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Paraiso Robado. por Seiken

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Minos volvió a leer el mensaje de Afrodita, una vez que su ángel se marcho del Inframundo, Radamanthys estaba observando sus libros, recorriendo los títulos con lentitud, deteniéndose de vez en cuando al ver un tomo que llamaba su atención, pero no terminaba de decidirse.

El frasco en sus manos tenía un propósito, que su omega se enamorarse perdidamente de él, y que olvidará a viejos amores, purgaría su memoria de Valentine, el único obstáculo para que pudieran ser felices como siempre debieron serlo.

-¿No te decides porque leer?

Le pregunto, acercándolo a él, para sentarlo en sus piernas, suspirando al recargar su cabeza contra su cuerpo.

-Hueles tan bien, podría estar así todo el tiempo del mundo.

Radamanthys llevo una de sus manos a su cabeza y empezó a acariciar su cabello con delicadeza, con suavidad.

-¿Se siente bien?

Le pregunto con una sonrisa, haciendo que pensara en sus sueños de antaño, asintiendo, para pegarse a su cuerpo, porque esas caricias, esa tranquilidad se sentían demasiado bien.

-¿Qué es lo que te dio Afrodita?

Radamanthys trato de tocar el frasco, pero Minos lo alejo un poco, negando eso, para después acariciar la mejilla de su omega.

-Es un secreto, sólo para mis ojos...

Radamanthys apartó su mano de la botella, antes de que Minos sospechara de sus intenciones, acariciando su cabeza como si fuera un niño pequeño, tal vez un cachorro.

-Pero que pronto utilizaremos mi pequeño hermano.

Radamanthys se mantenía sonriéndole, aunque ya había pasado esa laguna, ese momento de debilidad en el cual se sintió sumido en una nube de negrura interminable, todo gracias a esa armadura azul, que le hizo recordar su promesa, a su alfa elegido, su Valentine.

-Siento tanto lo mucho que has sufrido a causa mía, Minos, todas estas vidas desperdiciadas, todos los años separados y de saber que tú me reconociste, no me habría importado el trono, mucho menos el desprecio de nuestro padre, yo te habría aceptado conmigo.

Radamanthys sabía que eso era lo que Minos en su demencia deseaba escuchar por sobre cualquier cosa, que deseaba creerle, y que lo escucharía, porque era eso con lo que soñaba todo el tiempo, con el bajó su mando, dependiendo de sus deseos y obedeciendo sus órdenes, aunque se tardó demasiado en descubrirlo.

-Ahora que ya estás conmigo, siento que una nube oscura que no me dejaba verte bien, se ha disipado, que al fin puedo respirar con tranquilidad.

Minos mantenía una sonrisa pacífica, la clase de expresión que tenía siempre un hombre como él cuando por fin obtiene lo que desea, y solo está pensando en cómo disfrutar su merecido premio.

—Te prohíbo mencionar su nombre, o su simple existencia si quiera, ese bastardo jamás existió y no regresará, así que lo mejor es borrarlo de la faz de nuestras vidas.

Radamanthys asintió, tragando un poco de saliva, aún abrazado al cuerpo de Minos, que llevo una mano al interior de su túnica, para acariciar su muslo izquierdo y después una de sus nalgas, notando que como se lo había pedido, no llevaba otra prenda, más que esa túnica o esas joyas, le había obedecido, como un buen omega Cretense hacia con su alfa.

—Porque a pesar de tenerte en mis brazos, a mi lado, me doy cuenta que tú luchaste por estar lejos de mí, de mi afecto, tu quisiste arrebatarme mi paraíso, junto con él.

Minos llevo entonces sus dos manos a sus caderas, besando su sexo por encima de la túnica, escuchando sus gemidos, que el trataba de hacer más sonoros.

—Pero ese bastardo era poderoso y pudo utilizar un simple momento de debilidad, en nuestra contra, nublar tu mente.

