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Paraiso Robado. por Seiken

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Paraíso Robado.

 

Resumen:

 

En el santuario de Athena la perfección del amor se confirmaba con el nacimiento de niños deseados y el paraíso era pertenecer a quien amabas, pero cuando eso no ocurría, bien podrían decir que el paraíso se te había sido robado.

 

*****

 

—No habrá justa, no estoy dispuesto a perder otro celo, porque tú me perteneces, mi padre así me lo ha concedido.

 

Aiacos desvió la mirada al encontrarse con la de Radamanthys, que parecía apenas estaba comprendiendo lo que ocurría en ese momento, como ninguna de las reglas del Inframundo tenían sentido, cuando Minos deseaba algo, cuando el primero de los jueces deseaba su premio y ese premio era él.

 

—¡No te dejare lastimar a mi señor!

 

Grito Valentine, vistiendo su armadura para intentar defenderlo de Minos, quien solo rio entre dientes, esperando cualquiera de las técnicas de aquel ladrón de nidos, al mismo tiempo que Aiacos y Violate, lo esquivaban, al ver que Radamanthys también se vestía con su surplice, para ayudarle a su alfa a enfrentarse a sus enemigos.

 

—Eres tan patético.

 

Fue su respuesta, extendiendo sus alas para enfrentarse a su enemigo, sin importarle ni un poco el que pudieran dañar a su omega o destruyeran todas las posesiones de su pequeño hermano, su habitación ya no sería esa, Radamanthys viviría a su lado, dormiría en su cama, seria suyo.

 

—Minos…

 

Susurro Radamanthys, quemando su cosmos, gritando su furia cuando repentinamente Aiacos y su omega le atacaron, evitarían que se enfrentara a Minos, de eso dependía la vida de su pequeña, de permitir que Valentine fuera destruido.

 

—No te dejare tocar a mi señor, Minos, no podrás destruirlo.

 

Valentine amenazo a Minos, quien simplemente se relamió los labios, al ver que tanto Aiacos como Violate habían logrado detener a Radamanthys de los brazos, quien estaba demasiado débil para poder soltarse, pero no dejaba de retorcerse, furioso, tan hermoso como siempre, excitándolo de tan solo verlo.

 

—Mi señor no será tuyo.

 

Grito el pequeño espectro, antiguo ángel de afrodita convocando todo su cosmos, todo su poder, que sin embargo no era suficiente para enfrentarse al primer juez de las almas, quien ya estaba preparado para recibirle, usando sus hilos, todo su poder, para rodear sus extremidades, tirando con tanta fuerza que varias partes de su cuerpo comenzaron a sangrar, quebrando la armadura de un solo tajo, manchando el suelo de rojo, escuchando un delicioso grito de su enemigo.

 

—Minos…

 

Valentine trataba de alejar al demente que se decía su alfa de su cuerpo, evitar que le destruyera, aunque con eso se llevaran su vida, al mismo tiempo que Aiacos y Violate le sostenían de sus brazos, evitándole ir a su auxilio, tratando de no dañarle no por respeto a él, sino por miedo a Minos.

 

Aun así, trato de quemar su cosmos, soltarse, pero se detuvo en el mismo instante en que Minos llevando una daga al pecho de Valentine, clavándola a la altura de su abdomen, escuchando un hermoso quejido apagado de sus labios mentirosos, para inmediatamente después llevarla a su cuello, a punto de cortárselo, logrando que su corazón se detuviera y que un grito angustiado fuera pronunciado por sus labios.

 

—¡No!

 

Minos seguía tirando de su cuerpo, de sus extremidades en una clara imitación del potro, tratando de arrancárselas, disfrutando enormemente los intentos infructuosos de ese alfa débil por liberarse, quien creía que tenía una oportunidad para enfrentarse a él, que era su superior, el espectro más fuerte de todo el Inframundo, el verdadero alfa de su querido hermano menor.

 

—¡Graco!

 

El juez de cabello blanco volteo sin comprender su grito, ni su desesperación, observándole colgando de sus brazos, deteniendo su lucha, esperando que Minos quisiera escucharle, que creyera sus mentiras, no sobreviviría si su amado Valentine perdía la vida por culpa suya.

 

—¡Tu mataste a Graco por mí! ¡Tú me salvaste de sus manos! ¡Cumpliste tu promesa!

 

Susurro, ya sin luchar, logrando llamar la atención por completo de Minos, quien trago un poco de saliva, escuchando algunas palabras con las cuales hubiera sido feliz cuando aún reinaba Creta, que en su simpleza le traían tranquilidad, o al menos, le distrajeron lo suficiente para detener su tortura a Valentine, quien veía a su señor suplicante, pidiéndole que no hiciera lo que temía, comprendiendo que no tenía el poder suficiente para protegerlo, no en ese cuerpo humano.

 

— Cumpliste tu promesa… me protegiste y yo creí… yo creí, que tú eras mi alfa, por un momento llegué a pensarlo, pero después te casaste con Pasifae, pensé que me odiabas e intentaste matarme, tú me derrocaste cuando yo te hubiera dado mi reino, no deseaba gobernar, no quería el trono, sólo que no me despreciaras más.

 

Minos respiro hondo, haciéndole una señal a sus dos subalternos, quienes sostenían los brazos de Radamanthys para que le soltaran, quien cayó al suelo llevando sus manos al suelo, su cabeza, agachándola de forma suplicante, respirando hondo, diciéndose que podía hacerlo, podía encontrar piedad en quien alguna vez fue su hermano y ahora, deseaba ser su alfa.

 

—Pídeme perdón, no… no me pidas perdón, convénceme de tu arrepentimiento, suplica por su vida y tal vez lo perdone…

 

Radamanthys no se atrevió a observar a Valentine, quien apenas podía respirar, necesitaba ayuda, atención de los sanadores del Inframundo, de las monjas, ayuda de cualquiera, y el, el necesitaba convencer a Minos de su arrepentimiento.

