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Paraiso Robado. por Seiken

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Sisyphus había meditado en todo ese tiempo que tenía que hacer, a que dios obedecer y a quien debía proteger, estaba seguro que lo mejor era proteger a su diosa, pero, cuando vio a Zeus, empezaron las dudas, especialmente cuando este dios que se decía benevolente con sus hijos, dijo matar a la serpiente el mismo, para utilizar su semilla en el cuerpo de Cid, le había dicho que lo violaria y eso no iba a permitirlo. 

 

Sus pasos eran rápidos, porque seguía el camino que su lazo le mostraba, sin comprender muy bien qué era lo que estaba esperando, pero, lo único que buscaba era comportarse como un alfa, aquel dueño de la espada, recuperar a su omega en las manos de ese dios. 

 

Al menos esos eran sus pensamientos, hasta que vio una figura negra en la lejanía, cabello blanco, largo y una barba corta, cubierto con una túnica negra, con algunos tocados rojos, la que no tenía una sola arruga ni mancha, estaba pristina, haciendole pensar en un príncipe o algún general, no usaba armadura, asi que podia ser un guerrero de cualquier ejercito. 

 

-He estado esperando por ti Sisyphus de Sagitario. 

 

Pronunció, como si conociera bien de quien se trataba él, acercándose un poco más, elevando sus manos como si quisiera demostrarle que no estaba armado, caminando lentamente en dirección del arquero, que le veía en silencio, con una expresión que claramente le decía que no creía en él, que estaba a punto de atacar al intruso si realizaba alguna clase de movimiento en falso. 

 

-¿Quien eres tu?

 

El visitante aunque parecía alguna clase de príncipe, o rey, tenía una expresión que hablaba de dolor y de locura, también de arrepentimiento, como si supiera bien que el mundo estaba a punto de darles una puñalada por la espalda, pero al mismo tiempo, su seguridad rayaba en la arrogancia, en la soberbia, haciendo que Sisyphus quisiera apartarlo por la fuerza, para seguir con su camino, y eso hizo, ignorando al intruso que le vio alejarse, pero no lo permitiría. 

 

-¿Eso importa en realidad? 

 

Era rápido, aunque no usaba una armadura, Sisyphus podía imaginarlo como un espectro o un guerrero del dios Ares, por esa mirada de locura, sin embargo, la tristeza que albergaban sus ojos era como algo que nunca había visto, un dolor tan grande, que no pudo evitar pensar, que se veía como decían que lo hacía un alfa, que ha perdido a su omega. 

 

-¿Piensas interponerte en mi camino para proteger a mi omega? 

 

Sisyphus entonces al ver que no dejaba de seguirlo, que trataba de evitar que se siguiera adelante, se detuvo, atacando al intruso, que esquivó sus flechas, con un salto, usando una técnica que nunca había visto, la que cortó a la mitad cada uno de sus proyectiles, pero no lo ataco, mostrándole una sonrisa de tiburón, una sonrisa felina, haciendo que le creyera todo un demente. 

 

-El omega que ya dejaste que un dios lo embarazara con la serpiente, que desea cortar el lazo que lo une a ti porque está cansado de esperarte, que piensa que ser un omega es una dolorosa maldición, ese omga... 

 

El intruso en ese momento no parecía sentir piedad, solo hablar con lo que consideraba era la verdad, sin mostrar piedad o cualquier clase de sentimiento noble hacía él, menos, desesperación, debajo de la tristeza, mezclada con la locura, con esa soberbia, haciéndole pensar que se trataba de un soldado muy viejo, aunque en ese momento se veía como de veinte años. 

 

-¿Cómo lo sabes? 

 

Sisyphus preguntó, sin comprender porque pensaba que ese soldado tenía razón, que ese demente de cabello blanco deseaba decirle algo importante, un hombre joven, demasiado parecido a Zeus, si el dios tuviera la edad que este intruso, que aguardaba cualquier clase de señal suya, cualquier ataque, pero al no suceder, se relajó visiblemente. 

 

-Se cosas, muchas cosas y también estoy muy enojado por eso que se, por eso que vivi.

 

Respondió, en un susurro, llevando una mano a su hombro, siendo rechazado por Sisyphus que se hizo a un lado, pensando en Cid, en la espada, y como le había traicionado, como le había dado la espalda, temiendo que pronto, él comprendería en carne propia el dolor del intruso, que no podía estar cuerdo. 

 

-Por la traición sufrida en sus manos.  

