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El hilo rojo de nuestro destino por Jane Luna

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Notas del capitulo:

¡Gracias a quienes comentaron el capítulo anterior! Ver sus comentarios me llenó de ánimo para seguir con esta historia.

Bueno, este es el segundo capítulo de este fic. Aquí Ritsu tomará una pequeña decisión importante que va a afectar su vida y la de todos los que lo rodean.

¡Que lo disfruten!

Luego de darse un baño, Ritsu entró a su habitación y se tumbó en la cama, sin importarle su pelo mojado y estar cubierto con tan solo una toalla. Necesitaba reflexionar las cosas.

Al final la comida no lo ayudó a olvidar, sino que, al contrario, intensificó sus recuerdos, lo que convenció a Ritsu de que dejar de pensar en Takano sería igual de difícil que la primera vez. El caso era, ¿qué haría ahora? No podía regresar a Marukawa y convertirse en la burla de Takano y Haitani, pero tampoco estaba dispuesto a volver a la editorial de su padre y volver a convertirse en "nanahikari". Además, le quedaba claro que, mientras estuvieran en el mismo país, Takano y él podían encontrarse en cualquier momento. Como ya le había pasado una vez, se sabía varias jugadas del destino, aunque todavía le quedaban unas por conocer.

Entonces... ¿Qué haría? Ritsu se frotó la cara con el dorso de la mano. ¿Qué haría? ¿Se quedaría en Japón a pesar de los riesgos que esto conllevaba?

Negó con la cabeza. No, no se quedaría en Japón sufriendo en silencio porque cada pequeña cosa le recordara a "él". Iba a tratar de salir adelante, y como en Japón no lo haría, tenía que irse al extranjero. Otra vez.

Se levantó de la cama y bajó corriendo a toda prisa las escaleras en dirección al comedor, olvidándose totalmente de que estaba en paños menores y de dormir. En el camino se cruzó con unas dos o tres sirvientas que soltaron gritos cuando lo vieron en ese estado, pero no les tomó importancia. Estaba demasiado ansioso por la idea que le cruzó por la mente.

—¡Ritsu! —exclamó su madre al verlo en esas fachas—. ¿Se puede saber qué te ocurre? ¡Ve a cambiarte!

—Tengo que decirte algo —contestó Ritsu, jadeando por la carrera. Sin embargo, al notar la mirada que le dirigía su madre, bajó la vista. Por primera vez se dio cuenta de que solo llevaba una toalla encima. Un fuerte sonrojo se apoderó de sus mejillas al comprender la actitud de las sirvientas. Desvió la mirada, incapaz de mirar a su madre.

—Lo siento —susurró.

—Ve a cambiarte, luego hablamos —contestó su madre rápidamente, girándose para seguir mirando a los mayordomos y sirvientas que, mirando de reojo la escena, levantaban la mesa. Ritsu dio media vuelta y corrió otra vez escaleras arriba, esta vez para que no lo vieran en ese estado, con las mejillas todavía rojas. Se cambió deprisa. Solo se puso una camiseta verde, unos pantalones holgados y unos zapatos oscuros y luego bajó corriendo otra vez las escaleras. Esta vez no hubo sirvientas que gritaran por verlo semidesnudo.

—Vaya, hasta que te cambiaste —gruñó su madre al verlo entrar nuevamente en el comedor.

—Lo siento —musitó Ritsu, con las mejillas encendidas al recordar el incidente—. Pero debía decirte algo.

—¿Qué cosa? —inquirió su madre. Ritsu la miró, tratando de mostrarse firme.

—Mamá, quiero irme a Inglaterra.

La señora Onodera arqueó las cejas como si no le creyera.

—¿Qué has dicho?

—Quiero irme a Inglaterra —repitió Ritsu—. Y quiero irme solo. La última vez que me fui al extranjero, tú le pediste a An-chan que fuera conmigo. Esta vez quiero hacerlo solo, mamá. Necesito aclarar mis ideas.

—Ritsu, no tienes nada que hacer allá —replicó su madre, dando un paso al frente—. ¿Qué pasó? ¿Por qué llegaste en ese estado? ¿Y por qué de repente abandonas tu trabajo y quieres irte a otro país?