 

—Dime que soy tu alfa, que tú me perteneces y más vale que me lo crea, sus vidas dependen de eso.

 

Su omega aun portando su armadura gateo en su dirección, su vista fija en el suelo, movimientos lentos que le costaban demasiado trabajo realizar, no por su debilidad, sino por su orgullo lastimado, su deseo por salvar a esa sucia arpía, que seguía retorciéndose, su cuerpo sangrando, pero aún tenía una pequeña oportunidad de sobrevivir, la daga dorada aun no había probado su traicionera sangre.

 

—Después no demostraste ninguna señal, no me deseabas como un alfa desea a su omega, porque bien recuerdo que tuve un celo en tu compañía y tú me ignoraste, cuando despertamos en el Inframundo, cuando fuimos nombrados los jueces de Hades, así que… así que… tuve que buscar un alfa que me complaciera, que me sirviera como un sustituto.

 

Radamanthys llego a sus pies e intento limpiarlos con su cabello, como se realizaba en sus tiempos en Creta, pero Minos en vez de aceptarlo le pateo con fuerza, logrando que sangrara de su labio, mirándole extrañado, era eso lo que deseaba escuchar, de eso estaba seguro.

 

—No es suficiente, Valentine no lo cree… yo tampoco, inténtalo de nuevo, pero sin tu armadura, quiero ver tu cuerpo desnudo arrodillarse frente su amo.

 

Radamanthys limpio la sangre de su boca, tratando de no demostrar su furia contenida, abandonando su surplice, comprendiendo bien que tenía muchas de las marcas de su pasión por Valentine, las que Minos veía con ira, apretando sus hilos con mayor saña, escuchando un nuevo grito de los labios de aquel sucio ladrón de nidos, cuyo cosmos iba terminándose junto a su vida.

 

—¡No!

 

Le grito, estirando una mano en su dirección, la que Minos piso con fuerza, escuchando un grito que le brindo placer, Radamanthys respiro hondo sintiendo que sus dedos eran aplastados, pero no podía defenderse, no debía hacerlo, en vez de eso se agacho un poco más para besar la punta de su pie, la bota de su armadura con delicadeza, sin demostrar su dolor, ni tratar de liberarse, logrando que Aiacos y Violate desviaran la mirada, algunos otros sonrieran, pero nadie se atrevió a pronunciar ningún sonido.

 

—Piensas que te creeré cuando tienes el hedor de otro alfa en tu cuerpo, sus marcas y su semilla entre tus piernas, cuando no eres más que una puta, una ramera de Sodoma, Pasifae tenía razón, solo eres una sucia zorra.

 

Radamanthys no supo que responder a eso, preguntándose porque deseaba humillarlo, porque le odiaba tanto, pero no se atrevió a mirarle, ni a revisar su mano cuando por fin dejo de pisarle, sosteniendo su cabello rubio con fuerza suficiente para arrancárselo, deseaba ver sus ojos, que comprendiera a quien le pertenecía.

 

—Deja que se vaya… fue mi culpa que estuviera aquí, yo lo secuestre de su templo, yo no soy hermoso, no soy deseable, eso también lo decía tu esposa, ella tenía razón…

 

Minos lo recordaba, también que Radamanthys solicito a esa arpía como su alfa, pero ese ladrón de nidos era un mentiroso, una criatura vestida como un simple mortal que intentaba destruir el vínculo sagrado con su omega, cuyo collar manchado aun colgaba de su cuello, la prueba de que no era su compañero, pero cuando el tocara su regalo, tomaría su verdadera forma, la de su futuro orgullo, su Aquiles.

 

—Tienes razón, yo nunca te permití comprender mi amor por ti, pero también eres mi omega, tú me perteneces, solamente fuiste creado para mí, para complacer a tu señor, y solo eres uno de los jueces del Inframundo, para que me brindes placer, para que seas mi omega por cada una de tus vidas, así que debo castigarte, por ser un mal omega, por serme infiel, cuando tu comprendías a quien le pertenecías, por ser un mentiroso.

 

Minos en ese momento le empujo para mostrarle la daga dorada que tenía guardada, con la que mataría a esa sucia arpía, le destruiría de una buena vez por todas y Radamanthys comprendería que no podía negarse a el, que le pertenecía, que cada uno de los que intentaran alejarlos perecerían en sus manos, pagarían sus ofensas y su osadía.

 

—¡No! ¡Piedad Minos, por favor, te suplico piedad! ¡Enséñame que aun te importo, que aun te interesa que yo te quiera!

 

El hombre de cabello blanco volteo con demasiada tranquilidad, Violate ya no podía ver más esa tortura, Lune creía que ya había sido demasiado, que al menos, Minos debía ordenarle a cada uno de los intrusos que se marcharan, pero su señor deseaba que comprendieran, que vieran lo que pasaría si su omega era separado de sus brazos, si cualquiera de ellos se atrevía a brindarle ayuda.

 

—¡No mates a mi amor! ¡No mates a Valentine! ¡Por lo que más quieras!

 

Minos no pudo decir nada, al escuchar que aun en ese momento se humillaba por salvar a Valentine, que le decía que lo amaba, cuando a quien debería querer era a él, a quien debió entregarse era a él, y, aun así, suplicaba por ese debilucho que no pudo enfrentársele, que no era más que una burla, el que le hacía pensar que su otra apariencia no era más que una ilusión.

 

—Seré bueno, seré obediente, seré sumiso… intentare ser hermoso, pero no lo mates, déjalo ir… solo deja que se vaya.

