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Paraiso Robado. por Seiken

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Al fin llegaban al castillo de la diosa Hera, donde habían encerrado a su alfa, Camus no había dicho nada más, únicamente avanzado en silencio, con una sumisión que Kardia decía era una mentira, porque estaba planeando la forma de acuchillarlos por la espalda, de forma literal y figurativa, no era más que un traidor. 
 
La diosa Hera estaba dormida cuando llegaron, así que la máquina de Hefesto los llevo con su creador, quien les otorgo unas habitaciones, un lugar cómodo, en donde podrían dormir sin temor a sufrir cualquier daño. 
 
Aun Camus, quien temía cerrar los ojos, porque las pesadillas cada vez eran peores, con cada día que pasaba las imágenes de ese gigante de cabello blanco y ojos de trueno eran más vividas, como si fueran reales.
 
-No soy Ganimedes... no lo soy... 
 
Susurraba para si mismo, temeroso de dormir, porque cada vez que cerraba los ojos le veía, a su lado, sobre el, volvía a sentir el temor, el terror de ser secuestrado por el dios del rayo, por el mismo Zeus.
 
-No lo soy... 
 
Aun así, deseaba desesperadamente creer que no estaba en peligro, que era libre de Zeus, o lo sería, si lograba encontrar a su omega y con eso, ser rescatado por la diosa Hera.
 
-¿Porque tengo que ser yo quien sufra está condena? 
 
Camus llevo sus manos a su cabello, sentado, observando el paisaje, tratando de recordar alguna ocasión en la cual sus sentimientos hubieran sido parte escencial de su existencia. 
 
Viniendo Milo a su mente, cuando rompió su promesa, negando su collar, el que escondió con ayuda de otros dos omegas, uno de ellos Mu, el otro Shura, que si bien era su amigo, no le dejaría tomar el collar del escorpión si este no se lo daba. 
 
Poco después acudió con Shion, el sabio patriarca del santuario, que le miraba con pena, escuchando su historia de cómo su omega le había negado su collar, su llave a la libertad, como había roto su promesa.
 
Shion era un buen alfa, la clase de Alfa que protegía a los suyos, que mantenía el orden establecido por los dioses, los omegas servían a los alfas, ellos eran sus tesoros, su compañía, ese era su deber en ese mundo. 
 
Camus podía verse a sí mismo esperando la respuesta del patriarca que se limitaba a escuchar su historia, quien llamó a Milo, el que después de unos días, tras haber transcurrido el celo del escorpión, presentaba varios moretones, hasta una mordida en el cuello, cerca del hombro, de unos dientes que no eran los suyos, pero su collar aún estaba en su sitio. 
 
Camus no sabía que pensar en ese momento, esas marcas podían ser marcas de un encuentro de pasión, o de un entrenamiento y no sabía si eso le dolía, si aquello que albergaba su pecho era dolor.
 
-Camus dice que has decidido ignorar los designios divinos, mantener a tu alfa lejos de tu cuerpo, durante tu celo.
 
Milo le observaba como si le hubiera traicionado, cuando el traidor había sido él, para después desviar la mirada, sosteniendo su collar con fuerza, para que no se le fuera arrebatado. 
 
-No es mi alfa, nunca ha deseado ser mi alfa gran patriarca y por eso, yo no soy su omega. 
 
Shion en aquellos asuntos era impenetrable, era justo y siempre veía que los alfa tenían la razón, así que le ordenaria darle su collar, como se lo había prometido muchos años atrás, cuando apenas eran unos niños. 
 
-Pues, Camus me ha dicho que tú eres su omega y que has decidido cambiar de opinión de un día para otro, darle la espalda al único deber de un omega, como aquellos desdichados de las guerras pasadas, Manigoldo, Albafica... tantos de ellos. 
 
Milo negó eso, no era como ellos, pero aún así, compartir su vida con alguien que no lo amaba, que no lo deseaba en sus celos, que únicamente buscaba su collar por alguna razón que no entendía, era más de lo que estaba dispuesto a aceptar. 
 
-No es así su santidad... pero Camus desconoce mis celos, desconoce mis deseos, solo quiere un collar y eso es todo. 
 