 

El intruso por un momento actuó como si se perdiera en sus propios pensamientos, haciéndole desesperarse, porque en lo que charlaban, su omega desesperaba un poco más, ese dios le hacía más, le causaba mucho más dolor, únicamente, porque el quiso servir a la diosa de la sabiduría antes que a su propio corazón.  

 

-¿Y eso a mi que me importa? 

 

Esa pregunta llamó la atención del intruso, cuyos ojos plateados le hicieron estremecerse, retroceder un paso, al mismo tiempo que recordaba la traición sufrida, el golpe bajo que le quitó aquello por lo cual era leal, por lo que peleará por recuperar, sin importar lo que sucediera, no le quitarían a su omega, era suyo, para siempre y quien pudiera darle eso, tendría su lealtad. 

 

-Tenemos un omega y lo queremos a nuestro lado, por el resto de nuestras vidas y después de eso.

 

Sisyphus reconocia ese sentimiento, ese deseo, aunque había luchado contra el de todas las formas posibles, en cada uno de los celos de Cid, para no ir a su templo y actuar como un demente, arrancándole la ropa, gemidos de placer, bañándose en su cuerpo, pero, no deseaba ser como Aspros, no quería destruir a su omega, que estaba en las manos de un dios, que había sido secuestrado por culpa suya, por sus fallas como alfa. 

 

-¿Eres un alfa? 

 

Esa pregunta era muy tonta, solamente los alfa conocían ese deseo, el amor, la lujuria sazonada con la más grande de las ternuras, un amor imposible de describir, una maldición o una bendición, tan poderosa, que no podían luchar contra ella, porque Hera sabia lo que estaba haciendo, lo que hizo al crear a su fuente de deseo, de amor, de locura, a la cura de todos sus males, de todas sus penurias, su alegría, su paz, todo lo que necesitaban, los que harían, que por un pequeño gesto, por una pequeña caricia, le juraran lealtad. 

 

-Lo soy. 

 

Sisyphus podría reconocer ese deseo, aunque había luchado contra él con todas sus fuerzas, con toda su voluntad, pero aun así, no dejaba de pensar en Cid, en su amor, de su cuerpo desnudo, en sus caricias, en una vida a su lado, solamente la diosa de la sabiduría le daba la fuerza para enfrentarse a esa oscuridad, pero sin ella, sin su protección, se daba cuenta que no era nada diferente a Aspros, a ese intruso que añoraba a un omega, un omega que probablemente ya no existía más, de allí su dolor. 

 

-Pero tú omega está muerto… 

 

Pudo ver una lágrima resbalar por ese rostro, ver como desviaba la mirada, respirando hondo, perdido por un momento en sus recuerdos, en su dolor, en la pérdida de su omega, comprendiendo que, si no hacia nada, si no actuaba como su instinto se lo decía, en poco tiempo, se vería como esa pobre alma torturada, cuyo dolor, no deseaba sentir nunca. 

 

-Yo lo amaba, con cada parte de mi ser, yo lo deseaba, él era mi mundo, mi cordura, mi fe, todo lo que me importaba en este mundo o en cualquier mundo, todo aquello que me hacía seguir vivo y fiel. 

 

Sisyphus podía ver que odiaba a quien le apartó de su omega, que le deseaba destruido, porque le robó a su compañero, justo los sentimientos que él tenía en ese momento, porque no se detendría hasta matar a Oneiros, bañarse con su sangre, dándose cuenta, que sin la diosa de la sabiduría para guiar sus pasos, él era como Albafica, que no le importaba ver arder al santuario, con tal de estar con su cangrejo. 

 

-Pero resulta que eso va en contra de los designios de nuestro padre, él quiere que todos los omegas mueran, quiere liberar a sus hijos de nuestros dulces tormentos, creyendo que asi tendra nuestra lealtad. 

 

Nunca había visto tanto odio, este era tangible, un odio acompañado de una angustia y una tristeza profundas, ese hombre sufria, ese hombre lloraba la pérdida de su omega, ese hombre lo había perdido todo, y él, él no deseaba ser como ese alfa de cabello blanco, de ojos plateados, de mirada cruel. 

 

-¿Eres uno de los hijos de Zeus? 

 

Ese dolor estaba presente, pero el alfa de nuevo sonrió, ladeando un poco la cabeza, porque todos ellos eran hijos de Zeus, pero a lo que se refería Sisyphus era, que si el era uno de los hijos favoritos del dios patrón del Olimpo. 

