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Paraiso Robado. por Seiken

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Albafica vio con odio al sujeto alado que se acercaba a ellos, notando algunos cambios, ese dios se veía por mucho más viejo que aquel bastardo que provocó esa pesadilla, quien lo había apartado de su cangrejo, que estaba solo en compañía de un demente que le aterrorizaba, a quien debío matar con el veneno de sus venas apenas tuvo una oportunidad, sin importarle nada más que la seguridad de su omega.

 

-¿Eros? ¿Son hijos de Eros? 

 

A quien odiaba, pero no tanto como odiaba a Shion, que después de recibir la lluvia de flechas, fue sostenido por una serie de hilos delgados, como los de una araña, hilos que empezaban a mover su cuerpo en posturas imposibles, como si quisieran romperle cada uno de sus huesos. 

 

-¡Mataste a su omega no es verdad! 

 

Aquiles trataba de usar las técnicas heredadas de su padre para descuartizar a Shion, sin embargo, este se liberó, rompiendo los hilos, para lanzarlo lejos, mirándole como si lo que dijera no tuviera sentido, mucho menos le importará. 

 

-Al fin estamos tu y yo solos, Albafica, como en los buenos viejos tiempos. 

 

Albafica había escuchado esas palabras pronunciadas por Aquiles, que se levantó de un salto, limpiando sangre de su boca, con la misma clase de sonrisa demente, había matado a su omega, pero no el suyo, tal vez el de su supuesto hermano, quien dijo que Manigoldo dio a luz a dos niños, de diferentes padres y que murió debido a su veneno. 

 

-Esos buenos viejos tiempos únicamente existen en tu memoria, Shion, porque no eras más que un molesto mosquito que no me dejaba en paz, que no me dejaba tranquilo, nunca. 

 

Pudo ver el dolor en ese rostro demacrado, pero no el suficiente dolor, e inmediatamente lo atacó, encendiendo su cosmos al máximo, recordando las palabras de su omega, como siempre le dijo que era el más fuerte de todos los demás, que la única razón por la que nadie lo sabía era porque siempre se limitaba, porque no deseaba lastimar a nadie, pero eso había cambiado, en ese momento deseaba repartir todo su dolor en sus enemigos. 

 

-Pero ahora sí lo harás. 

 

Lo primero que hizo fue cortar sus propios nudillos, para que sangraran apenas unas gotas, relamiendo sus labios, pues con ese poco veneno podía derribar a cualquiera, era el santo de Piscis más fuerte de su generación, su veneno era un arma mortal. 

 

-No te dejaré matar a mi omega. 

 

No gritaba, pues no lo veía necesario, solo se movía a la velocidad de la luz, para golpear primero el estómago de Shion, e inmediatamente después en las costillas, dandole un gancho en el hígado y es que todo el tiempo en solitario que tenía, lo utilizaba para entrenar, para ser mejor cada dia. 

 

Shion intentó atacarlo con sus paredes de cristal, sin embargo, inmediatamente sintió una flecha clavandose por su espalda, seguida de varias más, flechas que Aquiles había mojado con la sangre derramada de los nudillos de Albafica, riendo cuando el anciano los arrancó de su espalda, con una expresión de furia. 

 

-Si las miraras mataran, ya estaría muerto. 

 

Se quejó, a punto de usar otras flechas, sin embargo, una rosa fue a clavarse a sus pies y otra mirada furioso se posó en su cuerpo, era el guerrero desfigurado, cuyo nombre solo conocía porque Tempestad se lo había dicho un millón de veces, cuando hablaban de sus padres, al menos su alfa fue una buena persona, se dijo en silencio. 

 

-No te metas en mi pelea. 

 

Era una voz delicada, hasta dulce, que le hizo sentir como si hablara con su omega, aunque este era alfa, podía ver la razón por la cual pensaron que era uno de sus hermanos de maldición y porque Tempestad deseaba tanto poder salvar su vida, se lo había encargado. 

 

-Y no fanfarrones en un combate, eso hará que te maten tarde o temprano. 

 

Asintió, tragando un poco de saliva, volteando en otra dirección, aquella donde se realizaba un combate entre Degel, Kardia y Camus, contra Regulus de Leo e Itia de Libra, quienes eran todos unos demonios debido a su poder.

 

-No se si esto le guste a Tempestad. 

 

Podría lanzar algunas flechas, pero se movían tan rápido que no sabía si le daría a su blanco o a uno de sus aliados, pero aun asi, se dispuso a disparar, si acaso, su padre no hubiera aterrizado en el campo de batalla e inmediatamente ingresara en esa batalla desigual, usando su cosmos divino, las armas que Hefesto les había regalado. 