 

La respuesta de Minos fue un certero golpe, una de sus técnicas, usando sus alas para lanzarlo lejos de sus pies, sonriendo de nuevo con aquella demencial sonrisa, apretando los hilos alrededor de Valentine, para usar otras más con su infiel omega, quien grito a causa del dolor que sentía, su piel abriéndose en pequeñas líneas, sangre brotando como hilos rojos que formaban pequeños charcos, para dejarle caer de nuevo.

 

—No eres más que una puta barata, sin dignidad alguna, y supongo que tu castigo no sería tan malo de haber elegido a un mejor alfa que yo, no un pequeño insecto, que más que alfa parece un omega, otro sucio gusano como tú, que no eres ni por mucho el más hermoso de los omegas, eres una criatura poco agraciada, sin duda eres el menos hermoso de los hijos de Hera, pero eres mío, tu eres de mi propiedad, así que voy a recuperarte.

 

Radamanthys trato de levantarse al escuchar sus palabras, preguntándose si no era agraciado, si no lo consideraba hermoso, porque le estaba haciendo eso, porque deseaba tenerlo como su omega cuando se trataba de su hermano, porque no lo dejaba irse, mantener a su Valentine a su lado.

 

—Y le demostraremos a todos, la clase de puta que en realidad eres, ese será un buen castigo, que todos vean que me perteneces, que eres mi omega, aun tu precioso Valentine.

 

Violate fue la primera en comprender a que se referían con eso y tal vez, de no ser sostenida por Aiacos, le hubiera pedido a Minos que tuviera piedad de Radamanthys, que matara a Valentine de una buena vez, pero que su humillante tortura terminara, si acaso tenía un poquito de afecto por el que decía era su omega no lo castigaría de aquella forma.

 

—¡No! ¡Juro que te arrancare la piel si le tocas uno solo de sus cabellos!

 

Minos volteo y de nuevo, le ataco, pero esta vez con la daga dorada, clavándola a la mitad de sus pulmones para que no pudiera seguir hablando, dejando que cayera, ordenándole a Lune y a Byaku que le sostuvieran de los brazos con un solo movimiento de sus manos, necesitaba de todos sus hilos para someter a su omega, que le veía temeroso, sin comprender que su arpía ya estaba muerta, solo era cuestión de tiempo para que la vida se escapara de su debilucho cuerpo.

 

—Y aun cree que puedes defenderlo, que vivirás lo suficiente para cumplir todas esas ridículas promesas que le hiciste, no podrás cuidarlo, ni amarlo, ni estarán juntos por toda la eternidad, tampoco podrás alejarlo de los brazos de su verdadero alfa, no eres más que un mentiroso, al que mi estúpido omega quiso creerle, pero es un omega, la debilidad es inherente en él, aunque probablemente de haberte fijado en otro más, habrías logrado tu propósito, pero este es mío, Radamanthys es mío, mi esclavo, mi pequeño hermano que por fin comprenderá a quien le pertenece.

 

Pronuncio quitándose la armadura, desnudándose frente a todos los presentes, aun Radamanthys, quien apenas comprendió la clase de castigo que había ideado Minos, el que se decía ser su alfa, logrando que negara esa verdad con un movimiento de su cabeza, al mismo tiempo que sus hilos se enredaban en su cuerpo, arrastrándolo en su dirección, para sentir como su cabello era sostenido con fuerza, haciéndole daño, presentando su cuello para morderlo por debajo de su nuca, encajando sus dientes en su piel, cortándola, logrando que un gemido de dolor pudiera escucharse en el silencio de su habitación.

 

— Mira como me pone su aroma y su cuerpo desnudo, la sangre adornando su piel, su dolor, Valentine.

 

Valentine ya no podía hablar y Radamanthys se dio cuenta, Minos solo jugaba con el dándole esperanza, haciéndole creer que su amado alfa sobreviviría, cuando ya estaba condenado, observando con horror, con demasiado asco el miembro erecto del alfa que deseaba violarlo, frente a su amado moribundo, cuyo silbido sanguinolento casi logro destruirlo.

 

—Admira todas las promesas que le hiciste rompiéndose en pedazos.

 

Radamanthys comenzó a pelear con Minos, tratando de soltarse de sus hilos, pero apenas pudo moverse cuando la hombría del alfa que deseaba romperlo se empalo de un solo movimiento en sus entrañas, obligándolo a recargarse en su amado, sin preparaciones, ni advertencias, solo dolor y humillación, con el primer juez de las almas penetrándolo, moviéndose sin control dentro de su cuerpo, haciéndole quejarse por la dolorosa intrusión, a pesar de la humedad de su cuerpo que preparado para la concepción le lubricaba, sintiendo las miradas de todos los presentes en ambos, sus lágrimas, tal vez las ultimas que derramaría mojando sus mejillas.

 

—Perdón Valentine, perdóname.

 

Susurro, sintiendo los embistes de Minos, observando el dolor de los últimos instantes de Valentine que trataba de pronunciar alguna palabra de aliento, de rodearle con sus brazos, pero los dos subalternos de su hermano se lo evitaban, uno de ellos sonriendo con pasmosa diversión y un odio parecido al que Pasifae sentía por él, Lune, desviando la mirada, tratando de brindarle un poco de respeto al mismo tiempo que sostenía a su amor de los brazos.

 

—Te amo.

 

Repitió su omega, que aun así no le respetaba, logrando que la poca cordura que Minos aún mantenía en su pisque se perdiera, cuya mirada enloquecida se posó en el collar que le robaron, el que le pertenecía, el cual arranco sin piedad sosteniéndolo con sus manos ensangrentadas, escuchando más gorgoteos que suponía eran amenazas de aquella arpía.

 

—¡Pero eres mío, tu amor debería ser mío, tu amor será mío!