 

-¿Acaso no todos los alfas somos hijos de Zeus? 

 

Esa pregunta trataba de desviar su atención, pero se daba cuenta que era de sus favoritos, de sus hijos que mantenía cerca de su dominio, como él, a quien se le presentó, fingiendo ser un padre amoroso, pero al mismo tiempo se atrevió a amenazar a su omega, a decirle que el mismo implantaria su semilla en su cuerpo, un acto que no toleraría, nunca. 

 

-Pero tu y yo, tu y yo somos de sus favoritos, pero Zeus no tiene favoritos, solo herramientas, peones en sus juegos divinos. 

 

El intruso se sorprendió demasiado, pero aun así asintió, era cierto, Zeus únicamente usaba peones, sus hijos eran herramientas que pensaba no eran útiles, si su amor le pertenecía a sus omegas, sin comprender, que si les otorgaba a sus tesoros, ellos pelearían por el, sin dudarlo, un sentimiento que Hera conocía, pues, ella quiso así alguna vez a su esposo. 

 

-¿Quien eres? 

 

No le daría su nombre, eso le pertenecía solo a él, y no le convenía que su padre supiera de su deslealtad, de sus propios planes para mantener a su lado a su omega, a su tesoro, a su pequeño omega, que amaba con locura, que en ese momento, esperaba que yaciera en los brazos donde pertenecía, después de aconsejar a la diosa Afrodita de brindarle ayuda. 

 

-Zeus asesinó a mi omega, vistiendo mi forma y no pude hacer nada.

 

Suponía que debía darle un poco de información, para que pudiera creer en sus palabras, en su dolor, que pensaba era tangible, demasiado visible para poder ocultarlo, aunque se dejaba una barba para cubrir sus facciones, sabía, que un alfa, reconocería su dolor. 

 

-Porque fui tan estúpido de confiar en él, justo como tu lo eres en este momento. 

 

Sisyphus no confiaba en su padre, porque de querer hacerlo, habría logrado proteger a su familia, a su omega, nunca les habría dado la espalda y su espada nunca habría sido separada de sus brazos, pero cada una de aquellas ocasiones, su amado era separado de su lado, por el mismo dios, que no sufria castigo alguno por robarle su amado a su hijo favorito, aunque ese extraño tenía razón, Zeus no tenía hijos favoritos. 

 

-Cuando Zeus planea probar la pureza de tu omega, arrancarle a ese niño de sus entrañas y poner el suyo en ellas, pues, te encuentra indigno de esa tarea. 

 

Pensaba que lo mejor era decirle la verdad, observando el dolor y la desesperación en ese rostro, en el arquero que comprendía que su padre sería capaz de eso y mucho más, que podía violar a su espada, solo porque podía, nada más por eso, su padre que no conocía la lealtad, ni el agradecimiento, que suponía, odiaba a los omegas, como lo era su espada. 

 

-¿Porque haría eso? ¿Y porque debería creerte? 

 

Aun así quiso preguntar, comprender si no era una mentira, porque bien podía tratarse de un embaucador, de una treta del dios Zeus, para probar su lealtad, que no existía, no por él, al menos, pero aun así, el intruso le observo, como si se tratase de un niño lo suficientemente estúpido, para sonreírle, de nuevo esa sonrisa demente, felina, que le hacía pensar que pronto lo atacaria. 

 

-Zeus porque puede y deberías creerme... 

 

Sisyphus comprendía lo mismo que ese guerrero, pero no sabía bien, porque tenía que creerle, que ganaba ese soldado en interrumpirlo, cuando iba en busca de su omega, para regresarlo a sus brazos, para tratar de reparar el daño que ya le había hecho, al darle la espalda, como lo había hecho. 

 

-Porque soy capaz de enfrentarme a todos los dioses del Olimpo, de cada panteón religioso que exista, por estar con mi omega. 

 

Sisyphus comenzaba a apreciar a este soldado desconocido, comprendiendo que eso debió hacer desde un principio, que debía cuidar a su omega, mantenerlo a su lado, de esa forma, ese dios no podría hacerle daño, no habría logrado alcanzarlo, porque era su amado, su compañero y tenía que ir por él, costara lo que costara. 

 

-Y porque se que tan crueles pueden ser los dioses, estos que secuestran a tu amado, que se roban a tus hijos, te arrebatan todo cuanto amaste alguna vez, solo porque pueden, solo porque son dioses. 

