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El hilo rojo de nuestro destino por Jane Luna

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Notas del fanfic:

¡Hola!

Este es el primer fic que subo a Amor Yaoi. Me gustaría aclarar que este fic ya lo he subido en el foro de Mundo Yaoi, y allí está más adelantado; sencillamente me entraron ganas de subirlo aquí también, así que no es plagio. Yo soy la autora original de este fic, y espero poder contar con su apoyo con él.

El sol se asomaba por el cielo, iluminando todo a su paso. Los pájaros cantaban en los árboles para celebrar la llegada del nuevo día o se preparaban dándose un baño en el parque. Las flores empezaban a aparecer en todos lados por la llegada de la primavera. Era el tipo de día perfecto donde todo el mundo debía estar contento, y todo el mundo parecía bastante contento, pero Onodera Ritsu era la excepción a la regla. Luego de pasar por lo mismo once años atrás, el joven castaño no pudo evitar pensar que se trataba de una maldición o algo peor.

Ritsu miró su reflejo en el cristal de la ventana. Lucía terrible por haber pasado la noche en vela. Tenía unos marcados surcos bajo sus ojos enrojecidos y el pelo más alborotado que nunca, como si no se hubiera pasado el peine en la mañana (en realidad no lo había hecho. Estaba demasiado cansado para preocuparse por su apariencia física). La camiseta la llevaba mal abrochada. Parecía totalmente desgraciado, y en realidad así era. No había necesidad de aparentar lo contrario.

Cerró los ojos y apoyó la cabeza en el cristal. Estaba tan frío que el contacto con su mejilla desató una serie de escalofríos por todo su cuerpo, pero se contuvo y ahogó un gemido. No estaba para mostrarle sus penas al taxista, que no dejaba de mirarle por el retrovisor como si quisiera detenerse y preguntarle si estaba bien.

Después de que la persona que amas te engañe, ya nada está bien.

Ritsu recapituló lo que había pasado en las últimas horas, desde que decidió (al fin) confesar su amor a su jefe y primer amor, Takano Masamune, hasta ese momento.

Ritsu llevaba meses queriendo decírselo. Sin embargo, siempre había algo que lo paraba. Ya fuera la vaga sensación de que en realidad no estaba listo, de que no era el momento, la lluvia e incluso su propio jefe, al final siempre había algo que paraba a Ritsu cuando trataba de decirle a su jefe cuánto lo quería. Sin embargo, ese día decidió que no podía callarse más sus sentimientos. Sabía que, si lo seguía haciendo, acabaría por perderlo.

Fue luego de una pequeña plática con Kisa, un compañero de trabajo, que finalmente se atrevió a alzarse de un salto de su asiento y correr en busca de Takano. Kisa lo había notado preocupado todo el día y, queriendo ayudar a uno de sus compañeros más queridos, le preguntó lo que pasaba. Ritsu, que no quería que Kisa se enterara de su situación, no quiso contarle nada, pero Kisa insistió tanto que finalmente acabó por contarle todo (omitiendo que la persona de quien estaba enamorado era Takano, y su historia del pasado). Kisa quedó muy sorprendido ante semejante declaración. A pesar de que conocía a Ritsu de casi un año, el novato seguía siendo un misterio para él y para sus demás compañeros de trabajo. La idea de que el inocente y algo bobo Ricchan tuviera ese mal de amores se le hacía ridícula. Pero Ritsu parecía tan confundido y asustado, que Kisa decidió ayudarlo con un consejo.

—Si no quieres perderlo, dilo. Nunca sabrás si no lo intentas, ¿sabes? Cuando se trata de amor, es ser valiente o perderlo todo.

Ritsu se quedó reflexionando las palabras de Kisa un momento. Sabía que su colega tenía razón. Quedó tan marcado por el trauma que sufrió en el pasado creyendo que Takano se había burlado de él, que se había olvidado completamente de que el fin de su relación no fue más que un malentendido y todo lo bueno que significó ese romance para él en el poco tiempo que duró. Lo feliz que fue por atreverse a decir "Me gustas, senpai".

—¿Sabes qué, Kisa-san? Tienes razón —dijo Ritsu, tomando aire para armarse de valor, levantándose de su asiento—. Le diré a T... Esa persona, lo que siento.

Se abofeteó mentalmente por casi haber revelado la identidad de su primer amor a Kisa. Sin embargo, para su suerte, su amigo no pareció notarlo, porque seguía sonriendo como si nada, tratando de darle aliento.