Lo sentó en el escritorio, que había sido reparado, pero que aún tenía la grieta que provocó en su intento por negarse a Minos.

—Pero al recordar tu rechazo, me duele demasiado, me duele pensar que tú, aunque eres mi omega, no me amas, no quieres estar a mi lado y yo tuve que pelear contigo, para tenerte a mi lado.

Radamanthys escuchaba las palabras de Minos, tragando un poco de saliva de nuevo, gimiendo al sentir sus manos en su cuerpo, su boca sobre su sexo.

Pero de pronto Minos detuvo sus caricias, abriendo las puertas que daban a su sala de juegos, que ante los ojos de Radamanthys era en realidad, un cuarto de tortura.

—Tu me atacaste en este mismo sitio, esos libros en el suelo, son obra tuya, esos estantes rotos también, cuando me ordenaste detenerme, cuando fuiste tan cruel con tu pobre alfa, tu hermano mayor que solo deseaba recuperar su paraíso y alejarte de esa arpía.

Radamanthys no podía mostrarle nada de miedo, se suponía que confiaba en su alfa, así que le besó con ternura, sentándose sobre su escritorio, con las piernas abiertas, tratando de seducirlo, por alguna razón que no alcanzaba a comprender, tal vez, simple sentido de conservación.

—Y por eso quería brindarte un poco del dolor que tú me hiciste sentir, en mi cuarto de juegos.

No quería entrar a ese lugar, no quería ser torturado hasta la locura por su alfa, como a esos efebos que mantenía a su lado, por una semana o unos cuantos días, si eso pasaba, no tendría la fuerza, ni la voluntad, para escapar de su prisión.

—Pero no te haré daño, porque por fin estás conmigo, al fin me has reconocido...

Eso lo dijo con una sonrisa sádica, acariciando sus mejillas, para besarle con delicadeza, su cuerpo reaccionando al suyo, el que no podía negar su deseo, ni siquiera cuando era un joven, sufriendo en silencio la peor de las condenas.

—Pero si llegaras a mentir, si llegaras a usar mi afecto en mi contra para intentar manejarme como un muñeco, para poder escapar, tendré que castigarte y no quiero hacer eso, porque terminaras temiendo a tu alfa...

Eso lo decía con algo parecido a la ternura, pero Radamanthys podía darse cuenta que Minos esperaba ese día, descubrir su mentira, para poder someterlo a sus juegos sin sentirse culpable o un alfa injusto.

—Terminaras como esos otros que use como un remplazo tuyo, y eso no debería pasar...

Radamanthys negó eso, besando los labios de Minos con delicadeza, lamiendo su boca y llevando una de sus piernas a su cadera, gimiendo un poco más, con lo que esperaba que Minos, viera como sumisión.

—Hazme el amor...

Además, quería que olvidará la que él decía se trataba de su traición, ignorando su humillación y el cruel asesinato de su alfa, sus súplicas o su amor por él, que solo pensara en su cuerpo, en sus placeres.

—Quiero hacer el amor Minos, llévame a nuestra cama y hazme tuyo...

Minos como si no comprendiera su actuación, como si en realidad pensara que después de una amenaza como esa, de ser torturado hasta que le tuviera miedo, el desearía compartir su lecho, le cargo en sus brazos, deteniéndose con la mirada fija en su cuarto de juegos, a lo que Radamanthys lamió su cuello, suplicándole de una forma más primitiva, restregando su rostro contra el suyo, le pidió que le llevará a donde podían hacer el amor.

—Mi señor Minos...

Pero, uno de sus subalternos los interrumpió, llamando la atención de Minos, que cargaba a Radamanthys en sus brazos, era el de los ojos negros, quien le odiaba al ser un omega, por ser el amado de Minos.

—Minos... te necesito...

Aquello lo dijo entre gemidos, esperando que Minos lo escuchara, quien a su vez, usando sus hilos, cerró su puerta sin siquiera molestarse en atender a su subordinado.

