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Paraiso Robado. por Seiken

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-Haré que preparen algunos manjares para nosotros, debes estar hambriento y no quiero que te debilites. 
 
Por supuesto que no deseaba eso, porque de perder su cosmos, no podrían seguir haciendo el amor, de una forma desenfrenada como hasta el momento había pasado. 
 
-El baño está listo, puedes adelantarte si eso deseas, yo regresaré en cuestión de minutos... 
 
Lo que deseaba era a Sisyphus, lo que deseaba era ser libre, y solo podía elegir una de esas dos opciones, esa era la libertad. 
 
-Te esperaré... 
 
Cuando el dios del sueño salió de aquella habitación, Cid llevo sus manos a su rostro, odiandose por aquello que estaba permitiendo, por permitirle a otro alfa tocar su cuerpo, pero no solo cualquier alfa, sino, uno de sus enemigos. 
 
-Y a ti, ya te he esperado demasiado... 
 
Esperaba que Sisyphus escuchara sus palabras, sentándose en la cama, aún desnudo, con varias marcas alrededor de su cuerpo, las que no deseaba ver, ni contar. 
 
-Ya no voy a esperarte más tiempo. 
 
Aun así no podía dejar de pensar en todo el tiempo que se permitió pensar en Sisyphus como su alfa, cuando era tan solo un niño y veía en silencio las cartas de Kardia, imaginandose tener lo mismo, después, a Manigoldo escondiendo su amor por Albafica, esperando que de un momento a otro, Sisyphus demostrara sus sentimientos, su amor por él. 
 
-Eso nunca pasara... 
 
Cid llevo sus manos a su vientre, donde algo le había dicho que viviría, creciendo en su interior, por nueve meses, para nacer y entonces destruir a los dioses. 
 
-Así que deja de pensar en eso. 
 
Se regaño a sí mismo, escuchando los pasos de Oneiros, como se acercaba a esa habitación, manteniéndose quieto, sin atreverse a mirar al dios menor del sueño, que, como adivinando sus temores se detuvo delante de la espada, acariciando su mejilla con la mayor de las delicadezas, agachándose a sus pies. 
 
-Usaré está oportunidad que me has dado para demostrarte que soy un mejor alfa que ese arquero, que aquí serás lo que desees, porque yo te ayudaré a lograr eso. 
 
Cid no respondió con alegría, ni creyendo en sus palabras, mirándole fijamente, con una expresión fría como el acero de una espada. 
 
-Si en verdad deseas hacerlo, ayudarme a conseguir todas mis metas... 
 
Cid sostuvo sus manos, como si quisiera apartarlo de su cuerpo, pero en vez de eso, hizo que tocará su vientre plano, que empezaba a albergar vida en su interior, la que crecería y tal vez, se llevaría su vida en el proceso, de allí, la advertencia de la serpiente que anidaba en él.
 
-De llegar a morir en el parto, tu cuidaras de este niño, si lo haces, en la siguiente vida me entregaré a ti, sin dudarlo un instante. 
 
Oneiros no le dijo que no moriría, no le prometió que todo estaría bien, sino que simplemente, cerrando sus ojos, sintiendo a la serpiente en el cuerpo de su omega, su alfa o su beta, porque de ser cualquiera de esas opciones, de todas formas sería suyo por siempre. 
 
-Lo mantendré a salvó para que puedas ser libre del arquero, y así pueda demostrarte mi valía como tu compañero. 
 
Eso lo dijo con firmeza, comprendiendo bien que no le correspondía, que aún amaba al arquero, pero teniendo confianza en el futuro, en ser correspondido por su espada, que acepto esa promesa.
 
-Y mientras estés a mi lado, Cid, yo te demostraré que soy mucho mejor compañero que cualquier otro, en especial... 
 
Cid coloco una mano en sus labios, para que guardara silencio, le dolía pensar en el, entregarse al dios menor del sueño, pero así debía ser, si quería que la serpiente abriera los ojos, que naciera y fuera libre. 
 
-No lo menciones, no digas su nombre ni hables de él, porque el dolor que siento es insoportable y no puedo dejar de pensar, que al aceptarte a mi lado, estoy traicionando a los dioses, la memoria de esas vidas juntos, mi destino y mi deber.
 