 

Regreso su vista al combate de Albafica y Shion, escuchando un quejido, después otro, viendo como esta vez era la rosa quien caía al suelo, su herida en el rostro abriéndose debido a la fuerza del golpe recibido, derramando más sangre envenenada en el suelo, marchitando las plantas que tocaba. 

 

-Porque me obligas a lastimarte Albafica, cuando yo te amo, siempre lo he hecho. 

 

Albafica se levantó de un salto, esquivando con sus rosas el satan imperial, haciendo que Aquiles suspirara de alivio, no quería matar a la rosa, pero de llegar el momento de ser sometida, suponía que lo mejor era destruirla, aunque Tempestad enfureciera con él. 

 

-Pero yo nunca te quise, ni siquiera te soportaba Shion, pero ahora yo si quiero lastimarte, quiero hacerte ver cuan feliz estoy por todo esto, por lo que le hacen a mi omega, por mi rostro, mi honor, por mi felicidad, por mi padre que no tenía porqué morir, por cada ocasión que la diosa Athena me ha causado dolor y tu eres el representante de la diosa de la guerra, porque no existe la guerra justa, sólo guerra, nada más ni nada menos. 

 

Albafica después de responder a esa pregunta velada, a esas palabras plagadas de locura, atacó sin piedad, usando su cosmos, su fuerza física, su sangre y sus rosas, todo para derrotar a su enemigo, o para darle tiempo a Tempestad y a la diosa Hera, de hacer lo que esperaban realizar. 

 

Al otro lado Camus disparó sus auroras boreales, al mismo tiempo que Kardia utilizaba su aguja escarlata como una daga, una espada afilada, Degel les cerraba el paso, disparando también sus auroras, atacando a sus enemigos sin piedad, aunque no deseaban enfrentarse con el joven leo, no tenían otra alternativa. 

 

-Sabemos que solo quieres proteger a Cid, pero esta no es la forma de hacerlo. 

 

Itia al escuchar esas palabras entrecerró los ojos, pensando que se suponía que ese alfa de cabello blanco, de mirada demente era el suyo, pero eso no podía ser, era una mentira, una ilusión y no le importaba lo que dijera la diosa Hera, Sage, su dulce Sage, su perfecto Sage, debía ser su omega, pero todos los dioses se estaban poniendo en su contra. 

 

-Yo lo amo y no puedo dejar que lo dañen. 

 

Regulus era tan fuerte que podría derrotar a tres santos dorados juntos, sin embargo, el tampoco quería matar a sus amigos, solo estaba desesperado, pero aun asi no dejaria de luchar, levantando su puño para golpear a Kardia en su pecho, pero no lo golpeo a el, sino a Yato, que sostenía sus muñecas como un escudo, evitando que pudiera matar a Kardia. 

 

-¡No hagas esto! 

 

Yato estaba desesperado, sabía que no era tan fuerte, ni siquiera deberia estar alli, pero se esforzaria por mantener seguro al señor Kardia, que había estado pendiente de sus entrenamientos, quien le dijo que ser un omega no era nada malo, por el contrario, una bendición, que su alfa sería un sueño hecho realidad, aunque no lo reconociera en un principio, cuantos de hadas que se desmoronaron después de ver lo que ocurrió con Manigoldo, como fue alejado de su amor, de su amado compañero, que estaba lastimado, que había perdido su belleza. 

 

-¿Por que haces esto? 

 

Regulus detuvo su golpe, reduciendo su fuerza, de tan solo escuchar esa desesperacion en la voz de ese muchacho, cuyo collar colgaba de su cuello, una perla preciosa, que llamo su atención, de una forma casi instintiva. 

 

-¡Cid está en peligro! ¡Tenemos que salvarlo! 

 

Sostuvo su ropa, sin importarle ese combate, para que Yato comprendiera su desesperación, quien sostuvo su muñecas, apretando los dientes, recordando el dolor de Manigoldo, como intentaba regresar a su hogar, con su alfa. 

 

-¿Matando a la diosa Hera? ¿Castigando a los omegas? 

 

De nuevo la perla brillo en el pecho de Regulus, como un faro en la oscuridad, llamando de nuevo la atención del joven prodigio, que tuvo que tocarla, con las puntas de sus dedos, apenas un ligero roce. 

 

-¡Peleando por Zeus que nos odia y desea destruirnos! 

 

Regulus al tocar la perla sintió una paz difícil de describir, parecida a la que tenía cuando estaba a lado de Cid, que le veía como si fuera más un hermano, una madre, no un compañero, porque sabía que nunca le corresponderia. 