—Te deseó...

Minos únicamente sonrió, llevándolo a su alcoba, depositando su cuerpo en la sábana blanca, admirándolo en silencio, acariciando su torso, su vientre que ya tenía vida, sus piernas, encontrándolo sumamente hermoso, demasiado agradable, pero aún faltaba algo más.

—Hoy quiero probar algo nuevo, mi pequeño hermano.

Radamanthys asintió, sentándose en la cama, notando las cadenas, doradas, con gruesos grilletes, cadenas que como lo dijera Pandora, combinaban con el color de su cabello.

—Se que los dos lo disfrutaremos, pero deseo tener tu permiso y para que veas que tú eres diferente a los demás, te permitiré tener una palabra que me haga detenerme cuando así lo desees.

Radamanthys estiro sus muñecas, tratando de verse seguro, para que Minos le colocara las cadenas, sintiendo el frío del metal besar su piel.

—Confió en ti, sé que cuando te pida algo, me lo darás, como el omega que dará a luz a tu Aquiles y nunca lo pondrías en peligro.

Minos le besó al no escuchar esa palabra de seguridad, esa explicación, recordando a su heredero, un guerrero nacido de su omega, poderoso, hermoso e inalcanzable, no sabía si era un alfa, o un omega, o un beta, pero no le importaba en lo absoluto.

—Jamás... jamás te haría daño, ahora que por fin estás conmigo.

Las cadenas las sujeto a los barrotes de su cama, elevando sus brazos, en una postura incómoda.

—Tengo otras cadenas, Radamanthys, el metal está frío, pero los dos sabemos que se siente bien contra la piel, no es verdad, mi dulce omega.

 

Radamanthys respondió besando sus labios, asintiendo, el metal cuando lo usaba Valentine no era tan desagradable, pero eran pocas las veces que lo usaron, generalmente preferían el cuero, con el interior afelpado, para no marcar demasiado su piel, no llegar a cortarla, pero este era Minos y él prefería el metal.

 

—Puedes ponerme esas cadenas, mi alfa.

 

Minos colocó dos grilletes más en sus tobillos que sujeto a los barrotes a los pies de la cama, donde había un aro, firmemente instalado para ese momento, sus rodillas fueron separadas, por una barra, está si tenía terminaciones de cuero.

 

—Siempre soñé con tenerte así, en mi cama, expuesto para mí.

 

Qué unió a las cadenas de sus tobillos, colocándolo en una postura incómoda, que lo exhibía ante su alfa, que se relamió los labios al verle, pero aún faltaban más objetos, una barra más chica a sus espaldas, sosteniendo sus brazos para que no pudiera separarlos con facilidad.

 

—Y el último toque, esta cadena, he soñado con ella, queda perfecta con el collar que estás usando en este momento.

 

Radamanthys trago un poco de saliva, pero recibió el beso de Minos, para intentar llamarlo a él, a su cuerpo, sintiendo como las cadenas eran elevadas con un mecanismo simple, que lo dejo a un metro de distancia de la cama, a la altura del sexo de su alfa, para cuando quisiera poseerlo.

 

—Te ves tan hermoso, tan apetecible, como un delicioso manjar que solamente yo puedo poseer.

 

Radamanthys intentó pedirle que se diera prisa, para terminar rápido con esa sesión de sexo, para liberar sus manos de los grilletes, pero en especial su cuello.

 

—Y ahora, la cereza del pastel…

 

Radamanthys vio la máscara que uso con Valentine ese mismo celo, reconociendo entonces algunas de sus pertenencias, juguetes pequeños, que casi no utilizaban, pero lo hacían a petición suya.

