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Bajo el manto de la noche por Naomiyaoi38

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Notas del fanfic:

Este es un relato que escribí en el 2013, y mientras revisaba unas cosas viejas me surgió el intenso deseo de reescribirlo (lo cual terminé haciendo casi por completo en el cel desde el trabajo :v ) así que en esta versión varían muchas cosas a las que publiqué en esa época (además de la calidad en cuanto a mi nivel de escritos obviamente). Ahora creo que puedo decir que sí está decente. (?)

 

 

 

 


 

Frías manos se colaron bajo su sotana rozando su piel, y unas uñas ligeramente largas arañaron sutilmente su carne. Una húmeda lengua recorrió lascivamente su clavícula. Abel gimió intentando contener las sensaciones que iban acrecentándose en él, aquella debilidad de rendirse ante esos malditos y pecaminosos deseos carnales.

Quiso desviar su mirada de aquellos ojos que refulgían en un intenso carmesí mas su mentón fue asido con firmeza, obligándole a mantener sus cálidos ojos castaños chocando contra esa infernal y penetrante mirada.

—No apartes tu mirada... —ordenó con voz duramente profunda y lujuriosa aquel ser de pálida y fría piel —. Jamás oses apartarla mientras te lo hago —ronroneó relamiendo el labio inferior del joven sacerdote.

Cuán joven era. Recién ordenado al sacerdocio; a dedicar su vida al Señor, y sin embargo cada noche, su pureza iba siendo mancilla cada vez más y su alma corrompida.

Los castaños ojos del joven reflejaban el temor, y un creciente deseo. Una presa realmente tentadora. Corromper a un alma del Señor de tal manera. La risa casi brotaba del vampiro al pensar en aquello.

—No... Pecador, demonio... —jadeó intentando forcejear aunque de manera débil, como lo era su voluntad en esos instantes, buscando liberarse de la criatura empujándola sin conseguirlo, obteniendo en cambio ser asido fuertemente por su cuello a la vez que algunos de los largos y oscuros cabellos del vampiro caían sobre su rostro cosquilleándole.

Una endemoniada lengua recorrió su cuello y unos fríos labios besaron la zona. Seguidamente unos filosos colmillos atravesaron su carne ante lo cual un quejido escapó de él. Una ola de culpabilidad le azotó. ¡¿Cuánto tiempo llevaba permitiendo aquello?! Cada noche, dentro de aquel viejo campanario se repetía lo mismo. ¡Él, un siervo de Dios!..., caía una y otra vez ante aquella criatura de la noche.

El vampiro se alimentó con parsimonia y deleite, para luego pasar su lengua por las pequeñas marcas que había dejado.

—¿Por qué siempre intentas luchar? —dijo atrayéndole contra su cuerpo aún más, manteniendo el agarre en su cuello, haciendo que le viera fijamente a los carmines ojos —. Sabes desde el principio que tu alma será consumida —habló con un tono un tanto bajo y oscuro besándole con pasión.

Abel trémulamente deseó no corresponder a aquel ósculo aunque su ser lo anhelara, mas la criatura hincó uno de sus colmillos en el labio inferior del joven, haciéndole emitir un leve quejido de dolor, el cual fue aprovechado por el vampiro para asaltar su boca hambrientamente.

Percibió el ferroso sabor de su propia sangre mientras el beso se tornaba aún más intenso. Fue empujado contra la fría pared de aquel campanario y ansiosas manos de largos dedos comenzaron a despojarle de sus vestimentas, casi desgarrándolas.

El vampiro acarició aquella suave y tibia piel expuesta, rompiendo el ósculo. Contemplando la respiración agitada de Abel; aquel rostro ardiendo de vergüenza y deseo. Tan excitante que solo incitaba a poseerle.

—¿Sabes una cosa? —comentó mordiendo ligeramente el hombro del sacerdote, sintiéndole empezar a temblar entre la pared y su cuerpo —. Aún no sé cómo no me he cansado de este juego —dijo ladinamente, apretando el miembro del hombre.

Este gimió y la criatura le atrajo junto consigo hacia el duro suelo, posicionándose sobre él. Aquella infernal boca recorrió su pecho mordisqueando con deleite sus pezones mientras la excitación crecía en él. Las uñas de aquel ser arañaron su abdomen con malicia calculada, haciéndole sangrar un poco. Observó cómo el vampiro lamía los pequeños hilillos de sangre que emanaban de sus heridas.

La criatura descendió hacia su vientre, clavando desde allí su mirada en la del hombre quien ahora le veía atemorizado y anhelante. ¿Podía existir una expresión más exquisita? Quizá sí. La de este cuando esos ojos reflejaban completa sumisión a sus deseos.

Oscura lujuria brilló en aquella mirada carmesí al inquirir en el semierecto miembro del sacerdote. El vampiro deslizó su lengua por el glande, ante lo cual el joven se mordió fuertemente los labios buscando acallar un jadeo. La criatura sonrió socarronamente lamiendo con cruel diversión la extensión de aquella hombría, llegando ocasionalmente hacia los tensos y sensibles testículos.