—Gracias, Kisa-san —dijo Ritsu, dirigiéndose a la salida a buscar a su jefe, aprovechando que ya había terminado con su trabajo de hoy. Según la hora, probablemente estuviera saliendo de la reunión a que había ido en ese momento.

Corrió por los pasillos de Marukawa en busca de la sala de reuniones donde se llevaba a cabo la junta (que, según su experiencia previa, Ritsu sabía que no era más que una serie de gritos y reclamos entre los jefes de distintos departamentos, al punto de casi llegar a los golpes. Él había estado en un par de ellas). Dobló una esquina. El te amo se le escapaba de los labios con cada pequeño jadeo. Corría cada vez más rápido, temeroso de que ese arranque de coraje que le había brindado su amigo desapareciera de un momento a otro. Su corazón latía frenético cuando finalmente llegó a la sala de la que su jefe salía en ese momento.

Claro que Ritsu no se esperaba que, al momento de quedarse agazapado tras la pared recuperando el aliento (y tratando de que no le flaquearan las piernas para el momento de la declaración), Haitani Shin, un viejo compañero de trabajo de Takano que siempre se había portado muy bien con él, invitándolo a beber cuando lo veía deprimido y diciéndole palabras de aliento cuando el trabajo era muy duro, saliera de la sala casi al mismo tiempo y tomando a Takano del hombro, le plantara un beso ahí mismo.

Después de eso Ritsu no supo muy bien lo que pasó. Solo se recordaba a sí mismo dando media vuelta sin que ninguno de los dos hombres lo notara luego de ver a Takano tomando el rostro de Haitani y echándose a correr a la salida. En el camino se topó con Mino, pero no pudo ni mirarlo a los ojos, solo se limitó a pasarlo de largo y seguir corriendo. Aún no recuperaba del todo el aliento, pero aún así siguió. Necesitaba irse de aquel lugar en ese instante.


Ritsu miró su celular, que iba y venía entre sus dedos. Había llamado a su madre, pidiéndole permiso para quedarse a dormir en casa. Su madre aceptó, aunque se notaba que estaba confusa por la actitud de su hijo, sobre todo cuando Ritsu declaró que pensaba cambiarse otra vez de departamento muy pronto.

Suspiró, volviendo a reclinar su mejilla contra el cristal. Era lo mejor que podía hacer. Esta vez no hubo malentendidos, solo él mismo tardando demasiado en confesarse y Takano tratando de ser feliz, como cualquier ser humano. En cierta forma lo entendía. ¿Cuánto tiempo llevaban atrapados en lo mismo? ¿En la monotonía de las peleas diarias, los silencios incómodos y los continuos "te amo" sin respuesta? Ni siquiera era capaz de calcularlo. Más o menos el tiempo que llevaba en la editorial. Pero ahí estaba el final del juego. Takano se había cansado de esperarlo y Ritsu no pensaba quedarse en Marukawa para ser la burla de él y Haitani. Incluso si se trasladaba a literatura, sabía que se los acabaría topando en cualquier momento en uno de los pasillos, en un descuido suyo, o los vería de lejos, restregándole en la cara sin saberlo su bonita relación. Y él no podría hacer nada porque ya no era nadie para reclamarle.

Sin embargo... ¿Y si realmente Takano no se había cansado? Su corazón se estrujó de terror de solo pensarlo. ¿Y si en verdad todos aquellos "te amo" eran falsos? ¿Y si en verdad él estuvo con Haitani desde que el principio, si él fue solo un capricho de la adolescencia que nunca pudo conseguir? ¿Y si todo aquello fue un juego planeado por Takano y Haitani para burlarse de él, en venganza por lo que le hizo años atrás? Todas las opciones parecían tan lógicas y creíbles como simplemente pensar que Takano se había cansado. Ritsu sintió como si alguien le hubiera dado una patada en el estómago al comprender la verdad. Lo habían engañado, de nuevo. Y él, como un tonto, solo se había dejado caer en la tentación una vez más.

Se tapó la cara con las manos, horrorizado. Era un idiota. Confió en Takano y le volvió a romper el corazón. Pero la culpa no era de su jefe, sino de él por haber creído de nuevo. Por aquel pensado que de verdad Takano quería algo serio con él, que de verdad lo amaba. Que todas las promesas que le hacía eran reales.

—Soy un estúpido por volver a confiar —susurró para si mismo, lo suficiente bajo para que el taxista no lo oyera.

Estuvo varios minutos así, pensando en todas las tonterías que hizo y pensó por Takano y que ahora le parecían horribles. En lo ingenuo que había sido. De repente, el vehículo paró.