 

-Yo… no… yo no se… 

 

La perla cambio de forma al sentir el cosmos de Regulus, tomando una apariencia precisa, parecida a la de una quimera, una criatura que podría nacer de un león y un unicornio, una extraña forma, pero allí estaba, sorprendiendo a los mayores, especialmente a Itia, que negó aquello con un movimiento de la cabeza, a punto de atacarlos por la espalda, si acaso, el gigante alado no lo golpeara, golpeando su mejilla con el puño cerrado, lanzandolo lejos. 

 

-Te imaginaba mucho más sensato Itia. 

 

Itia sobo su mejilla, para esquivar varios pisotones del dios Eros, que se elevó en el aire, para caer sobre el, fracturando sus costillas debido a la fuerza del impacto, para sostenerle del cuello, apretando su cuello, porque esperaba que al reconocer a su omega, peleara por ellos, no que quisiera matarlos, para perseguir a Sage, al patriarca de esa época. 

 

-Me alegra decepcionarte. 

 

Respondió el guerrero de casi medio siglo, clavando una espada en el costado de Eros, riendo al ver su sorpresa, al escuchar el grito de Aquiles y cómo éste abandonaba su puesto a lado de Albafica, para defender a su padre, usando sus flechas y sus hilos, así como una lanza dorada de cosmos, con la cual cortó su hombro, haciendo que soltara al dios del amor, que retrocedió llevando una mano a su costado. 

 

-¡No toques a mi padre! 

 

Aquiles era poderoso y como descendiente directo de Zeus era por mucho muy fuerte, había sido bendecido con la sangre del dios del Olimpo el dia de su nacimiento, y había disfrutado de la compañía de su omega por algunos años, durante cinco años y seis meses, lo recordaba bien, porque su padre era un omega muy cálido, era dulce, gentil, le cantaba, le juraba que todo estaría bien, que estarían a salvo, pero también le temía a su alfa, le tenía un miedo atroz e intentaba escapar, llegar a un lugar seguro, decía que a uno de los templos de Afrodita, que alli estaria el, su amor, su verdadero amor y no aquel elegido por los dioses.

 

Su omega era el hermano de su alfa, siempre le llamaba de esa forma, hermano, querido hermano, hermanito, su omega, casi nunca usaba su nombre verdadero, siempre un diminutivo que dejaba claro que le pertenecía. 

 

Por eso odiaba a los alfas que usaban a los omegas como si fueron su propiedad, porque su omega fue destruido por esa clase de alfa, lo recordaba bien, esa ocasión, la última vez que los vio, su omega se vistió con su armadura, se lo llevó en brazos, escapando de los guardias de Zeus, de la seguridad de su propio padre, lo recordaba bien, ese dia lo tendria grabado en su memoria siempre.

 

*****

 

Aquiles practicaba muy duro todos los días para enorgullecer a su omega, para que su alfa no se enojara con él, porque era descendiente de Zeus, debía ser un soldado poderoso, llegar a la altura del guerrero de quien tomó su nombre. 

 

Su omega desde que tenía memoria siempre portaba marcas de toda clase de forma, moretones, líneas delgadas y rojas, heridas que eran provocadas por su padre, sabía que su madre no era feliz, aunque siempre trataba de ocultarlo, también sabía la razón de su infelicidad, esa era su padre, Minos, el grifo, emperador del Inframundo en ausencia de Hades. 

 

Aunque nadie creía que Hades regresara alguna vez, en alguna otra guerra, porque ya no había guerras, tampoco humanos, apenas unos cuantos cientos, los demás fueron diezmados por los dioses del Olimpo, comandados por Zeus. 

 

Luco, un soldado del dios Hades, que también era un médico en ese ejército los visitaba a menudo, para curar a su omega, cuando su padre le hacía demasiado daño, en especial, aquellas ocasiones en las cuales quiso escapar, buscar un lugar seguro. 

 

-Tiene que haber un error… 

 

Pudo escuchar como su padre sostenía la ropa del médico, acercandolo a su rostro, como si quisiera amenazarlo, viendo como el espectro simplemente asentía, diciendole que no estaba equivocado.

 

-No estoy equivocado, puede que la perla de su hijo esté muerta como todas las demás, pero no significa que deje de ser un omega, Aquiles es igual que tu, un omega. 

 

Su padre era rubio, alto y musculoso, tenía ojos amarillos, iguales a los suyos, y decía que nunca se había enfermado en toda su vida, su pequeño era invencible, por eso nunca había sido necesario llevarlo a un médico, hasta ese día, en que Minos por fin le había dejado solo en el Inframundo, creyendo su promesa, no sabía cuál había sido esa, pero inmediatamente llamó a Luco, para que le hicieran una revisión. 