Respondió, nervioso, cuando Shion bajo de su trono, caminando en su dirección, con una expresión compasiva, no quería que le dijeran que era un omega desquiciado, que le quitarán su armadura y lo pusieran bajo el cuidado de Camus, hasta que recuperara el control. 
 
-Estas seguro de eso, no es que le temes a tu don de dar vida, eres después de todo uno de los santos dorados más agresivos, mucho más fuertes y además, eres uno de los omegas más... rebeldes que he conocido en esta generación. 
 
Eso era una crítica, ser un omega rebelde, desafiar a los dioses, eso era un peligro mortal para cualquier omega del santuario, el que era regido por las reglas de los Lemurianos, un error que ninguno de ellos quería realizar, porque significaba perder su armadura y que se realizará una cacería con toda clase de alfa, una cacería que Camus ganaría sin duda alguna, por eso de pronto pudo respirar con mayor tranquilidad. 
 
-No es por eso... se lo juro, pero Camus no sabe nada sobre mi, él... él busco la compañía de un omega de Hasgard... un omega pelirrojo. 
 
Milo estaba molesto, quería escapar a ese destino y pensaba que era injusto que ellos siempre pagarán los errores de los alfa, por sus deseos, pero los alfas velaban por ellos y lo que tuvo con Surt no fue para tanto, porque regreso a sus brazos, para cumplir con su palabra. 
 
-Yo... yo tengo otro alfa... él es quien me dejó estás marcas y solo no le he dado mi collar, para no humillar a Camus... 
 
Susurro entonces, logrando que Camus sintiera una terrible decepción, como si su corazón se quebrara en pequeños pedazos, apenas podía respirar, pero no entendía la razón de semejante dolor. 
 
-Eso no es verdad... 
 
Apenas alcanzó a pronunciar, escuchando unos pasos acercarse con seguridad, viendo al mismísimo Kanon, que era uno de los aprendices favoritos de Shion, detenerse junto a Milo. 
 
-Yo soy su alfa, yo le dejé esa mordida y una vez que tuviera el permiso del patriarca, portare con orgullo el collar de mi dulce escorpión en mi cuello para que todos puedan verlo. 
 
Pronunció rodeando el hombro de Milo, besando sus mejillas, para mirarle fijamente, con una expresión segura, que decía que podía matarlo de tan solo proponérselo. 
 
-Tambien puedo pelear contigo por el, no me llevará más de quince minutos matarte. 
 
Camus recordaba esa ocasión con un sentimiento parecido a lo que se imaginaba era el dolor, su pecho le dolía, no podía respirar, pero no era porque amará a Milo, sino, porque fue traicionado, un juramento fue roto, uno hecho a él, por quién se suponía sería su omega, su compañero eterno, quien le salvaría de Zeus.
 
-Malditos sean...
 
Porque tenía miedo a Zeus, no porque su omega quisiera darle la espalda, abandonarlo a su suerte, para correr a los brazos de Kanon, quien poseía sus días, sus noches, aun a sus gemelos, unos pelirrojos, mucho más parecidos a él, que a Kanon.
 
-No son míos... 
 
Susurro molesto, cubriendo su rostro, tratando de mantenerse despierto e ignorar el dolor de aquellos recuerdos.
 
-Yo no soy Ganimedes.. 
 
***40***
 
-Camus me causa mucha lástima... 
 
Pronunció Degel, quitándose sus lentes, para colocarlos con cuidado en la mesita de noche, escuchando la risa de Kardia, que decía no sentía lástima alguna, por el destino de Camus. 
 
-A mi me causa gracia, ojalá Zeus de con él y le haga pagar por todo lo que les hizo a esos omegas. 
 
Kardia estaba vestido con unos pantalones blancos, una camisa larga con bordados de hilo dorado, ropajes que ya los esperaban en sus habitaciones, los que se pusieron sin dudarlo un solo instante.
 
-¿Qué pensarías si fuera yo Ganimedes y no Camus? 
 
Kardia se puso serio inmediatamente, negando esa noción con un movimiento de su cabeza, perdiendo el color del rostro, para endurecerlo poco después, seguro de que de ser ese el caso se enfrentaría al dios Zeus, nadie lo separaría de su alfa.
 
-¡Mataría a Zeus y a cualquiera que intentara separarme de ti! 
 