 

La perla al sentir su cosmos, el de su verdadero alfa, su fuerza vital brillo de nuevo como siempre lo hacía cuando Valentine le tocaba, pero esta vez no se manchó con la energía vital de su dulce arpía, sino que, por el contrario, un ser comenzó a crearse en el fondo, retomando su verdadera apariencia, la que era un grifo de color dorado.

 

—¡Ya no puedes mentirte, Radamanthys, eres mi omega!

 

Grito eufórico, para repentinamente usar la cadena que sostenía su propia perla, como un lazo, rodeando su cuello con fuerza, cortando su piel, robándole el aire, haciendo que perdiera el oxígeno, llevando sus dedos a la cadena, al mismo tiempo que sus enloquecidos embistes proseguían, derramándose en su interior, sin importarle su placer, solamente buscando su dolor, la desesperación en los ojos de la arpía, cuyo último aliento se fue con esa pesadilla, su cuerpo cayendo al suelo sin vida, al mismo tiempo que el propio cuerpo de Radamanthys, terminaba por traicionarle cuando sus piernas ya no pudieron sostenerle a causa de su propio celo, el dolor y la desesperación que sentía, cayendo al suelo, sintiendo el semen de Minos resbalar entre sus piernas.

 

—Déjenme solo con mi omega y llévense esa cosa de mi vista.

 

Ordeno el primer juez de las almas, riendo cuando su dulce hermano trato de tocar la mejilla de su arpía, cuyo cuerpo se llevaron como si no fuera más que un pedazo de carne, algo sin valor, como el collar con la odiosa forma de un grifo dorado aun rodeaba su cuello, el que Minos aun sostenía como si se tratase de una correa y el no fuera más que una mascota.

 

—No soy tu omega…

 

Apenas pudo susurrar, sintiendo que Minos de nueva cuenta le atacaba usando sus hilos, con un poderoso golpe de su cosmos, haciendo que perdiera el conocimiento, dejando al primer juez de las almas, como el único que aún se mantenía en pie.

 

—Nuestro collar dice otra cosa.

 

Aiacos trato de acercarse a Minos, eso ya había sido demasiado, ese castigo demencial a su omega era más de lo que cualquiera debía soportar, en especial, cuando dijo que solo deseaba recuperarlo, reconstruir el lazo que Valentine ansiaba destruir, no destrozar a Radamanthys en el proceso, cuya gloria, honor y respeto en el Inframundo se había perdido durante aquellos oscuros momentos de la locura del primer juez de las almas.

 

—Valentine ha muerto, tu castigo por fin ha terminado.

 

Minos no respondió al principio, cargando a Radamanthys entre sus brazos, lo llevaría a sus habitaciones, de las que nunca más saldría, no a menos que ya no le deseara a su lado y en ese momento, lo destruiría, no le pertenecería a nadie más.

 

—El castigo de Valentine ha terminado, el de mi infiel omega por otro lado, no terminara hasta que comprenda su lugar a mi lado y este agradecido por ello.

 

***28***

 

En alguna parte del templo de Afrodita el gigante de fuego abrió los ojos como si hubiera despertado de un pesado sueño, incendiándose repentinamente gritando su furia, estallando en cólera, con un alarido que retumbo en los tímpanos de todos los presentes, del viejo Itia, del dios del sueño, de los dos omegas cautivos.

 

Quienes pudieron percibir un dolor que nunca hubieran imaginado, un grito tan terrible que helo su sangre, porque ese era el de un corazón quebrándose bajo el peso de sus propios pecados, a punto de perderse en la locura.

 

Y como si creyera que podía detener lo que había comenzado por su falta de previsión, Eros, el dios de fuego, nacido de la diosa de la lujuria y la ira, extendió sus alas liberando una onda del fuego cósmico con el cual había sido creado, despegando en dirección de su amor, comprendiendo bien que le había fallado.

 

***29***

 

Sage había sentido ese dolor en el pasado, cuando su hermoso alfa murió en la guerra, en sus albores, el mismo día en que supo que su patriarca le mandaria al frente, pero no hizo nada, comprendiendo que ya no regresaría de aquella misión suicida, porque suponía que uno de los débiles alfas era su compañero, aquel cuyo nombre no quiso mencionar, ese que sería tan fácil asesinar con una razón justa que escondiera sus retorcidos planes para su compañero perfecto.

 

El anciano patriarca abrió los ojos al sentir ese grito de dolor, llevando una mano a su rostro, sintiéndolo diferente, todo él se sentía distinto, su cuerpo ligero como una pluma, sus viejos huesos ya no le dolían como en el pasado, su piel tersa, suave, igual a como era cuando se trataba de un pequeño muchacho.

 

Y sus manos, aquellas manos que conocía bien, eran tan solo las de un chiquillo, las mismas manos que recorrían su rostro con demasiada extrañeza, preguntándose que estaba ocurriendo, siendo lo último que recordaba su enfrentamiento con los dioses gemelos, e Itia, su antiguo patriarca insistiendo en su locura.

 

—Manigoldo…

 

Pronuncio, levantándose de la cama, deteniéndose de pronto al verse joven, con la misma edad que tenía cuando era tan solo un muchacho, durante su primer o segundo celo, una imagen que no le dio paz, ni placer, sino miedo, preguntándose porque motivo su cuerpo ya no era el de antes, el de un anciano y que podía significar el que fuera un omega joven de nuevo.

 

Su reflejo presentaba un hermoso joven de cabello blanco, vestido aun con las ropas del patriarca, la túnica blanca que no se llenaba con sus formas delicadas de sus dulces diecisiete y de no ser el hombre que era en el presente, habría sentido temor, pero era Sage, el patriarca Sage, no tenía miedo ni se dejaría llevar por la angustia al pensar en que clase de habitación se encontraba.

 

—Cangrejito, al fin despiertas.