—Mamá, es algo complicado de explicar, y es muy difícil para mí hacerlo —dijo Ritsu, tratando de evitar el incómodo asunto "Soy gay y estaba enamorado de mi jefe".

—Ritsu, por favor. Tenías un trabajo prometedor en una editorial importante, un buen departamento... Parecías feliz viviendo así. ¿Por qué de repente quieres irte a otro país? —Su madre frunció el entrecejo cuando una idea pasó por su cabeza—. ¿Te han vuelto a decir nanahikari? Si es así, entenderé que quieras irte. Nunca te gustó que te lo dijeran.

Ritsu abrió la boca para negar eso, pero se calló de golpe. No le gustaba mentirle a su madre, pero era un precio que tenía que pagar para no decirle la verdad. No podía enterarse de lo que pasó entre Takano y él, porque seguramente lo obligaría a casarse con An-chan ese mismo día para que lo olvidara.

—Sí, me han vuelto a llamar nanahikari —mintió con un suspiro—. Mi... Jefe... Takano Masamune, lleva meses diciéndome así —Lo último lo dijo como para pequeña venganza hacia el hombre que jugó con él. Su madre lo abrazó con fuerza, como cuando era pequeño. Ritsu se sintió mal por engañarla, pero era lo único que podía hacer.

—Está bien, lo entiendo, Ritsu. Pero, ¿por qué te quieres ir a otro país? Hay muchas otras buenas editoriales aquí en Japón —dijo su madre, separándose un poco para verlo a los ojos.

—Es que estoy cansado de Japón, mamá. Ese es el problema. Pasé quince años de mi vida aquí, luego regresé y pasé otros ocho años más —explicó (mintió) Ritsu—. Ya no quiero ver el mismo paisaje todos los días cuando me asomo a la ventana. Ya no quiero oír a la misma gente hablando en el mismo idioma. Quiero ir a otros lugares, mamá. Dos años en el extranjero no me bastaron.

La señora Onodera lo miró atentamente, como si buscara algo de verdad en sus razones. Ritsu permaneció parado, tenso, tratando de que su madre no notara que todo aquello eran burdas mentiras. Finalmente, su madre relajó los hombros y suspiró.

—Está bien, Ritsu. Habla con tu padre y cuéntale lo que quieres hacer. Veremos si él lo aprueba. ¿Cuándo piensas ir a renunciar a Marukawa?

—Mañana, si se puede. Quiero alejarme lo antes posible de allí —contestó Ritsu—. También pasaré a recoger algunas cosas que dejé en el departamento y a entregar la llave al dueño.

—Está bien, hijo. Yo te apoyaré.

Ritsu sintió un repentino acceso de ternura por su madre. Ella era muy frívola e intentaba casarlo con su mejor amiga contra su voluntad, pero lo quería. Lo estaba mostrando en ese momento, apoyándolo por encima de las palabras de su padre. Se preocupaba por él y no quería que se sintiera mal porque lo llamaran nanahikari. Quiso abrazarla, pero pensó que se vería raro, así que se limitó a sonreírle con agradecimiento y a girarse para ir a su habitación y contener sus impulsos.

. . .



A la mañana siguiente, Ritsu se levantó muy temprano para ir a presentar su renuncia a Marukawa. Su madre insistió en que fuera en coche, y como Ritsu no tenía ganas de ir a la editorial con un taxista desconocido, aceptó. De camino a la editorial, no dejaba de apretar su pantalón con fuerza. Llevaba la misma ropa del día anterior (también había dormido con ella).

Cuando llegó a Marukawa, agradecidió al chofer y le dijo que podía irse. Ya tomaría él un taxi luego. Sin embargo, el chofer insistió en quedarse hasta que Ritsu saliera. Luego de agradecerle por aquello, Ritsu entró a la editorial. Era increíble lo diferente que se sintió al hacerlo. Era como si no hubiera pasado nada la noche anterior. Todos trabajaban como siempre, los jefes de sección gritaban órdenes e Isaka-san iba de aquí para allá asegurándose de que todo estuviera en orden, siendo seguido muy de cerca por su secretario, Asahina Kaoru.

