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Paraiso Robado. por Seiken

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Albafica dejo que se marchara, no podía hacer nada más, recordando que la diosa del amor al principio le dijo que sólo matando a su hijo podría ser libre su cangrejo, o tal vez matando a Aspros, sin embargo, allí estaba la flecha negra que haría que se enamorara de su enemigo.

— ¡Eso es todo! ¡Es lo único que harás!

Grito de pronto Yato, furioso con Albafica, que volteo a verle confundido, preguntándose de qué estaba hablando el pequeño omega que huyó con Manigoldo.

— ¡Manigoldo se arriesgo para llegar a ti, para dar contigo, y tú no harás nada!

Le gritó deteniéndose a su lado, como si deseara golpear su torso, pero deteniéndose porque le habían hablado del veneno y porque no pensaba que Manigoldo estaría contento con él, si lo atacaba.

— ¡Dejaras que se lo lleve, que le siga haciendo daño!

Albafica no dijo nada, no se atrevió a eso, porque tenía razón, no era más que un mal alfa, que no podía proteger a su amado compañero.

— ¿Tan poco valen los omegas?

Albafica cerró los ojos, escuchando los pasos de Regulus, pues la diosa del amor estaba observando algo a través de una burbuja, como si estuviera meditando qué hacer.

—Porque Manigoldo dijo que eras el mejor de los alfas, el más amable y el más hermoso, que darías todo por él…

Regulus se detuvo a lado de ambos, guardando silencio, escuchando lo que decía el omega de bronce, que estaba sumamente afectado.

— ¡Pero se equivocó, tú prefieres quedarte aquí, en la seguridad, antes de salvar a tu omega!

Pronunció con una expresión de la más absoluta desesperación, sintiendo de pronto como colocaban una mano en su hombro, ese era Regulus, que a diferencia de Yato se daba cuenta que Albafica lloraba, al menos, por el ojo que aún conservaba, una vez que había perdido toda su belleza.

—De pelear por él…

No le importaba el dolor de Albafica, solo que buscarán al señor Manigoldo, que había sido capturado por Aspros de nuevo, regresado al santuario a rastras, quedándose solo está vez.

—Tienes razón, soy sin duda el peor de los alfas, no he podido proteger a mi cangrejo y ya no soy hermoso, no lo culparía si me odiara, pero aún así, yo le amo, yo lo regresaré a mí, con o sin tu ayuda diosa Afrodita.

La diosa del amor al escuchar su respuesta se levantó de su trono, era una mujer voluble, no quería que matarán a su hijo, aunque se lo merecía por traicionarla, por lo que había hecho con su omega, con ese pobre alfa inocente.

— ¿Piensas traicionarme?

Albafica no necesitaba responder esa pregunta, porque ella sabía que no tenía su lealtad, no era uno de sus ángeles, pero si podía ser su enemigo, de eso y más era capaz un alfa protegiendo a su otra mitad, a su omega, el lazo que les unía.

—Me prometiste ayudarme a salvar a mi omega, pero tú no deseas ayudarme, solo que busque a tu hijo y lo traiga de regreso, sin que lo lastimé, supongo, porque ya te arrepentiste de tu primera orden.

Afrodita se levantó del trono que utilizaba, elevando varias mariposas que se prendieron en llamas, estaba furiosa y le demostraría a ese alfa, que no podían engañarla, no podían abandonarla.

—Porque podrías intervenir antes de que se llevarán a mi omega, y no lo hiciste…

Afrodita apretó los dientes, tomando una imagen aterradora, cubierta por llamas azules, furiosa como nunca antes había estado, elevando sus manos, dispuesta a castigarlo.

—Eres un mal hijo, como Eros, tú también quieres abandonar a tu madre y dejarme sola, para pudrirme en este sitio.

Albafica y Regulus se prepararon para recibir ese golpe de cosmos, sin embargo, repentinamente, el techo del templo de la diosa del amor fue destruido cuando un gigante pelirrojo aterrizó en el, a sus espaldas estaban dos sujetos, uno de cabello blanco y ojos amarillos, con una sonrisa casi demente e Itia, que era un aliado del dios Eros.