 

Esa voz, ese era de Itia, no el viejo, sino el joven, al que podía verlo a sus espaldas vistiendo una armadura negra con grabados de plumas rojizas, era alto, era fuerte, era hermoso, era el alfa que temía y al que no estaba dispuesto a entregárse, ni mucho menos a demostrarle temor.

 

—¿No conforme con traicionar a nuestra diosa en vida, lo hiciste también en nuestra muerte?

 

Sage volteo, manteniendo la calma, sin convocar su cosmos, su mirada, la de un anciano de su edad, estaba fija en cada uno de sus movimientos, como si pudiera adivinarlos, logrando que Itia sonriera, si bien su cangrejito ya tenía dos siglos de vida, él era mucho más viejo aún.

 

—Ella me traiciono cuando me separo de mi omega, Sage.

 

El no era su omega, pero ya estaba cansado de escuchar esa locura, esa cantaleta demencial que no le daba tregua durante su juventud, pero ahora él se trataba de un hombre mayor, sabía cómo defenderse, no tenía miedo alguno, aunque su perla que hasta el momento estaba inmaculada, colgara sucia en el cuello de Itia.

 

—¿Dónde estoy?

 

Itia no respondió su pregunta, no era necesario, su Sage viviría con él un tiempo hasta que pudiera marcharse, regresar al templo de la diosa Athena, para brindarle orden nuevamente, un soldado que vendía a sus hermanos, para poseer un omega que se veía no era suyo no se merecía el casco del patriarca, pero eso sucedía cuando un omega realizaba el trabajo de un alfa.

 

—¿Acaso importa?

 

Claro que lo hacía se dijo Sage, pero no respondió a la pregunta de Itia, convocando las ondas infernales, para intentar marcharse de aquel templo, cuyo interior, en una de sus alas no era más que fuego y trozos de piedra destruida.

 

—¿Dejaras solo a uno de tus muchachos?

 

Itia sabía muy bien que estaba traicionando a sus dioses, pero necesitaba que su hermoso cangrejo quisiera quedarse un poco más, proteger a sus omegas, aquellos que debían ser como los hijos que nunca tuvo, esperando a su alfa, guardando su cuerpo para él.

 

—¿De que estas hablando?

 

Pregunto Sage, deteniendo su técnica por momentos, sin desvanecerse al ingresar al Yomotsu, como todos los cangrejos antes que él lo hicieron, usando la entrada al inframundo como un camino para su objetivo final, que era sin duda alguna el santuario.

 

—Cid, ese es su nombre.

 

Sage no mostro su temor, ni su enojo, mucho menos su confusión, comprendiendo que Itia tenía razón, uno de sus muchachos estaba en el interior de ese templo cubierto por la negrura y la desesperación de sus moradores, pero, aun así, uso el Yomotsu para escapar del anciano maestro de libra, que le siguió usando su cosmos, antes de que la puerta se cerrara por completo.

 

—¿Acaso piensas que puedes alejarte de mí? ¿Qué yo he vivido en vano?

 

Le pregunto, aterrizando en el Yomotsu, ignorando los cientos de almas que se dirigían al vacío, fijando su objetivo, que no era otro más que Sage, quien seguía pensativo, ajeno a cualquier clase de temor, ocultando muy bien sus propios sentimientos.

 

—No, pero aquí puedo destruir tu alma cuando caiga en el abismo, ser libre de ti para que mi alfa este seguro.

 

Fue su respuesta, convocando su cosmos, con una actitud completamente diferente a la del pasado, en esta ocasión Sage no solo mantenía la calma, sino su cosmos era tan poderoso que le deslumbro por momentos, la punta de su dedo índice brillando con una llama, un fuego fatuo de los muchos que iban acudiendo a su llamado, los que, si bien recordaba, eran utilizados como si se tratasen de pólvora.

 

—¿Sigues insistiendo en aquella mentira de tu alfa verdadero?

 

No era una mentira, pero no se veía en la necesidad de explicarle nada a Itia, que no solo era un traidor sino también un demente, un alfa obsesionado perdido en su locura, sin embargo, lo que en realidad le importaba en ese momento era lo que había dicho de Cid, el pobre muchacho no podía estar encerrado en ese templo también.

 

—Espero que encuentres la salida del Yomotsu por ti solo.

 

Fue su respuesta, abandonándolo en las colinas deambuladas por las almas, que al verle le atacaron de pronto, actuando de una forma distinta a su habitual desesperanza, otorgándole tiempo a Sage para que pudiera buscar a uno de sus muchachos.

 

***30***

 

Oneiros al escuchar la desesperación del dios del amor, sentir su cosmos ardiendo y el templo retumbando desde sus entrañas, abandono a Cid, quien estaba inconsciente, su cuerpo ardiendo a causa de su celo, siendo ese el tercer día del comienzo de su eternidad juntos.

 

Eros había perdido el control hacía mucho tiempo, de eso estaban seguros, pero aun así dormitaba, usando su cosmos para mover otro recipiente, manteniendo seguro su cuerpo inmortal, pero de pronto había decidido abandonarlos, esperaba que no intentando cometer alguna locura.

 

Por lo que tuvo que seguirle, maldiciendo su premura, ignorando que el omega de Itia, uno de sus guerreros, había abandonado sus brazos utilizando la sabiduría que un patriarca de su edad poseía, buscando a su consorte, escuchando las almas de los difuntos que le guiaban en su camino.

 

Encontrando el cuerpo maltrecho de Cid en la cama, encadenado a la pared, sin su cosmos, pero su cuerpo completo, sin la terrible perdida de su brazo, aun así, estaba inconsciente, con manchas de semen entre sus piernas, marcas de una violación en su cuerpo.