—¡Nanahikari! —exclamó al verlo. Ritsu arrugó la nariz con disgusto por el apodo—. ¿Sucede algo? —preguntó Isaka, repentinamente serio, al notar los surcos bajo los párpados de Ritsu.

—Isaka-san, vengo a presentar formalmente mi renuncia —anunció, sacando los papeles necesarios para el trámite, para mostrarle a Isaka que hablaba en serio.

Isaka miró con sorpresa el fajo de papeles que el novato le extendía, sin mover un solo músculo. Al final, fue Asahina quien se estiró para tomar los papeles y los leyó cuidadosamente por un buen rato. Al final, alzó la vista.

—Ryuichiro-sama, todo parece en orden —anunció, girándose a ver su jefe, que continuaba estático.

—Vaya, nanahikari —dijo Isaka por fin, como si las palabras de Asahina lo hubieran despertado de una especie de letargo—. No me lo esperaba. Pero, ¿por qué te quieres ir? ¿Acaso pasó algo? —preguntó con suspicacia. Ritsu bajó la vista, tratando de no mostrarle a Isaka que había acertado.

—Si pasó algo, yo me encargo de solucionarlo —insistió Isaka.

—No pasó nada, Isaka-san —contestó Ritsu, algo avergonzado al notar que Isaka parecía sinceramente preocupado por él—. Solo... Bueno, lo que me pasa es que me iré al extranjero. Últimamente no me he sentido bien y le dije a mi madre que sería buena idea que fuera a relajarme un tiempo a Inglaterra, y ella está de acuerdo. Solo faltaría pedirle el consentimiento a mi padre.

—¿Es eso? —dijo Isaka—. Pero nanahikari, yo puedo darte días libres si eso necesitas. No hay necesidad de renunciar.

—No, Isaka-san, lo que pasa es que... Yo ya no voy a volver a Japón —explicó Ritsu, mordiéndose el labio inferior. Isaka abrió los ojos con sorpresa.

—¿No?

—No, Isaka-san. Verá... No me siento bien en Japón. Por eso pienso irme al extranjero y empezar de cero. Estoy cansado de lo mismo y espero que allá sea distinto.

—Pues sin duda lo será —asintió Isaka—. ¿Estás seguro de esto, nanahikari?

—Muy seguro —asintió Ritsu.

—Está bien —suspiró Isaka—. Ven, vamos a mi oficina a terminar con esto.

A Ritsu le pareció ver a Kisa con la boca abierta mientras seguía a Isaka, pero no le tomó importancia. Lo que sí, acarició con una sensación de vacío en el estómago cada pared y cada objeto que se encontraba a su paso, consciente de que no volvería nunca más.

. . .



Luego de que Isaka aceptara su renuncia, Ritsu fue a su departamento para recoger sus cosas y entregarle la llave al casero. El hombre, que era alto, regordete y de espesa barba negra, parecía algo sorprendido por la abrupta decisión del castaño, pero aún así no le preguntó nada y le dijo que su hija le ayudaría a recoger sus cosas. Nanami, la hija del casero, era una chica muy amable, así que aceptó gustosa ayudarlo a sacar sus cosas. Sin embargo, a diferencia de su padre, ella no pudo contener su curiosidad.

—¿Por qué se va de repente, Ritsu-san? —preguntó mientras sacaba un par de camisas y Ritsu las metía en cajas que el chofer le había ayudado a llevar hasta ahí.

—Es algo... Complicado de explicar, Nanami-san —contestó, como lo hizo con su madre. Nanami le miró frunciendo un poco el entrecejo. Tenía el pelo igual de enmarañado que la barba de su padre.

—Ritsu-san, eso no es una respuesta. Dígame, ¿pasó algo?

—No pasó nada, en serio —dijo Ritsu cerrando la última caja—. Gracias por ayudarme, Nanami-san. Me hubiera encantado despedirme de todos, pero tengo prisa...

—¿Se va, Onodera-san? —dijo una voz detrás de él. Ritsu se giró. La vecina que antes solía preguntarles a Takano (ugh. De nuevo ese pinchazo en el corazón) y él dónde trabajaban estaba parada ahí, mirándole con las cejas arqueadas con tristeza.

—Sí. Lo siento —dijo Ritsu sonriéndole apenado. Ella parecía realmente triste.