—Eso es lo que te mereces, maldita bruja…

El soldado de cabello blanco pronunció, relamiendo sus labios, apuntando a la diosa del amor con sus flechas, riéndose al ver su terror, pero no por verle a él, sino, por ver a su hermano, que como era su costumbre aparentaba tranquilidad, paz, quietud, como si nada le molestara en absoluto.

— ¡Tú! ¡Mi padre te destruyo!

Aquiles negó eso, no lo habían destruido, pero, qué más daba, su hermano destruiría a los dioses y él podría verlo, disfrutarlo en todo su esplendor.

—Solo destruyó su cuerpo, encerró al pobre en el Inframundo, pero, ya fue liberado, por tu despechado hijo, para ser precisos…

Eso lo dijo canturreando, sin atacarla, haciendo que Afrodita presa del terror se marchara a toda velocidad, abandonando su templo, dejando atrás a Albafica que de pronto perdió su armadura, a Regulus que se veía sorprendido y a Yato, que no alcanzaba a comprender que estaba pasando.

—Parece que llegamos a tiempo para evitar que fueras destruido y que siguieras confiando en esa ramera traidora.

Itia entrecerró los ojos, no le gustaba que un omega hablara de esa forma, mucho menos que se comportara de aquella manera tan desagradable, como si no tuviera sentimientos, ni piedad ni empatía.

—Aquiles cuida ese lenguaje, siempre logra meternos en problemas…

El omega de cabello blanco bufo molesto, cruzando sus brazos en silencio, notando como Itia sonreía, al menos el hermano mayor podía controlar a ese omega salvaje.

—Yo soy Tempestad, él es mi hermano Aquiles, somos tu única esperanza de recuperarle.

Albafica abrió los ojos sorprendido, encontrando ridículo que en ese momento parecía que muchos deseaban protegerles, como si fueran importantes para el futuro.

— ¿Cómo sé que puedo creerles?

Aquiles sonrió al verle con una expresión de completa incredulidad, suponía que no era cosa de todos los días que alguien más quisiera ayudarle a proteger a la persona que amaba, o tal vez se había repetido mucho eso.

—Se dice gracias, maldito malagradecido…

Tempestad únicamente suspiro, sumamente molesto, mirándole fijamente como esperando que solo así se callara, pero no lo hizo, riéndose por esa actitud.

—Solamente estoy diciendo lo que pienso y nuestro padre nos deja ser libres, decir lo que deseamos.

Era cierto, su padre era un maestro ejemplar, un hombre justo, cariñoso, quien les había criado aunque no tuvieran su sangre y por eso le estaba agradecido, pero a él tampoco le gustaba esa actitud, no porque fuera un omega mal hablado, sino, porque no creía que esos modales fueran necesarios.

—Pero no le gusta que maldigas y seas descortés con nuestros futuros aliados…

Albafica comenzaba a desesperarse, esperando escuchar algo que pudiera ayudarle a recuperar a su omega, viéndole fijamente, tratando de reconocerle de cualquier sitio, su apariencia, su rostro, pero se le escapaba.

—Quieres algo que te haga confiar en nosotros, Albafica, pues, te lo diré, tu omega morirá poco antes de dar a luz, a causa de tu propia sangre envenenada y al darte cuenta de lo que hiciste, al ser libre del Satán Imperial, te matarás allí mismo.

Albafica no supo que decir, creyendo lo que decía ese guerrero, preguntándose porque le estaba brindando ayuda.

—Shion desea liberar a Zeus antes de lo que debe hacerlo, en esta época, para que pueda poseerte, matar a Manigoldo y a todos los omegas que aún conservan la vida, a mi compañero y a mí, cuando aún no he nacido, así que…

Tempestad esperaba una respuesta de Albafica, que no llegó, haciendo que Aquiles sonriera, la clase de sonrisa que usaba ese alfa de cabello blanco, el juez Minos, como si fueran plumas del mismo pájaro.

—Deseas ayudarnos o aún quieres perder nuestro valioso tiempo…

La respuesta era obvia, les brindará toda la ayuda que podía, para que su cangrejo no perdiera la vida.