 

—Los encontré en tu cuarto, eran tuyos y creo que no han sido usados, porque tú celo apenas comenzaba, pero, seguramente de seguir su curso, le habrías dejado usarlos contigo… cada uno de ellos, para gemir en sus brazos, no es verdad…

 

Radamanthys negó eso con un movimiento de su cabeza, sintiendo los labios de Minos de nuevo en los suyos, estaba molesto, pero no era la culpa de su omega que lo hubieran engañado de esa forma, supuso, colocando el antifaz que no le permitía ver, y también, un bozal, para mantener su boca abierta.

 

—Te amo Radamanthys, y tú pronto me amaras a mí también.

 

Radamanthys aún trataba de actuar su deseo, pero no pudo evitar tratar de quebrar las cadenas, que resistieron sus tirones, sus intentos desesperados por separarse, su miedo por ser castigado por su alfa, el bozal evitando que pudiera pronunciar alguna palabra inteligible.

 

—No puedes romper esas cadenas, pero cuando terminemos aquí, tú ya no querrás librarte de ellas, porque me amarás, con un cariño sincero, un amor que debí tener desde nuestra juventud.

 

Minos entonces tomó el vial de entre sus ropas, colocando dos dedos en la lengua de Radamanthys, antes de dejar caer el elixir azul en su boca, no importaba si lo tomaba por su propia voluntad, si le obligaba, si bebía toda la botella o apenas unas gotas, al consumir el regalo de Afrodita, olvidaría a Valentine, para solo pensar en él, como Minos únicamente le amaba a él, como solamente soñaba estar al lado de su omega, quien tosió un poco, pero trago el líquido, casi ahogándose con él.

 

—Dormirás un poco, al despertar, podré creer tus mentiras, mi dulce Radamanthys…

 

Lo beso en los labios, y después, dejó bajar las cadenas, liberando sus piernas de la barra, pero dejando puesto todo lo demás, observando cómo iba perdiendo el sentido, con esas cadenas en su cama, adornando su piel.

 

—Duerme bien, yo tengo dos almas que visitar…

 

Minos beso la frente de Radamanthys, para después marcharse, con un paso lento, dejando que su regalo funcionará como debería, cerrando las puertas por si acaso, con un mecanismo creado por el traicionero Dédalo, en ese cuarto que carecía de ventanas, o salidas, creado para mantener a su amado compañero a su lado.

 

—Si de alguna forma dejan que se vaya… los destruiré.

 

Minos salió de su torre con un paso lento, deteniéndose en el mismo puente en donde peleó con su hermano, donde ese mocoso le brindo su ayuda, riéndose al pensar que tres días atrás el había guardado silencio, observando cómo esa arpía tomaba a su omega, como fue insultado, atacado, solo por defender su amor, su paraíso, aún en el pasado, su esposa lo acusaba de ser un libertino, de ser un depravado, Asterión, de cosas peores.

 

Y era a ellos a los que deseaba ver, a ella la encerró en el círculo de la lujuria, a Asterión, solo por cuidar de su madre, por darles una vida cómoda y porque Radamanthys no aceptaría un círculo menor, con los paganos ilustres, con los pensadores del pasado, para ver, si de alguna forma, esos hombres de bien, esos hombres justos, de extrañas costumbres, le hacían ver su error, pero Asterión era un necio, que a pesar de todo ese tiempo, aún seguía firme en condenar su amor por su omega.

 

Al verlo muchos de los paganos se acercaron a él, para intentar hablarle, convencerlo de mandarlos a los Campos Elíseos, como si fueran mendigos buscando una limosna, pero no podía hacerlo, no se lo merecían, en cambió, llevarlos a ese círculo era lo mejor que podía hacer, por personas que admiraba.

 

Aun conservaba su corona de hojas de oro, la que le arrebató a Radamanthys, cuando intentó encerrarlo en su laberinto, para poder protegerlo, cuando escapó de sus brazos, con ayuda de esa arpía.