Fue su respuesta segura, sosteniendo a su alfa del cabello, para besarle con fuerza, gimiendo de tan solo probar su sabor y su calor, que lo volvían locos de deseo. 
 
-¡Por eso quiero que muera y que sufra, porque trato de apartarme de tu lado! 
 
Degel suspiro al escuchar esa seguridad de su amado escorpión, pensando que no era tan justo ese castigo, porque ese pobre hombre era inocente, los dioses estaban en su contra y la maldición de Ganimedes era una muy real para todos los de su signo. 
 
-Yo también le odio por eso, por apartarte de mi lado, por qué casi pudo matarte, pero, al mismo tiempo... 
 
Kardia le veía en silencio, con esa expresión sádica que tanto le gustaba, con esa mirada de furia controlada, de enojo, relamiendo sus labios, preguntándose a que iba con todo eso. 
 
-La maldición de Ganimedes se va contando de generación a generación, de un santo de cristal a otro, como una advertencia. 
 
Kardia arqueo entonces una ceja, porque eso nunca lo había escuchado, guardando silencio, para que Degel pudiera contarle su historia. 
 
-Krest estaba asustado, temeroso de que yo fuera el, el copero de los dioses, pensaba darme una muerte piadosa cuando pensó que mi corazón estaba muerto, congelado. 
 
Degel sabía que su maestro había pensado en matarle, liberarlo de su destino, pero cuando Kardia le acepto a su lado, ese temor se convirtió en una gran dicha. 
 
-Cuando, tu, mi corazón, llegaste a mi vida supo que yo era libre del dolor de ser Ganimedes, pero aún así me advirtió lo que tenía que saber, sobre la maldición del copero de los dioses. 
 
Su maestro le había hecho jurar que protegería al siguiente santo de cristal, pero por alguna razón, su historia se perdió en el tiempo, haciendole pensar que ningún caballero de acuario educó a Camus, por eso era que apenas sospechaba de la maldición, sabía que Zeus buscaba a su copero, pero no quien lo protegía bajo su manto. 
 
-Me hizo prometer que yo protegería al siguiente copero, al que siguiera después de mi, que le advertiría del peligro, creo que este es Camus, el que te secuestro. 
 
Kardia estaba enojado, pero nunca le negaría nada a Degel, mucho menos a Krest, que le presento a su alfa, a quien más amaba en ese mundo, su única razón de existir. 
 
-¿Y que planeas hacer? 
 
Le pregunto, su mirada fija en Degel, preguntándose qué se suponía que estaba pasando y como se suponía que podría proteger a ese cubo de hielo sin sentimientos, ese traidor pelirrojo. 
 
-No lo sé, y comprendo perfectamente que tú no quieras ayudarle, sin embargo, yo te agradecería que dejaras de atormentarlo, de hablar de Zeus y de su destino, porque él sabe que me espera, tal vez hasta lo recuerde. 
 
Kardia suspiro entonces como única respuesta, asintiendo, si eso le pedía su amado, eso haría, le daría todo lo que deseara, sin hacer preguntas. 
 
-Es por eso que te amo mucho más, porque tú eres una persona excelente, eres tan bueno y tan amable, que en ocasiones me siento como un gusano, como alguien indigno de ti. 
 
Degel negó eso, acariciando su mejilla, para besar sus labios, después su cuello y después su corazón, hincandose frente a Kardia, para abrazar su cintura, pegando su cabeza a su vientre, como haría un alfa con un omega embarazado.
 
-Tu eres a quien amo, tu eres mi todo, mi corazón y el calor que necesito para existir, así que, nunca digas algo como eso, porque sin ti, yo sé que estaría condenado a sufrir el peor de los tormentos, como ese infeliz está destinado a sufrir el afecto del dios Zeus. 
 
Kardia no pudo responderle, porque inmediatamente los labios de su alfa empezaron a besar su vientre y después su sexo, cuando descubrió parte de su anatomía.
 
-Eres... eres un tramposo... 
 
Se quejó llevando sus manos a la cabeza de Degel, que simplemente se rió, liberando su cuerpo de aquella ropa, dejándola hasta las rodillas, lamiendo la hombría de su omega, que respondía con delicados gemidos. 
 
-Solo estabas pensando en esto... 
 