Cualquiera pensaría que Cid carecía de sentimientos, pero estaban en un error y aún el dios se daba cuenta de eso, de su temor, de su dolor, de su desesperación, de su sacrificio, para escapar de los designios de los dioses y él, aunque sabía que se trataba de la fuente de su sufrimiento, no dejaría de amarle, pero si le ayudaría a cumplir ese sueño, destruir a los dioses del Olimpo, el interminable círculo que sufrían los dueños del collar.
 
-Entonces ven, debemos darnos un baño antes de acudir a la mesa, en donde celebraremos este primer día juntos. 
 
Oneiros sosteniendo la mano de Cid, le condujo a unos baños inmensos, con demasiados lujos incomprensibles para el modesto santo dorado, los que fueron presentados ante sus ojos.
 
-Aqui es donde se bañaba Afrodita, fue creado por Hefesto como un regalo a su infiel esposa, antes de encerrarla en la red dorada, para señalar su traición con Ares... 
 
Cid podía ver qué aquella pieza era en si misma una obra de arte, con estatuas de peces que parecían vivas, con rosas y aves mecánicas, agua cristalina, descansos donde podrían sentarse a tomar el sol que entraba por vitrales de colores imposibles. 
 
-Es bellísimo... 
 
Oneiros asintió, así de grande había sido el amor que Hefesto sentía por Afrodita, un amor sincero, que pensaba iba más allá de la belleza de la diosa del amor, hasta que fue traicionado, utilizado y burlado por los dioses, todos ellos, menos su madre. 
 
-Y así de inmensa es su decepción, así de profundo su desprecio por quién fuera la mayor de sus alegrías... 
 
Oneiros le ayudo a bajar al agua cristalina, que inmediatamente curo todas sus dolencias, al menos, las físicas. 
 
-A quien espero por milenios, para comprender que nunca le amaría... 
 
Estaba hablando de Sisyphus, mezclando su historia con la del creador de ese bello templo, acariciando sus hombros, besando su mejilla, su frente. 
 
-Tal vez no sea a quien tú hubieras elegido como tú compañero, pero seré aquel que se gane un lugar aquí... 
 
Oneiros tocó el pecho de Cid, por encima de su corazón, mirándole con delicadeza, como si fuera una criatura perfecta, con tanto deseo y afecto, que no le dejó moverse, cuando acercó sus labios a los suyos. 
 
-En tu corazón, un lugar que atesorare por siempre, porque se lo valioso que es esta oportunidad, lo valioso que eres tú. 
 
Oneiros beso de nuevo los labios de Cid, quien de nuevo no pudo responder como lo hubiera deseado, gimiendo cuando el dios lo acorraló contra la pared de esa alberca. 
 
-Y espero, en algún momento, tú también comprendas lo mucho que significas para mi. 
 
Las caricias de Oneiros eran aquellas que hubiera deseado recibir del arquero, besos delicados, movimientos tenues, como pinceladas en un lienzo. 
 
-Lo mucho que te amo y atesoro, porque mis sentimientos, han nacido gracias a ti, poderosa espada. 
 
Cid respondió al siguiente beso con delicadeza, gimiendo cuando sus lenguas chocaron entre sí, sosteniendose de los hombros del dios, que acariciaba su cadera, llevando una de las piernas de la espada a su cintura. 
 
-Y yo me pongo a tus pies, mi dulce espada, como tú esclavo. 
 
Cid podía imaginarse a Sisyphus en aquel sitio, sus manos en su cintura, sus besos, sus caricias y aunque debía olvidarlo, aquello le era mucho más fácil. 
 
—Como tu alfa. 
 
Si dejaba de hablar podía pensar en su arquero, verlo a su lado, y esperaba que Oneiros lo escuchara, que pudiera callarse. 
 
Oneiros lo levantó entonces, sentándolo en el borde de esa alberca, lamiendo su muslo, encajando ligeramente sus dientes en su pálida piel, acariciando sus pantorrillas, sus labios viajando a su sexo, el que empezó a lamer, tratando de escuchar más gemidos del frío guerrero de cabello negro. 
 
Sus manos jugando con sus testículos, moviendolos con delicadeza, colocando entonces las rodillas de Cid sobre sus hombros, para sumergirse en su humedad. 
 
Cid con los ojos cerrados podía ver a Sisyphus a su lado, sus manos recorriendole, su lengua probando su sabor, el gemía para el, llevando sus manos a su cabeza, para sostenerse de la misma, arqueando la espalda, antes de recostarse en las baldosas con grabados de oro puro. 
 