 

—Muchacho…

 

Sage era uno de los guerreros de Athena más fuertes que jamás habían existido, su belleza era inaudita, pero su cosmos era mucho más poderoso aun, y ahora, con sus casi trescientos años supo que aquellas cadenas no podrían romperse, mucho menos con el cosmos casi desvanecido de la espada, pero las cadenas de los dioses no usaban llaves comunes, no eran como aquellas humanas, sino siempre tenían un mecanismo mecánico que podía ser manipulado para abrir los juguetes de los dioses.

 

—¿Quién eres?

 

Sage sonrió al escuchar la pregunta de Cid, al menos estaba consciente, podría ayudarle a salir de allí, aunque no creía que estuviera en condiciones para salir por sus propios medios, no cuando las cadenas tenían su candado fuera de su alcance, el que una vez pudo verlo fue demasiado fácil de abrir, liberando a la espada, que desnuda, necesitaba algo con que cubrirse.

 

—No me reconoces pequeño, ahora me veo mucho menor que tú, pero soy un hombre muy viejo, un omega como tú, soy Sage.

 

Cid al verle jadeo, era su patriarca, quien se quitó su túnica para dársela, ayudándole a vestirse con ella, debajo de esta usaba unos pantalones, así como unas vendas que cubrían sus muñecas, parte de su torso, así como uno de sus hombros, las que tenían sangre seca de las heridas provocadas por el que se decía era su alfa.

 

—¿Sabes que clase de lugar es este?

 

Le pregunto ofreciéndole su espalda para que subiera en ella, si bien tenía una apariencia delicada, podía cargarlo sin dificultad alguna, Cid estuvo a punto de negarse, pero al ver su expresión, que era la misma que usaba cuando les comandaba alguna misión, obedeció sus órdenes, siendo socorrido por su patriarca, aferrándose a su cuello, llevando sus piernas a su cintura, como se hacía con un compañero que no estaba en condiciones para moverse, como él lo estaba en ese momento.

 

—Escuche decir que era el templo de Afrodita, pero no parece que sea cierto, este templo está muerto y frio, es como si no hubiera vida en su interior, como si…

 

Sage comenzó a correr con la espada a sus espaldas, suponiendo que tenían una imagen extraña, siendo el mucho más pequeño que Cid, pero estaba en mejores condiciones, adivinando lo que el joven omega estaba a punto de decirle, como si la diosa hubiera muerto.

 

—Como si la diosa del amor hubiera muerto, así se sentía el santuario cuando nuestra señora murió aquella vez, así que esa puede ser la razón, la diosa Afrodita está muerta, pero algo poderoso grito su furia, un ser que bien pudo ser su hijo, ya que según dicen las leyendas, estos dos siempre están juntos.

 

Cid asintió, era conocido por todos la leyenda de la armadura de Piscis, como esta simbolizaba a la diosa del amor y a su hijo cuando se convirtieron en peces, para escapar de la ira de Tifón, admirando la fuerza de Sage, así como su templanza, la forma en que reaccionaba a cualquier peligro sin temor alguno.

 

—Aspros me entrego a Oneiros, usara un collar que se le fue cedido para desposar a Manigoldo, porque los alfas no son más que animales…

 

Sage comprendía bien que no todos los alfas eran de aquella forma, su alfa fue un buen hombre, Hasgard lo era, también Degel, era un puñado aquellos que actuaban como imitando las acciones de Zeus, pero no creía que Cid deseara escuchar que estaba en un error, que los alfas no eran animales, no todos ellos al menos.

 

—Debemos concentrarnos en salir de aquí primero, después veremos la situación en la que nos encontramos y resolveremos cada conflicto por separado, sin saltar a extrañas conclusiones.

 

Cid asintió, ese hombre siempre había sido como un faro de luz para ellos, lo que esperaban ser al convertirse en adultos, era el santo de cáncer, el patriarca del santuario y un omega ejemplar, el que usando su fuego demoniaco derribo la puerta del templo de Afrodita, que no era una salida, pero si la que encerraba a la diosa del amor con sus armaduras divinas, que salieron disparadas en todas direcciones, al mismo tiempo que ella detenía las técnicas combinadas de los hijos del dios del sueño.

 

—Comenzaba a preguntarme, cuando me dejarían salir.

 

La hermosísima mujer de cabello azul claro les observo con cierto asomo de ternura, eran omegas, uno era hermoso, tan hermoso que podría sentir celos, el otro estaba malherido, pero aun así, ellos le habían liberado de su prisión en su propio templo, en donde su traicionero hijo le había creído muerta, abandonándola a su suerte en la oscuridad que se llevaba su belleza en un intento por debilitarla, pero una parte de si misma, la que visitaba a cada uno de los santos de Piscis, que eran sus embajadores en el santuario de Athena, se mantuvo oculta, protegiendo su cuerpo, esperando el momento en que un poco de cosmos pudiera regresarle su vida.

 

—Mis niños, que les han hecho…

 

Susurro estirando sus alas de mariposa, acariciando sus mejillas, para observar a los dioses que habían ensuciado su templo, con su cosmos del Inframundo, un sitio, que ya no le seria de utilidad, así que debía escapar a Urania, su segundo hogar, fuera de los confines concedidos por su padre para escapar de sus obligaciones conyugales cuando así lo deseara.

 

—No se quienes sean ustedes, ni tampoco que se han creído, pero si que cuando volvamos a vernos, hare que paguen todas sus transgresiones.

 

Les advirtió, convocando sus mariposas, al mismo tiempo que Oneiros y sus hermanos volvían a intentar atacarla, escuchando el sonido de las dimensiones abrirse, para observar a otro anciano con cuerpo joven, otro más que había robado las espumas de su fuente en Urania unirse a ellos en sus intentos por detenerla, usando la fuente que le regresaba la juventud, así como su virginidad.