El vampiro engulló aquella erección logrando que el sacerdote profiriera un ahogado jadeo al sentir esa boca devorarle, esos colmillos que rozaban las palpitantes venas de su miembro.

Su mente se hallaba sumida en una bruma que le impedía pensar racionalmente, y su voluntad para resistirse yacía quebrada. Quizá ya no mereciera siquiera llamarse un hombre de Dios. Era un maldito pecador. Y sabía que aunque en un futuro quisiera volver a negarse, le sería imposible.

Aquella boca nuevamente le reclamó con pasión mientras su cuerpo era acariciado lascivamente. De manera casi inconsciente aferró sus manos a la camisa del vampiro, apegándose a ese frío que ser que infortunadamente conseguía someterle. Jamás podía resistirse ante este aunque muchas veces quisiera engañarse a sí mismo diciéndose lo contrario. Solo así intentaba no caer en la desesperación debido a su consciencia y a sus intensos remordimientos.

—Pídemelo... Pídeme que te folle —ordenó la criatura con un ronco pero lo único que obtuvo fue un mutismo por parte de Abel, a la vez que aquel desnudo humano se estremecía bajo aquel frío cuerpo.

Con sonrisa ladina y socarrona el vampiro liberó su miembro para seguidamente posicionarse en Abel asiéndole por las caderas, mientras se adentraba de golpe en su interior. Abel dejó escapar un jadeo dolorido aferrándose con más fuerza a ese ser.

—Eres tan obstinado, y tan delicioso —comentó mordiendo su clavícula a la vez que empezaba a moverse dentro del humano de forma controlada a pesar de su brusquedad inicial.

El trasero de Abel fue apretado y unas uñas se clavaron profundamente en este. El sacerdote se sintió perdido entre una vorágine de dolor y placer que iba consumiéndole como cada vez que era poseído por ese ser. Sus caderas se movieron ansiando un contacto más profundo de aquel enhiesto miembro que arremetía dentro de él, esos testículos chocando contra su trasero que creaban un carnal e impúdico sonido el cual resonaba en aquel oscuro y solitario campanario.

—Por favor... Por favor —suplicó casi sollozante de saberse perdido a esto cuando las embestidas aún más duras, tornándole un esclavo de anhelar solo el placer.

—Uhmm..., ¿deseas algo? —Se burló lamiendo el contorno de la oreja de Abel poseyéndole sin piedad—. Si lo deseas suplícame. Quiero escuchar a un siervo del Señor suplicar por ser follado.

Cerró sus ojos con fuerza sintiendo su sangre agitarse. El último e ínfimo ápice de consciencia y orgullo que había intentado se había esfumado por completo. Ya no podía negarse a nada. Era imposible el negarse a esa criatura.

—F-fóllame, por favor. Fóllame cómo quieras —jadeó suplicante entregándose por completo.

El vampiro rio con cruel sorna clavando colmillos en el hombro de Abel mientras le penetraba. Su propia hombría se friccionaba húmedamente entre ambos cuerpos sintiendo el cercano éxtasis sacudirle cada vez con mayor intensidad.

El vampiro siguió poseyéndole sin contemplaciones hasta alcanzar el clímax, enterrando sus uñas en las caderas del hombre. La cruel mano de la criatura se deslizó hasta el miembro de Abel estimulándole de forma tormentosa y todos los músculos de su cuerpo se contrajeron estallando en un orgasmo que devastó su ser.

—Eres una criatura maldita. Deberías estar ardiendo en el infierno —musitó jadeante percibiendo a la criatura aún dentro de él y la sangre emanar de su hombro, sintiéndose herido de saber que ante ese ser su dignidad prácticamente le abandonaba.

—Oh, ¿y en dónde arderás tú? Porque dudo que tu lugar sea en el cielo —dijo socarrón y malicioso —. Puedes decir lo que sea pero ahora tu alma está condenada como la mía, sin perdón de aquel egoísta dios que tanto amas. Más bien disfruta de desearme con ansias, imaginar mis manos sobre tu piel, cómo te follo una y otra vez... —afirmó acercando su rostro aún más al del sacerdote, el cual parecía tornarse un tanto atormentado por aquellas palabras —. Así que mejor ríndete ante lo que sientes porque aunque lo intentes, jamás podrás ni desearas escapar de todo lo que te puedo ofrecer.

 

Abel cerró los ojos ante aquellas palabras a la vez que su interior se agitaba tormentosamente. ¿Estaba condenado? Quizá desde aquella primera noche en la cual encontró a ese moribundo ser afuera del campanario y le hizo caer en la tentación mientras se alimentaba de él. Se había dejado arrastrar hacia el pecado. Ya no tenía ninguna salvación. Había pecado en contra de su Dios. Ya no le quedaba ningún camino. Estaba condenado por aquel ser que bajo el manto de la noche le llevaba a una carnal perdición. 

 


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