Mordiendo sus labios, perdido en su fantasía, sintiendo el cuerpo de su alfa acostarse sobre el, acomodarse entre sus piernas, para empezar a empujar en su cuerpo, gimiendo con mayor fuerza, una voz que no era la adecuada, no era Sisyphus. 
 
—Cid... mi espada... 
 
Haciendo acopio de toda su fuerza, no lucho en contra de Oneiros, por el contrario, le sonrió y le acercó a él, para besar sus labios, gimiendo en su boca. 
 
—Mi espada... 
 
Cid asintió, ahora era su espada y en la siguiente vida, no sería de nadie, no le pertenecería a nadie, así que abriendo sus piernas, le dió la entrada a su cuerpo, rodeando su cintura, con gemidos mucho más fuertes todavía, aferrándose a su espalda, esperando que pronto finalizara esa desagradable danza con el alfa equivocado. 
 
—Di mi nombre... 
 
Cid cerró los ojos, luchando contra si mismo, encajando sus uñas en la espalda de Oneiros, cortando su piel, gimiendo con mayor fuerza.
 
—Oneiros... 
 
Pronunció la primera vez, casi en un susurro, para repetir ese nombre con mayor fuerza y seguridad, con forme su orgasmo le alcanzaba. 
 
—¡Oneiros! 
 
Derramándose entre ambos, sintiendo la semilla del dios en el interior de su cuerpo, caliente, ajena, comprendiendo que no era su arquero, que nunca lo sería y eso estaba bien, porque deseaba su libertad, necesitaba escapar de ese circulo interminable, del collar de su cuello. 
 
—Oneiros... 
 
El dios del sueño asintió, recargandose sobre su cuerpo, para posar delicados besos alrededor en la piel que alcanzaba a tocar. 
 
—Debemos darnos un baño. 
 
Cid asintió, permitiendo que Oneiros lo llevará a la alberca, en donde comenzarían a bañarse, en las aguas que la diosa Afrodita usaba para eso, pero habían sido olvidadas y entregadas a la amalgama de la guerra y la lujuria. 
 
—Si... 
 
Fue lo único que alcanzó a responder, sintiendo de nuevo el agua caliente mojar su cuerpo.
 
—Tengo hambre... 
 
*****
 
Hefesto jalaba más piezas de metal con sus cadenas, estaba creando muchas más armaduras, para el combate que se avecinaba, sin detenerse, sin meditar en nada más, sin desear nada más que la destrucción de Zeus. 
 
—Tus hornos están encendidos, como nunca habían estado, esposo mío...
 
Hefesto no detuvo su trabajo, ella no significaba nada para él, ya nada más que traición y dolor, su desprecio nacía de un amor traicionado, así que tal vez ella estaba buscando la muerte, al presentarse ante el en esas calderas. 
 
—¿A qué has venido? 
 
Afrodita, como si fuera una mariposa se movió en su taller con delicadeza, observando cada pieza con detenimiento, preguntándose porque no deseaba verla. 
 
—Una esposa no puede visitar a su esposo... 
 
Ella era su esposa, únicamente porque así lo dijo Zeus, pero nunca habían compartido su lecho, jamás habían estado juntos de forma carnal, a pesar de todos sus regalos, de todo su cariño, de todos sus esfuerzos, a pesar de sus crueles juegos, cuando lo seducía para lanzarlo lejos, riendo de su amor, de su desesperación, corriendo a los brazos de Ares, el dios que no le amaba demasiado, ni siquiera lo suficiente para conservarla a su lado. 
 
—¿Acaso no deseas verme? 
 
Ella se recargo en su pecho, pensando que Hefesto le aceptaría, le miraría con deseo y después, ella podría rechazarlo, pero no vio deseo en la mirada del deforme herrero, que la empujó, para seguir trabajando en sus armaduras. 
 
—Te he visto, lo se todo sobre ti, puedo decir que me gusta todo de ti, pero tú no, tú me causas repulsión, te aborrezco esposa mía. 
 
Afrodita cambio en ese momento, sus ojos brillando de color azul, su cosmos encendido, estaba furiosa al ser rechazada, comprendiendo bien cuál era la razón de ello. 
 
—Es por esa ramera, esa Europa, que tú has dejado de amarme, de adorarme. 
 