 

Esa visita era demasiado extraña para Sisyphus, quien no alcanzaba a comprender, porque tenía que verlo este guerrero de cabello blanco y de una visible locura, de una desesperación que no alcanzaba a comprender, sólo, que podía sufrirla también, de perder a su espada en los brazos de ese dios. 

 

-Aun así, no entiendo que se supone que gano yo al escuchar tus palabras, qué ganas tú al venir conmigo, como se que no es una prueba de Zeus para medir mi lealtad, que tu dices la verdad. 

 

Era una duda razonable, que el tambien habria sentido, de ser visitado por un completo desconocido, hablándole de los planes de su padre para con su omega, de lo traicionero que en realidad era Zeus, de su desesperación por haber perdido a su omega, al ser engañado por su padre. 

 

-Porque se que tu lealtad a tu padre no existe, aunque seas uno de sus hijos favoritos y la lealtad que sientes por Athena, dentro de poco, morirá con ella. 

 

Athena, la diosa de la sabiduría, que había decidido proteger a la humanidad de su padre, pero al desobedecer, fue considerada una traidora, igual Hades, quienes habían dejado de existir, porque el dios del Olimpo, no toleraria que ningún dios quisiera brindarle ayuda a su enemigo. 

 

-¿Athena morirá? 

 

Sisyphus estaba sorprendido por esas palabras, por la mera noción de la muerte de la diosa de la sabiduría, de la guerra no violenta, porque eso significaba que solamente Ares estaría de pie, que solamente los dioses que no amaban a los humanos prevalecerian, que su destino era uno muy oscuro, uno donde perdería a su espada, que sería violada por Zeus, un acto, que consideraba mucho peor que todo lo demás que pudo concebir en su imaginación. 

 

-Asesinada por su amoroso padre, nuestro amoroso y traicionero padre, por defender a la humanidad, al menos, una parte de esta. 

 

Cuando se dio cuenta que Sisyphus al fin comprendía sus advertencias, que había logrado llamar su atención, desviar su lealtad, hacerle comprender que Zeus era su enemigo, sonrió, porque aún faltaba un poco más, informacion que le ayudaria a proteger a su omega, a salir victoriosa en esta ocasión, porque necesitaba aliados poderosos, si acaso, deseaba destruir a Zeus. 

 

-Tu omega se encuentra en el templo de Afrodita en la punta de la montaña que está al este del santuario, oculto debajo de una cascada, en ella habita un gigante de fuego, una criatura mentirosa y retorcida, él dio a Oneiros una flecha para que la espada pueda amarlo, pero su hermano o hermana, nunca lo he entendido bien, la usará contigo, para enamorarte de su persona, te atacará justo cuando estés a punto de cruzar la entrada del templo. 

 

Sabía dónde se encontraba ese templo, porque allí fue donde su padre lo traiciono una ultima vez, pero aun asi confio en sus palabras, creyendo que su amado regresaria a él, pero sin la diosa Hera, sin ella, no tenía esperanzas de verle de nuevo y creía, que esta vez, en esta ocasión, sí podría hacer lo correcto, al menos, aquellos actos que le entregarian a su amado, a él, al arquero y a la rosa. 

 

-¿Cómo lo sabes? 

 

De nuevo esa duda que comenzaba a ser ofensiva, pero sabía que tenía razón, que ese alfa podría proteger a su omega, si actuaba como se lo indicaba, si lograba escapar de la traicion de Zeus, de los hijos del sueño, de cada ser que conspiraba en su contra. 

 

-Se cosas y estoy seguro, que como un alfa, al que le han robado a su omega, deseas recuperar a tu amado antes de que el lazo que los une se rompa, así que, la razón por la cual te estoy ayudando, podría ser que se como te sientes, comprendo tu dolor y quiero evitarlo, para que ustedes, tu y el otro alfa cuyo omega han hurtado, formemos una alianza. 

 

Los tres conocían bien el dolor de perder a su amado, de ser apartados con las tretas más sucias de sus amores, de sus compañeros, sabía que Sisyphus no soportaría la pérdida de su espada, que pelearía hasta la muerte con Zeus, porque se atrevió a lastimar a su omega, pero era tarde, la espada ya estaba rosa y poco después, el arquero también pereció. 

 

-Así que ve, si pasa lo que te digo y logras evitar la flecha de la lujuria, te veré en el centro del laberinto del minotauro, en dos meses, cuando la luna esté en su máximo esplendor.