 

—Aunque, les agradeceré que saluden a mi pequeño traidor y le digan, que su madre, lo ama.

 

Afrodita pronuncio, usando su cosmos para marcharse de aquel templo corrompido, esperando que su sombra hubiera alcanzado a su santo favorito, ese pobre alfa que estaba enamorado de un horrible cangrejo, pero que era lo suficiente modesto para aceptar que ella era por mucho más hermosa que él.

 

***31***

 

Al mismo tiempo Dohko se detuvo cerca de un bosque, el que parecía estaba marchitándose con el veneno de su omega, a quien sentía muy cerca de su lazo, su collar resplandeciendo en su cuello, era un niño, sabía que estaba asustado y como su alfa, necesitaba hacerle ver que no dejaría que nada malo le pasara.

 

—Por favor, no quiero hacerte daño, pero si mis aliados te descubren, ellos te asesinaran.

 

Pronuncio esperando que su omega le creyera, pero preparándose para recibir el viento venenoso, o cualquier técnica que ese pequeño perdido quisiera utilizar, tratando de alejarlo de su lado, atacándolo por la espalda como sabía que haría si le daba la oportunidad.

 

—¡Es gracioso que no quieras hacerme daño, porque yo si deseo matarte!

 

***32***

 

Albafica detuvo su camino cuando repentinamente una mariposa de color azul se le presento, era una criatura creada por el cosmos de la diosa del amor, de eso estaba seguro, porque era la misma clase de esencia que vio cuando se trataba solo de un niño pequeño sufriendo por su amor en secreto.

 

—Necesitas mi ayuda Albafica, lo sabes, no es verdad.

 

La rosa asintió, comprendía muy bien que de no ser por ella Shion ya hubiera dado con él, que dos de la misma calaña le buscaban para separarlo de su dulce cangrejo, no podría mentirse por más tiempo, pero, aun así, antes de jurar lealtad por una diosa que parecía furiosa, quería saber que era lo que deseaba de su persona.

 

—¿Quieres que mate a un soldado que nunca he visto?

 

Ella negó eso, ya no deseaba matarlo, en realidad, ahora esperaba que tuviera una vida muy larga en compañía del alfa seleccionado por su padre, el buen Minos, uno de sus hermanos menos favoritos, cuyo gusto en omegas era pésimo, pero en si, eso a ella solo le brindaba un poquito de venganza.

 

—Ya no, ya no es necesario que realices aquella misión, pero si necesito de soldados poderosos y tú, Albafica, serás el primero de mis siete ángeles, a cambio de mi ayuda para proteger a tu cangrejo, al protegerte yo de tu admirador.

 

Albafica estuvo a punto de pronunciar que aquello era una locura, era un santo de Athena, no un traidor, aunque la diosa le ofreciera cobijo y fuera ella quien le dio a su omega, protegiéndolo durante los celos, recordando bien como Sasha quiso evitarle buscar a su cangrejo.

 

—Que, por cierto, es un hombre muy poderoso, que ha dado contigo… en este preciso instante.

 

La rosa volteo para observar a Shion el viejo a pocos metros de distancia, sus ojos rosas fijos en los suyos, su deseo manando de cada poro de su cuerpo, como si se tratase de una fuerza física, logrando que comprendiera que posiblemente no tenía otra opción más que aceptar servirle a la diosa del amor.

 

—Albafica… eres mucho más hermoso de lo que recuerdo, tan hermoso que no puedo compartirte conmigo mismo.

 

Shion elevo su cosmos, dispuesto a usar su técnica secreta, su satán imperial mejorado, con el que podría obtener su amor, su hermoso cuerpo retorciéndose en su cama, su sangre envenenando al cangrejo de Aspros, para que nada de ese mundo pudiera arrebatárselo.

 

—Ven a mí, prometo ser un buen alfa.

 

Albafica respondió mordiendo su dedo índice, dispuesto a usar su sangre como arma, relamiéndose los labios cuando un cosmos ígneo estallo a sus espaldas, y la misma sombra de Aspros en vez de atacarlo, le brindo ayuda, evitando que Shion pudiera utilizar su satán imperial con él, para inmediatamente detenerse enfrente suyo, como si fuera una barrera física.

 

—Si voy a ti, Shion, mataras a mi dulce cangrejo y eso no lo permitiré, además, el solo pensar en compartir mi lecho contigo o complacerte de cualquier forma, me da nauseas.

 

Fue su respuesta, con los dientes apretados, su sangre manando de su herida, la diosa del amor esperando su respuesta y Defteros preparado para cualquier movimiento del Shion de mayor edad, quien apretó los dientes al verse rechazado, aunque no necesitaba que Albafica le aceptara, su satán imperial era más que suficiente para hacer que se entregara a él.

 

—De todas formas, no necesito tu opinión.

 

Pronuncio el antiguo patriarca, que era el futuro patriarca, estallando su cosmos, usando cada una de sus técnicas tratando de separar a Defteros de su rosa, sin ver a la diosa del amor, que se mantenía ajena a la batalla, pero que de vez en cuando le brindaba un poco de ayuda a la rosa, que se veía sobrepasada por el poderoso cosmos de Shion el viejo.

 

—Ríndete, Albafica, será menos doloroso al final y, de todas formas, matare a tu cangrejo.

 

El que iba ganando terreno, usando sus paredes de cristal para separarlo de la sombra de Aspros, relamiéndose los labios cuando su rosa sosteniendo su hombro, respiraba hondo, quien, a pesar de verse sobrepasada por su cosmos, no se atrevía a usar su remolino sangriento, ya que, de hacerlo, mataría a su momentáneo aliado.

 

—Aspros no podrá protegerlo de mi para siempre y tu no podrás rechazarme, no de nuevo.