Hefesto no se molestó en responderle, ambos lo sabían, porque el había visitado a Europa durante cada una de sus vidas y de alguna forma que no alcanzaba a comprender, esa hermosa muchacha se le entregaba, era su esposa, y daba luz a su hijo, el juez de las almas, y el a cambio, le llevaba cuantiosos regalos a su familia, manteniendo a sus descendientes en la mayor de las riquezas, sus tesoros eran de sus hijos, así debía ser.
 
—No importa que tanto grites Afrodita, yo dejé de amarte cuando los vi en esa red, y tú nunca me has querido, nunca te he interesado, porque no permitirme tener a una mujer que este a mi lado. 
 
Esa respuesta hizo que Afrodita volviera a enojarse, observando entonces una manzana, otra manzana dorada, a la que se le acercó, como tratando de tocarla, pero fue repelida por un campo, creación de Hefesto, pues esa manzana era un regalo para su Europa. 
 
—Eso es para ella, para Europa, una vez que pueda estar a su lado. 
 
Afrodita se apartó, molesta, caminando en dirección de su esposo, llevando uno de sus dedos a las cuantiosas cicatrices de su piel. 
 
—¿No puedes darme una así a mi?
 
Hefesto se apartó como si ella fuera una criatura desagradable, haciendole enojar mucho más aún. 
 
—Te habría dado todo si me hubieras respetado, si no te hubieras reído tantas veces de mi, pero ya no eres nada para mí y yo odio a todos los hijos de Zeus, todos y cada uno de ellos. 
 
La diosa del amor se sentó en el aire, flotando en una nube de mariposas azules. 
 
—Haré que ella se enamore del peor hombre que exista, eso sería un excelente castigo. 
 
Hefesto no le prestó atención, ignorandola por completo, como hacía desde que la encerró en esa red en compañía de Ares, un castigo suficiente por sus actos de infidelidad, según el punto de vista de Afrodita, que no tenía la culpa de ser la esposa de semejante deformidad. 
 
—Ella está a salvó en un lugar seguro, no puedes acercarte a ella. 
 
Afrodita empezó a reírse, porque eso era cierto, Europa estaba a salvó, pero, no su hijo, este podía sufrir su venganza. 
 
—Pero no tu hijo y pagará tu desprecio con su dolor... o amor, las dos sensaciones son lo mismo.
 
Hefesto no respondió como Afrodita pensó que haría, enfocándose en su trabajo, en crear más armaduras. 
 
—Es por eso que tengo un aliado mucho más importante todavía, que hará lo que sea por estar con él, mi querida esposa y los dos sabemos, que eso es lo que en verdad te duele, que el hijo favorito de Afrodita, muere de amor por mi único hijo. 
 
Ella estuvo a punto de maldecirle, a punto de marcharse, pero se detuvo, respirando hondo, había acudido con su esposo, por un favor, para liberar a uno de sus descendientes, de la maldición impuesta por Hera, cuando se le fue arrebatada la manzana dorada. 
 
—Quiero que Hera borre el veneno de mis rosas, quiero que mis niños sean libres. 
 
Hefesto dió un golpe con su martillo en un yunque, dándole forma a una coraza. 
 
—Esa maldición no fue creada por mi madre, sino por Athena, ella también perdió la manzana dorada que debió ser suya, pero, si dejas libre de tu acoso a mi único hijo, te daré una forma en que su cuerpo soporte el veneno y no lo transmita a los demás, no maté ni a sus hijos, ni a su amante. 
 
Esa era una oportunidad única, y una forma fácil de proteger a sus amados hijos, las rosas de Athena, que tenían su sangre, de allí que su belleza fuera única en ese mundo de poco agraciados mortales. 
 
—Solo si convences a mi hijo, Eros, de liberar al tuyo de sus afectos. 
 
Eso provocó que Hefesto comenzará a reírse, llevando sus manos a su cintura, esta vez volteando a verle. 
 
—Tu eres la diosa del amor, no yo, si tú no puedes evitar que tu hijo ame al mío, yo mucho menos, y consideró que Eros es el mejor esposo que un omega puede tener. 
 
Ella maldijo en silencio, antes de escapar convertida en una nube de mariposas, diciéndose que ya estaba hecho, su venganza sucedería y ella encontraría la forma de proteger a sus hijos del veneno. 
 
—Nunca dejare de amarlo, no puedo dejar de amarlo. 
 
Hefesto lo sabía y era por eso que le ayudaría al hijo de su esposa con Ares, la mayor muestra de su traición, pero también el único dispuesto a brindarle ayuda. 
 