—Te ayudaré, pero antes, Manigoldo tendrá un hijo mío, o de Aspros…

Tempestad entrecerró los ojos, con una extraña sonrisa, ladeando su cabeza, pues el mismo no se parecería en nada a su hermano, de haber sobrevivido lo suficiente, a pesar de que nacieron de la misma madre, en este caso del mismo omega, pero el tenía la fuerza de los dioses recorriendo su cuerpo, por lo cual era mucho más fuerte que su hermano, porque se trataba de una criatura parecida a un dios.

—Habría tenido dos hijos, de quién… no lo sé, pero eso importa, abandonarías a tu cangrejo después del martirio que está pasando, porque su vientre dio a luz hijos que no tenían tu sangre, o le odiarías a uno y amarías al otro…

Albafica pensó en esa posibilidad, que esos niños no fueran suyos o que fueran de diferente padre, pero la respuesta era la misma, no podría odiar a ningún niño nacido de su omega, y esos niños debían ser suyos, de su sangre, de la de su cangrejo.

—Como en las tragedias griegas…

No podía odiar a dos niños, porque no sabía de quién eran esos niños que nacerían, que crecerían en una familia con una hermosa casa, rodeados de afecto, sin veneno, ni tragedias.

—Esos niños serán míos, aunque no lo sean, yo los cuidare como si fueran míos y convenceré a mi cangrejo de que son míos, así no sabrán la clase de alfa que los engendró, ni el sufrimiento de su omega.

Tempestad asintió, complacido con esa respuesta, Aquiles no dijo nada, pensando que algunos niños sí tenían suerte, en cambio el siempre sabría que su progenitor era un monstruo que destruyo a su omega, como todos los alfas que conocía, como aquellos que habitaban el santuario, como Shion, como Itia, como tantos infelices, que no deseaba tener nada que ver con ellos y lo que él deseaba era que ese círculo se destruyera de una buena vez.

—Estamos perdiendo mucho tiempo, ya podemos irnos…

Se quejo haciendo casi un berrinche, con un tono de voz que no dejaba nada en duda, con una molestia que llamo la atención de Itia, que comenzaba a pensar que ese omega era por mucho peor que Sage, riéndose al pensar en la clase de futuro que tendrían, cuando los omegas creyeran que podían existir sin un alfa.

—Eres demasiado mandón para ser un omega, acaso no te enseñaron nada en el futuro, no existen reglas ni modales, por eso los omegas se comportan como unos salvajes.

Aquiles volteo a verle, con una expresión que le decía cuanto le detestaba, pero solo porque Tempestad le suplico con la mirada que no hiciera nada, guardo silencio, recordando lo que su padre, que no era su progenitor, siempre le decía, debía actuar con la cabeza fría, no dejarse llevar por sus demonios, pues estos siempre se cobraban lo que uno más quería.

—Debemos partir, Afrodita debe estar a punto de reunirse con tu enemigo…

*****

Kardia aún acariciaba el cabello de Camus, que era del color de la sangre, como aquel que tenía su madre, lo recordaba bien, porque era del color de las manzanas que tanto le gustaban.

—Se parece tanto a ti…

Susurro observando a Degel que les veía a los dos, tratando de imaginar a un niño más pequeño en lugar de ese hombre adulto, preguntándose cuanto tiempo pasaría antes de que su escorpión tuviera su primer hijo.

—Quiero tener más de un hijo…

Respondió desde su asiento, haciéndole sonrojar, no era momento de hablar de eso, apenas podía imaginarse teniendo un niño, más de uno era demasiado extraño para él y Degel parecía ya estaba imaginándose toda una docena de cubitos de hielo.

—No es momento de hablar de esto…

Degel únicamente comenzó a reírse, acomodando sus lentes en el buro a lado de su cama, preguntándose de la misma forma, porque parecía que Camus era idéntico a él, porque razón se le parecía tanto, sin encontrar una sola respuesta.

—Si sobrevivimos a la guerra santa, quiero tener muchos hijos propios, toda una docena…

El no tendría una docena, con tener uno o dos hijos se conformaba, además, sabía que Degel solo estaba bromeando, y que ese no era ni el momento ni el lugar para discutir cuántos hijos querían tener, probablemente sería doloroso para Camus, que tenía dos hijos que nunca había visto, con los que no hablaba y un omega que pensaba no lo quería lo suficiente, aunque, probablemente fue el segundo cubo de hielo quien aparto a su compañero de su lado.