 

Minos iba caminando golpeando algunos barrotes, de unas celdas que no estaban cerradas, deteniéndose frente a la habitación de quien dijo ser su padre, su collar brillando sobre su armadura, con una sonrisa de absoluta satisfacción en su rostro.

 

—Hola… querido padre.

 

Minos se agachó frente a su padre con una sonrisa satisfecha, burlona, jugando con el collar con el grifo en su esfera, viendo cómo su padre respiraba hondo, reconociendo ese collar.

 

— ¿Qué has hecho?

 

Antes de responder a su pregunta, relamió sus labios, respirando hondo, con una expresión de triunfo, grabándose aquella conversación en su memoria, los gestos de su padre.

 

— ¿Cómo has estado? ¿Está celda es cómoda?

 

Minos se puso su corona, la que era del tamaño de su cabeza, la que debió portar cuando su padre lo nombrará emperador y la que hubiera usado, de haberse casado con su omega, si su padre les hubiera querido de la misma forma a los tres.

 

— ¿Qué has hecho?

 

Asterión estaba sentado en el suelo, seguía siendo humano, con una extraña apariencia, como si fuera una estatua con vida propia, tonos rocosos cubriendo su piel, dándole un aspecto inhumano.

 

—Lo hice, al fin es mío, y nadie jamás podrá quitármelo.

 

Pronunció con sadismo, recordando esa primera ocasión que pudo poseer su cuerpo, sus gemidos, su sangre y su dolor, el sufrimiento de esa arpía, el castigo que le implementó, como lo recibiría, una vez que sus memorias de esa ave de rapiña fueran borradas.

 

— ¡Qué le has hecho!

 

Asterión lo sostuvo de su ropa, furioso, seguro que ese collar era el de su hermano, que le había hecho algo malo a su hijo favorito, que le dijo, intentó llevarlo a los Elíseos, pero Minos tenía la última palabra y decía, que no se merecía el descanso, en ese momento, tenía un collar con manchas rosas, de un alfa que le hacía feliz y eso, al final, era lo único que deseaba cualquier padre, ver a su hijo feliz.

 

—De una escala del uno al diez, uno siendo una noche común en la alcoba de un emperador Cretense, diez el bacanal más depravado que puedas imaginar, yo diría, no por falta de modestia, que un siete.

 

Quería burlarse de Asterión, hacerle ver lo poco que le importaba, lo mucho que había disfrutado el poseer a su hermano, quien, ya esperaba un hijo suyo, según las propias palabras de su padre, Zeus.

 

—Al fin lo he recuperado, al fin conquiste mi paraíso, después de todos estos años, he comprendido el significado de la verdadera felicidad.

 

Respondió con una expresión serena, dándole unas palmadas a su padre, como burlándose de él, quien negó eso, después de todo, fue por culpa suya que su hermano no estuvo a su lado cuando debería estarlo.

 

— ¡No es verdad, no puedo creerte, tú no eres más que un mentiroso!

 

Minos volvió a reírse, sosteniéndolo de la ropa para alejarlo de su cuerpo, poniéndose de pie, alejándose unos cuantos pasos, borrando su sonrisa por una mueca de puro odio.

 

—De nada te sirvió retar a los dioses, arrebatarme a mi omega, al final, la diosa Hera y el dios Zeus son nuestros creadores, ellos nos desean juntos, como ahora lo estamos.

 

Asterión de nuevo tuvo miedo de Minos, cuyo desprecio podía verse dibujado en su expresión, mirándole con náuseas, con demasiado desagrado.

 

—Y pensar que de ser un buen padre tú hubieras disfrutado de una larga vida, de regalos de tus hijos agradecidos, de los campos Elíseos, pero sobre todo, habrías visto a mi Aquiles crecer, convertirse en un emperador ejemplar…

 

Asterión jadeo al entender aquella implicación, su hijo favorito, encerrado con Minos, embarazado de su propio hermano, su pobre Radamanthys.