 

En ese sitio, sería fraguada la muerte de Zeus y el inicio de su paraíso, al recuperar a sus omegas, a sus amados. 

 

-¿Y si te equivocas?

 

Esa pregunta tuvo como única respuesta una risa, observando cómo se elevaba en el aire, usando unas alas negras, como de pájaro, deteniéndose a pocos metros del suelo, con esa sonrisa plagada de dolor, ese escudo que no deseaba portar el también. 

 

-Pero no me equivoco, asi que te veré en dos meses.  

 

*****

 

-¿Podemos confiar en el? 

 

El procedimiento seguía su curso, Albafica soportaba estoico el dolor, la sensación de perder algo de su esencia vital, para obtener otra nueva, una diferente, que le hacía enfrentarse a un estado entre la vida y la muerte, ajeno a la discusión de los dioses iguales, que no compartían la misma información, no del todo. 

 

-Ama a nuestro hijo. 

 

El más viejo pronunció, como si eso fuera importante, haciendo que los dos más jóvenes, se sorprendieran, porque no creían que eso fuera posible, o siquiera, importante. 

 

-Pero, después de todo lo que ha ocurrido… 

 

El más viejo, el que se veía mucho más orgulloso, se apartó de ellos unos instantes, recordando como unos días antes de su viaje, un soldado acongojado le visitó, desesperado, lleno de dolor, de la más profunda pena. 

 

-¿Nuestro hijo lo ama a él? 

 

En una de sus vidas si lo quiso, en otras no, pero siempre perdía la vida, algunas ocasiones en las manos de Zeus, en otras, en las manos de alguien más, pero nunca bajo la espada de Minos, al menos, no hasta donde él recordaba. 

 

-Es el único que puede mantener a nuestro vástago con vida y es sincero en sus afectos. 

 

Eso lo sabía, porque comprendía su dolor, era parecido al suyo, cuando le vio morir, todo por culpa de la locura de su esposa, de la hermosa Afrodita, que destruía todo lo que tocaba, que lo manchaba con su lujuria, haciéndole impuro. 

 

-Vino a verme, para pedir perdón, para suplicar piedad y para traerme un regalo.

 

Hefesto aún no sabía cómo sentirse al respecto, pero podía ver que su amor era verdadero, mucho más fuerte que su lealtad a su progenitor, justo como lo era su favorito, pero este, tenía la sangre del dios regente del Olimpo, esté en su locura no le importaba nada más que su omega, solamente su omega y eso le hacía útil. 

 

-Fue conmovedor. 

 

Y en realidad lo había sido, la forma en que le pidió ayuda, le pidió sus servicios, le ofreció lo que fuera, con tal, de recuperar a su amado, una vez que se dio cuenta, que ya no regresaría a la vida, que su padre le había robado lo único que deseaba para él. 

 

-¿Crees en su amor? 

 

Creía en él, porque lo había visto, solo que ese alfa era el más parecido al dios del trueno y del rayo, con una diferencia, cuando Zeus deseaba a demasiados, Minos, únicamente deseaba a su omega. 

 

-Su amor es real, tan grande como para enfrentarse a los dioses del olimpo, solo por tener a nuestro hijo en sus brazos. 

 

Y eso al final, podría ser sumamente provechoso, si lograban su cometido, porque, tal vez, Zeus no se imaginaba una traición de manos de sus más amados hijos, aquellos cuyos omegas, lastimaria. 

 

-Nos ayudara, solo pide algo a cambio. 

 

Hefesto creía que necesitaban de ese alfa, pero al mismo tiempo, temía lo que podría hacerle a su único hijo, de comportarse como lo hacía en muchas otras vidas, después de implementar ese horrendo castigo, que de alguna forma, había olvidado, un acontecimiento nuevo, diferente, que no sabían cómo afectaría el futuro. 

 

-Su amor. 

 

Hefesto asintió, uno de ellos al menos lo hizo, pero no era necesario, porque los tres ya sabían que así era, Minos únicamente pedía una cosa a cambio de su ayuda, solo un regalo, un obsequio, pero no sabían si estaban dispuestos a realizar ese sacrificio, por la oportunidad de matar a Zeus. 

 

-Radamanthys. 

 

*****

 

Cid estaba recargado en el barandal de la ventana, observando el paisaje, su mirada perdida en algún punto, sin dejar de sentirse como un traidor, como un mal omega, si es que esa palabra existía. 

 

-Soy tan patético… 


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