 

La rosa que para ese momento estaba separada de su momentáneo aliado, que había perdido la protección de la diosa del amor, no dejaría de pelear hasta que perdiera la vida o matara a Shion, pero este no era el mismo joven que conocía, que supuso conocer, porque a pesar de decirse su amigo, no lo era en realidad, no se alegraba por su hallazgo, ni por verle feliz a lado de su compañero, a quien debía recordarse, deseaba asesinar con su propio veneno.

 

—Nadie tocará a mi cangrejo, no me importa lo que tenga que hacer, a que dios deba implorarle, mi omega no morirá y yo no pasare más tiempo sin el a mi lado.

 

Afrodita se rio al escucharle decir aquellas palabras, vistiéndolo con su coraza, nombrándolo como el primero de sus ángeles, cuyo cosmos se vio incrementado cuando ella en persona le brindo su protección, usando sus mariposas como una distracción, las que al tocar cualquier superficie estallaban, eran después de todo, un regalo de su deforme esposo, tratando de seducirla con su ingenio, pero su desagradable apariencia nunca podría olvidarla, el que era tan desagradable como su vástago.

 

—¿Tanto trabajo te costaba aceptarlo Albafica?

 

Su armadura dejo de ser dorada, para tomar una tonalidad azul celeste, como su cabello y a sus espaldas, alas de metal se formaron, parecidas a las de los espectros, pero con una apariencia etérea, como si de un ente marino, una sirena se tratara.

 

—Ustedes siempre han sido mis favoritos y yo siempre he sido su guardiana, así que, no perdamos más tiempo, veme en Urania, mi templo lejos de mi hogar.

 

Le ordeno, desapareciendo repentinamente, no sin antes admirar la masculina belleza de su aliado, quien al verle portando otra armadura no supo que decir, mucho menos Shion, quien apretando los dientes, furioso, volvió a intentar derribarle, usando su Revolución de Polvo Estelar y su Red de Cristal, esperando derribarle con la primera técnica, para encerrarlo con la segunda, mas, sin embargo, Albafica era un guerrero poderoso, el mismo que pudo vencer a Minos de Grifo en la otra dimensión, en su pasado que ya no transcurriría como debiera ser.

 

—¡No escaparas!

 

Cuyo cosmos superior al de los otros santos, su deseo por ver a su cangrejo de nuevo y su meta, que era mantenerlo vivo, aunados a la protección de la diosa Afrodita, cuyo renacimiento le brindaba un cosmos casi infinito, pudo esquivarlas, al mismo tiempo que Defteros destruía las paredes de cristal que lo mantenían alejado de su enemigo.

 

—¡Ese cangrejo no te merece!

 

Grito en su desesperación, usando más técnicas, una y otra vez, hasta que repentinamente, su red de cristal, pudo dar en su blanco, al fin lo tenía preso, se dijo con una gran sonrisa en su rostro, eufórico, emocionado como nunca, convocando su cosmos para usar en el su satán imperial, hasta que repentinamente, Albafica logro lo imposible, destruir su red con sus rosas, la que al quebrarse cayo como pequeños proyectiles estallando por todos lados, provocando que Defteros se alejara con los brazos delante de su rostro, Shion tuviera que cubrirse de su propia técnica y la rosa, al estar a la mitad de aquella destrucción, grito cuando un trozo de cristal se clavó directamente en su rostro.

 

—¡Albafica!

 

Pronuncio Shion el viejo, observando con sus propios ojos, el bello rostro de Albafica sangrando profusamente, su rostro contorsionándose al ver con desagrado que uno de los proyectiles en los que se había transformado su red, choco contra la cara de su amado, llevándose la mitad de esta, dejándolo ciego al perder su ojo izquierdo, manchando de sangre el suelo, destruyendo su belleza, partiéndola a la mitad.

 

—¿Albafica?

 

Pregunto Defteros, al ver la sangre manando del otrora hermoso rostro, cuya belleza competía con la de la diosa del amor, que le esperaba en su templo de Urania, y tal vez, solo por su bendición era que podía mantenerse de pie, que pudo resistir tanto tiempo.

 

—Márchate, sombra de Aspros, no necesito de tu ayuda si no pudiste salvar a mi cangrejo y tampoco te perdono por eso, ni tú, mucho menos Asmita, conocerán mi perdón.

 

Le advirtió, usando su propia sangre como un escudo, para escapar de aquellos campos, de su enemigo, cuya sorpresa y desesperación le hicieron reír, ya no era hermoso, lo que deseaba de su persona, tal vez el mismo lo destruyo, pero si algo comprendía de la demencia de su viejo amigo, era que culparía a su amado cangrejo por eso, que buscaría una forma de reparar su daño o en todo caso, su avaricia le haría intentar poseerle de todas formas.

 

—¡Albafica!

 

Escucho que gritaban su nombre, pero no se detuvo, jurándole a Shion que el mismo lo mataría con sus propias manos, con su sangre envenenada y ese día, aunque estaba en contra de todos sus principios, lo disfrutaría demasiado, porque salvaría a su cangrejo, le recuperaría, tal vez, la diosa del amor podría concederle inmunidad a su omega, como lo hizo con esos cinco días de su celo, pero por toda la eternidad, su único sueño se volvería realidad.

 

—¡Albafica regresa!

 

No lo haría, no por el momento, pero tal vez, al perder su belleza podría visitar a su cangrejo, al menos verle de lejos, comprobar que estuviera a salvo, pero por el momento, tenía que ver a su patrona, a la diosa que le protegía desde pequeño, a la diosa del amor.

 

—Regresare, no lo dudes, pero a matarte a ti, y a recuperar a mi cangrejo.

 

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Hola, espero que este capítulo les haya gustado tanto como a mí, los veo la próxima semana.

 

Mil gracias.

 


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