 

-¿Que hare? ¿Que voy a hacer ahora? 

 

Se preguntó sentándose en una de las sillas, dejando que Luco se marchara de esa habitación, escuchando como abría la puerta, sin saber exactamente qué estaba pasando, caminando hacia él para abrazarlo con fuerza, besando su cabeza. 

 

-Minos fue a ver a su padre, él está buscando un alfa… no sabía para que, te lo prometo mi pequeño Aquiles, no sabía que estaba planeando cuando se fue… 

 

Su omega lo cargó entre sus brazos, besando sus mejillas, tratando de fingir que nada le preocupaba, sin embargo fue a donde tenía sus juguetes, tomando un dragón negro de peluche, era su juguete favorito. 

 

-Te llevare a un lugar seguro… 

 

Le prometió antes de llamar a su armadura y disponerse a salir del Inframundo, su omega era poderoso, aunque no le dejaba ver cómo se enfrentaba a otros soldados, siempre salía victorioso, pero estaba cansándose, estaba llegando a un punto en donde ya prefería escapar, después de robar la barca del Inframundo, atravesar el río rojo, para salir a la superficie, todo ese tiempo cargandolo en sus brazos, prometiéndole que todo saldría bien, que estaba seguro. 

 

-¡Radamanthys! 

 

Su omega al escuchar esa voz, lo dejó en el suelo, a lado del altar del templo de Afrodita, ocultandolo de cualquiera, al mismo tiempo que le hacía una señal para que guardara silencio. 

 

-Aquiles, debes saber que yo te quiero mucho y si hago esto es por tu bien. 

 

Era su padre, ya los había encontrado y el tono de su voz, aun a él le dio miedo, aun en ese momento le dio terror, asi que empezo a llorar, sintiendo como su omega limpiaba sus lágrimas, dándole una carta, una nota que debía entregar a alguien más. 

 

-Aquí vive un amigo, dale esto… no dejes que tu padre te vea. 

 

*****

 

Esa ocasión fue la última vez que vio a su omega, pero sabía que su padre lo mató cuando se negó a regresar con él, Eros lloro su muerte, pero cumplio con la ultima peticion de su omega, lo cuido de su padre y le enseñó todo lo que sabía, lo entrenó junto a Tempestad, que era un niño unos meses mayor. 

 

-¡No son más que animales! ¡No son más que monstruos! 

 

Eros al ver que Itia atacaba a su hijo, aunque no de sangre sintió que sus venas se encendían, curándose rápidamente con su cosmos, recordando el pasado, cuando encontro al pequeño albino, a la pluma de las alas del grifo, sangre de su sangre, imagen y semejanza de la persona que más odiaba, pero tambien tenia la sangre de su señor, de su amado señor que murió tratando de protegerlo, de escapar de los grilletes de su alfa. 

 

-¡No lo toques! 

 

*****

 

Eros al sentir el cosmos de su amado señor fuera del Inframundo voló tan rápido como sus alas se lo permitían, pero no pudo llegar a tiempo, lo único que pudo ver fue un charco de sangre roja, fresca, partes de la armadura que cubría su cuerpo y su perla en el suelo, sin brillo, como si solo fuera un pedazo de piedra. 

 

-Mi amor… mi señor… 

 

Susurro, tomándola del piso, acción que provocó que se desmoronaba como si fuera de arena, como la vida de su amado señor, gritando su desesperación, comprendiendo que había tratado de llegar a él, que de haber permanecido en ese templo, su amado aun estaria con vida, porque él podría defenderlo. 

 

-Te he fallado… te he fallado tantas veces… 

 

Fue entonces que vio como la puerta del templo se abría, con lentitud y un niño de unos cinco años, de piel blanca, cabello blanco, plateado, como aquel de su enemigo salía dando pequeños pasos, llorando, supuso, porque frotaba sus ojos. 

 

-Aquiles… 

 

Había escuchado ese nombre, sabía que se trataba del hijo de su señor y de su enemigo, de quien más amaba en ese mundo, así como de quien odiaba más, quien sostenía una nota en sus manos, un papel pequeño, arrugado, con una caligrafía que siempre recordaría. 

 

-Mamá… 

 

Eros llegó hasta donde se encontraba el niño y se agachó, tomando el papel que arrugaba en sus pequeñas manos, leyéndolo varias veces, porque era su letra, suponía que era lo único que le quedaba de su amado señor. 