—Yo tengo dos hijos, dos gemelos… a los que nunca he visto de cerca, por quienes jamás me he preocupado.

*****

Kagaho comenzó a moverse al sentir una sabana cubriendo su cuerpo, al percibir un aroma dulce, demasiado agradable llamando a sus sentidos, haciéndole sentir tranquilo, seguro, como nunca antes se había sentido.

Asmita meditaba en silencio, el collar aun colgando sobre su cuello, completamente arrepentido por lo que había permitido que pasara, con su omega durmiendo enfrente suyo, inconsciente, dándole una extraña tranquilidad que nunca había sentido.

Escuchando de pronto como se movía, tratando de apartarse de él, como si pensara que podía hacerle daño, alejándose de él, asustado, estaba seguro de eso, aunque no tenía porque verlo.

—No tienes por qué tener miedo, yo no te hare daño pequeño, jamás lo haría, y aunque no fueras mi omega, eres un niño, apenas sientes tu primer celo…

Kagaho se recargo contra una de las paredes, su cuerpo le dolía, estaba sudando, apenas podía responderle, pero aun así no bajaría la guardia, mirándole fijamente con una expresión de completo disgusto, de odio, porque se trataba de un alfa, de un poderoso santo dorado, que se mantuvo quieto en ese sitio, sus ojos cerrados, con su rosario en una de sus manos.

—Y no dejare que te hagan daño, eso nunca pequeño.

Kagaho comenzó a reírse, negando eso, relamiendo sus labios, respirando hondo, sosteniendo su ropa a la altura de su pecho, pues la molestia solo se volvía peor al estar enfrente de ese alfa que no se movía de su lugar.

— ¡No te creo y no me interesa escuchar tus mentiras!

Kagaho trato de atacarle elevando su cosmos con su furia, usando sus alas para saltar en su contra, golpeando su mejilla con el puño cerrado, pero, Asmita no se movió, dejando que lo golpeara, para poco después, llevar una de sus manos a su mejilla, acariciándolo con delicadeza.

—No son mentiras, pero si no me crees, te daré mi palabra como santo dorado, permanece aquí este celo, yo no te tocare y una vez que termines con tu padecimiento, yo te dejare salir de aquí, regresaras al Inframundo, yo no me opondré, pero mientras tanto, por favor, escucha lo que yo tengo que decirte.

El espectro de Bennu guardo silencio, sin creerle, pero tampoco estaba en condiciones para moverse y regresar al inframundo, en donde los espectros poderosos podrían atacarlo, pues, ellos no tenían honor, en cambio, si ese santo dorado para ese momento no lo había atacado, entonces, no lo lastimaría en esos cinco días o el tiempo que duraría su celo.

—Júramelo y me quedare aquí.

Asmita asintió, cortando la piel de la palma de su mano para hacer un pacto de sangre, para que pudiera creer su palabra, mojando el suelo de su templo, oliendo la sangre del pequeño espectro, que también corto su mano para realizar ese juramento, aceptando su promesa.

—Te lo juro pequeño omega…

Bennu entrecerró los ojos, no se llamaba pequeño omega, pero tampoco deseaba decirle como se llamaba, así que simplemente guardo silencio, alejándose de Asmita, que sonrió al ver que no se marcharía en esos días de celo, al menos, así estaría seguro.

—Si te me acercas o me miras de una forma extraña, te matare…

Eso logro que Asmita riera, pues era ciego, no había forma en que le mirara, pero sabia a que se refería, si actuaba de una forma extraña, si trataba de hacerle daño, le permitiría matarlo antes de perder su honor, o su cordura, como había pasado con Aspros.

*****

Defteros ingreso en la habitación del cangrejo una vez que Aspros le dejo en la cama, observando con sus propios ojos todo el daño que le había hecho, apretando los dientes, furioso por esa forma de actuar, porque le creyó cuando le dijo que solo deseaba proteger al cangrejo del veneno, pero con esa, ya eran dos las ocasiones en las cuales le hacía daño.