—Joven, hemos llegado —anunció el taxista, mirándolo por el retrovisor una vez más, frunciendo el ceño al notar su estado.

A Ritsu le temblaba la mano cuando le pagó el taxista y le agradeció con una sonrisa forzada. No quería mostrarle a nadie lo mal que se sentía consigo mismo por caer de nueva cuenta en esa trampa llamada "amor".

Ritsu bajó las maletas y las arrastró por el camino de grava hasta la casa de sus padres. La mansión Onodera estaba ubicada en uno de los barrios ricos de la ciudad. Tenía un estilo muy europeo, con el techo azulado y las paredes color crema, pero también había algunos detalles japoneses, como el estanque que tenían en el patio trasero, al que Ritsu solía ir cuando era niño y necesitaba relajarse. Cuando creció dejó de ir tan a menudo (prefería relajarse leyendo libros en su habitación o en la biblioteca familiar), pero seguía pensando en él como un buen lugar para ir a retozar o hacer tarea por lo tranquilo que era.

Miró el portón de hierro negro sin saber si entrar directamente o llamar al timbre. Al final decidió hacer lo segundo, porque, a pesar de que esa en parte seguía siendo su casa y había crecido ahí, consideraba una falta de respeto ir a una casa y entrar sin llamar. El timbre soltó un sonido largo y gutural, como de campanadas. Ritsu vio la puerta de la casa abrirse apresuradamente y a un viejo mayordomo salir corriendo para abrirle. Era obvio que ya lo estaban esperando.

El mayordomo abrió el portón y le sonrió con cortesía.

—Bienvenido a casa, Ritsu-sama —saludó—. ¿Le ayudo con las maletas?

Ritsu asintió, cansado y agradecido, tendiéndole una de sus maletas. No empacó muchas cosas. La mayoría las dejó en el departamento, y ya pensaba ir a recogerlas al día siguiente, luego de presentar su renuncia a Isaka. El mayordomo lo siguió cargando con la maleta más liviana mientras entraban a la casa. Nada más poner un pie dentro, una mujer de pelos castaños se abalanzó sobre él y lo abrazó con fuerza.

—¡Ritsu! —exclamó su madre—. ¡Cuánto tiempo!

—Meses, de hecho —replicó Ritsu, sonriéndole como lo hizo con el taxista, es decir, brevemente.

—¡Pero mira qué cara tienes! —exclamó su madre al separarse, luego de mirarlo con atención, arrugando su nariz como solía hacer cuando veía algo que no le gustaba—. ¡Y qué fachas! ¿Por qué estás así, hijo? ¿Pasó algo?

—Luego te cuento, mamá. Ahora mismo necesito dormir —suspiró Ritsu en tono suplicante. No había dormido en toda la noche y los párpados le pesaban como piedras grandes. Su madre asintió, volviéndose al mayordomo.

—Shuichiro, lleva las maletas de mi hijo a su habitación —ordenó en tono autoritario. Ritsu sonrió un poco, recordando que usaba exactamente el mismo tono antes de que se fuera a vivir a su propio departamento, Definitivamente no había cambiado nada.

—Entendido, Minako-sama —contestó Shuichiro, tomando (arrebatando) la otra maleta de la mano de Ritsu y subiendo a toda prisa las escaleras.

—No hace falta, mamá. Pude llevarla yo —dijo Ritsu, apenado porque el viejo hombre tuviera que cargar con ambas maletas.

—Nada de eso. Ahora mismo necesitas comer, Ritsu —contestó su madre, empujándolo al comedor. Ritsu emitió un sonido de protesta, a pesar de que su estómago rugiera como león.

—¡Mamá!

—¡Sin peros! Hasta acá escucho tu estómago. Comerás algo, te darás un buen baño, porque... ¡Madre! ¡Vaya cara que tienes! Y luego te irás a dormir —dijo en el mismo tono que usó para hablarle al mayordomo—. Ah, pero cuando despiertes me contarás todo, ¿entendido?

—Está bien, está bien —suspiró Ritsu, dejándola empujarlo hasta el comedor sin poner mayor resistencia. Ya no podía seguir conteniendo el hambre que lo devoraba vivo y, además, era probable que la comida le hiciera olvidar más rápido a "esa persona". Su corazón se estrujó nuevamente al pensar en él. Definitivamente necesitaba hacer algo para olvidarlo, y si ese algo era comer hasta vomitar, pues eso haría.

Notas finales:

¿Qué opinan?

Espero que haya sido de su gusto. Lo hago con muchísimo cariño para ustedes.

¡Saludos!


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