Se volvió a quejarse, sintiendo como ahora Degel llevaba sus manos a sus nalgas, las que amasó con delicadeza, ingresando dos dedos en su humedad, casi logrando que perdiera el equilibrio. 
 
-Siempre pienso en esto, en tu cuerpo y en tus gemidos mi dulce escorpión... 
 
Kardia arqueo entonces su espalda, gimiendo con mayor fuerza, recibiendo los dedos de su alfa, que se movían con mucho más ánimo, al ritmo de los gemidos de su omega, que amaba cada una de sus caricias. 
 
-No puedo mantenerme en pie... 
 
Se quejó, sosteniendose de los hombros de Degel, que se limitaba a lamer su hombría, a chuparla con fuerza, tratando de escuchar más gemidos de su escorpión. 
 
-¿Podemos ir a la cama? 
 
Le pregunto con una sonrisa delicada, separandose un poco de su amado, que asintió, dejando que Degel lo cargara entre sus brazos, para llevarlo a su cama, recostandolo con cuidado. 
 
-Asi está mejor... 
 
Kardia asintió, jalandolo hacia el, para besar sus labios, abrazando su cintura con una de sus piernas, gimiendo con delicadeza, al mismo tiempo que Degel acariciaba su torso, separándose unos pocos centímetros de su amado. 
 
-Claro que lo esta... 
 
Degel como buen hijo de Zeus sentía un deseo absoluto por su omega, no podía mantenerse alejado de su amado, no por mucho tiempo, aunque muchos le veían como un hombre sensato, tal vez frío, cuando estaba con su omega era una bestia lujuriosa, un amante incansable, insaciable, que ni el mismo Kardia podía soportar su lujuria por mucho tiempo. 
 
-Mi dulce escorpión, mi amado omega, ya pasó tanto tiempo que no podré controlar mi lujuria, así que tendrás que soportarme toda la noche. 
 
Le advirtió, desvistiendo su cuerpo con demasiada rapidez, disfrutando de la mirada lujuriosa de su escorpión, que asentía en silencio, llamándolo a él, para que subiera en la cama. 
 
-Ven conmigo, yo también te deseo mi dulce alfa... 
 
Degel se acercó al cuerpo de Kardia gateando hacia el, besando los labios de su escorpión, ingresando su lengua en el interior de su boca, gimiendo en sus labios, al mismo tiempo que se restregaba contra su sexo, las dos hombrias, con movimientos cadenciosos. 
 
-Eres tan hermoso... 
 
Degel negó eso, para el, quien era hermoso era Kardia, el era perfecto, maravilloso en todos los sentidos, que le hacía perder la razón. 
 
-No, tu eres quien es hermoso... eres perfecto para mí... 
 
Degel se restregaba contra Kardia, sus sexos unidos, pero necesitaba un poco más, y fue bajando poco a poco, besando su cuerpo, lamiendo sus pezones, ingresando su lengua en su ombligo, bajando un poco más, lentamente, un poco cada vez, hasta que abrió las piernas de Kardia, que sostenía su cabello con sus manos. 
 
-Degel... 
 
Arqueando su espalda, abriendo sus piernas para darle un espacio a su amado Degel, que empezó a lamer su interior, gimiendo con más fuerza, llevando una de sus piernas a la espalda de su amante, que le probaba con lujuria, con demasiada gula, alimentándose de su cuerpo.
 
-Mi alfa...
 
Separandose cuando Kardia ya no era más que una maraña de gemidos y movimientos delicados, mirándole fijamente, con sus ojos entrecerrados, mordiendo sus nudillos. 
 
-Por favor... por favor... 
 
Degel comenzó a reírse, acomodándose entre las piernas de su escorpión, empujando lentamente, para ingresar en su cuerpo, poco a poco, gimiendo, perdiéndose en sus ojos. 
 
-Te amo... 
 
Kardia le besó de nuevo, rodeando su cintura con sus piernas, pidiéndole que empezará a moverse en su interior, empujando, empalando su cuerpo con su hombría a una velocidad lenta, aumentando poco a poco, hasta llegar al ritmo que su escorpión tanto amaba, lamiendo su cuello, sus labios, amandole con locura. 
 
-Te amo... 
 
