suelo, despertando con su arma en sus manos, pero alejado de su omega.

— Radamanthys, mi dulce hermano, yo te liberare de tu falso alfa.

***65***

Sasha despertó justo en ese momento y corrió para ver quien estaba en el suelo, tratar de hacerlo sentir mejor, pero inmediatamente Sisyphus la detuvo, sabía que era peligroso estar cerca de Albafica.

**********

Hola.

Muchísimas gracias a YUE, MORIDAKAY, LETHEB, YUKU ICHIHARA, PRINCESSICE. SUSEY, LOISCESLES, MARIELA, SASHA y ESTERBOZ.


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