—Debería alejarte de mi hermano, pero temo que me odiaría por siempre si te brindo ayuda…

Defteros no deseaba hacer nada en contra de su hermano, que se había convertido en la oscuridad, pero tampoco podía dejar a Manigoldo a su suerte, ese cangrejo era lo único que mantenía a su hermano en ese mundo, su lazo con la cordura, así que tal vez debería hablarle, hacerle ver que si lo golpeaba, si actuaba como un demente, nada podría lograr, solo ser odiado por su amado.

Defteros se acerco a la sala del patriarca, para ver que Aspros no se encontraba en ese sitio, no sabía en donde, pero no podía ser nada bueno, lo que sí pudo ver fue un cofre, el cual abrió sin pensarlo siquiera, para ver una flecha negra en este, como las que decían usaba el dios Eros, cuando maldecía a un pobre infeliz a enamorarse de cualquiera.

— ¿Qué será esto?

Al tocarlo sintió una extraña energía, así que decidió mantenerla con él, alejarla de su hermano que ingresaba en esa habitación, observándolo con una enorme sonrisa, para abrazarlo con fuerza, suspirando, pues ya era el momento en que su hermano pudiera salir a la luz, de nombrarlo el santo de géminis.

—Soy el patriarca y como patriarca te libero de las sombras, mi hermano, serás el santo dorado de géminis, mi guardaespaldas y el guardián de mi omega cuando yo no pueda estar a su lado, no dejaras que nada malo le pase, porque lo cuidaras como si fuera yo mismo.

Defteros asintió, pues era de eso mismo de lo que necesitaba hablar con su hermano mayor, de las heridas presentes en el cuerpo de Manigoldo, las que sabia habían sido hechas por el, por el mayor, esperaba que por alguna razón valida, no solamente porque le gustaba hacerle sufrir.

—Lastimaste a tu omega, tiene demasiadas marcas en su cuerpo y me preocupa que llegue a odiarte, si no eres mucho más amable con él, esta embarazado, cualquier clase de daño puede hacerle perder a tu descendencia y lo sabes…

Aspros asintió, lo sabía, pero Manigoldo era quien no deseaba regresar a su lado, quien deseaba mantenerse alejado de su verdadero alfa, de quien le amaba lo suficiente para protegerlo de la sirena, de la viuda negra que deseaba matarlo antes de que diera a luz.

—Espera mis gemelos, nunca podría herirlo, pero él no me escucha, el no quiere obedecerme, solo actúa como un demente, como un salvaje y eso me hace enojar demasiado.

Y aunque le hiciera enojar, no tenía derecho alguno a lastimarle, su hermano no lo habría hecho, pero este no era su hermano, el era oscuridad, cuando Aspros se trataba de la luz, de la fuerza, de la nobleza.

—Aspros, se mucho mas paciente con él, con tu cangrejo, pues yo se que esperaba a tus gemelos, que tu eres su alfa, pero el no, paso demasiado tiempo creyendo que se trataba de la rosa para aceptarlo así de fácil…

Tal vez tenía razón, se dijo Aspros, debía ser mucho más amable, especialmente, ahora que ya no lo dejaría marcharse, que su hermano le ayudaría a mantenerlo seguro y que sabía, la rosa ya no era hermoso, por lo cual, Shion ya no le defendería, ya no lo desearía, por lo cual, podría matarlo cuando lo deseara.

—Está bien, seré mucho mas paciente y amable con mi conejito, el se lo merece…

*****

Manigoldo despertó en la habitación de Aspros, completamente solo, dándole tiempo de pensar con claridad, de recordar que había sentido el cosmos de su alfa, como este se acercaba a ellos, su rosa estaba vivo, estaba a salvo, lo que le hacia el omega más feliz del mundo.

—Albachan…

Susurro, abrazándose como si lo estuviera haciendo su alfa, con una sonrisa triste, al pensar que no había llegado muy lejos, y que su rosa no había logrado verlo, saber que esperaba un hijo de ambos, de nuevo podrían intentarlo.

—Tendremos un hijo Albachan…

 


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