Kardia le respondió, gimiendo, viendo estrellas cuando Degel empezó a golpear su próstata, encajando sus uñas en su espalda, gritando a causa del placer que sentía, perdiéndose en los ojos de su alfa. 
 
-Mi alfa... 
 
Degel mordió su cuello, encajando sus dientes en la piel de su omega, como si fuera una criatura salvaje, riéndose cuando Kardia encajo sus uñas con más fuerza en su espalda. 
 
-Mi omega... 
 
Degel se vacío en el cuerpo de Kardia, quien con un movimiento de sus manos, usando su cosmos, le acostó en la cama, sentándose sobre su sexo, los dos deseaban más, querían mucho más aún. 
 
-Dijiste que tendríamos una noche... 
 
Eso dijo, y eso era lo que deseaba, eso era lo que tendrían, así que sosteniendo las caderas de Kardia, volvió a empalarlo, con un sonido casi animal, gutural, de placer puro. 
 
-Y tú siempre cumples tus palabras... 
 
***41***
 
Camus caminaba en un pasillo oscuro, escuchando un aleteo, pero no de un águila, sino de un pavorreal, que se transformó en una mujer muy hermosa que le veía fijamente, con una extraña expresión en sus ojos. 
 
-El favorito de mi esposo... 
 
Camus negó eso, no era justo, no era Ganimedes, el no era el amante de Zeus, el era un santo dorado, era libre de buscar a su omega, a su otra mitad, cuyo nombre era Kardia. 
 
-Su amante, su cautivó... 
 
Camus retrocedió, o eso intento, pero escucho el grito de un águila que le lleno de terror, haciendole temblar de pronto. 
 
-¡No! ¡El no! 
 
Pronunció tratando de huir, escuchando la risa de la diosa del matrimonio, de la diosa pavorreal, que le miraba divertida. 
 
-Le tienes miedo a mi esposo, espero que si, porque aún te busca y la diosa de la sabiduría, su hija favorita, es tu guardián. 
 
Camus volteo, sin entender que estaba diciendo esa mujer sin corazón, que se reía de su sufrimiento, de su dolor. 
 
-¿Athena? 
 
La diosa que el protegía y por quién se había sacrificado, esa diosa de la bondad, de la sabiduría. 
 
-¿Conoces a otra diosa de la sabiduría? 
 
*****
 
Albafica vestía la armadura de la diosa del amor, una coraza negra, su rostro portaba una fea herida que aún sangraba, que no cubriría con un parche, para que todos comprendieran que era un alfa inútil. 
 
-Estas seguro que no quieres que cure tu herida mi pequeño pescadito. 
 
El estaba seguro, no quería que lo curará, el no necesitaba la piedad de nadie y no aceptaría que le dijera de esa forma. 
 
-Soy un guerrero mi diosa del amor, así que por favor, se lo imploró, deme ese trató. 
 
Afrodita asintió, recargada en sus nudillos, elevando su cosmos, para llamar a sus otros soldados, tal vez, para que su traicionero hijo se acercara a ellos, fuera a su encuentro. 
 
-Esta bien mi niño, eso es lo que tendrás y tu primer misión, es que le lleves este vial a Minos de Grifo en el Inframundo, junto a este pergamino.
 
Albafica asintió, haría lo necesario para recuperar a su amado cangrejo. 
 
*****
 
Eros aterrizó en el templo de Hefesto, quien forjaba más flechas en el fuego ardiente de sus hornos. 
 
-¿Donde esta mi hijo? 
 
Le pregunto, con una voz que sonaba idéntica a la de su hijo, sus ojos fríos, furiosos, fijos en el gigante de fuego, que no era tan alto como él. 
 
-Zeus le dió una daga dorada, no pude liberarlo, por eso necesito más flechas. 
 
Hefesto le golpeó con uno de sus poderosos brazos, lanzandolo lejos, acercándose a él, apretando los dientes, su rostro quemado contorsionado debido a la furia que sentía.
 
-¡Me prometiste liberarlo de ese alfa! ¡No dejarlo solo en el Inframundo, en las manos de esa bestia! 
 
Hefesto sostuvo el cuello del dios de fuego, furioso, esperando una respuesta que fuera satisfactoria. 
 
-Es por eso que necesito más flechas Hefesto, para atacar el Inframundo y traerlo a mi... 
 

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