—Y por eso te estoy agradecido, Eros.
 
Eros se había quitado su casco y su rostro estaba al descubierto, un rostro amable, de cabello rosa, ojos del mismo color, un rostro que generaba confianza.
 
—Por el amor que le tienes a mi hijo. 
 
*****
 
En algún lugar, en una montaña que tocaba las nubes, en los restos de lo que fuera un templo de tintes romanos o griegos, una vasija sin sellos comenzaba a brillar, la criatura durmiente en su interior comenzaba a despertar y con él, llegarían todos los males a la humanidad. 
 
*****
 
Camus veía a la diosa del matrimonio con una expresión difícil de describir, al comprender que ella lo estaba culpando a él por las acciones de su esposo, como el había culpado a Milo, por su traición. 
 
—El mito dice que yo estaba pastando los rebaños de mi padre, que estaba practicando mis artes de guerra... 
 
Eso era cierto, el muchacho que odiaba tan profundamente era inocente, solo era hermoso, nada más, hermoso y fuerte, tanto que soporto la tortura del amor de Zeus, aún la soportaba sin quebrarse. 
 
—Eso es verdad, tu eres inocente, aún así pensé por un momento que debías pagar tu osadía. 
 
Camus negó eso, con un movimiento de su cabeza, horrorizado por completo, pero se mantuvo firme, sin mostrar sus sentimientos, aunque dos lágrimas resbalando por sus mejillas le dijeron cuánto le dolía esa noticia.
 
—Entonces no tengo salvación, ni un omega que me ame, o por el cual sienta un cariño profundo... 
 
Hera únicamente le miraba en silencio, con una expresión distante, sin mostrarle piedad, ni odio, nada, solo una condescendencia que lo hería profundamente. 
 
—Nunca sabré nada del amor. 
 
Ella sonrió en ese momento, como si le diera risa sus palabras, porque de hecho si conocía el amor, pero no pudo comprenderlo hasta ese momento, cuando ya lo había perdido todo. 
 
—Tu sabes que eso es mentira, porque yo cree un omega para cada alfa, para cada hijo de mi esposo y aún tu, que eres su amado, tienes un compañero que espera por ti, que te quería, pero tú lo arruinaste siguiendo un espejismo. 
 
Camus jadeo, pensando en quien podría ser su omega, Surt, no, el pelirrojo estaba tan dañado como él y necesitaba de un alfa que sintiera por los dos, que pudiera liberarlo de su odio, su tristeza, Hyoga tampoco, el estaba enamorado de Shun, ese muchacho andrógino que resultó ser un alfa escondido en la isla andrómeda, entonces, quien más podría ser.
 
—Es Kardia, es ese escorpión de esta época, él es aquel destinado para mí, no para Degel. 
 
Ella negó eso, Degel y Kardia eran uno solo, su amor era sincero, su cariño, quienes tendrían hijos poderosos, que al final, darían a luz a Ganimedes, cuyo nombre era Camus. 
 
—Ellos son alfa y omega, principio y fin, tu lo sabes, tu entiendes que no puedes separarlos, aunque deseas amar a alguien diferente, por alguna razón, que no alcanzo a comprender. 
 
De pronto comprendió lo que Hera le estaba diciendo, lo que no deseaba comprender. 
 
—Milo... Milo es mi omega... 
 
Ella asintió, con una expresión casi maternal, sosteniendo su hombro, para darle una misión, ya que usaba la armadura que sería de uno de sus guerreros, podría llamarlo tatarabuelo, pero seguramente habían más generaciones entre ellos. 
 
—Zeus está por despertar, ya sea en esta guerra, o la que viene, lo hará y adivina quién será su primer víctima. 
 
Los ojos rojos de Camus mostraron su terror, comprendiendo por vez primera, lo que era el verdadero miedo, pero no por el, sino por su omega. 
 
—Este dolor... ¿Qué es este dolor? 
 
Era miedo, ambos lo sabían, así que Hera no diría nada al respecto, solo esperaba que Camus comprendiera lo que se le decía. 
 
—Quiero un guerrero en la época de dónde vienes, necesito de ti, Camus, tu omega también lo hace y Athena, no es más que tú chaperona, tu guardiana, para que no sientas amor, ni deseo, para alejarte de mí, pero este día estoy dispuesta a darte una oportunidad, así que decide, Zeus... o yo. 
 


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