 

“Cuida de Aquiles, por favor, como muestra del amor que me tuviste” 

 

El niño seguía llorando, estaba asustado y perdido, era el hijo de su señor, pero también de Minos, que había asesinado a su señor, le había destruido como siempre supo que pasaría, todo por que no se lo llevó a tiempo. 

 

-Mi nombre es Eros… 

 

Como destruiría a ese niño, de llegar a el, si lograba encontrarlo, asi que cumpliria la ultima peticion de su amado señor, protegeria a su hijo, lo mantendría lejos de su padre, le daría lo que le había dado a cualquier niño nacido de su sangre. 

 

-Yo voy a cuidar de ti, en nombre de mi amor. 

 

*****

Protegía a sus hijos, a uno en nombre del amor, al otro en nombre de su arrepentimiento, de la misma forma que les acompañó cuando idearon esa locura con ayuda del príncipe de hielo, una vez que capturaron a Kairos, que usaron su cosmos para no solo viajar en el tiempo, sino también viajar entre dimensiones. 

 

-¡Nadie tocara a mis hijos! 

 

Grito, atacando a Itia, que se atrevía a tocar a su Aquiles, quien no estaba preparado para esa batalla, lo sabía bien, como también sabía que Tempestad era un tonto, un atolondrado con buen corazón y que tal vez, tendría suerte, tal vez podría evitar que Zeus se levantara de su letargo, por el bien del futuro, de la propia humanidad. 

 

-Se lo jure a mi amor y a ese pobre omega. 

 

Quien falleció por la sangre de su amado, quien le suplico que salvará a los dos niños, pero uno de ellos no era tan fuerte, el otro, solo por el cosmos recorriendo sus venas fue que sobrevivió. 

 

*****

 

Manigoldo escaparía, porque en el momento en el que sus pequeños nacieran, Aspros se daría cuenta que no eran sus hijos, al menos uno de ellos no lo era y su odio ciego a su rosa, le guiarian a matar a ambos. 

 

Sabía que lo que había permitido no tenía perdón, pero también sabía que de no tener lo que tanto deseaba, inmunidad, ellos no nacerian, porque su cuerpo no soportaría el veneno, aun en ese momento dudaba si podría llegar a término, pero ese dios, esa cosa, le daría la protección que él no tenía. 

 

Un hijo era de Aspros, el otro era de Albafica, a quien jamás podría volver a ver a la cara, porque sabía que al niño que deseaba Tifón, era al suyo, se lo dijo la primera vez que lo visito, que deseaba el Yomotsu y el Veneno, el niño que tenía las dos características era el de su alfa, no el de su captor, que actuaba como si no lo hubiera secuestrado, como si quisiera estar a su lado, que de nuevo había dejado demasiadas marcas en su cuerpo. 

 

Le dolían las costilla, las muñecas, su efusividad lo lastimaba, porque usaba su cosmos, su fuerza física a su máximo, aunque no había luchado en esta ocasión, sabía que su muñeca estaba lastimada. 

 

No sabía la razón, pero no se detenía hasta escuchar sus quejidos, los que confundia con gemidos, hasta dejar sus manos marcadas en su piel, haciéndole daño, como cada ocasión le haría daño, sin importarle si estaba embarazado o no, si esa violencia podría provocarle un aborto. 

 

Había dado al hijo de su alfa, para que los dos pudieran sobrevivir, porque lo recordaba bien, el dia que perdio a su pequeño, cuando Luco le ayudó con el proceso, aprovechando que su alfa no estaba presente, que había salido a una larga misión. 

 

“No fue nada que tu hicieras, exceptuando el alfa que has elegido, el veneno de su sangre…” 

 

Su cuerpo no soportaba el veneno y al avanzar el embarazo, su cuerpo iba enfermando, porque los hijos nacidos de las rosas, eran otra gota de veneno y él estaba resignado, ningún hijo suyo nacería, pero esa criatura le daría la forma de darles a luz, de finalizar su parto.

 

“Ningún niño que conciban podrá llegar a término, tu cuerpo terminará por expulsarlos, si no es que terminan cobrando tu vida, Manigoldo, lo mejor es que busques a otro alfa o se lo expliques a mi sobrino…”

 

Nunca pudo decirle eso a Albafica, y era ridículo, al dar a luz a Tifón, estaba salvando la vida de sus mellizos, convirtiendo a uno de ellos en el envase de una entidad antigua, como Poseidón, como Athena y tal vez, con mucha suerte, jamás despertará, o no fuera tan maligno como se los habían contado, porque era el enemigo de Zeus y Zeus, los mitos que hablaban de él, todas sus acciones, nunca le habían parecido las hazañas de una entidad benigna. 

 

-Manigoldo, necesito enseñarte algo… 


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