 

—Por cierto, mi omega, mi pequeño y dulce Radamanthys, espera un hijo nuestro, el primero de muchos que vendrán.

 

Asterión al principio no se atrevió a decir nada, observando a Minos fijamente, apretando la tierra, escuchando sus pasos, como se alejaba de su celda.

 

—Su alfa elegido, esa entidad de llamas, vendrá por mi querido hijo, no lo dejara solo, eso es lo que me ha prometido y a diferencia tuya, el no es una deshonra, un demente o un parricida.

 

Minos se detuvo, furioso al principio, pero después negó eso, riéndose de su amenaza, porque esa entidad había sido asesinada, la misma noche que su omega fue suyo la primera vez.

 

—La destruí, frente a los ojos de mi omega, al mismo tiempo que le hacía mío, padre, así que mi paraíso será eterno.

 

Comenzó a reírse en voz alta, carcajeándose al escuchar su dolor, regresando a sus habitaciones, Pasifae no era importante en realidad, ni siquiera pensaba que hubiera algo de ella que pudiera reconocerlo, así que, lo único que necesitaba era regresar con su amado hermano, su omega.

 

Las puertas aún estaban cerradas y con algo de miedo las abrió, pensando por un momento, que ya no le vería de nuevo, pero allí estaba él, en el suelo, después de intentar huir de su habitación, demasiado débil, cansado, tal vez confundido.

 

— ¿Has sido un buen chico, mi dulce hermano?

 

Radamanthys intento apartarse cuando sostuvo sus hombros y cuando le quitó el antifaz inmediatamente se acercó a él, recargando su cabeza en su hombro, temblando, como si fuera un joven no mayor de su edad física, de unos veintitrés años, no un espectro, solo un muchacho inocente.

 

— ¡Minos! ¿Quieres el trono? Es tuyo… ¡Pero quítame estas cosas, por favor, sólo quítame estás cosas!

 

Fue su respuesta, recargado en su cuerpo, temblando, permitiendo que posara sus manos en sus hombros, alejándose al ver su armadura, esa extraña coraza negra.

 

— ¿Qué llevas puesto? ¿Dónde estamos?

 

Minos sonrió al pensar, que después de todo, Afrodita si trato de vengarse de él, robándole todos los recuerdos a su hermano, pero en vez de una venganza, le hizo un favor, porque cada uno de sus recuerdos, en especial su primera vez juntos ya no existían más, dejándolo limpio de rencores y odios, haciéndolo mucho más fácil de enamorar, seducir y controlar, supuso, justo como hubiera sido en su primera vida.

 

—Esto es el Inframundo.

 

Radamanthys parecía no entender de que le estaban hablando, únicamente sujetaba sus cadenas, preguntándose donde estaba y porque estaba vestido asi, con esa ropa, con esas cadenas, y porque Minos se veía tan diferente.

 

—No te entiendo Minos…

 

*****

 

Afrodita sonreía complacida al pensar que aquel hombre del que se había enamorado su hijo había muerto, el espectro ya no existía, solo el omega estúpido que confiaba demasiado en su hermano, un inocente que creería todo lo dicho por Minos, que no confiaría en su hijo, solo en su hermano, o un estúpido que seria violado por su hermano sin que pudiera entender la razón de aquella locura.

 

—Soy una buena madre y solo estoy protegiendo a mi pequeño ángel de una bestia desagradable y de la furia de Minos, que tiene el apoyo incondicional de mi padre…

 

Afrodita susurro, bebiendo un poco mas de aquel licor, en los vasos fabricados por su esposo, recordando una época en la cual hubiera hecho todo por estar a su lado.

 

— ¿Eso está mal?

 

Albafica no supo que responder, porque para el habían hecho una atrocidad, pero lo único que deseaba era recuperar a su cangrejo, no era ese el momento para temer por otros omegas, mucho menos espectros, pero sin duda, seria una de las acciones de las cuales se arrepentiría de llegar a viejo.


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