—¿Por qué se va?

—No puedo decirlo —suspiró Ritsu.

—Entiendo... ¿Y a dónde irá?

—Yo... Me iré a Inglaterra, solo eso le puedo decirte —contestó con torpeza. La mujer asintió, sonriéndole, y sacó una tarjetita del bolsillo.

—Bueno, si te vas a Inglaterra, supongo que necesitarás esto.

—¿Qué es? —preguntó Ritsu con curiosidad, tomando el papelito doblado.

—Ábrelo cuando llegues, ¿de acuerdo? —contestó la mujer, agitando la mano y encaminándose a su propio departamento—. ¡Buena suerte, Onodera-san!

—Um... ¡Gracias! —exclamó Ritsu.

—Naoko-san es muy amable —exclamó Nanami. En ese momento el chofer entró por las últimas cajas y miró a Ritsu.

—Ritsu-sama, hora de irnos.

—Está bien —Ritsu miró a Nanami una última vez. Ella nunca fue bonita, pero aquella tarde, como le sucedió en Marukawa, todo lo que encontraba a su paso en ese edificio se le hizo precioso, incluyendo a Nanami. Tal vez era porque sabía que no regresaría a él nunca más, o quizás, sencillamente, era la primera vez que se fijaba en ella con atención y se daba cuenta de las pequeñas virtudes físicas que tenía. El caso era que nunca la volvería a ver. Dio media vuelta y se dispuso a seguir al chofer, pero justo cuando lo hizo, sintió una mano aferrare a su brazo.

—Um, Ritsu-san... —dijo Nanami. Tenía las mejillas rojas.

—¿Sí? —preguntó Ritsu, sin entender por qué la muchacha lo sujetaba.

—Esto... Yo quería decirle algo —susurró la chica.

—¿Qué cosa?

—Yo... Sé que posiblemente no lo vuelva a ver nunca, y que nunca volveré a hablar con usted... También sé que usted nunca podría corresponderme... Pero, desde que lo vi por primera vez... —Bajó la cabeza. El corazón de Ritsu se paró por una milésima de segundo, empezando a entender lo que quería decir la muchacha—. Usted me gusta mucho, Ritsu-san —finalizó Nanami. Ritsu cerró los ojos y tomó aire, tomando delicadamente la mano de Nanami en un intento por separarla con delicadeza. Cuando lo hizo, habló.

—Nanami-san, esto es repentino... Um... No sé cómo decírtelo...

—No, no pasa nada —contestó Nanami, sonriéndole con melancolía—. Sé que usted no siente lo mismo por mí. Pero me hubiera gustado ser su amiga. Solo que era muy tímida para acercarme, y bueno... Ahora usted se va. Y le deseo mucha suerte, Ritsu-san. Espero que todo lo que se proponga lo consiga.

—Gracias, Nanami-san —contestó Ritsu, enternecido. Aquella niña torpe de pelo negro y enmarañado y grandes ojos oscuros le recordaba vagamente a él cuando tenía quince años, cuando todavía no lo habían corrompido. Cuando aún era inocente. Cerró los ojos para olvidar esa oscura época en la que se reprochaba por ingenuo (y que ahora mismo estaba reviviendo) y le pasó una mano por el pelo a Nanami.

—Buena suerte, Ritsu-san.

—Igual, Nanami-san —contestó Ritsu, girándose para marcharse. Mientras se alejaba creyó escuchar un sollozo, pero no se atrevió a voltear. Sabía que haría alguna tontería.

Siguió caminando y llegó al coche donde el chofer lo esperaba con una sonrisa pícara.

—Perdón por la intromisión, pero... ¿Esa era su novia, Ritsu-sama?

Ritsu sonrió ante las confianzas que el joven chofer se tomaba con él, aunque estaba algo avergonzado por sus palabras.

—No —contestó, subiendo al coche—. Solo era una amiga.

Notas finales:

Listo, segundo capítulo publicado. Estuve revisando mi historia y me di cuenta de que mi escritura ha digievolucionado con el paso de los capítulos, así que perdonen si los primeros son un poco demasiado simples en cuanto a narrativa se refiere, procuro mejorar con el tiempo.

¡Saludos!


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